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Las crisis económicas en el capitalismo moderno

Resumen de ponencia que dictó Gabriel Robledo Esparza en el marco del "Campamento Nacional Antifascista Antiimperialista" el 15 de Junio de , Universidad Autónoma de Chapingo México. See Less

Las crisis económicas en el capitalismo moderno La crisis financiera internacional de 2008-2013 Ponencia del Centro de Estudios del Socialismo Científico en el marco del "Campamento Nacional Antifascista Antiimperialista" el 15 de Junio de 2014, Universidad Autónoma de Chapingo, México. Presentada por Gabriel Robledo Esparza Durante el segundo semestre del año 2008 se produjo en los Estados Unidos un gran cataclismo económico —por su magnitud sólo comparable con la crisis de 1929— que al extenderse a todos los países del mundo adquirió el carácter de una crisis global. Esta grave perturbación echó abajo edificaciones hasta entonces consideradas iderruibles. La estructura económica neoliberal y su complemento político, la “democracia liberal”, a las cuales Fukuyama había dotado de vida perenne tras el “fin de la historia”, se derrumbaron estrepitosamente como resultado de la titánica fuerza de ese movimiento catastrófico. El libre mercado, base de sustentación de ese régimen económico-político, fue sustituido por una intrusión masiva del Estado en la actividad económica. La doctrina neoliberal, fundamento teórico de la moderna sociedad de consumo, también colapsó ante el furioso embate de los elementos económicos que demolió todas y cada una de las tesis de esa ideología. La moderna “ciencia” económica, enteramente al servicio del neolibe- ralismo, galardonada sistemáticamente con el premio Nobel, considerada por sí misma como el producto científico más alto de la mente humana, cuyo elemento nuclear lo constituía un supuestamente portentoso desarrollo de las ciencias matemáticas, fue literalmente destrozada por las fuerzas económicas ingobernables y de ella sólo quedó vivo, entre los despojos, lo que en realidad eran sus únicos instrumentos de conocimiento: la modesta aritmética y los avances de la matemática del siglo XVIII, como el cálculo diferencial e integral, el cálculo de probabilidades y la estadística, aplicados a la reducción de la codicia (hambre insaciable de ganancia) de los capitalistas a esotéricas fórmulas matemáticas. Las virtudes del empresario capitalista: inteligencia, audacia, temeridad, voluntad férrea, agresividad, prestancia, altivez, etcétera, prendas que alcanzaron la cima en la parte alta del ciclo económico, fueron destruidas inmisericordemente por la implacable crisis y sustituidas cada una por su contrario; en lugar del desbordado entusiasmo, un temor irracional se apoderó de los arrogantes hombres de empresa y los convirtió en unos deleznables homúnculos. Las acciones de los hombres públicos, que durante todo el período anterior a la crisis habían sido plenamente eficaces y condujeron por tanto a la economía por el camino que ella misma les indicaba, se estrellan ahora contra una realidad económica refractaria, que se mueve en una dirección diametralmente opuesta a la que sus antiguos aurigas se empeñan en señalarle. También en este caso, las cualidades de los políticos son aniquiladas por la crisis y en su lugar se entronizan sentimientos vergonzantes como el temor, la desesperación, la angustia, el abatimiento, el anonadamiento, etcétera. La conmoción económica tuvo además el efecto de abrir tumbas que estaban selladas desde mucho tiempo atrás. El keynesianismo, el kaleckianismo y el marxismo revisionista salieron de sus mausoleos y gozosos contemplaron el dantesco panorama —del cual desde su apacible morada habían advertido insistentemente su advenimiento— y ofrecieron muy comedidamente sus recetas para superar la magna crisis por la vía del establecimiento de un nuevo modelo económico, desde luego capitalista, que debería tener como ejes centrales la inversión productiva y el empleo, o, en las posturas más radicales, echaron las campanas al vuelo saludando el inicio de la revolución social en las imaginarias insurrecciones obreras que la crisis habría de provocar. Fatalmente, después de agotar toda la potencia acumulada, la crisis actual deberá tocar fondo para dar inicio a un nuevo ciclo económico. El “modelo” neoliberal será entonces reestructurado, la ideología que le corresponde comenzará el proceso de su reivindicación, los capitalistas y los políticos se vestirán de nuevo con sus galas intelectuales y morales y los economistas de “izquierda” serán reinhumados mientras sus fórmulas de política económica son aplicadas por sus antiguos detractores. Se abrirá así una nueva fase de existencia del capitalismo de consumo, régimen que habrá de desarrollarse sobre la base más alta que conquistó precisamente a través de la crisis. La crisis financiera internacional es el momento de la absoluta contradicción de los elementos del régimen del capitalismo de consumo que hoy día existe en el mundo. El capitalismo de consumo se formó y alcanzó el estadio actual de su desarrollo a través del desenvolvimiento alternado de fases de contradicción solucionada de los contrarios que lo componen (una fluida implicación mutua) y de etapas de contradicción absoluta de los mismos, en las que ambos se niegan tajantemente, de las cuales la crisis financiera internacional es la última y más violenta. En este trabajo nos hemos propuesto, por un lado, hacer una sistematización de las tesis de Carlos Marx acerca de las crisis contenidas en los tres tomos de El Capital y confrontarla con la evolución de la crisis financiera internacional que discurrió en el período 2008-2013 y, por el otro, realizar un análisis, a la luz de la teoría marxista, sobre todo con el auxilio de aquellas tesis expuestas en el tomo primero de El Capital, de la naturaleza del capitalismo de consumo. Encontramos, sobre lo primero, que la crisis financiera internacional, la última de una serie de crisis que se produjeron durante el período en el cual nace y se desarrolla la forma superior del régimen capitalista internacional, el capitalismo de consumo, se ajusta en todo al modelo teórico desarrollado por Marx. Esta crisis es general porque tiene su origen en un gran aumento de la producción social (a la cabeza de la cual se encuentra la industria de la construcción de viviendas) que excede en demasía la demanda solvente de la sociedad y a causa de que enfrenta a un engrandecido sistema financiero con la totalidad de la estructura comercial, industrial y de servicios de la economía. La crisis financiera internacional tiene la forma superior de las crisis económicas: se presenta una contraposición absoluta entre la expansión de la producción total y la valorización del capital total. La primera crece hasta altísimos niveles, mientras que la segunda se reduce en gran medida o cesa de producirse. En seguida, la tasa general de ganancia cae, la acumulación (inversión de capital) cesa, el capital se paraliza y la plusvalía que todavía se produce se suma a este capital inmovilizado; se forma una exuberancia de capital que no puede ser invertido. Todo esto resulta en la quiebra de las empresas bancarias, financieras, comerciales, industriales y de servicios y, por tanto, en el desplome de los sistemas financiero, comercial y productivo. A esto se añade un proceso de pérdida enorme de valor del capital total y también de destrucción de una buena parte del mismo. La crisis financiera internacional es una crisis global porque se extiende a prácticamente todos los países del mundo. En lo segundo, llegamos a la conclusión de que la naturaleza del capitalismo de consumo es esencialmente igual a la del capitalismo del siglo XIX, desentrañada ésta por las investigaciones de Carlos Marx, y se encuentra en la fase superior de su existencia, en la cual llega a su punto más alto el proceso de gestación y maduración en su seno de los elementos de un régimen económico social superior, el socialismo. Tales factores son la depauperación creciente de los trabajadores y la abstracción y socialización progresivas del trabajo. Todas y cada una de las características del capitalismo de consumo que la intelectualidad pequeño burguesa postmoderna (ver a Hardt, Negri, etcétera) reputa como prueba fehaciente de que la naturaleza del capitalismo ha cambiado y por tanto las tesis de Marx sobre la misma no tienen ya vigencia, constituyen un desarrollo de las particularidades del viejo capitalismo que conduce a la maduración de los elementos de la negación de ese régimen económico y de la constitución del socialismo integral (formal y material) que lo ha de suceder. Es decir, que la naturaleza del capitalismo moderno confirma en una forma más plena las deducciones teóricas de Marx. Así, el “trabajo inmaterial”, caballo de batalla de la ignorancia postmoderna, no es sino la culminación del proceso, descubierto por Marx y explicado por él suficientemente en El Capital, en el apartado relativo a la maquinización de la producción como método de producción de plusvalía relativa, de sustracción por el capital de las facultades productivas del trabajador y su concentración en la máquina; el resultado es la reducción del trabajador a simple fuerza abstracta de trabajo que sirve a un universo de facultades productivas concentradas en las máquinas; en el capitalismo actual algunos sectores de los trabajadores lo hacen por medio de un trabajo tan abstracto que a la astucia postmoderna le parece que no es material. Aún el trabajo más abstracto constituye un gasto de músculos, cerebro, etcétera, humanos, es decir, un gasto material, que se realiza utilizando un instrumento material (una computadora, por ejemplo) y se concreta en productos materiales de diversa índole (productos digitales, por ejemplo). De la misma manera, el trabajo en redes es considerado por la intelectualidad pequeño burguesa postmoderna como una forma de trabajo distinta de las que existieron en el antiguo capitalismo. Las redes están formadas por conjuntos de servidores, estaciones de trabajo, computadoras personales, etcétera que constituyen sistemas de maquinaria propiedad del capital sobre los que actúan grupos más o menos grandes de trabajadores asalariados. La red de redes, la Web, es también un inmenso sistema de maquinaria, de carácter global, propiedad de los capitalistas, que es atendido por una multitud de trabajadores asalariados; como basamento de la Web se encuentra una enorme infraestructura de comunicación, también global, completamente maquinizada, que es operada por masas de trabajadores asalariados. En todos estos casos la relación entre los capitalistas y los trabajadores de las redes y de su infraestructura es de explotación, es decir, se basa en la exacción por el capital de trabajo excedente de los asalariados. El método general que hemos empleado en nuestra investigación es el que desarrolla Guillermo Federico Hegel en su Lógica, en las secciones “La doctrina del ser” y “La doctrina de la esencia”, y es el mismo que utilizó Marx en sus investigaciones y producciones teóricas, en primer lugar en El Capital. Parafraseando a Hegel, diremos que no hay nada, ni en el cielo ni en la tierra, que no esté compuesto por contrarios. La consideración del régimen capitalista como un nudo de contradicciones y su estudio a partir de esta asunción, constituyen exigencias científicas inexcusables para poder encontrar la verdad de este régimen social. I La teoría de la contradicción. El punto de partida teórico para el estudio de las crisis es la determinación de los elementos que en ellas intervienen como los polos de una contradicción. Explica Marx que la posibilidad de las crisis del régimen capitalista se encuentra ya en la naturaleza misma de la mercancía y en el proceso de su intercambio. La mercancía es una unidad de características antitéticas. La producción capitalista es un proceso antagónico entre el capital y el trabajo y entre la producción de plusvalía absoluta y relativa. La producción de plusvalía y la acumulación son los extremos de una contradicción. La acumulación de capital asume las formas contrarias de acumulación con cambios en la composición orgánica y acumulación sin cambios en la composición orgánica. En el proceso de circulación, el capital industrial recorre movimientos antitéticos y adquiere funciones también contradictorias. El capital global se sustantiva en las esferas de negocios específicos que son el capital bancario, el capital industrial y el capital mercantil, los cuales son también antagónicos. El capital bancario se contrapone al capital comercial e industrial. Los dos grandes procesos sociales del régimen capitalista son la producción y el consumo; ellos integran también una contradicción. El capital social se escinde en dos grupos fundamentales: el sector I, que produce medios de producción, y el sector II, que produce bienes de consumo; estas dos ramas son también los polos de una contradicción. El movimiento total del capital se realiza teniendo como eje del mismo la existencia de una tasa media de ganancia; ésta rige las relaciones entre la oferta y la demanda globales, la acumulación con alta composición orgánica y la acumulación con baja composición orgánica, la acumulación y desacumulación de capital y la expansión de la producción y la valorización; cada una de estas relaciones son los extremos de una contradicción. El sistema internacional del capitalismo se compone de grupos de países que forman unidades de contrarios: países capitalistas que producen medios de producción de tecnología moderna, la misma tecnología de punta, servicios financieros complejos, bienes de consumo sofisticados, etcétera; naciones que producen materias primas, energéticos, alimentos, etcétera; otras más que producen manufacturas de diverso tipo, en gran medida bienes de consumo. Las relaciones entre los distintos grupos de países son las de los extremos de una contradicción. En un trabajo publicado por el CESC Robledo Esparza, Gabriel, La Lógica de Hegel y el Marxismo, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008 se ha reivindicado la Lógica de Hegel como el instrumento cognoscitivo por excelencia del marxismo. En su obra cumbre, Hegel desarrolla la naturaleza de la contradicción. La contradicción de los polos consiste en que forman una unidad en la cual son independientes entre sí y se excluyen porque cada uno contiene en sí mismo al otro. Lo positivo es la absoluta contradicción. Al poner la identidad consigo mismo por medio de la exclusión de lo negativo se convierte a sí mismo en negativo. Al excluir lo negativo éste queda libre y es exclusivo también. Lo negativo excluye a lo positivo; lo pone como su otro que lo excluye. Por lo tanto lo engendra como su otro. Lo negativo es la absoluta contradicción. Lo negativo excluye a lo positivo y se convierte a sí mismo en positivo. Al excluir a lo positivo éste es independiente y excluye de sí a lo negativo. Al excluir a lo negativo lo pone como su otro que lo excluye. Por lo tanto lo engendra como su otro. La absoluta contradicción de lo negativo es al mismo tiempo la absoluta contradicción de lo positivo. La esencia es la contradicción absoluta. Es la unidad de los polos independientes en donde ellos se excluyen mutuamente porque cada uno tiene al otro en sí mismo y se convierte en el otro de sí mismo. En esta mutua exclusión se engendran mutuamente como su otro exterior. La contradicción entre los polos positivo y negativo es absoluta porque cada uno de ellos además de contener a su contrario en su interior se convierte en él constantemente y de esta manera se refuerza su independencia del otro. Al excluirse mutuamente se engendran mutuamente como dos polos absolutamente independientes. La esencia es la contradicción solucionada. Al excluirse mutuamente y engendrar a su otro fuera de sí mismos a través de su propia conversión en su otro, los polos positivo y negativo se eliminan a sí mismos, cada uno se transfiere en sí mismo a su contrario. Cada uno se elimina en sí mismo y se engendra a sí mismo en su otro. Esta es la contradicción solucionada: en su mutuo excluir los polos se engendran como otros; pero al mismo tiempo, en ese mutuo excluir que es un engendrarse como otros, se engendran a sí mismos en su otro. La contradicción absoluta se soluciona porque al excluirse los polos como absolutamente independientes se engendran a sí mismos en su contrario. La independencia se trueca en su mutua complementación. Robledo Esparza, Gabriel, obra citada, pp. 226-227 El régimen capitalista está estructurado por varias contradicciones que se desarrollan conforme al modelo que hemos estudiado en el punto anterior. No consideraremos ahora la contradicción fundamental entre capital y trabajo; por el momento solamente atenderemos a las que se presentan en el proceso de circulación de las mercancías y del capital y en el movimiento del capital en su conjunto. Esas contradicciones a que nos referimos discurren de la misma manera en que hemos visto desenvolverse a los contrarios en el modelo general de la contradicción. Las relaciones de los polos pasan alternativamente por las fases de planteamiento de la contradicción y solución de la misma y este movimiento entre ellos se resuelve en el paso a etapas superiores de existencia del régimen capitalista. II La cuota de ganancia, vehículo de las crisis En el régimen capitalista existe una cuota general de ganancia que rige para todas las ramas industriales. Cuando la cuota de ganancia de unas ramas sube a un nivel muy superior al de la media (por una demanda inusitadamente alta) los capitales fluyen hacia ellas y hacen que se incremente la producción de esa mercancía, baje su precio y se reduzca la cuota de ganancia, hasta volver al punto de donde partió. Cuando la cuota de ganancia baja a un nivel inferior al de la media (por un exceso de oferta de la mercancía o una reducción de la demanda) los capitales se retiran de ellas con lo cual se reduce la producción y se eleva así la cuota de ganancia, que se acerca al nivel medio. La cuota media de ganancia existe como el centro en torno al cual giran las cuotas de ganancia de las distintas ramas industriales. Se impone como el resultado del constante movimiento de compensación entre ambos extremos (cuotas altas y cuotas bajas de ganancia) y existe realmente como tal cuando coincide con la cuota de ganancia de los capitales que tienen las condiciones medias. Los movimientos en las cuotas de ganancia que giran en torno a la cuota media de ganancia permiten la realización del movimiento global del capital: producción de la cantidad socialmente necesaria de una mercancía a través de los movimientos de la oferta y la demanda. El móvil último de los capitalistas individuales y del régimen capitalista como un todo es el incremento constante de la ganancia (plus trabajo obrero). De acuerdo con esta exigencia imperiosa del régimen económico, el capital, como sustancia con vida propia, se desplaza entre las distintas industrias, ramas industriales y sectores económicos en busca de la cuota más alta de ganancia. En este movimiento, actúa sobre las contradicciones que hemos estudiado y potencia en una forma extraordinaria las desproporciones y disyunciones entre sus polos, con lo que da lugar a que éstas alcancen una magnitud enorme, y luego, a que la unidad y continuidad se restituyan mediante una violenta tempestad económica. Marx ha considerado, en relación con la cuota de ganancia, tres contradicciones que en su desenvolvimiento llevan al régimen capitalista a estadios superiores de su existencia a través de fases de una relativamente tranquila implicación de sus polos y etapas de crisis más o menos violentas, en las cuales los contrarios se niegan absolutamente. La primera contradicción es entre producción y consumo. La cuota de ganancia actúa como medio para adecuar la producción al consumo de acuerdo con las exigencias del desenvolvimiento del régimen capitalista de producción en la etapa específica de su existencia en que se encuentre. La segunda contradicción es entre la tendencia al descenso de la cuota de ganancia y los factores que la contrarrestan, o, lo que es lo mismo, entre la acumulación con una composición orgánica en ascenso y la acumulación con una composición orgánica descendente. Por último, está la contradicción entre la expansión de la producción y la valorización, que es la contradicción superior del régimen capitalista de producción. Las contradicciones señaladas se desenvuelven, bajo la égida de la cuota de ganancia, primeramente en una forma fluida; es la contradicción solucionada. Al paso del tiempo, uno de los contrarios crece más que el otro y, por último, se incrementa desbocadamente, superando y negando a su complemento; es la contradicción absoluta. La producción sobrepasa en una gran medida al consumo, la acumulación con cambios en la composición orgánica a la acumulación sin cambios y la expansión de la producción a la valorización del capital. Esta desproporción mayúscula entre los contrarios, inherente al régimen capitalista de producción, es la causa de las crisis cíclicas que van desde las que tienen un campo de acción reducido (a una rama de la producción, por ejemplo) hasta aquellas que estremecen a toda la estructura económica. La crisis se caracteriza por una reducción de los precios, un descenso en las ventas, una disminución decisiva de los ingresos de las empresas y países productores, un descenso drástico y después la evaporación de las ganancias e incluso del capital y una paralización del ciclo del capital por la cual el capital-mercancías no se convierte en capital-dinero ni este en capital-productivo y que lleva necesariamente a la quiebra del sistema financiero, del comercio y de la industria. Al final de la crisis la cuota de ganancia de esa industria, rama o sector ha descendido a su mínimo nivel o incluso la ganancia ha desaparecido y se presenta una desacumulación de capital. Desde este punto se inicia el proceso por el cual, una vez que se ha destruido, simple y llanamente, una buena cantidad de capital (trabajo obrero acumulado), remontan los precios de las mercancías, suben las ganancias, se incrementa la inversión, se eleva nuevamente la producción, etcétera, hasta que se alcanza de nuevo el nivel medio que prevalece en la economía. Este movimiento del capital, que lleva a la economía hasta el paroxismo de la acumulación desenfrenada para después hundirla en las simas oscuras y profundas de la crisis, es el movimiento de una sustancia con vida propia, sobre la cual los individuos no tienen ningún control y a quienes, por el contrario, arrastra detrás de sí con una fuerza irresistible; de ahí entonces la profunda ingenuidad de quienes pretenden desarrollar una política, cualquiera que esta sea, para evitar el estallido de las crisis o revertir su curso cuando ya han empezado su acción devastadora. De qué manera la sustancia económica posee una potencia arrolladora e incontrastable, se pone en evidencia cuando sus presuntos conductores intentan acciones contrarias al sentido en que aquella se desplaza. La crisis financiera internacional que se ha desarrollado desde mediados de 2008 también nos ha dado un enorme catálogo de acciones presuntamente preventivas o correctivas de los descalabros económicos, realizadas por los mismos países sujetos a los furores de la crisis global o por los organismos internacionales encargados de las finanzas internacionales (FMI, BM, etcétera), que fatalmente produjeron los resultados contrarios a los esperados y sirvieron de combustible para alimentar la alta incandescencia de la conflagración económica. Las crisis se pueden catalogar, de acuerdo con la argumentación de Marx, de la siguiente manera: 1) Crisis que resultan del movimiento normal de adecuación de la oferta y la demanda en una o varias ramas de la producción interna o global y en los sectores fundamentales de la industria nacional o internacional. 2) Crisis nacionales o globales que tienen su origen en la relación entre la fase de acumulación con una composición orgánica del capital alta y la de una acumulación con una composición orgánica baja, o lo que no es sino lo mismo, entre la fase en la que predomina la tendencia al descenso de la cuota de ganancia y aquella en la que se imponen los factores que la contrarrestan; en última instancia también se resuelven en una disyunción entre la producción y el consumo. 3) Crisis nacionales o globales que se suscitan cuando la oposición entre la expansión de la producción y la valorización llega al punto en el cual el descenso de la cuota de ganancia no puede ser compensado ya por el incremento de su masa, es decir, cuando hay una sobreproducción de capital. La crisis mundiales de 1927 y 2008 pertenecen a esta última categoría; son crisis generales del sistema capitalista. III El capital bancario y las crisis. La sustantivación del capital-dinero como capital-bancario completa la obra del proceso de formación y funcionamiento de una tasa media de ganancia en el régimen capitalista. La necesaria disyunción entre producción y consumo, que es inherente al régimen de producción capitalista, deriva también ineluctablemente en una desproporción mayúscula entre producción y consumo. La tasa de ganancia que se eleva sobre el nivel medio es la guía que conduce al capital hacia las ramas en las que existe un exceso de demanda o una oferta reducida de un bien o un conjunto de bienes que son estratégicamente necesarios para el capitalismo en una fase específica de su desarrollo (petróleo, manufacturas de exportación, viviendas); la tasa de ganancia mucho más alta que la media lleva atrae de una manera irresistible al capital-dinero que concentran los banqueros, el cual se traslada, primero en pequeñas cantidades y después en volúmenes inmensos, a las ramas que la cuota de ganancia ha convertido en privilegiadas. Este movimiento del capital sustantivado incrementa en una medida gigantesca la capacidad instalada de la rama o sector de que se trata y eleva la producción a niveles altísimos, muy por encima de la demanda, que permanece estacionaria o crece a un ritmo mucho menor. Los banqueros, verdaderamente poseídos por ese demonio interior que es el hambre insaciable de ganancia y dueños del mecanismo por el que el capital se convierte en una sustancia que pare dinero, olvidan completamente sus propósitos iniciales (es decir, desarrollar aquella rama que presenta atractivas ganancias) y se dedican en cuerpo y alma al fraude y a la especulación, es decir, a financiar industrias inexistentes, apostar a la Bolsa y al tipo de cambio, etcétera. La superproducción que ha traído consigo la inversión desenfrenada colma en exceso los mercados hasta el punto en el cual los precios inician un movimiento descendente. Los ingresos menguan, los créditos se tornan incobrables, las empresas quiebran y los bancos sufren rudos quebrantos. Al final del ciclo el sistema financiero se derrumba y es necesario que alguien venga a su rescate. Como precisamente el sistema bancario es el que está en el proscenio, el prejuicio popular señala a los banqueros como los causantes, por su avidez, de la catástrofe económica. Todo este movimiento del capital sustantivado tiene su causa en la naturaleza esencial del régimen de producción capitalista; no es algo accidental o que obedezca a errores que se cometen en la conducción de la economía o a la perversión de sus actores; es el proceso ineluctable de una sustancia con vida propia. A la estructura y funciones tradicionales del capital bancario se han agregado recientemente otras nuevas entidades, como los fondos de inversión, los fondos de pensiones, los hedge funds, etcétera, nuevos instrumentos crediticios como los Mortgage Backed Securities (Títulos garantizados con hipotecas), Asset Backed Securities (Títulos garantizados con activos), Collateralized Debt Obligations (Títulos garantizados con deuda) y Credit Default Swaps (Garantías en caso de incumplimiento de deuda) y nuevos procesos crediticios como el arbitraje y la securitización, fundamento ésta última de todas estas novedades en el campo de las finanzas y que consiste en la reunión de los créditos (hipotecarios, automotrices, tarjetas de crédito, etcétera) en grandes conjuntos y la emisión de un título que los represente y mediante el cual pueden ser fácilmente negociados y tener una circulación más amplia y más rápida. Estas entidades, instrumentos y procesos crediticios son también factores del capital por medio de los cuales se realiza su movimiento global que tiene como núcleo la explotación del trabajo asalariado y la depauperación absoluta de los trabajadores, la anulación decisiva de su naturaleza humana. IV Crisis y revolución La dialéctica que aquí hemos expuesto de las contradicciones del régimen de producción capitalista nos lo muestra en un proceso de desarrollo económico que transcurre alternativamente entre la relativa tranquilidad y la violencia tempestuosa de la crisis. Al final de cada ciclo, que comprende las dos fases mencionadas, el régimen capitalista ha dado un paso adelante y desde esta cima inicia una nueva etapa que, a través de ese movimiento contrapuesto, lo eleva a un punto más alto de su existencia, y así sucesivamente. La contradicción principal del régimen capitalista, la que existe entre la burguesía y el proletariado, madura en esta sucesión de fases, primero como el fundamento positivo del régimen y luego, mediante la producción de sus elementos negativos, en su carácter de fundamento negativo del mismo, el cual exacerba su negatividad hasta que provoca la subversión del capitalismo por la clase obrera con el fin de establecer el socialismo. La exasperación de la negatividad de la contradicción principal del régimen capitalista es el resultado del movimiento total del capital y no sólo del de una de sus fases. La revolución proletaria es, por tanto, el desenlace necesario del propio ciclo total del capital. V Nacimiento del capitalismo de consumo A partir de la década de 1980 la industria productora de bienes de consumo tiene a escala global una transformación radical. Empieza su desarrollo desenfrenado. El volumen de mercancías que produce, y a las cuales debe darles salida, aumenta exponencialmente y aún así le queda una gran capacidad financiera que pugna por aplicarse a la ampliación de sus instalaciones o al desarrollo de nuevas ramas productivas. Para lograr la realización de esa ingente cantidad de bienes de consumo y la apertura del mercado para su capacidad productiva potencial, primero tiene que desarrollar algunos sectores estratégicos. Constituye, como ramas específicas de su sector, las industrias del desarrollo de productos, del mercadeo (mercadotecnia) y de la publicidad, cuya finalidad es ampliar en una gran medida la diversidad de los bienes de consumo, presentarlos persuasivamente a los consumidores y establecer los canales para su venta. Igualmente, crea nuevas ramas productivas o desarrolla otras que en la fase anterior vegetaban perdidas en el interior del aparato productivo. Tal es el caso de las industrias del entretenimiento, arte, cultura, alcohol, drogas, turismo, belleza, sexo, pornografía, prostitución, moda, deporte, salud, educación, comunicación, información, etcétera, las cuales proporcionan una amplísima variedad y una enorme cantidad de bienes y servicios de consumo. Da un gran impulso a las ramas tradicionales de la industria productora de bienes duraderos y no duraderos de consumo, tales como las de alimentos, electrodomésticos, artículos electrónicos, automóviles, viviendas, etcétera. También se forma una rama específica de la banca que se dedica al financiamiento del consumo masivo, a la par que el mismo capital comercial incursiona en el terreno del crédito al consumo de sus mercancías. Por otra parte, en las industrias productoras de medios de producción y de tecnología se imponen una profunda transformación para adaptarlas a las necesidades imperiosas de las industrias productoras de bienes de consumo y la conversión de la investigación tecnológica y científica en toda una industria, la industria del conocimiento. VI La sociedad de consumo y el individuo El destinatario de esta gran evolución de la industria productora de bienes de consumo es el individuo consumidor. En el régimen de la propiedad privada se da necesariamente el proceso de constitución, desenvolvimiento y apoteosis, en el capitalismo, del individuo que es la negación de la naturaleza colectiva de la especie y, por tanto, de la esencia natural del hombre. (Ver: Robledo Esparza, Gabriel, Proceso de individuación en el régimen de propiedad privada, Cuadernos de Materialismo Histórico, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009.) En la fase superior del régimen capitalista el trabajador ha adquirido la propiedad privada plena sobre sí mismo. Con este carácter se enfrenta al voluminoso mundo de bienes y servicios que el moderno capitalismo de consumo coloca ante él. En primera instancia, los trabajadores, acuciados por ese enorme cúmulo de satisfactores, llevan hasta sus últimas consecuencias las transformaciones que en su fisiología y en su psique produce la propiedad privada; el trabajador, excitado por esa monstruosa acumulación de cosas, procede, bajo su propia dirección, a manipular su sensoreidad para desarrollar nuevos procesos orgánicos -fisiológicos y psíquicos- (necesidades y su satisfacción) que correspondan a la plétora de bienes que la sociedad de consumo seductoramente le presenta. Estas nuevas necesidades tienen las siguientes características específicas: -En ellas se ha sustituido definitivamente el mecanismo insatisfacción-satisfacción, que primitivamente funcionaba para la integración de la corporeidad del individuo mediante la satisfacción de sus necesidades, por el de displacer-placer. La necesidad no tiene ya ningún nexo con la constitución, conservación o reconstitución biológica del individuo, pues sólo es un medio para desarrollar una sensación exacerbada de insatisfacción que debe ser apaciguada con una sensación exacerbada de placer que se obtiene con la asimilación del objeto. -Las sensaciones exacerbadas de insatisfacción y satisfacción traen consigo el funcionamiento desmandado de los procesos sensoriales y psíquicos implicados y, por tanto, el desgaste acelerado de los mismos y de los órganos en los que residen. -Esa actividad desbordada y el rápido deterioro de los procesos orgánicos y los órganos involucrados se traducen necesariamente en su descomposición irreversible. -La integración armónica de órganos y procesos se trueca en el descoyuntamiento de los mismos, lo que resulta en un monstruoso desarrollo autónomo de sus elementos. -La sociedad de consumo ofrece una variedad y una cantidad inagotables de satisfactores, por lo que en el individuo consumidor se genera una multitud de situaciones de insatisfacción exasperada, las que a fin de cuentas integran una sola sensación magnificada de insatisfacción (displacer) que crece desmesuradamente, tanto con su parcial aplacamiento por la satisfacción de una necesidad aislada, lo que sólo es el punto de apoyo para una necesidad mayor, como por la imposibilidad de satisfacer una, varias, o una gran parte de las necesidades. -La sociedad de consumo ofrece la posibilidad de que una gran cantidad de las mercancías que produce sean consumidas por el individuo; éste ejerce, por tanto, una infinidad de acciones de satisfacción enardecida por las cuales asimila los objetos exteriores. Las acciones mencionadas se consolidan en una sola situación interminable de satisfacción exaltada, de goce placentero. -Cada satisfacción placentera trae consigo un embotamiento de la sensoreidad del individuo, por lo que exige una exacerbación mayor de la sensación de insatisfacción y una satisfacción que proporcione un placer redoblado. Y así sucesivamente. -El individuo de la sociedad capitalista vive en una situación permanente de insatisfacción y satisfacción crecientemente exacerbadas (displacer-placer) que proporciona un gigantesco impulso al desgaste y descomposición de su organismo. -El mundo de los bienes de consumo tiene una naturaleza francamente libidinal, lo mismo que los individuos que los consumen. -El consumo es, en la fase superior de la sociedad capitalista, un tipo de orgasmo colectivo sin solución de continuidad, que es el clímax de una excitación displacentera igualmente permanente. -El desgaste, deterioro, alteración y descomposición de los procesos orgánicos y órganos que intervienen en la satisfacción de las necesidades que crea la sociedad de consumo llevan a su culminación el movimiento de la propiedad privada por el que se produce la anulación de las características biológicas de la especie y con ello la de la esencia natural del hombre. -Este mecanismo descrito se establece como el modo general a través del cual se satisfacen todas las necesidades de los individuos en la sociedad capitalista moderna, incluidas las necesidades elementales por medio de las que se conserva y reconstituye la corporeidad de los trabajadores. Esto quiere decir que los obreros que se encuentran en los niveles salariales más bajos y los que forman el ejército industrial de reserva, así como los grupos sociales marginales –los migrantes y las minorías étnicas en los países desarrollados, los indios americanos, las tribus africanas, etcétera-, están sujetos, aún en la satisfacción de sus reducidísimas y toscas necesidades, al engranaje de ese dispositivo destructor de la naturaleza humana que es la forma específica desarrollada por la sociedad de consumo de determinación y satisfacción de las necesidades individuales. En lo que antecede hemos considerado la relación existente entre el mundo de bienes de consumo que incita el deseo de los trabajadores y el mecanismo de colmar la necesidad inducida, el cual se basa en la exacerbación de las sensaciones correspondientes de satisfacción e insatisfacción. Pudimos apreciar las funciones que desempeñan la burguesía y el proletariado: aquella aguijonea el apetito de los trabajadores y éstos especulan con sus procesos orgánicos para excitar su sensoreidad. Cuando esta relación llega a su apogeo, engendra otra que tiene un contenido más radical. El régimen capitalista ofrece como bienes de consumo y los individuos trabajadores las asimilan como tales, sustancias que producen directamente, en el sistema nervioso, mediante reacciones bioquímicas, las exacerbadas sensaciones de satisfacción e insatisfacción. Lo característico es que esas sustancias (alcohol, nicotina, morfina, cocaína, opio, anfetamina o speed, seudoefedrina, éxtasis, cánnabis (marihuana y hashish), inhalantes, etcétera) no impresionan primero, como los otros bienes de consumo, ni los sentidos ni la psique de los sujetos, sino que actúan inmediatamente, como tales sustancias, en los centros nerviosos, en donde provocan la excitación de las sensaciones. Es evidente que esta forma superior del consumo se traduce necesariamente en un mayor y más decisivo desgaste de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, en una aniquilación más contundente de su naturaleza humana. Existe una relación necesaria de mutuo engendramiento entre ambas formas del consumo. El consumo masivo de bienes y servicios lleva necesariamente al consumo masivo de narcóticos, y éste es, por su parte, soporte, apoyo y generador del consumo masivo de mercancías. La producción y comercialización de los narcóticos, el narcotráfico, es una rama necesaria y legítima del régimen capitalista moderno. VII El capitalismo de consumo y la esclavitud asalariada El capitalismo de consumo somete a los trabajadores a una forma de esclavitud que se añade a la esclavitud originaria por la cual los obreros están sujetos con cadenas indestructibles al capital porque para poder vivir tienen forzosamente que vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. La sujeción a que somete el capitalismo de consumo a los trabajadores tiene dos aspectos. En el primero de ellos se trata de la acción por la cual los capitalistas y su cohorte de ideólogos, artistas, propagandistas, publicistas, diseñadores, etcétera, presentan a los trabajadores las mercancías de consumo con una carga abrumadoramente libidinal (no necesariamente erótica), que suscita en ellos un deseo enardecido de consumirlas, una compulsión absolutamente incontrolable. Para satisfacer esa exaltada necesidad deben vender su fuerza de trabajo a los capitalistas, pues sólo así obtendrán los medios necesarios para adquirir los bienes que apaciguarán su excitada sensoreidad. En el segundo aspecto, el capital bancario y el capital comercial crean una nueva rama de negocios que tiene por objeto financiar el consumo de los trabajadores, el crédito al consumo. El adelanto de medios de pago a los obreros para que se procuren un sinfín de satisfactores, por un lado constituye una atadura de por vida del trabajador al capital bancario y comercial (en la reciente crisis financiera internacional se puso al desnudo que, por ejemplo en Estados Unidos, los bancos concedieron créditos hipotecarios a pagar hasta en 40 años, con lo cual del inmueble únicamente se transmite en realidad un usufructo precario y la propiedad sólo excepcionalmente, cuando el trabajador, ya en edad provecta, termina de hacer sus pagos) y por otro, representa un reforzamiento de la sumisión originaria que ejerce el capital en el proceso productivo, pues el trabajador, para cumplir con los inagotables compromisos que asume con la banca y el comercio, no tiene más opciones que trabajar continuamente para los capitalistas y obtener más ingresos mediante la extensión y la intensificación del trabajo, lo que a su vez hace aumentar la plusvalía que los obreros producen y que el capital se apropia sin retribución; igualmente, la extensión e intensificación del trabajo que esta situación trae consigo tiene como efecto un incremento en gran medida de la depauperación de los trabajadores. El capital bancario y el capital comercial, en esta su nueva faceta, perfeccionan hasta el virtuosismo una doble actitud: por un lado, halagan persuasivamente al individuo trabajador para lograr que se incorpore a la “modernidad” mediante la adquisición indiscriminada de múltiples créditos al consumo, y por el otro, lo someten a vejaciones, abusos, atosigamiento, molestias, violencia moral, cargos por moratoria y por gastos de cobranza, etcétera, con el fin de obligarlo a hacer sus pagos oportunamente y, por último, cuando, lo que es muy común, no puede seguir cubriéndolos, lo despojan sin contemplaciones del bien objeto del crédito y de la parte de su patrimonio que sea suficiente para saldar una deuda que para entonces ya ha alcanzado montos colosales. Los trabajadores se ven entonces sujetos a los efectos devastadores en sus cuerpos y sus mentes de dos sentimientos contradictorios: por un lado, la euforia que el consumo facilitado por el crédito les provoca, y por el otro, la angustia que los aflige ante el peligro que sobre ellos se cierne de ser despojados de su patrimonio si no se realizan los pagos pactados y la severa depresión en que se hunden cuando esa amenaza se cumple. VIII El capitalismo de consumo y la explotación del trabajador La explotación del trabajador completa, en la sociedad capitalista de consumo, la totalidad de su naturaleza. Es, en primera instancia, la explotación que realiza el capital productivo en el proceso capitalista de producción y que se caracteriza por la absorción de trabajo excedente de los obreros por el capital; es, en segundo término, la que efectúan el capital comercial y el capital bancario a través de la realización masiva de los bienes de consumo y que en los parágrafos anteriores acabamos de detallar. El consumo es, en la moderna sociedad capitalista, el eslabón que cierra constrictivamente la cadena de la explotación de los trabajadores por el capital. En el proceso productivo, a través de las formas de producción de plusvalía (absoluta y relativa) y de la acumulación de capital, y en el consumo masivo, por medio de la exacerbación de las necesidades individuales, la depauperación de los trabajadores se sitúa en su nivel más alto que consiste en el desgaste desmedido y la descomposición absoluta de todos sus órganos y procesos orgánicos, la disolución definitiva de la colectividad y el establecimiento categórico del individuo como propietario privado de sí mismo; esto es, la miseria que se caracteriza por la absoluta anulación de la naturaleza esencial de la especie humana. La producción y el consumo se engendran mutuamente; en esta recíproca procreación dan lugar a un progresivo y acelerado agravamiento de la depauperación de los trabajadores. IX El capitalismo de consumo y la producción de mercancías Los bienes y servicios de consumo que se producen en la sociedad capitalista moderna son mercancías; con ese carácter, poseen todas las características generales que Marx descubrió mediante el análisis que de ellas hizo en el primer tomo de El Capital. (Ver: Robledo Esparza, Gabriel, Capitalismo moderno y revolución, tomo II, segunda parte, “La esencia de la teoría marxista del valor”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008) En su inmensa mayoría son producto de la actividad desarrollada por trabajadores asalariados al servicio de empresarios capitalistas, es decir, el resultado de procesos de producción capitalistas. Son, por tanto, sustantivaciones de fuerza de trabajo extraída a los obreros en la actividad productiva que tiene como núcleo fundamental la anulación de las características humanas de los trabajadores; esa sustantivación de valor que les es ajena y causa de su deshumanización, al ser empleada como medio de consumo es, también, en ese carácter, agente de la anulación de la esencia natural-humana de los obreros. Por lo que hace al consumo, no hay una diferencia fundamental entre bienes y servicios; ambas formas que adoptan las mercancías en el régimen capitalista tienen las características esenciales que ya hemos puesto de relieve en todo lo anterior. X La maquinización de la producción y la sociedad de consumo La producción de las mercancías de consumo se realiza en su totalidad con métodos capitalistas. Las formas capitalistas de producción, dentro de las cuales se producen también los bienes y servicios de consumo, han tenido en la sociedad de consumo, en general, un desarrollo ascendente, tanto en su carácter de formas de aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores como en el de progenitoras de los elementos de la reapropiación de esa naturaleza sobre la alta base de la socialización de la producción. La racionalización y maquinización de la producción han ido en aumento. La cibernética La cibernética, disciplina que en los últimos 20 años ha tenido un impresionante desarrollo, reconoce como su núcleo esencial el análisis exhaustivo de los sistemas y los mecanismos productivos, en el que ha obtenido los siguientes resultados: a) En primer lugar, ha permitido que la vigilancia, el control, la comunicación y la retroalimentación de los sistemas y mecanismos que todavía se realizan manualmente por los trabajadores se puedan ejecutar con una mayor racionalidad, coordinación, organización y velocidad y que, por ende, tengan una productividad más alta; b) en segundo término, ha sido la base para un perfeccionamiento de los sistemas y los mecanismos existentes, con lo cual dota a sus procesos de una productividad más elevada; c) en tercer lugar, ha sido el punto de apoyo para el desarrollo de nuevos sistemas y mecanismos que incorporan los principios cibernéticos más adelantados de control, retroalimentación, racionalidad, comunicación, coordinación y organización y que son por tanto mucho más productivos; d) y en último lugar, pero de la mayor importancia, ha sido el acicate fundamental para la maquinización de las funciones de racionalización, coordinación, comunicación, organización, vigilancia, control y retroalimentación de los sistemas y mecanismos, es decir, para la invención y desarrollo de la máquina de máquinas, la computadora; e) la máquina cibernética por excelencia, la computadora, ha hecho posible la automatización más decisiva de los sistemas, procesos y máquinas. La computación es la disciplina que estudia y desarrolla los programas y las funciones que por medio de ellos realiza la computadora, el mecanismo específico que tiene como objeto la racionalización, coordinación, comunicación, organización, vigilancia, control y retroalimentación de los sistemas y mecanismos productivos. Su desenvolvimiento, impulsado por el de la cibernética, induce a su vez el de ésta; ambas se dan un mutuo empuje ascendente. A su vez, las dos estimulan la construcción de máquinas cibernéticas cada vez más poderosas, las cuales son un gran incentivo para un desarrollo más vasto de la cibernética y la computación. Pero la cibernética no reduce su campo de acción a los sistemas y mecanismos productivos, sino que lo extiende hasta los sistemas, procesos y mecanismos de la circulación de las mercancías, de la circulación del capital, del consumo, etcétera, a los cuales somete a sus principios, que cada vez más son funciones de máquinas (computadoras) que se perfeccionan aceleradamente. En la fase superior del capitalismo que es la sociedad de consumo obran en toda su extensión las leyes descubiertas por Carlos Marx y expresadas magistralmente en el tomo primero de El Capital. (Ver: Marx, Carlos, El Capital, Crítica de la Economía Política, Tomo I, Capítulo XIII, “Maquinaria y gran industria”, Versión del alemán por Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1964 y, también: Robledo Esparza, Gabriel, El desarrollo del capitalismo mexicano, Capítulo IV, “La producción de plusvalía relativa”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, 2007) Los trabajadores que utilizan los métodos y las máquinas cibernéticas son obreros asalariados que no poseen otra propiedad sino su fuerza de trabajo y necesariamente deben venderla al capitalista, quien es el propietario privado de los medios e instrumentos de producción (en este caso de los métodos y las máquinas cibernéticas) para obtener un salario que les permita adquirir los medios de subsistencia. Es decir, que se mantiene y se fortifica la relación de esclavizamiento del trabajo asalariado por el capital. Los productos del trabajo cibernético son mercancías; son materializaciones de la fuerza de trabajo de los obreros cuyo valor se mide, como el de cualquier otra mercancía, por la cantidad de fuerza de trabajo empleada en su producción y ésta, a su vez, por el gasto de músculos, nervios, cerebro, etcétera, de los trabajadores. Las mercancías producidas con los métodos cibernéticos son bienes o servicios materiales que han resultado de una relación material (física y/o mental) de los proletarios (individuos materiales) con los medios e instrumentos de producción (objetos materiales). (El “trabajo inmaterial” es una estulta invención de la intelectualidad pequeño burguesa; si seguimos su absurda línea de argumentación, tenemos que el “trabajo inmaterial”, cuando actúa sobre medios e instrumentos de producción también “inmateriales”, produce bienes “inmateriales”, es decir, la nada, que al actuar sobre la nada genera la nada. ¡No cabe duda que la intelectualidad pequeño burguesa ha conquistado el puesto más alto de la indigencia mental, de la cual, por otro lado, ya habían dado un revelador adelanto, en la segunda mitad del siglo pasado, la “nueva izquierda” y el marcusianismo!) Las funciones cibernéticas (cada vez más maquinizadas) de perfeccionamiento de los sistemas, procesos y mecanismos de la producción, de la circulación de las mercancías y del capital y del consumo son, en principio, formas de producción de plusvalía relativa empleadas por el capital para incrementar sus ganancias. Por medio de ellas, al hacer crecer la productividad, se reduce el tiempo de trabajo necesario de los trabajadores y se amplía el tiempo de trabajo excedente; por lo mismo, se dilata el volumen del plusvalor que se apropian los capitalistas sin retribución. También, son medios de elevar la productividad en aquellos sectores en los que no se produce plusvalía, como el comercio y la banca, y en los que, por tanto, cualquier aumento del rendimiento del trabajo se traduce en costos menores que en la misma medida hacen mayor la masa de la plusvalía producida por el capital productivo que los capitalistas de las ramas económicas improductivas se apropian. Igualmente, son métodos para acelerar el consumo y, en consecuencia, de engrosar el volumen de la plusvalía que los capitalistas de este sector obtienen con la realización de sus mercancías. Las funciones cibernéticas que se perfeccionan y se incorporan a una máquina fueron originariamente capacidades de los trabajadores; posteriormente, el capital se las sustrajo y las convirtió en atributos de la máquina y con ello de sí mismo; con esto el trabajo del obrero ha alcanzado un grado mayor de abstracción y sus capacidades individuales se han acumulado en el instrumento socializado que es ahora propiedad del capital. El perfeccionamiento constante de los métodos y las máquina cibernéticas hace obligatoria la adaptación de la fisiología de los trabajadores (esto incluye la capacitación que debe dárseles sobre las modernas tecnologías) a los sistemas, procesos y máquinas, que son los que tienen ahora a los obreros como una extensión suya y los someten a las exigencias imperiosas (funcionamiento constantemente acelerado) que les impone la necesidad del capital de producir y acumular plusvalía en volúmenes cada vez mayores. El trabajo que los obreros desarrollan cuando utilizan los métodos y las máquinas cibernéticas tiene todas las características que Marx atribuye al trabajo capitalista: se realiza forzadamente, bajo la violencia física y moral de los capitalistas, tiene como base la separación absoluta entre trabajo y capital, implica la producción, con los métodos de producción de plusvalía absoluta y relativa, de cantidades incesantemente incrementadas de plusvalía, de trabajo obrero no remunerado; “todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan a expensas del obrero individual; todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de la explotación y esclavizamiento del productor, mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las condiciones en las cuales trabajan; los someten, durante la ejecución de su trabajo al despotismo más odioso y más mezquino; convierte todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital… Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, es acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral.” Marx, Carlos, El Capital, t. I, Versión del alemán de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, Tercera Edición, 1964, pp. 546-547 Marx, Carlos, op. Cit., t. I, pp. 546-547. La plusvalía que los capitalistas obtienen del trabajo asalariado que utiliza los métodos y las máquinas cibernéticas, en la parte que no es gastado como renta, se acumula y es utilizado para ampliar la producción, es decir, contratar más obreros y comprar tecnología y máquinas o para, sin aumentar el número de trabajadores, adquirir medios e instrumentos de producción más modernos; la masa de plusvalía que se produce y que hacen suya los capitalistas agranda su monto en una medida enorme. Los gigantescos volúmenes de plusvalía que se producen mediante el trabajo que utiliza los métodos y las máquinas cibernéticas se acumulan y se reinicia el ciclo en una escala ampliada; con esto se fortalecen la violencia del capital sobre el trabajo y el esclavizamiento de éste a aquel, se ahonda la separación de ambos, se incrementan la explotación y la mutilación del obrero, se ratifica su condición de apéndice de la máquina y se priva de una manera más decisiva de contenido al trabajo, que así adelanta un paso más en su proceso de abstracción. Los obreros de estos sectores productivos se ven sujetos también a los procesos cíclicos del capital, por los cuales éste atrae y repele alternativamente obreros en cantidades masivas, de acuerdo con sus necesidades de acumulación y las condiciones impredecibles del mercado; de esta manera, tan pronto los llama a la órbita de la producción, en donde sufren por fuerza todas los males del trabajo capitalista, como los rechaza de la misma y los lanza a una situación de espantosa miseria, de hambre, enfermedades y muerte. Todas estas circunstancias que concurren en el trabajo cibernético producen necesariamente el desgaste, descomposición y degeneración de todos los órganos y funciones orgánicas de los trabajadores, al tiempo que fortalecen férreamente su individualidad; de esta manera, se niega radicalmente la naturaleza humana de los trabajadores, se anula su esencia natural humana. Pero al mismo tiempo que esa monstruosa negación de la esencia natural humana de los trabajadores, el trabajo cibernético produce los elementos de la reconstitución de la misma sobre una base más alta. En primer lugar, el individuo trabajador se encuentra aquí convertido absolutamente en fuerza abstracta de trabajo, sin ningún contenido (no posee ningún instrumento propio ni tiene una capacidad concreta determinada, únicamente la capacidad abstracta de servir al sistema de maquinaria), es un simple apéndice del instrumento maquinizado capitalista. En la medida en que la fuerza de trabajo cobra mayor abstracción sólo puede funcionar como trabajo cooperativo, cada vez más socializado En segundo término, las capacidades y facultades concretas del individuo se separan del mismo y se incorporan a un sistema de maquinaria, propiedad de los capitalistas, el cual adquiere una dinámica propia de movimiento por la cual se constituye como una masa de sistemas de maquinaria a la que ya sólo es posible utilizar mediante el trabajo abstracto socializado. El instrumento individual se ha transformado en un instrumento colectivo. Este grado supremo de abstracción de la fuerza de trabajo y la socialización que necesariamente la acompañan, son la forma adecuada bajo la cual los trabajadores pueden reivindicar la propiedad del sistema global de maquinaria, de la acumulación de fuerza de trabajo de los obreros que es el instrumento colectivo de la especie para la transformación de la naturaleza que detentan en propiedad privada los capitalistas. El trabajo cibernético tiene todas la características que Marx y sus seguidores atribuyeron al trabajo capitalista: en él se produce necesariamente el despojo de las capacidades de los trabajadores y la anulación creciente de su naturaleza humana, pero al mismo tiempo se crean los elementos de un régimen económico superior, el socialismo, en el cual el proletariado, como fuerza de trabajo colectiva, ha de reivindicar la propiedad del instrumento colectivo y proceder a la reconstitución de la naturaleza humana de los trabajadores. Las redes como sistemas de maquinaria En este punto, el elevado desarrollo, íntimamente interrelacionado, de la cibernética, la informática y la comunicación, da origen a las redes compuestas por servidores, terminales, estaciones de trabajo, computadoras personales, etcétera que son verdaderos sistemas de maquinaria. Este desenvolvimiento remata en la constitución de lo que es el primer sistema de maquinaria global, la Web, que virtualmente comprende todos los sistemas de maquinaria parciales, o sea, todos los servidores, terminales, estaciones de trabajo, computadoras personales, etcétera, del mundo y que es operada por un obrero colectivo de naturaleza global. La Web necesita para su cabal funcionamiento de un medio de comunicación global, lo que a su vez entraña el desarrollo de la industria de las telecomunicaciones. Como sustento de la Web se establece una infraestructura formada por una red global de medios de comunicación cuyas funciones son en su totalidad maquinizadas. Este sistema de telecomunicaciones es un sistema global de maquinaria cuyo objeto es, entre otros, la comunicación entre los sistemas de maquinaria que integran la Web y que también es manejada por un obrero colectivo de carácter global. Con la “red de redes” y la infraestructura que la sostiene, se ha alcanzado la consolidación mundial de un instrumento como un sistema global de maquinaria; en la fase superior del régimen capitalista se producen ya, de manera palpable, los elementos del régimen que ha de sucederlo, del socialismo: enormes sistemas de maquinaria, en el caso de la Web y de la infraestructura de comunicación ya de naturaleza global, y los obreros colectivos, también de naturaleza global, que son el germen de la unidad productiva global, esto es, de un sistema de maquinaria único a nivel mundial que debe constituir el instrumento colectivo del obrero colectivo que será la especie humana. (Ver: 1) Robledo Esparza Gabriel, Proceso de individuación en el régimen de propiedad privada, Cuadernos de Materialismo Histórico, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2009, pp. 149-153, 2) Autor citado, Capitalismo moderno y revolución, tomo I, Cap. II, parágrafo E) “Estructura de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844” y Capítulo III, parágrafo 5, “La industria moderna y la esencia natural humana”, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008, pp. 157-163 y180-185, 3) Ibídem, tomo III, Capítulo II, “Fases de la Evolución de la especie humana”, pp. 162-165). XI La nueva división internacional del trabajo. El superlativo desarrollo de la industria productora de bienes y servicios de consumo que se registró a partir de la década de los 80 del siglo pasado fomentó el establecimiento de una nueva división internacional del trabajo. En los países altamente desarrollados se produjo un cambio radical en su estructura industrial; su antigua planta productiva se transformó para adaptarse a las exigencias de la sociedad de consumo: con base en una modernísima tecnología, cuyo núcleo son, como hemos visto, los adelantos de la cibernética y otras ramas afines, la producción de medios de producción destinados a la industria de bienes de consumo y a la misma industria productora de bienes de producción recibió un impulso poderosísimo; la ciencia y la tecnología tuvieron un imponente adelanto que las condujo hasta niveles sorprendentes; la producción de bienes de consumo extremadamente sofisticados recibió un fortísimo empuje. Las empresas comerciales tuvieron también un cambio sustancial con el fin de adecuarse a las nuevas circunstancias del consumo masivo y en una significativa metamorfosis las empresas bancarias y financieras crearon nuevos y más complejos mecanismos crediticios, como los swaps y el crédito al consumo masivo, para financiar la transformación industrial, comercial y de consumo emprendida. Los países altamente desarrollados se especializaron en todas las nuevas funciones que hemos reseñado y al mismo tiempo promovieron en los países menos desarrollados la producción para la exportación de todas aquellas manufacturas, principalmente las de consumo, que antiguamente producía la industria metropolitana. La industria de los países de menor desarrollo experimentó también un cambio significativo: se convirtió en productora de manufacturas, una gran parte de las cuales son bienes de consumo, destinadas al mercado metropolitano, para lo cual realizó una conversión industrial que anulaba el anterior modelo de sustitución de importaciones. También estos países se especializan en estas nuevas tareas y se establece una nueva relación entre metrópolis y neocolonias. En esta nueva relación, los países desarrollados proporcionan a los de menor desarrollo bienes de producción, alta tecnología, recursos financieros, bienes de consumo sofisticados, etcétera y éstos a su vez proveen a las metrópolis de los productos tradicionales (alimentos, materias primas y energéticos) pero también, en un volumen creciente, de manufacturas de diversa índole, entre las que destacan los bienes y servicios de consumo. Los extremos de esta relación se dan un mutuo impulso ascendente. La constitución de la nueva estructura industrial, comercial y de servicios, tanto en metrópolis como en neocolonias, exigía el desmantelamiento total del modelo que había implantado la “sociedad del bienestar”, el cual tenía su base en un crecimiento modesto del consumo, siempre supeditado al de las ramas productoras de bienes de producción y bienes de consumo de lujo, descansaba en la amplia intervención del Estado en la economía, como regulador e incluso como productor, y mantenía el proteccionismo en las relaciones externas. Surgió entonces lo que se ha denominado el “neoliberalismo”, es decir, la doctrina económico-política que intentaba aniquilar el antiguo orden de cosas, para lo cual proponía la drástica reducción de la intervención del Estado en la economía, la desregulación y el libre comercio. Pertrechada con estas armas teórico-políticas, la oligarquía burguesa de todos los países, comandada por la de Estados Unidos, se lanzó de llenó al establecimiento de la nueva forma de organización económica. Como primer paso para lograrlo, conquistó el poder o atrajo a los representantes políticos de la burguesía media o nacionalista (vgr., en México, el Partido de la burguesía media o nacionalista, el PRI, fue secuestrado por su ala derecha y entregado a la oligarquía burguesa mexicana; tal es la significación que tiene el ascenso de Salinas de Gortari al poder y la salida del PRI de la corriente encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas) y desde ahí impuso sus directrices económico-políticas. En Metrópolis y neocolonias transformó radicalmente la antigua estructura industrial: obligó a los empresarios a reconvertir sus industrias para adecuarlas al nuevo modelo industrial (desde luego, aquellos que no lo hicieron, la gran mayoría, fueron sacados del mercado) y proporcionó un gran impulso a las nuevas ramas productivas que la sociedad de consumo había generado. Esta acción fue un golpe mortal para la fracción burguesa propietaria del sector industrial desplazado, pues significó su ruina económica; igualmente, tuvo como efecto inmediato el despido de cantidades masivas de trabajadores, que pasaron a engrosar el ejército industrial de reserva. Entregó a los empresarios privados las industrias estatales y los fondos de salud, de jubilación y de retiro de los trabajadores. Restringió a su mínima expresión los derechos laborales de los trabajadores. Formó asociaciones regionales de países entre los cuales se redujeron y en última instancia se eliminaron las protecciones arancelarias y de otros tipos y en general se negociaron acuerdos de libre comercio de la más diversa índole. Se empezó a formar un mercado global dentro del cual circulaban capitales y mercancías con una libertad casi absoluta. En último lugar en la enumeración, pero no en importancia, el año de 1989 se derrumbó el sistema de países del capitalismo sui generis en el que se habían convertido las naciones antiguamente socialistas; cierto es que como una de las vertientes de la llamada “guerra fría” la plutocracia burguesa internacional realizó una sistemática labor de socavamiento de la economía de esos países, pero el impulso principal de su derruimiento venía del interior mismo del sistema, por lo que su estrepitoso desplome fue una grata sorpresa, algo no esperado pero que la burguesía internacional recibió con gran beneplácito. XII La acumulación de capital en la sociedad de consumo Exultante, la burguesía internacional decretó, al derrumbe del “socialismo real”, el “fin de la historia” y procedió a inaugurar el reinado eterno del capital. Dentro de este marco, con una demanda que aumenta vertiginosamente, unos precios en rápido ascenso y una tasa de ganancia cada vez más alta, se inició, bajo el nuevo patrón industrial, un florecimiento acelerado de todas las industrias y del consumo masivo. En la economía de todos los países las empresas existentes registran un crecimiento impetuoso y se forman una cantidad astronómica de grandes, medianas y pequeñas empresas nuevas, que explotan las jóvenes ramas que la sociedad de consumo ha establecido. La producción y el consumo a ella agregado se acrecientan en una medida colosal y los mercados se expanden velozmente: las empresas forman, entre ellas mismas, un mercado que se dilata ininterrumpidamente y la masa salarial (no necesariamente el nivel de los salarios) y la de la plusvalía que los capitalistas de todos los tamaños gastan como renta, en ampliación constante, inducen el agrandamiento sin medida del mercado de bienes de consumo. Se instaura una feroz competencia entre todos los elementos de la moderna sociedad de consumo, presidida por los dos “valores” cardinales del capitalismo contemporáneo: la obtención a toda costa, en el menor tiempo posible, de la más alta tasa de ganancia y el logro del placer más extremado en el consumo de bienes y servicios. Lo que estos móviles tienen de característico es la potencia inconmensurable que adquieren en la sociedad de consumo, pues en ella se sacralizan literalmente la actividad empresarial, la ganancia irrestricta y el consumo placentero; en la “sociedad del bienestar” la actividad empresarial privada y el lucro inmoderado se detenían ante el dique que formaban las esferas productivas que pertenecían al capital estatal, la misma competencia estatal y la abrumadora regulación que el Estado ejercía en el terreno económico, y el consumo masivo encontraba un obstáculo insalvable en la férrea oposición que amplios sectores dominantes de la burguesía enfrentaban a la extensión ilimitada del principio del placer. Rotos los diques, superados los obstáculos y vencidas las oposiciones en una verdadera “guerra santa”, se asientan en la sociedad de consumo, con una fuerza avasalladora, poseídos de una violencia inaudita que ejercen en todos los frentes (económicos, políticos, militares, etcétera), los principios de la ganancia irrestricta y del placer exaltado. Este acrecentamiento de la producción y del consumo exige volúmenes mayúsculos de recursos para acumular. En las empresas industriales y de servicios la acumulación se realiza en un principio con sus propios medios. Ante el crecimiento inmoderado de la demanda y, por tanto, de los precios y las ganancias, las empresas, puestas ante el dilema de entrar a la vorágine de la búsqueda de ganancias sin límite o ser desplazadas por la competencia, tienen que recurrir, para ampliar su producción, a otras fuentes de capital. El paso obligado siguiente es la salida a Bolsa de las empresas. En los últimos 30 años, en todos los países del mundo, una enorme cantidad de empresas llevó a la Bolsa de Valores sus acciones y otros valores; en concordancia con ello, las Bolsas de Valores tuvieron en este lapso un desarrollo colosal: crecieron exponencialmente, diversificaron sus servicios, digitalizaron y mecanizaron sus funciones, etcétera; al parejo con ellas se hizo mayor el número de las Casas de Bolsa y, por lo mismo, el volumen del capital global destinado a la emisión, colocación y compra y venta de valores. El monto y la velocidad de circulación del capital se elevaron hasta altísimos niveles. En último término, pero de la mayor importancia, las empresas solicitan préstamos bancarios con la finalidad de ampliar su producción. En el período que consideramos, esta actividad del capital bancario se expandió de una manera portentosa: la cantidad y la rapidez de circulación del capital bancario de préstamo, así como la digitalización y la maquinización de las funciones de la banca registraron un aumento imponente. Los recursos para la realización de la superabundante cantidad de bienes de consumo provienen en primer lugar de las acrecidas masas de salarios y de plusvalía que se gasta como renta que ha generado la floreciente actividad económica. También tienen su origen en el trabajo extraordinario y más intenso que la sociedad de consumo obliga a realizar a los trabajadores con la finalidad de que obtengan mayores ingresos para adquirir bienes de consumo. Pero lo verdaderamente característico de la sociedad de consumo es el crédito al consumo. Las empresas comerciales y los bancos abren crédito a los trabajadores para que adquieran bienes de consumo de la más diversa índole (casa, automóvil, menaje de casa, electrodomésticos, electrónicos, vestido, viajes, diversión, alimentos, educación, salud, etcétera), los cuales pagarán, junto con altísimos intereses, a lo largo de su vida productiva e incluso más allá de la misma. Los obreros permanecen esclavizados de por vida a las exigencias del capital mercantil y bancario y a través de éstos al régimen capitalista en general. Los obreros hipotecan toda su vida al capital. El crédito al consumo, que prácticamente se extendió hacia todas las clases trabajadoras, se convirtió en una próspera rama de negocios del capital mercantil y del capital bancario. Otra fuente de recursos para la acumulación en la sociedad de consumo se encuentra en los fondos de seguridad social, de retiro y de jubilación de los trabajadores, los cuales fueron privatizados y utilizados para financiar a las empresas a través del mercado de valores. XIII La nueva estructura del sistema financiero internacional. Fue en la década de los años 80 del siglo XX cuando se inició el paso, en el régimen capitalista internacional, de la llamada “sociedad del bienestar” a la que se denomina “sociedad de consumo”. Conducido por sus leyes específicas, descubiertas y desarrolladas teóricamente por Carlos Marx, el régimen capitalista internacional entró en una nueva etapa de su existencia, en la que se produjo una verdadera revolución tecnológica que trajo consigo profundos cambios en la estructura y en los procesos industriales, comerciales y financieros del capitalismo mundial. Teniendo como punto de apoyo todas esas transformaciones señaladas, se inició una etapa de acumulación desbordada de capital a nivel global, con la consabida consecuencia de un gran incremento de la depauperación de todos los trabajadores del mundo. En la medida en que a escala internacional se daban todos los cambios que la nueva naturaleza de las fuerzas productivas capitalistas requería, el aparato productivo y comercial se convirtió en una enorme factoría en la que se producían y se hacían circular cantidades cada vez más grandes de plusvalía, las cuales, aunadas a la porción del capital variable que los trabajadores ahorraban, adquirían, en el proceso de circulación del capital, la forma del capital-dinero. El sistema bancario y financiero es el que se encarga de acopiar y concentrar el capital-dinero y de canalizarlo hacia la producción y el comercio con la finalidad de mantener y ampliar el proceso productivo capitalista; tiene la función de conducir el tránsito del capital-dinero a capital productivo y capital comercial y de reunirlo en sus arcas cuando el capital-mercancías se convierte en capital-dinero, y así sucesivamente. Las vastas innovaciones introducidas en la estructura productiva y de consumo de la “sociedad de consumo” implicaron también grandes cambios en el sistema bancario y financiero con el fin de adecuarlo a las nuevas circunstancias existentes. El móvil principal de los capitalistas individuales y el motivo propulsor del movimiento global del capital es la obtención de una ganancia. Pero no de un monto cualquiera de ganancia, sino una cantidad ilimitada de ganancia. Cuando, debido a las fluctuaciones de la tasa media de ganancia, o a los movimientos locales de la ganancia en las distintas ramas y sectores industriales, etcétera, la ganancia se reduce, entonces el hambre de ganancia de los capitalistas y del sistema económico como un todo se exacerba, se potencia de una manera inconmensurable; cuando, por el contrario, la ganancia aumenta, el hambre de ganancia se exaspera impulsada precisamente por el anterior incremento de los beneficios. En el régimen capitalista, el móvil y motivo propulsor que lo anima es un hambre insaciable de ganancia que encuentra en sí misma el resorte para su incremento constante. Al consolidarse el proceso de acumulación típico de la sociedad de consumo se produce en primera instancia un ascenso sostenido de la ganancia en las diversas esferas productivas, en la actividad comercial y en las operaciones bancarias y financieras; este aumento actúa como un poderoso imán que atrae imperiosamente todos los recursos dinerarios de la economía que pugnan por valorizarse a las altas tasas que se han establecido. En primer término, son captados por el sistema bancario y financiero, con la finalidad de dirigirlos hacia la actividad productiva y comercial, aquellos recursos que permanecen atesorados en los fondos de salud, retiro, jubilación, etcétera de los trabajadores. En lugar de permanecer inactivos en alguna partida del presupuesto estatal o depositados en los bancos comerciales, son lanzados al tráfago del comercio de acciones, bonos y otros valores. También, son “bursatilizados” activos estatales constituidos por bienes existentes o ingresos futuros por diversos pagos de derechos y servicios. De esta manera, recursos que por su propia naturaleza no están en el mercado, son convertidos en títulos que pueden ser comercializados e hipotéticos activos se convierten en valores actuales que entran al mercado bursátil. Estas dos fuentes de recursos amplían de una manera sustancial los fondos para alimentar el proceso de acumulación en marcha en la economía capitalista. Con la acumulación de capital crece hasta altísimos montos la masa de capital-dinero que no tiene un vínculo inmediato con la actividad productiva y comercial y se acumula como simples depósitos en la banca comercial. Estos activos monetarios son también solicitados por la fuerza centrípeta de la acumulación de capital y derivados hacia la producción y el comercio por departamentos especializados de la misma banca comercial, por la banca de inversión o por instituciones especiales, como fondos de pensiones, fondos mutuales, hedge funds, etcétera. Anteriormente, este tipo de capital-dinero se captaba de una manera diferente. Los departamentos especiales de la banca comercial y la banca de inversión ofrecían títulos de deuda a los poseedores de capital-dinero excedente con una tasa de interés sustancialmente más alta que la que se pagaba por los depósitos y, por otro lado, proveían de préstamos a largo plazo a la industria y al comercio; los títulos de la deuda tenían una circulación muy restringida. Por su parte, las industrias obtenían recursos a través de las aportaciones de sus socios y de los préstamos comerciales y a largo plazo de los bancos; los títulos representativos del capital no tenían una amplia circulación y, por tanto, las Bolsas de Valores estaban muy poco desarrolladas. A partir de la década del 80 del siglo pasado, el paroxismo de la acumulación obliga a las empresas privadas, a los gobiernos, a las empresas estatales y paraestatales, etcétera, frente al imperativo de ampliar constantemente sus operaciones, a obtener cantidades superlativas de recursos; además de los medios tradicionales de los préstamos bancarios, todas ellas desarrollan un proceso sistemático de salida a la Bolsa para captar capital; los bancos se ven forzados a crear departamentos especiales que se dedican a la emisión, compra y venta de títulos, la banca de inversión florece y se establecen instituciones sui generis, como los fondos mutuales, fondos de pensiones y hedge funds que se dedican exclusivamente a la compra y venta de títulos. La actividad bursátil se intensifica en un grado extremo y las Bolsas de Valores del mundo crecen de manera exponencial. La intermediación financiera adquiere un auge inusitado y desarrolla nuevos mecanismos e instrumentos para captar los enormes recursos que se generan en la economía y redirigirlos hacia el aparato productivo, comercial y de servicios. Lo primero que tiene que lograr es ofrecer ganancias más altas y con menos riesgos que la banca tradicional. Para ello, inicia la práctica de reunir en un portafolio, en grandes cantidades, valores de distinta naturaleza, muy diversificados en sus plazos de vencimiento, tasa de interés, tasa de ganancia y nivel de riesgo, pretendiendo lograr un equilibrio entre todos estos factores para alcanzar la máxima ganancia con el menor riesgo posible y ofrecerlos así a los poseedores del capital-dinero que vegetan en otras ramas del sector financiero. Con ese fin, se desarrollan modelos matemáticos, basados fundamentalmente en elementales principios de econometría y estadística, que se emplean para procesar los datos históricos del comportamiento de los distintos valores bursátiles y con base en ellos se proyecta el probable desempeño futuro de los títulos; los portafolios se integran de acuerdo con lo que los modelos estadísticos y econométricos establecen. Toda una rama de la teoría económica se funda entonces, la Moderna Teoría del Portafolio (MPT, Modern Portfolio Theory), que tiene como profundo principio científico y filosófico el de “no poner todos los huevos en la misma canasta” y en cuya evolución ha dado portentosos frutos “científicos”, como la teoría del arbitraje de los precios (APT, Arbitrage Price Theory) y el modelo matemático correspondiente, el modelo de cálculo del precio de los activos de capital (CAPM, Capital Asset Pricing Model), cuyo método esencial es el cálculo de la covarianza (betas) de cada activo con respecto a un índice del mercado general, la teoría del cálculo del precio de las opciones (option pricing theory), y último en la enumeración pero no en importancia, lo que es la base teórica de toda esta eclosión de la ciencia económica, la ingenua, por decir lo menos, hipótesis de los mercados eficientes (efficient market hypothesis). Esta “ciencia de los cohetes” (rocket science), como mordazmente la llaman sus críticos embozadamente neokeynesianos, se mueve dentro de los límites de los conceptos matemáticos más simples, y su único mérito es haber sometido a fórmulas matemáticas elementales el burdo instinto del capital de la ganancia irrestricta, su hambre insaciable de ganancia. Varios de los economistas que han medrado con esta pseudociencia se han hecho acreedores al premio Nobel de economía, tanto por sus escuálidas y simplonas producciones “teóricas”, como por su acendrado espíritu lacayuno que los lleva a poner su “inteligencia” incondicionalmente al servicio del capital; si de algún crédito gozaba aún este menoscabado galardón, lo ha perdido irremisiblemente cuando se ha premiado a estos sirvientes del capital y al concederse al señor Obama, el guerrero del imperio, el premio Nobel de la paz. A la par con la invención del portafolio bursátil, se estructuran también novedosas instituciones que los forman y los administran. Surgen los llamados fondos financieros (fondos mutuales, fondos de pensiones, hedge funds, etcétera), los cuales se encargan de reunir cuantiosos recursos en la forma de capital-dinero e invertirlos en la adquisición de cantidades masivas de valores, los cuales son manejados bajo el principio de la obtención de la máxima ganancia (la cual, desde luego, debe ser sustancialmente mayor que la que ofrecen las instituciones crediticias tradicionales) con el menor riesgo. Su actividad se basa en las leyes que rigen a los “grandes números”, es decir, en las medidas centrales y en las desviaciones que de las mismas se observan en los datos relativos a los miles de valores que administran, para de esa manera prever su evolución futura; también, en modelos matemáticos conforme a los cuales se calcula el riesgo de insolvencia o de otro evento (VAR) que afecte a los valores del portafolio; igualmente, en fórmulas que permitan calcular los valores reales de los activos en relación con su precio de mercado. Los Fondos adquieren un portafolio inicial y luego compran y venden los valores, de acuerdo con lo que el sistema de análisis computarizado determine, con el propósito de mantener la ganancia en el nivel más alto posible y los riesgos de la inversión en el punto más bajo compatible con aquella. Hasta aquí, los Fondos financieros se han mantenido dentro de los límites de un apetito normal de ganancia; sin embargo, tienen ya en sí mismos el germen de lo que es el hambre insaciable de ganancia, que será el principio rector de su evolución posterior. El hambre insaciable de ganancia empuja a los Fondos financieros por varios caminos. En primer lugar, extienden su campo de acción hacia la compra y venta de créditos de la más diversa especie: hipotecas, créditos para automóviles, créditos estudiantiles, créditos en tarjetas, futuros, swaps, opciones, etcétera. En segundo lugar, la compra y venta de valores deja de tener el carácter de una función accesoria cuya finalidad esencial es integrar y conservar un portafolio para los inversionistas; ahora los valores se compran para “empaquetarse” y venderse; por tanto, la ganancia se obtiene no de los títulos en sí, sino de su compra y venta. En tercer lugar, para algunos tipos de Fondos (los hedge funds, principalmente), la compra y venta de valores no tiene como propósito integrar un portafolio cuyos activos produzcan las mayores ganancias con el menor riesgo, sino comprar y vender valores con el fin de obtener ganancias de las discrepancias entre sus valores reales y sus precios de mercado (arbitraje): se compra un stock cuando sus precios de mercado son bajos pero su valor real es más alto (existe una desviación de la medida central) y hacia éste deberá convergir aquel en un cierto tiempo (la vuelta a la medida central), según los cálculos del modelo estadístico, y se vende cuando alcanza de nuevo su valor real; esta versión ampliada del modelo original del portafolio se forma con stocks de valores de largo y corto plazo, los cuales se venden y se compran de acuerdo con las determinaciones del modelo matemático; como vemos, aquí la especulación es ya el alma de las transacciones. Dado que las diferencias entre los precios de mercado y los valores reales (su medida central) son relativamente pequeñas y tienden a acortarse precisamente cuando se efectúan las compras y ventas de las mismas, entonces, para obtener ganancias significativas es necesario negociar masas enormes de valores y esto sólo es posible hacerlo con cuantiosos recursos que únicamente se pueden obtener apalancando el capital propio del fondo con voluminosos montos de capital de préstamo. La diferencia entre el costo del capital de préstamo y la ganancia que se obtiene con el arbitraje de los valores que con él se adquieren es la ganancia neta que se agrega a la que el fondo recibe por su capital. En cuarto lugar, una parte de los Fondos, entre los cuales de manera principal se encuentran los hedge funds, se constituyen, se organizan y funcionan en una forma específica, permitida por la legislación, por medio de la cual se eluden las leyes y los mecanismos de fiscalización a que todas las demás instituciones crediticias están sometidas; esta evasión es en principio legal, pero a ella se agrega la violación flagrante y sistemática de las pocas regulaciones que les son aplicables. Las restricciones legales a que están sujetas las instituciones crediticias tradicionales (pago de impuestos, severas limitaciones al nivel de apalancamiento, elevados montos y alta calidad de colaterales, vastas provisiones de capital para garantizar las operaciones pasivas, etcétera) ocasionan gastos excesivos o reducen sensiblemente las ganancias, por lo cual la tasa de ganancia de los fondos no regulados se eleva en una gran medida sobre la de los que si están sujetos a la normatividad. Un Hedge fund típico está abierto sólo a un limitado rango de inversores profesionales o ricos. Con base en esto se les provee con exenciones en muchas jurisdicciones de regulaciones que gobiernan las ventas en corto, los derivados, el apalancamiento, el pago de comisiones y la liquidez de los intereses. Esto, junto con las comisiones por resultados y la estructura open-ended diferencia los Hedge Funds de los Fondos de Inversiones ordinarios. Los Hedge Funds utilizan fundamentalmente: ventas en corto, derivados y apalancamiento. Dominan campos especiales como derivados con altos rendimientos y deudas en conflicto. La industria manejaba, en el punto más alto, en el verano del 2008, cerca de 2.5 billones de dólares. La transformación y extensión del sistema financiero, que han sido inducidas por el desenvolvimiento de la estructura industrial y comercial sobre las bases de la nueva etapa de existencia del capitalismo, forman con ella una contradicción. Los polos de la antítesis se engendran uno al otro; la industria y el comercio característicos del capitalismo de consumo han procreado un sector financiero específico; aquellos producen y realizan cantidades astronómicas de valor bajo la forma de capital-dinero y éste las capta y las reencauza hacia la producción y el comercio de la sociedad de consumo en un proceso incesante por el cual ambos extremos se impulsan hasta altísimos niveles. El motor de este movimiento es el hambre de ganancia de los capitalistas, la cual hasta aquí se caracteriza por mantenerse dentro de ciertos límites, “normales”, por decirlo así; pero en la misma orgía de ganancias que el crecimiento económico trae consigo y en el descenso de la cuota general de ganancia que necesariamente se presenta en la fase más alta del ciclo, se encuentran los motivos para la elevación del hambre de ganancia de los capitalistas a un hambre insaciable, ilimitada. Cuando esto sucede en forma generalizada, la contradicción entre el capital bancario por un lado y el capital industrial y comercial por el otro pasa a una fase de absoluta oposición entre ellos, en la cual ya no se engendran más mutuamente sino que sólo se niegan una a la otra. Por un lado, el sistema financiero, ávido de ganancias, sigue impulsando sin restricciones la producción y el comercio, y estas actividades son conducidas, por capitalistas completamente obnubilados por la torturante hambre insaciable de ganancias, mucho más allá de los límites de una demanda que ha agotado completamente su capacidad de expansión; por otro, el capital bancario y financiero se dedica en gran parte a actividades especulativas, como la de comprar y vender títulos para obtener ganancias de las discrepancias de los precios comerciales de los activos, por lo que una porción significativa del capital-dinero no revierte ya a las órbitas de la producción y el comercio. En esta situación maduran las condiciones para que una crisis se presente. Como vimos en apartados anteriores, lo primero que la nueva estructura productiva y comercial genera es una gran expansión de la actividad de emisión de valores y de su colocación en la Bolsa. Teniendo esto como base, se produce una extensión del anterior aparato bancario y financiero, al que se anexan instituciones financieras (Fondos mutuales, Fondos de retiro, hedge funds, etcétera) que se dedican exclusivamente a la compra y venta de títulos así como a su reunión en Portafolios, en los que las diferencias individuales se compensan para crear valores y riesgos medios, y ofrecerlos a los inversionistas. Las ganancias de quienes invierten en estos fondos provienen de los ingresos, ya sean fijos o variables, que los diversos títulos del portafolio producen, y las compras y ventas de los mismos únicamente tienen como finalidad buscar el equilibrio entre los ingresos y los riesgos, guiándose por el principio rector de obtener la máxima ganancia con el menor riesgo. Los pilares que sustentan a estos fondos, son dos: 1) la más alta tasa de ganancia que garantizan para el capital-dinero, en mucho superior a las que paga la banca tradicional y 2) su estrecha vinculación con los modernos aparatos productivo y comercial, a los cuales hacen llegar gruesos volúmenes de capital-dinero, actividad que las antiguas instituciones crediticias eran incapaces de realizar. Los Fondos amplían sus fuentes de recursos y se nutren con los fondos de retiro, jubilación, etcétera de los trabajadores; estos acervos se encuentran originalmente ya sea en las arcas del gobierno, en donde se incrementan a tasas bajísimas y son utilizados para financiar el déficit público, o en los bancos comerciales, de los cuales reciben intereses muy reducidos; al constituirse en fondos financieros que se dedican a la formación y administración de un portafolio, por un lado, reciben, al menos teóricamente, mayores ingresos que los que obtenían cuando estaban en las cajas del gobierno o de los bancos comerciales y, por otro, que es lo principal, sirven para financiar la expansión del aparato productivo y comercial mediante la compra de los títulos que se cotizan en la Bolsa. El campo de acción de los Fondos se expande por medio de la integración a sus Portafolios de créditos de la más diversa especie, tales como hipotecas, créditos automotrices, créditos estudiantiles, créditos en tarjetas, etcétera. Los Fondos compran a los bancos comerciales estos créditos y los introducen en sus Portafolios o forman Portafolios especiales con ellos. Con este mecanismo se acelera la conversión del capital dinero en capital productivo: los bancos comerciales venden los créditos a los intermediarios financieros y con los recursos así obtenidos aquellos pueden reiniciar inmediatamente, en una escala más alta, el ciclo productivo; su capital tiene una rotación mucho más elevada; se incrementa así el nivel de la acumulación de capital y la producción crece geométricamente. Esta actividad de los Fondos es un acicate poderosísimo para el desarrollo de un campo específico de la “nueva economía”: el financiamiento al consumo masivo. Los bancos comerciales son empujados, por la naturaleza misma de la producción (capitalismo de consumo) y por la demanda de créditos que ejercen los Fondos financieros, a incrementar en una medida descomunal el otorgamiento de créditos al consumo. La banca tradicional es sometida a las exigencias de la nueva estructura económica. Hay muchos otros activos que producen flujos de efectivo, incluyendo préstamos para casas construidas, préstamos y arrendamiento de equipo, arrendamiento de aeronaves, cuentas pendientes de comercio, planes de préstamos para locales de comercio y regalías. Los intangibles constituyen otra clase emergente de activos. El hambre de ganancias que ha presidido todo este movimiento económico se transmuta, lenta pero seguramente, en un hambre insaciable. Todos los elementos que participan en el mismo son llevados más allá de los límites que demarcan el proceso de mutua implicación y se convierten irremisiblemente en su contrario. La intermediación financiera, que provee de abundantes recursos a la actividad industrial y comercial, hace llegar la producción mucho más allá de su correspondencia con la demanda efectiva, los préstamos al consumo se conceden en un volumen excesivo en relación con la capacidad de pago de los consumidores y los Fondos se convierten en entidades que concentran abultadas sumas de dinero destinadas a la compra y venta especulativa de valores. El hambre insaciable de ganancias se apodera de todos los participantes en el proceso económico, y en la cúspide del mismo están las empresas industriales, comerciales y de servicios, los bancos comerciales y de inversión, los bancos centrales, los gobiernos, los mismos Fondos, etcétera, los cuales invierten sus recursos libres en los hedge funds, aquellos fondos que se dedican exclusivamente a la especulación con los precios y los valores de los activos (arbitraje), apalancan las operaciones de los mismos con extensos créditos, les conceden en arriendo los valores en los que han invertido sus ganancias, etcétera, lo que fortalece inconmensurablemente la especulación con los valores. Tenemos entonces un doble resultado: por una parte, un exceso de inversión que se traduce en una sobreproducción que no encuentra salida y, por otra, un incremento desmedido de la especulación. XIV Del arbitraje a los CDOs, MBSes y CDSes El sector financiero de la sociedad de consumo se desenvuelve en dos fases perfectamente diferenciadas. En la primera de ellas se establece el mecanismo que consiste en la emisión masiva de acciones, bonos y otros instrumentos de captación de capital por empresas, gobiernos, entidades gubernamentales, etcétera, con la finalidad de obtener recursos para impulsar su crecimiento, y su adquisición de manera principal por entidades especiales, como los diversos fondos, entre los que destacan los “hedge funds”, las que concentran cantidades enormes de capital líquido que invierten en la compra y venta de títulos, con los que integran portafolios que les proporcionan jugosas ganancias por medio del “arbitraje”. Esta interacción entre el nuevo sistema financiero por una parte y el sector industrial estadounidense y las economías nacionales por la otra llega a su punto culminante con el desbordamiento de aquel a causa de la especulación desmedida, la sobreproducción de los países exportadores y de las empresas “punto com” y la monstruosa centralización de capital de la que es ejemplo típico el caso de la empresa Enron y que llevan, respectivamente, a la crisis de Long Term Capital Managment, cuyo salvamento por el gobierno norteamericano pone fin a la incontrolable especulación que amenazaba la existencia de todo el sistema capitalista internacional, y a las crisis de los países asiáticos, de las empresas “punto com” y de Enron y WorldCom. La segunda fase es aquella en la que la securitización de los débitos, principalmente de los créditos al consumo, se convierte en el medio principal para financiar al sector industrial. La “securitización” de los créditos al consumo La securitización de los créditos al consumo fue el mecanismo mediante el cual el sistema financiero norteamericano cumplió su función de impulsar hasta su extremo el desarrollo industrial y comercial del capitalismo de consumo; igualmente, fue el medio por el cual finalmente se engendró a si mismo como una monstruosa acumulación de capital-dinero cuya única función era incrementarse incesantemente, la cual provocó la paralización y la posterior reversión del crecimiento industrial y comercial. Fannie Mae, pionera de la securitización Es en este contexto en el que Fannie Mae, una de las dos grandes empresas apoyadas por el gobierno federal que se dedican a la adquisición de créditos hipotecarios de la banca comercial, empezó a desarrollar, en la década de los años 80 del siglo pasado, un nuevo instrumento crediticio que le iba a permitir captar más recursos de los que obtenía por la emisión de bonos y notas de corto plazo y la venta de grupos indiscriminados de créditos. La llamada “ingeniería financiera” fue puesta en acción y su resultado fue el diseño del producto que más tarde permitiría a todo el sistema financiero internacional un crecimiento desbordado: la “securitización” de los créditos hipotecarios. Los Mortgage Backed Securities, MBSes (Títulos garantizados con hipotecas) Fannie Mae desarrolló la práctica de emitir títulos que tenían como sustrato grupos de créditos hipotecarios organizados y catalogados de acuerdo con su grado de riesgo, determinado éste mediante la utilización de métodos estadísticos y econométricos, su plazo de vencimiento, etcétera, llamados Mortgage Backed Securities, MBS; los principios fundamentales en los que descansaba esta actividad eran: (1) que los portafolios en venta se integraban buscando un equilibrio entre el riesgo -que de partida se diluía, hasta hacerse insignificante, en el promedio de los numerosos riesgos individuales- los intereses y principal que devengaban y su precio y (2) que, incorporados en los títulos emitidos, y cuidadosamente estructurados de acuerdo con su nivel de riesgo medido acuciosamente, los créditos hipotecarios tendrían mayor liquidez, podrían comprarse y venderse con una facilidad infinitamente mayor y a un rango más amplio de inversionistas; la circulación del capital en este campo tendría una velocidad acrecentada y su rotación sería más rápida. En la forma anterior, los créditos se inmovilizaban en el portafolio de Fannie Mae o en manos de los inversionistas que los adquirían y ahí se detenía su circulación; la rotación del capital se mantenía en niveles excesivamente bajos. Fannie Mae adquirió así una capacidad notablemente extraordinaria para apoyar, como institución de segundo piso, un explosivo crecimiento del crédito al consumo de la banca comercial. La securitización de los créditos hipotecarios y de otros créditos al consumo, es decir, su incorporación en grupo a un título, se convirtió en una práctica generalizada entre las instituciones financieras de los Estados Unidos que imprimió su sello a toda la actividad crediticia durante la fase previa al desencadenamiento de la crisis financiera. Los Asset Backed Securities, ABSs (Títulos garantizados con activos) El modelo de securitización desarrollado por las GSEs (Fannie Mae y Freddie Mac) fue utilizado para impulsar el crecimiento de otros sectores dedicados al financiamiento de la adquisición de bienes de consumo. Se lanzaron al mercado títulos garantizados con otras clases de activos, tales como préstamos para adquirir automóviles, préstamos en tarjetas de crédito, hipotecas “non-conforming” e hipotecas comerciales, etcétera, denominados genéricamente Asset Backed Securities (ABSes). Los principios fundamentales en los que descansaba la emisión de estos títulos eran los mismos que daban sustento a los Mortgage Backed Securities (MBSes): la incorporación en un título de amplia y rápida circulación de una multitud de créditos individuales que por sí mismos poseían una muy baja o nula capacidad de ser comercializados y la reducción sustancial del riesgo por medio de su dilución en el promedio de miles de créditos y por la estructuración ponderada de los portafolios (“pools”) mediante la cual se lograba un equilibrio entre los riesgos altos y bajos para obtener un riesgo promedio lo menor posible. Por medio de la securitización, ampliada a todo aquello que produzca ingresos periódicos, el sector financiero de la sociedad de consumo logró captar cantidades superlativas de capital-dinero que circularon a una mayor velocidad y, a través del crédito al consumo que la banca comercial pudo conceder ahora en cantidades astronómicas, consiguió que el capital mercantil realizase en forma acelerada e incesantemente repetida el capital-mercancías en el que el capital industrial de las ramas productoras de bienes de consumo estaba materializado. La realización rápida y renovada, sin solución de continuidad, del capital-mercancías de la sociedad de consumo hizo posible que el capital industrial de esas ramas productivas rotara a una velocidad mayor y que por tanto obtuviese un monto superior de ganancias; con estos recursos y los que gracias a su alta rentabilidad pudieron lograr de la emisión de valores bursátiles o de préstamos bancarios, las industrias productoras de bienes de consumo entraron a un período de acumulación en gran escala y de producción creciente. Se forjó entonces un entrelazamiento muy estrecho del capital financiero con el consumo masivo y, a través de éste, con la producción de bienes de consumo masivo. Todos estos elementos entraron en una relación de mutuo engendramiento por el cual el crecimiento exorbitante de uno implicaba el del otro, y viceversa; el resultado fue un incremento inmenso del capital financiero, del capital mercantil y del capital industrial que tuvo como centro de gravitación el consumo masivo. Los Collateralized Debt Obligations, CDOs (Obligaciones garantizadas con débitos) Mediante la securitización, el sistema financiero propició el trasvasamiento de una parte sustancial del capital-dinero hacia las ramas que producen bienes de consumo, principalmente a la industria de la construcción de casas habitación; hubo, por tanto, un gran incremento en la producción en esta rama industrial y con base en él se dio un impulso poderoso a toda la economía. La acelerada marcha de la sociedad de consumo en todos los frentes avivó el hambre de ganancia de los capitalistas, pero en una forma agravada la de los representantes del capital financiero. Teniendo como base el novedoso instrumento de la securitización, el sistema financiero se dedicó a la tarea de perfeccionar este mecanismo con la finalidad de obtener una tasa y un volumen mayores de ganancia. La securitización tiene como su objetivo fundamental el establecimiento de un mercado secundario de activos de diversa naturaleza; esto permite, en primer lugar, que a través de la compra de los créditos securitizados una cantidad enorme de recursos frescos se haga llegar a la banca de primer nivel y, a través de ella, a las ramas productivas correspondientes y, en segundo, que el capital (comercial, industrial y financiero) tenga una tasa más alta de rotación y que, en consecuencia, se incrementen la cuota y la masa de ganancia del capital total y, en especial, desde luego, las de aquel sector que conduce este proceso, el sistema financiero de la economía. Sin embargo, el flujo de recursos cesa precisamente en el punto en el cual los bonos producto de la securitización son vendidos que es en donde también, por fuerza, se detiene su circulación. En su incesante búsqueda de niveles cada vez más altos de ganancia, el capital financiero amplía el proceso de securitización en los siguientes aspectos: 1) los diversos participantes en el mercado financiero (compañías de seguros, fondos mutuales, fideicomisos, fideicomisos de inversión, bancos comerciales, bancos de inversión, fondos de pensiones, hedge funds, banca privada y vehículos de inversión estructurados (SIV)) adquieren conjuntos (pools) de créditos (MBSes, ABSes, etcétera) a través de una entidad de propósitos especiales creada ex profeso y que está por completo fuera de su hoja de balance; 2) esta entidad especial emite notas o bonos que representan a los activos subyacentes; 3) los activos tienen una sola calificación de riesgo, pero son divididos en porciones (tranches), de las que se emiten notas o bonos específicos a los que se asignan niveles diferentes de riesgo –y, por tanto, tasas de interés diferentes- determinados por el orden en que se deben aplicar las disminuciones del flujo de efectivo cuando se presenta el incumplimiento de los deudores originarios y las pérdidas que puedan tener los activos subyacentes; así, las notas que representan las porciones superiores son pagadas con los flujos de efectivo de los activos subyacentes antes que las porciones medias e inferiores y las disminuciones y las pérdidas son soportadas primero por las inferiores y las medias y sólo al final por las superiores; igualmente, los intereses más altos son pagados a los poseedores de las notas de las porciones inferiores y los más bajos a los de las superiores; 4) los emisores de CDOs contratan seguros (credit default swaps) para el caso de que se presenten incumplimientos en el pago de los intereses y del principal de los créditos subyacentes; 5) los emisores venden las notas o bonos a bancos, compañías de seguros, fondos de inversión, hedge funds e individuos ricos; 6) los adquirentes de notas o bonos garantizados con créditos (CDOs) son, ahora sí, por lo general, los últimos tenedores de los créditos subyacentes, pues no hay un mercado secundario de CDOs, aunque algunos emisores asuman el compromiso de recompra, bajo ciertas circunstancias, de los títulos que lanzan a la circulación; los créditos originarios han pasado del banco emisor a la entidad de segundo nivel que los securitiza y de ésta al vehículo de propósito especial que los vende en la forma de CDOs al tenedor final. Las características especiales con que el capital financiero dota en los CDOs a los créditos securitizados, son las siguientes: 1) la creación de niveles de riesgo por completo desvinculados del riesgo que realmente poseen los créditos subyacentes y la comercialización de esas categorías de riesgos; 2) la incorporación en los CDOs de un seguro específico (credit default swap, CDS) contra el incumplimiento de los pagos de los deudores. En la fase inmediata anterior, la securitización había llevado hasta sus últimas consecuencias el manejo del conocimiento de los niveles de riesgo de los distintos valores; los portafolios (pools) se integraban, previa medición del riesgo lo más exacta posible realizada mediante sofisticados instrumentos estadísticos y econométricos, con acervos de activos en los que, también utilizando modelos matemáticos específicos, se establecía un equilibrio determinado entre el riesgo y el flujo de efectivo de los créditos subyacentes. El riesgo era un factor objetivo preexistente que podía ser conocido con menor o mayor precisión, pero que no podía ser manipulado en forma alguna. Los CDOs tienen como uno de sus principios fundamentales precisamente la creación del riesgo (riesgo sintético), su diversificación en cuando menos 3 niveles y su venta a los inversionistas; no se comercian ya activos que tienen un riesgo determinado, sino riesgos que tienen como sustrato ciertos activos. El riesgo real de los activos pasa a un segundo plano en la consideración de los emisores y adquirentes de los bonos garantizados con débitos. La diversificación del riesgo sintético, que como decimos da lugar a cuando menos tres niveles de riesgo con sus respectivas distintas tasas de interés (la más baja de las cuales es sustancialmente más alta de las que tienen la mayoría de los otros activos en el mercado), y la garantía que proporcionan los “swaps” para el caso de incumplimiento de los deudores originales (CDSes), atraen a una porción creciente de la enorme cantidad de capital-dinero que intenta valorizarse en la sociedad de consumo; sobre todo, las notas y bonos que son calificados con más riesgo y que en consecuencia pagan intereses más altos, son los que se convierten en la mercancía favorita de este mercado. El capital-dinero que capta el sistema financiero por medio de los CDOs estimula en una medida superlativa el crédito al consumo; éste, a su vez, excita la producción de bienes de consumo; y ésta, por su parte, incita la producción en todas las demás ramas de la economía. Hay una mutua implicación de todos estos elementos y en la economía en general se establece una tasa de ganancia más alta y se producen montos de ganancia más voluminosos. Los Credit Default Swaps, CDSes (Seguros para el incumplimiento de créditos) y el crédito al consumo La securitización de los créditos había llegado, como ya lo anotamos anteriormente, hasta la invención de los CDOs; a través de estos instrumentos el capital-dinero fluía en cierta medida hacia la industria y el comercio. Los CDOs son la forma más retorcida que utiliza el sistema financiero para atraer fondos; teniendo como base un determinado nivel de riesgo en los activos subyacentes (hipotecas subprime, por ejemplo), lo que se vende en el CDO son las disminuciones que hipotéticamente se generarían, en el caso de insolvencia, en los ingresos y el valor capital de los diversos tramos del título; así, los tramos medios e inferiores del CDO serían los primeros en enfrentar la insolvencia de la totalidad de los activos (es decir, serían los primeros en no recibir los intereses de su título y en ver reducido su capital), por lo que el precio de las notas respectivas es el mas bajo y los intereses que reciben los más altos; al contrario, los tramos superiores serían afectados sólo subsidiariamente, por lo que sus títulos son los que tienen precio más alto y perciben los intereses más bajos. Aunque el nivel de riesgo de los activos subyacentes sigue siendo el mismo, sin embargo la totalidad del riesgo sintético se concentra en los tramos inferiores del CDO. Los precios bajos y altos intereses (aunque gravados por una alta concentración del riesgo) de las porciones bajas del CDO y la seguridad relativa de las otras partes del título, ofrecieron a los inversionistas una amplia gama de opciones (acordes con su “apetito de riesgo”) para colocar su dinero en mejores condiciones que las que ofrecían los instrumentos tradicionales y se convirtieron así en el polo de atracción de grandes cantidades de capital-dinero. Un obstáculo, sin embargo, evitaba la más plena aceptación por los inversionistas de estos instrumentos crediticios: la alta densidad del riesgo en los tramos inferiores de los CDOs. Para superar este impedimento, la ingeniería financiera de Wall Street diseñó los CDSes, que son en esencia contratos de seguros por los cuales la institución aseguradora toma, a cambio de una prima, el riesgo de los incumplimientos en los activos subyacentes. Cada CDO tiene adosado ahora un CDS, lo que le da una mayor capacidad de ser comercializado. Con este último avance se despeja el camino para que los CDOs se emitan y se vendan en cantidades realmente fabulosas y, también, para que se prepare la fase especulativa de este ciclo del capital financiero con el diseño de los CDSes sintéticos que, como lo veremos, son la especulación pura y simple. Al quedar plenamente constituida la nueva estructura del sistema financiero internacional y totalmente formados los instrumentos crediticios correspondientes, se inaugura una etapa frenética de otorgamiento de créditos al consumo, securitización de los mismos, incorporación de los créditos securitizados a CDOs y su aseguramiento mediante CDSes; un verdadero torrente de capital-dinero global se desplaza hacia el sistema financiero norteamericano, el cual se aplica al desenvolvimiento de las industrias productoras de bienes de consumo (casas, principal pero no únicamente) cuyo desarrollo conduce mucho más allá del punto en que se satura la demanda efectiva. El producto más alto de lo que se ha dado en llamar “ingeniería financiera” (que no es otra cosa que la avidez insaciable de lucro de la forma más irracional del capital, del capital bancario, expresada en modelos matemáticos elementales) en la sociedad de consumo, son los llamados “credit default swaps” (coberturas de riesgos crediticios). Se trata de un instrumento financiero en el que se conjugan un seguro y un título de deuda. Un “swap” (intercambio) es el instrumento por el cual se cubren los riesgos que el contratante puede tener en un determinado patrimonio por la realización de un evento futuro (cambios en las tasas de interés, en los tipos de cambio de las monedas extranjeras, en los precios de los bienes, etcétera). Los “swaps” pertenecen a la abigarrada variedad de seguros que existe necesariamente en el régimen de producción capitalista. Junto a los tipos tradicionales de seguros se ha desarrollado una nueva línea que tiene como objeto los títulos de deuda. Estos pueden ser valores lanzados a la circulación por las empresas y los bancos, deuda soberana, deuda emitida por empresas, organismos y agencias estatales, hipotecas, etcétera. La empresa de seguros asume la obligación de cubrir el total del valor nominal del título en el caso de que la deuda no se pague a su vencimiento y como contrapartida recibe un pago inicial y primas periódicas por un lapso de tiempo determinado. La empresa aseguradora recibe el pago y las primas y el contratante del seguro queda con la propiedad del mismo y del título de crédito que está en la base de la operación. El valor nominal del título está así asegurado para el caso de que el obligado no lo cubra. Los intermediarios financieros ven en este nuevo producto una oportunidad de oro de incrementar sus ingresos. Por un lado, realizan su labor tradicional de comprar deuda con el fin de revenderla, pero ahora le dan un valor agregado a su mercancía al adicionarle un “swap” (credit default swap) que contratan con una institución de seguros. Después reúnen (empaquetan) en fondos especiales títulos de deuda de distintas clases, cada uno con su respectivo “swap”, y así empacados son ofrecidos en el mercado. El atractivo de estos paquetes, y lo que les da un alto precio, es precisamente la garantía de pago de las deudas que ofrece la empresa aseguradora. Este nuevo producto era conceptuado por sus creadores como el medio por el cual se garantizaba un flujo perenne de recursos en el sistema financiero, ya que en aquel va implícita, al menos teóricamente, la imposibilidad de que el tenedor de los títulos no reciba el valor de los créditos, pues éste siempre estará garantizado. Lo que los “ingenieros financieros” de JP Morgan no podían ver era que precisamente ese monstruoso volumen de capital que se inyectaba al sistema financiero por medio de los fondos de títulos garantizados con “swaps” tenía por fuerza que llevar a una colosal sobreproducción, a la caída de los precios, al quebranto de las empresas, a la brutal reducción de los ingresos del capital y del trabajo, etcétera, y en consecuencia haría imposible en forma generalizada que los créditos garantizados con “swaps” fuesen pagados. Los intermediarios financieros, poseídos por la locura que alimenta el hambre insaciable de ganancias, se dedicaron febrilmente a comprar créditos y seguros, empaquetarlos y venderlos por literalmente toda la faz de la tierra. Así, recabaron globalmente fabulosas cantidades de recursos excedentes que provenían de empresas nacionales, transnacionales, globales, bancos globales, nacionales y estatales, gobiernos, empresas y organismos gubernamentales, inversionistas privados, etcétera, los cuales fueron utilizados para comprar más títulos de deuda y seguros que a su vez serían también vendidos, continuándose así el ciclo indefinidamente. Todas las tesorerías del mundo constituyeron una buena parte de sus activos con los paquetes de activos garantizados con “credit default swaps” que había puesto a circular la plutocracia norteamericana. Los títulos de crédito asegurados por los “swaps”, que estaban contenidos en los paquetes vendidos por los intermediarios financieros, eran de una gran variedad, como ya lo hemos señalado; pero en los últimos años el grueso de los valores “empaquetados” estaba integrado por títulos de hipotecas, principalmente de casas habitación en los Estados Unidos, y éstos, en una gran proporción, tenían como activo subyacente hipotecas “subprime”, es decir, aquellas que se otorgan a las personas de más bajos recursos, con empleos menos firmes y mal remunerados. Se formó entonces una relación especial: el desarrollo de una industria productora de bienes de consumo en la metrópoli del imperio, la industria de la construcción de casas habitación, se convirtió en la base del desarrollo de la economía mundial, y ésta a su vez era el punto de apoyo de la industria metropolitana de casas habitación. Los paquetes de CDSs y la acumulación de capital Con base en el mecanismo financiero de la compra y venta de los paquetes de títulos de crédito con su “swap” adosado, el régimen capitalista mundial entra en una fase de su desarrollo desbocado. Chorros de capital fluyen por el aparato circulatorio global e impulsan un crecimiento desbordado de la producción y del consumo. El principio fundamental que informa en su totalidad al régimen capitalista, el hambre insaciable de ganancia, adquiere una potencia nunca antes vista. El único móvil de las empresas es presentar volúmenes constantemente incrementados de ganancias. Estas se miden acuciosamente, día a día, semana a semana, mes a mes, trimestralmente, etcétera, con la finalidad de eliminar inmediatamente cualquier freno que se presente en la tendencia alcista. Se forma una generación de ejecutivos educados exclusivamente en este precepto del aumento incesante de la ganancia; su labor consiste en mantener la tasa de ganancia a su máximo nivel porque las altas ganancias son el imán de grandes recursos y éstos a su vez la fuente de ganancias más grandes. Para ello impulsan exaltadamente la innovación en los procesos productivos y de consumo y en las funciones del capital mercantil y bancario. A la par con las innovaciones, también se dedican a desarrollar los movimientos contables que los resquicios legales permiten para presentar en sus estados de resultados la mayor cantidad de sus recursos como ganancias en detrimento de los distintos fondos de garantía que están obligados a mantener. Estos ejecutivos son remunerados con altos salarios y bonos que están en función precisamente de los ascensos que logren en la tasa de ganancia de sus empresas. La exigencia de maximizar sin descanso las ganancias de las empresas lleva necesariamente a sus ejecutivos a saltarse los límites legales y sin rubor alguno simplemente pasan en los balances a la partida de ganancias los recursos que legalmente deben mantenerse como reservas. La actividad de las empresas a través de sus ejecutivos entra de lleno al fácil camino de la ilegalidad y la especulación. Manipular los estados contables, especular con los precios de los bienes y de los títulos, salir fraudulentamente a la Bolsa, realizar fusiones y desagregamientos ilegales, crear empresas fantasmas, estafar al fisco, utilizar capital ficticio, violar las leyes antimonopolios, etcétera, son las acciones en las que necesariamente desemboca la necesidad de las empresas de acumular sin medida. El poder político, por su parte, haciendo honor al prejuicio de que la libertad de comercio debe ser irrestricta, promueve y encabeza, en oposición a la sobre regulación de la época del “estado del bienestar”, un movimiento de desregulación que, al final, llega al entronizamiento de la autorregulación de las empresas como un principio inatacable de la economía de mercado. La industria, la banca y el comercio se convierten así en el campo en que actúan abierta y violentamente los vicios que son consustanciales al régimen de producción capitalista: la estafa, el engaño, el robo descarado, la especulación y el crimen en general. La sustancia económica, libre ya de trabas, impulsada por la búsqueda de las ganancias más altas, lo que implica la feroz competencia entre los capitalistas, adquiere un movimiento frenéticamente acelerado que somete a todos los elementos de la producción y del consumo a una agitación convulsiva sin solución de continuidad. La sociedad de consumo y las pequeñas empresas y los trabajadores independientes La “sociedad de consumo” tiene, en sus inicios, un campo muy grande para las pequeñas empresas y los “freelance”; la pequeña burguesía se emociona hasta el éxtasis con los ejemplos clásicos de los ingenieros recién salidos de las aulas que, con escasos recursos, desarrollan las nuevas tecnologías cibernéticas y de computación y el internet; investida de su candorosa estulticia, ve en esto una nueva forma de trabajo, desde luego no capitalista, y un nuevo modelo de empresa, evidentemente tampoco capitalista, que de algún modo son el germen del trabajo humano y de la empresa humana de la sociedad libre del futuro. Sin embargo, la “sociedad de consumo” potencia necesariamente todas las fuerzas económicas que llevan a la concentración y centralización del capital y muy temprano vemos a algunas de las pequeñas empresas y a una parte de los “freelance” convertidos en grandes y enormes empresas y a los modestos ingenieros en verdaderos Cresos de la era moderna, mientras que la gran mayoría de ellos (pequeñas empresas y trabajadores libres) son llevados unas a la ruina y otros a formar parte de la clase de los trabajadores asalariados. (Sobre el papel de la pequeña producción y de la pequeña burguesía en la “sociedad de consumo” ver: Robledo Esparza Gabriel, Capitalismo moderno y revolución, t. III, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, México, 2008, pp. 201-225). XV La sociedad de consumo y la revolución En este punto de nuestro estudio, el “capitalismo de consumo” se encuentra en la cima de la fase de mutua complementación de todos los contrarios que lo forman; su status es el de la contradicción solucionada, en los términos hegelianos. Hay una extrema fluidez entre los polos de todas las contradicciones, entre la producción y el consumo, entre las distintas funciones del capital industrial, entre las distintas formas del capital (capital industrial, capital comercial y capital bancario), entre los dos sectores de las economías nacionales (sector I y sector II), entre los dos sectores de la economía internacional (sector I y sector II internacionales), etcétera. Todos los elementos del régimen capitalista se engendran mutuamente y dan lugar a una sobre acumulación de capital. Esta suprema acumulación de capital produce necesariamente, en una forma más alta, los elementos de la negación del régimen capitalista. En efecto, el proceso de maquinización y socialización de la producción avanza sustancialmente en el camino de su conversión en una unidad productiva global y la fuerza de trabajo se aproxima en una gran medida a su máxima abstracción y a su concentración total en un obrero colectivo, también de extensión global. El instrumento y la fuerza de trabajo colectivos de la especie se forjan en el paroxismo del movimiento económico y por el momento permanecen ajenos uno del otro. La explotación y depauperación de los trabajadores se hace más extrema: las formas clásicas de producción de plusvalía (absoluta y relativa), la intensificación y extensión del trabajo y el consumo masivo tienen un desarrollo vigoroso del que resultan el desgaste y la descomposición total de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, la definitiva anulación de su constitución biológica, la negación radical de su esencia natural humana. La sociedad de consumo tiene como último fundamento la conversión definitiva de los obreros en propietarios privados de sí mismos, en individuos. Como tales, a través de la exaltación desmedida de sus necesidades y su satisfacción, ellos participan activamente en la labor del capital de reforzar sus grilletes, endurecer su explotación y acelerar el proceso de su depauperación. En el capitalismo de consumo se presenta la fase más alta de la formación del instrumento colectivo y del sujeto colectivo, es decir, del obrero colectivo. La reunión de estos dos elementos integra la naturaleza superior de la especie humana: un obrero colectivo total que posee un instrumento colectivo total, que es su misma fuerza de trabajo materializada, por medio del cual actúa sobre la totalidad de la naturaleza con la finalidad de satisfacer colectivamente sus necesidades. El instrumento colectivo encuentra un obstáculo para su constitución definitiva en su fraccionamiento en parcelas de propiedad privada de los capitalistas. El obrero colectivo, por su parte, se ve impedido de realizar su conformación final a causa, primero, de la segmentación a que lo somete la misma parcelación del instrumento en propiedades privadas y, segundo, de la naturaleza de propietario privado de sí mismo con que lo ha dotado el régimen capitalista, fortalecida en grado superlativo por la sociedad de consumo, que erige una traba insuperable a la colectivización del consumo y a la abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, al tiempo que agrava la depauperación de los mismos. El instrumento y el obrero tienden ardorosamente hacia la colectivización; también se exigen acuciantemente uno al otro. El instrumento que se colectiviza demanda un obrero colectivo que se apropie del mismo como un todo y permita así que esa fuerza productiva se desarrolle libremente; el obrero en vías de colectivización reivindica la propiedad del instrumento colectivo para detener y revertir el proceso de depauperación, colectivizar el consumo y abolir la individualidad capitalista de los trabajadores. La separación entre el instrumento y el obrero se trueca en su reunión. La especie humana habrá reivindicado, como elementos de su naturaleza esencial, un instrumento colectivo maquinizado y una fuerza de trabajo colectiva totalmente desindividualizada. Este resultado aparece como la reapropiación por la especie humana de su naturaleza esencial, la cual le había sido despojada por el régimen capitalista. Es la restauración de la naturaleza humana de los trabajadores. En su fase de consumo masivo, el régimen capitalista tiene en sí mismo a su otro, al socialismo, en un grado de maduración tal que ya apunta abiertamente hacia su surgimiento a la existencia. La aparición del otro del capitalismo de consumo a la existencia, el establecimiento del socialismo integral, debe producirse con una necesidad ineluctable. La terrible depauperación a que es sometido el proletariado internacional lo acerca peligrosamente a una degeneración irreversible de su naturaleza humana, por lo que es imperioso, para la sobrevivencia de la especie, la reapropiación por ésta de su esencia natural. Al mismo tiempo, la producción y el consumo, el desgaste, la descomposición y degeneración de sus órganos y procesos orgánicos generan en los trabajadores un malestar profundo, una grave desestabilización psíquica y un odio sordo y potente que integran la energía que aquellos despliegan en el trabajo y en el consumo capitalistas, pero que es también la que debe dirigir hacia la anulación de los mismos. La clase obrera se encuentra, a pesar de su creciente colectivización, dividida de acuerdo con la partición del instrumento de producción en propiedades privadas; está fragmentada, además, en sectores radicalmente opuestos entre sí en virtud de sus intereses encontrados: trabajadores agrícolas, mineros, industriales, de los servicios, inmigrantes, aquellos que forman el ejército industrial de reserva, etcétera; está, así mismo, completamente atomizada por el carácter de individuos propietarios privados de sí mismos con que la sociedad de consumo los dota. Los obreros se encuentran en principio separados entre sí, por grupos y como individuos. La burguesía media ha logrado en muchos casos organizar a los obreros en sindicatos, los que, bajo su dirección, sostienen las tradicionales reivindicaciones de defensa del salario, del empleo, de la jornada de trabajo, etcétera y las exigencias económicas y políticas que este sector de la burguesía hace a la plutocracia. En otras ocasiones es la misma oligarquía capitalista la que organiza a los obreros en sindicatos “blancos”, a través de los cuales administra las mezquinas prestaciones laborales que concede a sus trabajadores. Muy excepcionalmente son los mismos obreros los que se organizan sindicalmente, pero las reivindicaciones que sostienen son las mismas que las de los sindicatos burgueses, a las que se agregan las de la pequeña burguesía, y sus formas de lucha son las típicas de esta clase social. Hay una colaboración muy estrecha entre estos sindicatos y las organizaciones de la pequeña burguesía. No existe en la actualidad ninguna organización obrera que haya sido creada por los propios trabajadores y que sostenga sus demandas revolucionarias. Por el contrario, amplios sectores del proletariado han sido englobados en organismos de la pequeña burguesía radical que mantienen un enfrentamiento con la burguesía en general y desarrollan una lucha contra el neoliberalismo, el calentamiento global del planeta, la autonomía de los pueblos autóctonos, la libertad sexual, la igualdad de género, etcétera. XVI El otro del capitalismo de consumo es el socialismo integral Queda ahora claro cómo debe darse el paso de la sociedad de consumo al socialismo integral. El socialismo integral es aquel que comprende la propiedad colectiva sobre los medios e instrumentos de producción y además el consumo colectivo y la abolición de la propiedad privada de los individuos sobre sí mismos; sus elementos han madurado en el interior del capitalismo de consumo. La fuerza motriz de este movimiento revolucionario es el proletariado, la clase de los trabajadores asalariados. Para adquirir esta naturaleza tiene que estar organizada con absoluta independencia de la oligarquía, la burguesía y la pequeña burguesía. Es necesario también que el fraccionamiento y la individuación de sus integrantes, impuestos por el régimen burgués, hayan sido superados y se constituya en una fuerza colectiva cohesionada, cuyos elementos carecen ya de la individualidad capitalista. Con el fin de alcanzar la organización colectiva y la desindividualización de sus miembros, es preciso que la conciencia burguesa y pequeño burguesa que la clase obrera posee se transforme en una conciencia proletaria. Esto quiere decir que la conciencia de individuos y la fisiología que le sirve de base, las cuales la pequeña burguesía les ha dado y cuyas raíces son muy fuertes y profundas, deben ser arrancadas desde su cimiento y sustituidas por una conciencia colectiva. Es evidente que la clase de los trabajadores asalariados no puede por sí misma desembarazarse de la tutela de la burguesía y de la pequeña burguesía, tampoco organizarse colectivamente ni abolir la conciencia y la fisiología de individuos capitalistas de sus componentes. En la fase de existencia del capitalismo de consumo que se caracteriza por la mutua complementación de todos los contrarios que lo forman (contradicción “solucionada”), los obreros no pueden hacerlo porque precisamente las condiciones que ahí prevalecen son las que directamente producen, con implacable necesidad, en los trabajadores, la organización, la conciencia y la fisiología capitalistas En la crisis que fatalmente sigue a la etapa de auge y que, como veremos más adelante, lleva a los trabajadores a las simas de la explotación y depauperación, en donde se manifiestan plenamente los flagelos del hambre, las enfermedades, la muerte, el paro forzoso, la reducción del salario, la extensión y la intensificación del trabajo, etcétera, los obreros tampoco pueden realizar las tareas históricas que les corresponden porque esa situación de extrema necesidad a que son condenados por la violenta crisis capitalista obra inevitablemente en el sentido de dar mayor fuerza a su naturaleza de individuos propietarios privados de sí mismos, por lo que cualquier confrontación que tengan con la burguesía es únicamente porque ahora ésta les niega tajantemente la satisfacción de sus necesidades individuales. La intelectualidad radical (integrada por la intelectualidad pequeño burguesa radical y por trabajadores intelectuales radicalizados), estimulada por las condiciones de vida a que la somete el régimen burgués, se ve obligada a inquirir teóricamente acerca de la situación propia y de la clase obrera en el régimen del capitalismo de consumo y sobre la naturaleza esencial de éste. Hasta hoy, este impulso la ha llevado a recaer reiteradamente en las formulaciones revisionistas de la teoría de la revolución. Para dar el salto hacia una concepción científica del régimen de producción capitalista en su fase actual de capitalismo de consumo es necesario que la intelectualidad radical realice una inmensa labor teórica, de igual envergadura cuando menos que las producciones de lo clásicos. Esa tarea debe comprender lo siguiente: -Reivindicación del marxismo leninismo, empresa que abarca: a) exclusión de las tesis revisionistas del cuerpo de la teoría revolucionaria, b) delimitación de aquello de la doctrina marxista así depurada que es aplicable a ambas fases del régimen capitalista (teoría económica, de la lucha de clases, de la revolución socialista con sus postulados fundamentales de la conquista del poder por el proletariado, la abolición de la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y el establecimiento de la propiedad colectiva sobre los mismos, etcétera), c) determinación más precisa de lo que en la primera fase se adelantó sólo como una mera indicación y que en la etapa actual adquiere una relevancia fundamental (conceptos de: naturaleza esencial del ser humano, anulación y reapropiación de su esencia natural humana, comunismo como la absoluta colectivización del ser humano, etcétera) y d) reconocimiento de la Lógica de Hegel como el método científico del marxismo. -Desarrollo creador del marxismo leninismo, cuando menos en los siguientes aspectos: a) análisis del proceso histórico del paso de la primera a la segunda fase del capitalismo, b) estudio del nacimiento y extinción del socialismo que se instauró en la primera fase del capitalismo, c) utilización, en a) y b), de la Lógica de Hegel como método científico del conocimiento (doctrina del ser y doctrina de la esencia) y, desde luego, de aquellos principios del marxismo que tienen vigencia para ambas fases del capitalismo, d) determinación de las características específicas del capitalismo de consumo (consumo masivo, individuación de los trabajadores, etcétera), e) discernimiento de las formas particulares de explotación y depauperación de los trabajadores que se dan en la sociedad de consumo, f) identificación de los elementos que en la sociedad de consumo constituyen los gérmenes de la segunda etapa del socialismo, g) explicación de los rasgos esenciales del socialismo que surgen de la sociedad de consumo (colectivización del consumo, abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, abolición de la familia y el hogar individuales, etcétera). Una vez conseguido este objetivo, la intelectualidad radical habrá logrado aclarar para sí misma todas esas cuestiones teóricas y estará en posibilidad de pasar a la etapa siguiente, en la cual: -procederá a remover la conciencia burguesa y pequeño burguesa que posee la clase de los trabajadores y a sustituirla por una conciencia proletaria, lo cual significa que debe llevar a la clase de los trabajadores a la comprensión plena de la naturaleza que tiene el régimen capitalista de consumo, del carácter de propietarios privados de sí mismos que éste les ha conferido, de las formas extremas que en él adquieren su explotación y depauperación y de la necesidad de que unidos, organizados y conscientes den vida, por medio de los métodos revolucionarios clásicos, al socialismo integral, el que además de la propiedad colectiva sobre los medios e instrumentos de producción incluye la colectivización del consumo y la supresión de la individualidad capitalista de los obreros; -al mismo tiempo, deshará la organización burguesa y pequeño burguesa de los obreros y los organizará en torno al denominador común de su naturaleza de trabajadores asalariados y al proceso de dotación de la conciencia proletaria; -en esta evolución se irán transformando cualitativamente la intelectualidad radical y la clase de los trabajadores; la primera integrará a su ser las capas superiores de la clase obrera y se convertirá en un partido revolucionario; la segunda estará cada vez más y mejor organizada en torno a sus intereses de clase, será una clase revolucionaria; partido y clase formarán una unidad indisoluble. Partido y clase desarrollarán entonces la lucha por la instauración del socialismo integral. Una vez que la clase obrera, guiada por su Partido revolucionario, haya conquistado el poder, deberá realizar las transformaciones revolucionarias en el régimen de producción: apropiación colectiva de los medios e instrumentos de producción, colectivización del consumo, abolición de la individualidad capitalista de los trabajadores, etcétera. Multitud de grupos y grupúsculos, en el tramo de existencia de la sociedad de consumo, han intentado infructuosamente convertirse en Partidos revolucionarios y organizar a los trabajadores en una clase revolucionaria. El esquema de su acción es siempre el siguiente: se reúne un grupo de intelectuales radicales que declaran su adhesión al marxismo-leninismo, al cual consideran una doctrina completa y lista para aplicarse, y manifiestan su repudio al revisionismo de todo tipo; se organizan de acuerdo con las directrices de la IIIa. Internacional y toman como modelo al Partido Bolchevique: establecen Comités, Burós, Conferencias, etcétera, entre los que reparten, conforme a una meditada división del trabajo, todas las tareas imaginarias que algún día van a llevar al cabo; fundan su órgano informativo, al que denominan “Iskra”, o algo así; otean el horizonte político y siempre descubren que ahora sí el proletariado, obligado por la superexplotación capitalista, ha iniciado una lucha contra el régimen burgués; trazan una estrategia y una táctica para la lucha revolucionaria, armados con las cuales se lanzan a la conquista de la clase obrera. Invariablemente, una clase obrera sometida organizativa e ideológicamente a la burguesía los repele sin que hayan siquiera podido hacer contacto con su epidermis; sobreviene la crisis en la organización “revolucionaria”, se produce sin falta la escisión y ya tenemos dos grupos que seguirán el mismo ciclo descrito. Y así sucesivamente. Las organizaciones que después de varios intentos de penetrar en la clase obrera, por alguna causa sobreviven a esta fatalidad, se convierten, conservando su estructura de Partidos “revolucionarios”, en aliados de la pequeña burguesía en las luchas “populares” que sus diversos sectores despliegan contra la burguesía y hacen de esa lucha pequeño burguesa el único contenido de su acción política. Esto es así porque estos grupos nunca realizan las tareas necesarias, que acabamos de describir, para tener un carácter verdaderamente revolucionario. Sin embargo, el propio desarrollo del capitalismo en su fase de consumo habrá de obligar a la intelectualidad radical a dar el salto cualitativo por el cual debe convertirse en una organización verdaderamente revolucionaria. XVII El desencadenamiento de la crisis En el período que comprende el último semestre del 2007 y el primero del 2008 llega a su punto más alto la fase de oposición absoluta entre los contrarios que integran el capitalismo de consumo. Existe una total y completa contradicción entre el capital financiero por un lado y el capital industrial y comercial por el otro, la producción extrema de bienes de consumo y el estrecho límite que impone la demanda efectiva de la sociedad, el acelerado descenso de la tasa de ganancia y la imposibilidad absoluta de seguir utilizando los medios normales de contrarrestarla, la acumulación desmedida de capital y la cada vez más limitada posibilidad de su valorización, el desenfrenado crecimiento del sector I de la economía y la paralización y desmedro del desarrollo del sector II, etcétera. Esta drástica contraposición, sin embargo, permanece oculta, teniendo una existencia subterránea, desde donde ejerce su acción disolvente en el corazón del régimen económico. Esta situación se refuerza porque la ideología dominante ha logrado convertir en dogma religioso los postulados del neoliberalismo, conforme a los cuales el modelo económico prevaleciente es la forma natural-humana de organización de la sociedad que, tras su rescate de las desviaciones impuestas en épocas anteriores por el comunismo, el estatismo y el populismo, se encamina por la pavimentada senda del progreso incesante y del bienestar creciente; las alteraciones en la evolución de la economía neoliberal, que pueden llegar a constituir verdaderas y catastróficas crisis en las cuales el progreso se detiene e incluso se retrotrae y el bienestar se trueca en grandes males económicos, como la asiática, la de LTCM, la de Enron, la de WorldCom y la de las empresas dot.com, son minimizadas y consideradas como pequeños males necesarios que no niegan, sino al contrario reafirman que la esencia del régimen capitalista es acorde con la naturaleza humana; en última instancia, imputan las imperfecciones del régimen económico a la subsistencia de resabios del populismo y del intervencionismo estatal y aprovechan la ocasión para profundizar sus políticas económicas neoliberales. Las manifestaciones externas de la exacerbación extrema de las contradicciones del régimen económico de la sociedad de consumo aparecen por necesidad, para sus ideólogos, como males menores, perfectamente remediables; el ataque a estas desviaciones del modelo puro proporciona un gran ímpetu a la intensificación de las contradicciones, cuyos elementos incrementan la desvinculación existente entre ellos. Así, en un movimiento de mutua implicación de la apariencia y la esencia, la sociedad del capitalismo de consumo ingresó, en la fase más reciente de su existencia, al camino del incontrolable crecimiento desorbitado de sus factores componentes y de la superlativa polarización de los mismos. El desenlace de esta situación es el sorpresivo, violento e instantáneo derrumbe del edificio económico. La crisis de las hipotecas subprime A finales del año 2006 se ha agotado el último impulso de la expansión crediticia basada en las hipotecas subprime, que en su tramo terminal se nutría con los préstamos de “mala fe” (predatory lending). La demanda de casas desciende, su precio se reduce y la industria de la construcción se desacelera. Por otra parte, también en el período considerado, el incumplimiento y las ejecuciones implícitos en los préstamos de “mala fe” se concretan y son el motor para un incumplimiento generalizado y una ola imparable de ejecuciones en el total de las hipotecas “subprime”, los que al final se trasladan incluso a las hipotecas prime. Fueron la oferta sin límite de préstamos hipotecarios subprime de mala fe (en los cuales tanto el prestamista como el prestatario están plenamente conscientes de que no van a poder ser servidos sus intereses ni pagado el principal, los llamados “predatory lending”) por parte de sus generadores y su securitización masiva por las instituciones financieras con la finalidad de hacer crecer monstruosamente sus ganancias los que produjeron la elevación del precio de las casas, el exceso de construcción de las mismas y, como últimas consecuencias, el incumplimiento y las ejecuciones masivas, la caída de los precios y la ruina de la industria de la construcción. La oferta excesiva de préstamos hipotecarios subprime reconoce su origen en la demanda especulativa de las instituciones financieras que incita a los generadores a otorgar masivamente préstamos hipotecarios subprime de mala fe. La llamada “crisis de las hipotecas subprime” es el detonador de la fase explosiva de la crisis financiera internacional que se presenta en el 2º. Semestre de 2008. La intempestiva aparición de la crisis financiera internacional Al término de la primer mitad de 2008, el sistema financiero norteamericano está formado por un grupo de instituciones que se encuentran casi en su totalidad en un estado de quiebra técnica; los incumplimientos masivos en los créditos hipotecarios y otros créditos al consumo han reducido en forma dramática los ingresos de todo el sistema (bancos, fondos, etcétera) y hecho exigibles en bloque sus obligaciones, las cuales tienen un volumen superlativo; los activos se han desvalorizado, agotado las reservas y la liquidez es apenas suficiente para unas cuantas semanas, si acaso días de funcionamiento. Al iniciarse el segundo semestre de ese mismo año, los bancos y fondos y los funcionarios del tesoro y de la Fed se ven forzados, muy a su pesar, a reconocer y declarar, intempestivamente, en una rápida sucesión de acontecimientos, la insolvencia de las diversas instituciones, tras lo que se lanzan a una desesperada búsqueda de recursos inexistentes y, por último, a la conformación de las acciones de rescate público de las empresas en problemas. La disyuntiva que se planteaba ante las autoridades norteamericanas era la siguiente: si se atenían al sacrosanto precepto neoliberal de la libertad de comercio, una sucesión inacabable de quiebras en el sistema financiero y luego en la industria y el comercio de los Estados Unidos habría conducido a una catástrofe económica de tales dimensiones que la depresión de los años 20 parecería tan sólo un pequeño trastorno; si se trasgredían los principios del libre comercio y se echaba mano de un instrumento típicamente estatista y populista, la intervención del estado, con la finalidad de rescatar a las entidades en problemas mediante la inyección de miles de miles de millones de dólares, el desastre se habría evitado y la economía norteamericana podría volver pronto a la senda del crecimiento. La elección no ofrecía dudas: los campeones del neoliberalismo, encabezados por Bush y secundados por Bernanke, se convirtieron en los promotores más entusiastas del estatismo más extremo y proyectaron y ejecutaron acciones de salvamento del sistema financiero norteamericano que implicaron la infusión de miles de miles de millones de dólares públicos y la participación del gobierno en la propiedad de las empresas financieras. XVIII El moderno capitalismo de consumo y la explotación y depauperación de los trabajadores. En los Estados Unidos existe la forma más desarrollada del moderno régimen capitalista. En ella se conservan todas las determinaciones esenciales descubiertas por Carlos Marx en las etapas anteriores de existencia de este régimen económico-social; las contiene, además, en su carácter desarrollado, superior. Así, la sociedad capitalista moderna es fundamentalmente la misma que estudiaron los clásicos del marxismo, pero en su forma más alta de “sociedad capitalista de consumo”. El régimen económico que existe en los Estados Unidos es la forma histórica superior del capitalismo. En él ha quedado establecida la estructura integral que comprende la unidad de producción y consumo y se ha forjado su basamento, que es el esclavizamiento, explotación y depauperación de los trabajadores en los espacios de la producción y el consumo. En la sociedad norteamericana se dan la suma y el compendio de todas las formas históricas de esclavizamiento, explotación y depauperación de los trabajadores. Ahí han adquirido sus dimensiones más pavorosas la violencia física y moral que ejercen los capitalistas sobre los trabajadores para mantener y fortalecer la esclavitud asalariada; la extensión y la intensificación del trabajo y la sistemática reducción del salario ocasionan un desgaste monstruoso de la fuerza de trabajo de los obreros y un déficit creciente de los medios de vida necesarios para reconstituirla; la maquinización incesante de la producción traslada a la máquina las capacidades productivas de los obreros, anulando en ellos la facultad correspondiente, lo que conduce a la degeneración de sus cuerpos y de sus mentes. El resultado de todo esto es el aumento de la miseria obrera que se caracteriza por el hambre, las enfermedades, la muerte prematura y la degeneración y descomposición de sus órganos y procesos orgánicos. Esta forma de la pobreza tiene un amplio campo de acción en la sociedad norteamericana; a ella están sujetos millones de trabajadores inmigrantes (principalmente latinos), trabajadores negros e incluso blancos que realizan los trabajos de más bajo nivel pero que son el soporte de todo el sofisticado y altamente tecnificado aparato industrial, comercial y de servicios. El país más desarrollado de la tierra tiene en sí mismo, como su otro que es su base de sustentación, la típica miseria infrahumana de las naciones más pobres del planeta. El régimen capitalista de consumo que se constituyó en los Estados Unidos heredó una colmada sobrepoblación obrera a la cual ha agregado anualmente millones de personas que el desarrollo capitalista expulsa necesariamente de la órbita del trabajo. La sobrepoblación obrera es el resultado forzoso de la acumulación de capital, como ya lo vimos anteriormente, pero también es una condición de la misma. Al igual que las instituciones bancarias deben mantener cuantiosas reservas (que son fuerza de trabajo obrera condensada bajo la forma dinero) para garantizar sus operaciones pasivas, o también los gobiernos nacionales con la finalidad de responder a sus obligaciones internacionales, de la misma manera, el régimen capitalista como un todo requiere tener una provisión de fuerza de trabajo viva, prácticamente inagotable, que esté a la disposición de los capitalistas cuando realizan los movimientos de sus capitales, que tan pronto absorben como repelen trabajadores en grandes volúmenes, todo en función de las necesidades de acumulación, las cuales están determinadas por el hambre de ganancia de los dueños del capital. El capital no puede existir sino a costa de inmovilizar (amén de destruir, como sucede durante las crisis) cantidades demenciales de trabajo acumulado y trabajo vivo y todo con la finalidad de mantener en funcionamiento el régimen que tiene como soporte y resultado la esclavización, explotación y depauperación de los trabajadores. La sobrepoblación obrera no puede ser erradicada en forma alguna dentro de los límites del régimen de producción capitalista. La población obrera sobrante de los Estados Unidos está formada en una gran parte por una masa de seres infrahumanos que como sedimento han ido quedando de todos los movimientos históricos del capital; ellos son la negación absoluta y total de la naturaleza humana, pues no ejercen, ni tienen la expectativa de hacerlo, ninguna facultad de la especie; constituyen la putrefacción manifiesta del régimen de producción capitalista, su enorme pústula que se exhibe impúdicamente. En este grupo desahuciado de los trabajadores se concentran en una forma virulenta todos los males clásicos que el capital produce para los obreros: hambre, enfermedades y muerte, una abrumadora miseria física y moral que es el caldo de cultivo de todos los vicios y todos los males. Desde luego que este sector de la población no es tomado en cuenta para nada por las estadísticas burguesas del trabajo. La superpoblación obrera norteamericana está integrada también por otro grupo de trabajadores. Son aquellos que están a la disposición inmediata del llamado del capital; del grueso de este sector únicamente un pequeño porcentaje es el que cubre los movimientos cotidianos de atracción y repulsión de obreros. Entre 1990 y 2008 se mantuvo en los Estados Unidos, en promedio, una población desocupada, según este criterio, que es el del Censo de población norteamericano, de 7,559,080 trabajadores, de los cuales, en promedio sólo 958,850 anuales, o sea, el 12.6% del total, fueron atraídos o repelidos por los capitalistas. Esto significa que en promedio 6,600,250 trabajadores debieron quedarse inactivos anualmente a lo largo de 19 años. (Ver Tabla No. 1 y Gráficas 1y 2) En este sector de la sobrepoblación obrera relativa también actúan con una enorme fuerza los factores aniquiladores del capital que los condenan a una situación interminable de hambre, enfermedades y muerte, con el agravante de que la pequeña capa que realmente es utilizada por el capital se encuentra sujeta al devastador estrujamiento de su fuerza productiva por la alternación de períodos en los que trabaja para el capital y soporta la exacción destructiva de su fuerza de trabajo y otros en los que deja de hacerlo y es sometido a la inactividad degenerativa de sus capacidades productivas. En la sociedad norteamericana se han desarrollado ampliamente la esclavización, explotación y depauperación de los trabajadores con base en el consumo masivo. Es precisamente la industria norteamericana, acuciada por el consumo desbordado, la que ha perfeccionado los métodos de producción de plusvalía relativa, esto es, la maquinización de la producción conforme a las nuevas tecnologías cibernéticas, que así han sido llevados al punto superior de su evolución como medios para extraer cantidades masivas de plusvalía a los obreros y formas de reforzar la depauperación de los trabajadores. Las funciones cibernéticas de vigilancia, control, comunicación, información, retroalimentación, coordinación y organización de los sistemas, procesos y mecanismos productivos son las mismas capacidades del obrero, de las que fue despojado, que ahora se encuentran incorporadas a la máquina por excelencia, la computadora. Al pasar a la máquina las potencias del obrero, la fisiología de los trabajadores sufre un embate más decisivo: los órganos y procesos fisiológicos (mentales, en este caso) que eran el soporte de su actividad productiva, son condenados a la inmovilidad y, por tanto, a la atrofia irremisible; en su nueva naturaleza de fuerza de trabajo en su máxima abstracción (es decir, privada de su anterior contenido concreto), se le dota del carácter de fisiología humana que es una continuación de la máquina, la cual la incorpora a sí como uno de sus elementos; anexada al mecanismo, la fuerza de trabajo continúa por el camino de la atrofia de sus antiguas capacidades productivas y, además, ingresa en un proceso de desnaturalización que la convierte en una extensión del instrumento y la hacer funcionar exhaustivamente en esta nueva condición, lo cual se traduce en una mayor atrofia, un desgaste más grande, una descomposición acelerada y una degeneración indetenible de sus órganos y procesos orgánicos, los cuales pierden así definitivamente su naturaleza humana. En la sociedad norteamericana, en el núcleo del proceso productivo, en su industria, se desenvuelve necesariamente la fase más alta del proceso característico del régimen capitalista moderno de atrofia, degeneración y descomposición de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, esto es, de la negación rotunda de su naturaleza humana. El consumo masivo tiene un doble resultado en relación con la suerte de los trabajadores norteamericanos. En primer lugar, refuerza centuplicadamente todas las formas de producción de plusvalía absoluta y relativa, con lo cual contribuye a acrecentar la explotación y depauperación de los trabajadores. En segundo lugar, produce directamente efectos perniciosos sobre la clase obrera. Al determinar el movimiento desenfrenado del mecanismo psíquico-sensorial displacer-placer, obliga a los órganos y procesos orgánicos a través de los cuales los trabajadores asimilan el universo de bienes que el capital les ofrece tentadoramente a funcionar en exceso, extremadamente mucho más allá de los límites biológicos de la especie, y en un sentido absolutamente antinatural, mediante la exaltación de las necesidades y los intereses del individuo, que especula así sobre su fisiología, prostituyéndola. Exacerba la individualidad de los trabajadores, convirtiéndolos definitivamente en propietarios privados de sí mismos (último reducto de la propiedad privada) que son la antípoda del individuo órgano de la colectividad característico de la naturaleza humana. El consumo masivo produce necesariamente, por sí mismo, la acelerada degeneración y descomposición de los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, daños que se suman a los que recibe directamente en la órbita de la producción y que ya hemos detallado en puntos anteriores. Provoca desde su ámbito la negación radical de la naturaleza humana de los trabajadores. Todas las formas de esclavización y depauperación que hemos enumerado, las cuales tienen como su último resultado la aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores, existen simultánea y sucesivamente en la sociedad norteamericana. Al mismo tiempo, uno tras el otro, negándose y procreándose mutuamente, se presentan, en sus manifestaciones más descarnadas, en la sociedad norteamericana, el esclavizamiento y la depauperación que derivan de las formas primitivas de explotación capitalista (trabajo agrícola, trabajo de la construcción, servicios, servicios personales, etcétera, proporcionados por los trabajadores latinos (migrantes), negros, asiáticos y de los blancos que se encuentran en la parte más baja de la escala económica y social) y los que tienen su origen en los modernos métodos productivos, que se basan en las tecnologías más sofisticadas, y en el consumo extralimitado. La clase de los trabajadores norteamericanos está sujeta, por tanto, en su totalidad, a un avasallador proceso de atrofia, degeneración, descomposición y desgaste excesivo de su fuerza de trabajo que anula, en el nervio vital de la especie, la naturaleza humana de la misma. Los trabajadores norteamericanos viven en una situación de deterioro constante de sus condiciones de vida, en un estado sin solución de continuidad de hambre (falta de satisfactores primarios: alimentos, vestido, techo, salud, etcétera), enfermedades físicas y mentales producto del trabajo y del consumo capitalistas, de muerte prematura, de vida meramente vegetativa cuando han sido desechados por el capital después de extraerles hasta la última gota de su fuerza de trabajo o en el tiempo que los mantiene como sobrepoblación obrera, situación que en la mayor parte de este sector de la población abarca toda su existencia y que incluso se transmite de generación en generación, de trabajo y consumo enajenados en los que se niega como ser humano, de temor, angustia, frustración, desesperación y anonadamiento frente a las circunstancias económicas de la producción y el consumo capitalistas que se levantan ante ellos como una fuerza ajena y hostil, de exaltada euforia en la ocasión en que se suscita la esperanza de arrancar una dádiva o en que realmente se obtiene de esa potencia avasalladora que es la realidad económica capitalista, de odio reconcentrado contra todo, contra todos y contra sí mismos, de enaltecida consideración propia (como su propiedad privada), de los demás y de las cosas, de culpa degradante y de responsabilidad opresiva. En la sociedad capitalista de consumo que impera en la nación norteamericana han llegado al pináculo todos los vicios y los males de la propiedad privada. La sociedad norteamericana está hundida por completo en el fango de la degradación moral, la corrupción, la depravación, la prostitución, la disolución familiar, el alcoholismo, la drogadicción, la violencia, el crimen, la pornografía, la sexualidad descomedida (incesto, pederastia, adulterio, homosexualidad, actividad sexual inmoderada, perversiones, etcétera) y cada uno de estos desenfrenos corresponde exactamente a una rama industrial determinada, moral y legalmente constituida o que clama por su legalización. La clase obrera norteamericana, el corazón mismo de la sociedad estadounidense, está inmersa en esta podredumbre que produce el mismo régimen económico que lo explota y empobrece, por lo que también provoca su anonadante degradación moral. XIX La crisis financiera internacional y la explotación y depauperación de los trabajadores La ruina de la industria de la construcción de viviendas fue el detonador de la crisis financiera internacional; la caída de esta rama industrial arrastró tras de sí a todo el complejo industrial, comercial y de servicios de los Estados Unidos, el cual inició entonces un proceso acelerado de reducción de su crecimiento; la propia crisis financiera internacional cegó definitivamente la fuente de recursos crediticios para la industria y el comercio, los cuales ya habían sido seriamente disminuidos por la especulación galopante, con lo que llevó la “economía real” a una vertiginosa y radical desacumulación. El resultado inmediato para la suerte de la clase obrera y la sociedad norteamericana en general de la disminución y reversión del crecimiento económico fue el aumento brutal del desempleo. Lo primero que es necesario resaltar de los hechos que arriba se consignan es la enorme cantidad de trabajadores desocupados que la economía norteamericana debe mantener como una condición inexcusable de su existencia. En promedio, durante el período 1990-2008, hubo en Estados Unidos anualmente una población desempleada de 7,559,080 trabajadores; de éstos, en promedio sólo 958,850 anuales, o sea el 12 % del total, fueron tan pronto llamados a las filas del ejército industrial en activo como posteriormente licenciados de las mismas; esto quiere decir que en promedio 6,600,250 trabajadores estadounidenses permanecieron sin empleo anualmente a lo largo de 19 años, sin la más mínima posibilidad de ser utilizados por el capital y vegetando en los receptáculos de la población sobrante. El nivel de desempleo entre 1990-2010 puede dividirse en varias fases con características específicas cada una de ellas. Entre 1992 y 2000 hay un descenso del nivel de desempleo, el cual lo podemos correlacionar con el crecimiento industrial y del producto interno bruto de esos mismos años. En la medida en que la actividad económica aumenta, el empleo crece, lo que se refleja en el declive del nivel de desempleo. Nos encontramos en la fase de desarrollo ascendente de la sociedad de consumo basado en la bursatilización y en la acumulación y centralización del capital acordes con los nuevos patrones productivos que se establecen al impulso de la revolución tecnológica. En el lapso comprendido entre los años 2001 y 2003 se registra un aumento del nivel de desempleo que en este caso está claramente correlacionado con la reducción del crecimiento económico que tiene su origen en las crisis de Enron, WorldCom, las empresas “dotcom”, etcétera. En el período 2004-2006 la economía vuelve a crecer impulsada por la modernización crediticia que tiene su centro en la “securitización” de los créditos; con ello se da un empuje extraordinario a la industria de la construcción de viviendas y ésta, a su vez, se lo proporciona a la economía norteamericana como un todo. El nivel de desempleo se reduce durante estos años. Por último, entre los años 2007-2010 se presenta un dramático aumento del nivel de desempleo, que en ese intervalo crece un 109.47 porciento, es decir, se duplica el número de desempleados, pasando de 7,077,080 a 14,824,500 personas. El origen de este aumento brutal se encuentra en la enorme desacumulación originada por la crisis financiera internacional. El desempleo en masa que es provocado por la crisis financiera internacional eleva a la enésima potencia todas las vulneraciones que el régimen capitalista produce sobre la clase de los trabajadores. El enorme volumen de trabajadores a los que la crisis despoja de su trabajo se hunde de inmediato en las simas de la miseria física más espantosa, aquella que se caracteriza por la falta de los elementos necesarios para mantenerse con vida (alimentos, vestido, techo, salud, etcétera) y cuya carencia se traduce en hambre, enfermedades y muerte prematura, todo lo cual incrementa el nivel de miseria de la clase de los trabajadores en su conjunto; la concurrencia súbita de millones de desempleados hace descender intempestivamente y en gran medida los salarios de los trabajadores en activo, con lo cual éstos también sufren un deterioro sustancial en sus condiciones de vida; sobre los obreros que quedan en activo, el capital descarga necesariamente todo el peso de la producción, por lo que incrementa la extensión y la intensidad del trabajo, con los resultados que ya conocemos para la salud y la constitución biológica de los trabajadores; en suma, la crisis centuplica, en la órbita de la producción, el esclavizamiento, la explotación y la depauperación de los trabajadores. No menos dramático es el daño que la crisis causa a los trabajadores en la esfera del consumo. En donde más claro se observa este fenómeno es en el mercado de la vivienda. En la fase alta del ciclo, haciendo honor al prejuicio del “sueño americano”, la banca concede préstamos a manos llenas a los trabajadores para que adquieran una vivienda; el orgullo, la satisfacción y el placer de ser “propietarios privados” de una casa embargan a los trabajadores, que de esta manera son sujetos a la forma de explotación específica que ya hemos descrito en partes anteriores de este trabajo. Puesto que la economía norteamericana tuvo, en la última fase previa a la crisis, su base de sustento en el crecimiento hipertrofiado del crédito para la adquisición de viviendas, en cuanto la crisis priva de empleo a millones de trabajadores y reduce en forma radical los ingresos de los que se mantienen activos, a la vez que incrementa en forma voraz los intereses de los créditos, se presenta un incumplimiento generalizado que al fin de cuentas lleva necesariamente a un alud de ejecuciones hipotecarias que deja sin vivienda a millones de personas y, en muchos casos, con una deuda remanente de varios miles de dólares. Aquí se manifiesta brutalmente la esencia de la sociedad de consumo: las viviendas pertenecen, sin discusión, en propiedad privada, a un sector de los capitalistas, los cuales la hacen valer despiadadamente en cuanto el usufructuario no cumple con los pagos de su crédito; resalta también nítidamente que la posesión que los trabajadores ejercen sobre las viviendas es una posesión precaria, un mero remedo de la propiedad privada, una cruel y sangrienta burla que el régimen capitalista hace a los trabajadores. También se revela, de una forma explícita, que la satisfacción de las necesidades de los trabajadores, en este caso la de vivienda, está en función de las necesidades del capital; cuando éste, en su crecimiento desorbitado y como medio para obtener pingües ganancias, requiere incrementar el consumo en una forma sustancial, concede entonces indiscriminadamente grandes volúmenes de créditos a las personas para que obtengan una vivienda; cuando, por el contrario, debido a las condiciones adversas que él mismo ha creado con la especulación, necesita recobrar rápidamente el capital que ha adelantado en esta esfera de negocios, no duda un momento en despojar de sus viviendas a sus poseedores. La satisfacción de las necesidades de los trabajadores son un medio que el capital emplea para la valorización de su capital y la realización de su ganancia. La crisis completa la obra de la sociedad de consumo. Después de que mediante la exaltación del consumo se ha sometido a los trabajadores a una forma de explotación y depauperación específica, lo hace objeto, a través de la restricción violenta y radical del mismo, a otra forma de explotación y depauperación que tiene su fundamento en la anonadación y frustración en que lo sumerge al momento que lo despoja de lo que fue su posesión. En los datos que siguen sobre las propiedades en ejecución hipotecaria (foreclosure) se percibe con claridad la drástica, violenta e inmisericorde desposesión de que el capital hace objeto a los trabajadores norteamericanos de lo que antes les había concedido interesadamente con largueza. En el período comprendido entre el 1er. Trimestre de 2007 y el 1er. Trimestre de 2010, 692,464 familias incrementaron el monto de aquellas que se encontraban en alguna fase del proceso judicial de ejecución, por medio del cual seguramente serían desposeídas de sus viviendas, para dar un gran total de 932,234. En todo el tiempo comprendido entre esas fechas extremas, el número de propiedades en alguna fase de ejecución hipotecaria se incrementó en un 288 %. Esto nos da la medida, verdaderamente terrorífica, de la acción depredadora del capital norteamericano en contra de los trabajadores (recordemos que la mayoría de quienes cayeron en incumplimiento y posteriormente fueron despojados judicialmente de sus viviendas fueron aquellos que habían obtenido hipotecas “subprime”, es decir, las destinadas a las personas de más bajos ingresos, entre quienes se encuentran, por definición, los trabajadores norteamericanos). Es evidente que las personas desposeídas de sus viviendas, que en su mayoría adicionalmente habían perdido su trabajo, pasaron a engrosar la multitud de trabajadores sumidos en la miseria física más abrumadora, incrementando hasta un punto muy alto la pobreza ya de suyo lacerante de los obreros norteamericanos. La miseria física, la pobreza extrema, son el producto más peculiar, absolutamente inevitable, del régimen de producción capitalista. La Oficina de los Censos de los Estados Unidos ha desarrollado una metodología para la medición de la pobreza. Establece un nivel de pobreza que es una cierta cantidad de ingresos monetarios anuales por persona; todos aquellos cuyos ingresos sean iguales o menores a ese nivel determinado se encuentran en una situación de pobreza. Evidentemente que esta forma de medición está por completo impregnada por los prejuicios de la clase capitalista; no comprende, desde luego, todas las manifestaciones de la pobreza ni a todas las personas que las sufren. Sin embargo, nos ilustran perfectamente acerca de muchos de los tópicos que hemos tocado en nuestra argumentación anterior. La primera observación que se impone es que la existencia de una cierta cantidad de pobres es tanto un resultado como una condición, ambos imprescindibles, del funcionamiento del régimen capitalista de producción y que, por tanto, la pobreza no puede en forma alguna ser erradicada dentro de esta forma de organización económico-social. En los 28 años (poco más de un cuarto de siglo) comprendidos entre 1980 y 2008 se conserva anualmente, en la sociedad estadounidense, una cantidad base, inamovible, de 33,300,840 personas en situación de pobreza; sobre este sólido soporte, una población del orden de los 2,186,160 personas es el sujeto de las fluctuaciones que tan pronto elevan como reducen en esa cantidad el total de personas en situación de pobreza; en promedio, a través de las oscilaciones anuales que casi se compensan exactamente, las estadísticas de pobres de los Estados Unidos registran 35,487,420 personas bajo el nivel de pobreza para cada uno de los años del período 1980-2008. La conservación como su soporte invariable de existencia, a lo largo del extenso período de 28 años, de 33,300,840 personas en estado de pobreza en el país económicamente más desarrollado del mundo, demuestra fehacientemente, en los hechos, que el régimen capitalista no puede, bajo ninguna circunstancia, suprimir la pobreza. El régimen capitalista por antonomasia que existe en los Estados Unidos produce necesariamente, en forma sistemática, la miseria creciente de grandes cantidades de trabajadores migratorios, trabajadores negros y asiáticos y, también, la de trabajadores blancos de los más bajos estratos sociales; las actividades que estos grupos laborales desempeñan forman parte de la estructura productiva del capitalismo norteamericano, por lo que estos trabajadores y su miseria progresiva son también elementos fundamentales del capitalismo de consumo existente en los Estados Unidos. Estos trabajadores, de los cuales el moderno capitalismo no puede prescindir, forman incuestionablemente, junto con sus familias, una parte primordial de las 35,487,420 personas que año tras año se encuentran bajo el nivel de pobreza en los Estados Unidos. Los trabajadores desempleados y sus familias, de los que, como ya vimos, también existe un monto básico constante que se conserva año tras año en el régimen capitalista norteamericano, igualmente son una porción importante de la multitud de personas empobrecidas que este sistema económico tiene como cimiento de su existencia. El desempleo voluminoso es, ya sabemos, un factor ineludible del régimen de producción capitalista, un resultado y una condición de su funcionamiento exitoso que no puede ser suprimido; la pobreza que necesariamente acompaña a la falta de empleo existe también de manera ineluctable en la economía norteamericana y su extirpación es igualmente irrealizable. Cada fase de la evolución del régimen capitalista estadounidense ha ido dejando fatalmente una capa sedimental de personas que ya no tiene ninguna función económica, ni siquiera la de población obrera sobrante, que se mantienen y reproducen en esas condiciones de generación en generación. Esos estratos se acumulan y forman un grueso asiento poblacional sobre el cual se abate la miseria física más atroz; sus integrantes son un segmento importante del total de pobres norteamericanos. Todos los grupos, sectores, segmentos, etcétera que integran la población en estado de pobreza de los Estados Unidos son elementos estructurales necesarios, de los que en forma alguna se puede prescindir, del régimen capitalista de norteamérica; su papel económico en el proceso productivo implica forzosamente su existencia en un estado de pobreza progresiva. De ahí entonces que la pobreza vinculada al capitalismo sea totalmente imposible de eliminar dentro de las fronteras de este régimen económico. No obstante la evidencia abrumadora, que se desprende por sí sola de las estadísticas de pobres proporcionadas por el propio gobierno de los Estados Unidos, de la total imposibilidad de terminar con el estado de creciente pobreza crónica que asola a los trabajadores norteamericanos, los ideólogos de este régimen continúan aferrados a sus arraigados prejuicios en esta materia. Ciegos ante la reluctante realidad, postulan que la pobreza es erradicable en su totalidad, siempre que se siga en toda su pureza la receta que cada uno de los sectores económicos propone: el sector I, la prescripción neoliberal en toda su extensión, y el sector II, el modelo estatista y populista; cuando la realidad les restriega en la cara la inamovilidad de la pobreza del seno del régimen capitalista, ambos sectores, poseídos de una enorme ternura por lo pobres, sostienen que cuando menos es posible reducir en cierta medida sus aristas más cortantes, por ejemplo dando fin a la pobreza extrema, siempre, desde luego, que se sigan al pié de la letra las indicaciones de sus respectivos manuales; de esta filantrópica visión participan por entero los grupos radicales de izquierda, algunos de ellos pretendidamente marxistas, los que confieren a la revolución el papel de un instrumento para establecer un modelo económico “más democrático”, con el cual sea posible lograr el incremento del empleo y la reducción de los niveles de pobreza. La reivindicación verdaderamente revolucionaria en esta materia tiene como núcleo la colectivización de la producción y del consumo, lo que implica la abolición del capital y del trabajo capitalista y, por tanto, la eliminación drástica y definitiva de la explotación del trabajo asalariado y, con ello, de toda forma de miseria y de pobreza. Todas las posiciones que sobre este tema mantienen los neokeynesianos, neokaleckianos y marxistas revisionistas expresan cabalmente los intereses del sector II de la economía norteamericana e internacional y se resuelven, a fin de cuentas, en un apoyo más o menos franco al desarrollo del mismo. Como ya hemos visto reiteradamente, el desenvolvimiento del sector II del capitalismo norteamericano prepara, necesariamente, el de su contrario, el sector I de la economía, por lo que la acción de los grupos que se autonombran de izquierda, marxistas, etcétera, dirigida a promover la inversión productiva en un marco democrático como instrumento para incrementar el empleo y reducir la pobreza, tiene como resultado inevitable el impulso, mediante métodos capitalistas, de un sector del régimen capitalista, la preparación del progreso del otro sector y el perfeccionamiento de la totalidad del régimen capitalista, es decir, de un sistema económico que se asienta en la conservación y el aumento constante del desempleo y de la pobreza de los trabajadores. Como agentes de un sector del capitalismo, estos intelectuales y grupos de izquierda son enemigos declarados del proletariado. Los datos estadísticos referentes a la cantidad de personas que se encuentran debajo del nivel de pobreza en los Estados Unidos sólo llegan hasta el año 2008. La Oficina de los Censos de Estados Unidos no ha liberado aún (marzo de 2011) las cifras que corresponden a los años de 2009 y 2010. Sin embargo, podemos tener una idea aproximada de las altas cotas alcanzadas en esos años por la pobreza en los Estados Unidos si tomamos en consideración que el número de desempleados subió al doble en el año de 2009 y en ese nivel se mantuvo durante 2010; esto significa que más de siete millones de personas, cuando menos, pasaron a formar súbitamente parte de la población en estado de pobreza, la cual, por tanto, debió incrementar su monto hasta cerca de los 42 millones, No es difícil imaginar a qué extremos ha llegado la de por sí lacerante pobreza de los trabajadores norteamericano con el aumento en un golpe de siete millones de pobres más, ni la virulencia devastadora que todos los flagelos con que el capital los azota (el hambre, las enfermedades, la muerte prematura, los problemas sociales de todo tipo, etcétera) han adquirido en estas circunstancias. Por otro lado, el aumento súbito y en cantidades verdaderamente portentosas de los desempleados y de los pobres a causa de la crisis financiera internacional ha colmado hasta el borde el depósito de melaza filantrópica del que los capitalistas y sus rapsodas se nutren para justificar y embellecer su actividad depredadora del trabajo asalariado. Y no es que la burguesía no tenga una clara conciencia de sus derechos históricos inalienables, ni de la justificación moral indiscutible para obtener una ganancia de la explotación del trabajo asalariado, ambos derivados en última instancia de una fuente divina, sino que su acendrada solidaridad humana, sentimiento cristiano por excelencia, la lleva a colocar en segundo término sus propios intereses y a ejercer su función productiva, generadora desde luego de copiosas ganancias, en primer lugar con el propósito de dar empleo a los millones de personas que carecen de él, lo que ha de permitir acabar con la oprobiosa pobreza en que se debaten; el capitalista postula que invertir capital y obtener ganancias es únicamente un medio para crear empleos y procurar una vida digna a los desposeídos. Es por eso que su espíritu se dilata con un amor inconmensurable por los pobres cuando ve que las crueles circunstancias económicas han producido una enormidad de desempleados y una pobreza monstruosa, porque eso le permitirá cumplir, en una forma plena, su función social, que es también una obligación moral y religiosa, de crear empleos mediante la inversión productiva. Esta transposición ideológica y la sacralización de la actividad de los capitalistas son comunes a todos los sectores de la economía capitalista; cada uno de ellos proclama como su misión histórica el dar empleo a los trabajadores para rescatarlos de su estado de pobreza y condena y sataniza al otro porque en su empecinamiento en aplicar una política económica errónea, en un caso el neoliberalismo, el populismo y estatismo en el otro, realmente lo que hace es impedir criminalmente que operen a plenitud las fuerzas económicas que deben impulsar la creación de empleos. De nuevo nos encontramos en este terreno con nuestros viejos conocidos, los grupos y partidos de izquierda y los intelectuales que los nutren con sus argumentos teóricos e ideológicos; su fórmula de la revolución proletaria tiene también su fundamento en esa piedad por los pobres y se corresponde completamente con las recomendaciones prácticas que del modelo económico propugnado por el sector II de la economía se desprenden: la revolución obrera tiene como objetivo el pleno empleo y la elevación del nivel de vida de los trabajadores. Según se ha puesto de relieve en todo lo anteriormente expuesto, el esclavizamiento, explotación y depauperación crecientes de los trabajadores norteamericanos se manifestaron plenamente, bajo las diversas formas que en el análisis previo hemos estudiado, tanto en la fase de auge del ciclo, durante la cual se estableció y tuvo su primer desarrollo la sociedad de consumo, como en el tiempo de la crisis devastadora que alcanzó su clímax en el año 2008. A la par con esta negación rotunda de la naturaleza humana esencial de los trabajadores, maduraron en la sociedad norteamericana los elementos para la recuperación de la forma más alta de la misma por medio de una transformación revolucionaria del régimen económico-social capitalista. (Remitirse a los parágrafos La sociedad de consumo y la revolución y El otro del capitalismo de consumo es el socialismo integral, de este mismo trabajo.) XX La crisis financiera internacional y el movimiento obrero norteamericano La crisis financiera internacional no provocó en los Estados Unidos fuertes movimientos de protesta de los grupos sociales más afectados; únicamente dio lugar a la elección de Obama como Presidente de los Estados Unidos y en él se depositaron las esperanzas del sector II de la economía y de la sociedad norteamericanas de que se satisficieran sus reivindicaciones más sentidas, que la crisis había colocado en primer plano, e impulsó una débil y efímera movilización de los migrantes latinos, quienes exigían una reforma migratoria que nunca se concretó y, al contrario, dio paso a una política antiinmigrante que, a partir de Arizona, se extiende rápidamente a otros muchos más Estados de la Unión Americana. Ningún grupo o sector de los trabajadores norteamericanos realizó acciones significativas de protesta contra el empeoramiento de sus condiciones de vida causado por la crisis financiera internacional. En los demás países del mundo, casi sin excepción, la crisis financiera internacional tuvo los mismos efectos que en los Estados Unidos. En algunos de ellos, como Grecia y España, a los cuales la crisis golpeó de una forma más grave, se registraron protestas multitudinarias de los trabajadores en contra de la política gubernamental y patronal que se aplicaba para tratar de resarcirse de los estragos causados por la crisis mediante el despojo a los obreros de sus empleos y el menoscabo de sus derechos y prestaciones. Sin embargo, estas manifestaciones estaban estrechamente circunscritas a los límites del régimen capitalista de producción y sus demandas no iban más allá de aquellas que el sector II de la economía ha presentado siempre en contra del sector I y que se concentran todas en la reivindicación de un modelo “más democrático” de acumulación de capital. No eran ni podían ser el punto de partida de un movimiento revolucionario de la clase obrera porque para ello faltaban varios elementos fundamentales: una teoría revolucionaria que hubiese superado el marxismo revisionista que hoy impera en el mundo, un partido revolucionario formado con base en esa teoría y un proletariado con una conciencia de clase que le hubiera sido imbuida por ese partido, todo lo cual comprende un largo y complicado proceso, el cual es tiempo que ni siquiera se ha iniciado. Así, hubimos de ver, inmediatamente que la crisis se manifestó más abiertamente y se empezaron a dar las protestas de los trabajadores, el júbilo rebosado de los marxistas postmodernos, quienes saludaban alborozados el amanecer de la revolución social, a cuyo carro, por cierto, se aprestaban a subir y, más adelante, desde luego, a conducir pertrechados con el bagaje teórico que habían mantenido bajo custodia, en estado de animación suspendida, por todos estos largos años. XXI La crisis financiera internacional y la revolución proletaria Hasta la segunda posguerra existió una relación directa entre las crisis económicas del régimen capitalista y los avances del movimiento obrero y de la revolución proletaria. La primera lucha del proletariado como clase específica del régimen capitalista, librada por los obreros franceses contra su burguesía en 1848, y la primera conquista del poder político por el proletariado, la Comuna de París de 1872, fueron consecuencia de sendas crisis económicas europeas de los años previos; de la misma manera, el establecimiento del socialismo en Rusia y la constitución del sistema de países socialistas fueron el resultado de dos grandes crisis económicas, políticas y militares, las guerras mundiales de 1917 y 1942. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX se observó un fenómeno distinto. El sometimiento del movimiento obrero internacional a la dominación ideológica y organizativa de la burguesía internacional, lo que se tradujo en el resultado de que la clase obrera internacional estuviese dotada de una conciencia burguesa y organizada en torno a reivindicaciones burguesas, el paso del capitalismo a una etapa superior de su desarrollo en donde sus características esenciales son llevadas hasta el punto más alto del proceso de aniquilación de la naturaleza humana de los trabajadores, el derrumbe del socialismo formal, que anunciaba la conclusión de una fase de la implantación del socialismo y el inicio de otra, con características específicas distintas, en la cual se debe implantar, además de la colectivización de la producción, la colectivización del consumo, lo que implica la anulación decisiva de la individualidad de los trabajadores y que será al mismo tiempo la reapropiación de la naturaleza humana de la especie, la revisión a que fue sometida la teoría del marxismo leninismo y la falta de un desarrollo creador de la misma que descifrase la naturaleza específica del capitalismo moderno y las nuevas condiciones en las que el proletariado tendría que desplegar su lucha, todo esto ocasionó que las crisis que durante este período se han producido, incluso la crisis financiera internacional que hemos venido analizando en este trabajo, por graves y catastróficas que fueran sus consecuencias para las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, no hayan devenido en una acción del proletariado dirigida a preparar y llevar al cabo la revolución socialista. En lugar de ello, durante este período, cuando las crisis han producido los más graves daños a la clase de los trabajadores, éstos, guiados por su arraigada conciencia burguesa y organizados en agrupaciones burguesas, se han movilizado (cuando lo han hecho) únicamente por sus reivindicaciones también burguesas (un modelo de desarrollo económico más democrático, restitución de beneficios que la burguesía les ha arrebatado, combate al desempleo, incremento del salario y las prestaciones sociales, intervención del estado e, increíble pero cierto, ¡incremento de las inversiones productivas generadoras de empleo!). Las crisis modernas han tenido la virtud de reafirmar y reforzar la conciencia y organización burguesas de los trabajadores, confirmarlos como apéndices de un sector de la burguesía, y no los han llevado, ni podría hacerlo, a realizar ningún tipo de lucha revolucionaria. Toda esta actividad de la clase obrera constituye en realidad un generoso apoyo a un sector de la clase burguesa (sector II) y a la pequeña burguesía en su enfrentamiento con la gran burguesía o plutocracia (Sector I) para la defensa y promoción de sus intereses capitalistas; la clase obrera se desempeña entonces como ferviente impulsora del régimen capitalista. Queda ahora suficientemente claro que, en las condiciones del capitalismo moderno, la clase obrera únicamente podrá llevar a cabo una lucha revolucionaria por sus propios intereses cuando la intelectualidad radical realice previamente una titánica labor para reivindicar y desarrollar la teoría del marxismo-leninismo, se constituya en un Partido equipado con esa teoría enriquecida, se fusione con la clase obrera mediante un proceso de desalojo de su conciencia de la ideología burguesa y sustitución de ésta con la ideología revolucionaria y, por último, dirija a los trabajadores, plenamente conscientes de sus intereses de clase, en su lucha por la conquista del poder y la instauración del socialismo. La clase obrera, guiada por su partido revolucionario, podrá entonces luchar cotidianamente por sus propios intereses de clase, tanto en los períodos de auge como en los de crisis del sistema que está destinada a enterrar, y no tendrá que esperar, como en épocas anteriores, a que las condiciones económicas coyunturales lo empujen a la acción. Junio de 2014 57