Populismo, misticismo y
psicoanálisis
Emilce Cuda
Universidad de Buenos Aires / Universidad de Belgrano
Nora Merlin
Universidad de Buenos Aires
Sandra Mansilla
Comunidad Teológica «Rajab»
Resumen
Dado el contexto latinoamericano, donde la religiosidad convive con el populismo,
nos propusimos abrir un diálogo entre filosofía, psicoanálisis y teología, para
reflexionar sobre la articulación de significantes religiosos en la protesta social.
Como resultado identificamos una matriz común entre populismo y mística: la
negación discursiva. Concluimos que la articulación de ambas esferas contribuyó a
la emergencia de nuevas relaciones sociales. En primer lugar, presentaremos la
lógica populista según la entiende Laclau. En segundo lugar, veremos cómo opera
esa lógica populista en el discurso colectivo, a través del pensamiento de Lacan. En
tercer lugar, se presentarán casos de investigación-acción entre mujeres, donde se
pone en evidencia la articulación de significantes religiosos en el campo de lo
político.
Palabras clave: populismo, misticismo, mujeres, biblia.
Abstract
Within the Latin American context, where religion coexists with populism, we
propose a dialogue among philosophy, psychoanalysis and theology in order to
reflect on the articulation of religious signifiers in social protest. As a result we
identify a common matrix between populism and mystical discursive denial. We
conclude that the articulation of both areas contributed to the emergence of new
social relations. We develope these ideas in three sections. First, we introduce the
notion of populist logic as it is understood by Laclau. Second, we analyze how that
logic works in populist collective discourses drawing from the work of Lacan.
Third, we introduce some cases of «action-research» among women, which
highlights the articulation of religious signifiers acting within the political realm.
Keywords: populism, mysticism, women, bible.
Religión e incidencia pública
N° 1 (2013): pp. 61–86
Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
La lógica populista y su vínculo con la vía
negativa de lo sagrado
El populismo es definido, por algunos, como un modo de
democracia inmediata caracterizada por la palabra negativa en el
espacio público, donde hoy se legitiman los gobernantes. Según el
análisis de Isidoro Cheresky (2008: 26), la palabra negativa en la
calle es más relevante que las urnas, y su articulación ha sido
encarnada en América Latina en mujeres, indígenas, exguerrilleros, sindicalistas, y sacerdotes. Pero resulta necesario
distinguir entre palabra negativa en tanto libertad negativa propia
de las democracias liberales, y palabra negativa en tanto vía
negativa de las democracias populistas.
Para comenzar hablaremos de la palabra que, según Aristóteles,
es lo que caracteriza la esencia del ser humano y, por tanto, es
fundamento de su actividad política como universal. Por la palabra
el ser humano no es ni animal ni dios, dice el filósofo, para quien la
acción humana por excelencia será la palabra y no la vida social;
palabra que aparece en lo social y manifiesta el desacuerdo sobre lo
justo (Aristóteles, 1985: 27).. El ser humano aparece en el
«discurso», según se desprende de lo expresado por Aristóteles; en
el discurso «entre» los otros dice Arendt; en el discurso como
«desacuerdo» sobre las partes comunes dice Jacques Rancière; en
el «antagonismo» dicen Ernesto Laclau y Chantal Muffe; en el
«escándalo» dice san Pablo. Ahora, cuando el desacuerdo, o
palabra negativa que irrumpe la vida pública, es la de un demos,
entendido como pueblo de iguales o incluidos, que dice/no al
gobernante de turno, no debería hablarse de populismo sino de
liberalismo, si pensamos que este surge históricamente como
libertad negativa, libertad que dice/no como limite a la voluntad
del monarca o de la masa. Pero, cuando la palabra negativa que
irrumpe el espacio público no es la del demos sino la del ochlos,
entendido como plebe de diferentes o excluidos, que dice/no a la
determinación de un demos/Uno que desde el discurso del amo lo
nombra, lo define, y lo relaciona como lo Otro, entonces allí es
cuando la palabra negativa debería entenderse como populismo.
Esta es, a nuestro modo de ver, la diferencia entre, por ejemplo, la
teoría de Pierre Rosanvallon y la de Ernesto Laclau. Dicho de otro
modo, la palabra negativa en el populismo no es el «no como
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Populismo, misticismo y psicoanálisis
límite» del liberalismo, sino el «no como vacuidad» de la vía
negativa de la teología mística. Si pensamos en referentes como
Plotino, Eirugena o Nicolás de Cusa, no resultará difícil entender la
diferencia entre el «no» como límite que impide a lo Otro el acceso
a la sociedad de lo Uno, y el «no» como ruptura de todo límite,
determinación, o nombre, capaz de sacar al ser de su pobreza y
permitirle su aparecer en un más-allá-del-ser.
Ahora, volviendo a Aristóteles, si la palabra política es
desacuerdo sobre lo justo, entonces la igualdad formal como idea
de consenso único que impide el desacuerdo es la negación misma
de lo político. Lo político parece implicar necesariamente el
desacuerdo y la contingencia, la inclusión de la diferencia, el
reconocimiento de lo Otro. El «hacer escuchar como discurso lo
que no era escuchado más que como ruido» (Rancière, 2007: 45),
es lo político en Rancière, para quien la igualdad solo se inscribe en
lo social por el desacuerdo, contrariamente a la lógica de la
democracia liberal que lo suspende políticamente. En América
Latina, el populismo, como nueva democracia no liberal, trata de
hacer aparecer la diferencia en el discurso de lo único, trata de que
el ruido de su demanda se convierta en palabra, es decir, que la
demanda de lo Otro pueda ser articulada en el discurso de lo Uno.
Para Muffe (2010), pensar la democracia como desacuerdo o
agonismo, es pensar un nuevo modo de democracia no liberal. Si
acordamos con esta autora que la misma democracia liberal,
ocurrida frente a la crisis social del siglo 19, no es más que una
articulación contingente entre dos modelos, el liberal con sus
libertades individuales, y el democrático con su idea de igualdad y
de gobierno popular, entonces, puede visualizarse sin temor una
nueva resolución del conflicto social por fuera de la democracia
liberal y su idea de un consenso universal. Notoriamente para
nosotros, los teólogos, esta autora postmarxista propone articular
en el nuevo discurso político de las diferencias también los
significantes religiosos. Si pensamos que la Palabra Divina también
fue excluida como lo Otro de una modernidad secular, entonces,
incorporarla a modo de horizonte ético en un nuevo modelo de
democracia no secular capaz de articular discursivamente todas las
voces, como pretenden serlo las nuevas democracia populistas,
sobre todo las latinoamericanas, donde el decaimiento de las
creencias religiosas no se ha modificado como en Europa, es
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posible. Muffe sostiene que la secularización no es un rasgo
necesario de la democracia sino de un modo contingente de
democracia como lo es la liberal que no admite la palabra de lo
diferente. En el contexto latinoamericano, donde la razón populista
y la razón de lo sagrado son ambas constitutivas de su identidad,
una articulación de demandas populares y de significantes
religiosos puede ser posible, si se acepta que hay otras formas de
articulación entre liberalismo y democracia.
Si bien uno de los puntos de entrada para entender hoy la
democracia es la categoría de «palabra negativa», o «ciudadanía
negativa» en términos de Rosanvallon (2007) ya que su fuente de
legitimidad se desplaza desde una lógica partidaria o sindical hacia
una lógica discursiva ejercida como veto, no toda palabra que dice/
no debería ser considerada como populismo, sino como nueva
manifestación de un liberalismo que nace históricamente para
decir/no. En la ciudadanía negativa practicada por el demos, decir/
no es poner una frontera o límite desde lo Uno hacia las libertades
de lo Otro, ya sea la monarquía o la masa. La palabra negativa en la
democracia liberal está ejercida desde la oposición, con un discurso
basado en la crítica más que en la recuperación de las identidades y
sus derechos sociales. Esto genera, según el análisis social del
equipo de Cheresky, que los gobernantes legalmente elegidos
tengan que legitimar de manera «continua» cada una de sus
decisiones ante una ciudadanía autónoma que cuando dice/no hace
caer, como en Argentina, ocho presidentes democráticos en menos
de diez años. Un ejemplo de esa práctica política negativa
practicada por los incluidos, es cuando el sector agrario y el medio
urbano en Argentina se auto-convoca bajo el significante vacío
conocido como «que se vayan todos», que provocó la caída del
gobierno en el 2001. Vemos entonces que las elecciones no
constituyen ya el eje único de la democracia.
En tanto movimiento discursivo, el populismo del ochlos, en
cambio, no parte del discurso de lo Uno, sino del discurso de lo
Otro, es decir de aquellos considerados como los diferentes cuya
palabra política no tiene espacio en lo público. Lo Otro aparece
entonces como lo invisible y lo inaudible, y por tanto como lo
inefable. Por el contrario, el momento populista se produce cuando
la palabra en desacuerdo que aparece y se manifiesta es la de lo
Otro, la del negado por el status quo, la del determinado como lo
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Populismo, misticismo y psicoanálisis
Otro sin palabra por el discurso único de los iguales.
Contrariamente a la palabra negativa de la razón a liberal que dice/
no como límite a lo Otro, la palabra negativa populista aparece en
el vacío político en el sentido de la vía negativa, como no-palabra
que intenta liberarse de toda determinación que lo margina. Su no,
es un no a la determinación que desde lo Uno le cae como Otro,
siendo entonces el falso Uno lo no-Otro. Cuando lo Otro aparece en
el vacío político en busca de nuevos paradigmas hegemónicos que
le permitan la operatividad de los viejos principios liberales de
libertad e igualdad, es cuando estamos frente a un populismo en
sentido laclausiano.
Si entendemos la hegemonía como algo puramente contingente,
coyuntural, emergente en la crisis, en la falla, entonces, la
posibilidad de articular la palabra política con la Palabra Divina en
función de la demanda social de lo Otro –en tanto «significantes
religiosos» capaces de articular esas demandas y no como teología
positiva– ella puede proporcionar, como señala Muffe, un marco
ético a esa contingencia. Si se trata ahora de laicizar a la política de
un mito igualitario que no hizo más que perpetuar la desigualdad
orgánica como causa real de la pobreza, como señala Charles Tilly
(2000) –en tanto condición de posibilidad al acaparamiento de
oportunidades económicas y políticas por un sector de la sociedad,
facilitando el estableciendo de una desigualdad–, entonces, la idea
de consenso racional único, aun en sentido habermasiano, es una
idea mítica que pone en peligro la democracia misma, ya que lo
Otro no tiene palabra. Por tanto, si fuera posible un consenso, este
debería ser producto de una articulación discursiva que tenga en
cuenta el desacuerdo, en términos, de Rancière, o todas las voces
en términos de Metz, y no de una lógica racional y de una moral
entrelazada con la política que pueda degenerar en totalitarismo.
Toda forma de consenso, según Laclau (2004), es el resultado de
una articulación hegemónica ante un antagonismo que, en tanto
fáctico y no mítico, impide de manera necesaria la identidad de sus
opuestos. Pensar la posibilidad de un consenso populista no es más
que pensar la articulación de la palabra de lo Otro, si es que
podemos considerar al discurso como ontología de lo social en
términos de Saussure. La noción de articulación discursiva, en la
lógica populista, no remite como en Hegel a una dialéctica entre la
unidad y la fragmentación a partir de una superestructura donde la
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astucia de la razón recompone la unidad. En la lógica populista el
principio de unidad de la dispersión de demandas esta dado en la
misma formación discursiva, por tanto la Palabra Divina no
irrumpiría en esta lógica como superestructura, al modo de la
teología positiva, sino como no-palabra de lo absolutamente Otro,
al modo de la teología negativa. Lo Otro, en la lógica populista
como en la teología mística, aparece en el vacío discursivo, y existe
cuando es enumerado en sus indeterminaciones. (Laclau, 1987:
179) Lo que ha sido determinado categorialmente por el discurso
de lo Uno como lo afuera de un todo que no admite lo diverso, es
decir lo Otro y lo absolutamente Otro, aparece antagónicamente a
un falso Uno en la cadena de demandas si estas logran equivalerse,
alinearse, en torno a un sentido o punto nodal, en términos de
Lacan, que no será más que significante vacío representando lo
Otro, lo que no aparece más que en el vacío, lo que aparece solo si
se encarna en la palabra como totalidad contingente de lo uni-verso
cusano.
La razón populista del ochlos pretende laicizar la política del
mito de lo único como un todo cerrado. Cuando lo Otro rompe el
marco simbólico que hasta hoy articulaba las demandas, a eso se lo
denomina «operación hegemónica», momento político en que una
demanda particular adquiere centralidad inesperada y se vuelve el
nombre de algo que la excede. Pueden citarse como ejemplos
latinoamericanos de articulación hegemónica las demandas
sociales de las «Madres y abuelas de Plaza de Mayo» en Argentina,
de los «Familiares de Rehenes de las FARC» en Colombia o de las
«Damas de Blanco» en Cuba. Estos grupos, más allá de sus
demandas particulares, esgrimiendo principios de justicia como
significantes vacíos, logran el respaldo ciudadano y se convierten
en representativos. Lo mismo ocurrió con los piqueteros argentinos
en el 2001–2002, que adquieren identidad por el acto mismo de
irrumpir con su demanda la actividad del país, tornando su
«queja» en «palabra».
Lo político practicado por el populismo del ochlos, como en la
mística, se caracteriza por la producción de significantes vacíos que
puedan unificar en una cadena de equivalencias la multiplicidad de
demandas heterogéneas: «La identificación con un “significante
vacío” es la condición sine que non para la emergencia de pueblo.
[…] es algo más que la imagen de la totalidad preexistente, es lo
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que constituye esa totalidad, añadiendo así una nueva dimensión
cualitativa» (Laclau, 1987: 204). La vacuidad es una construcción
política (1987: 214). Según Rudolf Otto lo absolutamente Otro, la
Palabra Divina, aparece en el vacío por el acto de recuperación
discursiva de su negación o determinación. Tanto en la teología
mística como en la política, a lo Otro no se llega por la palabra
positiva que determina, sino por la palabra negativa que levanta
toda determinación. Lo Otro aparece en el vacío como palabra
inaudible que ha superado toda determinación, que irrumpe toda
determinación.
El cristianismo es «pueblo» y «palabra». El significante religioso
de «pueblo santo» remite a una habilidad para escuchar la palabra
de lo absolutamente Otro, habilidad que, en nuestros pueblos,
debería tomarse en cuenta al momento de abrir lo político. Si
consideramos que teólogos latinoamericanos, como Gustavo
Gutiérrez (1999), han denunciado que el pobre no tiene palabra
para manifestar su desacuerdo respecto de una desigualdad que no
es natural y necesaria, sino contingente, entonces, pensar el
significante religioso de «historia de la salvación» en términos de
articulación discursiva entre un Logos Divino que demanda y un
logos popular que desde su anonadamiento responde, lleva a no
desechar ligeramente la categoría política de desacuerdo, quizás
hasta como equivalente a la categoría paulina de escándalo –en
tanto palabra como negación de toda determinación– en términos
de Jon Sobrino (1982: 25). Y si consideramos, por último, el
significante religioso de pecado como ruptura de comunicación,
entonces el discurso único como intento de afirmar su identidad a
partir de ser un no-Otro –al que determina como pobre, prostituta,
publicano, ignorante, bruto, inmoral, hambriento, enfermo,
preso–, entonces, el significante religioso de «pecador» como
identidad social no se desplaza entre los sujetos antagónicos sino
que manifiesta la identidad del Uno como atada la identidad de lo
Otro.
El populismo como modo contingente de recuperación social de
lo Otro es, en significantes religiosos, un «escándalo para la
razón». Que lo Otro, para la religión, sea el «elegido», el
interpelado por la Palabra de lo absolutamente Otro, que no es la
que articula el discurso del amo que nombra y determina, significa
que su palabra es una pregunta: «¿Qué quieres que haga
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contigo?» (Mc 10.51), también es un escándalo, pero nunca una
amenaza. En todo caso será, en términos de Otto, lo «tremendo y
fascinante» a un tiempo. Quizás podría agregarse que la Palabra
Divina, desde la palabra de un ochlos, irrumpe la realidad del
discurso único para decir que lo Otro es el innombrable sujeto de la
historia.
La lógica populista en el discurso colectivo
Sigmund Freud, en su libro Psicología de las masas y análisis del
yo (2006), afirma que las masas son asociaciones de individuos
que se manifiestan con características bárbaras, violentas,
impulsivas y carentes de límites, en las que se echan por tierra las
represiones. Son grupos humanos hipnotizados, con bajo
rendimiento intelectual y que buscan someterse a la autoridad del
líder poderoso que las domina por sugestión: «Una masa primaria
de esta índole es una multitud de individuos que han puesto un
objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo» (Freud,
2006: 116).
Se trata allí de una constitución libidinosa producida por la
identificación al líder, en la que una multitud de individuos pone
en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo, operador
simbólico que sostiene la identificación de los yoes de los
miembros entre sí. Por lo tanto, dos operaciones constituyen y
caracterizan a la masa: «idealización» al líder e «identificación»
con el líder y entre los miembros. A partir de Introducción del
Narcisismo (1973), Freud articula identificación y amor, y confiere
a éste estructura de engaño. Como consecuencia de la
identificación y la idealización, se desprende el estado de hipnosis
que produce fascinación colectiva, y una pasión: la del Uno que
uniformiza y excluye.
Desde la última enseñanza de Lacan, cuando incluye su teoría de
los nudos borromeos, es posible pensar una modalidad de lo
simbólico que no hace cadena, es decir, un conjunto de elementos
disjuntos, de Unos no encadenados. Jacques Lacan utilizó la
imagen del grano de arena para explicar el significante no
encadenado: un simbólico que no hace cadena tampoco hace lazo
social, estaría más cerca de la lengua que del discurso:
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El grano de arena no establece relación, hace montón, es la
multiplicidad inconsistente del montón y me doy cuenta que
es un problema captar la diferencia entre un lazo social y un
montón de gente. No hace falta creer que lo múltiple hace
lazo social […] lo simbólico del nudo Borromeo no es lo
simbólico del grafo del deseo, por ejemplo (Soler, 2009: 40).
Coincidimos con el punto de vista de Laclau, quien concibe al
populismo como expresión indiferente a la ideología y a las
versiones, grupos, clases o momentos históricos, también al
desarrollo económico y social de una sociedad. La construcción
populista no surge como antagonista del poder conforme al modelo
marxista de la lucha de clases, sino que Laclau lo define como
«lucha popular democrática», formación social que depende de
una lógica de articulación de demandas que se relacionan y
conforman identidad. Dicho autor produce una teoría del
populismo a partir del análisis del discurso, utilizando la lingüística
saussuriana, la teoría lacaniana y la política, y concibiendo lo social
como realidad de discurso, de significación.
La concepción del lenguaje de Saussure, permite a Laclau
explicar el concepto de populismo basándose en la retórica y el
análisis discursivo. Considera el fenómeno como una lógica de
valores, un sistema de relaciones entre elementos equivalentes y
diferentes; al igual que la lingüística estructuralista con los
significados del sistema de la lengua, desestima la trama ideacional
y moral de las demandas. En su formulación, Laclau también
incluye la concepción lacaniana del lenguaje, en particular del
significante en tanto sistema de oposiciones y diferencias que se
relacionan entre sí y producen de esta forma infinitos efectos de
sentido. Según Lacan, no hay universo de discurso porque el Otro
en tanto batería significante está barrado (A), es decir, no es un
conjunto cerrado y por lo tanto ninguna significación es absoluta ni
abarca lo real. En otras palabras, lo simbólico no subsume lo real,
concibiendo a este último como lo imposible a lo simbólico. Para
que el lenguaje se constituya en un sistema de diferencias, es
necesario establecer un límite, un elemento excluido que está más
allá del límite, un heterogéneo radical que deviene en otra
diferencia. De este modo se deduce que el cierre del conjunto no es
posible y que no hay universo de representación:
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Todos los significantes son equivalentes, porque sólo juegan
con la diferencia de cada uno respecto de los demás, por el
hecho de no ser los otros significantes. Pero por eso también
cada uno de ellos es capaz de adquirir posición de significante
amo, precisamente por lo siguiente, porque su función
eventual es representar a un sujeto para cualquier otro
significante (Lacan, 1996: 93).
A diferencia de otros autores que se ocuparon del populismo,
Laclau no parte del concepto de pueblo como supuesto ontológico
dado, sino más bien lo plantea como un efecto contingente, una
construcción política particular que tiene como unidad de análisis a
y se origina en la demanda social:
Los símbolos o identidades populares, en tanto son una
superficie de inscripción no expresan pasivamente lo que está
inscripto en ella, sino que de hecho constituyen lo que
expresan a través del proceso mismo de su expresión. En
otras palabras: la posición del sujeto popular no expresa
simplemente una unidad de demandas constituidas fuera y
antes de sí mismo, sino que es el momento decisivo en el
establecimiento de esa unidad […]. La única fuente de
articulación es la cadena como tal (Laclau, 2008:129).
Las demandas no son sólo significación de una necesidad, sino
que además implican demanda de reconocimiento, de identidad y
de inscripción en la comunidad. Como las demandas siempre se
dirigen al Otro (el campo del lenguaje) y al otro semejante, siempre
suponen la dimensión relacional, «el entre», y es allí, en la relación
de equivalencia con otras demandas, donde se significan, y no a
priori, pues no son unidades de sentido sino que acarrean una
práctica articulatoria. A través de la lógica de la equivalencia, las
demandas devienen construcción de identidad populista, que
supondrá la unificación de las mismas, conformando de este modo
una construcción política hegemónica. Según Laclau el populismo
es un modo de construcción de lo político inherente a la
comunidad, porque es impensable que esta satisfaga todas sus
demandas; de esa diferencia discursiva surge como consecuencia el
pueblo, pero siempre a condición de que se cumpla la lógica de
articulación y equivalencia, esto es, la conformación del pueblo del
populismo que tiene lugar por la imposibilidad de todo orden social
de satisfacer todas las demandas y cerrarse como un todo.
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Laclau recorta dos clases de demandas: las democráticas, que
son satisfechas por las instituciones y por eso están aisladas de la
equivalencia, y las populares, que establecen relaciones de
equivalencia. Estas últimas, siendo diferentes se hacen
equivalentes y por intermedio de este proceso van construyendo
hegemonía popular, de tal modo que un elemento es susceptible de
representar la totalidad, representación de una imposibilidad en el
que un particular asume el universal. En el mismo sentido que el
objeto (A) lacaniano, un simbólico que designa lo real imposible, el
pueblo del populismo es entendido como una parcialidad que
intenta funcionar como totalidad. El pueblo será entonces metáfora
o nombre de la comunidad «toda», un significante vacío ubicado
como totalidad y que por eso mismo construye hegemonía. Esta
distinción no implica fijeza conceptual, pues una demanda
democrática absorbida por la institucionalidad puede devenir
popular si se reactiva y entra en equivalencia con otras; las
demandas no son estáticas sino dinámicas. Por otra parte, el
populismo aparece como efecto del antagonismo propio de lo social
y es de dimensión rupturista, pues se trata de interpelaciones y
respuestas sociales que generan una división dicotómica en la
sociedad: un «nosotros», el pueblo, y un «ellos», los enemigos del
pueblo. La frontera entre estos dos grupos traza un límite que niega
a la vez que afirma identidad popular:
Pues lejos de ceder a una reducción logicizante, allí donde se
trata del deseo, encontramos en su irreductibilidad a la
demanda el resorte mismo de lo que impide igualmente
reducirlo a la necesidad. Para decirlo elípticamente: que el
deseo sea articulado, es precisamente la razón que no sea
articulable (Lacan, 1985: 784).
Lacan define al sujeto siempre en afánisis, representado por un
significante para otro significante aunque ninguno de ellos lo
representa todo. Hay un exceso que no se simboliza, que carece de
representación, que resta a la inscripción discursiva, conformando
una exclusión radical, un heterogéneo. Parafraseando a Lacan, toda
demanda produce un resto metonímico que no se inscribe ni
articula: el objeto causa del deseo que Lacan nombra objeto «A»,
utilizando la letra «A» que se diferencia de los significantes, dado
que es una letra que designa lo real como lo imposible a la
simbolización. El objeto «A» entonces es heterogéneo al Otro del
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lenguaje y es causa y resto a la vez (plus de goce), ineliminable.
Laclau considera que este resto no es el antagonista ni el enemigo,
tampoco el «ellos» que no es pueblo, sino que a este resto lo
denomina, como hemos mencionado, lo heterogéneo. Freud se
refiere a dicho resto en el Malestar en la cultura (2007) como lo
pulsional imposible de resolver que determina el fracaso del
programa de la cultura:
La inclinación agresiva es una disposición pulsional
autónoma, originaria del ser humano […] sostengo que la
cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso [….] a
este programa de la cultura se opone la pulsión agresiva
natural de los seres humanos, la hostilidad de uno contra
todos y de todos contra uno. Esta pulsión de agresión es el
retoño y el principal subrogado de la pulsión de muerte
(Freud, 2007: 117).
Dice Freud «resto no domeñado por la cultura», que no se
civiliza ni hace lazo y que determina que lo social sea un espacio
irreconciliable e inarmónico. Paradójicamente, este heterogéneo
que no se inscribe en el espacio social en tanto realidad discursiva
es causa de la política, puesto que impide que las identidades se
cristalicen y se cierren:
Sólo conozco un origen de la fraternidad -quiero decir la
humana, de nuevo el humus-, es la segregación […] todo lo
que existe se basa en la segregación, y la fraternidad lo
primero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si
no es por estar separados juntos, separados del resto (Lacan,
1992: 121).
Lo común, condición indispensable de la política, no es la fusión
sino por el contrario lo plural, aquello que agrupa y separa,
aparición consistente en hacerse visible en lo público: hablar y
hacerse escuchar, ya que lo que vincula a los seres humanos entre
sí son las palabras, que definen la condición humana. Por el
contrario, en la masa el sujeto no es tratado como tal, no tiene voz
ni voto; se trata allí de una destitución subjetiva que en el discurso
capitalista se manifiesta en la producción mercantil de objetos y de
sujetos tomados como objetos.
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La teoría populista de Laclau también coincide con la idea de la
política que sostiene Rancière (2007), quien piensa en un sujeto
político definido no por su participación en la elección de
representantes, si no por su relación diferencial respecto del orden
que se le asigna en una comunidad dada. Su inscripción en ella
supone una relación de participación-partición de la que resulta
una tensión entre la comunidad compartida y la partición del poder
divisor. El populismo de Laclau y la formulación de Rancière
respecto de la política como modalidad de inscripción de la parte
que no tiene parte en la comunidad, de una parte aún no
reconocida por la institucionalidad o la comunidad, se asemejan.
Ambos autores rompen con la idea de la comunidad como un
conjunto cerrado que incluye a todos y, por el contrario, la
conciben como escindida, como lugar de una división
irreconciliable en la que no hay síntesis. Para Rancière la
democracia no se limita a lo representativo y la política no se define
por la gestión o administración. Ambas teorías suponen el conflicto
como forma de tramitar el «desacuerdo», que surge cuando
quienes pertenecen a uno de los grupos clasificados por el orden
del Estado se desclasifica por considerarse perjudicado en dicha
clasificación y afirma su diferencia. Esto es lo que el sociólogo
francés llama rebelión de lo cardinal contra lo ordinal:
La verdadera participación es la invención de ese sujeto
imprevisible que hoy día ocupa la calle, ese movimiento que
no nace de otra cosa. La garantía de la permanencia
democrática no pasa por ocupar todos los tiempos muertos y
los espacios vacíos por formas de participación o
contrapoder; pasa por la renovación de los actores y de la
forma de su actuar, por la posibilidad siempre abierta, de una
emergencia de ese sujeto que eclipsa (Rancière, 2007: 88).
Para pensar si la construcción populista constituye un peligro
conviene retomar la diferencia establecida por Freud en Inhibición,
síntoma y angustia (2004) entre un síntoma y un peligro. Allí el
síntoma queda ubicado como una respuesta posible de un aparato
que da una señal de angustia y es capaz de defenderse sin quedar
avasallado ni paralizado ante lo que aparece como situación de
peligro, definida como amenaza de castración proferida por el
padre de la ley: «Los síntomas son creados para evitar la situación
de peligro que es señalada por el desarrollo de angustia» (Freud,
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2004: 122). Para Freud el síntoma, como resultado del conflicto
entre lo pulsional y lo prohibido, será una formación de
compromiso, un mensaje a ser descifrado dirigido al Otro. Aquí
podemos ubicar la lógica de las demandas que se articulan y se
hacen equivalentes. También será un modo de satisfacción,
sustituto pulsional de estructura extraterritorial en el yo, extranjero
egodistónico. Lacan lo define en R.S.I. (1974-1975) como un signo
de algo que no anda en lo real, un efecto simbólico en lo real.
Si extrapolamos la referencia psicoanalítica del síntoma al
campo social y ubicamos al populismo como modo de respuesta de
un aparato que se defiende y reacciona, se deduce que el populismo
no es un peligro sino un síntoma, que se realiza y manifiesta en la
realidad social como pedido a ser descifrado por el otro del
reconocimiento, siguiendo a Laclau, producto de demandas
articuladas que cobran significación en la articulación misma y que
expresan algo que no anda y aún no tiene respuesta institucional.
Por lo expuesto concluimos que, en primer lugar, la construcción
de pueblo no es igual a la de la masa, debido a que representan dos
modos distintos de respuesta social al malestar en la cultura. En el
fenómeno populista verificamos que es posible otra conformación
de identidad que no consista en la identificación al «Führer»:
Un conjunto de elementos heterogéneos mantenidos
equivalencialmente unidos sólo mediante un nombre es, sin
embargo, necesariamente una singularidad […]. Pero la
forma extrema de singularidad es una individualidad. De esta
manera casi imperceptible, la lógica de la equivalencia
conduce a la singularidad, y ésta a la identificación de la
unidad del grupo con el nombre del líder (Laclau, 2008: 130).
La construcción de identidad difiere cuando la caracteriza el
enlace libidinal con el líder, en el caso de la masa, de la que se
consigue por la lógica de las demandas, en el populismo. Laclau
rescata al líder de enunciado por Freud en Psicología de las masas
y análisis del yo (2006) como enlace libidinal, pero el acento en la
construcción populista no está puesto en la identificación a esa
figura, si no en la lógica equivalencial de demandas. Es decir, no es
lo mismo la identidad alcanzada sólo por la identificación y
obediencia al líder, sujeto y amo de la palabra que articula
mandatos e imperativos, que la conseguida a través de la
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Populismo, misticismo y psicoanálisis
articulación de demandas de sujetos que piden inscripción. En el
populismo, los sujetos tienen la palabra y por lo tanto devienen
actores políticos. Al poner en juego su palabra, el sujeto del
populismo coloca una demanda en el lugar del agente, en tanto
enunciado y enunciación dirigida al Otro, a una escucha. Se trata
entonces de la suposición de un sujeto de deseo que se inserta
desde su demanda en el discurso del amo reclamando
reconocimiento; es un sujeto que legitima su figura, renovado en su
potestad y en su soberanía.
En oposición, el sujeto de la masa es pasivo, servil y
sugestionado, con un yo empobrecido sometido a un amo que
articula ideologías preconcebidas y fijadas e ideales en los que
obviamente no se produce política. En este caso, el líder es el único
que encarna las demandas que funcionan como imperativos o
mandatos a obedecer. Freud vio en el rebaño, la fascinación
colectiva y la homogeneización de la psicología de las masas un
prolegómeno del totalitarismo. A este respecto, Lacan es muy claro
y nos recomienda, en «La dirección de la cura», no confundir la
identificación con el significante todopoderoso de la demanda ni
con el objeto de la demanda de amor. En el mismo sentido, en el
Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis (1999), propone ir más allá del plano de la
identificación: mantener la máxima distancia entre el Ideal y el
objeto, ya que la superposición y confusión de ambos lleva al
estado de hipnosis. Advertimos que la masa no es un modo de lazo
social, de discurso, si no que se constituye por un montón de gente
seriada, indiferenciada y unificada. A partir de Lacan es posible
distinguir lo común sin anular lo singular del «para todos». Por lo
tanto, la construcción de pueblo no es igual a la construcción de la
masa, pues son dos modos distintos de respuesta social. Además,
otra conformación de identidad, ajena a la pasión por el Uno, es
posible:
Sólo la concepción de la soberanía del sujeto tiene alguna
posibilidad de proteger la diferencia en general. Sólo cuando
comenzamos a definir al sujeto como soberano, como sujeto
de sus propias leyes, dejamos de considerarlo como
calculable, como sujeto a leyes ya conocidas y por lo tanto
manipulables. Sólo cuando se reconoce la incalculabilidad
soberana del sujeto, la percepción de las diferencias deja de
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Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
alimentar demandas dirigidas a someter esas diferencias a
procesos de ‘homogeneización’, ‘purificación’, o cualquier otra
perpetración contra la ‘otredad’ (Copjec, 2006: 28).
Este sujeto radicalmente incognoscible e incalculable es la única
garantía que tenemos contra el racismo, nos dice la autora. En
segundo lugar, como hemos exhibido mediante el diálogo de los
distintos autores, el populismo no es un peligro para la democracia.
Siguiendo la lógica freudiana y lacaniana, nos parece acertado
comprender al populismo como un síntoma social, una respuesta y
no un peligro. Este diagnóstico sobre el populismo es un tema que
quedará para desarrollar en un próximo trabajo.
Reflexiones a partir del análisis de prácticas de
lectura popular de la Biblia desde las mujeres en
Argentina y América Latina
En diálogo con el marco de referencia teórico, expuesto
anteriormente en este artículo, se presentan a continuación
reflexiones surgidas de la investigación-acción participativa
(Moreno Pestaña y Espadas Alcázar, 2009), desarrolladas en torno
a la práctica de la Lectura Popular de la Biblia desde las Mujeres en
Argentina a lo largo de los últimos veinte años y su importancia en
tanto posibilidad de articulación entre una razón populista de
mujeres e imaginarios religiosos de emancipación. La Lectura
Popular de la Biblia (Torres Millán y Rozen, 206: 20–31), es un
estilo particular de lectura, realizada desde las comunidades
eclesiales de base y los sectores populares, que rescata la
dimensión sociológica del relato bíblico desentrañando
críticamente los matices del discurso teológico en vistas a instituir
un empoderamiento de los lectores y las lectoras que creen en un
Dios que se solidariza con la causa emancipadora de los excluidos
en las coordenadas concretas de la historia. En el caso de la Lectura
Popular de la Biblia desde las Mujeres, el feminismo ha aportado la
herramienta de la categoría de género tanto para el análisis de la
situación de las mujeres en la cultura patriarcal como para el
análisis de las producciones culturales, entre ellas el texto bíblico y
sus tradiciones de lectura e interpretación (Cardoso Pereira, 1996:
5–10).
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Religión e Incidencia Pública, N° 1 (2013)
Populismo, misticismo y psicoanálisis
Constatamos que la vida cotidiana de muchas mujeres se ha
tornado territorio de luchas y resistencias. Un proceso de
transformación, que se arraiga en la toma de conciencia personal
de las causas de tantas subordinaciones y sometimientos,
desencadena en ellas otros procesos de subjetivación que se
proyectan comunitaria y socialmente, contagiando a otros y otras a
la construcción de otro mundo posible. Es reconocido que, en
nuestro continente, a la base del fenómeno actual del populismo,
una forma de resistencia popular activa pasa también por la
articulación discursiva de las demandas de las mujeres en procesos
de la vida cotidiana, superando así el viejo paradigma del liderazgo
patriarcal. Cuando ellas toman la calle, con ellas se moviliza la
familia entera: donde ellas van, van los hijos; con ellas va la vecina,
la comadre, la amiga, la hermana, la madre. Esas cadenas de
equivalencia, que permiten en la emergencia de organizaciones
creadas y sostenidas por las mismas mujeres para proveer
soluciones cotidianas y permanentes como comedores populares,
roperos comunitarios, merenderos, tienen como significante vacío,
y silencioso, la demanda de «la vida en primer lugar».
Retomar lo dicho en la primera sección como marco teórico,
respecto a la diferencia entre el decir/no como palabra afirmativa
del demos que pone límites, y la no-palabra como palabra negativa
del ochlos intentando romper la determinación de su ser como un
Otro, nos permite leer gestos simbólicos como los «cacerolazos».
Las cacerolas, tanto las del demos como las del ochlos, irrumpen lo
público haciendo visible al sujeto que demanda, en el espacio vacío
mismo que es la cacerola. Sin embargo, su modo de decir es
diferente. La del demos es audible, la ochlos es silenciosa. No
representan lo mismo, no demandan lo mismo. Las primeras
salieron a la calle a decir/no y demandaron en Argentina en el
2001 «que se vayan todos», las segundas demandan ser llenadas.
La mujer, frente a la olla vacía, no se queda callada y sale al espacio
público articulando una demanda: el hambre, la falta de trabajo, la
impotencia.
Los significantes de la vida y de la muerte, de la lucha y de la
resistencia, parece ser el campo donde se libra la prueba más
difícil, la prueba de los imaginarios, de los horizontes, de los deseos
y las esperanzas que alientan nuestro poder de mujeres. Las
mujeres que logran articular con su demanda una cadena
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Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
equivalencial en torno a nuevos significantes, desarticulando así el
discurso hegemónico de la casa patriarcal, (Gruppi, 1978: 7–24) y
su simbólica, en la cual el varón trabaja y sostiene al núcleo
familiar: la esposa, los hijos, los ancianos, que moran a la sombra
de lo privado. Esa misma simbólica es devuelta al sistema en un
lenguaje de denuncia ya no tan solo con palabras sino con la
presencia misma en la calle de los niños con sus madres, y con sus
abuelos/as. Queda así al descubierto el mito y la violencia que
encubre el sistema y sus discursos. Nuestra lucha de mujeres se
torna así también una lucha sobre el plano de lo simbólico a fin de
desenmascarar los sentidos y el poder de los discursos
hegemónicos patriarcales.
Los grupos de mujeres que trabajan desde una perspectiva
liberadora y de género van explorando con estas herramientas el
enorme dinamismo simbólico que transcurre y rige la cotidianidad
de los espacios sociales: la casa, la familia, el barrio, la iglesia, el
taller, las organizaciones sociales y políticas, la escuela, la
universidad. Consideramos que en el actual contexto social,
político y económico de nuestro continente, el protagonismo de las
mujeres en las organizaciones sociales y democráticas ha de ser
nutrido en todas sus vertientes. La transformación social en una
perspectiva feminista emerge íntimamente ligada a la afirmación
de la identidad y de la construcción de la autoestima. Es por eso,
que el acompañamiento de los procesos de transformación y
empoderamiento de las mujeres de sectores populares hacia la
participación en las instancias de una ciudadanía plena, no
descarta el cultivo de la espiritualidad, la mística y la ética
cristiana, antes bien, las requieren y demandan permanentemente.
Estimamos, pues, que el desarrollo de una conciencia crítica de
identidad de género empodera efectivamente a las mujeres a nivel
personal y colectivo, 1 en tanto posibilita, por un lado, la
apropiación de herramientas de análisis de las dinámicas
cotidianas de circulación del poder en todas sus expresiones y, por
otro, ejercita permanentemente la deconstrucción de los discursos
1
El Diccionario Panhispánico de Dudas (Real Academia Española, 2005) define
empoderar como conceder poder a un colectivo desfavorecido
socioeconómicamente para que, mediante su autogestión, mejore sus
condiciones de vida.
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Populismo, misticismo y psicoanálisis
hegemónicos. De este modo se va vislumbrando un alcance político
para los significantes religiosos desde una hermenéutica bíblica de
mujeres, siempre atenta a acompañar tanto los procesos de
indeterminación por parte de las mujeres protagonistas de la
Lectura Popular de la Biblia desde las Mujeres. Estas
consideraciones teóricas nos ayudan a situar, ampliar y complejizar
la articulación entre la Palabra Divina y la palabra política en
dinámicas sociales coyunturales. Lejos de reducirla al dominio
exclusivo de las iglesias y de una religión de claustro, ubicamos la
Lectura Popular de la Biblia desde las Mujeres la frontera, logrando
equivalencia entre la Palabra Divina y las diversas dimensiones
subjetivas y transubjetivas de la vida cotidiana de las mujeres.
Nuestro método arraiga en la confianza de saber que la Palabra
Divina, en el sentido del concepto bíblico dabar, es decir, palabraacontecimiento (Schökel, 1975: 249–282), es palabra pública, ya
que aparece, se manifiesta y dice en la vida cotidiana, en los
cuerpos, en las experiencias de mujeres. En la palabra publica de
mujeres, en tanto palabra política capaz de articular significantes
religiosos –como por ejemplo el de una justicia evangélica no
meritoria sino compensativa– la interpretación feminista de la
Biblia (Schüssler Fiorenza, 2004:109–134) cuestiona el paradigma
androcéntrico patriarcal que permea la exégesis y la hermenéutica
bíblica tradicionales. Asimismo, reconoce la equivalencia de
autoridad de las mujeres como sujetos legítimos de interpretación
de la Palabra Divina. La Lectura Popular de la Biblia desde las
Mujeres tiene su punto de partida en las actuales experiencias de
las mujeres latinoamericanas. Este primer paso visibiliza la
situación de nuestra condición de género ya que la herramienta de
la sospecha a modo de lupa deja en evidencia los mecanismos
discursivos que han sostenido la desigualdad persistente
perpetuado la exclusión sistemática de ellas como lo Otro, 2 por
siglos y siglos. El primer momento del método, el de la narración
de vida de actuales y precedentes, hace audible lo inefable, pone en
palabra textos vitales, hace evidente la condición de género en la
recuperación discursiva de la memoria de vidas particulares en
tanto huellas de la identidad de mujeres. Como los antiguos sabios
2
En el sentido que Foucault dice «lo otro», es decir lo diferente, lo despreciado.
Para el patriarcado es la mujer, el pobre, el indio, el extranjero, el negro, el niño,
el enfermo, etc.
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Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
que, frente a las encrucijadas del presente, del pasado y del futuro,
escudriñaban las vísceras de las criaturas sacrificadas, así también
las mujeres escudriñan las entrañas de sus pueblos y, como
profetisas y visionarias, su palabra política aparece como clamor de
deseos y esperanzas. Palabra Divina y palabra política se articulan
en la historia de la salvación como palabra creadora, como palabra
que es salud, sanación, justicia.
Su espiritualidad brota cuando el discurso es capaz de expresar y
articular las certezas inscriptas como huella en el cuerpo, haciendo
audible las demandas que brotan de lo más hondo como gemidos
hasta despertar la memoria de las antiguas promesas y las
esperanzas que les contaron sus madres y sus padres. En los
pueblos latinoamericanos, la fe en la encarnación y en la
resurrección confirma en su círculo hermenéutico la centralidad
del cuerpo, de ahí que para interpretar tanto la realidad presente,
como la Biblia, la memoria del pasado, o las construcciones
teológicas debería considerarse el lenguaje a través del prisma de
los cuerpos denigrados de las mujeres por siglos. Para las mujeres
cristianas el Evangelio no siempre fue anunciado como una buena
noticia. Negación, desprecio, culpabilización, son conceptos que
deberían desarticularse mediante estas prácticas discursivas.
Cuerpos estigmatizados por su marca sexual, por su belleza y
armonía, por su poder de engendrar y alimentar, fueron exiliados
de su propio poder y convertidos en lugar de dominación y
violencia, de culpa y sometimiento. Los senderos de justicia de las
mujeres comienzan muchas veces en la reivindicación del poder de
su propio cuerpo, y desde su autoestima se irradia una acción
emacipatoria de su propio ser, de su propia historia, de su entorno
más cercano y sus horizontes más lejanos.
La Lectura Popular de la Biblia desde las Mujeres propicia
metodológicamente este camino del cuerpo como punto de partida
y clave de interpretación (Seibert, 2000: 192). Se parte del
encuentro con un cuerpo socializado, narrado, objetivado, el
cuerpo de la cultura, resultado del disciplinamiento de género. Esta
herramienta metodológica que ayuda a comprender las vivencias
del cuerpo, ayuda también a descubrir en los textos bíblicos aquello
que pertenece al contexto cultural en que fue escrito. Aplicar
críticamente los métodos clásicos de la exégesis bíblica permite
recoger resultados en función de los presupuestos hermenéuticos y
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Religión e Incidencia Pública, N° 1 (2013)
Populismo, misticismo y psicoanálisis
de opciones metodológicas desde la perspectiva de las mujeres.
Integra aquellos métodos conocidos con otros surgidos en la propia
experiencia de lectura. La herramienta de la sospecha ayuda a estar
atentos al sesgo patriarcal que caracteriza a ciertos resultados de la
investigación exegética, así como también a algunos instrumentos
de trabajo tales como las traducciones, los comentarios,
vocabularios, diccionarios, e incluso disciplinas auxiliares como la
filología, la arqueología, la historia, la sociología, o la antropología.
La Biblia tiene una visión androcéntrica y patriarcal porque fue
escrita por varones desde los varones y para los varones, pero la
Palabra de Dios como dabar, en decir, palabra-acontecimiento
liberador, no se reduce al texto bíblico en su dimensión material,
de ahí que sea posible la construcción discursiva de nuevos
significantes religiosos a partir de la Palabra Divina, capaces de
articular con la palabra política en función de la justicia. Dabar,
entre las mujeres latinoamericanas, constituye el elemento de
discernimiento y juicio crítico de lo que proclaman como Palabra
de Dios en sus vidas.
En la práctica de la lectura de la Biblia se rastrea la memoria de
sabiduría guardada en los relatos. Se toma conocimiento de las
realidades históricas y culturales donde fueron producidos los
textos, se reconstruyen los contextos de vida de los personajes que
se narran, se indaga el sentido que tiene todo eso hoy. La Palabra
Divina articulada con la palabra política intenta ser un camino de
construcción colectiva de poder y conocimiento en el cual las
experiencias y la sabiduría de las mujeres no queden errantes, sin
saber de dónde vienen ni a dónde van. Por eso se alienta la
producción, la conservación, el intercambio y la transmisión del
saber de las mujeres.
La dimensión de la hermenéutica feminista tiene un horizonte
profético en tanto pone al descubierto y denuncia la manipulación
que el poder patriarcal hace en su lectura de la Biblia, legitimando
la injusticia estructural de tantos sistemas políticos, económicos e
incluso religiosos que oprimen a los más débiles. También tiene un
horizonte holístico, ya que no se queda únicamente en las
relaciones humanas sino que va más allá, captando la relación y la
interdependencia de todo con todo. Esta comprensión imprime un
carácter propio incluso a su modo de vivir el ecumenismo, que no
se reduce exclusivamente a un intercambio intraeclesial, sino que
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Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
se abre al dialogo con otras experiencias de interpretación de la
esencia del ser humano, del mundo y de la trascendencia, tanto del
pasado como del presente.
Conclusión
Como la equivalencia, dice Laclau, es condición de cualquier
representación y, aunque la unidad aparece más allá de todas las
diferencias, la equivalencia es posible por la operación de
reintroducción de la diferencia, entonces, desde esa perspectiva de
articulación populista, se intento visualizar otro modo capaz de
articular los principios de igualdad y libertad. Se analizó, en
dialogo con la disciplina teológica, que los pueblos religiosos
poseen la habitualidad para escuchar la palabra de lo Otro como
una novedad que trae sentido a la historia. En dialogo con el
psicoanálisis, se observó que a diferencia de la masa que se sostiene
en el ideal, el populismo pone en acto la pluralidad discursiva, por
lo que supone la idea de democracia como fundamento y revitaliza
en su accionar mismo la vieja retórica moralizante y predestinada,
desideologiza la política y permite que la creatividad de todos
produzca iniciativas populares nuevas, posibilitando la irrupción
de acontecimientos imprevistos e irreductibles a formas previas.
Una cultura política posible, libertaria, emancipatoria, implica la
construcción de hegemonía popular como condición, a través de la
invención cultural, sin gradualismos ni puntos de llegada, con
antagonismos que se inscriben en la democracia, dentro de sus
límites y posibilidades, y asumen el riesgo de la verificación
colectiva. A modo de ejemplificación de dichos procesos, se
presentó un trabajo en orden a la toma de conciencia de la propia
identidad a partir del género, desde el propio lugar social, en el
marco de una mística solidaria en clave cristiana, ecuménica y
holística. Esta experiencia permitió analizar críticamente el
impacto de los procesos políticos en la vida cotidiana y las prácticas
de organización popular de las mujeres. La practica mostró que
contribuir a fortalecer la articulación de las experiencias
discursivas de empoderamiento de las mujeres, posibilitó el
impulso y potenciamiento de la creación de redes, espacios de
análisis y reflexión. Se señaló como el hecho de brindar
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Populismo, misticismo y psicoanálisis
herramientas pedagógicas a fin de que las destinatarias se
capaciten como multiplicadoras de sus procesos fue eficaz.
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Emilce Cuda
Profesora en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en
Universidad de Belgrano (UB). Doctorado en Teología por
Pontificia Universidad Católica Argentina. Investigadora en
Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) y en
Universidad de San Martin (USAM) en Buenos Aires, Argentina.
la
la
la
la
Nora Merlin
Docente universitaria en la cátedra «Psicoanálisis Freud», Titular:
Juan Carlos Cosentino, desde 1984 a 1992, en la cátedra
«Psicopatología», Titular: Roberto Mazzuca y «Psicoanálisis Freud
I», Titular: Osvaldo Delgado, desde el 2006 a la actualidad.
Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Psicoanalista. Autora de varios capítulos de libros y publicaciones.
Actualmente, está realizando una maestría en Ciencias Políticas en
IDAES.
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Emilce Cuda, Nora Merlin y Sandra Mansilla
Sandra Mansilla
Docente y formadora de agentes sociales y culturales. Teóloga
egresada de la Universidad Católica Argentina. Miembro de la
Comunidad Teológica «Rajab» y del Equipo «Género y Biblia» de
Argentina. Investigadora en Estudios de la Mujer desde la
perspectiva de género.
Autora de numerosas publicaciones
relacionadas con la hermenéutica bíblica latinoamericana desde la
perspectiva feminista y popular.
Referencia bibliográfica recomendada
Cuda, Emilce, Nora Merlin y Sandra Mansilla (2013). «Populismo, misticismo y
psicoanálisis». Religión e incidencia pública. Revista de investigación de
GEMRIP 1: pp. 61–86. [Revista digital]. Disponible en internet en: <http://
www.gemrip.com.ar> [consultado el dd de mm de aaaa].
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