Roda da Fortuna
Revista Eletrônica sobre Antiguidade e Medievo
Electronic Journal about Antiquity and Middle Ages
Estefanía Bernabé-Sánchez1
Notas sobre la figura histórica de la Sibila
Notes about the historical figure of the Sybil
Resumen:
El siguiente artículo trata de esbozar algunas notas en torno a la figura histórica de
las Sibilas de la antigüedad. Los restos encontrados en el el último templo de Atenea
Pronaia, en Delfos, sugieren que hubo allí un culto primitivo a la diosa madre
minoico-micénica desde tiempos remotos, por lo que el lugar estaría asociado a lo
femenino, a la profecía y a la mántica mucho antes de la llegada de Apolo. La figura
de la Sibila, entonces, sería un vestigio de esa huella, con raíces telúrico-mistéricas
ancestrales.
Palabras-clave:
Sibila; Delfos; profecía; mántica.
Abstract:
The following article tries to outline some notes about the historical figure of the
antique Sibyls. The remains found in the last temple of Athena Pronaia, at the site of
Delphi, suggest that there was a primitive cult to the Minoan-Mycenaean goddess
mother from remote times, which means that the site would be associated to the
feminine, prophecy and mantic much before the arrival of Apollo. The figure of the
Sybil, then, would be a vestige of this feminine trace, with telluric ancestral roots.
Keywords:
Sybil; Delphi; prophecy; mantic.
1
Doctora en Letras por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul (UFRGS), Brasil.
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Desde fecha muy temprana se documenta en Grecia la existencia de mujeres
intérpretes de los dioses, ligadas al culto de Apolo.
El dios Apolo, de probable origen asiático (Colli, 2000:3; Aldana Nácher
1996:8), llegado a Grecia a través de varios sincretismos, era una de las divinidades
centrales del panteón griego, guardián de los ritos iniciáticos y, por tanto, de la
purificación que separa lo viejo de lo nuevo. Dios por antonomasia de la
colonización, puesto que la situación de los colonizadores fuera de la civilización era
semejante a la de aquellos que iban a iniciarse (Bremmer, 2006: 41), Apolo era
también el dios de los adivinos, señor del magnífico oráculo de Delfos, pues así
como separaba lo puro de lo impuro, podía distinguir lo cierto de lo incierto en el
pasado, en el presente y en el futuro. Plutarco, en su Moralia (Ἠθικά, Ethikà, vs.
404e), nos transmite unas palabras de Heráclito de Éfeso (siglo VI a.C., fragmento
DK22 B93) que nos aportan una clave a su respecto:
“El señor cuyo oráculo está en Delfos no dice (λεγει) ni oculta (κρυπτει), sino
que señala por medio de signos (σηµαινει)”2 (Casquillo, 2011: 93)
Heráclito elige, para hablar del oráculo de Apolo, un verbo altamente
significativo: “semaínein”, significar, sugerir, mostrar a través de signos. Signos que se nos
aparecen como elementos definitivos en la comunicación entre lo visible y lo
invisible, recurrentemente, a lo largo de los siglos; y que obligan al consultante, en el
caso del oráculo, a llevar a cabo un ejercicio intenso de conjetura y resignificación.
Recordemos que el santuario de Apolo en Delfos era conocido como el ombligo
del mundo, en referencia a la leyenda según la cual Zeus había enviado dos águilas
desde cada extremo de la Tierra para encontrar el centro del mundo. Las águilas se
encontraron sobre Delfos, y allí fue colocada una roca simbolizando un ombligo de
piedra, el ómphalos (García Nos, 2016: 9). Leemos en el Himno homérico a Apolo Pítico
(ΕΙΣ ΑΠΟΛΛΩΝ ΑΠΤΘΙΟΝ, 286 y ss.):
“En este lugar tengo en mente construir un glorioso templo que sea un
oráculo para los hombres, y aquí siempre traerán hecatombes perfectas,
tanto los que habitan el rico Peloponeso como los hombres de Europa y
todos los que habitan las islas bañadas por las olas, que vendrán a
cuestionarme. Y yo les haré llegar el consejo que no falla, respondiéndoles
en mi rico templo” (Evelyn-White, 1914:s/n, nuestra traducción)
Sin embargo, y gracias a los hallazgos arqueológicos de la segunda mitad del
siglo XX, sabemos que el templo de Apolo, situado en la falda del Monte Parnaso, fue
2 Dice Casquillo que sugerir o señalar, en este caso, equivale a despertar a la investigación dialéctica a los que
escuchan los oráculos, tal como se desprende de un texto paralelo de Estobeo (2011: 93). Este framento de
Heráclito, según se recoge en los Fragmente der Vorsokratiker de Diels y Kranz, es el es el DK22 B93.
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en tiempos remotos un lugar de culto de la diosa madre minoico-micénica, la Gran
Madre Mediterránea:
“En el Mediterráneo, antes de que llegasen las poblaciones europeas del
grupo heládico, se había consolidado el culto a una divinidad femenina,
madre y generadora, cuya imagen aparece en las representaciones minoicas
con dos animales rampantes a sus flancos o con dos serpientes en sus
manos alzadas […] se deduce de ello una diosa, ya sea de la tierra, ya del
mar, una señora (potnia) omnipotente, símbolo de la fuerza generatriz
femenina” (Cantarella, 1996: 20)
Parece probado que hubo asentamientos neolíticos en la zona de Delfos,
concretamente en la cueva del Parnaso llamada Korykeias Andron (Calvo Escamilla,
2012:132), aunque los primeros restos arqueológicos encontrados pertenecen al
bronce tardío, concretamente al periodo micénico; la mayor actividad, sin embargo, se
documenta a partir del siglo VIII a.C., cuando se construyeron los templos de Apolo
y Atenea Pronaia. Efectivamente, las excavaciones arqueológicas confirman que el
lugar había venerado a la diosa Gea, Γῆ, la Tierra, palabra de la que deriva Gaea, esto
es Gaia, Γαῖα (otro de sus nombres), una de las deidades primordiales, o protogenoi, del
panteón griego, desde aproximadamente el siglo XV a.C., esto es, durante la época
micénica, concretamente en la zona que ocupaba el último templo de Atenea Pronaia,
donde fueron halladas varias figuras femeninas hechas de terracota que sin duda,
representaban a una deidad femenina anterior.
Gea, la todopoderosa madre-tierra, es denominada por Esquilo πρωτόμαντις,
protómantis, esto es, primera profetisa (en el prólogo a sus Euménides (1-2), lo cual
esclarece, por un lado, la idea de que la profetización tuviese raíces telúrico-mistéricas
ancestrales y, por otro, que fuese una actividad eminentemente femenina durante
buena parte de la Antigüedad, en relación seguramente con la fertilidad y la
abundancia.
Tenía Gea en Delfos su santuario, protegido por su hija, la gran serpiente
Phyton (Πύθων), poseedora de la sabiduría. Aquí es cuando aparece Apolo en escena,
a través de uno de los más productivos paradigmas míticos, por el cual el dios joven
y másculo termina con el modelo celestial anterior, femenino, ejemplificado en este
caso por la diosa Gea y por Pitón. Sin embargo, como bien dice Dietrich (1978: 1)
Apolo “fue un intruso” durante mucho tiempo. Escribió Eurípides, en su Ifigenia en
Taúride (1235-1257):
“enviada por la Tierra desde profundas cuevas, para ser la guardiana de
tu oráculo (algo digno de estupor y miedo); pero tú Febo [Apolo],
todavía un recién nacido, todavía recién salido de los brazos de tu madre
Leto, mataste a la serpiente y te coronaste rey de Pytho, la tierra de la
profecía” (Casquillo, 2011: 97).
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Precisamente de la serpiente Phyto proviene el nombre de la Pitia, phytia, la
sibila, la intermediaria entre el dios y los hombres, la vox dei, instrumento a través del
cual se expresaba la divinidad.
Varios autores, como Apolodoro en su Biblioteca (I, 4), o Estrabón en su
Geografía (IX, 3), recogen que Pitón fue asesinada por Apolo, y Gea desterrada.
Después, el dios se instaló en Delfos, aunque solo durante los meses de primavera y
verano, cuando el clima le era clemente: el resto del año lo pasaba con los
Hiperbóreos3 y era sustituido por Dioniso. Crucial es este complemento que se
establece aquí entre lo “apolíneo”, en el sentido de representar el lado más ‘racional’
de la humanidad, y lo “dionisíaco”, o la identidad de lo ‘irracional’, el otro lado de la
moneda. Dioniso es el hijo de Dios (textualmente, Διώνυσος), el dios del vino, del
éxtasis y la locura ritual. Su origen es incierto y problemático para los investigadores;
se le presuponen raíces asiáticas, lidias, tracias… la crítica no se pone de acuerdo
debido a la infinidad de testimonios provenientes de diversas localizaciones y
épocas. Cabe apuntar que la figura de Dioniso estaba asociada al orfismo, a la
inmortalidad y a la reencarnación: un dios sacrificado que, vuelto a la vida, se
constituye como uno de los salvadores de la humanidad. Su culto está relacionado
con los aspectos más irracionales de la religión.
Haremos aquí una precisión: vamos a tratar los términos “sibila” y “pitia”
como sinónimos. Lo son, en cuanto refieren una denominación profesional
representativa de las sacerdotisas de Apolo, siendo el segundo exclusivamente
otorgado a las actuantes en el oráculo de Delfos (en relación a la serpiente Phyto), y
el primero a las profetisas de otros santuarios oraculares como Eritrea o Cumas (va
a ser el término más recurrente). Algunos investigadores apuntan al carácter
itinerante de las sibilas frente a la residencia estable de las pitias (Buisel, 2007: 103).
Sea como fuere omnis femina prophetans sibylla vocatur, nos dice el filósofo y teólogo
alemán Rabano Mauro (776-856) en su De Universo (15, III). Esto es, que todas las
profetisas femeninas reciben en nombre de “sibila” ex officio. Etimológicamente, el
origen de la palabra sibila, σίβυλλα, es oscuro y puede estar relacionado con la raíz
indoeuropea *sibh- que significaría “sisear”, y que pasó al griego clásico como σιζω
(silbar). Esto estaría onomatopéyicamente vinculado al sonido emitido por los
ofidios y, por tanto, con Phyto.
La serpiente ha estado ancestralmente asociada a motivos como la espiral o el
laberinto, esto es, a lo intrínsecamente femenino, el útero, la tierra, la renovación
cíclica (cfr. Eliade, 1974: 201-203). Por su carácter ctónico, de pertenencia a la tierra,
estaría además en posesión de facultades mánticas, pues carga con ella el conocimiento
intrínseco del pasado de la humanidad y el planeta, lo que le confiere la posibilidad
Ὑπερβόρε(ι)οι, hiperbóreos, “los que viven más allá del viento del norte (Boreas)”. Se supone que la región de
Hiperbórea, a pesar de estar situada “al norte”, era un locus amoenus perfecto, soleado y cálido, siempre visitado
por las Musas, como nos dice Píndaro en su décima Pítica: no llegaba allí la enfermedad ni la vejez, ni la labor
cansina, ni la guerra. Probablemente, este proceder de Apolo tenga que ver con antiguos desplazamientos de
carácter nómada y trashumante en busca de mejores condiciones climáticas.
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de prever el futuro. La serpiente está en nuestro subconsciente colectivo, según
Bachelard y siguiendo a Jung “como uno de los arquetipos más importantes del
alma humana” ([1948] 2006: 293).
Juan Bautista Carrasco (1864: 411), sin embargo, hace derivar la palabra sibila
de “sios, que en dialecto eólico significa dios, y de boulé, es decir, espíritu, voluntad,
consejo”, en clara sincronía con lo que nos propone Varrón (σιός [= θεός] + βούλλα,
σίβυλλα = θεοβούλη, "el consejo de dios"), aunque Lactancio (Divinarum Institutionum,
I,6) apunta a un probable origen semita, pues la sibila “es nativa de Babilonia” 4,
retrotrayéndose al vocablo arameo “saba”, antiguo.
Sea como fuere, en la mitología griega es la propia Gea, Gaia, la diosa Tierra,
quien otorga a Cronos y a Zeus el favor de sus oráculos en la Teogonía de Hesíodo
(vs. 463-5 y 624-8). Esta íntima relación entre el poder profético y la Naturaleza se
ve favorecida en lugares agrestes como cavernas, manantiales o emanaciones
volcánicas, donde el corazón mismo de la Tierra se proyecta y donde, por cierto,
suelen anidar las serpientes.
Esquilo, como hemos visto, describe a Gaia como fundadora del oráculo de
Delfos llamándola protómantis Gaia. Plutarco, en sus Oráculos de la Pitia (402D) escribe
“a la Tierra dicen que perteneció el oráculo”, confirmando nuestras palabras.
Aquí es interesantísimo resaltar el vínculo entre Phyto (Gaia)-Apolo con su
correlativo en el Enûma Eliš, esto es, Tiamat (la diosa-serpiente) y Marduk5. Según
Baring y Cashford (2005: 220-1), Tiamat podría ser una versión tardía de la diosamadre sumeria Nammu (cuneiforme ki, “tierra” en sumerio), representada con
cabeza de serpiente y sosteniendo en brazos a su hijo, al estilo de las figuras
aparecidas en Ur, que han sido datadas entre los años 4.000 y 3.000 a.C.
En Egipto, la serpiente Apofis (encarnación del caos eterno e inmortal)
también es una fuerza oscura que amenaza la existencia y el orden. Recordemos que
el Enûma Eliš es la primera referencia que tenemos a la sustitución de una diosa (la
diosa-madre primigenia que suele tener forma de serpiente o dragón), por un dios
que lucha y sale vencedor, aniquilando a la divinidad femenina, que a partir de ahora
simbolizará el mal. Durante el transcurso de la Edad del Bronce, este dios fue hijo,
consorte y más tarde co-creador junto a la diosa, equilibrio que se perdió con la
4Entrada
sibyl de la Jewish Encyclopedia: <http://www.jewishencyclopedia.com/articles/13629-sibyl>.
(consultado en 12 mar. 2017).
Marduk aniquila a Tiamat com vientos, relámpagos y ardientes llamas: “cuando Tiamat abrió su boca para
engullirlo, / él hizo penetrar en ella el Viento malo para imperdirle cerrar sus labios. / Entonces todos los
vientos furiosamente llenaron su vientre / y su cuerpo quedó hinchado y su boca desmesuradamente abierta.
/ Él disparó su flecha y le atravesó el vientre, / así triunfó sobre ella, acabando con su vida. / Después echó
abajo su cadáver y se puso de pie sobre él […] con su despiadada maza aplastó su cráneo / después corto los
conductos de su sangre” (cfr. Baring; Cashford, 2005: 327-8).
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victoria absoluta del dios masculino y el destierro de la divinidad femenina, lo que
nos conduce a tener un dios padre supremo, autocreado y sin consorte, que es el
que comparten las tres religiones monoteístas del planeta. Este dios crea cielo y
tierra, mientras que la diosa era cielo y tierra (cfr. Baring; Cashford, 2005: 322).
Aquí tendríamos, entonces, nuestro primer paso en dirección a un paulatino
alejamiento de la naturaleza representada por esta femineidad de la Tierra desterrada
(qué paradoja) que nos ha conducido hasta un siglo XXI donde nos cuesta distinguir
entre una luna creciente o una decreciente, o donde las propiedades de la mayoría de
las plantas se ignoran por completo, rebajándose su conocimiento a la categoría de
pseudomedicina, de conocimientos propios del curanderismo (peyorativizando, por
supuesto, el ancestral concepto de curandero): “semejante aislamiento de la tierra y del
animal, pájaro o mundo marino, hubiese sido considerado sacrílego en el
Paleolítico” (Baring; Cashford, 2005: 45).
Sacrílego y seguramente letal.
El oráculo de Delfos alcanzó, en la Grecia clásica, un prestigio formidable,
tanto que no se emprendía campaña alguna sin consultarlo, ni se firmaba paz o se
fundaba una ciudad sin pasar por allí6. En principio, el oráculo respondía solamente
una vez al año, el día séptimo tras el comienzo de la primavera, que era el cumpleaños
de Apolo; la fama del lugar, sin embargo, y el aumento de las consultas, hicieron con
6Es
maravillosa la visión del lugar que nos ofrece Gabriel García Márquez (en El País, edición impresa del
miércoles, 16 de junio de 1982, titulado Lo que no adivinó el oráculo): “El jueves nos fuimos a consultar al
oráculo. A las siete de la mañana tomamos en Atenas un autobús refrigerado y tres horas después estábamos
en Delfos, la patria del oráculo, la ciudad sagrada de Apolo que fue en su tiempo el ombligo del mundo […]
el viaje fue lento, cauteloso, pues los chóferes griegos tienen instrucciones de tomar su oficio con calma para
no asustar a las señoras jubiladas que vienen de Nevada, de Maryland, de Kentucky, acompañadas por viejos
maridos que a veces no son suyos, sino prestados a escondidas para jugar al amor otoñal después de consultar
el oráculo. Viajamos despacio a través de trigales soleados y olivos milenarios, y después por desfiladeros
pavorosos donde volaban unos pájaros enormes y oscuros que en épocas mejores fueron las águilas de Zeus.
A un cierto momento, el guía se atrevió a decir: "A la derecha pueden ver una torre del siglo XV". Lo dijo
con una cierta vergüenza, y con razón, pues en un país donde uno se encuentra de pronto comiendo con una
cuchara del siglo VII antes de Cristo, un pedazo de torre como aquella no tiene más interés que una estación
de gasolina […] Cuentan que la pitonisa, antes de profetizar, se purificaba en las aguas de la cercana fuente de
Castalia y masticaba hojas de laurel y aspiraba vapores de incienso y mirra, hasta el punto de que apenas si era
dueña de sí misma cuando debía responder a las preguntas que le hacían los viajeros llegados de todo el
mundo conocido, y que bien podían ser reyes o mendigos. Cuentan que sus respuestas eran alaridos y
contorsiones incomprensibles que los sacerdotes descifraban a su manera. De modo que era imposible
conocer el sentido exacto de la adivinación […] Lo más impresionante del santuario de Delfos, sin duda, es el
lugar donde fue construido. Uno estaría dispuesto a creer que, en efecto, era el ombligo del mundo si no se
conocieran los altos de Machu Pichu, en los Andes, donde se tiene de veras la impresión de haber cambiado
de planeta. Uno estaría dispuesto a postrarse de admiración ante estas construcciones de piedra y de sueño si
no se conociera el ámbito mágico de Uxmal y Chichen Itza, en Yucatán, donde todavía parece sentirse la
respiración de los seres que lo vivieron. Pero la comparación no es justa, porque los centros ceremoniales de
México están casi intactos, y en cambio los monumentos de Grecia son apenas los restos de un saqueo
histórico despiadado. En realidad, aquí se viene a conocer los lugares y a imaginar, a través de tantas lecturas
atrasadas y del inglés aproximado de los guías, cómo eran los monumentos antes de que pasaran por aquí las
hordas imperiales de los países que hoy se sienten civilizados”.
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que llegaran a ser respondidas varias veces al mes, previo pago de una tasa y con una
extensa lista de espera. Allí, Apolo entraba en el cuerpo de la pitia, utilizando sus
órganos vocales para expresarse a través del “entusiasmo”, como dice Dodds (1997:
76), “en el sentido originario y literal de la palabra”, énthheos, ἔνθεος, que solemos
traducir como ‘inspiración’ pero que realmente decodificaba esta idea de “con un
dios dentro” o “poseído/a por un dios”, plena de la divinidad y vacía de sí, hecho
que explica que los oráculos délficos se expresaran en primera persona, y no en
tercera (normalmente en hexámetros, aunque también podía ser en prosa).
El propio Plutarco, en la misma obra que citábamos, nos dice que “el dios en
persona, como en el caso de los ἐγγαστρίμυθος, habla oculto en el cuerpo de sus
profetas, valiéndose de la boca y voz de ellos como de un órgano” (Guerra Gómez,
1987: 291).
Además de estar representado por esa respiración fatigosa, o tal vez por eso
mismo, el oráculo de la Pitia era incoherente, es decir, sus palabras eran ininteligibles:
aquí entraban en escena los sacerdotes de Apolo (los prophetai, llamados también ὃσιοι,
sagrados, santos), hombres cultos y rigurosamente preparados que “transcribían” las
respuestas y las entregaban a los consultantes escritas en tablillas de cera, en una
operación que puede describe como un “asesoramiento”, basado en lo que era
considerado como la voluntad de los dioses, y que más tarde reinterpretaremos en la
figura de los quindecenviros romanos o en el mediador cristiano por antonomasia entre
la divinidad y el fiel, esto es, el confesor.
Está claro que entre los consultantes del oráculo, y en general, en todo el
mundo panhelénico existía una premisa tácita de fe en el dios y en la misma
institución: jamás se equivocaban. Se equivocaban, en todo caso, los mortales, que no
sabían o no podían interpretar sus signos. En su Apología de Sócrates, Platón nos da
entender cómo Apolo no tiene siquiera la posibilidad de no ser veraz (ουγαρθεµιs αυτϖ,
21b 6-7). No olvidemos que uno de los epítetos del dios era loxias, Λοξίας (oblicuo),
por la ambigüedad de sus oráculos que, según Plutarco (en La E de Delfos, 386e), era
algo totalmente intencional y pretendía “desarrollar y confirmar la dialéctica como
necesaria para los que quieran entender correctamente” (Casquillo, 2010: 92). Esto es,
descodificar, reflexionar, buscar. De esta ambigüedad multisecular proviene
precisamente el carácter peyorativo de nuestro adjetivo actual, sibilino.
Pero no faltaron, durante la Antigüedad, quienes dudasen de los oráculos
(cfr. Orígenes, Contra Celso, VII, 3) o creyesen que esta enajenación profética de las
pitonisas y las sibilas se debía, en realidad, a una voluntad individual, que podría
ejercitarse en determinadas condiciones dependiendo siempre del control racional,
esto es, de una especie de autosugestión a la que llegaban tras un ceremonial en
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forma de abluciones en la fuente Castalia, ingestión de bebidas ritualísticas 7 y
purificación a través de hojas de laurel, que iban moviendo en torno de su cuerpo y
que después masticaban. Se retiraban entonces a un lugar del fondo del templo
conocido como adyton, donde los consultantes no podían acceder, se sentaban en el
asiento ritual de Apolo, conocido como trípode (por cierto, confeccionado en piel de
serpiente, en “homenaje” a Phyto y recordando su sometimiento) y desde allí
profetizaban.
Este trance estaba supuestamente relacionado con un vapor (pneuma) que
manaba de una fisura en el suelo (dice Esquilo en sus Coéforas, 953, que era una
profunda grieta-cueva, μάγαν μυχὸν χθόνος), que puede tener relación con un foco
sísmico-tectónico (de hecho, Delfos está sobre una falla y fue destruido varias veces
a lo largo de la historia por la actividad sísmica de la zona, lo cual constató en los
años 80 el geólogo holandés Jelle Z. De Boer (Hale J. R.; De Boer J. Z.; Chanton J.
P.; Spiller H. A., 2003), lo que ligaría al lugar, una vez más, con la Madre Tierra y
con su centro neurálgico.
Este punto, el de las supuestas emanaciones gaseosas como inductoras del
trance de la sibila, sin embargo, es controvertido y ha dado origen a acalorados
debates entre la crítica (vide Greene, 2011: 9 y ss., o Guerra Gómez, 1987: 298 y ss.,
además del artículo mencionado en la nota 17). Sobre esto hay una anécdota
recogida por Diódoro de Sicilia (XVI, 26):
“Al parecer, el oráculo fue descubierto por un cabrero que recorría la zona
de Delfos. Algunas de sus cabras comenzaban a comportarse de un modo
extraño cuando se acercaban a una grieta sobre el suelo, balando y
brincando de forma inusual. El pastor se acercó al agujero y súbitamente
experimentó la facultad de ver el futuro, pues de las profundidades surgían
ciertos vapores misteriosos. Las gentes, desde entonces, aprovecharon las
propiedades del lugar y se supone que, mucho después, cuando se edificó
el templo de Apolo en Delfos en aquel lugar, era sobre aquella grieta
donde se situaba la Pitia en su trípode para emitir sus profecías”
(Hernández de la Fuente, 2008: 38-9).
Es interesantísimo este lazo entre la Madre Tierra, su ómphalos (que hemos
traducido como “ombligo”, pero que en griego clásico también atendía por “cordón
umbilical”), esto es, la labor oracular mediadora, y los seres mortales. Entre estos y
la primera se establece una comunicación a través de signos, como nos decía
Heráclito, signos que la Tierra ofrece al hombre de manera críptica para, como
buena madre, incentivar la reflexión constructiva, tal como describe Plutarco.
7
El Dr. Vicente Dobroruka es uno de los investigadores que más ha profundizado en el fenómeno de la
ingestión de sustancias por parte del profetismo primitivo, especialmente en lo referido a IV Esdras. Puede
consultarse su extensa bibliografía en <https://brasilia.academia.edu/VDobroruka>.
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Existen indicios de un posible origen mesopotámico de la figura de la Sibila,
concretamente provenientes de la civilización semita desarrollada en la ciudad de
Mari, un importante centro de la ruta comercial mesopotámica con el este, que
vincularía a la sibila con posibles tradiciones proféticas orientales (Suárez de la
Torre, 2001: 47) y que, por lo tanto, corroboran nuestra hipótesis sincrética. Esta
ciudad estaba situada al oeste del Éufrates, sobre la actual Tell Hariri (Siria).
Habitada desde el quinto milenio a.C., fue saqueada por Hammurabi en 1760 a.C., lo
que potenció su despoblamiento, hasta desaparecer durante la ocupación griega de la
zona. Sus ruinas fueron descubiertas en 1933, junto a más de 25.000 tablillas
cuneiformes (Postgate, 1999).
Mientras que Suárez vincula la aparición de la figura sibilina a un proceso
estrictamente literario y poético (2001: 47-48), Caerols bucea en raíces
antropológicas para relacionar a la sibila con cultos naturalistas, específicamente en
emplazamientos con actividad volcánica, donde el espíritu profético podría operar
por una especie de comunicación con el fuego (2001: 3), dato que está vinculado a
ese lazo natural que proponemos entre el centro ctónico de la tierra, tellus mater, su
cordón umbilical en forma de oráculo consejero, y el hombre.
Lo que sí sabemos es que la profecía extática se practicaba desde antiguo en el
Asia Occidental. Nos recuerda Dodds un documento en el que “el rey hitita Mursili
II [está] orando para que un ‘hombre divino’ hiciera lo que tantas veces se le pedía al
Oráculo de Delfos, revelar por qué pecados se veía el pueblo afligido por una peste”
(Dodds, 1997: 76).
Cicerón, en su De divinatione (1.11, 2.26) distingue entre dos especies de profecías
inspirándose en Platón: la inductiva o artificial (éntekhnos) y la adivinación intuitiva o
natural (átekhnos). La primera se basa en la observación por parte del adivino, que
interpreta lo que ve y vaticina según esto (cfr. hieroscopia: análisis de vísceras y entrañas;
piromancia: análisis del efecto del fuego sobre un cuerpo físico; hidromancia: análisis del
agua; catoptromancia: adivinación a través de un espejo, etc). La segunda, en una especie
de locura (μανια, manía en griego, furor en latín) o de éxtasis, en la que se encajan los
profetas y las Sibilas (Flacelière, 1965: 10).
Entonces, la Sibila es una figura femenina inspirada por la divinidad, que
profetiza en estado de éxtasis: este hecho, el presentarse como una suerte de
encarnación de la sabiduría universal, será fundamental para su desarrollo histórico,
pues le otorga independencia frente al oficialismo religioso de cualquier tipo. Nos aclara
Plinio, en su Historia Natural (VII, 33):
“Divinitas et quaedam caelitum societas nobilissima ex feminis in Sibylla fuit,
ex viris in Melampode apud Graecos, apud Romanos in Marcio” (PLINIO,
2015: 71): la adivinación y una especie de unión gloriosa con el mundo celeste han sido
privilegio de la Sibila, entre las mujeres, y del griego Melampo y del romano Marcio, entre los
hombres (nuestra traducción).
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Plutarco (siglo I d.C.), va a ser testigo inigualable de la decadencia histórica del
sistema oracular griego. En ese momento, Grecia ya forma parte del Imperio
Romano y los centros oraculares van decayendo con el declive de las tradiciones
religiosas paganas ante el empuje del cristianismo. Él mismo fue sacerdote de Apolo
durante unos años, y nos cuenta que la Pitia debía ser originaria de Delfos, elegida entre
las mejores mujeres, y consagrada como sierva de Apolo para el resto de su vida (Moralia
405c). Estas mujeres solían ser jóvenes vírgenes, aunque Diodoro de Sicilia cuenta cómo,
tras la violación de una joven pitia, una ley délfica estableció que todas fueran mayores de
cincuenta años (Greene, 2011: 6). La sibila posee, además, temperamento salvaje, y dos de
sus características intrínsecas son la virginidad y la extrema longevidad (Caerols, 2001: 2).
Su multiplicación geográfica viene seguramente de la necesidad de diferentes santuarios
de tener cierta legitimidad, que intentaban obtener presentando la figura de su propia
profetisa (aunque es discutible, vide al respecto Suárez de la Torre, 2001: 47 y ss.).
Los santuarios solían poseer grandes propiedades con las que costeaban su
mantenimiento y su personal: personas de a pie, familias, reyes, ciudades enteras
ofrendaban al dios sus pertenencias. Las donaciones se guardaban en unas capillas
llamadas tesoros (θεσαυρυς) e incluían estatuas de oro, marfil o bronce, monedas, pequeñas
fortunas, etc., que han llegado hasta nuestro conocimiento por los listados que los
funcionarios hacían de los exvotos. Los diferentes santuarios eran unidades económicas
independientes que se sustentaban autónomamente, lo cual ratifica su necesidad creciente
de notoriedad, que les aportaba mayores riquezas.
Varrón (apud Lactancio) ofrece un catálogo de diez sibilas, mencionando sus
nombres y las autoridades a las que recurre. Son las sibilas Persa, Libia, Délfica, Cimeria,
Eritrea, Samia, Cumana, Helespóntica, Frigia y Tiburtina. Otros catálogos clásicos
sibilinos son el de Pausanias, en su Periegesis, el de Clemente de Alejandría, en el Stromateis,
o el del monje Suidas en su Lexicon.
Adjuntamos la descripción de la Sibila que nos ofrece un autor hispánico
medieval, Isidoro de Sevilla (556-636), en sus Etimologías (Etymologiarum libri, VIII), con
la entrada De sibyllis8:
8
Hemos consultado la edición en línea basada en la edición crítica de W. M. Lindsay, publicada en Oxford:
Oxford
University
Press,
1911
y
disponible
en
<http://penelope.uchicago.edu/Thayer/L/Roman/Texts/Isidore/8*.html#8>. Consultado en 25 feb.
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Cuadro 1: Isidoro de Sevilla, Etymologiarum libri, VIII, De sibyllis.
1.
Sibyllae generaliter dicuntur omnes feminae
vates lingua Graeca. Nam σιὸς Aeolico
sermone deos, βουλὴν Graeci mentem
nuncupant, quasi dei mentem. Proinde
igitur, quia divinam voluntatem hominibus
interpretari solebant, Sibyllae nominatae
sunt.
1. Sibila se dice en griego a la mujer
que adivina, y [de sus étimos
griegos se deduce que] sibila se
interpreta como mente de dios; y
porque solían interpretar la
voluntad de dios a los hombres,
eran llamadas sibilas.
2.
Sicut enim omnis vir prophetans vel vates
dicitur vel propheta, ita omnis femina
prophetans Sibylla vocatur. Quod nomen ex
officio, non ex proprietate vocabuli est.
2. De la misma manera que todo
varón que profetizaba se llamaba
vate o profeta, así también toda mujer
que profetizaba se llamaba sibila.
Este nombre viene del oficio y no
de la propiedad de la palabra.
3.
Decem autem Sibyllae a doctissimis
auctoribus fuisse traduntur. Quarum prima
de Persis fuit; secunda Libyssa; tertia
Delphica in templo Delphii Apollinis
genita, quae ante Troiana bella vaticinata
est, cuius plurimos versus operi suo Homerus
inseruit.
3. Diez son las sibilas de que hablan
los más doctos autores: la primera
fue la de Persia; la segunda, de
Libia; la tercera, de Delfos, nacida
en el templo de Apolo en Delfos, la
cual vaticinó antes de la guerra de
Troya y muchos de sus versos los
insertó Homero en su obra.
4.
Quarta Cimmeria in Italia; quinta
Erythraea nomine Herophila in Babylone
orta, quae Graecis Ilium petentibus
vaticinata est perituram esse Troiam, et
Homerum mendacia scripturum. Dicta
autem Erythraea, quia in eadem insula eius
inventa sunt carmina. Sexta Samia, quae
Phemonoe dicta est, a Samo insula, unde
fuit cognominata.
Septima Cumana, nomine Amalthea, quae
novem libros adtulit Tarquinio Prisco, in
quibus erant decreta Romana conscripta.
Ipsa est et Cumaea, de qua Vergilius
(Ecl. 4, 4):
“Ultima Cumaei venit iam carminis aetas”. Dicta
autem cumana a civitate Cumas, quae est in
Campania, cuius sepulchrum in Sicilia adhuc Manet.
4. La cuarta, Cimeria, en Italia.
Quinta, Eritrea, de nombre Erófila,
nacida en Babilonia, que vaticinó a
los griegos que se dirigían a Troya
la destrucción de esta ciudad y que
Homero había de escribir ficciones;
se llamó Eritrea por haberse
encontrado allí sus versos. La sexta,
Samia, que se llamó Femónoe, y se
le dice Samia por la isla de Samos.
5.
6. Octava Hellespontia in agro Troiano nata,
quae scribitur Solonis et Cyri fuisse
temporibus; nona Phrygia, quae vaticinata
5. La séptima, Cumana, por nombre
Amaltea, que entregó nueve libros a
Tarquino Prisco, en los cuales
estaban escritos los destinos de
Roma. Se conoce también con el
nombre de Cumea, de ella dice
Virgilio (Egl. 4,4): “ultima cumaei
venit iam carminis aetas”. Se llama
cumana por la ciudad de Cumas, en
la Campania, y su sepulcro aún se
conserva en Sicilia.
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est Ancyrae, decima Tiburtina, nomine
Albunea.
7. Quarum omnium carmina efferuntur, in
quibus de Deo et de Christo et gentibus
multa
scripsisse
manifestissime
conprobantur. Celebrior autem inter ceteras
ac nobilior Erythraea perhibetur
6. La octava es Helespontia, nacida en
el campo de Troya, y que se dice
vivió en los tiempos de Solón y
Ciro. La novena es la Frigia, que
vaticinaba en Acira, y la décima
Tiburtina, de nombre Albúnea.
7. Los vaticinios de todas ellas son
muy célebres; en ellos se habla
mucho de dios, de Cristo y de los
gentiles; la más célebre e ilustre fue
la Eritrea9
Por otro lado, son varios los testimonios clásicos que dan cuenta de la existencia
de un conjunto de libros, llamados sibilinos por su supuesta vinculación a la figura de la
Sibila griega, que Roma consultaba en casos de necesidad política o ante sucesos de
naturaleza extraordinaria. El historiador griego Dioniso de Halicarnaso (60 a.C.-7 a.C.)
cuenta en sus Antigüedades Romanas (Ῥωμαική ἀρχαιολογία, IV, 62)10 cómo durante el
reinado de Tarquinio11, una mujer extranjera llegó ofreciéndole nueve libros conteniendo
los oráculos sibilinos griegos, a un precio desorbitado. Cuando Tarquinio se negó a
pagarle el precio que ella pedía, la mujer quemó tres de ellos. Acto seguido le ofreció los
seis restantes por el mismo precio. Ante las burlas de los presentes, la mujer quemó otros
tres y ofreció los restantes al precio inicial. Tarquinio, extrañado y curioso, llevó el caso a
sus augures, quienes declararon el error del rey, y le instaron a comprar los tres libros
restantes al precio pedido. Los libros, según relata Dioniso, a menudo salvaron a Roma
de “grandes calamidades”. Una vez efectuada la transacción, la misteriosa mujer
desapareció. Cuenta Dionisio que no hay posesión, sagrada o profana, que los romanos
guarden tan denodadamente como los libros sibilinos: “los consultan, por orden del
senado, ante eventuales conflictos o cuando ocurre alguna desgracia, o ante prodigios y
apariciones”. Los oráculos fueron guardados en el tempo de Júpiter Capitolino bajo la
protección de diez hombres (decemviri), lo cual indica su grado de autoridad y el control
absoluto sobre ellos por parte del estado romano; eran consultados solamente en
ocasiones especiales, y su uso estaba restringido solamente a estos oficiales. Tras la
reconstrucción del templo del Capitolio (76 a.C., recordemos que se había incendiado
unos años antes), el cónsul Cayo Escribonio Curión propuso al Senado el envío de tres
comisionados a varios puntos del Mediterráneo para que recopilasen la mayor cantidad de
9
Tomamos la traducción de la edición crítica de la obra El Sacro Pernaso, de Calderón de la Barca, hecha por
Alberto Rodríguez Rípodas. Kassel: Reichenberger, 2006, p. 67.
10
Nos basamos en la traducción inglesa de Earnest Cary para la Loeb Classical Library. Harvard University
Press,
1937.
Se
encuentra
disponible
en
línea
a
través
de:
<http://penelope.uchicago.edu/Thayer/E/Roman/Texts/Dionysius_of_Halicarnassus/home.html>.
11
Para algunos autores tardíos, como Suidas, se trata de Lucius Tarquinius Priscus, legendario quinto rey de
Roma, en el poder desde el año 616 a. C. hasta el 579 a. C. La lectura general es que se trata de su hijo,
Tarquinio el Soberbio.
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material sibilino posible, y la llevasen a Roma12. Lo que consiguen son alrededor de 1.000
versos de colecciones particulares procedentes, sobre todo, de un entorno hebreo y
minorasiático. Pero la colección oracular de Libri Sibyllini romana está perdida: tras
sucesivos avatares históricos, su destrucción fue ordenada por el general Estilicón (Flavius
Stilicho, 359-408), de origen vándalo y religión arriana, a comienzos del siglo V d.C., poco
antes de desmembrarse el Imperio Romano.
A pesar de haber estado en manos del Estado, sabemos también que el
material circuló ad vivum durante siglos, esto es, compilado por la población y puesto
por escrito en algún momento de la historia, llegando hasta Alejandría, donde fue
manipulado por las comunidades hebreas de la ciudad ya desde en el siglo II a.C. y
durante años, con fines proselitistas. Sin embargo, está claro que, a pesar de la
enorme reputación de la sibila en el mundo grecorromano, su figura no hubiera
trascendido si no fuese por la propagación que, en su nombre y aprovechando su
autoridad, la comunidad judeo-cristiana de Alejandría hizo de los oráculos a ella
atribuidos. Un pragmatismo que obviamente tenía dos vías, pues, sin esa autoridad
multisecular probada de la Sibila pagana, no les hubiera servido de nada a los
apologetas judeocristianos. Este dato nos hace entender la imperiosa necesidad de
esta sibila de legitimarse constantemente, algo que sería innecesario en un contexto
pagano. Aquí tenemos dos ejemplos claros de los Oráculos:
[…] alguien se referirá a mí como mensajera de espíritu alucinado. Pero
cuando esta persona se aproxime a los libros […] sabrá lo que ha
ocurrido, y lo que ha de ocurrir, a partir de nuestras palabras. Entonces,
ya nadie más se referirá a una vidente divinamente poseída como
vaticinadora barata. (Oráculos sibilinos, libro XI, versos 315-324,
Dobroruka, 2009: 127).
cuando todo suceda, entonces os acordaréis de mí y ya nadie me llamará
loca, sino profetisa del Dios todopoderoso (Oráculos sibilinos, libro III,
versos 816-818, Piñero, 2007: 187).
Hay que precisar aquí que los Oráculos Sibilinos (en mayúscula) son un corpus
de profecías anónimas de origen judeocristiano conservado hasta nuestros días,
compuesto por varios textos recabados de diferentes tradiciones. Se trata de un
12Testimonio
de Fenestela (66.18, en Caerols, 2001: 720): “Omnes igitur hae Sibyllae unum deum praedicant,
maxime tamen Erythraea, quae celebrior inter ceteras ac nobilior habetur [...] restituto Capitolio rettulisse ad
senatum C. Curionem consulem, ut legati Erythras mitterentur, qui carmina Sibyllae conquisita Romam
deportarent: itaque missos esse P. Gabinium M. Otacilium L. Valerium, qui descriptos a priuatis uersus circa
mille Romam deportarunt. idem dixisse Varronem supra ostendimus”. Pues todas estas Sibilas dan alabanza al dios
único, sobre todo la Eritrea, a la que se tiene como la más célebre y famosa entre ellas, […] reconstruido el Capitolio, el cónsul
Cayo Curión propuso al Senado que se enviaran comisionados a Eritras para que buscaran los poemas de la Sibila y los trajeran
a Roma; así pues, se envió a Publio Gabinio, Marco Otacilio y Lucio Valerio, que trajeron a Roma cerca de mil versos copiados
por los particulares. Más arriba hemos dicho que Varrón habla en los mismos términos.
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producto literario y apologético del monoteísmo13 judeo-cristiano que poco o nada
tiene que ver con el trance visionario de las sibilas griegas, compuesto por más de
4.000 versos de hexámetros griegos repartidos en doce libros, numerados del 1 al 14
(el 9 y el 10 están perdidos) de manera arbitraria, pues no siguen un orden
cronológico; en concreto, el libro más antiguo parece ser el tercero, datado entre el
siglo II y el I a.C. El más moderno es el libro decimocuarto, probablemente
compuesto en el siglo VII (Roessli, 2012: 593). Para hacernos una ligera idea del
contenido de los Oráculos, extraemos algunos párrafos de varios de sus libros:
LIBRO I: (1) A partir de la primera generación de los mortales (2) hasta
las últimas emitiré, una por una, profecías (3) de todo cuanto antes
existió, cuanto existe y cuanto (4) existirá en el mundo por la impiedad
de los hombres […] (323a) Cuando la doncella engendre el Verbo de
Dios altísimo (323b) y la esposa de un varón dé nombre al Verbo, (323c)
entonces desde el oriente una estrella, (323d) brillante en pleno día,
enviará desde el cielo con su resplandor su profecía, (323e) con el
anuncio de una gran señal para los infelices mortales; (324) entonces el
hijo de Dios poderoso (325) llegará hasta los hombres, hecho carne,
igualado a los mortales en la tierra.
LIBRO II: (1) En el momento en que Dios hizo cesar el omnisciente
canto, (2) después de mis numerosas súplicas, en ese instante depositó de
nuevo en mi pecho (3) la muy gozosa voz de divinas palabras: (4) haré
estas profecías mientras todo mi cuerpo está lleno de estupor, pues ni
siquiera sé (5) lo que digo, pero Dios me ordena que todo lo proclame.
LIBRO III: (194) Entonces el pueblo del gran Dios de nuevo será
fuerte (195) y será los que guíen en la vida a todos los mortales (196)
Pero, ¿por qué Dios depositó en mi mente también, para que lo
anunciara, (197) qué desgracia alcanzará primero a todos los hombres,
cuál vendrá después, cuál será la última (198) y cuál será su comienzo?
LIBRO VIII: (1) Al avecinarse la gran cólera sobre el mundo incrédulo,
(2) al final de los tiempos, me dispongo a mostrar las pruebas del enojo
de Dios (3) con mis profecías a todos los hombres, de ciudad en ciudad
[…] (203) El sol, con exhaustiva carrera, brillará incluso de noche, (204)
y las estrellas abandonarán la bóveda celestial; entre los zumbidos de un
fuerte huracán (205) convertirá la tierra en yermo; tendrá lugar la
resurrección de los muertos; (206) la carrera de los lisiados será muy
veloz, los sordos oirán, (207) los ciegos verán, hablarán los que no
hablaban (208) y todos disfrutarán de vida común y riqueza (Díez
Macho, 1982: 265 y ss.; Geffcken, 1902:1 y ss. )
A finales del siglo IV, Teodosio el Grande (347-395) decidió hacer del
cristianismo una religión de estado, convirtiendo al dios de los cristianos en el dios
único del Imperio Romano. El paganismo es entonces considerado sinónimo de alta
13Cfr.
Oráculos Sibilinos I:7 (un solo Dios, que manda solo, inmenso y eterno), I:15 (a él solo se honrócomo creador del
mundo), II:3 (el Dios único, el más elevado), VIII:337 (soy el único Dios, y no hay otro Dios) (apud Buisel, 2007: 106).
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traición, y empezará a ser perseguido. La política de Teodosio no enfrentó
prácticamente dificultades y el cristianismo, que empezó siendo perseguido, que se
hizo fuerte al ser legitimado por Constantino, ostenta ahora el privilegio de ser la
religión de un imperio confesionalmente cristiano gracias a él.
El oráculo fue clausurado en el año 390. Sin embargo, la figura de la sibila
trascendió hasta ser un elemento recurrente en la iconografía cristiana,
especialmente durante el Renacimiento, pintada por Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina, por Pinturicchio (Bernardino di Betto) en los Aposentos Borgia del Palacio
Apostólico Vaticano o por Rafael en Santa María della Pace. Están también en la
Catedral de Amiens, en León o Santiago de Compostela, en Saint-Leger de Montiey,
el altar de Santa María Aracoeli, en el templo de Segismundo Malatesta en Rímini o
en la fachada y el púlpito de la catedral de Siena, por citar solamente algunos lugares.
Las profecías sibilinas cayeron en el olvido durante gran parte de la Edad
Media. En 1545, ocho tomos de los Oracula Sibylina fueron editados por primera vez
gracias al erudito alemán Xystus Betuleius (1501-1554), quien se deparó
fortuitamente con un manuscrito de los Oráculos mientras preparaba una edición de
Lactancio. Cuando pretendía una segunda edición corregida y aumentada, Betuleius
murió, dejando el material en manos de su amigo, el humanista francés
Sébastien Châteillon (1515-1563), profesor de la Universidad de Basilea, quien lo
publicó en 1546, en latín, con versión griega en 1555. El filólogo alemán Johannes
Opsopoeus (1556-1596), profesor de la Universidad de Heidelberg, llevó a cabo una
edición de los oráculos sibilinos en 1599 (publicada póstumamente) donde ya
cuestionaba su supuesto origen pagano.
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Recibido: 16 de abril de 2018
Aprobado: 20 de julio de 2018
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