La huella del Soldado caído
en Roser Bru y Trisha Ziff
ELIXABETE ANSA GOICOECHEA
Pontificia Universidad Católica de Chile
l
Resumen
Este artículo analiza la relación entre imagen y violencia a partir de la fotografía
Soldado caído/ The Falling Soldier (1936) de Robert Capa y la actualidad de dicha foto
en el documental La maleta mexicana/ The Mexican Suitcase (2011) de Trisha Ziff y la
obra artística de Roser Bru, Premio Nacional de las Artes Plásticas en Chile (2015).
Además de analizar la discusión contemporánea en torno a estos conceptos (Sontag,
Rancière, Pollock, Didi-Huberman), se discute la posibilidad de que las imágenes
puedan acercarse o no a revelar la verdad oculta y/o destruida de los procesos
históricos oficiales.
Abstract
The aim of this article is to analyse the relationship between images and violence
taking Robert Capa’s photograph Soldado caído/ The Falling Soldier (1936) as a starting
point. This picture is crucial in Trisha Ziff’s documentary La maleta mexicana/ The
Mexican Suitcase (2011) and for the current winner of Chile’s National Art Prize,
Roser Bru. By commenting on the critical work of Susan Sontag, Jacques Rancière,
Griselda Pollock and Georges Didi-Huberman, among others, the article examines
the relationship between the two concepts in an attempt to discuss the possibility
that images might reveal the hidden and/or destroyed truth of official historical
discourses.
La imagen creada por el artista es algo completamente diferente
a un simple corte practicado en el mundo de los aspectos visibles.
Es una huella, un surco, un coletazo visual del tiempo que ella
quiso tocar, aunque también de aquellos tiempos suplementarios
–fatalmente anacrónicos, heterogéneos– que ella no puede,
en tanto que arte de la memoria, dejar de aglutinar. Es la ceniza
mezclada, más o menos cálida, de una multitud de hogueras.
Georges Didi-Huberman, ‘La emoción no dice “yo”’ (2008: 51)
A lo largo de la última década se han desplegado innumerables imágenes en las
redes sociales que ponen de manifiesto los principales conflictos políticos a nivel
global. Dos ejemplos importantes constituyen las continuas imágenes que dan
BHS 95.5 (2018) https://doi.org/10.3828/bhs.2018.30
520
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
cuenta de las ejecuciones del Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL, ISIS en el
mundo anglosajón) o las imágenes de refugiados sirios que intentan entrar en
Europa. Estas imágenes revelan la importancia de cuestionar dos aspectos fundamentales de la relación entre ‘violencia’ e ‘imagen documental’ en la actualidad,
a saber, la potencia que las imágenes tienen de acercarse o no a cierta verdad que
escapa a los intereses hegemónicos de las relaciones políticas internacionales, y
por otro, la necesidad de problematizar el medio por el cual circulan las imágenes
para cuestionar precisamente los intereses políticos tras ese despliegue.
En este artículo nos adentramos a cuestionar estos aspectos a partir de las
versiones que dos obras diferentes realizan de una de las primeras imágenes
que suscitó un importante debate sobre estos temas en el campo de las artes
visuales. Me refiero a la fotografía Soldado caído o Muerte de un miliciano (1936),
imagen de un republicano en plena Guerra Civil Española, de rodillas y con los
brazos extendidos, capturado por la lente de Robert Capa supuestamente en el
momento preciso de recibir una bala (Figura 1).
Figura 1. Robert Capa, The Falling Soldier (1936). Magnum Photos, Nueva York
Los trabajos que han actualizado la labor de Capa son la obra pictórica de
la artista catalano-chilena Roser Bru, quien ha sido reconocida con el Premio
Nacional de las Artes Plásticas en Chile en 2015, y el documental La maleta
mexicana/ The Mexican Suitcase (2011) de Trisha Ziff. El documental reconstruye
el extravío y hallazgo de más de 4.500 negativos de fotografías que Robert Capa
sacó durante la Guerra Civil española, mientras que la obra de Bru, poniendo
en tensión la relación entre fotografía y dibujo, ofreció en plena dictadura de
Pinochet (1973–1989) una visión personal de la icónica fotografía.
Si bien estas obras parecen proponer saltos en el tiempo y tratan una materialidad expresiva diferente, las unen aspectos que nos parecen relevantes y que
constituyen nuestro punto de partida en la discusión sugerida. Además de dar
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
actualidad a la foto de Capa, las dos obras tratan sobre el ejercicio de la memoria
a propósito de proyectos de estado-nación sociales que fueron destruidos
violentamente –por el golpe de estado y la dictadura de Franco en España, y de
Pinochet en Chile–, y ambas evidencian la importancia del exilio a la hora de
pensar la posibilidad de las imágenes de acercarse a la verdad de la violencia
consustancial de las historias oficiales. Por la relación que sostienen con la
tecnología y la memoria, obras como la de Ziff y Bru nos permiten, además,
comprender y examinar cómo se ha transformado la discusión y representación de los conflictos históricos y bélicos pasados. Incluso teniendo en cuenta
la diferencia de medio y de contexto histórico de ambas obras, las posiciones
de Ziff y Bru con respecto a la icónica fotografía de Capa iluminan el desarrollo
que ha habido en la discusión actual sobre la representación de la guerra y la
memoria, y lo que queda por precisar teniendo en cuenta las relaciones entre
ambas.
Historia, memoria y fotografía
La relación de estos términos es analizada de manera precisa en El filo fotográfico
de la historia: Walter Benjamin y el olvido de lo inolvidable (2009) de Elizabeth Collingwood-Selby. La autora plantea la relación entre fotografía e historia como un
tema que debe siempre partir por la problematización del presente desde donde
se alude a dicho pasado:
[L]o que hace poco calificábamos como una doble resistencia del pasado,
aludiendo por una parte a la administración de la memoria y del olvido con la que
complicita cada época histórica, y por otra a la naturaleza radicalmente esquiva
del pasado, no es sino el pliegue de una misma resistencia. La fuga del pretérito no puede ser superada por la administración de la memoria –administración que
es siempre también administración del olvido– ni siquiera cuando el pasado que tal
administración pretenda recuperar sea el de lo que ha sido tradicionalmente
excluido, puesto que la figura que inevitablemente cobrará lo excluido en su
administrada recuperación, será siempre, finalmente la de aquello que puede
ser incluido, reconocido y tipificado únicamente gracias a las formas y hábitos
de percepción y de representación del presente, aun cuando se exija de dichas
formas y hábitos su mayor y más crítica radicalización. (Collingwood-Selby 2009:
36–37; énfasis añadido)
Collingwood-Selby pone el acento en la necesidad de desmitificar la veracidad
asociada a la fotografía, un aspecto relevante sobre todo si hablamos de fotoperiodismo y de fotografías que retratan conflictos bélicos, las más susceptibles
de caer en la presunción de testimoniar ‘fielmente’ la tragedia. Pero además,
advierte de la necesidad de ser crítico en todo momento de la ‘administración
de la memoria y el olvido’ del presente; es decir, de las políticas culturales que
administran qué recordar y qué olvidar en cada presente, lo que en la actualidad
se puede traducir como la (im)posibilidad de que el pasado pueda ser redimido
en un presente inscrito en el paradigma de progreso propio de la modernidad
(tardo)capitalista. Esto último nos sitúa en la necesidad de posicionarnos frente a
521
522
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
la relación cómplice entre políticas de la cultura, la memoria y los estados postsoberanos actuales.1
Andreas Huyssen resalta a fines de la década de 1990 un rasgo predominante
de los estados post-soberanos con respecto a la memoria y la historia pasada; a
saber, lo que denomina el ‘boom de la memoria’:
[L]a memoria se ha convertido en una obsesión cultural de gigantescas proporciones, pero, al mismo tiempo y cada vez con mayor frecuencia, los críticos acusan
a nuestra cultura de amnesia, le reprochan su incapacidad y su negativa a recordar.
La paradoja de este asunto consiste en que el cargo de amnesia invariablemente
surge en el marco de crítica a los nuevos medios, cuando precisamente son estos
medios –de la televisión al CD-Rom y a Internet– los que nos permiten disponer de
mayor cantidad de memoria. Ahora bien, ¿qué ocurriría si ambas observaciones
fueran ciertas, si el boom de la memoria inevitablemente viniera acompañado por
un boom del olvido? (Huyssen 1999: 9)
En pleno 2016 esta afirmación adquiere mayor valor por dos razones: porque
las imágenes de víctimas de guerra siguen proliferando; y segundo, porque las
redes sociales han aumentado ‘la cantidad de memoria’ y la velocidad con la que
circulan ciertas imágenes. En las siguientes páginas, me gustaría detenerme a
precisar cuáles son los recuerdos y olvidos que encontramos en los objetos de
estudio elegidos, y cómo la fotografía y el dibujo logran resaltar ciertos aspectos
y ocultar otros en su relación con el pasado y el presente.
Es una discusión que Jacques Rancière analiza en ‘El teatro de las imágenes’
(2008), donde denuncia más que la cantidad de imágenes del horror que los
medios nos han acostumbrado a que contemplemos, la amnesia o la supresión
de ciertas imágenes y el control de aquellas que finalmente se distribuyen, un
aspecto clave como analizaremos en breve:
Se les acusa de ahogarnos en un mar de imágenes. Pero lo que hacen es todo lo
contrario. No se contentan con reducir el número de imágenes que ponen a
disposición. Ordenan antes que nada su puesta en escena. Eso es lo que quiere decir
informar en el sistema dominante: poner en forma, eliminar toda singularidad de
imágenes, todo lo que en ellas excede la simple redundancia del contenido significable, ponerlas a las distancias que correspondan a la jerarquía de su ‘interés’,
reducirlas en resumidas cuentas a una función estrictamente deíctica, aquella de la
materia sobre la que recae la palabra de quienes saben qué imágenes merecen ser
retenidas y quién está habilitado para decir qué dicen. (Ranciére 2008: 74–75)
Fotografía y dibujo entre el testimonio y el arte
La fotografía de Robert Capa y él mismo como el emblemático iniciador del
fotoperiodismo de guerra, junto a Gerda Taro y David Seymour (‘Chim’), vuelven
a recobrar importancia en el documental de Trisha Ziff, La maleta mexicana
(2011), el cual hace referencia a una valija de Capa que contenía los negativos
1
Entiéndase por estado post-soberano ‘la soberanía absoluta del capital’ (= Cabezas 2013)
que desde fines de la década de 1980, con el auge del neoliberalismo (Harvey 2007), ha
estado debilitando la soberanía de los estados naciones modernos.
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
de más de 4.500 fotos y que se perdió misteriosamente en México en mitad de la
Guerra Civil Española. El documental relata el extravío y encuentro de la maleta
a través de tres países –España, México y Estados Unidos– y pone en diálogo
dos momentos: la Guerra Civil Española, con la generosidad de México en su
acogida de los refugiados republicanos, y el presente español y norteamericano.
El presente español es retratado como el momento de mayor auge mnemónico
con respecto a las muertes y los desaparecidos por la guerra y la subsecuente
dictadura franquista, y el presente norteamericano se retrata únicamente
como el momento de la inauguración de la exposición fotográfica que recoge
las imágenes que guardaba ‘la maleta mexicana’, reclamada por Cornell Capa,
hermano de Robert Capa, y expuestas en el International Center of Photography
(ICP) de Nueva York desde septiembre del 2010 a agosto del 2011.
La labor fotográfica de Robert Capa en la Guerra Civil Española ya era conocida
y consagrada antes de que apareciera la maleta. Una imagen se recuerda con
especial avidez, la fotografía del Soldado caído. Curiosamente esta y otra foto
tomada en España por David Seymour, ‘Reunión de reparto agrario, Extremadura, España, 1936’ (Figura 2), se relacionan con los hechos reales de la Guerra
Civil Española de forma oblicua.
Figura 2. David Seymour, Extramadura, A Peasant Woman Listens Attentively
to a Political Speech (1936)/ Magnum Photos, Nueva York
A la primera le rodea una extensa discusión desde la década de 1970 sobre
su veracidad; si realmente fue una foto que capturaba la imagen de un soldado
523
524
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
republicano en el momento de su muerte o de si en realidad fue una foto tomada
en un ejercicio de instrucción cerca del frente. En cuanto a la segunda, tal y
como recoge Susan Sontag en Ante el dolor de los demás:
El recuerdo ha alterado la imagen según las necesidades de la memoria, al conferir
a la foto de Chim un carácter emblemático, ya no por la descripción de lo mostrado
(una reunión de carácter político al aire libre efectuada cuatro meses antes de que
comenzara la guerra) sino por lo que pronto iba a suceder en España y tuvo tan
enorme resonancia: los ataques aéreos a los pueblos y ciudades, con el exclusivo
propósito de destruirlos por completo, aplicados como arma de guerra por primera
vez en Europa. (Sontag 2003: 40; énfasis añadido)
Ambas fotos revelarían por lo tanto un aspecto importante de la relación entre
fotografía, historia y memoria, a saber, que lejos de que la fotografía sea el ‘arte
del realismo’ por excelencia, tal y como hasta la segunda mitad del siglo XX se
la percibía (Dubois 1986: 27), dicha relación está tramada por la arbitrariedad y
la subjetividad del autor tanto como en otras expresiones artísticas, como puede
ser la literatura y la pintura. Ambas fotos constituirían por lo tanto un ejemplo
claro de la necesidad de problematizar el positivismo con el que se le adjudicó
a la fotografía el carácter de ‘archivo legítimo por excelencia’ del historicismo,
y por lo tanto, de problematizar el carácter positivista del propio historicismo
(Collingwood-Selby 2009: 91–110).
Figura 3. Capa (1979). Roser Bru, Santiago de Chile.2 Artepremium.cl, ‘Catalogo’ Roser
2
Véase <http://www.artepremium.cl/product_info.php/roser-bru-litografia-color-titulada- capap-51> [consultado el 5 de marzo de 2018].
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
Bru
En el caso de Roser Bru, ganadora del Premio Nacional de las Artes Plásticas de
Chile en 2015, su obra no presenta ninguna ambigüedad con respecto al carácter
arbitrario o subjetivo de las imágenes que crea; el arte perdió a fines del siglo
XIX, como también le ocurrió a la literatura (e incluso a los escritos históricos,
como especifica Collingwood-Selby (2009: 15–37)), la batalla por liderar la función
mimética adjudicada a las artes con respecto a la naturaleza o la realidad circundante. Bru marca desde la década de 1970 una relación necesariamente subjetiva
y creativa con respecto a la Guerra Civil Española (Figura 3).
Barcelonesa de nacimiento en 1923, su familia se exilia en París ya para 1924
a consecuencia de la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera. Regresa a
Barcelona en 1928 para volver a salir en 1939 debido a la Guerra Civil en el SS
Winnipeg, el famoso barco que, al igual que el Sinaia lo hiciera en México, refugió
a más de 2.000 republicanos españoles liberándolos de los campos de trabajo
franceses a los que habían llegado tras cruzar la frontera con el país francófono.
En el texto ‘El efecto “Auschwitz”’ (2008), Enrique Lihn ofrece sus impresiones
de la obra de Bru como parte del ‘Catálogo’ Roser Bru, a propósito de una exposición de la artista en la Galería Cromo, en junio de 1977. En la siguiente intervención destaco la defensa que, frente a los horrores de la ‘deshumanización’
(demasiado humana) de los campos de concentración alemanes, ofrece el arte
como recuerdo y supervivencia para Lihn:
La serie de Roser Bru habla de esta ‘coincidentia oppositórum’ entre la vida y la
muerte igualadas bajo la perspectiva de esa lucha a muerte y, como lo expresó Hitler
en su testamento político, ‘de la voluntad bien definida de lavar al mundo alemán
del veneno judío’… La dosificación del pueblo judío que lo cadaveriza, lo extermina,
lo deporta o lo vende al extranjero según las necesidades del Tercer Reich y del
Reichsfürer SS, esto es, la deshumanización de la idea y de la práctica de la vida
en el mundo, es el tema de la serie desde el punto de vista de las víctimas reales
o posibles, de la humanidad para la cual deja de funcionar, tanto en el campo de
concentración como consiguientemente en el campo social, la oposición natural
entre la vida y la muerte sustituida por su igualación para y por el Nuevo Orden del
mundo. Dicha experiencia es, lo repito, no ya vivida sino creada en conformidad a un sistema
de su significación –la pintura– incompatible con la disforia total que le viene de la sustancia del
contenido. Roser no abandona ni sacrifica el arte al documento, ni, muchísimo menos,
tiene la aberrante pretensión de valorizar artísticamente el documento. Documenta
su pintura artística abriendo en ella un campo de concentración, de meditación
sobre lo que, para abreviar, llamo aquí ‘Auschwitz’, el anti-todo. (Lihn 2008: 297–98;
énfasis en el original)
Frente a la disforia no sólo ‘de la sustancia del contenido’, sino añadiríamos
del ‘Nuevo Orden del mundo’, donde se extrema la mecanización del control de
la vida, es decir, donde se extrema cierta forma biopolítica de poner orden, el
arte hace renacer el valor del ‘desorden’ revelando el artificio tras los ordenamientos biopolíticos y resaltando la necesidad de enfocar la creatividad propia
del arte hacia fines alternativos.
En el caso particular chileno, el ‘efecto Auschwitz’ tiene especial relevancia
525
526
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
en la década de los 70. Willy Thayer, a propósito de la discusión sobre las artes
tras el golpe militar de 1973 –la llamada ‘Escena de Avanzada’, tal y como se la
conoce a partir de la obra crítica de Nelly Richard (2007)–, nos recuerda que el
golpe constituye la catástrofe como tal: ‘Con el Golpe, Chile entró –y sigue, no se
conoce un proyecto alternativo– en el camino hacia la barbarie de la tecnocracia
neoliberal… Con la expresión catástrofe como tal, queremos señalar este hecho:
es la voluntad –en sentido nietzscheano– del pueblo chileno la que ha elegido
el camino de la barbarie de la tecnocracia’ (Thayer 2003: 52). ¿Puede, entonces,
alguna expresión artística (de vanguardia) recrear la catástrofe sin terminar
siendo a su vez, citando a Benjamin (2009: 43), ‘documento de barbarie’?
El desorden al que Lihn alude a propósito de la vida que abre la obra de Bru
nos ofrece la posibilidad de pensar la desestabilización de cualquier pretensión
historicista/testimonial de la fotografía como documento. También, tal y como
se ha analizado en los estudios de la memoria (Caruth 1995), supone una manera
más cercana de aproximarse a la memoria de aquellos ‘vencidos’ que retorna
como acoso en el presente.3 Así, frente a la espectacular fotografía del refugiado
español, ‘caído en combate’, el busto dibujado de Bru visibiliza la porosidad de
la imagen, la falta de nitidez de la misma, el tachado como forma de denuncia
frente a la reproducción mediática de la foto de Capa en revistas internacionales
como Life, Ce Soir, Vu o Volks Illustrierte. Nelly Richard expone con precisión lo que
el arte de la Avanzada consiguió con su guiño fotográfico:
La problemática artística que abre este conjunto de obras de la ‘avanzada’ [Bru,
Smythe, Dittborn, Leppe, Parra] remite a lo fotográfico como técnica reproductiva
de lo real y, además, como dispositivo de manipulación visual de la realidad objetiva; como aparato de instrumentación de la percepción social y como tecnología de
la mirada que comunica la imagen artística con los medios de información que la
rodean; como reproducción estandarizada de mensajes visuales que el arte desautomatiza en su trabajo de desplazamiento y ruptura de los signos. (Richard 2007: 45)
La Avanzada supone para Richard un claro ejemplo de producción artística
que visibiliza y problematiza los silencios y los marcos en los que se inscribe
la fotografía durante el régimen. La obra de Bru, en plena dictadura militar de
Pinochet y teniendo en cuenta los niveles de censura del momento, consigue
denunciar el golpe militar y el régimen totalitario chileno creando un puente
transatlántico a partir del rostro del republicano español. Así como el levantamiento militar de Franco arrasó con la democráticamente electa Segunda
República Española, Pinochet arrasó con la democráticamente electa Unidad
Popular chilena. El rostro del ‘soldado caído’ da cuenta de ello. Uno podría
pensar el tachado y el borrón del rostro del republicano español como el tachado
y borramiento de un estado social. El puente transatlántico que se plantea, por
lo tanto, queda impulsado no tanto por un interés económico –como ocurre con
3
Cathy Caruth: ‘the ability to recover the past is thus closely and paradoxically tied up,
in trauma, with the inability to have access to it […] the capacity to continually, in the
flashback, reproduce it in great detail – appears to be connected, in traumatic experience,
precisely with the way it escapes full consciousness as it occurs’ (1995: 153).
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
las principales motivaciones de la razón imperial-transatlántica–,4 sino por la
suspensión del mismo en pos de un gesto que hace aparecer los olvidos y el
rechazo de dichas motivaciones; a saber, el horizonte socialista de los países
aludidos y los cuerpos que han sido arrasados. En el caso personal de Bru, nos
referiríamos a los cuerpos que han sido expulsados y forzados al exilio.
Su obra parte por una labor que Adriana Valdés tilda de ‘material’ (1959–1973)
para pasar, en una segunda fase, tras la dictadura del 73, a la ‘desmaterialización
del cuerpo’, en la que:
[L]a pintura y los dibujos hacen patente la aparición fantasmal de los desaparecidos;
hacen de la violencia del pasado a la vez una presencia, un anuncio y una clave
de la violencia del presente… Los procedimientos son muchos. Las líneas tachan,
borran en cruz. La pintura chorrea y desdibuja, o dibuja dos o tres veces, como en
transparencia; o se hace cárdena; o recoge en la imagen múltiple el movimiento de
la caída, del descendimiento, de la pérdida. (Valdés 1983: 9)
De las maternidades y las pinturas de pasta gruesa, se da paso al dibujo
‘fantasmal’, a líneas, trazos, transparencias, borrones, que ponen en evidencia
la necesidad de recordar la materia que se ha querido suprimir. Los ‘soldados
caídos’ de Bru son resultado de esta traza, la memoria de la materia oprimida.
La política del presente
Retomo la cita de Collingwood-Selby (2009: 36–37) con la que abrí este ensayo
para pensar no solo las posibilidades de recuerdo que pueden activar La maleta
mexicana y la obra de Bru, en plena década de los setenta, sino para precisar
también sus olvidos –o lo que viene a ser exactamente lo mismo, su recuerdo en
el interior del olvido pactado por la circulación del mercado o la administración
de la memoria como programa de Estado– una vez que los analizamos desde
nuestro presente. Griselda Pollock, a la hora de comentar la obra del artista
chileno que más ha popularizado el cuestionamiento del fotoperiodismo internacional, Alfredo Jaar, nombra los límites del carácter icónico de las fotografías
en torno a la barbarie humana, y en particular, a los límites de la fotografía que
le valió al fotógrafo sudafricano Kevin Carter el Premio Pullitzer en 1994, la
emblemática imagen de una niña sudafricana reclinada por el hambre bajo la
supervisión atenta de un alimoche, a la espera de que fallezca la niña:
El carácter icónico depende de una relación socialmente manufacturada y psíquicamente cargada, de carácter consistente y confiable, entre el significante y el significado, un reconocimiento basado en que la misma familiaridad visual desplaza la
angustia mediante una ‘otredad’ prefigurada. Es negra, es infantil, es niña, ese sujeto
sufriente en la foto de Carter; esos rasgos son ya elementos icónicos predeterminados que pondrían ese momento de su vida, desesperada y dolorosa, a disposición
de un periodista gráfico en busca de una imagen capaz de significar, míticamente,
4
No hay espacio suficiente aquí para explorar todas las visiones que constituyen los estudios que analizan las relaciones transatlánticas entre España (o Europa) y América Latina
desde la cultura. Cito como referencia fundamental Trigo 2012.
527
528
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
una condición que se apropia de la precaria vida de la niña: la hambruna en África,
y dentro de ésta la que ocurre en Sudán. (Pollock 2008: 105–106)
Uno podría cuestionar el mismo valor icónico en la foto de Capa, y quizás
también, en la obra de Bru, donde la cita a la foto de Capa es literal. Si bien en
el dibujo hay un intento por tachar o borrar la espectacularidad de la nitidez
de la foto, el rostro y la figuración permanecen: el rostro del republicano
español de Capa es totalmente identificable en algunos retratos y en otros, se
mantiene la alusión a la cruz y, por lo tanto, a la simbología y la martirología
cristiana que acompaña los relatos de la izquierda socialista a lo largo del siglo
XX (Figura 4).
Figura 4. Capa / España 1936 Roser Bru Retrospectiva / Museo Nacional de Bellas Artes. Santiago
de Chile, Mayo-Junio 1996 (Santiago de Chile: Museo Nacional de Bellas Artes, 1996), p. 3
El republicano español adquiere un carácter emblemático, como señalaba Sontag
(2003: 40) en la foto de Chim, sinónimo de la lucha anti-fascista en Europa. Los
logros socio-económicos de la república española, las organizaciones anárquicas
como formas de comunidad alternativa a la modernidad, etc. simplemente se
pierden frente al ícono de la lucha y el sufrimiento tras la pérdida de la república.
En este sentido es pertinente recordar la imposibilidad que encontraba Collingwood-Selby a la hora de pensar que la injusticia pasada pudiera de ningún
modo presentarse sin ‘las formas y hábitos de percepción y de representación del
presente, aun cuando se exija de dichas formas y hábitos su mayor y más crítica
radicalización’ (2009: 37). En el caso concreto de la producción de la Avanzada en
Chile, Thayer añade un aspecto importante a la hora de problematizar aquellos
ideales de izquierda frente a los que la propia Avanzada, en su distanciamiento
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
del arte más cercano a la Unidad Popular,5 parecía desmontar:
[L]as prácticas de la Avanzada no podrían ser consideradas bajo la resonancia del
vanguardismo, como prácticas que orientan su ‘arte’ en función de un desborde presentacional irreducible a los órdenes representacionales en curso, ni en función de un novum
que no se deja someter a los cánones habidos de clasificación, ni en términos de
una voluntad de desmantelamiento de la institución representacional. Porque
en 1977–9, cuando la Avanzada emerge, la actualidad en curso, su abismo, es el
desmayo de la representación. No sólo los aparatos de producción y distribución de
arte, sino toda forma institucional ha sido suspendida en una seguidilla de golpes,
seis años de Golpe (1973/79), políticas del shock y decretos de la Junta Militar. (Thayer
2003: 52; énfasis en el original)
Thayer postula que en cuanto a los horizontes de innovación radical a los que
las (neo)vanguardias como la Avanzada aspiran en sus manifiestos y resultados
artísticos, no se puede encontrar en ellas ninguna novedad esencial. Si hemos de
buscar el gesto que procura un acontecimiento en las formas representacionales
modernas, ese gesto lo encontraremos en el golpe y su instauración del novum
neoliberal, lo que realmente desborda el orden representacional y la soberanía
moderna.
Al re-presentar el rostro y el cuerpo del republicano español de Capa, el dibujo
de Bru habría que cuestionarlo en el presente por la posibilidad de romper o
no con la subjetividad personalista con la que el tardo-capitalismo se apropia
de las artes y el fotoperiodismo, es decir, por la posibilidad de cuestionar o no
la sobre-exposición espectacular en que las fotografías de Capa se convirtieron,
culturizándose como valor de cambio y, así, como valorización de la circulación
mercantil en que el ‘fotógrafo de guerra’ como tal cayó. Se sabe, como recoge
Sontag (2003), que Robert Capa, tras su labor en la Guerra Civil Española, se
convirtió él mismo en portada de revistas como el Picture Post del 3 de diciembre
de 1938, donde se leía junto a su retrato ‘El mejor fotógrafo de guerra del mundo’
y se sabe también que: ‘[E]n voz de [la] Magnum [Photo Agency, co-creada por
Capa], la fotografía se declaró empresa mundial. La nacionalidad del fotógrafo y
la afiliación nacional periodística eran, por principio, irrelevantes… Y su demarcación era “el mundo.” Eran andariegos y las guerras de especial interés (pues
había muchas), su destino predilecto’ (Sontag 2003: 45). Aquí se denuncia el
‘personalismo’ o devoción por la individualidad en que cae la fotografía con la
creación de la figura del fotoperiodista épico; aquel que arriesga su vida por
mostrar la injusticia global. Es la lógica del estrellato de Hollywood expandida
al campo del fotoperiodismo en el momento preciso de su fundación. La política
5
Nos referimos aquí a cierta ‘cultura de izquierda’ compuesta por una vía partidista del
grabado, el muralismo de brigadas como Ramona Parra o el canto popular. Justo Pastor
Mellado señala el año 1957 como crucial para el desarrollo de esta cultura por dos eventos
relevantes: ‘el Festival Mundial de la Juventud [al que acude Violeta Parra y cuyo trabajo,
en palabras de Pastor Mellado, hace operar la incorporación a la cultura de izquierda de un
folklore ligado a las formas de expresión del campesinado pobre]; por otra, la derogación
de la Ley de Defensa de la Democracia [a partir de la cual se proscribe la participación del
Partido Comunista]’ (Pastor Mellado 1995: 58–59).
529
530
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
de las fotografías de Capa queda soslayada o marcada por la leyenda épica del
fotógrafo, eclipsando incluso la labor colaborativa con la que se crearon sus
fotos. El documental La maleta mexicana (2011) de Ziff es un intento por mostrar
la labor de Taro y Chim, compañeros de Capa, así como la labor de Imre Weisz,
‘Cziki’, laboratorista de Capa y encargado de sacar la maleta de Francia pasándosela al general mexicano Aguilar González, una contribución que había quedado
totalmente silenciada en la publicación de las fotos.
Además de denunciar este personalismo, o quizás como consecuencia de ello,
Sontag señala la generalidad en la que caen ciertas lecturas de las guerras del
siglo XX a propósito de las fotos que circulan sobre ellas. Comienza esta crítica
con las reacciones humanistas de Virginia Woolf ante las fotos que el gobierno
republicano español consigue enviar a Inglaterra con el fin de conseguir simpatizantes para la causa republicana. Las fotos consiguen activar el horror por las
guerras, pero es un horror abstracto y desvinculado a la necesaria estrategia
política del momento. Sontag concluye: ‘Atribuir a imágenes, como hace Woolf,
sólo lo que confirma la general repugnancia a la guerra es apartarse de un
vínculo con España en cuanto país con historia. Es descartar la política’ (2003:
18). Algo similar postulamos que ocurre tanto con la labor del International
Center of Photography (ICP) con su exposición de ‘La maleta mexicana’, como
con el ‘boom de la memoria’ en España, así como con el trabajo iconográfico de
Bru en el presente.6
En el documental de Trisha Ziff se expone, como acabamos de comentar,
la labor colaborativa de la producción de las imágenes de guerra de Capa; sin
embargo, hay un énfasis en la historia personalista de los ‘tres intrépidos’, como
podríamos referirnos al trío Capa-Taro-Chim, así como a las historias personales
que acompañan las exhumaciones que desde el 2007 se están llevando a cabo
en España en la recuperación de los cuerpos que fueron enterrados en fosas
comunes. Lejos de ‘excavar’ las implicaciones políticas del ‘tachado’ de la
República española o de la importancia que tuvo México tanto en la época de
la Guerra Civil Española–como uno de los pocos países que abrió sus puertas a
los refugiados, vía por la que pudieron así salvarse los negativos–, como en el
presente a la hora de considerarla como país que debería efectivamente acoger
una copia de los negativos y apadrinar también la labor de memoria histórica,7
6
7
No debemos confundir la crítica al ‘personalismo’ del fotoperiodismo de guerra con cierto
juicio moral inmediato por la publicación de la foto; es decir, con la crítica moral inmediata hacia el periodista que en lugar de colaborar de otra manera con el horror fotografiado parece lucrar sacando la fotografía. Es más bien una crítica al formato en el que
terminan circulando las imágenes. Jacques Rancière es muy claro en este sentido cuando
habla de la foto del sudafricano Kevin Carter, mencionada arriba, y de la obra The Sound
of Silence (2006) de Alfredo Jaar: ‘Una vez más, no se trata de privarnos de la imagen. Es
evidentemente innecesario hacerlo, pues aun si el fotógrafo está muerto y la niña ha desaparecido sin dejar huellas, sabemos, por el contrario, en qué se convirtió la fotografía: en
propiedad del imperio Bill Gates, que sepulta las imágenes a doscientos veinte pies bajo
tierra para conservarlas mejor. Es preciso construir un espacio y un tiempo apropiados para hacer
resonar en silencio esa imagen…’ (Rancière 2008: 88; énfasis añadido).
El fotógrafo Pedro Meyer puntualiza este olvido al pasar y Juan Villoro advierte de la
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
se escoge enfatizar la lágrima del melodrama que acompaña la muerte de los
‘tres intrépidos’, así como la muerte indigna de los enterrados en las fosas
comunes. En el primer caso, el documental elige retratar la lágrima de Anna
Winand, Asistente Ejecutiva de Cornell Capa en el ICP de Nueva York, al recordar
emocionada el momento de hallazgo de la maleta y la labor de Capa, Taro y Chim
(especialmente Capa):
It’s a fabulous story. It’s a historical story. It’s a story about Bob Capa; I mean,
people have been fascinated with Bob Capa since… forever… and this was, it was
unfinished business. And it’s miraculous that we now were able to find it [the suitcase], after all these years of it being God-knows-where… It could have been thrown
in the trash. I mean, things get lost… permanently. It’s a little bit of a miracle, you
know. It’s a good story… And it’s real… And they were wonderful people… The
best. (La maleta mexicana 2011: 01:13:37–01:14:29)
Winand termina esta frase emocionada, con lágrimas en los ojos, tras exponernos
en estas breves oraciones el inconsciente político del interés del centro fotográfico de Nueva York por la maleta mexicana: un interés fetichista por recuperar
una maleta que perteneció a la figura heroica por excelencia del fotoperiodismo de guerra. El énfasis en lo maravilloso del relato, así como en el aspecto
historicista, ‘verídico’, del mismo llama la atención. Paradójicamente la maleta
mexicana, como metonimia de la historia (‘real’), se concibe aquí como instrumento de legitimación de una leyenda (Capa y los ‘tres intrépidos’) y se enfatiza
su valor con una carga sentimental que excluye cualquier duda sobre la buena
obra que el centro neoyorquino ha hecho resguardando la maleta y exponiendo
museísticamente los negativos encontrados.
Se elige también enfatizar la lágrima de los nietos que buscan a sus abuelos o a
los abuelos de aquellos compañeros de generación españoles que no saben dónde
quedaron enterrados sus parientes. Destaca el testimonio de uno de los fotógrafos
de los equipos de exhumación, Jokin Leniz, quien termina su relato con una
anécdota personal que queda grabada en el espectador de forma más incisiva que
la explicación de su labor como fotógrafo: ‘Yo, el problema personalmente en mi
corazón es… yo no tuve… no… no sé cómo explicarlo… no tuve ningún abuelo y
pues… [llorando y golpeándose el pecho] todos los que están enterrados son mis
abuelos… es lo que siento’ (La maleta mexicana 2011: 01:08:34–01:09:05). E igual
de relevante para nuestra discusión sería el comentario de Encarna Martorell,
familiar de soldado desaparecido, quien literalmente descarta la política como
cuestión de importancia a la hora de analizar el tema: ‘No sé, llegará algún día
en que se olvidará todo,… pero aún falta… yo… cuestiones políticas y todo eso,
pues no sé qué sentido puede tener,… demasiado sentido, pues la verdad es que
no… sólo es por… a nivel personal’ (01:08:03–01:08:21).
necesidad de interpretar estos negativos más allá de la labor de conservación y cuidado
que la ICP pueda llevar a cabo porque ‘lo que sí ocurre en la cultura norteamericana es que
hay una fragmentación de la historia, se cuidan las cosas pero se les despoja del contexto,
se les sustrae hacia una especie de galaxia cosmopolita en donde no importan los lugares,
no importan las tramas, las narrativas que explican todo eso. Entonces, lo que sí debemos
hacer nosotros es completar la historia’ (La maleta mexicana 2011: 01:17:29–01:18:06).
531
532
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
A propósito de estas lágrimas, uno de los periodistas españoles que cubría el
acto de la inauguración de la exposición en Nueva York, Ernest Alós, señala la
brecha entre la alusión a la historia de la Guerra Civil Española por parte de los
organizadores de la exposición en la ICP–una mención demasiado general, fría–,
y la vivencia personal que los periodistas españoles, y como señala Alós, todos
los españoles, sienten a la hora de hablar de la Guerra. Sin embargo, tanto la
frialdad ‘norteamericana’ como la emoción de la vivencia personal ‘española’
ocultan por igual un sentido de comunidad que pueda interrumpir la subjetividad (tardo)capitalista, es decir, que pueda interrumpir la captura de la historia
por los discursos hegemónicos de conservación de patrimonio norteamericanos,
por un lado, o la captura de la historia por los discursos hegemónicos de victimización y personalización del sufrimiento de los ‘vencidos’, por otro.
En su labor constante de análisis de los procesos de memoria que desde la
transición se han llevado a cabo en España, Jo Labanyi nos ayuda a pensar la
política que el melodrama del documental ocultaría. En uno de sus artículos
más citados al respecto, ‘The Politics of Memory in Contemporary Spain’,
Labanyi (2008) analiza lo que popularmente se ha dado en llamar ‘Ley de
Memoria histórica’, u oficialmente ‘Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que
se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes
padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura’.8
Propuesta por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el 2004, la ley
pretende extender los derechos de las víctimas de ambos lados ideológicos de la
Guerra Civil Española y la posterior dictadura, y quitar los símbolos franquistas
de los lugares públicos. La ley se aprobó por el congreso el 31 de octubre del
2007 y se implementó el 26 de diciembre del mismo año. Tal y como explica
Labanyi (2008), el aspecto más relevante de las discusiones que ha habido en
torno a esta ley tiene que ver con la dificultad de lidiar con la memoria de la
violencia de la Guerra Civil y la subsiguiente dictadura una vez que se ha sacado
dicha memoria del ámbito personal a la que fue confinada en la transición.
Esta dificultad queda en evidencia al observar que la palabra ‘memoria’ fue
omitida en el título de la ley precisamente porque la Comisión Interministerial encargada de redactar el texto decidió que el gobierno no debía interferir
en la memoria de los ciudadanos (2008: 125). Es decir, se relega una vez más el
ejercicio del recuerdo al ámbito privado. Es este mismo gesto de relegación el
8
El tema de la memoria histórica ha suscitado mucho interés en los últimos diez años, como
pueden ejemplificar las publicaciones Guerra civil. Mito y memoria (Arostegui y Pons 2006) o La
guerra que nos han contado. 1936 y nosotros (Izquierdo Martín y Sánchez León 2006), por citar
dos títulos. El último volumen expone el interés que proviene no de la inmediata primera
generación tras la guerra, sino de las segundas generaciones –como encontramos en el
documental– que problematizan más que los hechos de la guerra, los relatos que de ella se
han contado. Es pertinente comentar que ha habido un incremento en la preocupación y
participación pública en el recuerdo de la Guerra Civil tras la fundación en el año 2000 de la
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) por Emilio Silva y Santiago
Macías Pérez. Y cabe agregar, finalmente, que la fotografía de la Guerra Civil ha recobrado
también protagonismo como ha ocurrido con las exposiciones de los trabajos fotográficos
de Agustí Centelles y Josep Brangulí. Al interesado le remito a Song 2014.
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
que encontramos en el documental como evidencian los testimonios de arriba.
Predominan el relato personal y la narración sentimental en lugar de, como
señalaba Sontag y enfatiza aquí Labanyi, la historia y la política del país.
En el caso de Bru, la labor de denuncia política de los procesos de ocultamiento propios de la dictadura es evidente. En lugar de seguir produciendo obras
‘materiales’, la tachadura deja en evidencia el principal instrumento de censura
del régimen pinochetista.9 Pero uno también podría postular que desde la actualidad, en la obra de Bru el rostro y la figuración del republicano español remiten
fácilmente a la exaltación de la figura de Capa, en lugar de acercarse a la política
de la República española y/o la política de la Unidad Popular. Más aún si tenemos
en cuenta que la labor artística de la pintora se ha alimentado precisamente
de la referencia a retratos emblemáticos de autores que constituyen hitos en
el arte y la literatura universal; nos referimos a los retratos de Kafka y Milena,
Lorca, Mistral, Vallejo, Kalho, etc. Lo mismo podríamos decir de la predilección
de Bru por re-trabajar grandes obras maestras, retratando fragmentos de Las
Meninas de Velázquez o Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya, por ejemplo.10 Estos
trabajos se caracterizan por resaltar la violencia ejercida en los personajes representados a partir de rayas geométricas que atraviesan en forma de eliminación
los rostros –a veces incluso marcados con el color rojo que simboliza inevitablemente la sangre vertida por la historia oficial– o, como comentábamos sobre los
retratos del republicano español, a partir de una traza temblorosa y del tachado,
enfatizando nuevamente la eliminación de estos personajes. En el momento de
aparición de las variaciones en torno al republicano español de Bru, los retratos
pueden haber tenido el potencial crítico que señalaban Richard (2007) y Valdés
(1983); es decir, la posibilidad de cuestionar la forma en que la fotografía fluía
en los medios de comunicación oficiales del régimen tergiversando la realidad
y ocultando la mancha y el tachado de lo que antes del régimen se aludía como
‘pueblo’ chileno… Pero en una mirada retrospectiva y tomando el presente
como momento de discusión, la pregunta termina siendo: ¿hasta qué punto estas
obras configuran hoy en día el sello de una autoría personal, la de Capa o ‘Roser
Bru’ en el presente, más que la problematización de lo que las figuras retratadas
buscaban en sus obras o pretendían visibilizar de la política de su momento y de
la política actual?
Conclusión: La ‘huella’ frente al icono
En este punto volvemos a hacer mención a la crítica de Collingwood-Selby
(2009) con respecto a la imposibilidad de desvincular la memoria de los aparatos
representativos del presente y también, a la crítica que Thayer (2003) ofrece de
9
10
Los tachados y blanqueos de todo aquello que visualmente se relacionaba con la Unidad
Popular, como por ejemplo los murales de la Brigada Ramona Parra, fueron aplicados
indiscriminadamente. Para más información sobre estas acciones y la imaginería del
régimen militar de Pinochet, véase Leiva y Errázuriz 2012.
Remito al lector a la página oficial de Roser Bru para observar ejemplos de su trabajo,
disponible en: <http://roserbru.cl> [consultado el 27 de febrero de 2018].
533
534
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
la Avanzada, quien puntualiza el límite de las vanguardias en general y de la
Avanzada en particular al sostener que éstas no rompen con las formas de la
representación moderna. Es decir, la discusión tiene que ver con una oposición
conceptual entre el valor iconográfico/ emblemático de ciertas imágenes y la
(imposible) (re)aparición de la materia política de aquellos rostros que se elige
retratar; una discusión que atraviesa finalmente los objetos de estudio elegidos
en este artículo y ha sido insinuada directamente en las citas de Sontag (2003) o
Pollock (2008). ¿Cómo pueden estas imágenes constituir ‘huella’ material de lo
ocurrido y potenciar una política que problematice finalmente el progreso como
norma histórica?
Frente al nombre de artistas/ fotógrafos y al nombre de la circulación mediática de información bélica cabría resaltar ciertos olvidos que el carácter inevitablemente emblemático o icónico de la foto de Capa oculta: como, por ejemplo,
el olvido de una política alternativa a la democracia de mercado en España
(principal ejecutora de la Ley 52/2007); el olvido también de una política alternativa a la democracia de mercado en EE.UU., de forma que una exposición como
‘La maleta mexicana’ recogiera más de cerca la neutralidad oficial de su país
frente a la Guerra Civil Española o lo que el México de Lázaro Cárdenas constituyó a nivel mundial en aquel momento y no enfatizara tanto el ‘estrellato’ de
Capa como legendario fotógrafo de guerra; el olvido, por tercera vez, de una
política alternativa a la democracia de mercado en Chile, fundada por el régimen
de Pinochet y radicalizada por los sucesivos gobiernos de la Concertación; el
olvido al fin y al cabo de una política que piense la comunidad de manera que
acoja constitutivamente lo que tienen en común los republicanos españoles, la
maleta mexicana y Roser Bru, a saber el exilio como comunidad que vuelve inoperante todo mito o todo icono comunitario.
Por inoperancia entendemos aquí el ejercicio de interrupción que Jean-Luc
Nancy propone en su texto La comunidad inoperante (2000). Frente al carácter mítico
e icónico de los discursos e imágenes que construyeron la comunidad cristiana
pre-moderna, así como las comunidades modernas, en base principalmente a la
noción de pérdida –pérdida del Paraíso en la comunidad cristiana y pérdida de
la divinidad en las comunidades modernas–, Nancy aboga por la necesidad de
interrumpir dichos discursos e imágenes, dado que ‘nada se ha perdido, pues; y
por ello nada está perdido. Los que andan perdidos sólo somos nosotros mismos,
nosotros sobre quienes el “vínculo social”, nuestro invento, recae pesadamente
como la red de una trampa económica, técnica, cultural. Enredados en sus mallas,
nos forjamos el fantasma de la comunidad perdida’ (Nancy 2000: 33–34; énfasis
en el original).
La maleta perdida o la república perdida serían los verdaderos restos de
la imaginería iconográfica que estamos discutiendo, puestos en circulación
mediática alimentando las ‘trampas económicas, técnicas, culturales’ del capitalismo tardío. Frente a estos discursos e imaginería de comunidad operante,
Nancy piensa un vínculo social que interrumpa las relaciones inter-subjetivas
que obren en pos de ningún destino. La comunidad inoperante, como la denomina
bhs, 95 (2018)
La huella del Soldado caído en Roser Bru y Trisha Ziff
Nancy (2000), presenta a seres singulares en su finitud; es decir, en lo que tienen
de límite o fin de un posible discurso trascendente e inmanente (sea el discurso
cristiano o moderno). Esta comparecencia de seres singulares no crea o construye
ningún destino, mito o icono; al revés, se presenta como la comunidad del mito
interrumpido y sus seres, simplemente están, comparecen.
Es este comparecer el que podríamos asociar con la ‘huella’ de Didi-Huberman
(2008) en el epígrafe que antecede este artículo. La huella o marca habla de un
comparecer arrasado por el historicismo del progreso, sólo así ‘[l]a imagen creada
por el artista es la ceniza mezclada, más o menos cálida, de una multitud de
hogueras’ (2008: 51). La referencia a Benjamin se hace inevitable para diferenciar, como lo hace también Collingwood-Selby, el valor indicial (susceptible
de ser fetichizado) que Roland Barthes le concede a toda fotografía, incluso a
la tomada en la época de la reproductibilidad técnica, y el valor cultual que
Benjamin solo encontraba en los primeros retratos fotográficos (CollingwoodSelby 2009: 205). Por la memoria de aquellos retratos y el cuestionamiento de
la circulación inmediata y masiva de ciertas imágenes que se reproducen hoy
en las redes sociales a propósito de las víctimas de guerra, habría que recordar
entonces, más que el rostro del republicano español, en su carácter iconográfico –fotografiado o dibujado–, las preguntas y problemáticas aquí expuestas
como interrogantes abiertas que siguen buscando la ‘huella’ material o compareciente que desafíe el pujante requerimiento de captar y capturar el presente
como momento legendario o testimonio sufriente de pérdida; más que el ícono
del republicano español, habría que buscar la huella del soldado caído, o como
enfatiza Valdés a propósito de Bru, ‘un rescate que es tensión entre la huella y la
borradura’ (1983: 11).
Obras citadas
Arostegui, Julio, y Marcial Pons (eds.), 2006. Guerra Civil: mito y memoria (Barcelona: Marcial Pons).
Benjamin, Walter, 2003. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, trad. Andrés E.
Weikert (México: Itaca).
—, 2009. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, trad. Pablo Oyarzún Robles (Santiago
de Chile: LOM Ediciones).
Cabezas, Oscar Ariel, 2013. Postsoberanía. Literatura, política y trabajo (Buenos Aires: La Cebra).
Caruth, Cathy, 1995. Trauma: Explorations in Memory (Baltimore, MD: Johns Hopkins University
Press).
Collingwood-Selby, Elizabeth, 2009. El filo fotográfico de la historia: Walter Benjamin y el olvido de lo
inolvidable (Santiago de Chile: Metales Pesados).
Didi-Huberman, Georges, 2008. ‘La emoción del “yo”. Diez fragmentos sobre la libertad estética’,
en La Política de las imágenes, trads. Alejandro Madrid y Adriana Valdés (Santiago de Chile:
Metales Pesados), pp. 39–67.
Dubois, Philippe, 1986. El acto fotográfico: de la representación a la recepción (Barcelona: Paidós).
Harvey, David, 2007. Breve historia del neoliberalismo (Madrid: Akal).
Huyssen, Andreas, 1999. ‘La cultura de la memoria: medios, política y amnesia’, Revista de Crítica
Cultural, 18: 8–15.
Izquierdo Martín, Jesús, y Pablo Sánchez León, 2006. La guerra que nos han contado. 1936 y nosotros
(Madrid: Alianza Editorial).
Labanyi, Jo, 2008. ‘The Politics of Memory in Contemporary Spain’, Journal of Spanish Cultural
Studies, 9: 119–25.
535
536
Elixabete Ansa Goicoechea
bhs, 95 (2018)
La maleta mexicana. 2011, dir. Trisha Ziff (2012 Berlin; Mallerich Films).
Leiva, Gonzalo, y Luis Hernán Errázuriz, 2012. El golpe estético: dictadura militar en Chile, 1973–1989
(Santiago de Chile: Ocho Libros).
Lihn, Enrique, 2008. ‘El efecto Auschwitz’, en Textos sobre arte, eds. Adriana Valdés y Ana María
Risco (Santiago de Chile: Universidad Diego Portales), pp. 297–98.
Nancy, Jean-Luc, 2000. La comunidad inoperante, trad. Juan Manuel Garrido (Santiago de Chile:
LOM Ediciones y Universidad ARCIS).
Pastor Mellado, Justo, 1995. La novela chilena del grabado (Santiago de Chile: Economías de guerra).
Pollock, Griselda, 2008. ‘Sin olvidar África: Dialécticas de atender/ desatender, de ver/ negar, de
saber/ entender en la posición del espectador ante la obra de Alfredo Jaar’, en La Política de
las imágenes, trads. Alejandro Madrid y Adriana Valdés (Santiago de Chile: Metales Pesados),
pp. 91–131.
Ranciére, Jacques, 2008. ‘El teatro de las imágenes’, en La Política de las imágenes, trads. Alejandro
Madrid y Adriana Valdés (Santiago de Chile: Metales Pesados), pp. 69–89.
Richard, Nelly, 2007. Márgenes e instituciones: arte en Chile desde 1973. 2a edición. (Santiago de
Chile: Metales Pesados).
Song, Rosi, 2014. ‘Visual Fictions and the Archive of the Spanish Civil War’, Modern Language
Notes, 129.2: 367–90.
Sontag, Susan, 2003. Ante el dolor de los demás, trad. Aurelio Major (Buenos Aires: Alfaguara).
Thayer, Willy, 2003. ‘Del aceite al collage’, en Cambio de aceite: pintura chilena contemporánea, ed.
Francisco Brugnoli (Santiago de Chile: Ocho Libros), pp. 42–59.
Trigo, Abril, 2012. ‘Los estudios transatlánticos y la geopolítica del neo-hispanismo’, Cuadernos
de Literatura, 31: 16–45.
Valdés, Adriana, 1983. Roser Bru (Santiago de Chile: Ediciones Minga).
Reproduced with permission of copyright owner. Further
reproduction prohibited without permission.