Revista Pucara, N° 22 (65-73), 2010
ISSN 1390-0862
Santa Teresa, Tierra Baldía, Estación Final
Santa Teresa, Waste Land, Final Station
Patricia Poblete Alday
U. Academia de Humanismo Cristiano. Santiago, Chile
E-mail:
[email protected]
Resumen
/D REUD GH 5REHUWR %RODxR RVFLOD HQWUH HO DUTXHWLSR YLWDOLVWD GH OD
ciudad-laberinto (el DF, el Santiago de Chile, la Barcelona de su juventud) y la imagen terminal de la ciudad que se desintegra en el desierto.
(OVLJXLHQWHDUWtFXORSURIXQGL]DHQHVWH~OWLPRDUTXHWLSRLGHQWL¿FDQGRHQ
6DQWD7HUHVDDTXHOORVUDVJRVTXHODGH¿QHQFRPRXQDJHRJUDItDQHFHVDULD
e inevitable dentro de la poética del autor, como metáfora del propio texto,
\FRPRPDQLIHVWDFLyQSDOPDULDGHXQ¿QDOTXHHVDODYH]LQWUD\H[WUDtextual.
Palabras clave: 2666±5REHUWR%RODxR±,PDJLQDULRVXUEDQRV
Abstract
7KHZRUNRI5REHUWR%RODxRRVFLOODWHVEHWZHHQWKHYLWDOODE\ULQWKFLty archetype (Mexico DF, Santiago de Chile, Barcelona - where the author
VSHQWKLV\RXWK DQGWKH¿QDOLPDJHRIWKH&LW\WKDWGLVLQWHJUDWHVLWVHOILQ
the desert. The following article delves into this last archetype, identifying
LQ6DQWD7HUHVDWKRVHWUDLWVWRWKHGH¿QHGLWDVDQHFHVVDU\DQGLQHYLWDEOH
geography within the poetics of the author, as a metaphor for the text itself,
DQGDVPDWWHUPDQLIHVWDWLRQRID¿QDOWKDWLVDWWKHVDPHWLPHLQWUDDQG
extra-textual.
Key words: 26665REHUWR%RODxR8UEDQLPDJLQDULHV
(Recibido: 11-11-2009)
(Aceptado: 20-12-2009)
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¿Por qué candorosa intuición localizamos
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GASTÓN BACHELARD
Entre el DF, en el cual los realvisceralistas realizan su educación literaria y sentimental; y los basureros de Santa Teresa/Ciudad Juárez donde
van apareciendo los cadáveres de mujeres, median unos dos mil kilómeWURVVHLVDxRVGRFHOLEURV6LQHPEDUJRORVSDUDMHVGHOGHVLHUWRGH6RQRUD
VHHQFXHQWUDQSUHVHQWHV\DGHVGHORVSULPHURVHVFULWRVGH5REHUWR%RODxR
en sus versos de juventud (reunidos luego en La universidad desconocida),
aquel paisaje severo, esa “tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos
y ventiscas de arena” (2007:383) se canta y anhela como el único teatro
concebible para su poesía, acaso porque la geografía se tornaba en el autor,
ya en ese entonces, un carácter y un destino. Hablamos, por supuesto, de
un proyecto escritural que se funde desde sus inicios con un trayecto de
vida, y que lamentablemente quedan truncos en su cénit; transmutándose
ambos en polvo del desierto.
Ambas ciudades, el DF y Santa Teresa, operan como dos extremos
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arquetipo vitalista de la ciudad-laberinto a la imagen terminal de la urbe
que se desintegra en el desierto. Aquí, la otrora ‘región más transparente’
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VHDxRUDHQWDQWRGHSRVLWDULDGHORVVXHxRV\ODVHVSHUDQ]DVGHODpSRFDGH
juventud. Menos que amenazas, sus zonas oscuras, peligrosas o confusas
imponen pruebas de madurez que los protagonistas deben superar, como
7HVHR D OD FD]D GHO PLQRWDXUR R FRPR %HODQR GHVD¿DQGR DO 5H\ GH ORV
Putos de la Colonia Guerrero (1999:77 y ss). En esta misma dirección, BarFHORQD FLXGDGDODFXDO%RODxROOHJyHQ VHUHFXHUGDFRQQRVWDOJLD
como una especie de paraíso terrenal, donde la vida era maravillosa y a los
problemas se les llamaba sorpresas (1998:471), y que funcionaba —en la
memoria ya del autor— como el engranaje de su particular bildungsroman:
“Para mí fue un descubrimiento y me quedé en Barcelona, me enamoré de
la ciudad. Fue un amor absoluto por Barcelona y una universidad. Aprendí
cosas que creía que sabía pero que en realidad no.” (Dés, 2005:140, las
cursivas son mías).
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Santa Teresa, Tierra Baldía, Estación Final/Patricia Poblete
%RODxR%HODQR%*DUFtD0DGHUR8OLVHV/LPDYDQDSUHQGLHQGROD
gramática de la ciudad junto a la de la poesía: por ello es que esta última
se concibe como una forma de vida, como un ‘habitar’ antes que como una
práctica escritural concreta. A cambio, y sin que ellos lo sepan, la urbe exiJLUiORV~OWLPRVUHVWRVGHVXLQRFHQFLDDVtFRPRODVREHUELDGHVXVVXHxRV
grandilocuentes (revolucionar la poesía, cambiar el mundo). En este estadio, el telón de fondo ya será otro: el Santiago de Chile post golpe, sumido
en la dictadura, el miedo y el toque de queda. Esta otra megápolis hace de
gris escenario de la derrota política, y por lo mismo, viene a ser el sarcófago de esa ingenuidad que subyace a toda utopía. “Chile y Santiago alguna
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UHDO\GHODFLXGDGLPDJLQDULDSHUPDQHFHUiVLHPSUH´ D¿UPD
%RODxR²HODXWRU²SHURWDPELpQ%RODxRHOQDUUDGRUGH³(QFXHQWURFRQ
Enrique Lihn”.
Si el DF fue el optimismo y el desborde de la juventud, Santiago es el
paso a la adultez, con toda la carga de dolor y decepción que ello supone.
6DELGRHVTXH%RODxRYLDMyGHVGH0p[LFRD&KLOHSDUDµKDFHUODUHYROXción’ en 1973, y que sólo alcanzó a vivirla unos días antes de que ocurriera
HO JROSH GH (VWDGR$QVLRVR SRU SUREDU VX KHURtVPR %HODQR%RODxR VH
embarca en un viaje largo, plagado de peligros, “el viaje iniciático de todos
los pobres muchachos latinoamericanos”, al decir de Auxilio Lacouture
(1999:63). “La experiencia del amor, del humor negro, de la amistad, de
la prisión y del peligro de muerte se condensaron en menos de cinco meses interminables, que viví deslumbrado y a prisa”, en palabras del autor
(2004b:53). Por eso, cuando regresa al DF ya no es el mismo: ha crecido,
ha cambiado, ha visto al Horror de cerca.
7UDV HVWD EUHYH HVFDOD FRQWLQ~D HO GHUURWHUR KDFLD OD HVWDFLyQ ¿QDO
Pero Santa Teresa despunta en el imaginario de nuestro autor mucho antes
de que su topografía adquiera consistencia narrativa. Se anuncia en dos
relatos de Llamadas telefónicas (1997, 2002): en “William Burns”, cuya
anécdota le ha sido referida al narrador, supuestamente, por Pancho Monge, “policía de Santa Teresa, Sonora”, y en “El gusano”, donde Belano
comenta que su abuelo provenía de dicha ciudad. En la respuesta de su
interlocutor comenzamos ya a distinguir los tonos apocalípticos que adquirirá la localidad en 2666: “[El gusano] Dijo que cerca del pueblo pasaba
un río llamado Río Negro por el color de sus aguas y que éstas al bordear
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el cementerio formaban un delta que la tierra seca acababa por chuparse”
(2002:81).
En Los detectives salvajes (1998), Santa Teresa es la ciudad que debe
WRPDUHOFRURQHO/LEEUHFKWFRQVXVWURSDVHQHODxRGHHVWRDOPHnos según el relato de Ulises Lima. La ciudad adquirirá más relieve en la
tercera parte, cuando Lima, Belano, Lupe y García Madero, recalen allí
para buscar a Cesárea Tinajero. El último rastro cierto de la fundadora del
real visceralismo ‘original’ se pierde en esa ciudad, donde ejerció como
maestra de escuela y vivió en la calle Rubén Darío, que “[…] por entonces
era como la cloaca donde iban a dar todos los desechos de Santa Teresa”
%HODQR \ /LPD UHFRUUHUiQ HO 5HJLVWUR 0XQLFLSDO OD 2¿FLQD
del Censo y las del único diario local — El Centinela de Santa Teresa —
en busca de la poeta perdida; registran las bibliotecas, la universidad, y
hasta se reúnen con el decano de la Facultad de Filosofía y Letras: Horacio
*XHUUD³HOGREOHH[DFWRSHURHQSHTXHxLWRGH2FWDYLR3D]´
según las anotaciones de García Madero. En 2666, ya no será Horacio, sino
Augusto Guerra quien regente dicha Facultad: el hecho de que se mantenga
el apellido y su símil con el ensayista — en su “mezcla de campechanía
ilustrada y aire marcial” (2004a:256) — cimenta aún más esta homologaFLyQDFWDQFLDOODTXHYLHQHDFRPSOHPHQWDUODSUH¿JXUDFLyQGHOXQLYHUVR
de Santa Teresa en las obras previas a 2666.
Finalmente, en el volumen de ensayos, críticas y discursos Entre paréntesis E %RODxRH[SOLFLWDHOUHIHUHQWHµUHDO¶GHHVWDORFDOLGDG&LXdad Juárez, escenario de la ola de femicidios que se suceden en México
desde 1993. En el artículo titulado “Sergio González Rodríguez bajo el
KXUDFiQ´%RODxRQRVyORHORJLDHuesos en el desierto —la investigación
periodística que el mexicano realizó acerca de los asesinatos de mujeres
en la frontera, y que fue publicada como libro bajo el sello Anagrama en
2002— sino que agradece la ayuda “sustancial” de su autor, quien lo nutrió de la información necesaria para escribir buena parte de 2666. La deuda terminará de saldarse al convertir a González Rodríguez en personaje de
su novela, manteniendo en ella su misma identidad y profesión.
Ya en La Parte de los Críticos, Santa Teresa se nos presenta como una
urbe eminentemente industrial, sin belleza, vegetación ni más vida que la
que se remeda en los locales nocturnos. Por la descripción que realizan los
tres académicos europeos a su llegada, sabemos que la zona más pobre se
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sitúa hacia el oeste, donde la mayoría de las calles carecen de asfalto y los
taxistas se niegan a ingresar. En el centro se localiza la parte antigua, con
calles empedradas; en el este, los barrios de clase media y clase alta; allí
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TXHGHLPSURYLVRVHKXELHUDSXHVWRYDQDPHQWHDUHÀH[LRQDU´D
En el norte se ubican las fábricas, y en el sur, las vías férreas y algunos
campos de fútbol rodeados de chabolas. Finalmente, en la periferia hay
más barrios pobres, lotes baldíos y los basureros clandestinos donde suelen
aparecer los cadáveres; entre éstos el más atroz y recurrido es el apodado
el Chile. Entonces, en Santa Teresa asistimos a la misma paradoja que se
observa en su referente real, Ciudad Juárez: son las orillas las que dominan su centro (González Rodríguez, 2002). Lo que queda fuera, lo que se
PDUJLQDRVHRFXOWDVHHQVHxRUHDGHOLPDJLQDULRXUEDQRFRQWDPLQiQGROR
y resemantizándolo.
Santa Teresa, botón de muestra de la fealdad industrial, debe ser enWHQGLGDFRPRXQDPDQLIHVWDFLyQWHUUHQDOGHOLQ¿HUQRRGHOSXUJDWRULRHO
punto de fuga donde la libertad y el tedio terminan de desatarse y el mal se
vuelve intersticial, inaprehensible, parte integral de la vida (pos) moderna.
Tal como dice uno de los personajes de Los detectives salvajes respecto a
ODVDOGHDVDIULFDQDVDVRODGDVSRUODJXHUUD³XQDFRSLD¿HOGHO¿QGHOPXQdo, de la locura de los hombres, del mal que anida en todos los corazones”
(1998:532). Resulta llamativo que en el estado de Sonora encontremos al
menos cuatro localidades con el nombre de Santa Teresa: una al suroeste
de la ciudad de Hermosillo; otra al este, en las Sierras El Maviro; una tercera al noroeste de Ciudad Obregón, y otra al suroeste de Nogales, cerca
de la localidad de Magdalena de Kino. Por su cercanía con la frontera
estadounidense, esta última es la que más se acerca a la Santa Teresa de
2666VLQROYLGDUHOFDUiFWHU¿FFLRQDOGHpVWDHOGHVLHUWRGH6RQRUDDSDUHcería signado por el sino de esta ciudad desde los cuatro puntos cardinales,
como si de esta forma se indicara el epicentro del mal y el radio de su
LQÀXMR$Vt6DQWD7HUHVDSXHGHVHUFRQVLGHUDGDQRVyORFRPRXQWUDVXQWR
de Ciudad Juárez; al ser metáfora física y moral del ‘basurero universal’,
es también una actualización de la Babilonia bíblica, aquella ciudad que
alberga todas las formas de corrupción y por lo tanto está destinada a desaparecer (Apocalipsis 17-18). Porque, como dice el investigador Kessler,
allí “todos, absolutamente todos son como los antiguos cristianos en el cir69
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co” (2004a:339), y lo mejor que podrían hacer es salir al desierto y cruzar
la frontera.
(O GHVLHUWR TXH FLUFXQGD 6DQWD 7HUHVD ³FRPR XQ SXxR GH KLHUUR´
D FRQVWULxHDVXVKDELWDQWHVHQWRGRVORVVHQWLGRVSRVLEOHVVXV
temperaturas los agobian; su soledad los aísla; su árido paisaje los entristece; su rigor productivo los convierte en autómatas; su silencio los enORTXHFHVXVHVSHMLVPRVHQ¿QORVFRQIXQGHQ6LHQHO/LEURGHOe[RGR
el desierto es la prueba que Israel debe atravesar hacia la liberación, aquí
parece ser un castigo por los pecados acumulados durante generaciones; un
estado de impotencia tanto humana como divina. Y es que en la narrativa
GH%RODxRHOGHVLHUWRQRHVVLQRXQHVSDFLRWHUPLQDOODWLHUUDEDOGtDTXH
PHWDIRUL]DHOGHVWLQRGHXQDUHJLyQHV¿JXUDGHODVROHGDG\GHODLPSRVLbilidad latinoamericanas, “los espacios yermos de un continente sin salida”
(2004b:301); “el sitio adonde se va únicamente a morir o a dejar que el
tiempo pase, que viene a ser casi lo mismo” (2004b:254). En este sentido,
el desierto vuelve a ser aquí lo que era para las viejas religiones dualistas
PDQLTXHDV³ODPRUDGDGHOSUtQFLSHGHORVLQ¿HUQRVHOUHLQRPLVPRGHOD
Nada o la emergencia sensible del abismo sin fondo y sin fundamento”
(Trías, 2006:35).
Santa Teresa, “un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”, parece un espejismo que nos devuelve nuestra propia imagen, deformada “por la infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”
E FRPR D¿UPDED %RODxR DO FRPSDUDU HO LQ¿HUQR FRQ &LXGDG
Juárez. Un agujero negro que fagocita, sin llegar a sintetizar, las propias
contradicciones que la conforman: la opulencia de un sistema capitalista y
la pobreza extrema del Tercer Mundo; el pensamiento liberal y el machismo recalcitrante; tecnología de punta y basura en las calles; las enormes
FRQVWUXFFLRQHVGHFRQFUHWR\ODDUHQD¿QtVLPDGHOGHVLHUWR/DORFDOL]DFLyQ
fronteriza no sólo remarca la transitoriedad como condición de vida y la
fragmentación de las identidades sino que, tal como plantea González Rodríguez (2002), amenaza con convertir esta zona en un territorio inerme,
perdido para siempre entre algo y la nada.
Especie de “Comala posmoderna” (Cabrera, 2005:1999), “cementerio urbano repleto de voces femeninas que no son más que huesos sinónimos de lo invisible” (Fourez, 2006:36), el mapa de Santa Teresa es incapaz
GHVHxDODUQRVHOOXJDUGHVGHGRQGHHPDQDHOPDO/LEHUDGRGHVXFRQWUDULR
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aquél se banaliza, haciéndose inmanente e intersticial (Baudrillard, 1991,
1993): no está en ningún lugar, y a la vez los domina todos, como si fuera un virus o una atmósfera. Por ello sus manifestaciones (el crimen, el
azar), dejan de ser una excepción reductible y controlable para convertirse
en la norma, para asentarse en la propia naturaleza humana. Entonces, y
en última instancia, si Santa Teresa es el antro de la perdición no es por
las drogas, ni por la corrupción, ni por la pornografía, ni siquiera por las
muertas: es por su impulso de normalizar la barbarie, de generar una falsa
transparencia. Es por esto que sus autoridades optan por la explicación del
asesino serial: la desviación de uno no pone en peligro la normalidad de
todos; es reductible, recuperable, readaptable. En cambio, al inscribirse
dentro de la ‘normalidad’ la patología deja de ser tal, y los crímenes se
vuelven síntoma no de una perversión individual y de carácter clínico, sino
de la adhesión a un sistema siniestro que por sí solo sintetiza el conjunto de
todas las perversiones posibles.
Paradójicamente, ese violento afán de blanquear nuestro lado oscuro encuentra terreno fértil en el desierto. “El paso de cualquier persona
se cancela en aquella tierra suelta que repele la memoria”, resume González Rodríguez (2002:26), apelando tanto al hecho de que la arena emborroQDODVKXHOODVFRPRDODFRVWXPEUHGHORVQDUFRWUD¿FDQWHVGHHQWHUUDUDVXV
víctimas en sus propios ranchos. Junto a ello, la corrupción, la inoperancia
y la indolencia fomentan un negacionismo que resulta ser tan perverso
como el afán femicida, puesto que permite a quienes apelan a él perpetuar
la transgresión, convirtiéndola en un crimen perfecto, sin historia, ni huella, ni recuerdo, ni memoria (Roudinesco, 2009). La maquiladora es, en
este contexto, un símbolo de aquella voluntad de amnesia colectiva; un
JLJDQWHVFRDQLPDOGH¿HUURTXHVHµWUDJD¶ORVKDELWDQWHVVXFRQFLHQFLD\
sus historias, tal como en la Metrópolis de Fritz Lang; tal como se lee en
este fragmento:
[…] la maquiladora EMSA, una de las más antiguas de Santa Teresa, (…) no estaba en ningún parque industrial sino en medio de la colonia La Preciada, como una pirámide de color meOyQFRQVXDOWDUGHORVVDFUL¿FLRVRFXOWRGHWUiVGHODVFKLPHQHDV
y dos enormes puertas de hangar por donde entraban los obreros
y los camiones (2004a:564).
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En Santa Teresa, por último, van a morir no sólo las mujeres o
las esperanzas de un continente, sino también y sobre todo, el imaginario
QDUUDWLYRGHOPLVPR%RODxR(VHQ6DQWD7HUHVDFRQ2666, donde acaba su
producción literaria, coincidiendo con su propio deceso. La inminencia de
VXSURSLR¿Q²\ODFRQFLHQFLDTXH%RODxRWHQtDGHHOOD²QRSXHGHQVLQR
traslucirse en su novela; el apocalipsis narrativo y colectivo que se delinea
HQDTXtFRLQFLGHFRQHO¿QDOGHODYLGDGHOHVFULWRU$VtFRPRHOUDVWURGH
Belano y Lima se pierde en los desiertos de Sonora, en él se detiene la evolución del mundo posible creado por nuestro autor; se detiene y — pese a
VXVULTXtVLPDVSRVLELOLGDGHVGHVHQWLGR²VHFODXVXUD(O¿QGHOPDQXVFULWRDTXtQRVyORHVHO¿QDOGHXQD¿FFLyQVLQRTXHVLJQL¿FD²LPSOLFiQGROR
VLQGHQRWDUORMDPiV²XQ¿QDOTXHHVUHDOHLQGLYLGXDOODPXHUWHGHODXWRU
Si el criminalista estadounidense Robert Ressler — modelo del
.HVVOHUERODxLDQR²OODPyODµGLPHQVLyQGHVFRQRFLGD¶DOD]RQDIURQWHUL]D
de Ciudad Juárez (González Rodríguez, 2002), Santa Teresa bien podría
ser llamada una especie de ‘Triángulo de las Bermudas’, donde quien entra
jamás vuelve a salir. Ni las mujeres asesinadas, ni el autor, ni sus lectores,
quienes seguimos — y seguiremos, qué duda cabe — planeando por sobre
sus maquiladoras, sus basureros, sus calles sin asfaltar, en busca de una
clave interpretativa que guíe futuras re-lecturas. Porque hoy sabemos con
certeza, tal como los cuatro críticos intuyen respecto a Archimboldi, que ya
QRKDEUiQPiVOLEURVGH%RODxR DOPHQRVQRGHIDFWXUDFRQWHPSRUiQHD
7DOFRPRVXFHGHHQHOOLEURGHO$SRFDOLSVLVWHQHPRVDTXtTXHHO¿nal de una biografía queda férreamente unido al término de la historia del
mundo y de su imaginario. La muerte física, acaso la forma más rotunda
\ GUDPiWLFD GHO ¿Q VLHPSUH QRV KDEOD GH XQD WRWDOLGDG SHUGLGD \ 2666
refracta esa catástrofe con la ironía y la ambigüedad que pueblan toda la
REUDGH%RODxRGDQGRIHSRU~OWLPDYH]GHTXHWRGRORTXHHPSLH]DFRPR
comedia acaba como un responso en el vacío.
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