AUTOBIOGRAFÍA DE UN
MANUEL
TRIUNFADOR*
ALBERCA
Universidad de Málaga
RESUMEN
Dentro de la escasez general de ensayos literarios sobre el género autobiográfico
en España, escasez que comienza a ser paliada en los últimos años, cabe destacar la
ausencia casi total de estudios sobre la abundante nómina de obras de este tipo, producidas entre los años 1900 y 1936. El presente trabajo forma parte de un proyecto
más amplio y aspira a contribuir al análisis del discurso autobiográfico de ese periodo
y de sus diferentes modelos memorialísticos. La autobiografía de Julio Nombela, Impresiones y Recuerdos (1909-1912) representa un buen ejemplo de la evolución del
género y del horizonte de expectativas coetáneo, por la excelente recepción lectora
que le fue dispensada en el momento de su publicación. Para nosotros, las memorias
de Nombela encarnan a la perfección un tipo de autobiografía decimonónica cuyos
rasgos definitorios básicos son la pretensión ejemplificadora y la exhibición de la
imagen propia como paradigma del triunfo profesional. A l tiempo Nombela deja entrever trazos incipientes de un modelo memorialístico más personal que exigiría no
obstante la presencia de una reflexión introspectiva, ausente en este caso, y la promesa, parcialmente incumplida, de narrar sucesos íntimos.
PALABRAS
CLAVE
Julio Nombela, autobiografía, expectativas lectoras, modelos memorialísticos,
1900-1936.
ABSTRACT
Within the general shortage of literary studies on the autobiographical genre in
Spain, which has become less acute in recent years, one might emphasize the almost
total absence of studies on the many works produced between 1900 and 1936. The
present work forms part of a wider study, and aspires to the analysis of the autobiographical discourse and styles of this period. Julio Nombela's autobiography Impresiones y Recuerdos (1900-1936), represents a good exemple of the evolution of the
genre and the scope of contemporary expectations, judging by its excellent reception
* La preparación de este trabajo ha sido posible gracias a una subvención de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT), proyecto n.° P 589-0047.
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MANUEL ALBERCA
at time of publication. For us. the memoirs of Nombela embody to perfection and
exemplify a 19th Century autobiographical style whose distinct characteristics are the
exemplifying aspiration and self-image as paradigm of professional success. At the
same time, Nombela allows us to catch a glimpse of initial outline for a more personal autobiograpphical model, which would demand the presence of introspective reflection, absent in this case, and the unfulfilled promise to narrate intimate events.
K E Y WORDS
Julio Nombela, autobiographhy, reader expectations, autobiographical models,
1900-1936.
RÉSUMÉ
Malgré le manque d'études littéraires sur le genre autobiographique en Espagne
- u n manque qui commence à être pallié dans ces dernières années-, i l est permit de
mettre encore l'accent sur la presque absence totale d'études sur l'abondante liste
d'oevres de ce type, produites entre les années 1900 et 1936. Le présent travail fait
partie d'un projet plus large et qui vise à contribuer à l'analyse du discours autobiographique de cette période et de ses différents modèles mémorialistiques. L'autobiographie de Julio Nombela, Impresiones y Recuerdos (1909-1912), représente un bon
exemple de l'évolution du genre et de l'horizon d'expectatives contemporain, à cause
de l'excellente réception dont on fut l'objet au moment de sa publication. D'après
nous, les mémoires de Nombela personnifient à la perfection le type d'autobiographie
du dixneuvième siècle dont les traits définitoires constituent la prétension d'exemplarité et la prope image comme paradigme du triomphe professionnel. En même temps
Nombela permet entrevoir des traits en herbe d'un modèle mémorialistique introspective, absent dans ce cas, et la promesse, inaccomplie, de raconter des événements intimes.
MOTS-CLÉ
Julio Nombela, autobiographie, expectatives lectrices, modèles mémorialistiques, 1900-1936.
PRESENTACIÓN DE JULIO N O M B E L A
Julio Nombela ocupa un lugar (discreto) en la historia de la literatura española como prolifico autor de novelas por «entregas» y periodista de incontables
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artículos publicados en numerosos periódicos y revistas, muchos de ellos fundados por él mismo. Entre 1836, fecha de su nacimiento en M a d r i d , y 1919, año de
su muerte en la misma ciudad, desarrolló durante más de sesenta una activa labor
literaria, que le hizo muy conocido y apreciado del gran público y le permitió alcanzar una notable posición social.
Sin embargo, para nosotros la copiosa obra de Nombela resulta hoy irrecuperable, su interés literario, exclusivamente sociológico, y su arte novelesco, sometido siempre a las exigencias de un mercado tan rutinario, simple y adocenado.
Su nombre como novelista de éxito popular se sitúa j u n t o a los otros grandes productores (Fernández y González, Pérez Escrich, Luis de V a l ) de un género que
hizo posible la creación en España, por vez primera, de un público lector masivo,
influyente en el mercado editorial y destinatario mimado por editores y autores.
Sin esta notoriedad literaria y sin su polémica actuación política, sobre todo
por su adhesión al carlismo como secretario del general Cabrera, hubiera resultado injustificada la publicación de sus voluminosas memorias, bajo el título de Impresiones y Recuerdos.
Las memorias fueron publicadas en forma de libro en
cuatro volúmenes durante los años 1909-1912, si bien no parece improbable que
con anterioridad fuesen publicadas fragmentariamente en forma periódica. En
cualquier caso, la aparición escalonada atestiguaría el éxito editorial sin el cual
no se explicaría su continuación.
E l escritor de «entregas», el novelista atento a los gustos del público y disciplinado en las sugerencias de los editores, quiso con sus memorias reivindicar
apologéticamente su triunfal carrera literaria y su significación de escritor de éxito. Nombela, que tuvo que renunciar a la creación personal para sobrevivir, se
atrevió, abandonadas las múltiples figuraciones novelescas, a hablar de sí mismo,
a levantar la obra de su vida y hacer de su persona un enfático personaje.
Ahora bien, si por un momento se deja a un lado su aspecto individual, Impresiones y Recuerdos se nos presenta como una viva y completa crónica de hechos y sucesos del siglo X I X , tanto más apreciables cuanto desconocidos, pues
los historiadores no suelen atender en sus obras estos aspectos. Como dijera M a nuel Serrano y Sanz, las autobiografías y memorias son estupendos documentos
donde podemos asomarnos al estado social de una época. Así en las de Nombela
vemos por dentro, en su medida humana, hechos históricos tan importantes como
la revolución liberal-burguesa de 1854 o la tercera guerra carlista, donde las escenas de horror y admiración se superponen en igual medida. Por ellas conocemos
infinidad de detalles del v i v i r cotidiano, como las incomodidades de los viajes en
la época, las formas de diversión o las relaciones sociales y familiares.
Acogen sus páginas, relatada de manera eficaz y dramática, la terrible epidemia de cólera en el M a d r i d de 1855, con su cadena de muertes y miserias, que tan
de cerca tocó al memorialista con la muerte de su hermana menor y la de numerosos amigos y conocidos. Igualmente resultan espeluznantes los cuadros de las
madres carlistas que prefieren perder sus hijos a ver su causa derrotada.
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Además Impresiones y Recuerdos es una completa relación de la vida teatral
de la época: autores, empresarios, compañías, formación del conservatorio, sueldo, etc. Del mismo modo, la vida de periodistas y escritores recibe un amplio tratamiento: sus esfuerzos, la creación de revistas y periódicos y, sobre todo, el
funcionamiento de la industria editorial de las entregas, los contratos entre editores y autores. El testimonio de Nombela resulta imprescindible para conocer de
primera mano el nacimiento de un público lector popular en España, como bien
aprovechó J. I. Ferreras en su conocida monografía sobre el tema.
M O D E L O S MEMORIALÍSTICOS
Pero, ¿qué interés pueden tener hoy para nosotros unas memorias como las
de Julio Nombela? Dejando aparte su incuestionable valor histórico arriba aludido y su posible calidad literaria (dudosa en nuestra opinión por sus extenuantes
descripciones y datos) calidad que, por el contrario, afirman Azorín y a Jorge
Campos, el éxito alcanzado entre los lectores de su tiempo nos habla de los gustos y expectativas de principio de siglo con respecto al género memorialístico.
Género que por ser tan sensible a la recepción del público permite hacernos una
idea precisa del modelo imperante en aquellos años y cuyas claves autobiográficas corresponderían más al decimonónico, presidido por el valor documental e
histórico,que al emergente modelo intimista del que Nombela, como más abajo
veremos, muestra sólo disimulados indicios.
De acuerdo con el análisis de A . Caballé, el memorialismo decimonónico
estaba presidido por una función social ejemplarizante o provechosa, que desechaba cualquier contenido individual por carecer de interés público. E l resultado
fue la omisión de todo lo concerniente a la vida personal, amputando una parte
esencial de lo autobiográfico. Pero en esta omisión o rechazo, en muchas ocasiones expreso (ver las memorias de Estévanez o Mesonero Romanos) subyacía la
presencia de lo personal y anunciaba una difusa demanda lectora de lo íntimo.
En el comienzo del siglo X X , dicha demanda de los lectores se va haciendo
cada vez más explícita, anticipando una curiosidad en ciernes por lo más privado
o secreto. De hecho Nombela, en el preámbulo de sus Impresiones y Recuerdos,
junto a la motivación de enseñanza y utilidad que movía a los lectores del género,
destaca también la curiosidad por indagar en las flaquezas humanas: «Escudriñar
los misterios de la conciencia humana» (p. 18).
Sin embargo, él hará poco esfuerzo por saciar la chafardería de sus lectores,
dándoles con cuentagotas lo que desean conocer y ocultándose pudorosamente en
los episodios más íntimos como sucede en sus relaciones femeninas.
En esa declaración de intenciones autobiográficas que es el preámbulo,
Nombela nos sorprende con una propuesta de democratización de las memorias,
haciéndose eco de un tipo de autobiografía, las «historias de vida», que él habría
conocido en Francia:
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AUTOBIOGRAFÍA DE U N TRIUNFADOR
«No sólo los que han desempeñado papeles más o menos importantes en el
teatro de la vida, sino hasta los espectadores más humildes y más felices por
carecer de historia, deberían consignar sus impresiones, sus recuerdos, sus observaciones y sus juicios sobre lo que han visto y sabido a su paso por el mundo. Estas revelaciones ingenuas, sinceras, sin artificios retóricos, constituirían
una lectura curiosa, útil, a veces agradable, y prestarían servicios importantes
a los psicólogos y a los historiadores» (pp. 17-18).
Queda claro que la sugerencia revela al menos dos cosas, que este tipo de
escritos eran infrecuentes o poco conocidos en España, y que el género estaba
prácticamente reservado a los que desempeñaban, o creían desempeñar, grandes
papeles en el teatro de la historia.
Nombela se va a mover en ese modelo que bascula entre la utilidad y la curiosidad, sin avanzar en el análisis n i en la introspección personales.Está preso
aún del paradigma historicista del siglo X I X , y aunque él se coloca como centro
y protagonista del relato, manifestando una clara conciencia de individualidad, lo
primordial sigue siendo la crónica de lo exterior, de lo que sucede en torno a él o
de lo que acontece en la superficie.
En consecuencia, Impresiones y Recuerdos pertenece al grupo de obras memorialísticas que publicadas en el comienzo del siglo X X evocan la historia y
ambiente del X I X , cuyos rasgos caracterizadores vendrían dados por el convencionalismo narrativo y expresivo, la relación pormenorizada de la carrera profesional, el relieve especial concedido a los hechos históricos y la escasa
manifestación de contenidos íntimos. Como hemos dicho, las memorias de N o m bela responden con muy pocas variantes a los modelos decimonónicos, sobre todo en la reivindicación de su actuación pública y en la ejemplaridad con que
quiere presentar su actividad de escritor.
L A B O R IMPROBUS O M N I A V I N C I T
«Hay que perdonar a los viejos que conmemoran sus buenos o malos tiempos (...). Los recuerdos de los ancianos forman el melancólico crepúsculo de una
existencia que se acaba...». De este modo, entre añorante y disculpatorio, inicia
Nombela, ya setentón, sus memorias bajo el tópico retórico de la captatio benevolentiae, que con su tono senil crea en el lector una expectativa de recuerdos
amables. Sin embargo, este tono dura poco tiempo, dejando paso inmediatamente
a la auténtica intención autobiográfica. A renglón seguido, y como si tuviere urgencia en mostrar sus méritos, el autobiógrafo nos muestra, con complacencia y
satisfacción, la posición social alcanzada de la que se vanagloria (humildemente):
«...luchando sin cesar, desde la pobreza vergonzante de la clase media a la que he
pertenecido y pertenezco, he llegado a conseguir el apacible bienestar que ofrece
una modesta fortuna, honrada y laboriosamente adquirida» (p. 17).
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Instalado en esta doble perspectiva que le conceden los setenta años y el éxito social logrado, Nombela contempla orgulloso el d i f í c i l camino recorrido desde
una infancia y adolescencia marcadas por las necesidades familiares de todo tipo,
pasando por una afanosa juventud, sacrificada en aras de un trabajo remunerado
hasta la conquista de una posición, ya en la madurez, como novelista de éxito popular.
La autobiografía se convierte en el relato de un triunfo personal y de un ascenso social, redentores de tanta miseria vivida. E l autor cuenta pormenorizadamente el esfuerzo y la dificultad de su tarea, sin los que lo alcanzado carecería de
mérito, porque tan importante como mostrar el bienestar conseguido es demostrar
que el éxito no se alcanza ni fácil ni azarosamente, sino por el valor y trabajo personales. E l éxito no se regala, se conquista, quiere remarcar. Desde esta óptica, la
vida se presenta para Nombela con una aplastante y disciplinada lógica: Quien
trabaja asciende en la escala social. Dicho de otra manera, cada uno tiene su merecido, o como él mismo dice: «Nadie debe quejarse de su suerte, por mala que
sea». Y prosigue: «...al venir a la vida existen en nuestro ser, en embrión, los elementos indispensables para labrarnos la desgracia o proporcionarnos la ventura
(...). A cada individuo le pasa lo que lógicamente debe pasarle» (p. 562).
Las memorias de Nombela adoptan una estructura similar a una novela de
tesis, en la que el aprendizaje de la vida dota de carácter ejemplar y demostrativo
cada acción. Las necesidades y penurias económicas, la presencia de un padre cesante, la pérdida de la madre, la búsqueda de un trabajo que ayude a la familia,
son algunos de los obstáculos que se interponen en el camino del éxito. E l autobiógrafo se recrea y deleita en describir, con anécdotas y detalles, cada uno de
aquellos, para mostramos a continuación que su superación se debe sobre todo a
sus virtudes, trabajo, honradez y voluntad. Pero en esta concepción cada una de
estas cualidades no se pueden entender como naturales sino aprendidas, es decir,
conseguidas;cada experiencia de la infancia o de la adolescencia se presenta como significativa en dicho aprendizaje; la renuncia y el sacrificio son la escuela
necesaria para el futuro triunfador.
Narra Nombela su infancia temprana en casa del abuelo materno, alejado de
los padres, como un paraíso dorado donde reinaba tiránicamente el niño que i m ponía sus caprichos a abuelo y criadas y donde la voluntad infantil, cruel y o m n i potente, no se detenía ante nada. Los abusos del niño no parecían tener f i n , los
mimos y consentimientos del anciano abuelo estimulaban una voracidad sin l í m i tes, persuadido de poder conseguir con chantajes todo: «El mundo era mío» (p.
28).
La irrupción del padre en este paraíso pone f i n a una educación que a j u i c i o
del autobiógrafo le habría lastrado de por vida: « A l l í nació la voluntad que pudo
hacerme desgraciado, si en vez de ser la fuerza ciega que empuja al ser humano
hacia el abismo de los vicios, de las soberbias, de las maldades, no hubiera sido
para dicha mía la fuerza que impulsada por el deber me ha servido para luchar,
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vencer obstáculos y llegar al final de m i larga y trabajosa marcha por el mundo...» (p. 20).
L a voluntad, o voluntarismo según nosotros, aparece ya desde la infancia
como el rasgo más importante de su carácter adulto y laborioso. Su dominio y
educación se convierte en el principal motivo del relato infantil, desde que la
aparición del padre evita que el niño maleducado y mimado siga haciendo su
«santa voluntad»: «Desde aquel día halló m i voluntad un continuo freno. M i padre puso coto a mis caprichos, me privó del postre y me encerró en el tradicional
cuarto oscuro para castigar mis desobediencias» (p. 33).
Similar función desempeña en la mente infantil el accidentado viaje a A l m e ría. La primera salida de la casa le permite, con sus incomodidades y peligros, el
descubrimiento del miedo y su poder formativo: « M i valentía de general en jefe
de las huestes que en la sala de m i abuelo representaban la Pepa y la Gertrudis,
perdió gran parte de su intensidad. M i padre había quebrantado m i voluntad; la
tempestad y el anuncio de que podían asaltar a la diligencia unos bandidos debilitaron m i valor. Había en el mundo sustos, contrariedades, peligros, con los que
no había contado y con los que, por lo visto, había que contar» (p. 36).
De este modo lineal y mecánico, el relato retrospectivo va exhumando del
pasado infantil todas las huellas y marcas donde de manera indeleble y precisa
iban quedando impresos los rasgos definitorios de su futuro carácter: la ternura,
el sentimiento religioso, la rebeldía ante la injusticia, la afición teatral o la vocación literaria. Cada uno de estos descubrimientos se manifiestan de manera material o sensible, siempre a partir de una escena, un hecho o un texto, cuya
impresión despierta sus sentimientos y forma su personalidad.
Por todo ello, más dispuesto que a la evocación nostálgica o al regodeo rememorativo, el relato de infancia de Nombela adquiere un tono de aprendizaje
severo, de preparación dura para la dura vida y se presenta también como un periodo de conversión íntima sin la que el logro social podría malograrse. Se destaca así la influencia de la infancia en la formación del hombre, pero sobre todo se
pretende advertir de los peligros que conlleva para el porvenir una infancia indisciplinada.
Igualmente, algunos hechos licenciosos de juventud (una borrachera, alguna
mala compañía) cumplen similar función ejemplarizante. N o se trata tanto de
desnudar confesionalmente el alma o mostrar la complejidad del comportamiento
humano, sino de mostrar desde una óptica práctico-moralista, «los peligros que
acechan a los jóvenes cuando no se acierta a corregir a tiempo sus defectos (...)
En aquella ocasión yo mismo comprendí que las malas compañías podrían perjudicarme...» (p. 120).
Como queda dicho al comienzo de nuestro artículo, Nombela es uno de los
grandes de la novela por entregas. Se encontraba entre los tres o cuatro mejor pagados y los editores se disputaban sus relatos. Esta posición profesional, y la consiguiente notoriedad, son el justo premio, en su opinión, a una carrera de
constantes esfuerzos y de entrega absoluta a las letras. V i v i r de la escritura es la
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meta y aspiración perseverante para conseguir una próspera economía. Por eso,
cuando recapitula su vida profesional no puede por menos que mostrarse vanidoso, falsamente modesto y muy satisfecho, pero ¡ay! con una espinita clavada en
su corazón de artista. Nombela no era tonto y conocía perfectamente las leyes del
mercado. Sabía que su éxito se basaba en una adecuación acrítica al discurso
mercantilista-literario dominante, donde el triunfo iba (suele muchas veces ir) d i sociado del valor. Se siente plenamente satisfecho de lo logrado, pero no puede
evitar lamentarse por la renuncia a una obra literaria personal, en favor de la supervivencia.
Nombela, real o ficticiamente, coquetea con la idea, añora los tiempos j u v e niles cuando en compañía de Bécquer o Ferrán soñaba con la gloria literaria y lamenta hasta cierto punto haber traicionado la pureza poética j u v e n i l , al no haber
seguido los pasos de sus amigos. Pero sólo hasta cierto punto, porque, como veremos más abajo, cuando realice la semblanza final de los dos poetas citados, aun
reconociendo sus méritos artísticos, no conseguirá disimular cierta autocomplacencia ante la vida de aquellos.
La historia literaria del autor es una historia de renuncias y concesiones, por
mor del gran éxito ya dicho. Los intentos por armonizar la vocación literaria con
la necesidad fue una pugna en la que quizás no había punto medio ni equilibrio
posibles y la balanza se inclinó siempre del lado de la necesidad. E l triunfo le
exigió, así al menos nos lo quiere presentar, el sacrificio de la creación literaria y
de la independencia artística, a cambio de un bienestar que le resarcía de las p r i vaciones sufridas en su infancia y adolescencia.
Del mismo modo, Nombela confiesa haber hecho concesiones en los salones
burgueses y aristócratas a los que, gacetillero agradecido, no tuvo empacho en
elogiar: «Disfrutaba de simpatías en todos los círculos, propendía más bien que a
censurar a alabar, y esto no por cálculo, sino como la cosa más natural del m u n do, porque tenía la suerte de ver siempre lo bueno antes que lo malo, lo distinguido antes que lo vulgar, y no sólo no me costaba prodigar elogios, sino que el
optimismo en este sentido era en mí un defecto del que solían acusarme mis cantaradas». Y continúa: «...necesitaba estimar y ser estimado, ver de color de rosa
hasta lo negro, creer, admirar y esperar. En los importantes periódicos en los que
colaboraba podía dispensar favores de los que tanto agradan a todas las clases sociales, y particularmente a las de artistas y escritores» (p. 559 y p. 747). Humano,
demasiado humano. Nombela en aquellos momentos luchaba por hacerse un sitio
en el periodismo y prosperar en el salón burgués, mundo que no era el suyo pero
donde su «adaptabilidad» estratégica le debió sin duda ayudar.
Así se integra en el todo M a d r i d , llegando a convertirse, en sus propias palabras, en una «persona conocida» de la vida social madrileña, sin negar nunca el
placer que le producía «representar algún papel por modesto que sea, en la comedia de la vida» (p. 729) De gacetillero complaciente a personaje con papel propio, Nombela recorre un camino en continua subida, y la consecuencia más
notable en el ejercicio retrospectivo es que el gacetillero queda demasiado lejos y
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prevalece en la memoria presente el personaje perfecto y con alta estima de sí
mismo: modesto, honrado e independiente. La escalada y la altura le convierten
en un personaje amnésico y de una soberbia autoestima. Veamos algunos ejemplos:
1. «...el carácter pretencioso y casi solemne del literato hispanoamericano
se diferenciaba mucho del mío, sencillo y llano» (p. 459).
2. «...los que no hemos nacido Sanchos somos más o menos Quijotes» (p.
293).
3. «...mi incurable quijotismo no me permitía aprovechar aquella migaja
del festín» (p. 964).
4. «...mi sincera modestia...» (p. 559).
5. «La modestia, que me parecía entonces una virtud y que después he
comprendido que no es más que una anemia del espíritu...» (p. 562).
Estas citas son un breve y expresivo reflejo del personaje magnífico que ha
llegado a encarnar Nombela. El lo repite hasta la saciedad, hasta que consigue
bordar el papel que le abre las puertas de los salones aristocráticos, ya no como
gacetillero intruso, sino como miembro de pleno derecho, cumpliéndose así lo
que había constituido una aspiración permanente, como lo demuestran sus propias palabras: «Las impresiones que recibía m i espíritu en aquellas fiestas (...)
despertaban en él ideas de grandeza, mostrándome a la vez la falsedad de m i situación (...) Entonces creía que la felicidad consistía en que fuese verdad para mí
lo que constituía una situación falsa...» (pp. 477-478).
C A M B I O DE NOMBRE
En esta dialéctica de adaptación con que Nombela afronta la vida, destaca el
asunto del cambio de nombre. Julio Nombela se llamaba en realidad Santos Justo
Nombela y en los inicios de su andadura literaria un editor al que el j o v e n escritor presentó su primera novela pensó que su nombre no resultaba suficientemente
comercial. Así pasó a llamarse desde entonces Julio Nombela.
El hecho puede parecer banal o anecdótico. Poco importa que dicho nombre
sea el resultado de una confusión auditiva («...oyó mal el de Justo, se le figuró
que había dicho Julio...», p. 486). Nombela aceptó gustoso, sin aclarar el error
para no contrariar al editor y desde entonces utilizará este seudónimo como su
nombre propio. La anécdota nos parece ilustrativa de la filosofía práctica que caracteriza al autor, cuyo éxito literario dependía en buena medida de «hacerse un
nombre», aunque ello conllevase la renuncia al propio.
Desde luego el cambio de nombre presenta múltiples sugerencias, desde las
más puramente lúdicas (travestismo, placer) a las más conflictivas o reivindicativas, en que el nombre se vincula siempre a la búsqueda de una identidad propia.
Como hemos visto Nombela acata la imposición del editor sin pestañear, sin ningún detalle de afectividad con respecto al nombre perdido. Pareciera que dicha
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renuncia no le crease ningún problema, y sin embargo no es así, pues Nombela
en otros tres episodios de su autobiografía manifiesta ser consciente de la importancia que tiene el caso.
E l primero corresponde a la adolescencia. Cuando quena dedicarse al teatro,
solicitó a su abuelo una carta de presentación del dramaturgo Bretón de los Herreros, para que a su vez éste le recomendase a Arjona, en cuyo teatro pretendía
ingresar como racionista. E l abuelo accedió a la solicitud del nieto, no sin antes
exigirle que si pensaba dedicarse al teatro debería cambiar de apellido «para no
deslustrar el suyo» (p. 139).
E l segundo corresponde a su etapa triunfal, cuando Julio Nombela ya tiene
un «nombre» como novelista por entregas. En aquel tiempo comenzó a colaborar
en la prestigiosa revista La Ilustración Española y Americana y a publicar con su
firma. A l censor de originales no le pareció serio que un autor de novelas de í n f i ma calidad artística y moral («pecadoras» según sus palabras) apareciese con
nombre y apellido en dicha publicación y le sugirió que abandonase el género
que tanto bienestar le proporcionaba o firmase con seudónimo los artículos de la
revista. Contestó Nombela que lo primero era imposible y a lo segundo se negó
porque cambiar de nombre, como él mismo dice, «no me pareció decorosa esta
mascarada» (p. 781). O el relato esconde unas claves desconocidas para nosotros,
o la doblez del personaje no merece más comentarios.
Hay un tercer episodio en el que reaparece el cambio de nombre, ahora bajo
la forma de autovindicación literaria y de venganza o desahogo contra los críticos
que nunca, como es notable, valoraron sus novelas por entregas. Nombela maquinó una maniobra de astucia para ridiculizar a los críticos y de paso revalorizarse
él mismo. Para ello se verá obligado nuevamente a cambiar de nombre y presentar una novela propia, La Piedra Filosofal, como una novela traducida del alemán de un desconocido y misterioso autor llamado Obleman (anagrama de su
apellido), seguro de que si la presentaba con su firma pasaría desapercibida. Planea perfectamente la estratagema y consigue el éxito de público y, sobre todo, de
crítica que buscaba. Cuando ésta descubra el engaño, y por tanto la burla, no se lo
perdonará nunca.
Las tres anécdotas reseñadas demuestran con claridad que el cambio de
nombre no le pudo pasar desapercibido ni resultarle irrelevante y manifiestan a
nuestro j u i c i o el camaleonismo, el ansia por hacerse un sitio en el mundo literario, el afán de medro que no se detiene ante ningún obstáculo con tal de conseguirlo. Ahora bien, una vez alcanzado, una vez que «tiene un nombre», la
cuestión no admitirá otras bromas que aquellas de las que él salga ganador.
ESPEJOS D E L É X I T O
Dentro del género memorialístico, los retratos y semblanzas de personas
ilustres o notables que el autobiógrafo ha conocido y tratado en vida constituyen
un pasaje obligado del género y ocupan un espacio importante del relato. Las ra166
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zones de su importancia pueden ser varias, en ocasiones la relevancia del retratado lo merece, en otras la función testimonial o histórica lo exige, pero muchas
veces obedece a un deseo, consciente o inconsciente, de participar, aunque sea
por delegación, del prestigio del gran personaje, al que se eleva a categoría de
modelo o ejemplo a imitar.
En las autobiografías decimonónicas la referencia a personas destacadas está
guiada sobre todo por este fin modalizante, espejo de moral y de virtudes en
quien mirarse. De los escritores contemporáneos que Nombela conoce y trata,
quien mejor representa la imagen del triunfo, por lo menos el triunfo tal como él
lo entendió, es la figura de Fernández y González, máximo exponente exitoso de
las novelas por entregas. L a admiración y el reconocimiento al novelista no deja
lugar a dudas. La semblanza se detiene en aquellos rasgos que precisamente más
concitan la admiración del discípulo: facilidad y genio creativos, contratos ventajosos, pingües ganancias, buena vida y holganza burguesas. Sin embargo, desde
la autoestima y soberbia que le caracteriza no puede evitar un j u i c i o irónico y admonitorio cuando Fernández y González, ya casi anciano, se lie la manta a la cabeza y, abandonando a su legítima en M a d r i d , se fugue a París con una
estanquera mucho más joven que él: «...no pude por menos de pensar que aquel
hombre de genio estaba en una verdadera infancia con respecto de los detalles
más sencillos y triviales de la existencia» (p. 718).
Pero es en los retratos de Bécquer y de Ferrán en los que a nuestro j u i c i o
merece la pena detenerse, porque las semblanzas realizadas resultan de una significación ambigua. Nombela conoció y trató a ambos en su juventud y por su mediación Bécquer y Ferrán llegaron a ser amigos. Después la relación fue menor,
se distanciaron hasta prácticamente dejar de tratarse.
Es evidente que al recordarlos Nombela les confiere a ambos una proyección histórica, que en el caso de Bécquer era ya a principios de siglo incuestionable, aportando datos biográficos citados después por los estudiosos del poeta
sevillano. Junto a este aspecto historiográfico, las vidas de Bécquer y de Ferrán
cumplen, en su reflexión retrospectiva, un claro valor ejemplificador, a rebours.
A nuestro j u i c i o en esa reiterada apología del éxito propio, el autor no se satisface ya sólo con repetir los logros alcanzados, necesita recordar la dificultad del
éxito para acrecentar la grandeza de su triunfo, destacando los peligros y riesgos
sorteados en el camino y trazando la breve línea que los separa del fracaso. En
definitiva, que se ha vencido donde otros se hundieron.
Respecto a Bécquer, Nombela es quizás más ambivalente pues la figura y la
obra del sevillano encarnan el prestigio literario y el reconocimiento artístico con
el que los dos jóvenes amigos fantasearon, hasta que la necesidad orientó al madrileño a una carrera de escribidor, mientras Bécquer persistió en su arte abnegadamente. Así aparece éste investido con las virtudes literarias del poeta que hace
de la escritura una entrega religiosa y de la inspiración un don divino, que le
compromete a ser auténtico y sincero. «No se debe escribir (...) más que cuando
el espíritu sienta la necesidad de dar a luz lo que ha creado en sus entrañas», dice
Nombela que repetía y practicaba Bécquer, capaz de sacrificarse estoicamente,
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MANUEL ALBERCA
para mantener la pureza de su obra y la dignidad de su persona. Frente a la entereza del amigo, Nombela no tendrá más remedio que lamentar, exculpándose: «Y
yo, que por desdicha mía he tenido que infringir con frecuencia la ley psíquica
que con tanto gusto oía proclamar...» (p. 341).
Según avanza el relato, y la autocaracterización del autor como emprendedor e infatigable luchador va en aumento, la idea de la fidelidad literaria y del estoicismo becquerianos es atravesada solapadamente por un matiz tendencioso
donde se viene a identificar estoicismo con conformidad y resignación: «...y yo
envidiaba aquella conformidad, aquella casi nirvana; pero sentía en m i ser energías para luchar y no me conformaba con aquella grandiosa, admirable y estoy
por llamar santa pasividad»
(p. 479, subrayado nuestro). La expresión es en apariencia admirativa y laudatoria, pero sólo en apariencia pues el ansia de promoción, el deseo de prosperar los entiende Nombela como una forma de vida
superior a la conformista y pasiva manera del poeta.
De esta forma, cobramos conciencia de que la semblanza de Bécquer, desinteresada y admirativa, no lo es tanto, porque termina funcionando como espejo
oblicuo donde Nombela se reconoce en sus diferencias y se aprecia en su superioridad práctica. Sin entrar a fondo en cuestiones polémicas de la vida íntima del
poeta, como su fracasado matrimonio, tema que Nombela no trata, fingiendo no
saber o dando una versión edulcorada, cuando en el momento en que escribía sus
memorias eran bien conocidas del público las desavenencias de la pareja, presenta a la esposa de Bécquer como una mujer normal y amable, frente a la versión
negativa que la presentaba como adúltera, lo que sugiere indirectamente una responsabilidad compartida de los cónyuges en la separación. De cualquier modo el
lector no puede por menos que establecer una comparación entre los matrimonios
de Bécquer y Nombela, y claro en este punto no cabe duda que la imagen resultante del novelista es la mejor.
Con el paso de los años las relaciones entre los amigos se irán distanciando
cada vez más y de hecho desde el regreso de París en 1863, hasta la muerte de
Bécquer en 1870, la diferente dirección que siguieron sus carreras literarias los
separará. En 1870, según Nombela, sólo se vieron tres veces, la última poco antes
de la muerte del poeta. Con gran riqueza de detalles, rememora aquel encuentro
en que ambos van a hacer juntos el que sería el último viaje de Bécquer, desde la
Puerta del Sol hasta el barrio de Salamanca donde ambos vivían. Encontró muy
fatigado a su amigo, quien urgido por llegar a su domicilio, no reparó en el peligro de viajar en la clase imperial (al aire libre) del ómnibus en un frío día de d i ciembre. Trató de disuadirlo por el riesgo de enfriamiento que corrían, pero al no
convencerlo, accedió a acompañarle. Durante el camino no pudieron cambiar palabra, se despidieron al final del trayecto, para nunca volver a verse. Nombela, a
causa del enfriamiento guardó cama. Bécquer enfermó gravemente y murió a los
pocos días, justamente el 22 de ese mismo mes.
E l retrato final es tremendamente laudatorio, no sin dejar de insistir en los
rasgos ambivalentes ya arriba mencionados (fe poética, estoicismo, entrega, conformismo, seriedad). El carácter postumo de su gloria, el triunfo de la posteridad
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AUTOBIOGRAFÍA DE U N TRIUNFADOR
que quizás también soñó Nombela, pero del que como pragmático tuvo que abdicar, sitúa al poeta en el universo de los elegidos del destino; la fatalidad y la
muerte rodean de una aureola trágica su vida y obra; gloria y posteridad que a
Nombela, sin dejar de admirarlas, le parecen de otra galaxia, la galaxia del éxito
postumo en el planeta del triunfo eterno. Demasiado lejano e intangible para él.
La relación con el poeta Augusto Ferrán fue menos intensa y más corta en el
tiempo. Se conocieron en M a d r i d y compartieron algunas aventuras juveniles como el viaje a París, donde participaron de necesidades y penurias comunes durante un par de meses hasta que Ferrán decidió regresar a M a d r i d para cobrar una
herencia de familia. Esta separación fue prácticamente la definitiva. La semblanza biográfica, aunque acoge algún detalle amable, resulta despiadada y paternalista: «¡Era una lástima! su mal no tenía remedio» (p. 568), concluye sin
compasión al comentar su afición a la bebida. Más que un ejercicio de evocación
amistosa, el retrato parece cumplir la función de negativo de su propia imagen, el
modelo en el que no mirarse.
Ferrán ejemplifica a ojos de Nombela el camino inverso al suyo. Si él con el
trabajo y sacrificio consabidos supo ascender desde una posición menesterosa a
otra de cierta fortuna, su amigo se precipitó desde la prosperidad y abundancia
familiares a la pobreza y catástrofe personal. Se puede decir que Ferrán representa para Nombela su antítesis y en esa medida el personaje le resulta incomprensible, y hasta cierto punto le irrita cada uno de sus gestos vitales. Parece que al
poeta le gustaba desde niño pasar el tiempo con los obreros del negocio familiar,
hablaba con ellos y frecuentaba el taller donde trabajaban. A diferencia de N o m bela, cuya vida fue una fuga hacia el salón aristocrático, disfrutaba con el trato de
las clases populares y rechazaba los medios burgueses a los que pertenecía de
manera natural.
A j u i c i o de Nombela, esta simpatía infantil no presagiaba nada bueno, y anticipa los futuros vicios y deformaciones que le conducirán de manera inexorable
a la locura y a la muerte en condiciones miserables. Apático, indisciplinado, perezoso, derrochador, borracho, la única nota positiva que entresaca Nombela es
su afición por las lenguas y literaturas europeas y por la poesía: Introductor en
España del poeta alemán Heine y autor de «dos microscópicos libros de poemas», repite el autor en varias ocasiones. L o realmente incomprensible, lo que le
saca de quicio, es que Ferrán, gozando de todas las ventajas materiales y pudiendo acrecentar su patrimonio y su nombre, renunciase a «ser algo en el mundo»,
que malograse el éxito por falta de esfuerzo. Esto, más allá de cualquier moralismo, era lo que su mentalidad competitiva y escaladora nunca pudo entender.
E N POLÍTICA
N o creemos que Nombela fuese persona de fuertes convicciones políticas.
Su participación en política más parece responder a la búsqueda del provecho i n dividual, presente en todas sus actuaciones, que a una vocación de influir social-
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MANUEL ALBERCA
mente. De hecho, en su recopilación retrospectiva, muy condicionada por su adhesión tardía y fracasada al carlismo, se filtran continuamente juicios contra la
política y los políticos hechos desde una presunta independencia, que cuando menos es contradictoria.
Este va a ser el sino de Nombela en política. De una parte carecía de afán y
condiciones para su ejercicio, pero al mismo tiempo se veía obligado a moverse
en ese entorno, sin cuyos contactos poco podía conseguir en la carrera literaria y
periodística. Su acercamiento a políticos no le reportó sino disgustos. Esta frustración personal le acarreó el descreimiento radical de un juego en el que intentó
participar con poca fortuna. Por eso la diatriba contra los políticos que jalona sus
memorias no deja de manifestar una sensación de fracaso y resentimiento.
Es muy d i f í c i l desentrañar a partir del relato autobiográfico la ideología política de Nombela, pues en la juventud mostró una simpatía espontánea por los
rebeldes de 1854, después se acercó a los moderados, y terminó simpatizando con
el carlismo, sin que estos cambios vayan acompañados de una reflexión que j u s t i fique tan marcada evolución.
Esto es así porque en Nombela pesan mucho más los hechos y vivencias
personales que cualquier tipo de discurso político. A nuestro j u i c i o en el pragmatismo de Nombela interviene sobre todo la posición y experiencia de su padre,
que en el comienzo de Impresiones y Recuerdos relata. E l padre de Nombela había alcanzado el grado de alférez de Carabineros, cuerpo en el que entró, j o v e n
aún, en 1820 para luchar contra el absolutismo de Femando V I I y en defensa del
liberalismo progresista que profesaba. En esta etapa conoce al que con el tiempo
llegaría a ser famoso general e importante político de la primera mitad del siglo
X I X , Francisco Serrano. La amistad de los dos militares duró hasta que Serrano
en un gesto de oportunismo corrió para comunicar al gobierno reaccionario el
fracaso del levantamiento de Torrijos. Este gesto de Serrano, que también simpatizaba con la causa liberal, nunca fue perdonado por el padre de Nombela. Como
tampoco perdonó Serrano que aquél no quisiera firmar un comunicado que exculpaba al general de ser el portador de la noticia de la derrota de Torrijos y sus
compañeros.
Este hecho va a ser decisivo en la vida de su padre y también en la de toda la
familia. Cuando el padre quede cesante, siendo ya ministro Serrano, y le solicite
recomendación para salir de esta situación, la respuesta del político será afectuosa, prometiendo interesarse por él pero sin hacer nunca nada en su favor.
Esta circunstancia condicionó la infancia y adolescencia de Nombela y obligó a la familia a una situación de miseria. En este contexto debemos buscar, además de ese infatigable afán de ascenso social ya comentado, la razón del rechazo
profundo a la política, pero también la conciencia de que sin el favor de los políticos y sin la astucia y flexibilidad que le faltó a su padre, poco o nada podía conseguirse. Esta ambivalente conclusión a la que debió llegar, atraviesa el retrato de
su progenitor, al que no duda en definir como activo, laborioso y honrado, pero
carente de la habilidad para conseguir un empleo.
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AUTOBIOGRAFÍA DE UN TRIUNFADOR
La situación del padre se convierte así en una razón básica para entender
que Nombela nunca, salvo su entrada en las filas del carlismo, participe activamente en política. E l progresismo del padre no le provoca, más bien al contrario,
ningún deseo de intervención política en la juventud, preocupado sólo por conseguir un empleo de subsistencia primero y por una posición acomodada después.
Hay todavía un detalle autobiográfico que así lo demuestra. Cuando Nombela regresa de Sevilla a Madrid, viene con un libro bajo el brazo, escrito por Bécquer, Campillo y él mismo, con la esperanza de verlo publicado pronto y
conseguir el dinero que los amigos sevillanos necesitan para instalarse en M a drid. Es al año 1854 y el ambiente prerrevolucionario que se encuentra en la capital entusiasma al j o v e n , se siente identificado con los rebeldes que luchan en las
calles, hasta que cae en la cuenta que la revolución no había de ayudarle en nada
a sus propósitos editoriales, pues en aquella situación de efervescencia política,
pensó el auiobiógrafo, sería difícil encontrar lectores para un libro de poesía y
aún menos editor dispuesto a arriesgar su dinero. N o será ésta la última ocasión
en que Nombela sienta que literatura y política entraban en un conflicto irresoluble, conflicto con el que tendrá que convivir, y a pesar de la dificultad, tratar de
sacar provecho para su carrera.
Desde este punto de vista, para Nombela la política es una trama de relaciones que le ayudan o facilitan sus objetivos de medro. En estas ocasiones la aversión hacia los políticos queda en suspenso, mientras que la ayuda se mantenga o
le sea necesaria. Así hay que entender su relación con el político moderado Ríos
Rosas. Nombela le había conocido antes de marcharse a París, de donde regresó
en parte por las prebendas que el político le prometió. Vuelto a M a d r i d , y mientras esperaba la cátedra de teatro o la dirección de un periódico e incluso un acta
de diputado en Cortes, promesas que una tras otra se irán diluyendo, hizo las funciones de secretario particular del político, con la potestad de abrir y contestar correspondencia, lo que da idea, en opinión de Nombela, de la confianza de que
llegó a gozar. Sin embargo dicha confianza duró poco y se quebró por la sospecha de Ríos Rosas de estar siendo espiado por medio de su secretario. Despidió a
Nombela sin muchas explicaciones, dejándolo en una situación difícil: «Mis i n clinaciones literarias, mis relaciones, todo lo sacrifiqué a aquel hombre que había
olvidado mis sacrificios y procedido no con la nobleza que debía esperarse de su
gran talento y corazón, sino como un ser vulgar, mezquino e inconsiderado» (p.
698).
Aunque pasado el tiempo Ríos Rosas le dé una explicación y le pida perdón,
cuando realice la semblanza final del personaje, a pesar de haber recibido numerosos beneficios de aquél, no le temblará el pulso y, sin cuestionar nunca su honradez, será rigurosamente crítico y ridiculizador. Es paradójico que Nombela, que
no suele regatear elogios y alabanzas cuando se trata de personalidades con las
que ha tenido poca relación, en cambio si se trata de agradecer o reconocer, como
sería el caso de Ríos Rosas, la ayuda recibida, se muestre minimizador de todo lo
que pueda reducir o eclipsar su mérito personal.
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Algunos años después del episodio de Ríos Rosas, Nombela se convirtió en
un activo conspirador al servicio de la causa de Carlos V I L Mucho se puede especular en torno a esta sorprendente y tardía adhesión al carlismo, pero lo único
cierto es que Nombela dejó sin explicar las causas de este cambio. Las razones
que aduce el memorialista son bastante peregrinas y se remontan a algunas amistades vascas de su juventud, a sus veraneos en el País Vasco y poco más.
Pero aún más sorprendente que el cambio de pensamiento político resulta la
entrega intensa a la actividad política, justo cuando, como él mismo reconoce,
atravesaba una época de felicidad personal y bienestar familiar que quedó bruscamente interrumpida (p. 793).
La participación en la causa carlista es sin duda el pasaje de su vida de mayor relieve histórico y al que con anterioridad había dedicado el libro Detrás de
las trincheras, citado frecuentemente en las memorias. Trata de explicar, sin conseguirlo, una decisión que ya en la época debió resultar desconcertante. La j u s t i ficación adopta un tono autoexculpatorio porque la opción del carlismo se
presenta como la última posibilidad de gobernar España, visto el fracaso de la
monarquía absoluta y la falta de preparación del país para la República. A l mismo tiempo, una repentina toma de conciencia y el deseo de contribuir a «la regeneración de España», hace de Nombela un inesperado servidor de la causa
carlista y un entusiasta partidario del sistema foral, al que llega por el contagio
político de sus amigos vascos, Mena, Landa y Zabalza, que no se encuentran entre sus amigos más íntimos ni constantes.
En f i n , cambios más imprevisibles se han visto y no se va a cuestionar ahora
la libertad de optar políticamente, pero resulta extraño que un madrileño como
Nombela, que mantuvo una amistad «de café» con algunos vasco-navarros, después de tres años de estancia en París, regrese convertido en un convencido foralista y enemigo acérrimo del liberalismo extranjerizante. La noticia dada por el
autor resulta poco explicativa de su evolución política y de su acercamiento al
carlismo, demasiado rápido para que no obedezca a razones que Nombela no da
o a nosotros se nos escapan.
Y puesto que las razones últimas e íntimas de Nombela se nos escapan, o se
nos ocultan, la única explicación posible hay que buscarla en las razones políticas
que hicieron, a ojos de los moderados, de la revolución del 68 y del radicalismo
republicano un tremendo fracaso. Para muchos moderados que contemplaban el
avance revolucionario, el carlismo quedó como el verdadero representante de «la
resistencia católica», al que se adhirieron también los sectores eclesiásticos y el
ala derecha del catolicismo (Jover: 1990, pp. 330-331). Frente al peligro revolucionario la consigna era clara, resistencia tradicionalista, y lo que mejor encarnaba dicho tradicionalismo era el carlismo. Esta parece ser la postura que Nombela,
católico siempre, pragmático en política, elegirá en cada ocasión, del daño el menor, y la revolución con sus interrupciones y algaradas representaba un peligro
mayor a su carrera de escritor.
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N o menos sorprendente que la actividad como conspirador carlista y como
correo entre la Corte de Carlos V I I y la Junta de M a d r i d , es el nombramiento de
Nombela como secretario del general Cabrera, cuando colabora todavía con d i cha Junta y el general está buscando una solución particular que contemple el reconocimiento de su categoría militar y nobiliaria y ponga f i n al exilio. E l general
carlista, conocido también como el Tigre del Maestrazgo, después de intervenir
victoriosamente en la primera guerra carlista y de participar en la segunda con
menor éxito se exilió a Londres donde se casó con una aristócrata inglesa. En los
años que van de 1873 a 1875, se encuentra muy distante de la corte del pretendiente, no aprueba la tercera guerra carlista y se muestra partidario de llegar a un
acuerdo con Cánovas.
Es curioso que en aquel momento en que Nombela todavía hacía la función
de correo entre los dos núcleos que alentaban la guerra (la Corte y la Junta de
Madrid), entrara al servicio de Cabrera que, como hemos dicho, no la aprobaba.
De cualquier modo son tiempos en que la comunicación entre las Juntas y la Corte se veía dificultada por la camarilla que rodeaba a don Carlos, aumentando las
disensiones dentro del carlismo como consecuencia de las primeras derrotas de la
guerra, que hacían ganar adeptos a las tesis de paz de Cabrera.
En este contexto Nombela tomó partido por Cabrera y su relato subraya el
caos y la división en el campo carlista. Defiende los pactos de Cabrera con Cánovas, si bien sabemos que éstos fueron imcumplidos por el segundo, y reivindica
una imagen más humana del general que contrarresta la de su legendaria crueldad.
A l fina] de la aventura política y regresado del exilio, Nombela deplora el
tiempo y tranquilidad perdidos, toma la firme decisión de apartarse para siempre
de la política y resarcirse del fracaso, volviendo a luchar por una posición digna
que asegure el bienestar de sus hijos y una vejez desahogada.
HlPERMNESIA BANAL
U n contemporáneo de Nombela. el psicólogo francés Theodule Ribot, en su
obra Les Maladies de la Memoire (1911, p. 46) había dicho: «Una condición de
la memoria es el olvido. Sin el olvido total de un número prodigioso de estados
de consciencia, no podríamos acordamos de nada. El olvido, salvo algunos casos,
no es una enfermedad de la memoria, sino una condición de su salud y de su v i da. La memoria nos da del pasado un cuadro, a la vez, engañoso y exacto». Salvo
muy esporádicas ocasiones que demuestran lo contrario, o Nombela desconocía
esta condición de la memoria o fingía desconocerla. Así son escasísimos los momentos de sus memorias en que relativice la fiabilidad de los recuerdos y muy
pocas las veces en que hace uso de fórmulas rememorativas de dudas o lagunas
de la memoria.
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MANUEL ALBERCA
También cuando prima los recuerdos de niñez o juventud sobre los de madurez al final del sexto, y penúltimo, libro de Impresiones y Recuerdos,
está actuando desde la perspectiva del septuagenario triunfador que privilegia los
recuerdos más lejanos, aureolados por el prestigio de la lucha voluntariosa del n i ño o del joven por conseguir un porvenir: «Por otra parte, cuantos alcanzan una
edad avanzada saben que los recuerdos de la niñez y de la juventud se conservan
en la memoria con mayor precisión y lucidez que los que al declinar la existencia
van marcando el cansancio y el desaliento» (p. 974)
Es decir, Nombela quiere dejar claro que se siente más dotado memorialísticamente para hablar de su niñez y juventud que de etapas posteriores de las que
no tiene la misma fiabilidad. En razón de esto dedica casi m i l páginas (seis l i bros) al relato de su vida hasta los treinta y nueve años y se liquida el resto
(1876-1912) en poco más de ochenta páginas. Por un lado Nombela acota el espacio memorialístico en función de las mejores posibilidades rememorativas,
aquellas etapas que parecen más interesantes para su propia imagen y accesibles
a la memoria. Por otro, aplica al pasado personal el modelo historicista, predominante y prestigiado en la época y, debemos suponer, entre sus posibles lectores.
Se comporta como un historiador del siglo X I X , recuperando fácilmente el pasado a través de la memoria consciente y de los materiales escritos, crónicas, testimonios, libros, periódicos o documentos legales, como sucede en el comienzo del
libro, donde la fecha de su nacimiento queda certificada por la fe de bautismo
que comprobó en su parroquia.
La consecuencia de la aplicación de este modelo documental e historicista al
discurso autobiográfico es un relato prolijo y pormenorizado de detalles nimios,
que abusa de la descripción y enumeración de circunstancias sin repercusión en
el argumento de la vida y excluye la profundización en los hechos como se ha
visto en el apartado de su actuación política.
E l detalle microscópico, el anecdotario variadísimo, quedan como demostración de una memoria privilegiada capaz de recordar con todo pormenor un paseo
j u v e n i l en compañía de Bécquer entre M a d r i d y Carabanchel en busca de un empleo que no habría de conseguir y que queda, si acaso, como expresión de la voluntariosa búsqueda de trabajo (pp. 373-378).
E l relato minucioso, y extenuante para la paciencia del lector, busca en
nuestra opinión, en combinación con una reiterada promesa de sinceridad, la conquista del crédito del lector: ganar su confianza y convencimiento de que se cumplirán los compromisos autobiográficos contraídos.
Como se ha señalado al principio de este artículo, en el preámbulo de sus
memorias, Nombela destaca la ejemplaridad y la curiosidad como los motivos
principales del acercamiento de los lectores al género autobiográfico. Tocante a
la ejemplaridad el lector no puede tener quejas, dicho sea irónicamente, pues el
autor ha construido de sí una imagen perfecta, escultórica y sin mácula, ejemplo
del hombre que actúa sin fallos y consigue todos sus objetivos: marido perfecto,
yerno perfecto, hijo perfecto (aunque de la muerte del padre da escueta noticia).
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Como tal triunfador, difícilmente comete errores o rara vez reconoce haberlos cometido. Si éstos ocurren, o es culpa de su imprudencia o de un exceso de confianza en los demás que traicionan su buena voluntad. Es lo que a su j u i c i o ocurre en
su relación con Ríos Rosas o en su boda frustrada, con la novia que lo abandona
por... un vestido de seda, aclara descalificándola el autobiógrafo. En ambos casos, como en otros en que la penuria familiar o las necesidades económicas le colocan en posición de víctima (falsa), la confesión de sus desgracias y desengaños
pretende seducir al lector con este gesto de complicidad, al tiempo que ensalza
un poco más su figura.
Pero si el lector esperaba curiosear en sus flaquezas humanas o adentrarse
en los misterios de la conciencia de Nombela se sentirá bastante defraudado, porque o bien no profundiza en sus sentimientos, o bien omite expresamente aquello
que considera que pertenece únicamente a él y a su familia: «El amable lector de
estos Recuerdos habrá observado que muy poco o nada refiero de las interioridades de m i hogar: la felicidad sólo interesa a los que la disfrutan (...) Revelarla, exhibirla, ponderarla, es una falta de piedad para los que en vez de la santa y
bienhechora paz doméstica cultivan la discordia en el seno de su familia o carecen de hogar» (p. 874).
En f i n , la excusa redunda en la idea de la familia perfecta y feliz e incumple
las promesas de sinceridad hechas una y otra vez al lector. L a creación de una fam i l i a y de un hogar («mi más constante aspiración», repite Nombela) no da lugar
a confidencias de la vida matrimonial ni de sus problemas; incluso, cuando se enfrenta a las dificultades que en principio tuvo la relación y el noviazgo, Nombela
se torna olvidadizo y relega todo al «jardín misterioso de los recuerdos» (p. 637).
La razón parece clara: Nombela no puede comprometer el prestigio de su matrimonio revelando intimidades, cuando se quiere presentar éste como un j a l ó n más
de los logros personales alcanzados.
Una vez casado nada puede alterar la maravillosa paz hogareña y marido y
esposa se presentan unánimemente unidos, sin fisuras ni diferencias. En este panorama, resulta lógico que el mundo femenino desaparezca para el autor, presentándose tácitamente como un marido ejemplar.
Con anterioridad a la boda, da cuenta de sus relaciones con las mujeres (¿todas?), siempre desde una óptica basada en dos pilares: una intimidad contenida,
pudorosa, y un deseo de reforzar su propia imagen. Así en la primera juventud se
retrata como enamorado platónico y respetuoso de dos mujeres casadas (Teodora
Lamadrid y Teresa), admirador prudente de Carolina Lamas, novio honrado que
rechaza una ventajosa boda y, por último, enamorado confiado y burlado, «ad
maiorem gloriam» de sí mismo.
De este modo, Nombela pinta un cuadro de sus relaciones femeninas en que
todo parece controlado por sus intereses y se convierte en una lección práctica de
la vida: «...lo poco que he sabido en el mundo me lo han enseñado las mujeres
(...) ¡Cuánto tengo que agradecerles!». Tan ideal resulta la pintura, tan sospechosamente equilibrada que el propio autor adelantándose al recelo del lector no ten-
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drá por menos que declarar: «El lector malicioso pensará que en el relato de mis
recuerdos incurro ex profeso en algunas omisiones (...). Las omisiones que ahora
sospecha el malicioso o experimentado lector irán desapareciendo oportunamente» (pp. 2 2 9 - 2 3 0 ) . E l lector puede seguir esperando, porque Nombela, incumpliendo su propio pacto, se esconde tras la hojarasca de las anécdotas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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SERRANO Y SANZ, M.: Autobiografías
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A
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CAUCE. Núm. 16. ALBERCA, Manuel. Autobiografía de un triunfador.