ARTÍCULOS
Escritura e Imagen
ISSN: 1885-5687
http://dx.doi.org/10.5209/ESIM.58233
Borges plegado. Relexiones sobre la escritura
Gerardo Fernández Bustos1
Recibido: 15 de marzo de 2016 / Aceptado: 13 de julio de 2017
Resumen. Nos proponemos analizar hasta qué punto en el cuento El Otro de Borges, así como en
otros escritos de este autor, la escritura trabaja con parámetros que podrían ser aquellos de la inlexión.
Tomaremos de la mano a Deleuze para descifrar si ello podría ser posible; en concreto trabajaremos
el libro El Pliegue. Leibniz y el barroco del ilósofo francés. Así, recorreremos las páginas de
algunos cuentos de Borges para rastrear en ellos cómo la escritura en este autor (tiznada de trazos
autobiográicos) tiene rasgos propios del conocimiento perceptivo. Más allá de que nos parezca que
Borges es un escritor barroco, nos resulta interesante mostrar cómo en un escritor concreto la escritura
trabaja los diferenciales de los objetos narrativos de la misma manera que el ojo trabaja los objetos que
percibimos. De ser ello así, serían numerosas las preguntas que nos asaltarían a lo largo del recorrido.
Palabras clave: inlexión; pliegue; despliegue; percepción; icción; escritura; autor.
[en] Folded Borges. Relections on Writing
Abstract. Our aim is to analyze to what extent writing works with values that could be those of
inlection in the tale The Other, by Borges, as well as in other documents from this mentioned author.
We will focus on Deleuze to igure out if this could be possible, and in particular, we will work with
The Fold: Leibniz and the Baroque, by the French philosopher. Thus, we will go over the pages of some
tales by Borges to follow the trail of how, in this author, writing (stained with autobiographic strokes)
has traits that are typical from the perceptual knowledge. Beyond the fact that Borges might seem a
Baroque writer, we ind it extremely interesting to show how, in a speciic author, writing works the
differentiating attributes of narrative objects in the same way the eye works the objects that we notice.
If so, we would come up with a lot of questions during the process.
Keywords: inlection; fold; unfold; perception; iction; writing; author.
Sumario: 1. La inlexión; 2. Las tres iguras; 3. Referencias bibliográicas.
Cómo citar: Fernández Bustos, G. (2017) “Borges plegado. Relexiones sobre la escritura”, en
Escritura e Imagen 13, 121-136.
1
Universidad Nacional de Educación a Distancia
[email protected]
Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
121
122
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
1. La inlexión
En El Libro de Arena de Borges, obra en la que se encuentra el cuento El Otro2 que
utilizaremos aquí, parece haber una comunidad constante entre realidad y icción –si
podemos hablar de algo así– sobre la cual se desarrolla la trama. En los cuentos que
lo componen se produce un trastrocamiento de la realidad que parece transformar en
cierto modo la presencia de esta, sin que con ello deje de ser verdadera o creíble –no
en vano el autor se sirve de sí mismo en varios de los cuentos para rellenar con trazos
autobiográicos la propia narración3, algo a lo que estaremos atentos. Por otro lado,
en Borges no se trata de contar (dar a entender, ofrecer al lector) un relato completo,
sino algo más bien informe, que dista mucho de estar acabado, en el sentido de que
la forma del relato sobrepasa los límites de lo textual o escritural para llamar a esos
objetos (o sujetos) que en un principio aparecen fuera del relato, pero sin los cuales
no puede haber relato alguno. A menudo da la sensación de que al relato le faltase
un último trazo, aunque esto parece debido no ya a que la obra estuviese en efecto
inacabada, sino más bien a la elasticidad del material que se propone ahí: los bordes
de la icción parecen desvanecerse. Ello se puede ver por ejemplo en el cuento Pierre
Menard, autor del Quijote, de la obra Ficciones, en el que Borges nos cuenta cómo
Menard habría escrito un Don Quijote después del libro de Cervantes, pero ni lo
habría transcrito haciendo una copia del original, ni tampoco lo habría transformado
hasta el punto de convertirlo en un libro diferente. El autor nos dice que los posibles
ejemplares del Quijote de Pierre Menard son desconocidos, por lo que no habría
manera alguna de veriicar cuál sería su contenido. Pierre Menard, nos dice Borges:
No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino «el» Quijote. Inútil agregar que
no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su
admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y
línea por línea– con el de Miguel de Cervantes4
Se distingue ya en este texto entre una transcripción mecánica y una reproducción.
A propósito de la escritura de icción, esta no sería para nosotros una simple
transcripción de la realidad, sino una reproducción. Es decir, no sería una mera copia
de la realidad, por razones obvias, sino, por decirlo de algún modo, una producción
de la realidad en otro registro signiicativo (por ejemplo, aquel de lo posible, de lo
imaginario, el cual se cimienta sobre los posos de aquello que pretendidamente no es
2
3
4
La edición que citaremos de las obras de Borges es la de las Obras Completas publicadas por Círculo de
Lectores, la cual parte de la de Emecé, que dirigió el propio autor. En concreto, utilizaremos los tomos II y III,
en los que se encuentran los libros Ficciones y el ya mencionado El Libro de Arena, los cuales nos parece que
mantienen una complicidad narrativa.
Es constante en Borges la narración autobiográica, la cual, como intentaremos mostrar, incorpora trazos de
la vida del propio Borges, o circunstancias (como veremos en el caso de la ceguera que afectó al autor) que
afectan de manera importante su escritura. El trastrocamiento del que hablamos más arriba no es más que la
incorporación de lo real en la icción, mostrando, si se puede decir así, el lado icticio (o posible) de lo real. No
conocemos, de todos modos, una icción que no se sostenga a partir de lo no icticio, del mundo que circunda
alrededor del libro. Sin embargo, es curioso que, en el caso de Borges, sea a través de lo autobiográico como ese
mundo externo al libro se inmiscuye constantemente en la icción. En este sentido nos resulta tremendamente
complicado encontrar una narración autobiográica que no sea ya de por sí icticia, de la misma manera que
nos resulta igualmente complicado encontrar un relato icticio que no contenga ya un repertorio de realidades
existentes en parte fuera del relato.
Borges, J. L. Obras Completas, vol. II, Valencia, Círculo de Lectores, 1992. páginas 34 y 35
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
123
icción o imaginación). Trataremos de verlo más adelante. Esto no quiere decir que la
icción relate el mundo real con palabras propias (las cuales serían ajenas a cualquier
registro signiicativo, en cuanto icticias, y por tanto incomprensibles). Quizás eso
sea lo que se nos quiere decir cuando se airma que la re-producción de Menard debía
hacerse “palabra por palabra y línea por línea”; más que la escritura, lo que parece
estar aquí en juego es la lectura como posibilidad de dar a las mismas palabras (y a
los mismos objetos, sean el Quijote o cualquier otro) diferentes sentidos y valores. Es
ahí donde puede hacerse una reproducción del Quijote exactamente con los mismos
elementos que el original, en el terreno de una lectura que re-produzca el texto que
ya ha sido producido por Cervantes. Quizás lo que quería hacer Pierre Menard fuera
leer el Quijote, más que escribirlo de nuevo, aunque más bien habría que decir que
leyéndolo lo reescribiría.
Concretamente, en El Libro de arena esta comunidad parece ser más fuerte a
causa del contexto en el cual se desarrolla su confección: es un libro de vejez, el cual
Borges escribe una vez que ya está afectado por la enfermedad que le dejará ciego5
y en el cual la icción se desarrolla al lado de viejos compañeros de la senectud:
el olvido (y por extensión la memoria incapaz), el sueño, la paulatina ceguera6, la
alucinación; todos ellos están de una manera u otra relacionados con la deformación
de los límites del texto, así como de los de la propia icción. Esta, la icción, se nos
presentaría como un elemento genético de la realidad, siendo engendrada en el seno
de esta. Hay ciertamente en Borges una manía por hacer populares autores que no han
existido (como Pierre Menard), o por dar cuenta de cómo se puede hacer eso que los
periodistas llaman hacer noticia, inventando unas fuentes bibliográicas inexistentes.
Esta manera de proceder parece tener la irme intención de incorporar elementos
inexistentes a iguras que preiguran una cierta existencia (a veces simulando un
rigor tan exacerbado como académico), es decir, de fabricar una realidad icticia
que no deja de ser una inlexión o modulación de la realidad que circunda el texto7,
5
6
7
Cosa que se puede percibir en El Otro: “Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.
Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como
un lento atardecer de verano”. Borges J. L, Obras Completas, vol. III, Valencia, Círculo de Lectores, 1993,
página 318.
Respecto a la relación entre la vista y el lenguaje –que en la mayoría de cuentos de Borges de los que aquí
hablamos nos parece esencial–, Deleuze nos dice: “Pero también el problema de escribir no deja de ser un
problema de ver y oír: en efecto, cuando otra lengua se crea dentro de la misma lengua, es el lenguaje por
completo el que tiende hacia un límite ‹‹asintáctico››, ‹‹agramatical››, o que comunica con su propio afuera...
el límite no está fuera del lenguaje, él es su afuera: él está hecho de visiones y audiciones no-lingüísticas, pero
que únicamente el lenguaje hace posibles...De cada escritor debería decirse: es un vidente, es un oyente, ‹‹mal
visto mal dicho››, es un colorista, un músico”. La traducción es nuestra. Deleuze, G., L’île déserte et autres
textes (1953-1974), Paris, Les Éditions de Minuit. Paris, 2002, p. 9. Nos parece que el hecho de que Borges
se estuviera quedando ciego cuando escribe el Libro de Arena no le resta ninguna importancia a lo dicho por
Deleuze, en el sentido que hemos apuntado: la paulatina ceguera no hace sino diluir de forma tramposa los
bordes de lo contado, haciendo que la icción se pliegue hacia la realidad y esta se despliegue en la icción.
Borges, aunque no escribe en una lengua que le es extranjera, como Kafka o Beckett, sí escribe con una lengua
que fuerza los límites de lo que puede ser visto u oído.
Esto se ve muy bien en el cuento Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius, del libro Ficciones, donde se relata cómo se
inventa un país (que acaba siendo un planeta) simplemente haciendo noticia de ello, es decir, creando fuentes
falsas que acaban por generar una noticia. La icción, en este como en numerosos escritos de Borges, aparece
como algo que no es tan difícil crear, así como algo inherente a la realidad misma: “Tal fue la primera intrusión
del mundo fantástico en el mundo real”. Borges, J. L., 1992, op. cit (nota 4), p. 3; “es razonable imaginar
que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo
real (...) El hecho es que la prensa internacional voceó ininitamente el ‹‹hallazgo››. Manuales, antologías,
resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los
124
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
o una adscripción a la corriente que airma que toda realidad (lingüística, social,
ilosóica, institucional, etc.) no deja de estar preñada por elementos icticios que
escapan al ámbito de lo calculable o lo lógico. Este movimiento de la inlexión no es
llevado hasta sus últimas consecuencias, sino que más bien es puesto en suspenso.
No sabremos nunca a ciencia cierta dónde acaba en Borges lo imaginario y dónde
comienza lo real, algo que en el caso de El Otro no es una simple igura literaria, sino
que, a través de un proceso en el que Borges se relata a sí mismo, la realidad aparece
imbricada, llamada, veriicada en la icción. Por otro lado, puede ser que, a causa de
esta puesta en suspenso, la literatura del autor argentino no nos dé ninguna lección
moral. No hay moralidad ya que no hay una conclusión o resolución que pudiese ser
moralizante, más allá de la constatación de que un ilósofo realista extremo estaría
tan ciego como el propio Borges en su ancianidad. La imbricación realidad-icción,
material-imaginario, impide hablar de un orden según el cual debería regirse la
realidad8.
Se podría utilizar aquí el sentido que Deleuze le da al concepto de inlexión: «El
elemento genético ideal de la curvatura variable o del pliegue, el verdadero átomo,
el punto elástico»9. Esta es el elemento central de la coniguración del pliegue, de
su constitución o más bien de su formación; es un punto elástico a partir del cual se
forma el pliegue. En este sentido creemos que habría también una presencia de la
inlexión en los textos de Borges, al menos en bastantes de sus relatos, en cuanto
que es esta la que origina en cierta manera la icción a causa de una inlexión de
lo real: lo real se hace elástico y aparece en el relato como su elemento genético
ideal, como aquello que le da verosimilitud a lo escrito. Además de que la escritura
pueda ser entendida aquí como una inlexión, Borges dibuja esta elasticidad en
numerosos relatos. Por ejemplo, en el cuento El Congreso (en El libro de arena),
en el cual personas de diferentes países y estratos sociales se juntan para constituir
un Congreso que represente a todo el género humano, solidiicando el ejemplo de
Anarchasis Cloots, de quien se dice que era «el orador del género humano»10. ¿Habría
una elasticidad mayor que aquella de querer reunir en uno mismo todos aquellos
que nunca seremos, los caledonios que derrotaron a las legiones de los Césares,
Job en el muladar y Cristo en la cruz11? Un proyecto irrealizable, imposible ya que
8
9
10
11
Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto.
Lo cierto es que anhelaba ceder (...) El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada
por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado
en las escuelas el (conjetural) ‹‹idioma primitivo›› de Tlön; ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de
episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado icticio ocupa
el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre –ni siquiera que es falso”. Íbidem, p. 31. La cursiva es
nuestra.
Incluso cuando Borges apela a un orden excesivo parece hacerlo justamente para mostrar su imposibilidad. A
este respecto se podría citar el texto que, según Foucault, dió origen a Las palabras y las cosas: “...notoriamente
no hay clasiicación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué
cosa es el universo. ‹‹El mundo –escribe David Hume– es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios
infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deiciente; es obra de un dios subalterno,
de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya
se ha muerto›› (Dialogues Concerning Natural Religion, V, 1779)”. Borges, J. L., 1992, El idioma analítico de
John Wilkins, en Otras Inquisiciones, op. cit (nota 4), p. 301. Quizás la única consideración moral que pudiera
sacarse de los textos de Borges fuese la de que no existe clasiicación del universo que no sea arbitraria y
conjetural.
Deleuze, G., Le Pli, Paris, Éditions de Minuit, 1988, p. 20. La traducción es nuestra.
Borges, J. L., 1993, El Congreso, op. cit (nota 5), p.330.
“El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo. No
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
125
«el Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá
cuando seamos polvo». Al hablar de ese movimiento ininito que supone el Congreso
y de su imposibilidad –debido a que crear un Congreso tal conllevaría pretender ser
esos que no somos– parece que Borges no esté hablando más que de la escritura
como un proceso imposible, inacabable, pero que ya ha empezado desde el momento
en el cual pretendemos ser todos aquellos que en efecto no somos. Otra referencia
más clara para lo que estamos diciendo podemos encontrarla en El Libro de Arena:
en él un vendedor de biblias llega a la casa del narrador (elemento autobiográico)
para venderle el Libro de todos los libros, un libro ininito, ya que no tiene ni primera
ni última página; sin comienzo ni inal, como la arena, que provoca en aquel que
lo posee una obsesión brutal e inconsolable, una obsesión que veremos que tiene
muchos tintes de ser la escritura tal y como la concibe Deleuze. Todo ello, en parte,
nos lleva, siguiendo a Deleuze, a la consideración de Borges como escritor barroco
…El Barroco subraya la materia: o bien el marco desaparece totalmente, o bien permanece,
aunque, a pesar de un dibujo duro, no es suiciente para contener la masa que desborda y
pasa por encima12
Al mismo tiempo, aunque en la airmación de Deleuze se habla de materia y de
escultura –incluso se sobreentiende la referencia a la pintura–, pensamos que en los
cuentos de Borges la materia del relato sobrepasa el espacio del relato. A esto nos
referimos cuando decíamos que en ciertos cuentos de Borges se diluye el marco de
lo real, integrando aquello que puede ser, desde un punto de vista ingenuo y plano,
irreal o icticio. Es en lo biográico (utilización de la primera persona, incluso de él
mismo como personaje principal) donde acaba vertiéndose, desplegándose el texto.
Centrándonos en el cuento que seguiremos más de cerca –tirando del hilo que nos
ofrece oportunamente Deleuze–, El Otro, observamos que en él existe también una
invocación de fuerzas elásticas. En el cuento se relata el encuentro de dos individuos
que dicen llamarse Jorge Luis Borges –y que de hecho lo son–, con la sola diferencia
de que uno es notablemente más joven que el otro. Cada uno de ellos cree estar en un
lugar y un año diferentes cuando se encuentran. Uno está en Cambridge, frente al río
Charles –el más mayor–, mientras que el otro se halla frente al Ródano en Ginebra.
Se deja entrever en la escritura el pliegue y despliegue de dos iguras distintas del
mismo Borges, dos expresiones del escritor que iluminan diferentes épocas y lugares,
formando ambas una coagulación ininita de espacio-tiempos –ininita ya que cada
una parece seguir su propio curso, es decir, cada una posee presumiblemente su
propia vida literaria, la cual no parece agotarse en el cuento, por mucho que una lo
haga, aparentemente, en un sueño y la otra en la vigilia13. Cuando Deleuze nos habla
de la división del continuo, nos dice:
12
13
hay un lugar en que no esté. El Congreso es los libros que hemos quemado. El Congreso es los caledonios que
derrotaron a las legiones de los Césares. El Congreso es Job en el muladar y Cristo en la cruz. El Congreso es
aquel muchacho inútil que malgasta mi hacienda con las rameras”. Íbidem, p. 334.
Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 166. La traducción es nuestra.
“He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El
encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con
él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo”. Borges, J. L., 1993, El Otro, op. cit (nota 5), p. 318.
126
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
La división del continuo no debe ser considerada como la de la arena en granos, sino
como la de una hoja de papel o una túnica en distintos pliegues, los unos más pequeños
que los otros, sin que el cuerpo se disuelva jamás en puntos o mínima14.
Los diferentes Borges no son reducciones puntuales, sino acumulaciones ininitas
de tiempo y espacio, elásticas en cuanto que ambas parecen extenderse más allá del
relato, en la existencia del propio Borges que las escribe. El Borges de Cambridge
y aquel otro de Ginebra parecen ser dos inlexiones que se extienden a través de la
narración. La deinición que se daba más arriba de la inlexión procede realmente
de Klee, quien según Deleuze, en cuanto leibniziano, se opondría a Kandinsky,
cartesiano, para quien, al contrario de aquel, «los ángulos son duros, el punto es
duro, puesto en movimiento por una fuerza exterior”15. Al contrario que Kandinsky,
Klee se muestra más iel a la inlexión, concibiéndola a partir de la sucesión de tres
iguras: la primera dibuja la inlexión, la segunda muestra que no hay igura exacta y
sin mezcla y la tercera marca de sombra el lado convexo y libera así la concavidad de
su centro de curvatura16. Aunque la inlexión de Deleuze nos habla acerca de cómo
percibimos los objetos, yendo tras la pista de la percepción según Leibniz, no resulta
descabellado traerla a colación para hablar sobre la escritura, ya que intentaremos ver
más adelante si efectivamente podríamos tratar esta como una especie de percepción
(al menos en El Otro), al mismo tiempo que tratamos a Borges como un escritor
aquejado en su escritura por lo que Deleuze llama «pliegue».
2. Las tres iguras
2. 1. La primera dibuja la inlexión
Por ampliar el sentido de este concepto, Deleuze nos dice que «la inlexión es el
Acontecimiento puro, es efectuada desde los ejes de coordenadas, es decir no está por
el momento en el mundo, sino que es el Mundo él mismo, o más bien su comienzo,
el lugar de la cosmogénesis, punto no dimensional entre las dimensiones»17. Esta
es el hecho mismo de producir, de consolidar un mundo, aunque este sea huidizo,
en el sentido de que si pretendiéramos medirlo no lo encontraríamos, ya que es un
acontecimiento y, como tal, únicamente podría ser medido y narrado como una
naturaleza muerta. La inlexión en el cuento El Otro sería el acontecimiento mismo
de la escritura, situando a esta como el lugar de la cosmogénesis de un mundo,
el Mundo de la escritura en sí mismo, al mismo tiempo que la pluma de Borges
(en cuanto autor) parecería ser ese punto no dimensional del que habla Deleuze,
14
15
16
17
Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 9. La traducción es nuestra
Íbidem, p. 20. La traducción es nuestra.
“La primera dibuja la inlexión. La segunda muestra que no hay igura exacta y sin mezcla, como decía Leibniz,
nada «recto sin curvaturas entremezcladas», pero también ninguna «curva de una cierta naturaleza inita sin
mezcla de alguna otra, y ello en las partes más pequeñas como en las más grandes», si bien que «no se podrá
asignar jamás a algún cuerpo una cierta supericie precisa, como se podría hacer si hubiese átomos» (Carta a
Arnauld, septiembre, 1687 (Gerhardt, Philosophie, II, p. 119). La tercera marca de sombra el lado convexo, y
despeja así la concavidad y su centro de curvatura, que cambian de lado por una parte y por otra del punto de
inlexión”. Íbidem, p. 20. La traducción es nuestra.
Íbidem, p. 21. La traducción es nuestra.
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
127
protagonista de un movimiento imposible, pero que logra llevarse a cabo de cierta
manera. Como también lo expone Derrida a nuestro entender18, escribir se convierte
en un movimiento que se lleva a cabo negociando con la initud, y en esa negociación
el precio que habría que pagar sería el de su fracaso, puesto que nunca se llegará
a escribir la esencia (para Derrida) o el sentido (para Deleuze) de aquello que se
escribe. Para Derrida, como para Deleuze, parece que la escritura tiene sentido en
cuanto proceso, sin ser jamás un producto acabado.
Puede que toda escritura persiga, en palabras de Derrida, esa originalidad del ser
que nunca alcanza, salvo que lo haga en su acontecer a través del plano de los entes,
por lo que deberíamos entender que lo que alcanzaría ahí no sería ya esa originalidad
del ser, sino una especie de sucedáneo. Esto podría enlazarse con ese punto de
movimiento no dimensional (siempre huidizo) al que hace referencia Deleuze, el
cual, a pesar de su carácter errático, puede situarse «entre las dimensiones», entre
la obra que se escribe y la realidad del propio ejercicio de escritura (que englobaría,
entre otros, el cuerpo del propio escritor agazapado en su escritorio), pero del cual no
se podría decir exactamente cuál es su dimensión.
Los cuentos de Borges son en muchos casos interminables, aunque eso no quiere
decir que no estén acabados. Acaban porque es necesario –ya que es imposible que
alguien escriba o lea un relato ininito19. Es decir, el que en los relatos de Borges haya
un punto y inal no es lo mismo que decir que el lector ha sido capaz de manejar con
18
19
Sobre la no determinación de la escritura, Derrida dice: «El escribir no es la determinación ulterior de un
querer primitivo. El escribir despierta al contrario el sentido de voluntad de la voluntad: libertad, ruptura con
el medio de la historia empírica con vistas a un acuerdo con la esencia escondida de lo empírico, con la pura
historicidad. Querer escribir y no deseo de escribir, ya que no se trata de afección sino de libertad y de deber».
Derrida, J., L’écriture et la différence, Paris, Point essais, 1967, p. 24. La traducción es nuestra. Sobre la initud
de la escritura, y la imposibilidad de escribir: «Ser afectado, es ser inito: escribir sería entonces negociar
astutamente con la initud, y querer alcanzar al ser fuera del ente, al ser que no sabría ser ni afectarme». Íbidem.
La traducción es nuestra. En este párrafo, pese a parecer que se dicen dos cosas contradictorias, en realidad
Derrida da un giro sintomático a lo largo de la relexión: la escritura quiere romper con el mundo de lo empírico
en busca de la esencia escondida de ese mundo, aunque, pese a decir primeramente que no se trata de afección,
se desdice señalando que no está nada claro que no escribir no sea estar afectado. A partir de ese giro podemos
decir que en cuanto afección, precisamente porque quiere alcanzar la esencia de lo empírico, ha de negociar con
la initud. Por intentar explicarlo mejor, diríamos que si escribir es ser afectado esto implica que es un ejercicio
limitado –que debe regirse en un espacio y según unos acordes precisos, ya que un libro que consiguiera retratar
a la manera de Menard, es decir línea a línea pero sin que fuera la misma cosa, la esencia no podría ser escrito ni
leído de manera humana alguna–. Pero al perseguir una esencia que se esconde fuera del mundo de lo limitado
–el de lo empírico– su tarea será la de una negociación.
De la misma manera que es imposible que alguien mantenga (o escuche) un diálogo eterno. De ahí que también
numerosos Diálogos de Platón terminen porque hacen aparición las urgencias de los interlocutores (está
anocheciendo, es hora de retirarse, etc...), pero no porque ya se haya alcanzado de una vez por todas la Idea que
los interlocutores persiguen. Es el plano práctico el que, irrumpiendo en el Diálogo, se entromete en su propia
ininitud. Cabría preguntarse si esto acaso no ocurriría en todo tipo de relato, deshaciendo la posibilidad remota
de escribir un Libro de todos los libros, un libro ininito, eterno, no constreñido a las propias determinaciones del
mundo práctico o empírico que pretende narrar. Aunque desde otro punto de vista, Maurice Blanchot también
asocia la obra de un escritor con lo inacabado (que sólo acabará con la muerte del mismo): “El escritor que
experimenta este vacío, cree sin más que la obra está inacabada, y piensa que un poco más de trabajo, la suerte
de algunos instantes favorables le permitirán, a él solo, acabarla. Se pone manos a la obra. Pero eso que quiere
terminar él mismo, permanece como lo interminable, asociándolo a un trabajo ilusorio. Y la obra, inalmente, lo
ignora, se encierra sobre su propia ausencia, en la airmación impersonal, anónima que ella es – y nada más”.
Blanchot, M., L’espace littéraire, Paris, Éditions Gallimard, 1955, página 16. Hemos dicho que la airmación
de Blanchot se llevaba a cabo desde un punto de vista diferente porque nos parece que lo que limita la obra de
un autor no son las circunstancias concretas, prácticas de la propia escritura, sino la propia muerte del autor y el
trabajo de este con el vacío que supone la propia obra.
128
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
soltura las propias idiosincrasias del relato, lo cual no es debido a una incapacidad
propia del susodicho lector, sino más bien a que en ellos se produce una inlexión
de lo real hacia lo escrito que hace que el cuento tenga a su vez una extensión en la
realidad. Los cuentos de Borges parecen verterse fuera de su marco, del texto, para
profundizar en aquello que, en un principio, ya no es relato y que está fuera del mismo.
En El Otro, en concreto, lo perseguido parece ser ese ser que para los entes literarios
sería el Borges que está escribiendo –de ahí que digamos que es autobiográico–; en
ese sentido se vierte fuera del texto, pese a ser un cuento limitado, que dispone de un
número concreto de páginas, escrito según un abecedario y una grafía determinadas,
etc. Por ello que esa negociación con la initud, en la que el cuento lucha contra su
imposibilidad, sea tan cara.
Esta negociación con la initud para mostrar algo ininito, que a duras penas dará
la sensación de estar inacabado, no es sino abrirse paso entre imposibilidades. Y es
precisamente eso lo que es la creación para Deleuze20: conducir el lenguaje por una
línea de fuga, sin la cual no podría haber margen alguno para crear una nueva sintaxis
que no estuviese para nosotros ya demasiado inscrita en nuestros gestos ordinarios.
El problema que se presenta en El Otro de Borges es el de la convergencia en un
mismo período de tiempo de dos personas intensivamente diferentes y aparentemente
contradictorias, enviándonos así al problema de la convivencia de los incomposibles
leibnizianos, así como al del estatus de los posibles21 y de lo real (siempre buscando
un método que convenga al desarrollo de la propia icción). Si diseñáramos, como
hizo el argentino, un jardín de senderos que se bifurcan, diríamos que tanto Leibniz
como Deleuze nos dirían bastante acerca del abono que deberíamos soltar en él para
que nuestras plantas crecieran poderosas, pulsando los propios límites del jardín.
La noción del tiempo que se maneja en este relato no parece ser lineal ni absoluta.
La temporalidad parece tener ramiicaciones: los dos Borges, cada uno viviendo una
vida propia, portadores de un pasado y un futuro que son los del Borges escritor,
pero que, pese a ser los mismos para ambos, son expresados de diferente manera por
ellos. El tiempo tiene la imagen de un laberinto en el que cada parte de esa trama,
cada pliegue, contendría su propio pasado, presente y futuro. Ahora bien, ¿cómo
se elaboran esos composibles en la mente del Borges que, sentado en su escritorio,
los idea?, ¿cómo hilarlos de tal manera que no se contradigan?, o dicho de otro
modo: ¿cómo traerlos del mundo de lo posible al mundo de lo escrito, haciendo una
realidad, un mundo con ellos? En Leibniz hay un instante en el que Dios decide,
a partir de los composibles e incomposibles, cuáles de ellos hará actuales. En ese
momento la decisión no es otra que la de actualizar el mundo con algo que está
en potencia sin que la coherencia interna de ese mundo se vea perjudicada. Es ese
20
21
«Es preciso hablar de la creación trazando su propio camino entre imposibilidades... Es Kafka quien lo explica:
la imposibilidad para un escritor judío de hablar alemán, la imposibilidad de hablar checo, la imposibilidad de
no hablar (...) La creación se realiza en los jadeos de un extrangulamiento. Incluso en una lengua dada, incluso
en francés por ejemplo, una nueva sintaxis es una lengua extranjera en la lengua. Si un creador no es agarrado
del cuello por un conjunto de imposibilidades, no es un creador. Un creador es alguien que crea sus propias
imposibilidades, y que crea lo posible al mismo tiempo». Deleuze, G. Pourparlers, Paris, Les Éditions de
Minuit, 1990, pp. 182-183. La traducción es nuestra.
Sustituimos el término posible por el de icción ya que nos parecen muy similares. Si atendemos a sus relatos,
vemos que en Borges la palabra icción parece designar no únicamente algo imaginario e irreal, sino que en su
afán por que el cuento resulte creíble y verídico, lo que hace es pervertir la realidad de tal manera que la icción
se desarrolle como un aluente suyo. La pregunta que habría que responderse leyendo El Otro sería: ¿cuáles son
las reglas internas para que lo posible adquiera realidad sin que lo real aparezca quebrado?
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
129
momento el que parece explorar El Otro, ese instante en el que se actualiza el relato
del mundo con sumo cuidado de respetar su coherencia interna. Hace irrupción lo
múltiple22, a través de esos dos Borges que parecen ser extensiones de la realidad
del Borges escritor. Si El Otro es un cuento leibniziano, lo es en el sentido de que
habla sobre la conjugación de esos composibles, de la manera en que el mundo real
(del relato) todavía no se ha decidido por uno de ellos, lo cual dejaría a los otros en
el cajón de los deshechos, y se atreve a conjurar varios de esos composibles en un
tiempo y un espacio que es el de la icción.
Ahora bien, si El Otro también habla de incomposibles –que lo son en cuanto
que no pueden ser contemporáneos, puesto que están en diferentes lugares y en
diferentes tiempos a la vez– no es simplemente porque en el guión de la icción esté
escrito que esta tenga que hablar de cosas inventadas, que no pueden tener lugar en
una concepción más o menos racional del mundo. Un ejemplo de esta diicultad de
conjugar los incomposibles lo encontramos aquí:
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura
y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos
y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo.23
Es decir, la inlexión que supone la escritura se desarrolla como una exigencia
de esta imposibilidad, exigencia de detener el movimiento de la narración en ese
instante no determinable antes de la bifurcación, haciendo del libro un laberinto de
símbolos:
Un laberinto de símbolos –corrigió–. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro
inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años,
los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts’ui Pên
diría una vez: “Me retiro a escribir un libro”. Y otra: “Me retiro a construir un laberinto”.
Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto. (…)
El jardín de senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase “varios porvenires
(no a todos)” me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio. La
relectura general de la obra me conirmó esa teoría. En todas las icciones, cada vez que
un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la
del casi inextricable Ts’ui Pên, opta –simultáneamente– por todas. Crea, así, diversos
porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan24
22
23
24
En cuanto a lo múltiple y al pliegue (empecinándonos en que El Otro, así como otros cuentos de Borges, es
un relato barroco), seguimos lo apuntado por Deleuze: “Lo múltiple no es solamente aquello que tiene muchas
partes, sino aquello que está plegado de muchas maneras. Un laberinto corresponde precisamente a cada nivel:
el laberinto de lo continuo en la materia y sus partes, el laberinto de la libertad en el alma y sus predicados. Si
Descartes no ha sabido resolverlo, es porque buscó el secreto de lo continuo en recorridos rectilíneos, así como
el de la libertad en una rectitud del alma, ignorando la inclinación del alma así como la curvatura de la materia”.
Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 5. La traducción es nuestra. En El Otro, los múltiples Borges con los que
nos encontramos parecen ser pliegues distintos de una misma materia (el Borges real, el escritor). No se trata de
encontrar diversos personajes dentro del relato, ya que hay quizás uno solo. Sin embargo, ese mismo personaje
aparece “plegado de muchas maneras”.
Borges, J. L., 1993, El Otro, op. cit (nota 5), p. 317.
Borges, J. L., 1992, El jardín de senderos que se bifurcan, op. cit (nota 4), p. 67 y 68. En este relato, en el que
un libro caótico (en el cual sucede, por poner un ejemplo, que el personaje muera en el capítulo tres y viva en el
siguiente) resulta ser un laberinto, parecen darse algunas de las claves de la escritura de Borges. El artíice, Ts’ui
Pên, adopta simultáneamente todas las opciones que se le presentan, cosa que se podría decir de El Otro. Lo que
130
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
El libro es el laberinto, el lugar en el que se adoptan todas las posibilidades
simultáneamente. La escritura, al menos en Borges, parece ser la inlexión en la
que diferentes mundos (aquel del Borges de Ginebra y el del Borges de Cambridge)
establecen una relación de vice-dicción25.
2. 2 La segunda muestra que no hay igura exacta y sin mezcla
La escritura en Borges parece ser una inlexión, un punto no dimensional entre las
dimensiones que representa. La pluma del escritor argentino parece contener el
movimiento en el que distintas variaciones de una misma igura –él mismo– parecen
convivir y componerse. Pero, ¿de qué naturaleza es esta inlexión?, ¿qué es lo que
varía en ella? Hablando de la percepción en Leibniz, Deleuze nos dice:
…lejos de que la percepción suponga un objeto capaz de afectarnos, y de condiciones
bajo las cuales seríamos afectables, la determinación recíproca de diferenciales (dy/dx)
conlleva la determinación completa del objeto como percepción, y la determinabilidad
del espacio-tiempo como condición26.
Las dimensiones parecen ser así aquellas del objeto (en este caso, el objeto
narrado), y la determinación del punto no dimensional parece concernir el espacio
y el tiempo como condición de la percepción. Pero, ¿sería acaso el objeto narrativo
el que llevaría inherente su propia variación? Podríamos tomar como respuesta el
párrafo siguiente:
El espacio-tiempo deja de ser un estado puro para devenir el conjunto o nexus de
relaciones diferenciales en el sujeto, y el objeto él mismo deja de ser un estado empírico
para devenir el producto de esas relaciones en la percepción27.
25
26
27
habría que preguntarse es por qué mientras que el relato de Ts’ui Pên es caótico, precisamente porque no respeta
la coherencia interna de su propio mundo, el de Borges parece no levantar sospechas sobre su coherencia interna
o la composibilidad de lo múltiple.
Respecto a este tipo de relación, Deleuze establece que en Leibniz no se produce relación alguna de
contradicción entre los diferentes mundos posibles, sino de vice-dicción. El Adán no pecador contradiría al
Adán pecador, pero existiría otro tipo de relación entre el Adán no pecador y el mundo en el cual Adán ha
pecado efectivamente. Este tipo de relación no es ya de contradicción, sino de vice-dicción. Es a esto a lo que se
reiere la incomposibilidad de mundos posibles. El mundo en el cual Adán no ha pecado es incomposible desde
el momento en que hemos aceptado que Adán es pecador. Es entre los dos mundos entre los cuales se produce
este tipo de relación que resulta excluyente. Entre los dos mundos no habría, para Deleuze, contradicción
alguna, sino vice-dicción. La idea de que Dios elige en su acto creador entre una ininidad de mundos no sería,
como nos lo recuerda Deleuze, nada original, ya que la encontramos también en Malebranche, por ejemplo. Lo
que sí es original, sin embargo, es el trato que le da Leibniz a ello, llamando incomposibles a los mundos que no
pueden efectuarse a la vez (el de Adán pecador y el de Adán no pecador), llamando la atención sobre que esta
decisión se esconde misteriosamente en el entendimiento de Dios (Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 79).
Así, podríamos decir que, sin pretender decir que Borges es Dios, la relación que establece entre los mundos
de los dos Borges sería la de vice-dicción, y no de contradicción, pero para ello tendríamos que aceptar que los
dos Borges, el de Cambridge y el de Ginebra, no podrían cohabitar el mismo relato, cosa que no ocurre. De la
misma manera, es curioso cómo la propia escritura borgiana parece ser un método útil para escaparse de esta
incomposibilidad de diferentes mundos, ya que se sitúa (como ya hemos dicho) en ese momento anterior a la
decisión de Dios, a ese antes en el que Adán pecador y Adán no pecador son todavía meras icciones posibles
que cohabitan el espacio de la incertidumbre. No sólo que parece situarse en ese punto de indecisión, sino que
lo alarga y lo dota de sentido de tal manera que parece que la decisión ya se haya tomado.
Deleuze, G., 1988, op. cit, p. 118. La traducción es nuestra
Íbidem. La traducción es nuestra
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
131
Por lo que ahora la variación que parece producirse en el objeto parece ser la
propia del espacio-tiempo, el cual deviene el conjunto de las relaciones diferenciales
que se producen en el sujeto, y a causa de ellas el objeto varía también resultando
el producto de estas relaciones. Podemos decir entonces que la naturaleza de la
variación es diferencial y que aquello que varía es la condición del espacio-tiempo,
que a su vez hace variar el objeto y el sujeto. Pero en estas páginas Deleuze habla de
la percepción, siendo el último párrafo citado una respuesta a una posible objeción
(que hará Kant) que postule una pretendida trascendencia del entendimiento; la
postura adoptada por Deleuze critica el entendimiento ininito. Es cierto que el
ilósofo francés no está hablando sobre la escritura, pero ¿podríamos decir la misma
cosa de la escritura en el caso de El Otro? ¿Podríamos hacer de la escritura una
especie de percepción diferencial?
En principio, la escritura sería un movimiento no determinable entre puntos que
son de alguna manera dimensionales, por lo que serían determinables. Podríamos
hablar de un Borges determinado frente a la corriente del río Charles, y de otro
sentado frente al Ródano, ambos movidos por la mirada huidiza de Heráclito28.
El río parece convocar la imagen de lo múltiple que pasa y ofrece un trazo de lo
irrecuperable. El espacio y el tiempo en El Otro no son algo dado, inamovibles por
una imagen rectilínea y unidimensional, sino que más bien parecen ser un conjunto
de relaciones diferenciales entre dos edades y dos situaciones. El Borges del Ródano
y el del Río Charles no están determinados, de la misma forma que no se sabe si
lo que nos están contando está inspirado por el sueño (ese espacio anterior a toda
decisión sobre los composibles) o por la vigilia (cuando se ha efectuado la decisión).
Hemos utilizado anteriormente el término objeto para nombrar los objetos
narrativos a los que se reiere El Otro. Sin embargo, intentando evitar que esto
pueda entenderse como que los Borges propios del relato obedecen a algo así como
a una esencia del relato o de lo que deban ser los personajes de un relato, sería más
conveniente hablar de objectile29.
Los dos Borges del relato se determinan recíprocamente, de forma diferencial,
puesto que cada uno parece aglutinar las diferencias de sus propios recorridos vitales
(es sintomático que uno de ellos haya vivido más que el otro, diciéndole al más joven
qué hacer cuando ocurran ciertas cosas en su vida). Estas diferencias son alumbradas
durante el tiempo que dura el encuentro a través de la rememoración de algunos
recuerdos idénticos, lo cual no agota las diferencias, puesto que, a pesar de llamarse
de la misma manera, el relato es posible gracias que ambos objetos narrativos no
son el mismo, situados en dos puntos diferentes en dos momentos vitales diferentes.
Como asegura el narrador, «medio siglo no pasa en vano»: sus ainidades literarias
distan mucho entre sí, así como las apreciaciones sobre la familia, lugares o próximos
proyectos parecen irreconciliables. A ello habría que sumar que cada uno de los dos
piensa que, de ser un sueño, él sería el soñador, haciendo del otro un mero producto
de su imaginación30.
28
29
30
“Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto
ediicio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo
que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito”. Borges, J. L., 1993, El Otro, op. cit (nota 5), p.
313.
“El objeto no se deine ya más por una forma esencial, sino por alcanzar una funcionalidad pura (...) Llamemos
objectile a este nuevo objeto (...) es una concepción muy moderna del objeto tecnológico: no nos reenvía a los
comienzos de la era industrial en los que la idea del estándar mantenía una imagen de esencia e imponía una ley
de constancia”. Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 26. La traducción es nuestra
“Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él” Borges,
132
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
Sin embargo, habría un punto de inlexión a través del cual los pliegues de ambos
Borges parecen encontrarse; a través de este punto parecen asegurarse ambos que
lo que está sucediendo no es algo imaginario. Este punto es un verso de Hugo,
«L’hydre- univers tordant son corps écaillé d’astres», con el cual los dos se rinden a
la certeza de su encuentro imposible31. No deja de ser paradójico que la airmación
de la certeza del encuentro se halle en un verso de un poema. La escritura encuentra
así su certeza en la escritura misma, lo cual desvela la impotencia de narrar el sentido
de su encuentro literario o escrito en unas coordenadas ajenas a la literatura y la
escritura: al mismo tiempo que el lenguaje ofrece la posibilidad de hablar de sí
mismo, de las palabras y del sentido de estas, no hace sino ahondar en la impotencia
de los interlocutores para decir completamente y de una vez por todas el sentido
de aquello que decimos32. Cuando ambos Borges encuentran en el recuerdo del
verso de Hugo la prueba de que lo que están viviendo no puede verse afectado por
confusión alguna, en ese gesto se reconoce que el sentido de El Otro reside en otro
pedazo de ese mapa inmenso que suele ser la literatura, con lo que al mismo tiempo
que sucumbimos (Borges sucumbe y nosotros, en tanto que lectores, también) a la
imposibilidad de dar sentido a un relato sin ahondar, mediante otra narración (como
puede ser este artículo o el verso de Hugo) en ese mismo relato, también accedemos
a ver la inmensidad del lenguaje, así como de la escritura y de la literatura.
Lo que sucede es que no sólo la escritura de El Otro (su valor literario) parece
encadenado sin remedio a la escritura de otros libros, autores33 y relatos, sino que
el mismo relato parece verterse en su afuera, en tanto que es ese Borges –que no
aparece en el relato más que de manera oblicua– el que sostiene al relato y, por tanto,
a las dos iguras que aparecen en él. Reconocemos en el relato al escritor nacido
en Buenos Aires y muerto en Ginebra, autor de El Aleph, Ficciones, El Libro de
Arena, entre otros, lo cual hace comprensible para nosotros (más de lo que hubiera
sido si en lugar de Borges las dos iguras narrativas se hubieran llamado Antonio,
por ejemplo) el relato porque sabemos de la existencia de un escritor argentino que
encaja a la perfección con lo dicho en el cuento. El cuento adquiere su sentido, en
parte, de eso que no es escritura y que podría hacer referencia a los hechos vitales
de la persona llamada Jorge Luis Borges, y no solamente del personaje. Es en este
sentido que, además de los pliegues que cada Borges tiene en sí mismo, también
podríamos hablar de lo narrado en El Otro como diferentes pliegues de ese autor
que conocemos y que efectivamente existió. Parece que efectivamente no podemos
hablar de iguras exactas y sin mezcla alguna.
31
32
33
J. L., 1993, El Otro, op. cit (nota 5), p. 314.
“«L’hydre –univers tordant son corps écaillé d’astres» Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja,
saboreando cada resplandeciente palabra. –Es verdad –balbuceó–. Yo no podré nunca escribir una línea como
ésa. Hugo nos había reunido”. Íbidem, p. 317. El verso en cuestión, cuya lucidez hace comprender a los dos
Borges que nunca podrán escribir un verso parecido, se podría traducir por “La hidra –universo torciendo su
cuerpo escamado de astros”. Parece que en el cuerpo escamado de la hidra se revela toda la complejidad del
laberinto.
“En otras palabras, no digo jamás el sentido de aquello que digo. Aunque en contrapartida, sí que puedo tomar
siempre el sentido de aquello que digo como objeto de otra proposición de la cual, a su vez, no diría su sentido.
Entraría así en la regresión ininita de lo presupuesto. Esta regresión da testimonio al mismo tiempo de la gran
impotencia de aquel que habla, y de la gran potencia del lenguaje: mi impotencia de decir el sentido de aquello
que digo, de decir a la vez alguna cosa y su sentido, pero también el poder ininito del lenguaje para hablar sobre
las palabras”. Deleuze, G., Logique du sens, Paris, Éditions de Minuit, 1969, p. 41. La traducción es nuestra
Las referencias literarias (y por lo tanto lingüísticas) que aparecen en El Otro son numerosas. De hecho, todas
pretenden ser eso que tanto el Borges de Cambridge y el de Ginebra reconozcan como la prueba de que su
encuentro es real, aunque sólo el verso de Hugo alcance a ser taxativamente dicha prueba.
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
133
Cada uno de esos pliegues del escritor argentino, el cual se situaría en una especie
de metarrelato, vendría a ser un doble del mismo, cuyos mundos sí conoce el Borges
que está escribiendo. Aunque cada igura o personaje del relato tiene sus propias
intensiones, ambos (al no estar fuera del relato) también arrastran un mundo común
–aquel del propio escritor argentino–. Esto nos parece que es importante en cuanto
que hace del Borges de Suiza y de aquel del Reino Unido algo muy parecido a
unas mónadas leibnizianas, sobre todo si tomamos en consideración que estas
no tienen cada una su propio mundo, sino que expresan de una manera diferente
el mismo mundo. Aquello que las distingue en tanto que mónadas es su zona de
expresión clara, remarcada o privilegiada34. En este sentido, cada uno de los dos
es una variación de una misma igura expresada, aquella que está sentada en su
escritorio concibiendo el relato. Tendríamos en cierto sentido a Borges afectado
por el manierismo que Deleuze sospecha en Leibniz: las mónadas son maneras de
expresar el mismo mundo, aunque cada una con su propio grado de actividad. Ahora
bien, en este juego la mónada que obtendría ventaja sobre las otras sería aquella
que, pluma en mano, arrastra a las otras dos hasta el relato y las conjuga de manera
magistral. La determinación recíproca, mutua, entre esas dos mónadas, personajes o
dobles de ese escritor archiconocido, conforma el objeto literario de la narración. De
una manera similar a como en la percepción, según Leibniz, la determinación de los
diferenciales conlleva la determinación de un objeto perceptible, la determinación de
los dos Borges nos hace percibirlos como una misma cosa, o al menos dos versiones
de una misma cosa. Sin embargo, en el Leibniz de Deleuze se nos dice que esas
relaciones diferenciales se producen “en el sujeto”, por lo que habría que interrogar
a ese sujeto que se escribe inscribiéndose en el relato de qué tipo de entidades estaría
hablando. Por ello que la pregunta acerca del relato, de su sentido y de su objeto,
traiga como una rémora en su lomo la pregunta sobre ese sujeto escritor.
2.3 La tercera marca de sombra el lado convexo y libera así la concavidad de su
centro de curvatura
Si se puede decir de la escritura que es una inlexión es debido a que la concebimos
como acontecimiento, ya que la inlexión no es sino el acontecimiento puro. Debido
a que es tal acontecimiento, hemos podido decir que actuaba entre las dimensiones.
Ahora bien, si como dice Deleuze, ‹‹llamamos acontecimiento a aquello que adviene
a la cosa, ya sea porque esta lo sufre o porque lo lleva a cabo, hemos de decir también
que la razón suiciente es aquello que comprende el acontecimiento como uno de
sus predicados››35. La escritura sería aquello que adviene al objeto (a Borges como
material literario). Las dos iguras que se encuentran a orillas de un río son cosas en
el sentido que padecen (o llevan a cabo) el acontecimiento de la escritura: en tanto
que son narradas e inscritas en la variación del relato, sin que podamos determinar
a ciencia cierta si ese acontecimiento es algo que les llega de forma pasiva o si más
bien es algo que ellas provocan. Dejamos ahí la duda.
34
35
“Todas las mónadas expresan oscuramente el mundo entero, incluso si no lo hacen en el mismo orden…; es
su zona de expresión clara, remarcable o privilegiada”. Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 122. Traducción
nuestra.
Íbidem, p. 55. La traducción es nuestra.
134
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
De esta manera, el autor se comportaría como la razón suiciente de la que habla
Deleuze, una razón suiciente del acontecimiento que supone la escritura –aunque
quede en el aire la cuestión de si el hecho de envolver la escritura implica a su vez un
dominio consciente de aquello que se envuelve, es decir, de si el autor como razón
suiciente tendría plena consciencia del acontecimiento cuando lo está llevando a
cabo.
Pero, ¿cómo podemos decir que el acontecimiento del que hablamos está incluido
en la razón suiciente como uno de sus predicados? Para empezar, imaginamos que
Borges escribe un cuento, una icción, aunque aquello que es importante en El Otro
sea que se escribe a sí mismo, como hemos dicho ya. Borges cuenta una historia en
la cual él mismo es, por decirlo así, el personaje principal alrededor del cual gira todo
lo demás. Borges es objeto y sujeto de la narración. De esta manera el sujeto como
razón suiciente comprende, escribiendo, los objetos literarios como predicados
suyos. En ese movimiento de la escritura que se está produciendo, el cuento deja
de ser una icción para ser algo en lo que el autor se reconoce, ya que ‹‹la razón
suiciente es la inclusión, es decir la identidad del acontecimiento y del predicado››36.
Inlexión e inclusión son los dos sentidos en los que acontece el movimiento de la
escritura: el Borges autor se lexiona sobre el relato, prolongándose en él como un
tejido que se extiende en varios pliegues dentro de la grafía y, al mismo tiempo,
esos pliegues (esos Borges que hemos llamado material literario) están incluidos
en la idea del escritor argentino37. Por decirlo con palabras de Deleuze, aquello que
nosotros, lectores, vemos en la cosa (objeto narrativo), lo leemos en su concepto o
su noción (el Borges escritor).
Podríamos hablar del sujeto creador como un punto de vista ya que ‹‹el objectile
está envuelto y disimulado en la variación, así como la variación está envuelta en el
punto de vista››38. De esta manera la variación diferencial del objeto de la narración
contiene el objectile (es decir, este no se constituye más que en esta variación) de
la misma forma que el punto de vista del autor es el responsable de esta variación.
Los diferentes estratos de Borges que son el personaje que está sentado en el banco
de Ginebra y el que lo está en el de Cambridge, que expresan de forma diferente
la misma vida, con algunas experiencias comunes, pueden ser creíbles ya que el
punto de vista del autor las envuelve39. El punto de vista del autor es el responsable
de la variación que hay entre el Borges más joven y aquel que está en Cambridge.
Pero merece la pena detenerse un poco en ver de qué tipo es esta responsabilidad.
Primeramente, hay que señalar que ‹‹el punto de vista no es exactamente un punto,
sino un lugar, una posición, un sitio, un hogar lineal, línea resultante de líneas. Se
36
37
38
39
“la razón suiciente es la inclusión, es decir la identidad del acontecimiento y del predicado»; «Se va de la
inlexión a la inclusión como del acontecimiento de la cosa al predicado de la noción, o como de «ver» a «leer»:
aquello que vemos sobre la cosa la leemos en su concepto o su noción”. Íbidem, p. 55. Traducción nuestra.
“Hemos pasado de la curvatura variable al hogar de la curvatura (del lado cóncavo), de la variación al punto de
vista, del pliegue al envolvimiento, en otros términos, de la inlexión a la inclusión”. Deleuze, G., Íbidem, p. 30.
La traducción es nuestra.
Íbidem, p. 29.
Lo que pretendemos remarcar aquí es que esa vida, la del Borges joven y el que ya está acariciando la ceguera,
forman parte del Borges autor, el cual, gracias a que ha vivido más que sus personajes, puede dar cuenta de
ambos. No nos cabe ninguna duda de que si dentro del relato, en lugar de dos hubiese tres Borges de diferentes
edades –para lo que tendría que haber un cuarto fuera del relato–, tampoco lograrían sintonizar las valoraciones
de su vida, expresándola con diferentes claridades.
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
135
le llama punto de vista debido a que representa la variación o la inlexión››40. El
sujeto sería, en la percepción, aquel que viene a ocupar ese lugar, esa posición. En la
creación el sujeto sería el autor, aunque esto no es lo mismo que airmar que el autor
ha resucitado después de que alguien le matara –durante las vanguardias artísticas,
así como en la posmodernidad–, admitiendo que es la única fuerza que entra en juego
en la concesión de un libro –lo que supondría dar la razón a las editoriales cuando
organizan las irmas de libros de las ferias–. El autor, en cuanto que se conigura en
el acontecimiento de la escritura y no más allá –de la misma manera que el sujeto
perceptivo es tal en tanto que está frente al objeto de percepción, percibiéndolo– no
es más que una sombra41, una «voluntad de voluntad», como diría Derrida. La tercera
igura –la del Borges escritor– rellena de sombra el lado convexo, aquel en el que
se pliega el texto, al mismo tiempo que libera la concavidad del texto, que no es
otra cosa que el registro de los objectiles u objetos diferenciales de la narración. Al
igual que en la percepción la curvatura de los objetos se recogen en el ojo convexo,
sujetándolos aunque eso implique que se pierda de vista a sí mismo (que se llene de
sombra), en la escritura de El Otro la curvatura de la grafía y de la literatura del texto
es recogida por el sujeto-autor, el cual en ese acontecimiento acaba por perderse a sí
mismo, es decir, por resultar tan impersonal como un hueco sombrío.
Nos gustaría que se viese ahora por qué hemos hablado de la escritura –aquella
que pensamos que es la que se pone en juego en El Otro y en numerosas ocasiones
en los escritos de Borges– como si fuese un acto de percepción. La misma crítica
que lleva a cabo Deleuze sobre la trascendencia de un entendimiento ininito en
el acto perceptivo podríamos hacerla (y él mismo la hace) cuando hablamos de
la creación. En esta no hay más que una voluntad ininita, y no un entendimiento
ininito –aunque aparentemente, ya decimos, en las sociedades occidentales a los
creadores se les premie a menudo como garantes del entendimiento (sobre aquello
que escriben) más que de la voluntad. Debido a ello, el objeto narrativo de El Otro,
tal como hemos intentado hacer visible aquí, obedece a una funcionalidad, sin ser un
objeto puro, esencial. La funcionalidad implica una variación. Que el diálogo entre
los dos Borges tenga lugar frente a un río no es sino una metáfora de las variaciones
o diferencias de la escritura y de la percepción. La cosa no queda ahí, ya que al ser
El Otro un cuento autobiográico, objeto (u objetos) y sujeto aparecen ligados. El
objeto, el texto, es de alguna manera el espejo, aunque tan sólo pueda representar una
sombra; de ahí que los escritos autobiográicos contengan siempre una desconianza
implícita: la de la diicultad de ser iel a este género, que no es otra cosa que la de ser
iel a sí mismo, aunque a un sí mismo que yace en las penumbras de la memoria y
que tiene que ser rescatado por medio de la escritura, lo cual implica que ya es otro
diferente de aquel que el autor fue un día. El texto nos hace comprender al autor
por un juego de simetrías o de contrastes42. Esto implica que el sujeto en cuanto
40
41
42
Deleuze, G., 1988, op. cit (nota 9), p. 27.
«Todo escritor, todo creador es una sombra». Deleuze, G., 1990, op. cit (nota 20), p. 183. La traducción es nuestra.
Borges también alude a la igura impersonal del escritor: «Para las mentes clásicas, la literatura es lo esencial,
no los individuos. George Moore y James Joyce han incorporado en sus obras, páginas y sentencias ajenas;
Oscar Wilde solía regalar argumentos para que otros los ejecutaran; ambas conductas, aunque supericialmente
contrarias, pueden evidenciar un mismo sentido del arte. Un sentimiento ecuménico, impersonal». Borges, J. L.,
1992, La lor de Coleridge, op. cit, (nota 4), p. 235.
A propósito del cuento El Sur, en Ficciones, Borges hacía esta relexión en la edición francesa acerca de lo
que él consideraba una simetría o un juego de espejos en la icción: “Es mi mejor cuento y la primera parte es
autobiográica; es la historia de mi accidente. Usted puede tocar sobre mi frente, si quiere, la topografía o la
136
Fernández Bustos, G. Escritura e Imagen 13, 2017: 121-136
representado en sus textos no esté presente43. El problema de la escritura, y no sólo de
la autobiográica aunque sobre todo en ella, es un problema de representación, pero
también de percepción. El sujeto, al mismo tiempo que representa algo a través de
su pluma, se percibe en esa representación. Después de este ejercicio de percepción,
el escritor –y el lector, pues este no hace sino reescribir el texto, incorporándolo a su
propio existir– no volvería ya a ser el mismo. No importa si eso que se ha vivido ha
sido un sueño, puesto que si fuese así, seguramente nos despertaríamos con la lor
que alguien, en ese sueño, nos entregó44. Esa lor, acontecimiento puro, sería la lor
de la escritura.
3. Referencias Bibliográicas
Maurice Blanchot, L’espace littéraire, Paris, Éditions Gallimard, 1955,
Jorge Luis Borges. Obras Completas, Tomo II, Valencia, Círculo de Lectores, 1992.
Jorge Luis Borges. Obras Completas, Tomo III, Valencia, Círculo de Lectores, 1993.
Jorge Luis Borges. Oeuvres Complètes, Tome I, Paris, La Pléiade, 2010
Gilles Deleuze. Logique du sens. Les Éditions de Minuit. Paris, 1969.
Gilles Deleuze. Le pli. Leibniz et le Baroque. Paris, Les Éditions de Minuit, 1988
Gilles Deleuze. Pourparlers. Paris, Les Éditions de Minuit, 1990.
Gilles Deleuze. Critique et Clinique. Avant-Propos. Paris, Les éditions de Minuit, 2002
Gilles Deleuze. L’île déserte et autres textes (1953-1974), Paris, Les Éditions de Minuit,
2002.
Jacques Derrida. L’écriture et la différence, Paris, Points essais. 1967.
Gottfried Wilhelm (von) Leibniz, Monadología. Principios de Filosofía, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2001.
Gottfried Wilhelm (von) Leibniz, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Madrid,
Alianza Editorial, 1992.
43
44
orografía de este accidente››; ‹‹He escrito Dahlmann, nombre de origen alemán, porque yo soy de ascendencia
inglesa. Después, he mencionado el Sur, porque mi familia tenía propiedades en el Norte. Hay ahí un juego de
simetría o de contrastes”. Borges, J. L, Oeuvres Complètes, Notice et variantes. Paris, La Pléiade, 2010, pp.
1596 y1597. La traducción es nuestra.
“Vemos desencadenarse a la vez los elementos y los momentos de eso que llamamos una representación: su
sistema de identidad, de diferencia, de redoblamiento y de relexión, su espacio propio, hasta ese vacío esencial
designando al personaje para el cual la representación existe, el cual se representa a sí mismo, y sin embargo
no está presente”. Deleuze, G., L’Île déserte et autres textes, 1953-1974, Paris, Les Éditions de Minuit, 2002, p.
125. La traducción y la cursiva son nuestras.
“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una lor como prueba de que había estado allí, y si
al despertar encontrara esa lor en su mano... ¿entonces, qué?”. Borges, J. L., 1992, La lor de Coleridge, op. cit
(nota 4), p. 233.