Entre Fragmentos. Interpretaciones gomezdavilianas.
Alfredo Abad (Comp.)
Casa de Asterión Ediciones.
Pereira, 2017
NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA.
UN INTERLOCUTOR DE NIETZSCHE
Alfredo Abad
Leer a Nietzsche como respuesta es no entenderlo.
Nietzsche es una interrogación inmensa
(Gómez Dávila 2005c, 162)
De entre los libros de la biblioteca gomezdavilidana1, los de
Nietzsche tienen una presencia definitiva. Hallamos la obra completa en
la antigua edición Musarion que incluye las obras de Nietzsche y sus
cartas. Esta presencia del autor alemán dentro de las preferencias de don
Nicolás es significativa, no necesariamente por la presencia física de sus
libros en la biblioteca, sino ante todo por la presencia de su pensamiento
en la obra del colombiano.
Las alusiones directas a Nietzsche a lo largo de los escritos
gomezdavilianos son muy escasas. Sin embargo, el pensamiento del
escoliasta es una clara conversación que se enfrenta a la inmanencia
contenida en la finitud establecida por el filósofo de Rocken. Gómez
Dávila dialoga con Nietzsche porque ambos autores se enfrentan al
1
Un análisis detallado de la biblioteca de Gómez Dávila ha sido realizado por Michaël
Rabier (2013) quien puso igualmente a disposición el catálogo completo en la siguiente
dirección electrónica: http://picus.sns.it/index.php?page=Filosofo&id=313&lang=fr
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mismo problema: la trascendencia y su papel dentro del horizonte
humano. La arremetida de Nietzsche frente a la tradición confronta
indefectiblemente a Dios como concepto central de la metafísica de
occidente, y por supuesto, las derivaciones que de él se desprenden,
entre ellas la subjetividad, la moral, la verdad. No se trata sólo de un
aspecto en el que dos pensadores asuman una misma idea y den
resultados distintos desde sus apreciaciones. Como Nietzsche, Gómez
Dávila centra su atención sobre el occidente, ambos ofrecen un
panorama propicio para identificar su origen, su recorrido, su legado y
por supuesto, sus resultados.
Frente a ello, los diagnósticos, y claro está, la terapéutica, serán
completamente distintos. Nietzsche y Gómez Dávila realizan una
hermenéutica crítica de una tradición que no puede dejar de tenerse
presente, y aunque la recepción de esa tradición impone a veces ciertas
coincidencias, en realidad son muchas más las diferencias, a pesar de
que la lectura que el mismo colombiano realiza de Nietzsche no
involucre enteramente un rechazo del pensador alemán. En efecto, se
acoge su pensamiento como un ámbito nebuloso que le hace justicia por
completo. Es necesario examinar pues los puntos de acuerdo, las
disonancias y por supuesto, la propia interpretación gomezdaviliana en
la que Nietzsche aparece ante su perspectiva como una interrogación
inmensa, una fuente de perplejidad, una demarcación problemática.
Algunos puntos coincidentes, y contradictorios también, entre
ambos pensadores han sido ya tratados en algunas referencias previas
(Cf. Bibliografía), y por cuanto el propósito de este texto es abordar una
parte de la obra gomezdaviliana como respuesta al enfoque
nietzscheano, se considerará este aspecto teniendo primero presente la
ruta trazada por el nihilismo dictaminado por el filósofo alemán, de la
cual es preciso indicar el surgimiento de la postura de Gómez Dávila, es
decir, su condición reaccionaria como respuesta a una época signada por
el desmoronamiento de los valores trascendentes.
Los Escolios son un bastión antimoderno por excelencia dentro de
la filosofía contemporánea. Esta afirmación tiene un amplio respaldo y
está lejos de ser rechazada debido a la especificidad del pensamiento
reaccionario gomezdaviliano. Hay que añadir que este pensamiento no
se construye de manera análoga al reaccionarismo decimonónico.
80
Joseph de Maistre, Donoso Cortés y demás autores de esta tradición
operan desde otra óptica, su programa es religioso y político. Gómez
Dávila se encuentra en otro momento histórico, en el que si bien
coincide con los autores citados al objetar el pensamiento moderno,
también se ubica en un tiempo en el que el nihilismo ha evidenciado su
abrumadora experiencia. Más que una consigna política, la voz
gomezdaviliana es, además de la continuidad de una tradición, una
contestación frente al siglo XX, un alejamiento de su significación y del
sentido en él dado a través de todo el proceso acaecido en occidente. Por
eso el testimonio de los Escolios tiene una importancia capital, porque es
el dictamen de un pensador que ofrece un panorama en el que se pone
en evidencia todo el resquebrajamiento de una tradición. Esa clave para
leer los Escolios como espejo de una época define muy bien los aspectos
que le son propios. Por esa misma razón, puede leerse (no en todos sus
ámbitos claro está) como respuesta a esa otra obra que sintetiza el sentido
de una época y absorbe críticamente toda la tradición. Al sugerir que
Gómez Dávila elabora una respuesta a la obra nietzscheana, debe tenerse
presente que esta sugerencia es una posibilidad de lectura de la obra del
colombiano, y no un definido objetivo de la misma. Es claro sin embargo
que al conceptualizar el marco reaccionario, Gómez Dávila sí está
teniendo presente la actualidad en la que se encuentra y por ello, su obra
sí es una respuesta a una época en la que la enunciación de la muerte de
Dios se destaca ampliamente, en la que la metafísica dualista se pone en
entredicho. Frente a esta clase de experiencias, Gómez Dávila define una
muy clara, categórica y antagónica respuesta en sus Escolios.
ATEÍSMO Y NIHILISMO
La muerte de Dios y el nihilismo son dos fenómenos análogos cuya
consigna y especificidad se dan en el siglo XIX. El aspecto paradójico del
nihilismo se da porque procede del alejamiento de una mentalidad
ontoteológica derivada del racionalismo iluminista que al negar
inicialmente toda procedencia divina de la razón, y como tal, su
dependencia, termina eventualmente llegando a sus límites, en los cuales
se confronta a sí misma, imposibilitando una salida, desacreditando
81
todo fundamento y concretando así la puesta en escena de un hombre
signado en las fronteras de la finitud y la inmanencia. Lo que el
racionalismo ilustrado había considerado como salida se ha convertido
ya en un camino cuya elección demanda la confrontación de la razón
misma, aspecto este al cual Nietzsche confiere una atención suprema,
indicando la imposibilidad de una pureza, de una legitimidad de la razón
y como tal, el esclarecimiento de cómo un procedimiento que
inicialmente se da a la tarea de desestimar sus impurezas, termina él
mismo ilustrando la imposibilidad de que pueda llegar a limpiar sus
propios bajos fondos.
Al ilustrar los límites de la razón, Nietzsche prepara la vía para poder
considerar el advenimiento y conformación de los rasgos nihilistas. Estos
no pueden esquematizarse más que en el marco de una finitud e
inmanencia que gestan la ruptura y el desequilibrio propios de todo
sentido o intento de definición del mismo. La empresa nietzscheana
nace por ello en el seno de una trascendencia ya asumida como
imposible y en tal proceso, promulga lúcidamente los rasgos del
nihilismo, lo estima ante todo como un desengaño derivado del
derrumbamiento de las categorías de finalidad, unidad y verdad. El mundo
pues, carece de valor, se está ante un estado psicológico en el que se
pierde el coraje, se está inseguro, y se tiene “(…) vergüenza ante sí mismo
como si uno se hubiese engañado demasiado tiempo” (Nietzsche, 2008
11 [99])
Vale la pena resaltar un matiz supremamente importante en torno
al nihilismo en Nietzsche, tal como lo aclara Ferraris:
Nietzsche no entiende ya el nihilismo en su alcance original,
tal y como se había manifestado en la críticas de Jacobi, von
Baader, Chr. H. Weisse e I. H. Fichte a la filosofía del idealismo
alemán, sino que se vincula a una segunda historia en la que el
tema de fondo no es ya la ontología (la prueba de la existencia
del mundo externo y la superación de las hipótesis que afirman
que el mundo no es más que representación) sino la axiología
(la cuestión de la crisis de los valores y de la ausencia de sentido
de la vida) (Ferraris, 2000 6)
82
Esta apreciación no debe dejarse a un lado en tanto se quiera
precisar la orientación del nihilismo nietzscheano, pues la negación total
del mundo desde el campo ontológico nunca es afirmada por el filósofo.
Por el contrario, es a través del mundo mismo, en su ámbito
estrictamente inmanente claro está, como puede llegar a formular las
vías de escape de esa forma axiológica de nihilismo señalada arriba. Así
pues, la consideración se centra en el descrédito significativo y de
carencia de sentido al cual se aboca el hombre una vez pierde los lazos
que lo unen a un mundo trascendente. Justamente, la tarea propositiva
de Nietzsche se inscribe en el objetivo de identificar un sentido (o mejor
múltiples sentidos) a través del Übermensch dentro de los límites
definidos por una temporalidad no sujeta al compromiso teleológico.
Nietzsche no ve en el nihilismo un obstáculo sino todo lo contrario,
es un estímulo para acceder a una vida en la que la asignificación no se
estime desde una óptica negativa sino enteramente propositiva, de
acrecentamiento de las opciones, de las posibilidades. Esta amplitud de
perspectivas da al traste claro está con la opción unidimensional de una
consideración a través de la cual la trascendencia se haga objeto de
referencia. Es por ello que el ateísmo y el nihilismo, como presentación
axiológica, sugieren una imbricación, porque el desencantamiento del
mundo abocado por el abandono de la creencia en Dios señala la
imposibilidad de identificar cualquier acceso a todo fundamento y por
tanto, a todo indicio de seguridad. Ateísmo y nihilismo van de la mano
porque el primero garantiza la absoluta inminencia de una soledad que
no puede desestimarse a través de paliativos derivados de cualquier
estimación antropológica. Este es a grandes rasgos el definitivo aspecto
central por el cual Gómez Dávila confiere a la religión antropocéntrica
y al sentido que deriva de allí, una estimación poco menos que
deleznable.
Es a partir de una categoría estrictamente axiológica desde la cual
Gómez Dávila evalúa el nihilismo, definido en un mundo en el que el
alejamiento de toda trascendencia especifica su condición. “Si no se
suicida, el ateo no tiene derecho a creerse lúcido” (Gómez Dávila, 2005ª
387) Este escolio constituye un muy preciso indicio por el cual el autor
identifica la raíz del nihilismo, la carencia de un sentido último y
teleológico por el cual se consuma la existencia. El cuestionamiento no
83
se da a partir de la indagación de por qué existe lo que existe, qué
características tiene, sino para qué. Lo que aquí se reconoce es la
imposibilidad de significar el mundo de una manera coherente y
apropiada en la medida de distanciarse de un sentido último otorgado
por la divinidad. Esta es la consigna desde la que Gómez Dávila no
puede precisar una salida a la encrucijada planteada ante el despropósito
de no contemplar mayor amplitud que la nada a la que estaría abocado
un mundo carente de sentido. Por ello queda claro que el referente sobre
el que descansa la posibilidad de establecer un fundamento no puede
ser otro que Dios, pues no es posible concebir otra condición que pueda
legitimar la existencia, salvo la misma existencia en su eterno
desenvolvimiento, tal como lo estima Nietzsche.
De acuerdo con estos aspectos, es también dilucidador el siguiente
escolio: “No debemos concluir que todo es permitido, si Dios no existe,
sino que nada importa. Los permisos resultan irrisorios cuando los
significados se anulan” (Gómez Dávila, 2005ª 91) Al involucrar de nuevo
el ámbito axiológico se deslegitima aquí cualquier posible identificación
de un significado, de una valoración positiva, derivable de una
condición humana en la que no exista Dios como referente. Por ello
indica, en clara alusión a Nietzsche, que nada importa si Dios no existe.
En otras palabras, no existe una condición de posibilidad de encontrar
un sentido si no es identificable, cualquiera sea el acto, una perspectiva
trascendente que lo legitime. Perdida la creencia en Dios, de acuerdo a
Gómez Dávila, se pierde también la condición primera por la que se
habilita cualquier acto humano, en la medida en que no está ligado a
una esfera que lo extraiga de su esfera mundana. Muy a propósito se
refuerza esta idea cuando expone: “Dentro de la inmanencia pura, todo
es mero estar ahí. Sentido y trascendencia son sinónimos” (Gómez
Dávila, 2005b 281)
Una consideración muy distinta es la que ofrece Nietzsche cuando
desde su óptica, sentido y trascendencia no son necesariamente
equiparables. Por el contrario, la filosofía nietzscheana se inscribe en el
sentido que demanda la permanencia en la inmanencia, en la
transitoriedad como flujo eterno sin finalidad. Se encuentra en este
punto un esbozo de la tensión constante que mueve a Gómez Dávila
dentro de su abordaje de Nietzsche.
84
A propósito de la asimilación axiológica del nihilismo, Gómez
Dávila incluye en Notas un comentario en el que aborda la para él errada
y extravagante interpretación que realiza Nietzsche de la
fundamentación de la inocencia, cuando afirma que ella puede provenir
indistintamente de la santidad o de la ciencia2.
Hay frases de Nietzsche de las cuales apenas Homais parece
capaz. Así cuando afirma que el creerse hijo de Dios le permite
a Cristo un “Gefühl Völliger Sundlosigkeit, Völliger
Unverantwortlichkeit”, cosa que hoy, agrega, cualquiera puede
obtener “durch die Wissenschaft”.
Tan burdo desconocimiento de la diferencia esencial de los
matices morales no puede depender en un alma tan noble
como la suya sino de motivos especiales. Quizá lo que busca
Nietzsche en ese momento es la destrucción sistemática y
violenta de todo valor, un suelo limpio.
Entonces la sola polémica no basta, la crueldad es necesaria y
aun la estupidez. Ninguna injusticia parece, entonces,
suficiente.
Para mostrar qué asco de los valores existentes nos llena, la
mera negación no satisface nuestra sensibilidad irritada, el
escepticismo nos parece de una moderación risible y el burdo
dogmatismo de la ciencia conviene sólo a nuestra venganza.
Donde todo es hueco y bajo, la peor bajeza es sólo suficiente.
(Gómez Dávila, 2003 204-5)
En el anterior comentario, en donde Gómez Dávila compara a
2
El texto de Nietzsche está contenido en el § 144 del primer tomo de Humano demasiado
humano, cuando al hablar del santo y concretamente de Jesucristo, establece que éste:
“(…) se sentía libre de pecado; de este modo, con su imaginación –que no debe juzgarse
con mucha severidad pues toda la antigüedad bullía de hijos de Dios- consiguió llegar al
sentido de total inocencia, de total irresponsabilidad, a la misma meta que hoy en día
cualquiera puede obtener de la ciencia” (Nietzsche, 2014ª 141)
85
Nietzsche con Homais3, presenta su consideración como una burda
apreciación del ateísmo más vulgar. Sin embargo, la matiza luego al
intentar precisar qué es lo que estrictamente busca Nietzsche al declarar
la afinidad entre un atributo moral como la santidad y un proceso
positivo como el que proviene de la ciencia en relación al mismo objeto:
la inocencia. Gómez Dávila “justifica” parcialmente la actitud de
Nietzsche al indicar cómo éste busca fundar una instancia que ponga
entre paréntesis el contenido axiológico y por tanto, concentre en un
vacío radical las posibilidades de comprensión y extensión de ese
contenido al equipararlo con la ciencia. Ésta, de acuerdo a la estimación
gomezdaviliana, reproduce la vacuidad de todo valor en la medida que
resalta sólo la inmanencia fáctica, estrechamente ligada a un positivismo
radical. Lo que debe detallarse aquí es que precisamente en esa
inmanencia, en esa absoluta carencia del dominio axiológico, es donde
Nietzsche reconoce la posibilidad de la inocencia4. Por esta misma razón
Gómez Dávila valora la declaración de Nietzsche como un ejemplo de
crueldad y estupidez, y a pesar de que entiende su postura, no puede
sino rechazarla al estimarla en concordancia con la insignificancia de la
inmanencia.
RESPUESTAS AL NIHILISMO
La sabiduría silénica es quizá la primera muestra de un nihilismo
radical. Nietzsche la recuerda cuando inserta en El nacimento de la
tragedia la leyenda de cómo el rey Midas atrapa a Sileno y al preguntarle
qué es lo mejor para el hombre el sátiro responde “(…) Lo mejor de todo
es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser ser nada. Y lo
mejor en segundo lugar es para ti — morir pronto” (Nietzsche, 2011 346)
Aquí se prescribe una muy definida comprensión de una existencia
3
Personaje de Madame Bovary, (el farmaceuta) a quien puede considerársele
paradigmático como representación del ideario ateo y burgués del siglo XIX. En el
primer exergo de los Escolios aparece un comentario del mismo personaje cuando asume
la religiosidad de una anciana como ejemplo de fanatismo.
4
Aspecto que puede ligarse completamente a la idea de inocencia del devenir, la cual hará
parte de las condiciones en las que se reconoce el pensamiento maduro de Nietzsche.
86
carente de sentido. De acuerdo a Nietzsche, este pesimismo se ve
transformado por el arte griego al vitalizar un aspecto tan sombrío, al
transfigurar el sufrimiento y traducirlo en una afirmación que
potencializa la vida. Esta interpretación es una prefiguración de la salida
en la que justamente insiste Nietzsche tiempo después, cuando frente al
fenómeno del nihilismo dé una orientación propositiva en la que a
partir del arte, de un arte en el que la vida sea la misma obra, promulgue
su salida hacia el juego práctico definible en el Übermensch inscrito en la
transitoriedad de la inmanencia.
A pesar de la condición en la que Nietzsche orienta su filosofía, se
mueve en un ámbito caro a Gómez Dávila. Una consideración muy
distinta se ve reflejada en las alusiones explícitas a ciertos autores que
destacan un ideal más preciso frente al papel del hombre sin Dios.
“Helvetius, Holbach, Sade, Bentham, Marx, Freud, Sartre – la pléyade
de arcángeles sombríos, el canon clásico de mis imposibilidades
absolutas”. (Gómez Dávila, 2005ª 143) La presentación de estos autores
cumple con un denominador común: el alejamiento de Dios. ¿Por qué
Nietzsche no se incluye en esta lista de imposibilidades absolutas?
Precisamente Gómez Dávila escribe en Notas: “Hacer surgir la
trascendencia del seno mismo de la existencia empírica es la empresa
que arroja el cadáver de Nietzsche sobre las desnudas playas de la
demencia”. (Gómez Dávila, 2003 296) Generalmente, los fragmentos
dedicados a Nietzsche por parte de Gómez Dávila no son tan críticos, ni
remiten a un rechazo pleno. Por el contrario, tiene para con el autor una
receptividad amplia que establece un diálogo fecundo en el que ante
todo se identifica la complejidad y problematicidad inmersas en la obra
del alemán. Este fragmento implica una acertada y precisa exégesis del
ámbito propositivo de Nietzsche en el que se indica el límite ante el cual
se expone su empresa. Lo que Gómez Dávila describe en tan pocas
palabras da en el blanco frente a la dificultad mayor que exige el
compromiso nietzscheano de proponer una salida a la exigencia y
dificultad señaladas en el mundo empírico. Que de éste surja una
posibilidad de concretar una respuesta frente a la limitante de su propia
finitud exige un esfuerzo que Gómez Dávila ve representado en el
ámbito de una definición trágica plasmada en el derrumbamiento
espiritual de Nietzsche. Como es obvio, el diagnóstico gomezdaviliano
87
da al traste con la pretensión de encontrar realmente una posibilidad de
extraerse del nihilismo a que está abocada la existencia empírica sujeta
al devenir y la inmanencia. En ese sentido considera exánime la voluntad
expuesta a un mundo determinado por el aplastante peso de la finitud,
advirtiendo que tal voluntad está destinada al fracaso, heroico claro, de
un pensador inmerso en su laberinto. Las condiciones para evitar el
nihilismo ven así cerrados sus caminos, todos ellos conducen a la misma
imposibilidad de acuerdo a Gómez Dávila.
Cabe destacar no obstante, otro fragmento que implica la
problematicidad del abordaje de Nietzsche. En este se destaca cómo “La
ewige Wiederkunft nietzscheano es la única hipótesis que salve de la
muerte la totalidad concreta del universo” (Gómez Dávila, 2003 298) Si
bien tiene una óptica distinta al anterior, al menos en lo referente a su
aceptación, es claro que revela una interpretación no necesariamente
contradictoria con la presentación que se acaba de revelar en torno al
seguro naufragio derivado de la estancia del hombre en la mera
inmanencia. De hecho, considera el eterno retorno (ewige Wiederkunft)
como la única posibilidad de extraer de la finitud la concreción de lo
empírico. Es así posible considerar a un Nietzsche inserto en las fuentes
de la metafísica, de acuerdo claro a la interpretación del bogotano. No
es posible olvidar que su lectura está amarrada a su contexto ideológico,
el cual no es otro que la necesidad de identificación de un espacio
metafísico. Gómez Dávila interpreta a Nietzsche desde una
consideración en la cual “Todo es trivial si el universo no está
comprometido en una aventura metafísica” (Gómez Dávila, 2005 30)
No deja de atenerse a la coherencia propia del colombiano en esta
materia, el hecho de que esté atraído hacia la apreciación de Nietzsche
en tanto representa un intento por eximirse de la metafísica. Por tal
razón, es suficientemente claro que el interés por este filósofo no sólo se
evidencie en exponer su reserva frente al mismo, sino imprimirle un
sello que por supuesto, es bastante problemático. Gómez Dávila plantea
que el eterno retorno es la aventura metafísica propia del filósofo
promulgador del reino de las apariencias. Cabe al menos insertar esa
posibilidad, aunque no tengamos mayores detalles de qué entiende
propiamente Gómez Dávila por eterno retorno, idea en la que se
intensifica la dificultad de Nietzsche, y ante la cual existen diversas
88
consideraciones. Un escolio sin embargo, podría darnos la clave para
entender el sentido del eterno retorno.
“Nietzsche sería el único habitante noble de un mundo derrelicto.
Sólo su opción podría exponerse sin vergüenza a la resurrección de
Dios” (Gómez Dávila, 2005ª 172) Este escolio no sólo insiste en la
preocupación gomezdaviliana por pensar un mundo abandonado a su
suerte sin ningún soporte metafísico, sino que recalca en la idea de
asumir la postura nietzscheana como una opción cuya validez podría no
sucumbir, en tanto alternativa, ante la divinidad. Las convergencias
entre los pensadores, sobre todo a la hora de establecer sus conexiones
en materia de sus consideraciones aristocráticas5 pueden inferir muchas
otras relaciones que guíen hacia un sendero común, sin por ello claro
obviar las diferencias radicales entre ambos. El margen que Gómez
Dávila abre para con la aceptación de la opción nietzscheana es bastante
amplio. Es difícil concretar con exactitud a qué hace referencia el
colombiano cuando habla de ella, a pesar de eso, y conforme a sus
presupuestos reaccionarios y a la idea general que maneja sobre
Nietzsche, es probable que el escolio citado aluda al carácter metafísico
que derivaría de la visión nietzscheana, en tanto se asimile el sentido
ontológico que reviste la presentación del eterno retorno, o desde otra
óptica, la consideración trascendente que subyace en la idea de un
derrotero imperecedero en el cual todo se desenvuelve.
EL ABANDONO DE LA SACRALIZACIÓN
Además de lo indicado hasta el momento, es factible otra
consideración de las razones que mueven a Gómez Dávila para no
incluir a Nietzsche dentro de sus imposibilidades. Uno de los rasgos que
definen la condición reaccionaria gomezdaviliana es el señalamiento
constante por parte del autor frente a la desacralización del mundo como
aspecto fundante del hundimiento espiritual y cultural de la
modernidad. Justamente un escolio hace referencia al dominio carente
5
Véase al respecto Gutiérrez, Carlos B. La crítica a la democracia en Nietzsche y Gómez
Dávila en Ideas y Valores, No. 136. Bogotá, 2008.
89
de sentido que obtendría el hombre desprendido de sus fuentes
trascendentes. “Muerto Dios, a los pobres titanes no les queda sino
emprender la urbanización de la tierra” (Gómez Dávila, 2005ª 139) El
mordaz comentario precisa la imagen que tiene el autor de la condición
moderna marginada de Dios, envuelta por una esfera de intrascendencia
en la que el hombre no tiene mayor amplitud, más allá de la anodina
demarcación exigida por una cultura marchita.
A pesar de lo que podría establecerse en este sentido, Nietzsche no
desacraliza el mundo, todo lo contrario, exige de él una experiencia
altamente inmersa en una valoración que no permita que la vida se
juegue en derroteros vulgares, como los que se identifican en las
expresiones burguesas a las que tanto se refiere como ejemplos de la
estrechez moderna. La exigencia, descrita en su Zaratustra, por la que
conduce Nietzsche el derrotero del Übermensch, convoca a un modo de
vida en el que la comodidad y simpleza del ideario filisteo y burgués no
tienen cabida. Por supuesto, existen profundas diferencias en las
visiones de mundo que involucran los sentidos gomezdaviliano y
nietzscheano, mas es preciso indicar que su coincidencia dentro de la
crítica a la mentalidad moderna expresada en la desacralización, a partir
de la banalización burguesa y capitalista, tiene un muy estrecho vínculo
que une los derroteros de dos críticas enmarcadas en contextos distintos
mas cercanos en sus conclusiones y repugnancias frente a la
modernidad.
Desde El nacimiento de la tragedia Nietzsche ve los rasgos de la muerte
de la época trágica, en las costumbres establecidas por la comedia ática
nueva y en los manifiestos democráticos y vulgares que caracterizan la
tragedia de Eurípides, como signos de una época que no aspira a nada
grande, a nada grave. (Cfr. Cap. 11) La crítica que el joven Nietzsche
imprime en su libro no es ajena al presente que vive y por ello también
se inserta allí un indicio de la tonalidad extemporánea que caracteriza su
juicio sobre la cultura alemana, paralela al examen sobre el fin de la
tragedia. Justamente, los resultados de una visión optimista y racionalista
iniciada por el socratismo son valorados negativamente en tanto
suprimen el oscuro mundo trágico, impregnado de un sentido del todo
distinto al que le imprime la confianza en la razón. Desde una análoga
experiencia frente a la desconfianza en la racionalidad humana, Gómez
90
Dávila establece frente a la modernidad un rechazo ante la
preponderancia de la razón. Así, puede escribir “La tragedia moderna
no es la tragedia de la razón vencida, sino de la razón triunfante” (Gómez
Dávila, 2005ª 252) En un sentido análogo, Nietzsche presenta una
dimensión trágica opuesta al afán cientificista y positivista cuando
concibe la experiencia dionisíaca como consideración circunscrita a la
imposibilidad de clarificación y plenitud ontológica, epistemológica,
moral. Por supuesto, hay aquí una enorme brecha que lo separa de los
planteamientos del colombiano, no obstante, sus apreciaciones
coinciden desde vías distintas, cuando ambos resaltan la insuficiencia de
la razón y conciban en sus obras una fuente trágica desde la que se
rechace la posibilidad de introducir una clarificación racional del
hombre y del mundo.
Que el Dioniso de Nietzsche se enfrente al crucificado no es óbice
para que Gómez Dávila reconozca la divinidad del primero como
aspecto imprescindible dentro de los matices que requiere un mundo
sacralizado. De hecho, el rol que juega este pensamiento religioso griego
dentro de esta sacralización es un referente que Gómez Dávila establece
como fuente del cristianismo en algunos de sus escolios. En
concordancia con esta premisa, indicando la necesidad de presencias
que conspiren contra el esclarecimiento racionalista y cientificista que
Gómez Dávila tanto denuncia, expone: “No acusemos al moderno de
haber matado a Dios. Ese crimen no está a su alcance. Sino de haber
matado a los dioses. Dios sigue intacto, pero el universo se marchita y se
pudre porque los dioses subalternos perecieron” (Gómez Dávila, 2005b
41)
Es una constante en Gómez Dávila el hecho de sentirse ligado a la
sacralización del mundo procurada por el elemento religioso. En la
divinización de la existencia realizada por el pueblo griego, reverenciada
ampliamente por Nietzsche en su obra, Gómez Dávila encuentra una
prefiguración del cristianismo. Así lo deja plasmado en algunos escolios:
“Sólo es católico cabal el que edifica la catedral de su alma sobre criptas
paganas” (Gómez Dávila 2005a 132) “El paganismo fue prefiguración
cristiana. Dios nunca ha tenido más rival que el hombre” (Gómez Dávila
2005c, 121). Las fuentes del cristianismo se identifican de esta manera
en Grecia, no necesariamente porque las bases de la teología occidental
91
se encuentren allí, aspecto al cual Gómez Dávila no le presta mucha
atención ni interés, sino porque el sentido se encuentra en el ámbito
religioso, ligado estrictamente a la sacralización del mundo como
aspecto que ciertamente es el que se enfatiza en esta clase de escolios 6.
Ahora bien, el hecho de que coincida con Nietzsche en este aspecto no
significa que pueda otorgárseles a ambos pensadores el mismo propósito
en lo concerniente a este ámbito. Si bien ambos confieren un sentido de
veneración por la religiosidad del pueblo griego, y por el sentido que de
allí se desprende, los objetivos de dicha recepción son bien distintos.
Nietzsche encuentra en esta sacralización la ya indicada divinización de
la existencia7, la cual asume como un fin en sí misma, pues en ella se da
un sentido de concreción vital que no apunta a ninguna otra
especificidad, como la que sí cree ver Gómez Dávila al identificarla
simplemente como una prefiguración del cristianismo.
Desde esta perspectiva se configura la recepción que hace de
Nietzsche. En efecto, es claro que el acogimiento que da Gómez Dávila
a Nietzsche se centra en la posibilidad de encontrar en el último un
espectro metafísico que no necesariamente hay que juzgar como
descabellado, a pesar de la complejidad que una aseveración como esta
llega a generar. Tal como se sugirió más atrás a partir de la perspectiva
metafísica que cree encontrar en el autor alemán, la mirada
gomezdaviliana se centra casi siempre en una concepción general, a
partir de una lectura que por supuesto desestima muchos de los rasgos y
6
Al respecto pueden consultarse muchos otros escolios en los que Gómez Dávila
consigna la estrecha relación del paganismo griego con el cristianismo. Éste último no
podría entenderse sin la referencia que lo vincula a las fuentes primarias dadas en la
religiosidad griega. De hecho, él mismo se llegó a definir como un pagano que cree en
Cristo.
7
De hecho Nietzsche encuentra en el politeísmo no una prefiguración del sentido
religioso que podría haber acogido el cristianismo, sino justamente la prefiguración de
la amplitud y libertad espiritual del hombre, aspecto este que es totalmente contrario al
propósito de la religión cristiana. Cfr. (Nietzsche, 2014b §143) En otros contextos de la
obra nietzscheana la relación que hay entre el paganismo y el cristianismo se radicaliza
aún más, pues entre estas dos visiones de mundo se encuentra una brecha que
profundiza el antagonismo hasta el punto de considerar las posturas enmarcadas desde
una naturalidad del paganismo y una antinaturalidad cristiana. Cfr. (Nietzsche, 2008 10
[193])
92
matices totalmente contrarios a una sacralización enteramente
enmarcada en la perspectiva cristiana, tal como la entiende el
colombiano. Sin embargo, su coincidencia es más evidente cuando ante
el nihilismo que define la modernidad, Nietzsche y Gómez Dávila lanzan
sus dardos, el uno para definir un intento casi místico por dimensionar
el Übermensch; el segundo para desestimar cualquier posibilidad de que
el hombre logre llegar a buen término marginándose de la sombra de
Dios.
DESENCANTO Y NIHILISMO POR EL MUNDO MODERNO
A pesar de que el sentido de la ya citada sentencia silénica estipule
una noción absolutamente contraria a la confianza religiosa
gomezdaviliana, los indicios de un descrédito total del mundo moderno
configuran un pesimismo del que hace gala Gómez Dávila cuando se
enfrenta a cualquier precisión sobre ese mismo mundo. En el bogotano
se evidencia un pesimismo inscrito en la praxis del hombre moderno,
pues la oposición a los preceptos de la modernidad instituyen una vía de
denuncia por la que se niega toda consideración desde la que pueda verse
con buenos ojos la demarcación del hombre que se ha alejado de la
trascendencia para instituirse él mismo como suprema divinidad. La
exégesis de la modernidad realizada por el filósofo cumple entonces con
los rasgos que definen una apreciación nihilista de una condición
histórica que también en gran medida, coincide con las lacras culturales
observadas e increpadas por Nietzsche.
Antes de continuar con el esclarecimiento de un posible nihilismo
gomezdaviliano es necesario precisar qué se entiende por dicho
concepto, en vista de las posibles discrepancias que puede generar la
etiqueta de nihilista en un autor como el colombiano. Hay que tomar el
enfoque de Nietzsche como intento para dirimir el asunto. El huésped
incómodo llega a la puerta cuando la fe ha sido abandonada y
reemplazada por un pesimismo derivado del descrédito y la carencia de
norte, de criterio.
Como es usual en Nietzsche, el término nihilismo no tiene un
sentido unívoco. Además de indicar la absoluta desconfianza en los
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valores supremos, aspecto que justamente es el que Gómez Dávila
denuncia y por ello mismo, lo aleja de la posibilidad de etiquetarlo como
nihilista, el término es a veces utilizado por Nietzsche en el contexto de
toda creencia en una verdad, en un absoluto, y es por ello que el
apelativo de nihilista es usado por él para referirse al platonismo, al
cristianismo y a cualquier doctrina amparada en una creencia férrea, en
un mundo verdadero. Ambas percepciones se explicitan así:
Con el nihilismo caracteriza Nietzsche a la época como
marcada fundamentalmente por una falta de sentido. En
realidad, esta carencia de sentido es la consumación de un
proceso que ya desde un comienzo muestra rasgos nihilistas.
En efecto, la consagración de un mundo permanente como
mundo verdadero (el mundo del «ser») lleva ya consigo una
desvalorización del mundo inmediato como apariencia, al
mismo tiempo que instaura por encima de él algo que está
marcado de antemano por su propio vacío (Vermal, 2008 19)
No es de extrañar por qué Nietzsche entonces juzga nihilistas a
todas las aseveraciones que a lo largo de la historia han pretendido
encontrar un mundo verdadero que por supuesto, niega el valor del
mundo sensible o aparente, único mundo al cual Nietzsche da valor en
tanto no se introduce como contraposición al otro, sino como la única
posibilidad de identificar el sentido trágico, dionisíaco, artístico del
mundo. Desde este punto de vista, es posible decir que Gómez Dávila
sigue siendo tan nihilista como cualquiera que continúe soñando con
un mundo verdadero. Pero lejos de querer simplificar el problema, es
necesario indicar que Gómez Dávila, al margen de una desesperación
causada por la carencia de valores supremos, es decir, nihilismo en el
primer sentido, en su obra demuestra todo lo contrario, precisa de una
fe incólume que simplemente continua ligada a los valores eternos en
los que cimienta su concepción de mundo. Por tal motivo, sólo puede
aplicársele el apelativo de nihilista desde la segunda perspectiva en la que
Nietzsche concibe el proceso de negación del mundo aparente. Hecha
esta aclaración, Gómez Dávila puede inscribirse mejor como un
pesimista, un escéptico, pues estos apelativos constituyen de manera más
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coherente el punto de vista desde el cual nutre y construye su mirada
frente al mundo moderno, pues a pesar de que niega radicalmente los
valores instituidos por este mundo, no deja de aferrarse a los otros
valores, los cuales en efecto aparecen ante su ideal como auténticos
arquetipos que han sido desechados por la modernidad. En esta misma
línea interpretativa se concentra de manera muy sintética la aseveración
de Serrano al afirmar que “(…) la sombra de Dios se interpone entre lo
que podríamos llamar pesimismo gomezdaviliano y pesimismo nihilista”
(Serrano, 2013 76)
La negación, el escepticismo, el pesimismo gomezdaviliano se
amparan pues en una desconfianza absoluta frente a una cultura que
carece de norte, en vista de que los patrones clásicos se han abandonado,
y ello constituye lo que de manera simplificada Gómez Dávila llama
pensamiento reaccionario. Paralelamente, frente a este desasosiego y
pesimismo, se instaura una confianza plena inscrita en la pertenencia
gomezdaviliana a la fe católica. Paradójicamente, Nietzsche, amparado
en un objetivo totalmente opuesto, juzga también como decadente la
época actual y en ello coincide con el colombiano, a pesar de que sus
fundamentos y sus posibles expectativas muestren también una total
desavenencia.
La crítica frente al mundo moderno comparte en los dos autores el
reconocimiento de una época histórica signada por la decadencia, esto
los hace pues intempestivos. A pesar de que en esta decadencia ambos
registran los rasgos de una cultura degradada, es necesario precisar cómo
este reconocimiento se funda en dos idearios altamente discordantes.
Los rasgos negativos de la cultura occidental identificados por Gómez
Dávila están descritos a lo largo de toda la serie de sus escolios y enfatizan
el reemplazo ilegítimo de unos valores por otros. Nietzsche reconoce
también esos rasgos, pero los asume como productos que se identifican
con el afianzamiento de unos valores igualmente nihilistas que se
registran en una cultura altamente enferma, por ejemplo en el
capitalismo incipiente, el socialismo, el igualitarismo, la democracia. En
el primer caso, el gomezdaviliano, se trata de un rechazo de unos valores
en la medida en que no corresponden a los que se estiman verdaderos;
en el segundo, se rechazan no porque no correspondan a unos valores
verdaderos sino porque intentan legitimarse y crecer en los espacios y
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estructuras que posibilitaron los que se creían legítimos y verdaderos,
desconociendo la complejidad y pluralidad del mundo aparente, el
mundo trágico.
Así por ejemplo, cuando Nietzsche reconoce los ideales de unidad,
verdad y finalidad (Cfr. Nietzsche, 2008 11 [99]) como condiciones
registradas en los fundamentos de un mundo verdadero, anticipa de
igual forma cómo esas estructuras continúan estando presentes bajo
máscaras distintas, pues fenómenos como los que se acaban de describir
(democracia, igualitarismo, etc.), corresponden a reemplazos amparados
en los ideales referidos. Mientras Gómez Dávila presenta los rasgos de la
decadencia en la medida en que el hombre se aleja justamente de la
unidad, verdad y finalidad que representa la idea de Dios, Nietzsche
repudia la modernidad como derivación nihilista, comprometida con
los ideales de un mundo verdadero que si bien no está ya fundamentado
en los valores religiosos, continúa cimentándose en sus estructuras.
Lo que Nietzsche espera del hombre es que se margine de la
condición nihilista que sólo puede solventarse con la exigencia altísima
contenida en el ideal del Übermensch. Por eso, el hombre es para él un
propósito, y en tal sentido se pude comprender por qué Gómez Dávila
considere, en una síntesis muy esclarecedora sobre la relación que tiene
con el filósofo alemán, que: “Nietzsche es el paradigma del reaccionario
que claudica, adoptando las armas del enemigo, porque no se resigna a
la derrota” (Gómez Dávila, 2005b 128) La distinción así se torna más
diáfana, el diagnóstico gomezdaviliano sobre Nietzsche se expresa a
partir de la desconfianza que este último tiene del hombre (lo cual lo
hace reaccionario), mas se distancia cuando esa desconfianza se
convierte en esperanza de superación (las armas del enemigo) al fundar
un ideal humano alejado de la condición de creatura, especificado en el
Übermensch8.
8
Frente a esta idea hay que tener presente en todo caso la interpretación del
Übermensch a partir de los patrones de una ligereza vital en la cual no es concebible la
promulgación de un dominio, de un poder que le pueda otorgar confianza en una
posible integridad desde la cual estime su condición de pequeño dios, tal como aparece
en otras esferas derivadas de la muerte de Dios, distintas y ajenas de la complejidad
nietzscheana y enmarcadas en la presentación del Hombre como concepto distinguible
de la mentalidad moderna, centrada en la deificación antropológica. Nietzsche escapa a
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Esa contradicción y descrédito explícitos en ambos autores frente a
la modernidad, a pesar de que como se ha visto, deriva de impresiones
y propósitos distintos, conlleva a generar una estimación intempestiva
sobre la cultura, constituyendo así un ejercicio crítico completamente
necesario, si se entiende la filosofía desde la extensión problemática que
la circunscribe. Marginados de la cultura, del estado, de la universidad,
de lo políticamente aceptado por la modernidad, las obras de Nietzsche
y Gómez Dávila coinciden en la pertinencia de suministrar condiciones
para que la incomodidad constriña la placidez inmediata inscrita en la
medianía espiritual del hombre.
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esta presentación simplista de la modernidad por el grado de complejidad a que se aviene
el hombre envuelto en la brumosa condición de ultra-hombre. Por esta razón puede
indicarse: “Un yo, empero, que se dé cuenta de que es un efecto de superficie, y que
haga consistir su propia salud precisamente en este conocimiento, no podría ciertamente
ser un yo intensificado y potenciado, como se ha considerado a menudo al ultra-hombre:
por el contrario, es problemático si aún se le puede llamar, en cualquier sentido, sujeto.”
(Vattimo, 2012 132) Esta interpretación que sobre el Übermensch realiza el filósofo
italiano abandona la caracterización del hombre dentro de un ideal de autonomía moral
y suficiencia ontológica. Sólo una lectura superficial podría indicar la pertenencia de
Nietzsche a la modernidad cuando expone sus perspectivas del Übermensch y eterno
retorno. Lejos está de circunscribirse al manifiesto moderno típicamente humanista que
estipula una definición sustancialista del hombre. Por el contrario, la aspiración
nietzscheana establece una apertura en la que el hombre, ya sin centro o fundamento
alguno, se constituye como problematicidad, como aspiración y exigencia altísima, como
elevación no de una subjetividad, sino de una dispersión y amplitud de sentidos.
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