LA GUERRA EUROPEA: DICIEMBRE 1917
SUMARIO: 1. LA TRAGEDIA DE KALUSZ – 2. LA GRAVEDAD DEL MOMENTO ACTUAL – 3. EL MENSAJE DE WILSON – 4. ORLANDO EN PARIS – 5. PROTECCIÓN DE PRISIONEROS I – 6. CÓMO SE INICIÓ LA PAZ – 7. LA CONQUISTA DE JERUSALÉN – 8. EL DISCURSO DE LLOYD GEORGE – 9.LA CUESTIÓN DEL TONELAJE – 10. PATRIOTISMO Y BOLOISMO – 11. PROTECCIÓN DE PRISIONEROS II – 12. LA PAZ CON RUSIA – 13. DIVAGACIONES SOBRE LOS HEROES Y EL HEROISMO – 14. UCRANIA
DEL FRENTE ORIENTAL
LA TRAGEDIA DE KALUSZ
Ciudad ucraniana al sudoeste de la óblast de Ivano-Frankivsk. La primera referencia escrita a esta ciudad se encuentra en crónicas de Galitzia, en 1437. Formaba parte del Reino de Polonia y desde 1569 de la República de las Dos Naciones como consecuencia de la unión en un solo estado de Polonia y Lituania. Con la primera partición de Polonia en 1772 pasó a formar parte de los territorios de los Habsburgo, por lo que fue una ciudad austríaca y desde 1867 hasta 1918 austrohúngara, dentro del Reino de Galitzia y Lodomeria. Tras la Primera Guerra Mundial de acuerdo con el Tratado de Saint-Germain-en-Laye que desmembró Austria, formó parte de Polonia. Con la Invasión de Polonia al comienzo de la Segunda Guerra Mundial la ciudad pasó a formar parte de Rusia, anexión formalizada tras el triunfo soviético en 1945. Con la desintegración de la Unión Soviética la ciudad forma parte hoy en día de Ucrania. Kalusz fue el lugar de nacimiento del controvertido líder nacionalista ucraniano Stephan Bandera (1909 – 1959) Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Kálush
Kalusz, setiembre 1917
Kalusz. Al pronunciar este nombre parece como si se evocasen y apareciesen todos a una los mil horrores y vergüenzas de una guerra. El incendio, la devastación, el saqueo,
el robo, la violación, el asesinato. A ese nombre acuden en tropel, como la pesadilla de un calenturiento, las más espantosas visiones. Un pueblo en llamas; hombres enloquecidos, que corren por las calles buscando donde esconderse, que trepan por las azoteas, que salen por los tragaluces de subterráneos y bodegas, a los que se da caza como a lobos, como a perros, como a ratas; mujeres que dan alaridos de espanto y de dolor, pidiendo en vano, auxilio, implorando, inútilmente, gracia; niñas de corta edad, llamando con gritos agudos a sus madres, debatiéndose, como una avecilla en una mano malvada, entre los brazos de simios feroces. Y unos soldados, ebrios por el alcohol y la lujuria, agitando en sus manos las teas incendiarias, revocándose, como unos monstruos del infierno, en una bacanal de sangre.
La misma prensa rusa ha lanzado gritos de indignación, condenándola severamente, ante la “vergüenza de Kalusz”.
Hemos hecho un alto en la plaza del pueblo. Los puestos que servían para el mercado, están hechos astillas. Las casas, destruidas en su mayor arte. Ventanas y puertas, hendidas; los techos desplomados, las vigas al aire; las paredes que quedan en pie, ennegrecidas por el incendio; el interior de las habitaciones, lleno de escombros. En la plaza cae de lleno el sol. Es mediodía. Unos judíos vestidos de negro, con largos y astrosos gabanes, luengas y enmarañadas guedejas
1. Cabello suelto, especialmente el que cae sobre los hombros sin recoger ni trenzar; 2. Mechón de pelo de una persona y barbas, hablan en el centro de la plaza. Al vernos, cállense. Nos echan una mirada llena de curiosidad y de recelo. Luego cuchichean. Muévense, agitan los brazos. Parecen cucarachas.
Un hombre, bien vestido, sale de una casa cercana. Le hablamos. “Soy polaco”, nos dice, “y era rico. Tenía sesenta mil coronas y una casa, allá arriba. Hoy no tengo nada, soy pobre. La casa me la incendiaron; el dinero me lo robaron. Pero mi desventura es llevadera, porque yo no tenía ni madre, ni mujer, ni hijas. Salve la vida y me parece que con ella lo salvé todo”
El polaco nos habla durante largo rato de cosas horrendas. – “Hacia varios días que se luchaba al otro lado del río, algunas granadas habían caído en el pueblo. Una tarde se retiraron de aquí nuestras tropas. Preguntamos si había peligro, si debíamos huir; se nos dijo que no. Al día siguiente, por la mañana temprano, pasaron unos soldados alemanes corriendo por esas calles abajo, hacia la estación. Unos minutos después aparecieron soldados rusos, esos de la muerte, que llevan una calavera como distintivo, a los que se conoce con el nombre de “diablos rojos”. Traían granadas en las manos y entraban en las casas a ver si había en ellas soldados de los nuestros o de los alemanes. Las puertas que no se le abrían pronto, las hacían saltar en pedazos. Pero no mataron a nadie. Cuando se convencieron de que no había soldados enemigos en el pueblo, se fueron a la estación. Por la noche llegaron los cosacos…”
Al hablar de los cosacos, el hombre tiembla aún. – “Si no me quieren creer a mí, y yo les juro que les digo la verdad, vayan a visitar al rabino y a los párrocos ruteno y católico; son personas respetables y si quieren o se atreven a hablar, ellos podrán decirles más cosas que yo. Ellos les dirán qué clase de fieras son esos cosacos y qué han hecho con las mujeres y las niñas de Kalusz…”
Un hombre avanza por la plaza hacia nosotros. El polaco, bajando la voz, nos ha dicho: “Pregúntenles ustedes a ese hombre; era el gerente de una fábrica de cerveza que había en el pueblo; él sabe más que nadie…Es amigo mío, yo lo llamaré si ustedes quieren para que puedan preguntarle”
El hombre se nos ha acercado. Tenía los ojos inyectados en sangre, hinchados. Nos ha hablado durante largo rato. Pero no nos hablaba nada más que de la desventura ajena, de casos que él conocía. El colega argentino, que se mostraba sumamente irritado y que parecía hallarse en funciones de juez instructor. Le ha dicho al hombre: “Nosotros necesitamos ver a los interesados, hablar con ellos; no nos basta el que nos los cuenten otros”. El polaco daba muestras de gran agitación y miraba a su amigo como pidiéndole algo – “Estos señores son corresponsales de guerra de países neutrales…los rusos no volverán ya más…” – le he dicho.
El otro, después de unos momentos de vacilación, ha exclamado: “¡Pues bien señor, yo soy uno de esos casos! – Que nos han quemado nuestras casas no es necesario que se lo diga a ustedes, bien ustedes lo están viendo por sus propios ojos; que han saqueado nuestras viviendas y que nos ha robado nuestro dinero, todos se apresurarán a contárselo a ustedes. Pero que han ultrajado a nuestra mujeres y a nuestras hijas, todos se los dirán a ustedes refiriéndose, pero ninguno le confesará a ustedes su propia desgracia…Y se comprende, ustedes lo comprenderán; es dolor de ignominia, de ultraje, de infamia, y todos prefieren callárselo, porque ese dolor les avergüenza y abochorna, como una mancha que quieren ocultar a los ojos de todos. Y las mujeres porque son mujeres, las casadas por casadas y las solteras por solteras, y las niñas porque serán mujeres mañana…todas prefieren callarse. Las gentes son malas y el dolor que hoy, al revelarse, es acogido por todos con muestras de compasión y de lástima, mañana, cuando se acabe la guerra y nuestra vida vuelva a normalizarse, será como un borrón, como un estigma indeleble que todos señalarían con el dedo a través de las familias y de las generaciones…¿Comprenden ustedes por qué callan todos?”.
Nosotros hemos guardado silencio, hondamente conmovidos. El hombre ha continuado: “Pero yo les hablaré a ustedes, yo mismo soy uno de los casos – ¡quién no lo es en Kalusz! – y tal vez uno de los más horrendos. A principio me dio vergüenza y por eso no hablaba de mí, pero ya no la tengo. Quieren ustedes saber y creo que haría mal en callarme. Cuando empezaron a caer granadas en Kalusz, antes de que se retiraran nuestras tropas, yo me refugié con mi familia en los sótanos de la fábrica de cerveza de la que era gerente. Como eran grandes y amplios y ofrecían un abrigo muy seguro, vinieron a vivir a ellos varias familias vecinas nuestras, con colchones, mesas, sillas y utensilios de cocina. Los cosacos, que apenas entraron en Kalusz se pusieron a saquear y a robar por todas partes, dieron pronto con nosotros. Nos separaron: en uno de los sótanos pusieron a las mujeres y los niños y en otro a los hombres. Nos quitaron todo cuanto llevábamos y luego nos exigieron diez mil coronas, amenazándonos, de no entregarlas, con deshonrar a nuestras mujeres e hijas y matarnos luego a todos. Como nosotros no pudimos reunir las diez mil coronas, pues en conjunto logramos juntar unas mil quinientas, furiosos, creyendo que las teníamos pero no queríamos darlas, después de atarnos a todos los hombres y de tendernos por el suelo, fuéronse adonde estaban nuestras hijas y mujeres. Yo no sé cómo no enloquecí; entre los gritos y alaridos que daban las desgraciadas, yo reconocía las voces de mi mujer, de una hija nuestra de once años, llamándome para que las salvase. Luego, después que hubieron saciado largamente sus ansias feroces, sacáronnos a los hombres del sótano y nos llevaron a la calle. Nos iban a fusilar a todos sino entregábamos las diez mil coronas. Nuestras protestas, nuestros juramentos, nuestras súplicas, las de nuestras mujeres e hijos que habían salido detrás de nosotros y que se arrastraban de rodillas a los pies de aquellos malvados, intercediendo por nosotros, todo fue inútil. Uno de los encargados de mi fábrica, casado y con cuatro hijos pequeños, fue el primero que cayó, con dos balazos en la cabeza. Después de este asesinato, insistieron otra vez en que les diésemos el dinero. Como no lo dábamos, porque no lo teníamos, fusilaron a continuación a otros dos hombres. A esto, enterados los cosacos, yo no sé por quién, de que yo era el gerente de de la fábrica de cerveza, encaráronse conmigo particularmente. Pero para ellos yo no era el gerente, sino el propietario de la fábrica; yo debía ser rico, por lo tanto, y yo era quien debía entregar el dinero. Mis protestas y mis súplicas fueron vanas. No me sirvió de nada el jurarles que el propietario estaba en Lemberg, que yo era solamente el gerente y que no tenía más dinero que el que les había ofrecido. Disposiéronse a fusilarme; viéndome perdido, aprovechando un momento en que ellos rechazaban a culatazos a mi mujer y a mi hija y a otras mujeres, di un salto y me metí por la puerta de una casa que había enfrente. Persiguiéronme durante largo rato tratarme de darme caza por los tejados, pero habiendo logrado salir del pueblo y escondiéndome en unos cañaverales, la noche vino pronto en mi auxilio y pude salvarme…” –
¿Y su hija? – le ha preguntado el oficial que le acompañaba – “Medio muerta está”, ha respondido el mísero; “y tal vez se me muera…¿Quieren verla ustedes?” – Yo he dicho rápidamente que no, y mis compañeros han asentido.
El viejo párroco ruteno, un señor obeso y bondadoso, que se expresaba difícilmente en alemán, aunque haciéndose entender perfectamente, nos ha estado hablando durante más de una hora. Un hermano suyo que estaba allí presente, un señor también de edad, había recibido, a través de la puerta de la sacristía, un balazo en una mano. Los cosacos se habían bebido todo el vino que tenía guardado para celebrar sus misas. Pero nada más; había tenido alojado en su casa a un oficial de cosacos y la presencia de éste le había librado de mayores excesos. Nuestro colega argentino, que demostraba un especial interés en los horrores cometidos con el sexo débil, le ha preguntado al viejo párroco si podía, de no impedírselo el secreto de confesión, darle algunos nombres con que poder avalorar su información a los ojos de sus lectores. El anciano sacerdote ha dicho que no, que no podía, por impedírselo, en efecto, el secreto de confesión, pero si podía decirle, sin revelar nombres ni circunstancias, que en Kalusz, “en una casa si y en otra no”, habían cometido los cosacos infamias de aquella clase. Cuando ya nos despedíamos, de pie el párroco en la puerta de su casa, nos ha dicho, con severo acento, y pronunciando lentamente sus palabras: “He acusado a los rusos, pero no he acusado todavía a todos. Delante de ustedes yo acuso también a los nuestros, a los soldados húngaros que entraron en Kalusz al irse los rusos y que también se entregaron, sin reparar en nuestra tragedia, a muy lamentables excesos”
Al regresar a la casa del mercado, después de hablar con muchas personas que nos confirmaron todo cuanto ya sabíamos, añadiendo algún caso o detalle nuevo, nos hemos acercado al grupo de judíos que todavía estaba allí, dispuestos a trabar a conversación con ellos. Al principio han contestado con recelo a nuestras preguntas, mirándose unos a otros, desenmarañándose las greñas de sus barbas o retorciéndose las guedejas que les colgaban de las sienes. Luego han sido ya más expeditos y por fin, hablando todos a la vez, moviendo mucho los brazos y hasta cogiéndonos de vez en cuando por las solapas, para que mejor les escuchásemos, o para que mejor nos convenciésemos, sin necesidad ya de que les hiciésemos preguntas, nos han contado más de lo que nosotros deseábamos saber e íbamos buscando.
Estaban los israelitas sumamente irritados, furiosos, coléricos. El saber que éramos periodistas neutrales les había desatado las lenguas y abierto de par en par las puertas a la cólera que tenían contenida en sus pechos. Como el oficial, nuestro guía, se había ido a prevenir los automóviles, los judíos, si bien pidiéndonos por Abraham y por Jacob que no los comprometiésemos, se han despacho a su gusto y cuanto les ha venido en gana. Lamentábanse todos ellos de haber quedado arruinados y más que los mismos cosacos echábanle a sus mismos soldados la culpa de todo.
“Nuestros soldados” – gritaban todos en coro – “se marcharon por la noche, sin advertirnos de nada. Por la mañana siguiente, cuando nos despertamos, ya estaban los rusos dentro. ¿Por qué, por qué no nos advirtieron los nuestros? Nos hubiéramos marchado a tiempo del pueblo, con nuestras familias, con nuestro dinero, nos hubiésemos evitado el que los cosacos nos robasen, nos deshonrasen y nos asesinasen luego. ¡Ah, por qué, por qué no nos advirtieron los nuestros!”….
Nuestro colega suizo les ha dicho: “Tengan la bondad algunos de ustedes de darnos sus nombres; pensamos contar todo esto, porque es justo que se sepa, y con algunos nombres irá mejor, se les prestará más crédito”. – Los judíos se han callado todos a la vez, lanzándonos unas miradas llenas de miedo. Algunos han vuelto las espaldas, como si quisiesen ocultar sus rostros. Pero uno, que apenas si había hablado hasta entonces, de grandes barbas negras y penetrantes ojos, adelantándose hacia nosotros, ha dicho, con firme acento: “Yo les daré a ustedes mi nombre. Yo me llamo… y tengo una carnicería aquí en esta plaza. Es decir, la tenía. Yo no tengo miedo. Sé que ustedes no dirán lo que yo les diga, porque ustedes, los periodistas, no cuentan nada más que los que les conviene. Me da lo mismo. Pero quiero que ustedes sepan algo, quiero que sepan ustedes que nosotros, los judíos, somos hombres también. Y que sin embargo se nos trata como perros. Pagamos impuestos, mayores impuestos que los demás; somos útiles al Estado, porque somos laboriosos y emprendedores; se nos llevan nuestros hijos a la guerra –uno he perdido yo ya y de otros dos no sé cuál es su suerte; pero nosotros, si tenemos los mismos deberes que los demás ciudadanos, no gozamos de ninguno de los derechos de que disfrutan los otros. Somos parias, somos perros. Se nos exprime el jugo y encima se nos desprecia y se nos aborrece. ¿Es esto justo, es esto humano, es esto moral? ¿Por qué no nos advirtieron nuestros soldados que iban a entrar los rusos a Kalusz?... Para que los cosacos tuviesen con quien cebarse, para que nos exterminasen a todos y ahorrarse ellos ese trabajo?”
Nosotros le decimos que tampoco avisaron a los rutenos, a los ucranianos, a los polacos, a los demás habitantes no judíos de Kalusz. El nos interrumpe: “No lo hicieron porque creyeron que con los demás no habían de meterse los rusos, que son parientes de raza. Para que acabasen con nosotros, con los judíos únicamente. Pero esta vez los cosacos han sido justos, con todos han hecho lo mismo…Y ya tienen ustedes mi nombre, el nombre de un judío que no tiene miedo porque tiene razón…Pero, ¡qué van a decir ustedes! ¡Qué van a decir ustedes! …Ustedes no dirán nada, o dirán que la culpa la hemos tenido todos nosotros”.
Y el israelita nos ha mirado con rencor y con desprecio…. – ENRIQUE DOMINGUEZ RODIÑO – La Vanguardia, domingo 02 de diciembre de 1917, sección “La Guerra Europea”, p. 16
CRONICA EXTRANJERA
LA GRAVEDAD DEL MOMENTO ACTUAL
El momento es crítico; se avecinan grandes acontecimientos; estamos en una de las fases más interesantes del conflicto mundial, y hay tantos asuntos para tratarlos en una crónica extranjera, que el cronista vacila y no sabe decidirse. Como que todos tienen conexión y es difícil sacarlos uno á uno, como las cerezas de una cesta, que se enredan igualmente que las palabras. Sobre cada momento de esta monstruosa guerra se podría escribir un libro, y el momento actual es acaso el más complicado, por lo que se siente venir a continuación por el cambio brusco que puede producirse en veinticuatro horas; porque se ha cargado de ambiente de modo que parecen próximos é inevitables los acontecimientos decisivos.
La endiablada cuestión rusa ha tenido derivaciones infinitas y ha cambiado el aspecto de las cosas de tal suerte, que desde las sesiones del Reichstag á los comentarios de la prensa aliada sobre los últimos éxitos militares, se advierte en todo la mutación, y hay entusiasmo donde antes había abatimiento y dudas crueles donde parecía haberse afirmado la seguridad más halagüeña. El lenguaje usado por el conde Hertling y von Kühlmann, en sus discursos respectivos, se adivina fortalecido por las circunstancias, que parecen propicias a las potencias centrales, y al mismo tiempo, mientras en Prusia se continúa trabajando a toda prisa por el armisticio y los hombres de la Entente conferencian en París, también a toda prisa, lucha Italia desesperadamente para afirmarse en su reacción patriótica; gime Rumania al verse desamparada y en peligro inminente de sucumbir; Grecia y Serbia ven ensombrecerse asimismo su horizonte; en Francia se complica el desgraciado asunto de los derrotistas; la causa de la Entente sufre un golpe moral con la publicación de los tratados secretos emprendida por el osado Trotsky en Petrogrado, y los socialistas de toda Europa, sobre cuyo animo había de influir poderosamente la actitud de los compañeros rusos, se agitan otra vez y reanudan su campaña por la conferencia pacifista de Estocolmo.
Es de tener en cuenta la opinión expuesta por Hans Vorst en el Berliner Tageblatt sobre las consecuencias de una victoria maximalista en Rusia: “El fin más inmediato por el cual trabajan los bolcheviques es la revolución social extendida por el mundo entero. Las negociaciones de paz que han intentado parecen estimarlas como un medio para llegar á este fin”.
El efecto se está viendo en los nuevos bríos que toma la Internacional. Aprovechando estos momentos de general confusión y grande alarma, los socialistas de los países neutrales y beligerantes otra vez intentan reunirse y elaborar un programa de paz que impondría a los gobiernos el proletariado organizado. Los daneses han dirigido un llamamiento al leader holandés Troelsta, quien jugó un importante papel en la comisión socialista holandés – escandinava; por otra parte, se activan las gestiones hechas cerca de los partidos socialistas de Inglaterra y Francia. El órgano de los demócratas daneses afirma rotundamente que “se trata de activar el trabajo en favor de una paz general”, que
Suponemos sería la paz democrática propuesta por los rusos.
A los germanos, deseosos de paz, les favorecen estas campañas, que no creen peligrosas para ellos. La revolución social, temida por Hans Vorst, opinan los prohombres de Alemania que no penetraría en su país, si el imperio quedaba airosamente, haciendo la paz cuando sus ejércitos ocupan extensos territorios del enemigo. Para Alemania, el fin inmediato de las propagandas socialistas es el desfallecimiento de los pueblos de la Entente en su voluntad de vencer. La energía moral sobrepasa los límites de la resistencia física, y estiman los germanos que hay que debilitar la moral del enemigo -y que los socialistas pueden contribuir a ello inconscientemente pero con eficacia. Ejemplo: Rusia.
Pero quizás se pasan los alemanes de optimistas al mirar la descomposición de Rusia como un hecho sin consecuencias, fuera de las inmediatas que tanto han favorecido a los Imperios centrales y tan grave conflicto han creado a la Entente. En esta guerra horrible luchan las ideas tanto como los intereses materiales, y aunque al fin los gobiernos se desentendieran de las ideas y las menospreciaran como fantasías – como ya lo ha hecho en Francia Clemenceau, al calificar de utopía la soñada sociedad de las naciones – los pueblos se han encariñado con sus sueños y pueden discrepar en su opinión de los estadistas. Con tanto hablar del ideal, y del derecho, y de la libertad y de la justicia, se ha creado la ocasión oportuna para todas las reivindicaciones, dándose al socialismo una fuerza temible hoy y abrumadora tal vez para el día de mañana. Los defectos de la democracia que siguió a la revolución francesa quieren corregirlos los actuales revolucionarios rusos. ¿Quién sabe adónde pueden llevarnos sus delirios propagados por la Internacional? Muy bien que fuera a la paz; pero ¿y después?... Alguien ha dicho en Alemania que el militarismo triunfante es la única garantía que le queda a la sociedad contra la anarquía. Esto es poner a la sociedad entre la espada y el fuego, y lo importante es averiguar cómo ha de morir, si entre las llamas ó acosada por las bayonetas.
¿No resulta extraño, desconcertante, y sería en otra ocasión hasta inconcebible que en los momentos actuales, es decir, en el cuarto año de guerra, no se haya dicho aún categóricamente cuáles son sus fines? Dos opiniones luchan hoy en Francia y giran alrededor de este punto de capital importancia. Una opinión es la que representa Clemenceau, que sólo cree en la victoria. “Estamos en guerra”—dice, —“sólo una cosa es importante: vencer”. Nada de ideologías; no hay por qué penetrar las intenciones de los beligerantes. Vencer al enemigo es lo único que debe interesar al país; sólo el triunfo tiene un valor positivo. Pero los fines de la guerra, en el cuarto año de lucha, ya no son una ideología, sino algo consubstancial del ardimiento para proseguir en los enormes sacrificios impuestos por la guerra. Se ha de saber por qué se lucha y adonde se va; qué se quiere con la victoria, aparte de la derrota del enemigo.
Con la publicidad dada a los tratados secretos con Rusia, la cuestión de los fines de la guerra se agudiza y los socialistas encuentran propicio el momento para re anudar con más ardor su campaña. Una campaña a favor de la paz, es cierto, pero que deja entrever complicaciones sociales cuyo alcance comienza a dar motivo para que sienta el mundo profunda inquietud, adivinando el caos detrás de la guerra – JOE – La Vanguardia, martes 4 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 8
CRÓNICA EXTRANJERA
EL MENSAJE DE WILSON
Pasó ya el tiempo de las rectificaciones del presidente Wilson, quien después de haber seguido los caminos tortuosos que le impuso la política interior de su país, encuentra despejada y recta la vía por donde avanza su obra personal, esa obra que se supone gigantesca y que, se dice, le dará un puesto en la historia á la altura de Cleveland y Lincoln.
Para el pueblo norteamericano, más todavía que para Europa, Wilson ha sido un personaje desconcertante y maravilloso. “No es una exageración”—advierte uno de sus críticos— “presentarle como una maravilla de la guerra”. Hombre de paz, según su programa de la campaña electoral; enemigo decidido de la intervención mientras necesitó de esta plataforma para triunfar de Hughes, su rival, ha sabido calcar su pensamiento en el ánimo sensible de su pueblo, que fue pacifista intransigente y es hoy, por obra y gracia de Woodrow Wilson, partidario de la guerra, campeón en la lucha por la democracia, defensor de los débiles y representante de la generosidad llevada al heroísmo.
Por supuesto que en ello entra mucho la literatura, pero hay un hecho cierto, que no admite réplica y tiene algo de milagroso: el pueblo más negociante y práctico del mundo, se lanza a la más peligrosa de las aventuras, arrastrado por un hombre que habla como un pastor protestante y gobierna como un dictador. Podía esperarse, visto el giro que han tomado los acontecimientos, una rectificación de la política guerrera de Wilson, por efecto de la reacción del pueblo norteamericano a favor de su antiguo aislamiento y de la doctrina de Monroe; no ha sido así: Wilson, en su último mensaje, vuelve a sus fervores místicos a tiempo que levanta más en alto la espada, y con un nuevo gesto gallardo, pide la declaración de guerra a los austríacos, a los búlgaros y a los turcos, jurando no quitarse la celada mientras la política de Prusia no caiga deshecha y quede el mundo liberal y democrático libre de enemigos.
El antiguo presidente de la Universidad de Princeton no es el idealista que en él ven algunos, no es apóstol exaltado, a pesar de sus maneras de predicador y de sus frecuentes invocaciones a la ayuda de Dios. Es sobre todo un político sagaz, que logra conducir a un pueblo porque antes supo conmoverlo. Es un gobernante fino, astuto, ambicioso de gloria a la vez que apasionado en sus creencias; pero tan hábil y con dotes tan extraordinarias para el mando, que su política personal, siendo absolutamente opuesta a la política americana, es la única que cuenta en los Estados Unidos, atrayéndose sobre sí la atención de todo el mundo.
Los Estados Unidos no querían intervenir en la guerra Europea; no encontraban motivo donde fundar la intervención ni sus sentimientos eran inclinados a una aventura. Cuando la campaña electoral, Wilson levantó la bandera de paz y buscó el apoyo de los no intervencionistas. Tenían éstos una mayoría abrumadora, y Wilson pudo así ser reelegido presidente. Le había servido la guerra de argumento electoral y fueron muchos los discursos donde condenó todo entusiasmo belicoso. “¿Podéis decirme á lo que conduce la guerra actual?” preguntaba á los electores de Cincinnati. Y añadía: “Si lo sabéis, hacedme la merced de decírmelo, porque hasta ahora a nadie encontré que supiera explicármelo”.
Había de ser él quien la explicara más tarde al mundo, adoptando una actitud de predicador evangelista, árbitro de los destinos de Europa y ofreciéndose como paladín defensor del derecho y de la libertad de los pueblos oprimidos ó amenazados.
Triunfó en las elecciones y siguió siendo pacifista a gusto de sus amigos y partidarios. Todavía en enero de este año, en un discurso dirigido al Senado, dijo que debía trabajarse por una paz sin victoria, lo cual produjo en la Entente alguna inquietud, pues siendo los aliados quienes pedían la derrota absoluta del Imperio alemán, creyeron a Wilson conquistado por el conde Bernstorff. Pero no es el presidente hombre para sucumbir a influencias extrañas. Los que ridiculizaron sus famosas notas, al gobierno de Berlín, tan complicadas, tan retorcidas y obscuras, no vieron que Wilson iba insinuando con tacto finísimo su política.
Y he aquí cómo se expresa un comentador francés: “Lo que pareció imposible a los que conocían América, Wilson lo ha realizado. Ha triunfado de la oposición, de los intereses de su propio partido, de las rivalidades de razas, del alejamiento, da la indiferencia del Middle Westerner por el viejo mundo; él ha hecho aceptar a los negociantes de Chicago y de San Luis, a los hacendados de Kansas y de Iowa, la idea que finalmente se ha tenido del aislamiento y de la doctrina histórica de los Estados Unidos. El les ha dicho cuáles son los fines de América al tomar parte en la guerra más terrible que registra la historia”.
En suma: ya no hay Estados Unidos para opinar y decidir sobre política internacional; hay un hombre desbordante, que habiendo obtenido del Congreso poderes que no se conceden ni a un soberano, obra por su cuenta y sigue sus inspiraciones, uniendo a su suerte la de uno de los pueblos más poderosos de la tierra. Y su energía no encuentra límites: hace la requisa de navíos; interviene los astilleros, los grandes establecimientos industriales, la propiedad privada; ordena la construcción de una inmensa marina mercante y aumenta la potencia de la flota de guerra; prepara un gran ejército para enviarlo a Francia o impone restricciones a la alimentación de su pueblo; suprime los periódicos cuando lo juzga conveniente y persigue implacable a los pacifistas que le ayudaron a subirse a la silla presidencial. Es un dictador ante cuyas condiciones excepcionales el país se entrega y hace la renuncia de sí mismo, dispuesto a seguir al presidente, contagiado de su entusiasmo.
Y el último mensaje de Wilson es la declaración de ese hombre extraordinario, que se entrega por entero, en todo cuanto es, cuanto puede y cuanto representa, a la causa de la democracia, la que él cree la más justa y de la que espera su propia.
El gesto no puede ser más gallardo y justifica la expectación que en el mundo ha producido. Desde luego faltaba en la historia de los Estados Unidos esta página romántica que Wilson quiere legar a su patria, pese a quien pese y cueste lo que cueste. Aunque el precio sea su prestigio personal, lo que más estima el presidente en el mundo, después de su patria y de su doctrina – JOE – La Vanguardia, viernes 7 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 8
CRÓNICA EXTRANJERA
ORLANDO EN PARÍS
Los acuerdos tomados en la Conferencia interaliada quedan en el secreto, cuyo velo, muy obscuro, muy tupido, se opone a todo atisbo corno insuperable obstáculo. Lo que se diga oficiosamente sobre los trabajos de la Conferencia será vago e insuficiente para calmar la impaciencia de los curiosos. Convienen los periódicos en que la Conferencia lo fue de organización, pero esto lo sabíamos ya de antemano: por descontado que las potencias de la Entente tienen el firme propósito de organizarse de modo que su acción adquiera la necesaria unidad y no se pierda, como ha ocurrido otras veces, en estériles esfuerzos aislados. Queda entendido que se tratarían con todo detenimiento las cuestiones militares, navales, políticas, económicas y financieras, y que sobre todo ello se han tomado acuerdos de la mayor importancia. Pero, si bien comprende el público que ha de ser impenetrable el secreto en todos aquellos acuerdos de carácter técnico que no pueden saberse en detalle, y aún en los políticos, de igual ó superior trascendencia, una interrogación esté en todos los pensamientos interesados por el desarrollo del conflicto mundial. ¿Se habrán entendido? pregunta la gente, ¿Lograrán finalmente ajustarse a una línea de conducta que responda, en adelante, no ya sólo al deseo unánime de vencer, que éste ha existido siempre, sino a la coordinación de fuerzas y a la unidad de mando, que haga para siempre improbables las discrepancias, causa de anteriores fracasos.
Decimos unidad de mando como podríamos decir unidad de dirección y entendiendo que ésta puede llevarla un consejo mejor que un general, al el concierto entre las potencias aliadas es perfecto, cosa que no ha ocurrido nunca.
Vamos a fijar nuestra atención en un hecho muy significativo, y en las declaraciones del señor Orlando, presidente del Conejo de ministros de Italia, hechas inmediatamente después de clausurada la Conferencia. Son significativas luchas declaraciones por su optimismo, que habrá llevado a la atribulada Italia, por vía telegráfica, una ráfaga alentadora. Aparte el acuerdo que se tomara con respecto a Rusia; acuerdo sujeto a interinidad por las especiales circunstancias en que son gobernados los moscovitas, en de lo más importante que Orlando haya salido contento de la Conferencia, porque los italianos tenían sus dudas.
Italia no sintió tanto el desastre sufrido por su ejército como el rudo golpe asestado a su orgullo. Desde su entrada en la lucha, los italianos se desentendieron un poco de sus aliados y llamaban la nostra guerra a la que sostenían contra Austria – Hungría, estimando su causa independiente de los intereses de la Entente, acaso un poco envanecidos por loa primeros éxitos. Italia se mostró ambiciosa, imperialista, y llegó a sentir lo que llamaba cierto escritor el delirio de los kilómetros cuadrados, que es el de grandezas, trasladado del individuo á la colectividad nacional.
Fue mirada Italia por Inglaterra y Francia con alguna prevención a causa de sus entusiasmos expansionistas, si bien la diplomacia de Sonnino suavizó asperezas y mantuvo en equilibrio las relaciones, que se habían puesto algo tirantes cuando el conflicto yugo-eslavo. Desleal Italia con sus antiguas aliadas y mostrándose a los ojos de de sus nuevas amigas demasiado ambiciosa, se encerró casi sin notarlo en el aislamiento y combatió en su frente con la fe y la seguridad que le daba el hecho de no tener en su territorio al enemigo. Pudo Italia considerarse una gran potencia, mientras sus periódicos hacían cálculos sobre futuros dominios coloniales y regateaban, fuera de tiempo y de lugar, la parte del botín de la victoria.
Vino inopinadamente la ofensiva austro-alemana, y con ella el desastre del Isonzo. Todos "los castillos hechos en el aire se derrumbaron y se encontró Italia en la más precaria de las situaciones. Tuvo que pedir ayuda y cayó en el descrédito. A la víspera de la Conferencia de París, publicaba Il Secólo un artículo del que parece oportuno reproducir algunos párrafos
“Hablamos francamente” – decía – “El hermoso prestigio de que ese rodeaba nuestro espíritu ha disminuido. El esfuerzo italiano se menosprecia. La debilidad de pocos días ha servido para anular los sacrificios de veintiocho meses. Y no es esto sólo en la conciencia de los pueblos, sino también en la opinión de loa gobiernos. Ejemplos: Se inauguraba ayer en París un Círculo Interaliado, del que fueron nombrados presidentes honorarios Pétain, Dougias Haig y Pershíng, A Italia no se la tuvo en cuenta. He aquí un indicio del olvido popular para con nosotros.
“Hablando de la guerra en la Asociación de la Prensa, anglo-americana, M. Pichón, amigo de nuestro país, decía ayer: Ciertamente el enemigo se yergue amenazador, pero también es cierto que no logrará vencer la coalición anglo – franco – americana. Por consiguiente, nada representa Italia entre las fuerzas vivas y aptas para la lucha con quo cuenta la Entente.
“Son síntomas” – añadía Il Secolo – “Llamamos sobre ello la atención. Los señalamos. Los recomendamos al interés del pueblo y del gobierno italianos. Del pueblo para que se ponga a la altura de sus destinos; del gobierno para que esté a la altura de su misión”.
Aunque se acuaen mucho en estos párrafos del Sécolo la susceptibilidad del patriota herido en el más alto de sus amores terrenales y el deseo de hostigar a la nación para qua reaccione patrióticamente, hablan con mucha claridad de la situación de Italia y de las dudas del pueblo italiano, Se advierte el cambio radical y dolorosísimo porque ha pasado el país, interior y exteriormente, en su espíritu y en su fama.
Pero Orlando salió contento de la conferencia y habló con optimismo al redactor de Le Petit Parisién que fue a entrevistarle. Dijo que había de reconocer virilmente que la gravedad de los últimos acontecimientos ha servido para reaccionar en favor de la unidad de dirección, y en seguida hizo advertir que las medidas tomadas por el alto mando italiano coinciden exactamente con las ideas del general Foch. Tenemos, pues, que por el lado de Italia, bien que se lograra a costa de amargos desengaños, hay ahora las mejores disposiciones para marchar de acuerdo todos los aliados. Si para ello era preciso sacrificar, que será una seguridad más redressement italiano, iniciado en la heroica resistencia opuesta al enemigo en Piave.
Parece ser que, olvidándose lo pasado, Italia no ha ocupado, en el banquete de las naciones, el punto que se destina al pariente pobre. Le otro modo no se habría mostrado Orlando tan optimista. Y es un síntoma de la mayor importancia, para el efecto de que sea cierta, perdurable y eficaz la organización o concierto de los aliados, que aquel que entró en la Conferencia más abatido, salga de la misma animoso y lleve a su país, donde la duda extendió sus sombras, otro vez encendida la antorcha da la fe – JOE – La Vanguardia, domingo 9 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 10 – 11
ESPAÑA EN LA GUERRA
PROTECCIÓN DE PRISIONEROS
I
Sabido es por todos cuál es la misión que le ha sido encomendada a España en esta guerra. Nosotros mismos nos hemos ocupado repetidamente de ello en estas mismas columnas. España, aunque no lo parezca por su situación geográfica, viene a ser como un puente entre la mayor parte de las potencias beligerantes; un hilo telefónico por el cual hablan unos con otro por el cual hablan unos con otros los más encarnizados enemigos, con la rara particularidad, en estos tiempos del insulto y de la ofensa a gritos, de que, al hablarse por ese conducto, los adversarios lo hacen con toda mesura, corrección y comedimento en las palabras. Y si alguna vez se extralimitan y se les va la lengua, ese hilo telefónico tiene la inapreciable virtud de convertir en suaves los ásperos sonidos y de trocar oportunamente por otras que puedan escucharse las más agrias y violentas palabras. Difícil y aun peligrosa misión la de España. Lo mismo puede proporcionarle agradecimiento y estima que granjearle enemistad y rencor. Y claro está que el éxito o el fracaso han de depender, en primer término, del modo que emplee España en cumplir con su misión y del tacto y actividad que demuestre. A nadie se le pide ocultar la importancia y gravedad del empeño que tenemos contraído y todos hemos de estar a una en lo de desear que salga en bien de él nuestra patria. Y no en espora de galardón, que bien pudiera sor que faltase, aunque lo hubiésemos merecido, sano por dignidad, para sacar de la empresa bien alto y sin mancha nuestro nombre.
En esa labor, que ha venido a constituir un verdadero empeño nacional, debemos colaborar todos. A medida que la guerra se prolonga y se intensifica con la aparición en el palenque de nuevos y numerosos beligerantes, hácese más difícil nuestra misión y más pesada la carga. El número de las naciones que nos tienen encomendadas la defensa de sus intereses en Alemania crece sin cesar. Felizmente, no nos faltan alientos ni buena voluntad. A todos decimos que sí, todos encuentran abiertos nuestros brazos. Pero esta obra, si ha de ser llevada á buen término, tiene que ser la obra de todos. Es necesario o que el pueblo español mantenga vivo su interés para la misma y constante su participación Y para ello es preciso que esté bien enterado. La actividad oficial, para que pueda ser mejor secundada y comprendida, debe ser del conocimiento público en todas sus manifestaciones. Por eso en ningún otro asunto, como en éste, nos sentimos tan inclinados a cumplir con nuestro deber de informadores, ni experimentamos una satisfacción tan grande al cumplirlo.
Muchos son los aspectos que ofrece esa nuestra misión, de los que ya nos hemos ocupado en otras ocasiones. Pero a nosotros el que más nos interesa, por parecernos el más hermoso y simpático de todos, es el relacionado con la protección de los prisioneros de guerra m Alemania. A nosotros nos ha parecido siempre que todo cuanto se hiciese a favor de los prisioneros de guerra, por mucho que fuese, habría de ser muy poco. Como hemos llegado a amar y admirar de tal modo y tan profundamente a los soldados-, A todos, sin distinción de nacionalidades, al verlos prisioneros tenemos para ellos lo mejor y lo más puro de nuestros sentimientos y deseos. Nuestra profesión y nuestro trato constante con autoridades civiles y militares alemanas nos ha permitido en algunas ocasiones – bastantes, aunque no tantas como hubiésemos nosotros deseado – mejorar la suerte de cierto número de prisioneros. Esa ha sido la única alegría que nos ha proporcionado esta guerra. Entre las reliquias, como una de las más preciadas, guardamos la carta de una viejecita francesa, madre de dos prisioneros... Por eso, al tratar hoy de la actuación de España en la guerra, dejándonos guiar por osa nuestra inclinación preferente, nos vamos a ocupar de todo lo relativo a la protección de prisioneros
Entre las muchas dependencias de que está compuesta hoy nuestra embajada en Berlín, que más que embajada debiera llamarse ministerio, hay una que tiene este nombre: Oficina de Protección de los Prisioneros de Guerra e Internados Civiles en Alemania”. La labor de esta oficina, que está instalada en la Lützowstrasse, en un edificio independiente, comprende dos misiones distintas, aunque íntimamente ligadas entre sí. Una misión humanitaria y otra diplomática, de verdadera protección. Dentro de la misión humanitaria, la primera función de esa Oficina es la información. Al caer prisioneros los soldados, las familias, deseosas de obtener cuanto antes noticias de los mismos, dirigense a la oficina la cual, para la búsqueda de los desaparecidos tiene siempre a tres empleados trabajando en el Comité Central de la Cruz Roja en Berlín, y se halla en constante relación con el Bureau Central del Ministerio de la Guerra y con la Cruz Roja en Frankfort. Además, para la adquisición del mayor número posible de datos sobre los combatientes desaparecidos, la oficina se halla en comunicación constante con la secretaría particular del Rey de España, la cual, como por todos es sabido, tiene montado un servicio especial para los prisioneros de guerra, a cuyo frente estás su secretario particular, Don Emilio María Torres. Y no solamente se ocupa esa oficina en proporcionar noticias de los prisioneros de las naciones que han conferido a España la de sus intereses, franceses, rusos, belgas, portugueses, norteamericanos, rumanos, serbios, japoneses, sino que también ha satisfecho y satisface multitud de peticiones que se le hacen continuamente, sobre prisioneros de otras nacionalidades, cuya representación no ostentamos, ingleses principalmente. Lo cual es una indiscutible prueba de éxito. Y claro está, obrando como la corrección aconseja, esos informes se remiten por conducto de la embajada o legación que representa al país de que se trate.
La oficina se ocupa, además en proporcionar a todos a todos, tanto a los gobiernos respectivos como a los particulares, familias de los prisioneros, novias, amigos y aun a extraños, en una palabra a todos cuantos a ellas se dirijan, lo mismo por conducto oficial que privarlo, noticias sobre la salud de loa prisioneros, poniendo en comunicación a ese efecto con los jefes de los campamentos y con los prisioneros mismo; ocupánse asimismo de tramitar y hacer llegar a los prisioneros los envíos de dinero que les hacen las familias y de controlar lo que de víveres y ropas hacen para ellos diferentes entidades, tales como el ”Vêtements de prisonniers” para franceses y belgas; les Comités de Socorro de Berna, París, Lyon, Londres, etc., para los rusos; comités de Berna y París para los rumanos, etc. Cuida también la oficina de señalar a dichas entidades los deseos y necesidades que le comunican a ella los prisioneros. Encárgase de controlar los envíos colectivos de pan que hace el gobierno francés a sus prisioneros y a los belgas. Para los prisioneros franceses hay en Stuttgart un depósito de ropas al que acude la oficina para proporcionar a los prisioneros las cosas más urgentes. Cuida asimismo la oficina de hacer llegar a los prisioneros las cartas y documentos que se mandan, así que libros. A este respecto hay que hacer notar que han sido repartidos entre los prisioneros que lo han deseado numerosos libros españoles, remitidos a nuestra embajada en Berlín por iniciativa de S.M el Rey. (Nosotros hemos visto un campamento de oficiales en Hiedelberg a un capitán francés leyendo El Quijote. “C’est un très joli cadeu de votre Roi”, nos dijo, mostrándonos muy ufano y satisfecho su libro). La oficina se encarga de la legalización de toda clase de poderes otorgados por los prisioneros, incluso para contraer matrimonio. Complétese, por último, la misión humanitaria que sólo a grandes rasgos hemos podido bosquejar, con el envío, a los diversos países que España representa, de las actas de defunción y efectos dejados por los prisioneros, con listas completas de fallecidos.
La misión diplomática, que lleva consigo la verdadera protección, es, sin duda, la más importante, con serlo mucho la otra. El primer cometido de la oficina en este sentido es servir de intermediaria entre los gobiernos de los países cuya representación ostenta España y el gobierno alemán para la tramitación de toda clase de negociaciones y acuerdos concernientes a los prisioneros de guerra e internados civiles. En las Conferencias de La Haya se había reglamentado sobre esta materia. Pero unas veces por no haber cumplido exactamente las reglas los gobiernos beligerantes, y otras, las más, por ser aquellas poco precisas o necesitar de una ampliación conveniente, ha sido preciso establecer acuerdos suplementarios muy numerosos, cuya tramitación y conclusión ha sido llevada a cabo por medio de la oficina que nos ocupa. El gobierno francés ha sido el que más acuerdos ha concertado en ese respecto. Todos estos acuerdos suelen traer consigo un sinnúmero de reclamaciones y una serie de trámites y negociaciones posteriores que parecen no tener fin a veces. La eficaz mediación de la Oficina, que no ceja ni desmaya, ha logrado vencer casi siempre cuantas dificultades se hayan presentado, por muchas y grandes que fuesen.
Así se han concertado acuerdos sobre sueldos de oficiales prisioneros, sobre internamiento en los países neutrales de prisioneros enfermos repatriación de inválidos, sobre repatriación de personal sanitario, sobre la defensa de prisioneros ante Conejos de Guerra, sobre el trabajo de suboficiales y soldados, sobre la forma de otorgar poderes, sobre el derecho de visitas a los campamentos y de correspondencia, canje, sobre suspensión de penas, acuerdo este último concertado entre los gobiernos francés y alemán, de importancia suma, debido principalmente a la generosa iniciativa de S.M el Rey y gracias al cual se ha dejado en suspenso la aplicación de las penas pronunciadas contra los prisioneros de guerra franceses en Alemania y alemanes en Francia, excepción, como es de comprender, de cierta clase de delitos. Los acuerdos que acabamos de enumerar no son todos; aunque si los principales. No todos los gobiernos de los países beligerantes se han suscrito a ellas; el francés, como hemos dicho, es el que más ha concertado. Más tarde, todo lo acordado para los prisioneros franceses se ha hecho aplicable a los belgas. En este respecto sigue en importancia el gobierno ruso y todos los demás.
Íntimamente ligada con esta labor de protección se halla la tramitación de los informes que de sus visitas a los campamentos de prisioneros dan los delegados pertenecientes a la comisión militar, que obra independientemente de la oficina, pero en constante relación con ella. (Por separado nos ocuparemos luego de la labor de esa Comisión militar, sumamente ingrata y penosa, aunque también beneficiosa y eficaz). Dichos informes son remitidos por la oficina al gobierno español, al gobierno del país a cuyos prisioneros se refiera y al gobierno alemán, acompañados de una nota verbal en la que la embajada hace notar las faltas observadas por el delegado solicitando su corrección, así como todas las reclamaciones que hayan hecho los prisioneros. Por expreso encargo del Rey, que presta constante atención a todo cuanto se refiere o con ellos se relaciona, remítanse copias de todos esos informes a su secretaría particular. Inútil será decir que esos informes traen consigo una serie interminable de preguntas, respuestas y contra – respuestas por parte de los gobiernos interesados y del alemán, todo lo que se tramita por ese conducto de la oficina, de cuyo celo, secundando el de nuestro embajador, es prueba bien convincente el éxito con que está llevando a cabo su difícil y meritoria labor.
De ésta es sin duda la parte más espinosa la intervención de la oficina en todo lo concerniente a las represalias, medios de que se valen los gobiernos beligerantes (medios que serán todo lo licito que uno quiera, pero que a nosotros se nos han antojado siempre de repulsiva crueldad), para protestar del trato que sufren los prisioneros en los países enemigos o para obtener mejoras para los mismos. Huelga el decir que la labor en ese respecto de la oficina, siguiendo siempre las indicaciones del señor Polo de Bernabé, llenas de tacto en todas las ocasiones, e inspiradas en los deseos del Rey y del gobierno español, ha sido y sigue siendo en todo momento de franca conciliación, buscando en todos los casos los más adecuados medios para acelerar en lo posible el fin de tales medidas que, a nuestro parecer, son un bochorno más para la mísera Humanidad.
Para el mejor desempeño de todos los servicios, la oficina se ha organizado siguiendo un método sumamente conveniente y eficaz. Hállase divida en las secciones siguientes:
Sección Primera (prisioneros franceses). Tramitación de los informes; Trabajo y trato de los prisioneros; Trato de oficiales y suboficiales; Represalias
Sección Segunda (prisioneros franceses). Defensa de los prisioneros antes Consejos de Guerra; Acuerdo sobre la suspensión de penas; Matrimonios y poderes;
Sección Tercera (prisioneros franceses). Envíos de todas clases a los prisioneros, dinero, víveres, ropas y efectos, libros, de los comités de socorro, cantidad de pan, etc, y reclamaciones derivadas de los mismos;
Sección Cuarta (prisioneros franceses). Información. Repatriación e internamientos en Suiza;
Sección Quinta (prisioneros rusos)
Sección Sexta (prisioneros belgas)
Sección Séptima (prisioneros rumanos, serbios, norteamericanos, japoneses y diversos)
Sección Octava. Archivo General y Cartoteca
El trabajo de todas las secciones es muy grande. En lo que va del año los registros de salida acusan de más de 60,000 comunicaciones de todas las clases; en la cartoteca hay unas 80 líneas. Pues el servicio de la oficina, además del embajador, señor Polo de Bernabé, que se ocupa constantemente de todo cuanto á los prisioneros se refiere, secundado por el personal propio de la embajada, en el cual hay que lamentar actualmente una pérdida por demás sensible, la del muy inteligente, digno y laborioso consejero de la misma, don José de Landecho, que por motivos muy serios de salud ha debido regresar a España, abandonando un puesto en el que ha trabajado intensamente y con fruto durante muchos años y muy especialmente desde que empezó la guerra, hay seis funcionarios de carrera y 34 empleados, trabajando desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, horas oficiales que se prolongan á menudo hasta bien entrada la noche.
Son los funcionarios de carrera los siguientes señores: el doctor Romero Aguilar, jefe de la cancillería y delegado para la inspección de campamentos y los señores Danis, Olivares y Urbina. Otros dos están al llegar procedentes de Madrid. Entre el personal secundario se hallan dos españoles, los señores Alquiza y Estévez, cuyo trabajo sólo merece los más sinceros elogio
Uno de los funcionarios decíanos estas palabras: “Duro es el servicio y grande el trabajo; pero todo lo da por bien empleado esta oficina con tal de que redunde en beneficio de los prisioneros” – ENRIQUE DOMINGUEZ RODIÑO – La Vanguardia, 9 de diciembre de 1917, sección “La Guerra Europea”, 17 – 18
DE LA PRENSA EXTRANJERA
CÓMO SE INICIÓ LA PAZ
A las diez y seis y veinte minutos del día 28 de noviembre, salieron de las líneas rusas los tres parlamentarios encargados de entrevistarse con las fuerzas alemanas. Iban precedidos de un soldado de caballería con bandera blanca, al que seguía una sección de cornetas. Después de avanzar unos trescientos pasos salió a su encuentro un grupo de oficiales alemanes procedentes del sector conocido con el nombre de Hannover. Luego de exponer el objeto de su misión, los delegados rusos, con los ojos vendados, fueron conducidos a presencia del Estado Mayor de un batallón de dicho sector. Eran las diez y siete. Entonces hicieron entrega a dos oficiales del Estado Mayor de la división de los poderes que llevaban para desempeñar su misión. El documento decía lo siguiente: “En posesión de plenos poderes que me han sido concedidos por el Consejo de Comisarios del Pueblo, yo, comisario del pueblo para los asuntos de guerra y de la marina, comandante en jefe de los ejércitos de la República rusa, he dado a mi vez poderes a los plenipotenciarios teniente Schanauer, de 9 de húsares y miembro del comité del ejército del quinto ejércitos; médico mayor Segolovitch y voluntario Menena, para que preguntan al comandante de las tropas alemanas del sector donde sean recibidos dichos parlamentarios, si el comandante en jefe de los ejércitos alemanes consiente en enviar plenipotenciarios para entablar inmediatas negociaciones con el objetivo de acordar un armisticio en todos los frentes de los países beligerantes, a fin de proceder luego a negociaciones de paz. En caso de obtener una respuesta favorable de parte del comandante en jefe de los ejércitos alemanes, los parlamentarios han recibido el encargo de fijar el lugar y el día para que puedan reunirse los parlamentarios de ambos ejércitos – El Comisario del Pueblo: Krilenko”. Entablóse una conversación, en francés, entre rusos y alemanes, y estos transmitieron inmediatamente al Estado Mayor de la división, desde donde lo fue, por hilo directo, al Estado Mayor del príncipe Ruppretch.
A las 18’20, los delegados rusos fueron conducidos en automóvil, por la carretera de Dwinsk a Ponrevege, al pueblo de Possen, Wm, donde fueron recibidos oficialmente por el general de división Hofmeister, de uniforme de gran gala, luciendo todas sus cruces y condecoraciones y acompañado de su Estado Mayor. -
El general Hofmeister, después de saludar a los delegados rusos les manifestó que, en atención a sus poderes estaban en regla, las proposiciones que formulaban habían sido transmitidas al alto mando y que en el plazo de veinticuatro horas recibirían contestación. A las 19`50 llegó ésta consistiendo el armisticio en las condiciones propuestas y autorizando al general Hofmeister para fijar los parlamentarios las condiciones de una nueva entrevista. Después de una conversación en ruso, en alemán y en francés, y luego de solicitar instrucciones del alto mando por hilo directo, el general Hofmeister remitió a los delegados de Krilenko una contestación escrita, firmada y sellada por él. La respuesta estaba redactada en alemán y comprendía:
El consentimiento categórico para iniciar negociaciones relativas al armisticio, pare el cual había recibido poderes el comandante en jefe;
La decisión del alto mando referente a que se pusiese un tren especial a disposición de los delegados y el Consejo de los Comisarios del Pueblo;
El establecimiento de comunicaciones telegráficas directas entre los delegados y Consejo de Comisarios del Pueblo
Los parlamentarios escogieron un punto situado en la vía férrea de Dwinsk – Vilna, al oeste del pueblo de Kroukhalchik, entre las líneas rusas y alemanas, para reunirse y subir juntos a un tren especial que les conduciría al cuartel general del frente Este alemán, que se halla en Brest – Litovsk.
Firmado el protocolo, a las ocho de la mañana del siguiente día, los delegados rusos fueron acompañados a sus líneas, aunque tomando las mismas precauciones que a la llegada, o sea que desde determinado punto de las posiciones alemanas hasta unos metros de las suyas llevando los ojos vendado – JOSÉ LUIS DE SAGREDO – La Vanguardia, jueves 13 de diciembre de 1917, sección “De la prensa extranjera”, p.11
DEL DÍA
LA CONQUISTA DE JERUSALEN
No creo que el general Allenby tenga, como Godofredo de Bouillón, un Torquato Tasso que inmortalice su hazaña de Tierra Santa. Mediaran entre el hecho glorioso de la primera Cruzada y su exaltación por el poeta de Sorrento, algunos siglos, y como ahora vivimos muy aprisa y se suceden los grandes acontecimientos con una celeridad normal, apenas si queda tiempo a la historia para registrarlos. Dentro de unas cuantas centurias, si por entonces quedan poetas, serán los temas heroicos tan abundantes, que acaso ya no tenga valor alguno un hecho que hoy pasa dejando una estela literaria asaz efímera; el parte oficial de un Estado Mayor y los comentarios partidistas de la prensa. Y no hay quien diga:
Canto l’arme pietose e 'I capitano
che 'I gran sepolcro liberó di Cristo:
molto egli opró col senno e col la mano:
molto soffri nel gloñoso acquisto:
e in van l‘inferno vi s'opyose, e in vano
s armó d'Asia é di Libia ir popol misto;
il Ciel gli dié fervore, e sotto a i santi
segni riduse i suoi compagni erranti.
Esta vez no debe haber luchado el cielo y el infierno, porque no es ésta la Guerra Santa ni llevó a Jerusalén un ejército vencedor aquella fe ejemplar de los cruzados. No se ha paseado triunfalmente la cruz por Palestina, sino la bandera britá- nica, símbolo de una civilización que no pudieron sospechar los caballeros de la Edad Media. En el año 1003, cuando el papa Silvestre II excitaba a los fieles para empujarles a la guerra contra los turcos, la empresa de libertar los Santos Lugares era gigantesca y estaba reservada sólo a los creyentes, que fiaban menos en la fuerza de su brazo que en el milagro de su fe; hoy todo se fía a los cañones, no es el sentimiento cristiano herido que rescata las reliquias: la hazaña es un episodio entre mil de una guerra monstruosa donde la cristiandad se despedaza, desatados los odios fratricidas que espantaban al Salvador. No va el celo religioso a Jerusalén, sino que llega hasta la Tierra Santa, regada por la sangre redentora, una lucha de razas por el dominio del mundo, que a la vez es la vergüenza y la expiación de nuestro siglo.
Hay, pues, entre el general Allenby y Godofredo de Bouillón una distancia de ideologías sólo comparable al espacio de tiempo que los separa. Los turcos siguen siendo los mismos; los cristianos han cambiado mucho, y es por esto que un hecho que debía haber conmovido al mundo católico, tendrá escasa resonancia, confundido entre los demás episodios de la guerra y rebajada de tal suerte su categoría, que cien kilómetros que avanzaran los alemanes en el Norte de Francia representarían una conquista más sensacional que esta lograda contra Mahoma y por la cual lucharon los caballeros de las Cruzadas con singular denuedo durante muchos años.
¿Quién había pedido el rescate del Santo Sepulcro? ¿Cómo habrían podido los turcos mantener su dominio en Jerusalén siglos y siglos, si la poderosa Europa, repitiendo el grito de Dios lo quiere, se hubiese empeñado en arrojar a la media luna de Palestina? La ignorancia del mundo en el año 1000 permitía la fe en los Santos Lugares, hacia donde caminaban los peregrinos expiando pecados y rogando por otros pecadores. Se creía que en el año 1.000 acabaría el mundo, y el terror aumentaba la devoción. Las gentes del siglo X no habían presenciado, como nos otros, una, guerra mundial que ocasiona millones de víctimas y que parece haberse producido para dar fin a la humanidad. Sus terrores tenían por origen una simple leyenda, y cuando se cumplieron los mi años y sucedió a la noche un nuevo día, cuando alboreó otro siglo y pudo verse que nada había ocurrido de extraordinario, aumentaron más todavía los peregrinos para dar gracias al Señor, echó la fe más profunda raigambre en los corazones y se escribieron en la historia de la penitencia páginas heroicas.
Las matanzas de cristianos avivaban el fervor religioso. Los penitentes iban peregrinando de castillo en castillo, camino de Oriente, y eran alojados y atendidos por los nobles castellanos, que les pedían, a cambio de sus cuidados, una oración por su alma. Tenían los penitentes fama de santos, porque siendo muchos los que iban a Jerusalén, pocos regresaban, y no obstante, las peregrinaciones eran todos los años más numerosas. Aquel fervor y aquel espíritu de sacrificio prepararon el Concilio de Clermont, que tan gran triunfo proporcionó a la Iglesia.
¿Qué peregrinos han precedido a la cruzada del siglo XX? La moderna peregrinación la organizaba una agencia de turismo; a Jerusalén iban los curiosos y los artistas; los hipócritas como el portugués de Eca de Queiros; los fríos arqueólogos como el doctor Topsius, personaje también de La Reliquia, y algunos penitentes sinceros, pero acomodados en el ferrocarril de Jaffa y alternando las meditaciones del devocionario con las consultas al Badecker. Caravanas semejantes s las que visitan París, las ciudades de Italia y las de Andalucía; viajeros que huelen s fonda y que se hacen retratar en la Vía Crucis para después darse importancia entre los amigos. ¿Cómo pudo reservarse al siglo de la ambición, de la impiedad y de las vanidades insolentes, el rescate de la Ciudad Santa, hasta ahora abandonada al dominio de los turcos? ¿Y para qué se rescata
Jerusalén? ¿Es acaso por haberlo pedido la cristiandad? No; para devolverles su patria a los judíos, según se dice ahora, y naturalmente, ya no es un triunfo de la Iglesia, como en el año 1099.
Las complicaciones de la guerra europea, extendida también por el Asia, han traído este acontecimiento que nadie esperaba en tiempo de paz. Antes de estallar la conflagración que ha conmovido al mundo entero, la conquista de Jerusalén, sin ser ya ni mucho menos lo que fue a fines del siglo XI, habría causado sensación intensa. Hoy es un hecho de importancia, pero íntimamente relacionado con la política de la guerra y cuyo alcance moral no será tanto como suponen los ingleses. Tiene Europa inmediatos otros hechos sin duda más trascendentales, y apenas si ha despertado hasta ahora curiosidad la campaña de Palestina.
Los caballeros de las Cruzadas ignoraban muchas cosas, y por esto llevaron su fe hasta el heroísmo; las generaciones actuales viven muy preocupadas, se han olvidado un poco de las cosas santas, y acostumbradas a las grandes convulsiones, se han vuelto indiferentes – JOSE ESCOFET – La Vanguardia, sábado 15 de diciembre de 1917, sección “Del Día”, p. 8
CRÓNICA EXTRANJERA
EL DISCURSO DE LLOYD GEORGE
El discurso pronunciado el viernes último por Mr. Lloyd George, con ocasión de un banquete ofrecido a los jefes del servicio de aeronáutica, era esperado con ansiedad. Se sabía que el primer ministro inglés deseaba contestar a la famosa carta de lord Lansdowne y que aprovecharía al efecto la primera ocasión que se le presentara. El banquete de referencia requería un discurso; para el discurso de Mr. Lloyd George había, un tema obligado; el tema era las insinuaciones de paz de Lord Lansdowne.
Sabido es que la carta escrita por éste el 29 de noviembre, la cual carta ha provocado en todo el mundo comentarios apasionados y ha favorecido en cierto modo, la campaña pacifista, daba a entender, o al menos lo entendieron muchos, que se podía y se debía buscar una paz de conciliación, es decir, se buscaría, según la expresión usado por Mr. Lloyd George, el término medio entre la victoria y la derrota.
En todas partes hay partidarios de este sistema de arreglo, que no es una solución, sino una tregua. No se resuelve el conflicto mundial mis formidable que registra la historia, con un remiendo ó pasteleo vulgar paro ir tirando. Ante de la guerra, esto habría sido posible y conveniente; pero, estallado el conflicto, puestos en juego intereses de todo el mundo, sacrificadas millones de vidas humanas y pérdidas incalculables riquezas, no hay término medio viable, no es admisible la interinidad de los arreglos temporales; porque a la guerra ha de seguir la liquidación y ésta ha de hacerse sobre documentos definitivos. Ahora, bajo la impresión de la enorme sangría, a muchos parece aceptable cualquier remedio que lograra contenerla; pero suspendidas las hostilidades, encalmada la fiebre del combate, más serenos los ánimos y más visibles los efectos espantosos de una locura de cuarenta y dos meses, los pueblos que se han desangrado pedirán cuentas – como de todos modos han de pedirlas cuando llegue el caso – y no se podría contestarles diciendo: “Esperad, que no hemos terminado; estamos como el primer día. Hay que repetir”
Y esto no puede ser; el desastre que estamos presenciando no puede repetirse. Se aceptaran o no se aceptaran las consecuencias, que prometen traer complicaciones sociales infinitas; pero precisamente para prevenir esas complicaciones, hay que llegar al fin que puede ser la victoria salvadora o la adversidad absoluta
Una paz de conciliación en estos momentos sería una paz alemana. Los aliados creen poder resistir dos años todavía, y aunque no lo creyeran, siempre estaría puesta en la resistencia su esperanza. No ganar la guerra es perderla para Inglaterra y Francia; para perderla no es tiempo aún, pues que no agotaron sus recursos. “Dejemos que la guerra la gané el tiempo” – han dicho los hombres de la Entente – “El tiempo para Alemania es su peor enemigo”
Así Mr. Lloyd George ha procurado borrar el mal efecto de la carta de lord Lansdowne diciendo que se interpretó mal y que, en el fondo, está de acuerdo con lo dicho por el presidente Wilson. Por supuesto que las intenciones de lord Lansdowne, que Lloud George George ha puesto en claro a fuerza de sutilizar en ellas, no responden perfectamente a la carta de la famosa carta y, sobre todo, como dice Le Temps, en política no son las intenciones lo que importa, sino los resultados. Los resultados de la carta de lord Lansdowne fueron que se alentó, dentro de los pueblos de la Entente, una campaña equivoca y peligrosa que puede sumarse a la llamada de los derrotistas.
Mr. Lloyd George ha tenido que mostrarse más enérgico que nunca, dando nuevo testimonio de la voluntad de vencer que anima a Inglaterra. “No está en peligro” – ha dicho – “en los pacifistas de la extrema izquierda; antes debe ponerse la nación en guardia contra el hombre que busca un término medio entre la victoria y la derrota. Ese término medio no existe. Hay gentes que desearían ver terminada la guerra merced a lo que llaman un pacto de paz, estableciendo una liga de naciones con artículos que estipularan el arbitraje, el desarme y el compromiso solemne de todas las naciones contratantes de observar dicho pacto, o más todavía, de ayudar a que se impusiera su observancia a todas aquellas potencias que intentaran violarlo. Sin la victoria, ese pacto no sería más que una comedia”.
Todo el discurso del primer ministro inglés tiende a desbaratar los bellos sueños de los ilusos que vieron en la carta de lord Lansdowne una puerta falsa por donde pudiera escamotearse la sangrienta y terrible realidad de la guerra. Esta espantosa realidad no puede ocultarse a nadie y a todo el mundo debe servirle de dolorosísima enseñanza. Pensar en arreglos temporales y pactos efímeros es desconocer su magnitud y trascendencia, es como si se quisiera tapar el cráter de un volcán en erupción con una cobertera.
Conturba el ánimo pensar que contra esta guerra monstruosa no hay más remedio que la guerra misma, pero es así. En ella han empeñado las naciones su honor y su existencia, se ha ido muy lejos, y es imposible retroceder. Si se prolonga por tiempo indefinido, quizás intervendría directamente el pueblo, como acontece en Rusia, para imponer la paz de mala manera, y eso que haría el pueblo no pueden hacerlo los gobiernos bajo su responsabilidad y sabiendo que con ello se iría tal vez más pronto a la revolución. Los gobiernos van arrastrados por los acontecimientos adonde les lleve la corriente y no tienen más que una palabra, resumen de toda su política: resistir, resistir hasta el fin.
De este modo la contestación de Lloyd George a la carta de lord Lansdowne y a los partidarios de un pacto de paz, ha sido un nuevo grito de guerra. El primer ministro pide más hombres, nuevos ejércitos, más barcos, más perseverancia, todos los elementos indispensables para seguir luchando. Si las insinuaciones de los pacifistas indicaban desfallecimiento, he aquí el antídoto: se exigen del país nuevos sacrificios para reconfortarle.
Afortunadamente para Inglaterra, su situación es muy distinta de la muy precaria y triste de la que se encuentran algunas de sus aliadas. Tiene todavía grandes reservas humanas, es fuerte y rica, y sabe muy bien Lloyd George que al demandar a la nación un nuevo esfuerzo, no pide imposibles – JOE – La Vanguardia, jueves 20 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p.9 .
CRÓNICA EXTRANJERA
LA CUESTIÓN DEL TONELAJE
Una de las preocupaciones constantes y más dolorosas de la Entente, pues se ofrece como cuestión vital y encierra tanta gravedad, por lo menos, como la defección de Rusia, es el problema del tonelaje. Basta recordar el último discurso de Mr. Lloyd George, pronunciado el viernes último en un banquete que se dio en honor de los jefes del servicio de aeronáutica, para comprender toda la importancia que el gobierno inglés concede al asunto, reconociendo que del impulso extraordinario que debe darse a la industria naval, para acudir a todas las necesidades de la guerra, depende la victoria. Sobre todo en la Gran Bretaña, y ahora también en los Estados Unidos, es donde ha existido cada vez más inquietante y profunda esta preocupación, que se quiere ocultar, pero que va extendiéndose y prendiendo en el pueblo de otras naciones que hasta aquí no demostraron interesarse sino relativamente en una cuestión que no podían ellas resolver. Cuanto se haya dicho sobre la ineficacia de la guerra submarina, parece haberlo rectificado Mr. Lloyd George al pedir barcos con preferencia a todo. Barcos, más barcos, muchos barcos, éste es el problema de los aliados cuya solución presenta todavía sus dudas.
Por supuesto que no se trata ya tan sólo del avituallamiento de Inglaterra, Italia y Francia, sino del supremo esfuerzo para ganar la guerra. Pues que tanto se fía a la ayuda de los Estados Unidos, harán falta barcos para trasladar a Europa los ejércitos americanos y su material correspondiente, más las provisiones, porque los ejércitos que envíe el presidente Wilson tendrán que ser alimentados desde Ultramar.
La guerra submarina no ha tenido el éxito rápido que esperaban los alemanes; pero los aliados han de hacer esfuerzos gigantescos para conjurarla, la construcción de nuevos buques apenas basta a cubrir las bajas que resultan de esta lucha espantosa donde la resistencia es un continuo o incalculable derroche de riquezas y, finalmente, las necesidades de la guerra exigen que se duplique el arqueo cuando la crisis, del mismo se hace sentir con la escasez de víveres que agrava por momentos la situación interior de los países beligerantes. Con lentitud, pero con saña implacable persisten en su labor destructora los sumergibles y mantienen abierta una brecha por donde escapa el oro a raudales, para ir a perderse irremisiblemente en el fondo del mar.
Cuando el mundo entero padece hambre, cantidades fabulosas de víveres se arrojan al abismo, lo cual viene q ser como el specimen de la inhumanidad en esta guerra delirante.
Pero así es la guerra y así se ofrece, para loe adiados, apremiante y difícil el problema del tonelaje. El gobierno de Washington intentó resolverlo últimamente buscando el apoyo del Japón en un momento que parecía propicio. Prohibida la exportación de hierro por el presidente Wilson hace unos meses, la industria japonesa de construcciones navales se sintió seriamente amenazada, y el Japón quiso probar fortuna entrando en negociaciones con el gobierno americano. En los años que llevamos de guerra, la industria naval ha adquirido en el Japón un desarrollo formidable, pero se alimentaba del hierro de los Estados Unidos.
El gobierno de Washington propuso a los japoneses hacer una excepción a su favor, referente a la prohibición de exportación de hierro, que América necesita para sus fabricaciones de guerra, si el Japón, en cambio, ponía su flota de comercio a disposición de la Entente. Siendo el Japón un país beligerante y aliado, no era mucho pedirle su ayuda, que se compensaba con otras importantes concesiones. Pero los japoneses son gente práctica y calculadores; no participan del idealismo de Wilson y su intervención en el conflicto europeo la estiman como un simple negocio. Manifestaron cierta repugnancia a exponer sus barcos a los azares de la guerra submarina, y si bien se llegó a un acuerdo entre los dos gobiernos, no fue ni mucho manos como se lo habían prometido los yanquis.
El Japón pondría cierto número de barcos al servicio de los Estados Unidos, pero solo en el Pacífico, de modo que no arriesgaba nada, pero permitía a los americanos concentrar toda su flota en el Atlántico. Más con serles a los nipones tan favorable este acuerdo, todavía pusieron a última hora dificultades sobre el precio y límite de la edad de los barcos, a la vez que añadían a sus pretensiones otras demandas suplementarias, como libertad de navegación en el Extremo Oriente, privilegios en la Indochina, ventajas para su inmigración en los Estados Unidos, etc., y así comenzó a verse claro que nunca se podría contar con el Japón de un modo absoluto, por ser los japoneses asaz interesados y prescindir de ajenas conveniencias, siempre en beneficio de las propias.
Ya la cuestión del tonelaje continúa para los aliados como estaba, o peor que estaba, según se deduce de las francas declaraciones de Lloyd George y de los comentarios que dedica la prensa inglesa á su discurso.
Hacen falta barcos, ahora más que nunca, porque los Estados Unidos necesitan trasladar su fuerza a Europa, y su fuerza suma millones de hombres, material de guerra, víveres; el transporte de un gran ejército requiere un esfuerzo casi igual al que supone su organización, dadas las especiales condiciones de la guerra actual, siendo necesario cruzar el Atlántico y acechando bajo las olas el enemigo. Los Estados Unidos no contaban con una flota de comercio importante, y aunque prometieron crearla rápidamente, no se hacen milagros; Inglaterra habrá de contribuir con nuevos barcos salidos de sus astilleros a facilitar el transporte de tropas americanas. Lo grave es que ya todos los barcos eran pocos para las necesidades de Europa y de los ejércitos que operan en Asia y África.
Una pregunta se hará el lector que no podríamos nosotros contestar: ¿Se cubren regularmente, con las nuevas construcciones navales, las bajas que produce la guerra submarina? Supongamos que sí, pero no es bastante. Las necesidades de la guerra entretienen una cantidad enorme de arqueo, y esas necesidades aumentan cada día. Por otra parte, aunque con grandes restricciones, se mantiene el comercio internacional. Aun sin la guerra submarina, habría crisis de tonelaje. Cuando menos para mantener esa crisis en su período agudo es que los alemanes han adoptado su sistema, que no les procura una victoria, pero en el que hallaron un modo de resistir, gastando al mismo tiempo al enemigo.
Pero el enemigo no cede y le vemos prepararse para un nuevo esfuerzo sobrehumano, quizás el decisivo – JOE – La Vanguardia, sábado 22 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 8
DE LA GUERRA
PATRIOTISMO Y BOLOISMO
Es de Lloyd George este término “boloismo”, aplicado a las maquinaciones y actividades de ciertos agentes que en varios, sino en todos, los países en guerra, mantienen secretas relaciones con los adversarios, prestándose a ejecutar actos que al favorecer directa ó indirectamente los designios del enemigo constituyen una traición contra los intereses de la patria.
El sentimiento de amor a la patria anida en el alma de la mayoría de los hombres. Todo el mundo critica las cosas de su propio país; pero exalta e irrita cuando la censura procede de labios extranjeros, y esta exaltación que es la forma, más elemental del patriotismo, es un síntoma que señala lo que acontece en ocasiones más graves. La invasión, el dominio ejercido por el enemigo que pisa el territorio nacional o de cualquier modo pretende dictar sus leyes, subleva los ánimos más pacíficos y conduce hasta el sacrificio para repeler la agresión y romper las cadenas de la patria oprimida.
Se ha discutido el patriotismo, considerándolo algunos corno una pasión desbordada y, como tal, contaría a los humanos intereses. Si tantas guerras se han debido al patriotismo ¿no sería mejor que no existiese esa pasión y así evitarían las luchas que de ella se derivan?
No cabe dudar de que el patriotismo evolucione al compás de los sucesos históricos, y es de esperar que se modificará profundamente. No es nueva la idea de que el amor a la humanidad es bastante para inspirar las relaciones entre los hombres, y que no hay que alterar esta ley general particularizándola. “Mi patria es el mundo”, decía Sócrates y con esta fórmula consideraba explicado el concepto que le merecían las discordias entre las ciudades griegas, y se comprende el que formaría hoy de la discordia entre las naciones que ejercen el predominio del mundo. Pero, a pesar de que el amor al prójimo debía bastar para regular todo género de relaciones humanas, lo cierto es que el patriotismo, a pesar de su sentido particularista, ha sido uno de los grandes factores de la civilización. Con él se han creado desde los albores históricos fuertes núcleos sociales, que han podido realizar actos absolutamente vedados a agrupaciones reducidas, siempre débiles. Desde el momento en que esos grupos sociales tienen intereses comunes, el deseo do defenderlos y sostenerlos es una consecuencia natural, y aquel deseo es el patriotismo.
Tiene el patriotismo diferentes modos de ser y de exteriorizarse. Para muchos ciudadanos, los deberes que impone – a veces durísimos – sólo son obligación inexorable, ante la cual no hay más que doblar la cabeza y someterse. En los casos graves y solemnes aparece la forma entusiasta, que provoca las conmociones populares, los discursos grandilocuentes, los cantos agresivos, las banderas levantadas, todas las manifestaciones, en fin, toda la agitación pública llevada a sus últimos extremos. Algunos no ven en las empresas patrióticas sino un manantial de aventuras que pueden servir para encumbrarse, conquistando mando, honores, gloria inmarcesible. Generalmente, el patriotismo se revela más que por el amor a la patria, por el odio a la patria de los enemigos. Y sí bien se escudriña, en todo patriotismo exaltado descubriremos el amor propio, que es uno de los grandes motores de la psicología humana.
Casi todos esos sentimientos englobados dentro de la idea del patriotismo sólo son formas bastardas del cariño al suelo natal. El verdadero patriotismo es solo amor y nada más que amor; y se revela por el sacrificio sereno, por la abnegación ilimitada. Abnegación que no quiere galardón ni gloria alguna; abnegación sencilla y muda, cuya sola recompensa consiste en la satisfacción del deber cumplido, del sacrificio realizado en aras de la patria.
Cítase como ejemplo insuperable de abnegación, característica del puro, del verdadero patriotismo, un caso ocurrido a mediados del pasado siglo en la desgraciada Polonia. Corrían los soldados rusos detrás de un destacamento polaco cuando vieron un río que les impedía llevar mes adelante la persecución. Para buscar un vado que les permitiera salvar el obstáculo se valieron de un polaco que cultivaba un campo cercano. El campesino se negó a enseñarles el vado, alegando que lo desconocía por ser nuevo en el país. Los rusos, con amenazas, le obligaron a reconocer el río y el polaco, consintiendo al fin en lo que se le ordenaba, anduvo gran trecho casi con el agua al cuello, basta que, perdiendo al parecer el fondo, se hundió y pereció ahogado. Después pudo averiguarse que allí estaba precisamente e1 vado: el polaco había sacrificado la vida para disimular la existencia del paso y salvan de esta maneara a sus compatriotas, sin esperanza alguna de gloria, puesto que él había de creer que su prodigiosa acción quedaría para siempre ignorada. El deber por el deber, la vida por la patria, sin anhelos de honores ni recompensas; tal es la forma del verdadero patriotismo
Ni todas las acciones humanas son sublimes, ni todos los hombres son héroes. Hay que contentarse, pues, con un nivel medio mucho menos elevado, y gracias. Muy por debajo de este nivel medio se hallan los que explotan el amor a la patria para sus fines propios. Su número no es escaso, y aunque se presentan en la escena del mundo con ropaje diferente, se reconocen muy bien, y se parecen como los lobos de una misma manada. Negocios en que corre abundante el dinero, suministros ni regateados ni contados son las presas de los cuervos que en el festín de la guerra se alimentan super abundantemente y fomentan los odios, imaginan combinaciones diabólicas, explotan la credulidad de las multitudes para que persistan estados de dolor que les permitan proseguir su tarea lucrativa.
Así se llega al margen del “boloismo”. De comerciar con la sangre de la patria a venderla al enemigo no hay más que un paso, y este paso lo dan esas almas perversas para las cuales la patria no tiene otras fronteras que las señaladas por su propio estómago ó su propio bolsillo. Los procesos, que actualmente observamos como se desenvuelven al otro lado de los Pirineos, denotan toda la gama de tonalidades, toda la serie de embrollos característicos de esas maniobras de la traición. Asombra ver cómo esas gentes saber reconocerse entre sí, agruparse y concertarse para la acción común. Admira que sea posible tanta bajeza, en esos seres que se arrastran en la inmundicia, que se ocultan en la sombra, acaso porque los ojos de su alma se cegarían contemplando el brillo de los sacrificios que otros realizan, sin murmurar, por la gloria de la patria.
En Francia, cuyos esfuerzos individuales y colectivos han sirio colosales, han causado impresión profundo las tramas del «boloismo». En el ejército francés han debido producir, sin duda, el efecto de una puñalada por la espalda. En mayo último, el general Nivelle, puesto a la cabeza de los ejércitos franceses por la admiración que a sus virtudes militares habían despertado, prepara cuidadosamente una gran ofensiva. Se produce un choque sangriento, y el resultado de la terrible batalla es apenas apreciable, y desde luego está fuera de proporción con ese sacrificio que había exigido, y esto a causa de la rapidez con que el adversario repelió, la embestida. Y ahora se le dice a ese ejército que, no un espía vulgar, no un traidor de baja estofa, sino una cuadrilla de traidores de alto copete había comunicado oportunamente al enemigo los planes del caudillo, que fue relevado y hasta amenazado de un proceso por la ineficacia de la poderosa acción que había preparado.
El ejército francés, Francia entera, esa cuya suerte es la suerte de la guerra, siguen con el interés que es de suponer las revelaciones a que da lugar al proceso contra el “boloismo”. La pasión política que en todos los países ejerce gran influencia en las acciones públicas, ha sido dominada hasta ahora por esta pasión más noble eme es el amor a la patria. A la demanda de que se levantara la inmunidad parlamentaria para procesar a un hombre de la talla del ex presidente del Consejo, Callaux, la Comisión parlamentaria nombrada para informar ha accedido poco menos que por unanimidad, lo cual, cuando no otra cosa, indica el vehemente deseo de que la luz se haga en asunto tan tenebroso. Francia comprende lo solemne de la hora actual: los ejércitos alemanes, libres ya de la presión rusa y de todo temor por lo que respecta a Oriente, se consolidan en Occidente, para preparar una ofensiva enérgica antes de que las huestes americanas puedan reforzar a los ejércitos franco-ingleses. En los próximos meses va a decidirse, para la nación vecina, el ser ó el no ser, y quiere llegar a la mesa del sacrificio después de un lavatorio purificador.
Menos mal para Francia, menos mal para el mundo, si los pueblos, ante ejemplos tan terribles, llegan a comprender que la purificación de los hombres que dirigen a los Estados es una necesidad absoluta. Menos mal si se hacen cargo de que los vivos, los listos, los que saben aprovecharse, los que con distintas formas y con denominaciones diversas chupan, la sangre de los países que les soportara, deben ser arrojados violentamente de los castillos de la inmoralidad en que se han hecho fuertes. La patria – grande o chica – debe ser amada, aunque no sea más que por propio egoísmo. Pero, para que el amor sea legitimo, la patria debe ser pura. Esta ley, este principio debe grabarse en la mente de todos los ciudadanos, para que exijan la honradez sus directores y gobernantes. Sólo así triunfará decisivamente el patriotismo sobre el “boloismo” – MARIANO RUBIO Y BELLUE – La Vanguardia, domingo 23 de diciembre de 1917, sección “De la Guerra”, p.12 – 13
ESPAÑA EN LA GUERRA
PROTECCIÓN DE PRISIONEROS
II
Mencionábamos en nuestra información anterior la inmisión militar española adjunta a nuestra embajada en Berlín, cuya misión y labor, si bien independientes, están íntimamente relacionadas con las de oficina de protección de prisioneros de guerra de la que hemos tenido la satisfacción de poder ocuparnos. No nos guía la intención de repartir elogios, en lo que acostumbramos a ser siempre parcos, pues creemos que quien verdaderamente los merece no necesita, que la bondad ella misma se alaba. Sino únicamente el deseo de informar a nuestro público sobre cosas que deben interesarle mucho por lo muy de cerca que le atañen.
Denomínase esa dependencia de nuestra embajada en Berlín «Comisión militar de inspección de campamentos de Alemania». Tiene por objeto mantener las relaciones directas de protección que están encomendadas a la embajada, en todo cuanto a los prisioneros de guerra se refiere. A este efecto tiene encomendados los siguientes servicios:
Primero – Visita de campamentos de todas clases, donde haya prisioneros de guerra pertenecientes a naciones, cuyos intereses estén bajo la protección de España.
Secundo – Visita de destacamentos de trabajo.
Tercero – Visita de hospitales y lazaretos.
Cuarto – Visita de prisiones preventivas y presidios.
Quinto – Asistencia a Consejos de guerra que contra prisioneros se celebren.
Para mejor comprender la mucha extensión de ese su cometido, precisa tener en cuenta los siguientes datos: que existen más de 100 campamentos de tropa, muchos de los cuales cuentan con 20 y 30.000 prisioneros de diversas nacionalidades; 50 campamentos de oficiales; 200 grandes lazaretos y hospitales independientes; que es innumerable el número de destacamentos de trabajo, a veces un solo campamento cuenta con 1.000 ó 2.000 de esas pequeñas organizaciones; añádanse a todo esto las prisiones y presidios y Consejos de guerra y así podrá apreciarse mejor y más claramente la importancia de las funciones que le están encomendadas. Están son, entre otras muchas las siguientes:
Primera – Las de información del Estado en que se encuentran los prisioneros de guerra, para conocimiento de los países respectivos;
Segunda – Las de intervención, mediante relación directa de los delegados con las autoridades locales al objeto de conseguir el mayor bienestar posible de los prisioneros de guerra;
Tercera – La de reparto de socorros por encargo de los gobiernos respectivos;
Cuarta – La de controles de los envíos de víveres, medicamentos, indumentaria, etc., que los prisioneros reciben de sus países;
Quinta – La de recoger quejas colectivas o individuales, peticiones de todas clases (noticias de las familias, relativas a intereses, etc.), curso de las mismas y contestación, cuando sea del caso;
Sexta – La de fomentar relaciones de buena harmonía entre prisioneros y autoridades, función de día en día más difícil, por la intranquilidad creciente que al espíritu de unos y de otros lleva la prolongación de la guerra;
Séptima – La de acreditar en lo posible que en los procesos y vistas de las causas se observan las formalidades legales;
Octava – La del reparto personal de libros españoles entre loa prisioneros que conocer nuestro idioma y nuestra literatura, donativo de S. M. el Rey de España.
En cuanto a la organización, esta Comisión militar, como ya hemos indicado, depende de la embajada y se halla a las órdenes del señor Polo de Bernabé; el jefe de la misma el coronel de Estado Mayor don Juan González Gelpi, persona meritísima por todos conceptos, hombre sumamente culto y de una exquisita delicadeza, inteligente e incansable; las funciones de secretaría están á cargo del teniente, auditor de Guerra don José Samsó y Henríqruez, joven, inteligente v culto, dotado de las más relevantes prendas personales, cuya bondad, actividad y talento le hacen muy adecuado para el cargo que ocupa y por demás útil en él su presencia. Este señor está también encargado de asistir a los Consejos de guerra. Para el mejor desempeño de todos los servicios, háse dividido el imperio en siete zonas, en cada una de las cuales existen dos delegados (un jefe u oficial del Ejército o de la Armada y un médico militar ó de la Armada). Los puntos de residencia habitual de los siete grupos de delegados son: Berlín Hannover, Posen, Múnich, Dresde, Stuttgart, y Frankfort.
El servicio se practica, como dejamos dicho, en cuanto es posible, por parejas, sistema varia vez más conveniente, dada, principalmente, la dificultad de relaciones que existen entre prisioneros y autoridades. Aparte del gran número de prisioneros que hay que atender en cada campamento.
Para efectuar con mayor facilidad utilidad las visitas a los prisioneros siguiese por regla general este orden:
Primero – Presentación a las autoridades del campamento;
Segundo – Examen detenido y detallado de todas las instalaciones, barracas, cocinas, desinfección, sala de duchas, almacenes de indumentarias y paquetes, campos de juego, teatros, cementerio, etc;
Tercero – Entrevistas con los Comités de socorro de cada nacionalidad, al objeto de consignar las quejas y deseos generales;
Cuarto – Entrevistas individuales con todos los prisioneros que lo deseen, con el, fin de recoger todos los datos referentes a la situación do los mismos, así como los deseos que formulen y que sean de carácter particular (noticias de familia, intereses, etc., etc.);
Quinto – Entrevista con el comandante del campamento, con objeto de que pueda exponer, conocidas- las quejas de los prisioneros, las razones que tenga por conveniente. Asimismo se le dan á conocer los deseos de los prisioneros, por si puede hacer algo para satisfacerlos. (No se olvide que los comandantes de los campamentos gozan de una autonomía casi completa; nuestros delegados pueden, por lo tanto, obtener mucho directamente de ello. Se comprenderá, pues, la importancia de su misión y lo útiles que han de resultar para los prisioneros sus visitas)
Con todos los datos que obtienen en su visita, los delegados hacen sus informes, consignando en ellos, además, sus impresiones personales sobre el estado del campamento, trato de las autoridades, etc., etc. Para cada nación, cuyos intereses estén confiados a la embajada de España y siempre que haya prisioneros suyos en el campo de que se trate, se redacta un informe aparte. Ya hemos dicho en nuestra información anterior, cómo se tramitan, adonde van á parar y de qué modo se resuelven esos informes, en cuya redacción, como todos comprenderán, deben poner nuestros delegados el tacto y cuidado más especiales.
Penoso por demás es el servicio encomendado a la Comisión militar española. En primer lugar, las dificultades respecto a la alimentación, generales en toda Alemania, agravadas para nuestros oficiales por el constante viajar á que se ven obligados. Dificultad en las comunicaciones, por hallarse muchos campamentos en lugares sumamente apartados, para llegar a los cuales se precisa en ocasiones cambiar hasta tres y cuatro veces de tren y esperar una o más horas en las estaciones de empalme. Distancias a que se encuentran los campamentos de las estaciones o poblaciones, a veces de siete y ocho kilómetros que es necesario recorrer frecuentemente a pie, por carreteras o caminos cubiertos de nieve en el invierno. La duración de las visitas en los grandes campamentos, el de Neisse, por ejemplo, y otros muchos que requieren a veces la permanencia hasta tres días del delegado o delegados en ellos, con jornadas de trabajo de diez y más hora.
Estas de orden material no son nada, en realidad, comparándolas con las penalidades de orden moral por las que tienen que pasar a menudo nuestros delegados. No se olvide que son militares y que, por lo tanto, el espectáculo de los campamentos – el aspecto sin duda el más triste y descorazonador de cuantos pueda ofrecerle a un militar de profesión la guerra – ha de impresionarles hondamente. La misma naturaleza de su delicadísima misión ha de hacerla forzosamente penosa. Los comandantes de los campamentos, por más sensatos y caballeros que sean y por más que reconozcan la legalidad de las visitas, no pueden dejar de ver en ellas una acción fiscalizadora que les deprime y abochorna en cierto modo. Con la presencia de los delegados, máxime cuando hay tirantez de relaciones entre prisioneros y autoridades, inquiétanse éstas y alborótanse aquéllos. Y así se presentan a menudo situaciones que no tienen ciertamente nada de agradable. El constante oír quejas, ya fundadas o infundadas, que de todo hay, quejas que proceden de soldados y oficiales y que van dirigidas contra otros soldados y oficiales, a quienes hay que tramitarlas con la debida prudencia y energía, para que no puedan herir ni provocar lamentables represalias, siendo al mismo tiempo útiles y eficaces, es un penoso deber, para el cumplimiento del cual, a la voz que un elevado espíritu de sacrificio, se requieren dotes de inteligencia y de discreción del todo especiales.
No acabaremos asta ligera información, que bien hubiéramos hecho más extensa, como lo requiere su materia, de permitírnoslo el espacio, sin dar á conocer los nombres de los dignos jefes, oficiales y médicos que con tanto éxito y con satisfacción por parte de todos, están llevando a cabo tan difícil y espinosa misión do la que, gracias á su sacrificio, tan honrado está saliendo el nombre de España. Indicaremos asimismo los puntos donde residen para que puedan dirigirse a ellos quienes lo necesiten, en la seguridad de que no habría de haber solicitud ó .petición a la que ellos no correspondiesen.
Don José Sánchez Ocaña, comandante de Estado Mayor, Posen.
Don José Espi, Sánchez de Toledo, comandante de caballería. (No se ha incorporado aún)
Don Enrique Jiménez Porras, comandante de infantería, Stuttgart.
Don Carlos Requería Martin, comandante de ingenieros, Posen.
Don José de Ordovas Conejo, capitán de caballería, Frankfort.
Don Antonio Adrados, capitán de infantería. Berlín.
Don Manuel de la Cámara, teniente de navio, Dresde.
Don Gonzalo de Aguilera, primer teniente de caballería, Múnich.
Don José Romero de Aguilar, subinspector de Sanidad Militar, Berlín
Don Carlos Vilaplana, González, médico mayor de Sanidad Militar, Stuttgart.
Don Emilio Guitiérrez, médico primero de Sanidad de la Armada, Dresde.
Don Antonio Ferratecs, médico primero, Sanidad Militar, Berlín.
Don Ricardo Murillo, médico primero, Sanidad Militar, Hannover.
Don Julio Ortiz de Villojos, médico primero, Sanidad Militar, Frankfort.
Don Luis de Amallo Tortosa, médico primero, Sanidad de la Armada, Múnich
Difícil es, pero también hermosa su misión. De amor y humanidad – ENRIQUE DOMINGUEZ RODIÑO – La Vanguardia, domingo 23 de diciembre de 1917, sección “La Guerra Europea”, 14 – 15
CRONICA EXTRANJERA
LA PAZ CON RUSIA
Desconocer el peligro gravísimo que para los aliados supone la defección rusa sería una locura, según las palabras de Lloyd George. El golpe ha sido dado con éxito y se reflejan sus efectos en la prensa de Londres y París. Sin duda cunde la inquietud en las potencias del grupo occidental, con motivo del armisticio de Brest – Litovsk; pero al mismo tiempo, como claridad dorada de sol, que se insinúa entre nubes, aventuran los optimistas esta pregunta: “Y bien, ¿podrá satisfacer a los alemanes tratar de la paz con un grupo de anarquistas que proclaman la bancarrota del Estado y cuyo poder ha de ser forzosamente efímero?”
Lo cierto es que, para la Alemania imperial, el ejemplo de Rusia, espantosamente convulsionada en los momentos en que se inician las negociaciones de paz, es desastroso. Trata con la potencia de organización férrea, un pueblo que acepta todos los más atrevidos postulados de la democracia y que aparece borracho de libertad. ¿Qué garantías puede ofrecer ese pueblo que sigue la política delirante de Lenin y Trotski, susceptible de reaccionar bruscamente o de sufrir nuevo cambio radical de situación, cuando es ésta nada más que una fase del desorden en que ha de vivir, tal vez por algunos años, el que fue el más vasto imperio de Europa?
Se ha hecho observar con razón que las diversas fracciones del proletariado ruso, al verse dueñas, de un país inmenso por su territorio y difícil de gobernar por la variedad de razas que lo habitan, han precipitado la descomposición inevitable cuando el poder está en manos de ilusos que aceptan, junto con las reivindicaciones sociales, todas las utopías. No hay ninguna semejanza, se dice, entre los bolcheviques y los revolucionarios franceses, porque en Francia dominaron siempre espíritu limpio y claro, una voluntad lucida y perseverante, una formación filosófica secular y un sentido real de las responsabilidades; mientras que en Rusia sólo vemos una masa amorfa, fluctuante, indecisa, inculta, más obsesionada por lo infinito que atenta a las realidades de la vida, incapaz de perseguir lógicamente una idea y que se deja arrebatar por un delirio místico antes de sentir un sano idealismo político y social semejanza.
Pero para los efectos que persigue Alemania, no creo que importen mucho los matices revolucionarios, las diferencias psicológicas de los pueblos, el sentido de la realidad de los franceses y la exaltación de los doctrinarios rusos. Revolución significa siempre desastre en sus primeros tiempos, y ello es igual en todas las latitudes. Los alemanes pensaron aprovecharse del espanto revolucionario; eme Rusia logre un día rehacerse, asimilándose el buen sentido de la burguesía francesa o que persista en la actual francachela trágica, sin constituir jamás una sociedad libre y justa, eso se verá después. Nuestro siglo comienza como el anterior, pero entretanto han pasado cien años y muchas revoluciones. No sirven ya los viejos moldes revolucionarios y apenas se sospecha cómo serán los nuevos. ¡Quién sabe adónde se va ni qué nos espera al terminar la guerra!
Carpe Diem, decía Horacio, y los alemanes, sin dejar de ser previsores, parecen estar de acuerdo con el poeta latino: aprovechan el día de hoy, que Rusia significa el caos, y se apresuran a negociar una paz que puede ser acaso su salvación. Cierto es que los bolcheviques no inspiran ninguna confianza y que la dictadura de Lenin durará menos que la de Kerensky; pero si antes se firma la paz, no es de creer que vuelva a la guerra un país desorganizado, desangrado, arruinado, donde el pueblo en masa se ha vuelto pacifista por necesidad y por convicción. Kerensky habría podido gobernar con los cadetes y los socialistas si hubiese incluido la paz en su programa; sin sus promesas de paz, Lenin ni Trostki serían hoy poder.
Rusia hará la paz con las potencias centrales, y luego convendrán éstas, con sus enemigos de occidente, en que el gobierno de los maximalistas es intolerable. La revolución rusa, sin alma, aprovechada al momento por los alemanes, nos recuerda la filosofía materialista de un cantar andaluz: “Dicen que no tienes alma; Para lo que yo te quiero, no te hace ninguna falta”
Cuando Kuhlmann y Czernin, dos hombres que tienen consciencia de su responsabilidad y su prestigio, van a Brest – Livstok para negociar la paz, es que se convencieron por anticipado que pueden tratar impunemente y con provecho para sus respectivos países, con los maximalistas rusos. Conocen la situación de Rusia en conjunto en detalle y saben hasta dónde pueden dar los resultados que esperan, un tratado de paz convenido con los bolcheviques, que no servirán para otra cosa si no es librar a las potencias centrales de un frente que fue una carga muy pesada.
Y las condiciones serán las que imponga Alemania, aunque sea dando un rodeo para mal cubrir las apariencias, tal como se ha hecho en el tratado del armisticio. Lenin pedía a los imperiales que no aprovecharan la ocasión para transportar tropas a otros frentes, cosa en la que se convino; pero salvo el caso de que dichos movimientos de tropas no se hubiesen iniciado en el momento preciso de firmarse el armisticio. “Esta cláusula” – advierte el Journal de Gèneve – “es un subterfugio. Alemanes y austríacos han tenido tiempo de retirar los principales contingentes que necesitaban para reforzar sus otros ejércitos. Habiendo comenzado la operación en el momento de firmarse el tratado, podrá continuar libremente. Se ha comprobado ya, con la identificación de prisioneros, la presencia de numerosas divisiones trasladadas de Rusia á Italia y Francia. Se sabe asimismo que los alemanes han hecho una selección de las tropas del frente ruso: han escogido de cada regimiento los hombres más capaces al objeto de reforzar los cuerpos de Occidente, dejando en Rusia los elementos debilitados, o de cierta edad, para fraternizar con los bolcheviques”
Alemania y Austria harán la paz con Rusia, como hacen la paz el vencedor y el vencido; pues para eso son los Imperios centrales eran potencia y es Rusia un desdichado país que vive en la anarquía, y van a tratar en Brest-Litovsk políticos muy hábiles y sutiles con hombres inexpertos en el regateo diplomático. Y cuando la paz sea un hecho, qué puede importarles a los gobiernos de Berlín y Viena que Rusia se devore a sí misma, persistiendo en la locura de sus masas informes, atormentadas, fanatizadas, descompuestas, enfermas de epilepsia?
Mientras no se liquide la cuestión magna de Europa habrá de dejarse á Rusia abandonada á sus tristes destinos – JOE – La Vanguardia, martes 25 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 8 – 9
DESDE FRANCIA. LA CAMPAÑA DE INFIERNO
DIVAGACIONES S0BRE LOS HÉROES Y EL SILENCIO
Noviembre 1917
Me contaron que un día, en París, ciertas comadres del barrio de Saint – Germain estaban hablando de la guerra. Las pobres gentes del pueblo suelen tratar de esas cosas con una sensatez y una cordura que asombran. En sus conversaciones no suele haber ningún desplante, ningún improperio desatentado, ninguna maldición estridente: nada de lo que a diario nos sirven los periódicos – sean del bando que fueren – y que pasa por representar el eco articulado de la opinión pública. Penas, dolores, estrecheces, miserias, sacrificios íntimos: las viejas comadres de Saint – Germain no pasaban de ahí.
En pleno diálogo, dicen que se presentó otra de las contertulias habituales. Llegaba tarde; pero en cambio traía un notición sensacional, que estaba rebosándole ya de los labios. “¿Sabéis lo que ocurre? Es portentoso, inaudito!”. Las demás enmudecieron de curiosidad. ¿Se habría terminado la guerra?.... No tanto. La noticia era que Fulano de Tal – conocido de todas, por ser hijo del propio remienden de la esquina – acababa de ser objeto de una distinción militar extraordinaria.
“¡Le han dado la Cruz de guerra y la Legión de honor!”. “Pero ¿cómo ha sido? ¿Es posible?”, exclamaron las comadres. “Cierto, seguro” – replicó la reden llegada – “Yo misma acabo de ver el periódico que explica el suceso. Verán ustedes: parece ser que el chico, durante una exploración de la patrulla en que estaba sirviendo, se encontró de pronto solo, perdido, y rodeado por diez alemanes que le apuntaban sus fusiles, gritándole que se rindiera. Y en vez de hacer eso, que era lo más natural, el muchacho comenzó a descerrajar tiros y repartir porrazos a su alrededor. Se armó una sarracina tremenda. Nadie, ni el mismo muchacho, ha podido decir luego lo que pasó. Pero lo cierto es que, a los cinco minutos de haberse entablado la desigual pelea, al llegar en socorro del muchacho sus compañeros hallaron que, de los diez alemanes, dos o tres yacían muertos, cuatro estaban heridos, revolcándose por el suelo, y los demás huían a todo correr, como si temieran que les alcanzara el mismísimo diablo. Costó gran trabajo calmar al muchacho. Sus compañeros no osaban acercarse a él, porque estaba dando saltos, aullidos y bayonetazos, con un furor inverosímil. Por fin consiguieron darse a conocer; sosegaron al héroe – que no tenía ni el más ligero rasguño en su cuerpo – y se lo llevaron en hombros hasta la retaguardia”.
Las comadres se quedaron embobadas, absortas, sonando en la extrañeza de un hecho tan descomunal, realizado por un mozalbete que todas conocieron y a quien nadie hizo caso mientras estovo en el barrio. Pasaron algunos instantes de estupor. Y, finalmente, una de las viejas exclamó muy despacio, en voz queda, ensimismada, sin ninguna mala intención con toda la santa ingenuidad de su alma: “¡Ya decía yo que á ese chico le faltaba un tornillo!”...
Son incontables las veces que, durante mis excursiones por el frente, me he acordado de esta anécdota rigurosamente histórica, de un sabor tan humano y un alcance tan hondo. ¡El heroísmo! ¡Los héroes! ¡Cuán diferentes son, en realidad, de la manera como estamos acostumbrados a imaginarlos y representarlos! Entre, el heroísmo y los héroes, tal como se da todos los días en las avanzadas guerreras, y la suerte, de mistificación que sufren a través de las leyendas y las representaciones simplistas, hay tanta diferencia, como entro la guerra misma, la guerra de ver dad, vista, sufrida, y los brillantes relatos de sus alentadores o los croquis efectistas de los magazines.
De ahí que, al penetrar por primera vez en las trincheras, una de las impresiones más desconcertantes es la de notar que en ellas se ven muchos soldados, pero ningún héroe. Es decir: muchos hombres de carne y hueso, que sufren, que están atormentados a pesar suyo, que no ríen ni sonríen, que ni siquiera hablan porque el intenso dolor de sus almas se lo impide; y en cambio no so ve, ni por asomo, ninguna figura arrogante, en actitud más o menos fiera y teatral, que gaste cuchufletas pendencieras o se entretenga en ensayar gestos airados y posturas briosas. Miseria, tortura, sufrimiento indecible, y conciencia clarísima de todo ello: en las trincheras no hay más. Y al damos cuenta de do que naturalmente debía ser así; de que toda otra representación es falsa, absurda, imposible; de que el heroísmo brillante es casi siempre una patraña y hasta un contrasentido, entonces y solo entonces llegamos a admirar cordialmente a los héroes, a los verdaderos héroes, en su desnudez y congoja, con una admiración que nos eriza los cabellos de espanto y una ternura que casi nos obliga a caer de rodillas.
Sospecho que en todos los tiempos ha ocurrido, poco más ó menos, lo mismo, porque la característica del hombre no es transformarse sino reproducirse. Eso que nos cuentan de los tercios castellanos en Flandes, de la robustez académica de las cohortes romanas, y de tantas otras bizarrías legendarias, es bueno para ser imaginado nada más, para adornar una pieza teatral con un desfile aparatoso de comparsas, y para inspirar a un pintor de batallas efectismos popularmente infalibles. No diré que todo eso es falso, porque no lo es. El aspecto pseudo heroico del militarismo también lo tenemos en la actualidad. ¿Quién no ha presenciado un desfile de tropas en día de gala, de paseo militar o de maniobras nacionales, solemnes? Es un espectáculo vistoso, agradable, hasta cierto punto fascinador. Es lo mismo que debieron ser, con más o menos esplendor y colorido, las demostraciones similares de otras épocas. Poro lo que digo es que eso nada tiene que ver con el verdadero heroísmo, que el simulacro de la guerra ni por asomo puede compararse con la guerra misma. Los soldados, al desfilar pacíficamente o al combatir teóricamente ante un público entusiasta, no son héroes. Quizás lo fueron antes, quizás lo serán después; también es posible que no lo fueran ni lo sean nunca. En torio caso, lo cierto es que, durante la maniobra ó revista, no son héroes, sino simplemente hombres, en toda su normalidad y vulgaridad, hombres-comparsas, revestidos de una apariencia, de un uniforme heroicos. El heroísmo no brota de los oropeles, bordados, galones y penachos; antes bien de la miseria, de la privación, de las penalidades más angustiosas y de los más rudos sufrimientos. Nos quedaríamos pasmados si pudiéramos ver en qué estado se hallaban los famosos tercios de Flandes, durante las horas en que fueron verdaderamente heroicos: los jubones destrozados, las fajas rotas, las polainas deshechas, los airosos chambergos raídos y el cuerpo cubierto de llagas sangrientas.
El héroe no nace, sino que se hace. El heroísmo no es una cualidad ó un don permanente, involuntario, como la guapeza, la discreción ó la inteligencia; el verdadero heroísmo se adquiere mediante un enérgico esfuerzo de la voluntad, y no es duradero sino pasajero. Tampoco es desordenado e impulsivo, antes bien terriblemente lúcido de sí mismo. Los actos heroicos extraordinarios constituyen una excepción que las hay entre la casualidad y un arrebato del ánimo casi rayano en la locura. La vieja comadre de Saint-Germain dio con algo muy humano y muy hondo, al sospechar que el hi.io del remendón del barrio no estaba en su cabal juicio cuando se transformó en héroe. Porque es casi imposible que un hombre cuerdo, perfectamente equilibrado, en su estado normal, se bata contra diez, matando a unos, hiriendo a otros y poniendo en fuga a los demás. El mismo autor de la hazaña habría sido incapaz de preverla, y luego de realizarla ni siquiera supo explicarla. Salió bien porque sí. Tomado en ese sentido, el heroísmo es como un meteoro inexplicable y poco menos que absurdo.
El verdadero heroísmo, no el de individuo o casos aislados que no resuelven ni significan nada, sino el de todos los días, el de las grandes masas combatientes que deciden las guerras, es un impulso más complejo y, sobre todo, consciente. Los héroes do esta clase innumerable y fecunda comienzan siempre por ser hombres, esto es, por tener miedo. El hombre cuerdo, al encontrarse ante un peligro inmediato, es naturalmente miedoso. Pero su miedo nada tiene que ver con la cobardía, sino que es pura sensatez, ponderación equilibrada del riesgo que le amenaza. Lo contrario, el no sentir en modo alguno ese temor, más bien signo de flojedad reflexiva que de heroísmo. La valentía sin ton ni son, a todo pasto, es propia únicamente de profesionales mercenarios o de espadachines. Las grandes masas de soldados – y en especial en nuestros días, que están compuestas de obreros, campesinos, industriales, comerciantes, etc, hombres de instintos pacíficos y discursivos – sienten una verdadera repugnancia por los procedimientos guerreros. El deseo vehemente de conservar sus vidas; la plena consciencia del desamparo en que dejarían a los suyos, en caso de sucumbir; y hasta el asco por echar mano de recursos irracionales y sangrientos, son trabas muy que les impiden pasar con facilidad de su estado normal a la exasperación heroica.
A esto se añade otra circunstancia esencial. Por lo que yo he podido entrever durante la guerra, la bravura salvaje es muy poco frecuente. Esas cargas a la bayoneta y esos choques cuerpo a cuerpo de que nos hablan continuamente los relatos oficiosos, son pura fantasmagoría. A veces, en muy raros casos, tienen lugar, pero casi siempre es entre patrullas poco numerosas, compuestas de soldados aguerridos, verdaderos profesionales o especialistas de matanzas a ciegas. Las masas compactas, los núcleos principales de un ejército, no obran así y se comprende. En tesis general, siempre que dos hombres se encuentran armados cara a cara, lo más probable es que uno eche a correr, sin aguardar la embestida del enemigo. Esto es lo humano, lo verosímil, lo menos forzado, sobre todo entre los combatientes, entre los enemigos teóricos, entre hombres que jamás se han visto y no deben dirimir ninguna ofensa directa, personal e intransferible. Esto es, al menos, lo que ocurre en nuestros días…y lo que debió también ocurrir en los pasados tiempos. Los grandes choques entre ejércitos de la antigüedad, barrunto (a pesar de los elocuentes testimonios en contra) que en muchos casos debieron ser esto: verdaderos choques entre avanzadas selectas, seguidas de la fuga general de uno de los bandos. Las carnicerías de que nos habla historia fueron, en realidad, degollinas. Los vencedores seguían a los fugitivos vencidos, y les exterminaban aprovechándose de su pánico, hiriéndoles por la espalda. De otra suerte nos serían incomprensibles, ni el hecho de que un ejército vencedor fuera mañana, derrotados por los mismos vencidos de la víspera, ni las fugas a la desbandada, los terrores súbitos, muchas veces inmotivados, absurdos, que desbaratan a un ejército en el instante preciso que estaba a punto de alcanzar la victoria.
Ahora bien: a esta serie de impulsos negativos, tan humanos, que forman la urdimbre del heroísmo, los combatientes oponen con un esfuerzo sobrehumano y supremo la voluntad de vencerlos. Y aquí damos con el verdadero heroísmo, con el único admirable y coherente. Ser bravo sin más ni más, por pura casualidad o por un rapto de insensatez nerviosa –como el protagonista de la anécdota citada – no es ser héroe. Lo heroico por excelencia es el esfuerzo consciente, tenaz, dolorosísimo, nunca definitivo y constantemente renovado, del simple mortal que se eleva por su voluntad y únicamente a ratos, hasta la completa renunciación de sí mismo y todo de suyo, en cumplimiento del deber patriótico. Los héroes más admirables, los únicos, a mi manera de ver, son, por ejemplo, estos soldados franceses que he visto sufriendo y penando, 1lenos de dudas, zozobras y combates íntimos, en las encharcadas líneas de fuego del Mort – Homme. En nada se parecen, claro está, a los héroes legendarios ni a los que el vulgo imagina. Su expresión no es desembarazada y risueña, porque sería casi monstruosa si lo fuese. No les falta ningún tornillo, según el decir de la vieja comadre, sino que están en su cordura cabal; y, no obstante, ellos fueron que realizaron, en Verdun, en una de las más portentosas y gloriosas heroicidades de la historia de Francia.
De sus dolores, de sus amarguras, de sus inimaginables pesares y luchas calladas, internas, solo quiero dar una muestra. Me encontré, al recorrer las trincheras saturadas situadas cerca del riachuelo de Forges, con un soldado que se arrimó al talud de la excavación para cederme el paso. Mis compañeros iban adelante, y yo tenía prisa de reunirme con ellos, para no perderme. Pero el pobre hombre me miró, al pasar, con una expresión tan desconsoladora, que me detuve instintivamente a hablarle, sin saber que decirle, por impulso de lastima. “¿Qué hay, buen hombre?”, le dije. “Ya lo ve usted”, me contestó bruscamente; y al mismo tiempo levantaba los hombros y fruncía las cejas. Su aspecto era lamentable: el rostro, los brazos, las manos, el cuerpo, las piernas, estaban cubiertos de barro. “La vida debe ser dura por allí”, le dije tontamente, porque no acerté a decirle otra cosa No respondió palabra. “¿Estáis malo?”. Tampoco. “¿Queréis fumar?”. Con un gesto me indicó que no aceptaba la oferta. Comencé a azorarme. El soldado me miraba con una dureza insoportable; en sus ojos había un rencor evidente, vago, impreciso, pero que a mí me parecía referirse a alguna queja infinitamente justa que le rebosaba el alma. Balbuceé unas palabras más, y para salir del paso – en las trincheras hay que hacer eso muchas veces, vergonzosamente – me alejé diciendo: “No hay más remedio. Es preciso proseguir hasta alcanzar la victoria”. El soldado se irguió en un impulso de ira. “La victoria”, gritó. “Mi victoria sería poder regresar a mi casa y vivir en paz con los míos, ¿lo entiende usted?” Seguí andando y le perdí de vista; sus palabras vehementes, ininteligibles ya, continuaron resonando algún tiempo en la cavidad del callejón…
Un observador superficial o mal intencionado, tendría bastante con esta aventura para deducir de ella mil conclusiones erróneas y disparatadas: aquel hombre era un antimilitarista rabioso, un mal patriota., un elemento y un signo do disolución; el ejército francés está desmoralizado, etc., etc. i Y no hay nada de eso! Porque ¿sabéis qué era, en realidad, aquél hombre? Era, ni más ni menos que un verdadero héroe, un héroe de- carne y hueso, uno de los innumerables héroes anónimos que proporcionaron a Francia el episodio inmortal de Verdun. Aquel hombre pudo decir lo que dijo y otras cosas más por el estilo, precisamente porque no era un héroe de patraña, sino de verdad; porque antes y después de aquella explosión de amargura, ha tenido y tendrá otras explosiones prácticas, eficaces de patriotismo; porque, a pesar de lo que dijo y de lo que dirá y sentirá todavía, cuando llegue el momento supremo del deber sabrá sobreponerse a todos sus egoísmos, por justificados que sean, y se batirá, y cometerá locuras heroicas, y dará su sangre, y morirá si es preciso, sin arrepentirse de nada.
Desconfiad de los héroes que lo son constantemente, que no dudan jamás ni vacilan; o son entes imaginarios, para uso y recreo de los que no saben comprender el verdadero heroísmo, o repugnantes matones. El héroe perfecto, el más humano, es el que tiene sus horas de naufragio y congoja, en que quisiera apartar de sí, por insoportable, el cáliz de su amargura. Y su valor esencial radica precisamente en esto, en que, a pesar de su humanidad, que le agobia, consigue elevarse hasta el heroísmo que le transfigura – GAZIEL – La Vanguardia, jueves 27 de diciembre de 1917, sección “La Guerra Europea”, p. 9
CRONICA EXTRANJERA
UCRANIA
Ucrania es para la Entente la última esperanza de no perder en absoluto el apoyo de Rusia. Los alemanes comienzan a inquietarse, pero hay que esperar a ver los efectos de sus nuevas proposiciones de paz, pata juzgar sobre la verdadera situación y el carácter de la rebeldía ucraniana, que podría reducirse á un simple episodio de política interior.
Sin embargo, después del ultimátum de los maximalistas a la Rada de Ucrania, y conocida la contestación que ha dado esta última a los comisarios del pueblo, un hecho se nos ofrece que no admite dudas: Ucrania está contra los bolcheviques y al lado de los cadetes y de los cosacos. Siendo los bolcheviques quienes están dispuestos a concluir la paz, y por tanto quienes facilitan la victoria de las potencias centrales, la actitud rebelde de Ucrania puede serlo todo menos germanófila. Desde luego los periódicos alemanes han exteriorizado ya los recelos y las dudas con que se miran desde el imperio los acontecimientos del Sur de Rusia. Si la intervención de los cadetes en los asuntos de Ucrania es cierta – y las recientes declaraciones del general Alexeief parecen confirmarlo – indudablemente la causa de los aliados recobra un sector muy extenso de la opinión rusa. Los burgueses estarían siempre al lado de Francia aunque sólo fuera por estar contra los soviets. En cuanto a los alemanes, saben muy bien que de todos modos, Rusia queda fuera de combate, pero significaría, un tropiezo grave, en las negociaciones de paz, que Ucrania se resistiera a reconocer cualquier tratado que se ultimara con el gobierno de Lenin y Trotski.
Por supuesto que la Entente ha sabido aprovechar la cuestión ucraniana en momento oportuno, dándole un giro que no esperaba Alemania, y haciendo ahora mucho ruido alrededor de acontecimientos cuyo verdadero alcance está por ver por qué no sabemos cómo responderán en Ucrania los obreros y soldados, pudiendo ocurrir que se produzcan divisiones dentro del país y que se malogre esta conato de reacción contra el yugo maximalista.
Otras veces hemos hablado de la cuestión ucraniana en su aspecto autonomista o separatista que, debido a esos cambios repentinos de la política fluctuante, siempre acomodada a las circunstancias, aún a costa de las convicciones, encuentra hoy un apoyo donde antes encontró una censura.. El separatismo de Ucrania fue mirado con malos ojos por las potencias occidentales, mientras Rusia, bajo el gobierno de Kerensky, era para la Entente una aliada hoy que Francia ha perdido el dominio espiritual en Petrogrado y Moscú, se declaran legítimos los derechos de Ucrania á la independencia y hasta se insinúa la idea de que debe Rusia renunciar a ser campeón del eslavismo, quedando reducida á la antigua Moscovia, para de este modo constituir una gran Polonia, donde quedaran comprendidas Ucrania y Lituania.
Se arguye, al efecto, que hay muy pocos rusos de raza eslava, si se admite que Polonia, de atacada enteramente de Rusia, podría recobrar todos los territorios que dominó en otros tiempos, sea por formar parte integrante del suelo nacional o bien por derecho de soberanía ó de anexión federativa.
Pero no se trata ahora precisamente de un conflicto por la independencia, que ello nada tendría que ver con la paz ni sería causa de la inquietud de Alemania y Austria. Cierto es que Ucrania no renunciará a ser un Estado independiente, aunque ligada a Rusia por el sistema federativo; pues que la inmensa mayoría de la población es ortodoxa y está impregnada del espíritu ruso. Los maximalistas han otorgado a los ucranianos cuanto pidieron, y si ahora surge un conflicto que no esperaba Lenin, es por el programa radical de los Soviets, que comprende la socialización de toda la propiedad privada y, por consiguiente, ha dado motivo, que las poblaciones rurales del Sur pongan el grito en el cielo.
Ucrania, país rico y con su organización especial, donde abundan, por lo que puede verse, los hombres sensatos, habla de rebelarse contra las fantasías leninistas de socialización mirando con horror los estragos que ha hecho la anarquía allí donde los soviets maniobraron con entera libertad. Los partidos moderador, protectores de la propiedad y que con este carácter van a lucha política, vieron en el movimiento de Ucrania una fuerza aprovechable para combatir a los bolcheviques. A su vez ha visto la Entente un apoyo para su causa, y así aparece ahora todo en confusión: la protesta inicial del movimiento contra los ataques á la propiedad, la intervención de los cadetes para sumar fuerzas contra Lenin y Trotski y la propaganda de la Entente contra la paz que se está negociando en Brest-Litovsk que este modo las dos Repúblicas que se habían reunido en un mismo cuerpo de Estado, se dividen en dos campos enemigos; la paz que estimaban segura los imperios centrales queda gravemente comprometida, y los aliados abren de nuevo el alma a la esperanza.
¿Serán por fin vencidos los Soviets? En Ucrania tal vez. Son numerosos los periódicos alemanes que demuestran temerlo. No faltan tampoco los optimistas, y entre estos últimos, sobresale el Berliner Tageblatt por su confianza. En un artículo de Hana Vorst, redactor especial para los asuntos de Rusia, se dice: “Si Ucrania está en situación de formar un bloque compacto para lanzarse contra el gobierno de los soviets, no hay duda que triunfaría su voluntad, pues el Sur ha sufrido relativamente poco con la guerra. Cuenta no sólo con los stocks de trigo, de carbón y otros artículos de primera necesidad, sino que tiene, además, la superioridad financiera. Afortunadamente, la empresa no es fácil. Las organizaciones de los soviets ucranianos han introducido la división en el país: el gobierno de los comisarios del pueblo encontrará el apoyo de la federación de los ferroviarios y quizás también de las tropas ucranianas Y nos tiene ya demostrado de lo que es capaz, empleando los medios más rápidos y no retrocediendo ante nada”.
Importa observar que la actitud de Ucrania no se dirige contra las potencias centrales sino por la dirección ulterior que haya podido darle la propaganda de la Entente. Los ucranianos se rebelan contra los bolcheviques, que han llevado a Rusia al desastre; pero como Alemania y Austria lo esperan todo del gobierno de Lenin y han de desear que salga éste victorioso, se entiende que los rusos del Sur, por la misma fuerza de las cosas, estarán al lado de la Entente, a menos que, come supone Hana Vorst, se vea aparecer dominante, también en Ucrania, la influencia de los soviets. Y si no, se preparan nuevos y sorprendentes acontecimientos – JOE – La Vanguardia, sábado 29 de diciembre de 1917, sección “Crónica Extranjera”, p. 6
A GUERRA EUROPEA – DICIEMBRE 1917
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