“En los orígenes de Sant Julià de Lòria
(Andorra). Las evidencias de ocupación
durante la antigüedad tardía y la alta edad
media
(ss.
V-XII
dC)”,
Coloquio
Internacional Arqueología de las aldeas en
la Alta Edad Media. Vitoria-Gasteiz, 20-21
de noviembre 2008, inèdit.
FORTÓ GARCÍA, Abel:
[email protected]
VIDAL SÁNCHEZ, Àlex:
[email protected]
ÀREA DE RECERCA HISTÒRICA, Patrimoni Cultural
d’Andorra:
Crta. De Bixessarri, s/n, Aixovall (Sant Julià de Lòria),
Andorra
Telf.: +376 844 141
FORTÓ, Abel; VIDAL, Àlex: “En los orígenes de Sant Julià de
Lòria (Andorra). Las evidencias de ocupación durante la
antigüedad tardía y la alta edad media (ss. V–XII dC)”
Resumen: El yacimiento del Camp Vermell, situado en el casco antiguo de la
población de Sant Julià de Lòria, permitió documentar sucesivas fases de
ocupación desde el siglo II al XII dC. A partir del registro arqueológico y de los
resultados de los estudios paleoambientales (palinología, carpología y
antracología), se propone una secuencia ocupacional sin solución de
continuidad como mínimo desde el siglo V, que enlazaría con la villa Lauredia
que aparece en la documentación de inicios del X.
Palabras clave: Pirineos, aldea, paleoambiente, antigüedad tardía, alta edad
media
En el último decenio los Pirineos Orientales, y ello incluye Andorra, se han
revalorizado como área de estudio histórico siendo objeto de un buen número
de proyectos de investigación. Como resultado de este interés contamos hoy
con diversos estudios, publicaciones y resultados preliminares de algunos de
los proyectos en curso (GALOP, 1998; RENDU, 2003; VIADER, 2004;
CODINA, 2005; GASSIOT et alii., 2005; PALET et alii., 2007; MIRAS et alii.,
2007), que no hacen más que redundar en el interés de esta zona que, como
bien se ha apuntado, no por estar al margen debe entenderse como marginal
(GASSIOT et alii., 2005: 505). Sin ánimo de exhaustividad podemos destacar
entre las conclusiones generales de estos estudios tres aspectos que, a
nuestro juicio, son de gran relevancia.
Por un lado se demuestra que el carácter marginal, inmovilista y refractario con
que recurrentemente se ha caracterizado esta zona parte de un apriorismo en
parte presentista, pues se proyecta al pasado la realidad pirenaica de los
últimos 150 años, y en parte fundamentado en un prejuicio que podemos
observar ya en autores de época romana y altomedieval, pero que se ha
reproducido en buena parte de la literatura, científica o no, de época moderna y
contemporánea. Por otro se evidencia que nuestra zona ha participado de los
procesos generales que pueden estudiarse en el llano y que sin duda han
tenido aquí su eco. Sin embargo esto no es óbice, y este es el tercer rasgo que
quisiéramos destacar, para que los cambios y transformaciones acaecidos
hayan seguido un ritmo y hayan tenido un impacto propio y diferenciado. Todo
ello nos lleva a plantear que la aplicación per se de modelos exógenos, y
entendemos aquí por exógeno cualquier planteamiento desarrollado en un
ámbito que no sea el estrictamente pirenaico, puede conducir a un desajuste
con los datos empíricos. Establecer un marco de referencia propio, cuando
menos para aquellos períodos en los que carecemos de documentación escrita
o ésta es testimonial, en el que no se soslaye el registro sino que éste sea el
punto de partida para la modelización teórica, resulta, hoy por hoy, una
necesidad.
Aún así y pese a este impulso de la investigación, en el que la arqueología del
paisaje y la arqueometría han tenido un papel importante, el catálogo de
yacimientos excavados en extensión continúa siendo exiguo, lo que sin duda
limita nuestras opciones interpretativas. La carta de la arqueología preventiva y
de urgencia, que en otras zonas ha posibilitado documentar y excavar
yacimientos y paliar así este déficit de conocimiento de períodos como los que
nos ocupan, ha tenido aquí un impacto escaso. Si bien es cierto que el boom
inmobiliario se ha producido a una escala menor, no lo es menos que a
menudo las obras se efectúan sin ningún tipo de control arqueológico, aún
cuando afectan núcleos históricos. La necesidad de proteger estos espacios
queda de manifiesto en casos como el Camp Vermell, en los que podemos
establecer una secuencia ocupacional continua desde la tardoantigüedad y que
a su vez demuestran la integración de estas zonas en un contexto regional más
amplio.
Descripción del yacimiento
El yacimiento del Camp Vermell se encontraba en la población de Sant Julià de
Lòria (fig. 1), cabeza de la parroquia homónima que incluye un total de 9
núcleos más. Al ser la más meridional su clima es más temperado que el del
resto de parroquias, y su territorio es el que tiene la altura media más baja. La
villa se ubica en una llanura aluvial del fondo de valle, que queda delimitada por
el río Valira y por las abruptas pendientes de las montañas circundantes. La
ocupación del lugar se explica por la potencialidad de estas tierras, muy aptas
para el cultivo y los prados de siega, el acceso a recursos hídricos y la
situación central en el eje viario principal del valle.
Si exceptuamos el acta de consagración de La Seu d’Urgell por los problemas
de datación que conlleva (BARAUT, 1988: 101; BOSCH, 2005: 99), la primera
referencia documental data de marzo de 904 en que se vende una viña in villa
Lauredia (BARAUT, 1988: 113), antigua denominación, aunque los restos del
Camp Vermell nos llevan a proponer una existencia previa a esta fecha.
El Camp Vermell, de unos 1.970 m2, era una de las pocas parcelas rústicas no
sometida a la presión urbanística que había quedado integrada en el núcleo de
Sant Julià de Lòria. Con motivo de su urbanización y siguiendo el programa de
arqueología preventiva desarrollado por el Àrea de Recerca Històrica de
Patrimoni Cultural d’Andorra, pudo documentarse el yacimiento arqueológico
que nos ocupa, cuya horquilla cronológica se situaría entre los siglos II i XII dC,
si bien en las siguientes páginas únicamente trataremos las fases
correspondientes a los siglos V y XII dC.
Los restos documentados se localizan de una forma bastante diseminada
sobre el terreno, aunque mayoritariamente se concentran en un área de
unos 350 m2 en el extremo meridional (fig. 2). Las diferentes estructuras se
reparten en las siguientes fases:
FASE I (II-IV dC): un recinto rectangular, que probablemente corresponda
con un espacio habitacional, y una tumba definen esta fase.
FASE II (V-VII dC): un conjunto de silos y un taller metalúrgico.
FASE III (VIII-XII dC): 2 cabañas, 4 tumbas y un camino pavimentado.
FASE II
La configuración de esta fase (siglos V-VII dC) es la que presenta una mayor
complejidad, distinguiéndose dos agrupaciones de estructuras a nivel funcional,
primero un conjunto de silos y, en segundo lugar, un taller metalúrgico (fig. 2).
Teniendo en cuenta el patrón de dispersión, con la mayoría de restos
concentrados en un área reducida en el extremo meridional del yacimiento,
podemos inferir que el conjunto fuese el resultado de una misma ocupación.
Las estructuras de almacenaje: los silos
Globalmente se han documentado hasta ocho silos, de los que sólo cuatro (SJ
27, SJ 29, SJ 37 i SJ 42) se adscriben con seguridad a esta fase, presentando
los tres restantes algunos problemas de atribución cronológica, bien por la
ausencia de materiales (caso de la SJ 59), bien por la presencia de cerámicas
idénticas al primer horizonte de la fase III (SJ 25 y SJ 26). No sabemos hasta
que punto esto último debe entenderse como una pervivencia en el uso de las
estructuras o como una reutilización de las mismas (de lo que se deduce que el
material de la fase II sería residual), pero en cualquier caso hemos preferido
tratarlos en conjunto, ya que parece claro que se originan en esta fase y que su
amortización debió producirse, a lo sumo, a inicios del VIII. Hay que decir que,
de todos modos, los silos demuestran un uso continuado que debió dilatarse
considerablemente en el tiempo pues se observan reparaciones en alguno de
ellos. Posiblemente este hecho se deba a la propia naturaleza del sustrato
geológico, compuesto de gravas y cantos rodados poco cimentados, que debía
dificultar sobremanera la construcción de las estructuras y hacía preferible la
reparación de aquellas ya existentes.
Hay que remarcar que, aún considerando también el alto grado de
arrasamiento que presentaban varias de ellas, en general se trataba de
estructuras de reducidas dimensiones, como lo demuestran aquéllas mejor
conservadas (SJ 42), con no más de 170 cm de profundidad y unos diámetros
entorno a los 110 cm. El motivo de esta fuerte degradación habría que buscarlo
sobretodo en las construcciones de la Fase III, que implicaría una destrucción
generalizada impidiendo, por tanto, una mejor conservación de los restos (fig.
3).
El taller metalúrgico
La instalación de dicho taller reaprovechaba en gran medida el espacio
ocupado anteriormente por una habitación de la Fase I (FORTÓ, MAESE,
2008), si bien en este caso todos los indicios señalan que debería funcionar
como un espacio abierto, como mínimo parcialmente si tenemos en cuenta
tanto las dimensiones como la actividad desarrollada en su interior. En este
complejo se ha identificado un horno (EC 40), una fosa amortizada por escorias
de hierro (FS 44) y un posible yunque (EN 39), así como una segunda
estructura de combustión (EC 43) y un grupo de fosas, a todas luces
relacionadas con las actividades realizadas, en el extremo septentrional del
ámbito .
En cuanto al horno documentado, por el momento y a falta de los resultados de
los anàlisis metalográficos i oportunos, resulta difícil precisar si se trataría de un
horno de reducción o, por el contrario, de herrero. Se trata de una estructura
semiexcavada y delimitada por losas, presentando una planta rectangular con
parte del revestimiento interior de arcilla termoalterada. Tampoco queda clara
la tipologia de la estructura, ya que se desconoce si la parte conservada
corresponde sólo a la cámara de combustión o constituye una parte mayor de
la misma. Sea como fuere las evidencias del trabajo con o para obtener hierro,
quedan demostradas por la gran cantidad de fragmentos de escoria recogidas
del fondo y las paredes.
Por otro lado, la estructura identificada como un yunque (EN 39) consistía en
un bolo errático de piedra de grandes dimensiones reaprovechado para tal fin y
localizado a poco más de un metro al este del horno. Es en la parte superior del
mismo, la que se encuentra toscamente preparada para el trabajo, donde se
localizaba restos de masa escorificada.
Materiales y cronología
Tanto los rellenos de los silos como todo el taller no han proporcionado un
gran volumen de materiales. En lo referente a la cerámica (fig. 4) se han
recuperado cerca de 100 fragmentos, de los que contamos un número
mínimo de 17 individuos que podemos asignar con seguridad a la
tardoantigüedad, y a los que habría que añadir 3 más que aparecieron en
contextos posteriores como material residual. Se trata de las típicas
cerámicas comunes que se documentan en estos contextos (no hay
importaciones) caracterizadas por unos bordes exvasados, generalmente
moldurados y con un surco por la cara interior, lo que resulta en un labio de
sección triangular. El repertorio formal era muy restringido, limitado a ollas y
alguna jarra, y normalmente las piezas suelen presentar una tendencia
troncocónica en la mitad superior (una característica formal que aún
perdurará en los materiales del VIII-IX) y las cocciones habituales son
reductoras (11 individuos). Cerámicas muy similares se han documentado
en otros yacimientos de la misma cronología, entre los que podemos citar
Mataró (CELA, REVILLA, 2004), la fase II de Ca l’Estrada (FORTÓ et alii.,
2009), Can Solà del Racó (BARRASETAS, VILA, 2004), la Solana
(BARRASETAS, JÁRREGA, 2004) o, mucho más próximo, el Roc d’Enclar
(LLOVERA et alii., 1997).
Como se ha indicado, en alguno de los silos aparecían materiales
formalmente idénticos a los de la fase inmediatamente posterior, un hecho
que podría interpretarse como una fase transicional en el que conviven
estilos tradicionales e innovaciones, o bien como una reutilización de
algunas estructuras. Sea como fuere se hace necesaria una revisión a partir
de los datos aportados por los diversos estudios arqueométricos (recibidos
hace escasamente un par de meses).
FASE III
Las estructuras de esta fase presentan una mayor dispersión aunque en su
mayoría se concentran en la misma área, distinguiendo entre ellas dos fondos
de cabaña, dos fosas, cuatro tumbas y un camino pavimentado (fig. 2).
Las estructuras de hábitat
La primera de las cabañas, la FC 32 (ss. VIII-IX), consistÍa en un espacio
semiexcavado de planta absidial, con unos ejes máximos de 935 x 430 cm, lo
que suponía una superficie aproximada de 37 m2, y una orientación este-oeste.
En algunos puntos de su perímetro presentaba los restos de un muro
perimetral que a duras penas conservaba una hilada. Una suerte de tabique
interior dividía el espacio en dos ámbitos, un primero de planta rectangular y un
segundo de menor tamaño y de planta semielíptica.
Pudieron distinguirse tres reformas interiores que pese a que no podemos
atribuir ninguna duración concreta en el tiempo sí que, al menos, demuestran
una ocupación prolongada de este hábitat. Desde un primer momento la
cabaña fue diseñada con la compartimentación reseñada, disponiéndose una
estructura de combustión (EC 33) sobre el sustrato, que funcionaba como nivel
de uso, en el tercio occidental del ámbito mayor. Estaba delimitada por losas
verticales y disponía de una capa refractaria de piedras sobre la que se
observaban los restos de una capa de arcilla rubefactada. Unos 30 cm más al
norte se encontraba una segunda estructura de función indeterminada, con
unas dimensiones similares, construida con piedras pero sin trazas de la acción
del fuego.
En un segundo momento el interior de los dos ámbitos fue pavimentado con
lajas de piedra que amortizaron las estructuras anteriores. Asimismo se
replanteó el trazado de la mitad oeste del muro que cerraba por el sur,
ampliándose ligeramente la superficie. Una vez más el espacio más grande
contaba con un hogar (EC 34), en esta ocasión con una ubicación central
aunque peor conservado y mucho más simple, pues consistía en una simple
capa de arcilla rubefactada. Probablemente fue en el mismo momento cuando
se construyó una segunda estructura de combustión (EC 36) en el exterior y
adosada al muro meridional, delimitada por piedras y arcilla muy depurada.
Finalmente en la última remodelación se amortiza el enlosado de la estancia
más grande con una capa de arcilla compactada, sin que se construyese
ningún hogar. Cabe pues la posibilidad de que en esta ocasión la cabaña
perdiese su función habitacional para ser un simple cobertizo de funciones
diversas.
Hay que señalar que unos 80 cm al nordeste de la cabaña se hallaban dos
fosas de pequeñas dimensiones, que pudieron haber funcionado
conjuntamente con aquella aunque desconocemos su uso.
La segunda cabaña, FC 4 (ss. IX-XI), seguía la misma tipología constructiva
aunque sus dimensiones eran sensiblemente inferiores, con una planta casi
cuadrangular de unos 420 cm de lado y una superficie entorno a 15 m2 (fig. 3).
También debió tener un uso recurrente y prolongado, a tenor de las reformas
interiores.
En el primer momento se dispuso un hogar muy sencillo en posición más o
menos central, consistente en una capa de arcilla termoalterada sobre el nivel
de uso. A unos escasos 85 cm hacia el oeste se encontraba una fosa circular
de 60 cm de diámetro y una profundidad que no superaba los 15 cm, cuya
función desconocemos. Más tarde una capa de arcilla y piedras cubriría estas
estructuras a la vez que constituía un nuevo pavimento sobre el que también se
documentó un hogar de idénticas características, aunque en este caso
desplazado hacia el sur, y nuevamente se excavó una fosa circular en sus
inmediaciones.
En ambos casos la excavación no nos proporcionó ninguna evidencia clara
sobre el tipo de superestructura que debía completar la construcción. Teniendo
en cuenta que la estratigrafía tenía poca potencia y que apenas se
documentaron piedras en la amortización (especialmente en la FC 32),
creemos factible que el muro conservado fuese un simple zócalo y que el resto
de la construcción se hubiese construido con materiales perecederos como
madera, tierra y paja o hierba.
Indicar por último que en el ángulo sur-oeste del yacimiento se construyó un
camino en dirección SE-NO, que pasaba junto a las dos cabañas. En el tramo
inicial la vía amortizaba el taller metalúrgico de la fase II, reaprovechando uno
de sus muros como límite y enfrentándole otro paralelo, entre los cuáles se
había dispuesto una capa de piedras de tamaño mediano. Parece que en algún
momento parte del trazado se modificó ligeramente, avanzando uno de los
muros de límite más hacia el oeste (MR 6). Su excavación aportó poco material
pero parece bastante claro que corresponde a esta última fase aunque no
podemos precisar si debía funcionar ya inicialmente con la cabaña FC 32, o
bien más tarde con la FC 4.
Las estructuras funerarias
Las tumbas del Camp Vermell (fig. 2) siguen el tipo más habitual para el
período medieval que se documenta tanto en Andorra como en otros lugares ii ,
consistente en una cista rectangular con cubierta de lajas. En todos los casos
la orientación seguía el eje este–oeste y el inhumado se había colocado en
decúbito supino y sin ningún elemento de ajuar. Las tumbas 1 y 2 se hallaban
muy próximas entre sí aunque bastante aisladas respecto al resto de
estructuras, mientras que las 3 y 5 se agrupaban en el área principal pero
distantes entre sí, al norte (TB 3) y al sur (TB 5) de las dos cabañas.
El estudio antropológico (PRATS, MALGOSA, 2008) no ha podido profundizar
en la caracterización métrica de la comunidad, debido a la poca
representatividad de un grupo tan escaso de tumbas y al mal estado de
conservación de los restos. Se ha podido determinar que en todos los casos se
trataba de individuos de sexo femenino, con unas edades comprendidas entre
los 23 y 35 años excepto la TB 5, cuya edad sería de 40-55. Del estudio dental
se desprende que la dieta era principalmente cárnica (por los altos índices de
cálculo) combinada con el grupo de los vegetales preparados, un extremo que
estaría corroborado por el análisis de una muestra de la TB 5, con una
proporción de los isótopos estables de 15N-13C de +8.66%o y -19.47%o,
respectivamente (KIA-37710 (VAN STRYDONCK, 2008)). Todos los esqueletos
muestran una robustez débil, un hecho que se interpreta como resultado de
una actividad diaria que no debía implicar grandes esfuerzos físicos (PRATS,
MALGOSA, 2008).
Materiales y cronología
El número de materiales perteneciente a esta fase tampoco es muy numeroso
y proviene mayoritariamente de la FC 4, siendo la cerámica el material más
abundante (fig. 4). De un conjunto próximo a los 200 fragmentos tenemos un
número mínimo de 15 individuos, en su mayoría de cocción reductora salvo 3,
de cocción oxidante. Los materiales de la FC 32 reflejan un panorama del VIIIIX similar al de yacimientos como Sant Vicenç de Rus (LÒPEZ et alii., 1997) o
Vilaclara (ENRICH, ENRICH 1997) con un repertorio restringido (en la tónica ya
iniciada en la fase previa) que se limita a ollas y jarras de pequeñas
dimensiones con bordes exvasados, el cuello destacado y el labio
mayoritariamente biselado (fig. 4). El contexto de la FC 4, aunque muy
restringido, muestra un momento más avanzado que situamos entre IX-XI, con
las mismas formas pero con un cuerpo más globular, el borde exvasado pero
ligeramente más vertical y los labios fundamentalmente redondeados. En el
caso de las jarras aparecen ya los primeros vertedores tubulares, un tipo que
no parece anterior al siglo X (PASSARRIUS et alii., 2008: 414-417) y que
sustituye a los bordes pinzados del horizonte VIII-IX, siendo también ahora
cuando aparecen las primeras decoraciones incisas, consistentes en motivos
meandriformes o retículas, dispuestos sobre el cuerpo de la pieza.
Una datación de 14C de la estructura EC 35 de la primera cabaña da un
resultado de 760-890 cal. AD (2 sigmas 74.9%) (KIA-37701), que confirmaría la
datación a partir de la cerámica del primer horizonte y que además coincide
totalmente con una segunda datación radiocarbónica de una de las tumbas, la
TB 5 (KIA-37710 (VAN STRYDONCK, 2008)).
Estudios paleoecológicos
El estudio palinológico (YLL et alii., 2007) ha resultado positivo en una
estructura de la fase II y en tres de la fase III, con unos valores muy similares.
En conjunto se observa que el pino destaca entre los taxones arbóreos (41-54
%), seguido de la encina y el roble (16-19%) y a mucha distancia de las
especies de ribera (4-8%). Entre las herbáceas destacan las gramíneas
cultivadas del tipo Cerealia (4-7%). La gran regularidad de los porcentajes
induce a pensar en unas condiciones del entorno natural con pocas variaciones
en el tiempo. Por otro lado, la baja diversidad en el material polínico de origen
arbóreo podría explicarse a causa de una reducción antrópica voluntaria en los
bosques aledaños con el fin de llevar a cabo un cultivo cerealista. Por el
contrario, las actividades ganaderas apenas aparecen representadas, lo que
hace pensar que no sería una actividad primordial.
Estos datos coinciden, a grandes rasgos, con los resultados de la carpología y
de la antracología (ANTOLIN et alii., 2008). Esta última, y a partir de un estudio
de 1271 fragmentos de carbón recuperados, ha podido identificar hasta 12
taxones. Como sucedía con los pólenes, el pino es la especie mayoritaria,
seguida del roble y la encina. Aún así la selección del combustible de uso
doméstico parece optimizar al máximo los recursos disponibles (en función de
la accesibilidad o de actividades estacionales como la poda, por ejemplo),
mientras que en el caso del taller metalúrgico se aprecia una selección
exclusiva de una única especie como el pino.
Por su parte el estudio carpológico ha podido identificar, entre los 1777 restos
recuperados, un mínimo de 28 taxones repartidos en plantas cultivadas,
silvestres y malas hierbas. La fase II es la que concentra el mayor número de
restos, hasta 1525, y ha permitido constatar una agricultura que combina
cereales de invierno (cebada 37%, trigo candeal 22%, centeno 17%), con
cereales de primavera (mijo y panizo 3%), y leguminosas (guisante, judía, guija
1%). Aunque muy inferiores en número, los restos de la fase III confirman
también esta agricultura mixta de cereales de invierno (trigo 12%, cebada 8%)
con cereales de primavera (mijo y panizo 3%), y aportan un nuevo dato como
es la presencia de árboles frutales (9%), entre los que destaca la vid y el
melocotonero, un hecho que solo se explica por un asentamiento estable y
sólido del grupo.
CONCLUSIONES
El repertorio de yacimientos andorranos correspondientes a estas cronologías
es numeroso y varios de ellos han sido objeto de excavaciones sistemáticas.
Entre ellos podríamos destacar el Roc d’Enclar en Andorra la Vella (V-XIII), las
iglesias de Santa Eulàlia d’Encamp i Sant Jaume-l’Antuix d’Engordany, o las
necrópolis de Sant Joan de Caselles en Canillo i l’Hort de l’Església de La
Massana, o el yacimiento de Camp del Perot , también en Sant Julià de Lòria, y
en el que se distinguen igualmente restos de hábitat y necrópolis (FORTÓ,
CODINA, 2009). Dentro de este panorama la importancia de Camp Vermell
radica en el hecho de que por primera vez nos hallamos ante un yacimiento
correspondiente al hábitat de una comunidad aldeana del fondo de valle
durante la antigüedad tardía y la alta edad media, un hecho que también ha
podido documentarse en Llívia (PADRÓ, 2000) y Santa Maria de Talló en
Bellver de Cerdanya (MERCADAL et alii., 2003) y que permite lanzar la
hipótesis de una continuidad ocupacional de estas villas desde al menos el
siglo V.
Es cierto que en Camp Vermell la tipología de estructuras podría adscribirse a
un patrón semidisperso e incluso a una ocupación discontinua, sin embargo
creemos justificado defender una continuidad en base al análisis detallado del
registro arqueológico, lo que nos lleva a proponer la existencia de Lauredia
como una aldea iii desde el siglo V/VI como mínimo. En este sentido la
existencia de actividades especializadas, con un área específica y permanente
de trabajo, o el régimen agrícola en el que se combinan cereales de invierno y
primavera, leguminosas y, como mínimo a partir del VIII, árboles frutales
creemos que son pruebas contundentes. Asimismo habría que indicar la
proximidad del Camp del Perot, cuya horquilla cronológica comprende los
siglos VIII-XIII (FORTÓ, CODINA, 2009), y que también reforzaría este carácter
de núcleo estable de poblamiento.
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Figuras
Figura 1: Mapa de situación del yacimiento del Camp Vermell.
Figura 2: Planta general del yacimiento del Camp Vermell.
Figura 3: Secciones de algunos silos y del fondo de cabaña FC 4.
Figura 4: Cerámicas correspondientes a las fases II y III.
i
Se han tramitado las muestras para su estudio al Laboratoire Pierre Sue CEA/CNRS (Saclay, Francia).
Podemos destacar los casos de Camp del Perot en Sant Julià, l’Antuix d’Engordany y l’Hort de
l’Església (FORTÓ, CODINA, 2009) en Andorra, o Lo Muladar en Lleida (COTS, 2003), Església Vella
de Sant Menna en Barcelona (COLL et alii., 1995) o Vilarnau en el Rosselló (PASSARRIUS et alii.,
2008 ) por citar solo tres ejemplos lejos de nuestro territorio.
iii
Seguimos aquí el concepto de aldea recogido por Wickham (2008: 34-35), y que se define como una
comunidad de campesinos con un cierto grado de dispersión, pero cuya identidad se fundamenta en el
espacio agrícola que controla y del cual depende, una noción que, en definitiva, coincidiría con el
concepto andorrano de veïnat (CODINA, 2004: 33; FORTÓ, CODINA, 2009).
ii