Hespéris-Tamuda LII (2) (2017): 31-57
ISSN: 0018-1005
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
Enrique Gozalbes-Cravioto
Universidad de Castilla-La Mancha
Introducción
El Marruecos antiguo es susceptible de dividirse en diversas etapas para
su estudio y conocimiento. Es cierto que las mismas no dejan de ser unas
construcciones más o menos lógicas destinadas a organizar lo que podemos
saber sobre todo teniendo en cuenta las características que aparentan ser más
o menos específicas propias de cada momento. Obviamente, al respecto un
conjunto de etapas que son por sí mismas bien definidas son las marcadas por
el Marruecos romano, que comenzó con la guerra de conquista del territorio
efectuada a partir del año 40 de la Era cristiana. Por el otro extremo del
ámbito cronológico podemos también hablar del Marruecos fenicio-púnico,
en la medida en la que los marinos, comerciantes y colonos semitas ocuparon
posiciones fundamentalmente en las costas de Marruecos. No obstante, en
las etapas intermedias entre esos dos grandes mundos se produjeron unas
situaciones más ambiguas, sin duda incluso quizás de un mayor interés
histórico, que estuvieron relacionadas con el desarrollo de un reino autóctono
que tuvo al frente de los mismos a unas figuras consideradas por las fuentes
clásicas como reyes.1
El objetivo que nos planteamos en el presente trabajo es el de analizar
de la forma más detallada posible los orígenes y la evolución que tuvo
la institución monárquica en el Marruecos antiguo. Para ello debemos
recurrir necesariamente a las contadas fuentes literarias disponibles como
el testimonio fundamental para avanzar en el conocimiento de esta etapa
primitiva de la Historia de Marruecos. Y para alcanzar esos objetivos de
un superior conocimiento igualmente intentaremos superar los modelos
apriorísticos que han sido generalmente aplicados a estas cuestiones, desde
diversas direcciones, la mayor parte de las ocasiones, en especial en la mezcla
de las características de todo tipo de monarquías o de autoridades personales.
1. Vid. en general Halima Ghazi Ben Maissa,. “Le Royaume du Maroc Antique: image et realité,”
Mélanges offerts au professeur Brahim Boutaleb (Rabat: Publication de la Faculté des Lettres et
des Sciences Humaines, 2001), 9-32; Enrique Gozalbes-Cravioto, “La Mauritania Tingitana. De los
orígenes del reino a la época de los Severos,” Fortunatae Insulae. Canarias y el mediterráneo (Santa
Cruz de Tenerife: Junta de Canarias, 2004), 103-16; Mohammed Kably et alii. Histoire du Maroc.
Réactualisation et synthèse (Rabat: Institut Royal pour la recherche de l´Histoire du Maroc, 2011).
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Enrique Gozalbes-Cravioto
Planteamientos de una problemática
A partir de las menciones de las fuentes clásicas la institución de la
monarquía se manifiesta particularmente extendida entre muchísimas
poblaciones del ámbito mediterráneo antiguo, de un confín al otro del mismo.2
En realidad el principal problema histórico al respecto consiste no tanto en
el conocimiento de la genérica existencia de estas importantes jefaturas
políticas, bien expresada en la documentación, sino en precisar de una forma
adecuada la realidad muy diversa que tuvieron las mismas en cada tiempo y
en cada espacio geográfico. Para los griegos y para los romanos los reyes no
dejaban de constituir un testimonio de una institución propia de su pasado y
que, desde una visión antropológica, consideraba en cierta forma como una
fase en el desarrollo de los pueblos, desde la violencia primigenia a su control
por parte de la autoridad. Así desde las visiones más antiguas, hasta la obra de
Tácito acerca de los germanos en el siglo I, podemos detectar la presencia de
jefes que aparecen nombrados como reyes, como una muestra de existencia
de una fuerte autoridad personal entre diversos pueblos de zonas muy diversas
del mundo antiguo.
Pero en concreto para la época que nos interesa en el presente estudio,
los griegos y los romanos identificaron con el término y concepto de basileus,
en el primer caso, y como rex, en el segundo, a la autoridad política, más
o menos relevante desde el punto de vista personal, que representaba a
muchos de esos pueblos (populi o ethnos) con los que tomaron contacto
en sus actuaciones en los distintos territorios del mundo mediterráneo. En
otras ocasiones, por el contrario, lo hacían con una referencia menor cuando
simplemente se trataba de caudillos militares que les hacía frente (duces). Y a
veces en una forma mucho más ambigua que no termina de aclarar la realidad
político-militar (imperatores). En este último caso, parece claro que negaban
la autoridad regia a dirigentes de la resistencia anti-romana, como en el caso
del númida Tacfarinas o el moro Aedemón, por mucho que los mismos fueran
capaces de encabezar poderosas rebeliones contra el poder de Roma.
No obstante, debe indicarse que la mención del rey, basileus o rex según
el caso, no significa que esas instituciones realmente reflejaran una forma
única de poder personal, que además el mismo se fundamentara en un sistema
vitalicio y hereditario, tal y como sin una mayor discusión se tiende a considerar
por parte de la historiografía la identificación de todo tipo de monarquía.
2. Aristoteles, Pol. 1252b y 1259b consideraba que la monarquía constituía la derivación natural
que tenía la organización familiar patriarcal, un grado superior de complejidad sobre lo estrictamente
primario; Polibio VI, 5, 10 señalaba que de los primeros grupos que necesitaron el uso de la violencia y
de la fuerza la constitución de las monarquías significó la imposición de la sociabilidad con el desarrollo
de las ideas de bien y de justicia. Naturalmente la antropología de los siglos XIX y XX ha profundizado
de una forma crítica en la cuestión de las organizaciones políticas iniciales ligadas a la figura de reyes.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
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Y ello es así en la medida en la que esos reyes (reges) mencionados en la
antigüedad entre esas poblaciones pudieron realmente ser bien temporales o
vitalicios, dotados de un fuerte poder personal o constituir unos meros primus
inter pares de unos organismos gentilicios basados en Senados o Consejos de
Ancianos o de jefes guerreros, pudieron igualmente ser de carácter electivo o
bien contener en sus propios atributos elementos hereditarios. Y finalmente,
relacionado con esa última cuestión, y en el caso de las monarquías no
resulta una cuestión menor, también los propios mecanismos existentes de la
herencia o sucesión al trono incluso en monarquías de carácter hereditario y
que fueron distintos y pocas veces, como observamos en el caso de los reinos
de Numidia en los momentos de sucesión, estaban basados en la primacía del
hijo primogénito.
Sin duda, a lo largo del tiempo todas estas fórmulas existieron entre
poblaciones diferentes, pero no aparecen identificadas con precisión alguna
por parte de los escritores greco-latinos. Los mismos resumen todo el
conjunto del poder personal bajo la denominación de la existencia de unos
reyes sin una mayor precisión que, por lo general, no pretendían manifestar
en ningún aspecto en relación con esos pueblos,3 lo que enmarca una cuestión
a priori relativamente sencilla en un problema complejo. Pero el historiador
de cualquier época y de cualquier lugar debe, en la medida de lo posible,
el trabajar con unos modelos de interpretación, y utilizar una metodología
basada en la contestación a los diversos interrogantes a partir de un análisis
crítico de las fuentes y de los datos disponibles. Ello exige la distinción
con mayores precisiones en la evolución de las diferentes situaciones que,
indudablemente, existieron en cada una de las épocas y de los territorios. Es
cierto que esta perspectiva, aplicada en ocasiones anteriores a otras zonas
del mundo antiguo, hasta el momento no ha sido tenida en cuenta respecto a
Marruecos y al Norte de África.
La cuestión que ahora nos ocupa, desde la obvia limitación de los
conocimientos por las características de las fuentes, nos exige el intentar
interpretar el tránsito entre unas autoridades personales locales iniciales,
plenamente universales, a otras con unos dominios territoriales y étnicos
que eran muchísimo más extensos y marcadamente encarnadas por un poder
acumulado y muy bien reflejado por parte de las fuentes de documentación
disponibles. Debe de tenerse en cuenta la propia insistencia de las fuentes
greco-latinas, fundamentalmente las referencias de Polibio, de Livio o del
más tardío Apiano, para la época de las Guerras Púnicas en el Norte de África,
3. La cuestión de la problemática de las fuentes literarias para la reconstrucción de la Historia
Antigua de Marruecos ha sido tratada anteriormente por parte de Enrique Gozalbes-Cravioto, “Aspectos
y problemas del Marruecos antiguo,” Hespéris-Tamuda XLIX (2015): 9-42.
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o de Salustio para la época de la gran guerra de Numidia bajo Yugurtha, por
identificar a los grandes pueblos norteafricanos con la figura singulares de sus
propios reyes.
El nombre y las decisiones seguidas por los mismos, por ejemplo en
las opciones adoptadas por el rey Bochus I de la Mauretania, se identificaban
directamente con las seguidas por sus respectivos pueblos a los que daban
identificación: lo que decidiera en una tarde-noche Bochus respecto a la
entrevista con Yugurtha era, más allá de la existencia de consejeros, lo que
decidía la situación. Ello conduce, sin duda, a una interpretación que formulamos
en nuestro modelo de análisis: más allá de las propias circunstancias más o
menos concretas de la constitución o incluso de la ampliación de esos reinos
norteafricanos de la antigüedad, en realidad la conformación de los mismos
en la Mauretania (la tierra de los mauri o moros, en el actual Marruecos) o
en la Numidia (la tierra de los númidas massyles y massaesyles en el actual
Argelia) correspondió directa o indirectamente a los intereses estratégicos de
Cartago como potencia norteafricana, quien precisaba de poseer del lado de
los africanos de un interlocutor concreto que fuera relativamente fiable.4
Y también debemos de tener en cuenta una ulterior y doble consideración,
que es especialmente relevante en lo que se refiere a la reconstrucción de
la Historia en los países del Magreb. Los reyes africanos, su carácter y sus
actuaciones, los conocemos exclusivamente a partir de las fuentes foráneas
procedentes del mundo greco-latino, con toda su carga de etnocentrismo
siempre e inevitablemente aplicada a la imagen de los mismos. Pero además
junto a ello, también nos encontramos ulteriormente la visión, más o menos
sesgada según cada caso, de los propios historiadores contemporáneos que
no pueden menos que observar los hechos desde su peculiar e inevitable
mentalidad.5 Además una visión que en la realidad se encuentra derivada
directamente la una de la otra: en la monumental historia del Norte de África
en la antigüedad, Stéphane Gsell interpretaba la existencia de unos reyes
africanos calificados como “buenos,” tales como Masinissa, Bochus I o Juba
II, en contraste con otros reyes africanos que eran tachados de “malos,”
marcados por Sifax, Yugurtha o Juba I.
Y sobre todo, a partir de S. Gsell la línea de distinción entre los unos
y los otros se trazaba en función de una actitud (en realidad) respecto a los
intereses no ya de Roma, sino de la elite dominante en Roma que finalizó
4. Enrique Gozalbes-Cravioto, “La relación de Cartago con los Mauri del África occidental
(Marruecos),” Cartagine. Studi e Ricerche I (2016): 1-20.
5. Vid. al respecto las observaciones más extensas formuladas en su día por parte Abdallah Laroui,
Histoire du Maghreb. Un essai de synthèse (Paris: Maspero, 1970), así como las más reducidas de
Jacques Cagne, “Conscience historique au Maroc,” Bulletin de la Société d´Histoire du Maroc VI-V
(1972-73): 61-66.
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victoriosa.6 Y en las páginas de esta misma revista, hace ya algunos años
Halima Ghazi ben Maissa reflejó la existencia de una mirada profundamente
deformada acerca del último rey mauretano, Ptolomeo hijo de Juba II, cuya
eliminación en el año 40 dio paso a la conquista romana de Marruecos y
Argelia y a su inclusión en el imperio.7 El prisma deformado de la visión
antigua, presente por ejemplo en Suetonio, se amplió notablemente en el
sesgo negativo de historiadores como Jerôme Carcopino.8 De esta forma,
desde Suetonio a la visión más o menos sesgada de algunos historiadores
contemporáneos, al final de cuentas el rey Ptolomeo tuvo un trágico final por
poco menos que ganárselo por provocador.
Teniendo en cuenta todos estos elementos deberemos intentar precisar
de la mejor forma posible, en la oscuridad del conocimiento, los primeros
tiempos de la formación de reinos en el caso del Marruecos histórico, integrado
en el panorama común de las comunidades políticas y sociales del conjunto
del Magreb.9 Este análisis que formulamos precisa de dos condiciones que
son inherentes a las características peculiares de la documentación histórica:
- Por un lado debemos utilizar unas fuentes que son muy limitadas, casi
siempre indirectas (fuentes que utilizan a otras fuentes), a partir de un análisis
marcado en el modelo de interpretación anteriormente señalado.
- En segundo lugar, deberemos tener en cuenta que este proceso
histórico a priori se plantea desde la existencia de la autoridad política de una
entidad local, que puede ya ser interpretado como un rex, a la de una gran
confederación étnica que, en el marco de la Segunda Guerra Púnica, aparece
ya representada en una monarquía de corte helenístico, con la mención del
historiador Tito Livio acerca de in Mauretaniam Baga ea tempestate rex
Maurorum erat.10 En este sentido, se expresa la existencia de un territorio, la
Mauretania, con el nombre de un rey concreto, pero que además se identifica
como cabeza de un pueblo, el de los moros.
Como puede observarse, no se mencionaba en este episodio a Baga
como un simple rey más o menos local de algún grupo o de una localidad
6. Stephane Gsell, Histoire Ancienne de l´Afrique du Nord, vol. 8 (Paris: Hachette,1928).
7. Halima Ghazi-Ben Maïsa, “Encore et toujours sur la mort de Ptolémée, le roi Amazigh de
Maurétanie,” Hespéris-Tamuda XXXIII (1995): 21-37.
8. El trabajo importante sobre la muerte de Ptolomeo incluido en Jerôme Carcopino, Le Maroc
Antique (Paris: Gallimard, 1943).
9. No podemos olvidar la existencia de un estado general común, naturalmente con diferencias en
algunos detalles, entre los pueblos norteafricanos de la antigüedad, fueron éstos moros o númidas, tal y
como expresa con claridad Estrabon XVII, 3, 7: “Los Maurusios, sus vecinos los Masaesylos y de una
manera general los africanos, tienen en todos los aspectos el mismo equipamiento y además se parecen
en todos los aspectos.”
10. Livio XXIX, 30, 1. En relación con la Historia posterior del reino de los mauri vid. Enrique
Gozalbes-Cravioto, “Los orígenes del reino de Mauretania (Marruecos),” Polis XXII (2010): 119-44.
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Enrique Gozalbes-Cravioto
concreta del territorio, sino como el soberano de un pueblo extenso, que es
evidente que tenía una cierta potencialidad demográfica,11 ya identificado con
el nombre del territorio que iba a ser aplicado al Marruecos antiguo en los
tiempos posteriores: la Mauretania. El hecho de que pusiera a disposición
de Masinissa una escolta de nada menos que de unos 4.000 jinetes, para que
lo acompañaran hasta llegar a su reino en Argelia, refleja que en absoluto
se trataba ya de un régulo local, sino de un soberano de una gran entidad
étnica, que podía organizar una fuerza bastante considerable de caballería a
su servicio.
Y además por la garantía y la atención de Masinissa, en el paso del
Estrecho, un rey que tenía bajo su autoridad la región septentrional del país,
caracterizada por un mayor desarrollo urbano en esos momentos. Esta es
sin duda la gran novedad del Marruecos antiguo, en el marco paralelo del
Norte de África en la antigüedad: la existencia tan relativamente antigua de
unas grandes monarquías territoriales, y no sólo poderes locales con relativa
fuerza. Ese fenómeno es el propio y más característico del helenismo,12 nos
parece que indudablemente en gran parte en el Norte de África por la vía
de la influencia cartaginesa, contrasta con el fenómeno de la monarquía en
grupos mucho más reducidos o locales como tenemos muy bien atestiguado
en los pueblos de Europa occidental.13 Los hechos políticos que se derivan
son simplemente opinables, pero da la impresión de la existencia de una
protección que buscaba simplemente no tomar un decidido partido en la
querella entre la dos Numidias.
La cuestión de la monarquía mauretana en la historiografía de la
antigüedad
La problemática del origen de la monarquía en el Marruecos antiguo
apenas mereció la atención de la historiografía europea. En cualquier caso,
para comprender este hecho debe de tenerse en cuenta no sólo la mentalidad
más característica de los historiadores europeos, precisamente no muy
propensos (más entonces pero incluso también incluso en la actualidad) a
reconocer especiales méritos a los norteafricanos, sino igualmente la especial
potencia que representó la época del rey Juba II de las Mauretanias, como un
rey aliado y ya en la práctica con el desarrollo de una forma determinada de
integración del territorio marroquí y argelino en el seno del imperio romano.
11. Gozalbes-Cravioto, “Aspectos y problemas,” 27.
12. Yvon Thébert, “Royaumes numides et hellénisme,” Afrique et Histoire I (3) (2005): 29-37.
13. Un buen ejemplo de lo que señalamos son los diferentes y fragmentados casos de Hispania. Al
respecto de los mismos intentó una racionalización en sentido de evolución histórica Joaquín Muñiz
Coello, “Monarquías y sistemas de poder entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica,” in
Homenaje al Profesor Presed, Pedro Sáez et Salvador Ordóñez (éd.), (Sevilla: Universidad de Sevilla,
coll. “Filosofía y Letras” (178), 1994), 283-96.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
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En este sentido, la fascinación atractiva del rey mauretano, muchas veces
interpretado por parte de historiadores europeos como un precedente de la
fórmula del “Protectorado,” ha centrado buena parte de la atención de los
historiadores contemporáneos, desviando la mirada de unas épocas diferentes
que tienen una más dificultosa documentación. En todo caso, y sin resultar del
todo exhaustivos, expondremos el planteamiento acerca de la cuestión que
está presente en una parte sensible de la historiografía como aclaración del
problema histórico que desarrollamos.
En el siglo XVIII, el diplomático francés Louis de Chénier, en su
estudio sobre la Historia del Imperio de Marruecos, dedicó unas contadas
líneas al personaje del rey Juba II, así como a su hijo y sucesor Ptolomeo
cuya eliminación dio paso a la conquista y provincialización romana.14 Por el
contrario, en el siglo XIX, en el contexto de los estudios desarrollados en la
época de la conquista de Argelia, L. Lacroix analizaba datos y especulaciones
acerca de los primeros tiempos del reino de Mauretania, conociendo ya la
existencia del primer rey conocido por su nombre, el ya citado Baga (aunque
con un nombre alterado), a grandes rasgos la historia referida al rey Bochus
y a su intervención en el conflicto de Yugurtha, la participación de los reyes
mauritanos en los conflictos civiles de Roma con César y con Octavio Augusto,
así como dedicó un apartado relativamente extenso al reinado de Juba II,
cuyas actitudes políticas e intelectuales se indicaba que eran debidas sobre
todo a Augusto, así como finalmente al reinado de Ptolomeo quien a su juicio
fue “victime des fureurs de Caligula.15 Esta primera reconstrucción histórica,
más allá de sus lógicas imperfecciones, tenía la virtud de mantenerse en una
cierta asepsia.
En la historiografía norteafricana más general ya St. Gsell, en su
monumental Historia Antigua del Norte de África planteó las grandes
características que habían tenido las monarquías norteafricanas, pero lo hizo
desde la visión bastante mejor documentada del reino de Numidia en una
época avanzada, y se limitaba a mencionar al rey Baga de los moros en la
medida en la que proporcionó la importante escolta a Masinissa para poder
pasar, desde Hispania, a intentar tomar posesión de su reino que se encontraba
en ese momento disputado.16 Para J. Carcopino, en su emblemática obra
sobre el Marruecos antiguo, el caso del rey Baga no fue otra cosa que la
14. Louis de Chénier, Recherches historiques sur les Maures et histoire de l´empire du Maroc, vol.
1 (Paris: Edition de 1787), 40.
15. Louis Lacroix, Numidie et Mauritanie (Paris: 1843), 66-71.
16. Stéphane Gsell, Histoire Ancienne, vol. 3 (Paris: Hachette, 1918), 175.
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simple incorporación de las “mehallas à ses armées legionnaires,” en este
caso a Masinissa de Numidia, como más tarde harían los reyes moros con
los romanos,17 lo cual nos parece un planteamiento fuertemente insuficiente
acerca de la temática, y que estuvo sin duda marcado por la ideología colonial
propia de su época.
En un planteamiento algo más moderno, M. Tarradell analizó la cuestión
de la realeza como un proceso de formación de la autoridad político-militar,
el llamado aguellid (palabra líbica continuada en lengua beréber o imazigue)
el cual partía “siempre de un personaje formando parte de una familia de
notables de alguna tribu o grupo que, por su prestigio guerrero, ambición
personal y dotes de mando, ha conseguido hacerse con el caudillaje.”18 En
cualquier caso, es imposible no ver en sus planteamientos un reflejo de los
previamente formulados por parte del ya citado Gsell. No puede menos que
dejarse ver la contradicción en la visión real sobre el alcance de la autoridad,
si la conformación de la institución se hacía partir de la acción extraordinaria
de un personaje, pero al tiempo se le concedía una importante capacidad
transformadora que no se explica con la limitación considerada inicialmente.
Por el contrario, G. Camps, mucho más preocupado por analizar una
Historia propia de los africanos como elemento sustancial del desarrollo de
los hechos, se percató mucho mejor de la importancia de la aparición histórica
de la monarquía entre los moros, reflejando que con toda probabilidad Baga
había dado lugar a toda una larga dinastía, a partir de la semejanza de los
nombres con los posteriores Bochus y Bogud.19 Sin embargo, años más tarde
recogía de una forma más específica los datos acerca del rey mauretano,
aunque en este caso mostraba sobre todo el conjunto una serie de dudas, si
bien destacaba el carácter plural (tribal y urbano) del reino,20 un hecho muy
relevante y que nos parece absolutamente indudable.
17. Carcopino, Le Maroc Antique, 28.
18. Miguel Tarradell, Historia de Marruecos. Marruecos púnico (Tetuán: Cremades, 1960), 273,
quien más adelante añadía en cierta forma contradictoria que “el poder de los reyes bereberes era muy
persona,” y que “la autoridad del rey es difícil que fuera profunda,” considerando que no existía ningún
“sentimiento nacional ni sentimiento monárquico.” Finalizaba indicando que “las dos principales
preocupaciones del aguellid eran la fuerza militar y los impuestos.” Este término de aguellid en una
inscripción bilingüe de Dougga aparece transcrito en lengua líbica como GLD mientras en la versión
púnica aparece como HMMLKT con el significado de rey. Vid. Salem Chaker, “Aguellid, roi,” en
Encyclopédie Berbère, vol. 2, (Aix-en-Provence: Edisud, 1985), 248-49.
19. Gabriel Camps, Masinissa ou le débout de l´Histoire: aux origines de la Berberie (Alger:
Imprimerie Officielle, 1960), 162. Vid. también Jacques Cagne, Nation et nationalisme au Maroc: aux
racines de la nation marocaine (Rabat: Dar Nachr al-Maarifa, 1988), 41.
20. Camps, Gabriel “Baga,” Encyclopédie Berbère, vol. 9 (Aix-en-Provence: Edisud, 1991), 1305-6:
“Si le royaume de Baga peut être situé sans peine dans la future Maurétanie Tingitane, et plutôt dans sa
partie occidentale, il est impossible de préciser son étendue. On admettra, à l’image de ce qui se passait
en Numidie, que le roi exerçait un certain contrôle, sinon une domination de fait, sur les villes littorales,
toutes de culture phénicienne….”
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
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En unas fechas más recientes, J. M. Lassère, en un planteamiento
bastante más cercano al nuestro, trataba casi únicamente de la relación de
los reyes númidas con las tribus indígenas de sus respectivos territorios, si
bien en el caso de los moros o mauretanos del Occidente se percataba de
que podía distinguirse la evolución experimentada de la constitución del gran
reino étnico.21 Por el contrario, en la revisión de la Historia del África romana
Yann Le Bohec ha concluido, a nuestro juicio de forma muy exagerada, que
ya Bochus I significaba la conversión en la práctica de su reino marroquí
en una especie de Protectorado romano.22 La realidad al respecto nos parece
diferente, en la medida en la que cosas distintas son las creencias o imaginarios
romanos, y otra la realidad de la política seguida por el rey mauretano.
Finalmente, R. Rebuffat no planteaba grandes novedades sobre la
cuestión de la realeza en el Marruecos antiguo, eso sí, reflejando que sin duda
el reino de Baga se extendía desde el Atlántico hasta las fronteras del reino
de Sifax en Numidia, por tanto básicamente hasta el curso del río Moulouya.
si bien destacaba que durante cerca de un siglo (referencia al periodo hasta la
época del rey Bochus I) no había noticia alguna acerca del reino mauretano en
las fuentes.23 Un hecho que a nosotros nos parece significativo porque hunde en
la oscuridad aspectos fundamentales del desarrollo inicial de la monarquía en
el Marruecos antiguo.
Por nuestra parte, hemos señalado que la conformación de un reino
en Mauretania fue indudablemente no causa sino la consecuencia de otro
factor que tuvo su propia evolución: la identificación plena y dominio
amplio territorial por parte del pueblo de los moros, ya considerado aparte
del complejo común de los númidas,24 es decir, de las poblaciones magrebíes
mediterráneas. Es decir, el surgir de una determinada realidad más o menos
unificada y que debió estar en relación a una cierta identificación si se quiere
más o menos de ethnos o nación.
Un modelo de interpretación
La aplicación del modelo evolutivo de los diversos pueblos mediterráneos
sugiere plantear la existencia de una evolución, más o menos larga, pero
que en su conjunto resulta coherente, más allá de la extrema dificultad de
21. Jean Marie Lassère, “La tribu et le monarque,” Antiquités Africaines XXXVII (2001): 149-55.
22. Yann Le Bohec, Histoire de l´Afrique romaine, 146 avant J. C.-439 après J. C., (Paris: Picard,
2005), 42.
23. René Rebuffat, “Etude structurelle des tribus et du Royaume maurétanien,” en La resistance
marocaine a travers l´Hitoire ou le Maroc des resistances, Hammam, Mohammed y Salih, Abdallah
(Coords.). vol. 2, (Rabat: Institut Royal de la Culture Amazighe, 2005), 46-47.
24. Gozalbes-Cravioto, “Los orígenes,” 122-3 y 126-8.
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precisar en los detalles. Expondremos brevemente dicho modelo para aclarar
la realidad de la evolución que dicho proceso siguió:
- El mismo partió de una primera fase con una autoridad política (rey)
referida a un marco limitado estrictamente local.
- Una segunda fase estaría constituida por la ampliación de dicha
autoridad regia a un conjunto tribal de un ethnos ampliado,
- Y finalmente la formación de la monarquía como gran confederación
étnica por incorporación, asimilación o conquista de otros pueblos y territorios.
Ahora bien, el problema en este, como en otros aspectos, es el de
realmente poder documentar este proceso (a priori enteramente racional)
en la evolución histórica del Norte de África en la época, en general, y de
Marruecos en particular. De hecho, tan sólo conocemos y de una forma muy
relativa la fase final de todo el proceso, por la inclusión de esos grandes
reinos de Masinissa, de Sifax o de Baga, en el proceso de la Segunda Guerra
Púnica, momento en el que realmente las poblaciones africanas, desde Túnez
a Marruecos, comenzaron a interesar a Roma.
Reyes de ámbitos locales
En cualquier caso, debe indicarse que la evolución que marcó el tránsito
de las comunidades meramente locales, con un número muy reducido de
componentes, a la existencia de una entidad compleja, el llamado a grandes
rasgos Estado étnico confederado, debió estar fuertemente impregnado por
las ideas que emanaban de las colonias creadas fundamentalmente por los
fenicios, primero, y por los cartagineses después, en las costas norteafricanas.
Las sociedades libicofenicias, que se conformaron en los establecimientos
costeros púnicos, no constituyeron comunidades estancas, más bien
mantuvieron relaciones relativamente potentes con las poblaciones africanas
de las zonas más próximas. Eso sí, cuando se manifieste de forma expresa la
existencia de ese Estado étnico de mauri y númidas, en forma de una gran
confederación, su concepto será ya plenamente de tipo helenístico, con la
existencia (en el caso de los númidas) de unas sedes regias en ambientes
urbanos.25 En este caso ya nos parece inevitable el poner en relación el
surgimiento de estos grandes reinos, el de los mauri en Mauretania, o los de
25. François Decret, y Mohammed Fantar, L´Afrique du Nord dans l´Antiquité. Des origines au Vème
siècle (Paris: Payot, 1981). De igual forma es muy destacable la Tesis Doctoral de Virginie Bridoux,
“Les royaumes d´Afrique du Nord de la fin de la deuxième guerre punique à la mort du roi Bocchus
II (201-33 av. N. E.),” thèse de doctorat soutenue à l’Université Panthéon-Sorbonne de Paris, I, 2006.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
41
los massyles y de los massaesyles respectivamente en la Numidia, con los
propios intereses y la acción político-militar de Cartago.26
Respecto a los inicios de este proceso histórico, la existencia de unos
reyes locales aparece reflejada en el Norte de África desde los primeros tiempos
del mismo. En esta fase primitiva aparecen representados o simbolizados sin
duda por ese personaje de Hiarbas, el rey de los maxitanos o maxies, con quien
tuvieron que tratar los fenicios cuando fundaron la ciudad de Cartago a finales
del siglo IX a. C.27 Más allá del éxito literario de este rey africano, ligado
sobre todo a la evolución de los orígenes de la gran ciudad norteafricana, debe
tenerse en cuenta que ya los indígenas norteafricanos con los que tomaban
contacto los inmigrantes fenicios aparecen organizados bajo la fórmula de
un rex. Incluso en la época ya tardía, cuando los reinos helenísticos como
confederaciones étnicas estaban ya organizados, en la referencia de Apiano
en la Numidia los reyes Sifax y Masinissa eran las cabezas de los dos reinos
indudablemente más poderosos de Numidia, pero se insinúa que también en
esos territorios había otros reyes menores.28 E incluso, en un episodio posterior
se menciona a un rey local llamado Mesótilo,29 así como más adelante a otro
príncipe aliado de los romanos llamado Dacamas30 y a un tercero, opuesto a
ellos, llamado Massates.31 Y en la tercera Guerra Púnica también se informa
de que los cartagineses mandaron algunos emisarios pidiendo ayuda a una
serie (no especificada) de “pueblos mauritanos libres.”32 Sin duda al final en
las zonas númidas y mauretanas permanecían algunos reyes de entidades
menores, sometidas en gran medida a los grandes reinos mencionados.
Además son unos magníficos símbolos de estos soberanos en unos
territorios muy limitados, ligados a algún grupo étnico determinado, los que
de una forma muy genérica estuvieron presentes en el año 406 a. C., cuando
Diodoro de Sicilia informaba de que los cartagineses hicieron llegar a la isla de
Sicilia unos nuevos contingentes de soldados mercenarios procedentes de los
26. Enrique Gozalbes-Cravioto, “La relación de Cartago con los Mauri del África occidental
(Marruecos),” Cartagine. Studi e Ricerche I (2016): 1-20.
27. Justino, Ep. XVIII, 5, 8-9, que muestra la consideración fuertemente hostil de la reina fenicia
Elisa respecto a unos “bárbaros que vivían como fieras”; Alonso J. M, “Troge-Pompée sur Carthage,”
Karthago XXII (1998-1999): 12-20; André Lemaire, “Remarques sur le contexte historique et culturel de
la fondation de Carthage,” en Carthage et les autochtones de son empire au temps de Zama. Hommage à
Mhamed Hassin Fantar, Abdellah Ferjaoui, (Coord.), (Tunis: Institut national du patrimoine, 2010), 55-59;
Jehan Desanges, “Rex Muxitanorum Hiarbas (Justin XVIII, 6, 1),” Philologus CXI (1967): 304-8. Puede
discutirse acerca de la realidad del nombre atribuido de los Muxitanos. La cercanía de esta denominación
con la de los massyles y con los Macizes, indica que se trata de un recurso literario pero basado sin duda
en el nombre de los Númidas Massyles.
28. Apian., Lyb. 10.
29. Ibid., 33.
30. Ibid., 41.
31. Ibid., 43.
32. Ibid., 111.
42
Enrique Gozalbes-Cravioto
pueblos moros y númidas, indicando en este caso que lo hicieron pidiéndolos
a sus “aliados, pueblos y reyes.”33 Vemos reflejado un mecanismo de recluta,
por vez primera documentado, que centraba la práctica de la selección de los
efectivos en los jefes regios de estas comunidades en los que se depositaba la
confianza cartaginesa.
Igualmente, en el 310 a. C. en la expedición tunecina del tirano
Agathocles se indica que el invasor consiguió la alianza de un relevante rey
de los africanos, llamado Ailymas, en el momento en el que efectuaba el
asedio de la ciudad de Hadrumetum (actual Soussa). A partir de esta mención
se ha defendido con verosimilitud que el grupo africano encabezado por
Ailymas tenía su sede en la zona central de Túnez, en las zonas de Mactar y de
Dougga. Sin embargo, algo más discutible nos parece la aproximación de G.
Camps, para quien Ailymas sería un ascendiente de los posteriores reyes del
pueblo númida de los massyles.34 Ailymas terminaría por volverse contra el
ejército de Agathocles, momento en el que éste logró derrotarle, darle muerte
a él y a muchos de los africanos.35 Se trataba de una autoridad local sin duda
importante dada su capacidad de movilización militar.
También algunas dudas en relación concreta con el Marruecos antiguo
ofrece otro personaje, cuyo nombre concreto no se recoge, que aparece como
el “rey de los etíopes” ubicado en la región de Cerné, en la costa atlántica.
En el discutido texto del Periplo de Pseudo-Scylax, que se data por parte
de la communis opinio a mediados del siglo IV a. C., se recoge el relato
del comercio practicado por los cartagineses con los habitantes del territorio
cercano a la isla de Cerné (identificada con Mogador-Essaouira): de hecho,
expresamente se menciona a los cartagineses como informnates de la cuestión.
En la descripción que se realiza de esos indígenas, que son conocidos como
“etíopes,” se afirma expresamente que tenían un rey a su frente,36 lo que muestra
la implantación de una “monarquía” (de una configuración desconocida) entre
los pueblos indígenas del Marruecos atlántico meridional. La propia mención
del hecho de que el rey “etíope” era el más “alto” entre ellos introduce serias
dudas acerca del carácter específico de esa realeza, que no tenía por qué ser
de carácter hereditario sino ligado a otras condiciones de fuerza o de valor.
33. Diodoro XIII, 80, 3.
34. Gabriel Camps, “Ailymas,” Encyclopédie Berbère, fasc. 3 (Aix-en-Provence: Edisud, 1986), 325-6.
35. Diodoro XX, 18, 3.
36. Periplo de Scylax, 112. Estos habitantes de la zona, conceptuados como “etíopes,” eran en realidad
gétulos, una creación conceptual romana (ya presente en Livio hablando de la segunda guerra púnica, y
sobre todo en Salustio), intermedia entre moros, númidas y africanos, al Norte, y etíopes, en las zonas
más meridionales. En concreto, dentro de los gétulos, los habitantes de esa zona eran los llamados
Farusios y Nigritas, citados por Mela I, 4, luego nombrados de forma preferente como Autololes por
las fuentes latinas. Vid. E. Gozalbes-Cravioto, “Pharusian and Nigritas, people of the northern Sahara
border,” Sahara. Prehistory and History of the Sahara XXIV (2013): 155-60.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
43
Estos habitantes de la zona atlántica aparecen conceptuados como
“etíopes,” pero a nuestro juicio eran en realidad en la concepción propia de
esa época lo que algún tiempo más adelante serían nombrados como gétulos,
que fue una utilización conceptual romana (ya presente en Livio hablando de
la segunda guerra púnica, y sobre todo en Salustio que utilizó para ello una
fuente cartaginesa), intermedia entre los moros, númidas y africanos, al Norte
en la vertiente mediterránea, y los etíopes, en las zonas más meridionales. En
concreto, a nuestro juicio dentro de los gétulos, los habitantes de esa zona
eran los llamados Farusios y Nigritas,37 que luego serían nombrados de forma
preferente como Autololes por las fuentes latinas. Así pues, consideramos que
sin duda aquí existe el dato acerca de un rey de carácter local de una de esas
principales poblaciones del Marruecos meridional.
Una visión legendaria: el reino de Anteo
El personaje mítico de Atlas sería interpretado en fechas tardías como un
rey, y como es bien sabido en el siglo V a. C. el griego Herodoto aplicaba ese
nombre de Atlas a la cadena montañosa de grandes dimensiones del extremo
occidente africano, y también daba el nombre de Atlantes a los habitantes de
esas regiones.38 Los Atlantes, como unas poblaciones legendarias del Atlas,
aparecerían como unos seres puramente degenerados en la tradición de la
época helenística: Atlantes degeneres sunt humani ritus, si credimus.39 Estas
raras creencias llegarían hasta a los romanos, que afirmarían que estas gentes
derivadas de Atlas no usaban nombres para llamarse entre sí, y en los sueños
no tenían las mismas visiones que los restantes humanos. Nada relacionado
con el Atlas marroquí lo vincula como una plasmación legendaria de un
personaje real, y de hecho, los propios mauri conocían el Atlas con el nombre
de Dyris y no utilizaban el de Atlas (de ahí también el nombre del río Dara,
el Oued Dráa.
37. Mela I, 4.
38. Herodoto IV, 184. Mucho tiempo más adelante, y de forma erronea, Pausanias I, 33, 5 afirmaba
que Herodoto había dado el nombre de Atlantes a los Nasamones, pero que en realidad eran los Lixitas
(de Lixus=Larache) las gentes que habitaban en los confines del Atlas. Por su parte, el Periplo de
Hannon, 6 consideraba que los Lixitas eran unas gentes nómadas que apacentaban sus rebaños a lo
largo del río Lixus (actual Loukkos). Más allá de ellos habitaban los Etíopes, algunos de los cuales
eran Trogloditas. Muchas de estas consideraciones son puramente paradoxográficas, trasladadas entre
los lugares extremos y mal conocidos del África, por lo que resulta particularmente difícil obtener
conclusiones para un correcto conocimiento etnográfico. Diodoro III, 57 mencionaba a los Atlantes
cuyo primer rey habría sido Urano, un personaje caracterizado por la polígamia; vid. Engelbert Mveng,
Les sources grecques de l´Histoire négro-africaine depuis Homère jusqu´à Strabon (Paris: Présence
africaine, 1972).
39. Plinio, NH. V, 45.
44
Enrique Gozalbes-Cravioto
Caso muy bien distinto, pese a las apariencias, es el referido a otro
personaje de carácter legendario, como es el rey Anteo. Como es bien sabido,
dicho gigante se incluyó en el ciclo de las hazañas de Heraclés-Hércules, en el
momento en el que éste porfiaba por la obtención de las manzanas de oro del
Jardín de las Hespérides en el extremo Occidente. Su contacto con el gigante
Atlas, que era el sostenedor de la bóveda del Universo, y con el rey Anteo en
las tierras africanas, conllevaría el engaño del primero, condenado a seguir
con su pesada carga, y a la muerte del segundo en un particularmente porfiado
combate descrito por los mitógrafos tardíos. La traslación siquiera parcial del
ciclo de las leyendas de Heraclés al extremo occidente hispano-africano es
realmente muy antigua, como muestra la atribución particularmente arcaica
de la apertura del estrecho de Gibraltar como las Columnas de Heraclés.40
Dadas las potencialidades imaginativas de estas cuestiones, no es extraño que
se haya intentado en ocasiones aplicar la metodología de la “racionalización”
de las leyendas para encontrar indicios de historicidad en las mismas.
Ya en el siglo XVII Isaac Newton intentó en sus cronologías realizar
la primera e importante aproximación al respecto y que marcó el camino
seguido, con una mayor o menor fortuna, por otros escritores posteriores. Para
ello utilizó los relatos de los mitos y de las tradiciones antiguas como unos
posibles posos más o menos alterados de realidad, en los que se encerrarían
las claves para conocer las épocas más primitivas desde la interpretación. A
partir de la aplicación de esta metodología intentó deducir la existencia de
unos hipotéticos reyes del pasado más remototo del África occidental, tales
como los citados Atlas o Anteo, así como de una no menos hipotética invasión
violenta de extranjeros que estaría representada por la presencia invasora del
ejército de Hércules.41 Los propios pormenores de la lucha entre Hércules
y Anteo se tomaban como expresión de esa dualidad en una batalla: Anteo
era hijo de Gea, la diosa Tierra, por lo que cada vez que caía al suelo veía
desde ella recrecer sus energías, lo que se podía interpretar como la obtención
creciente de recursos para la lucha desde su propio territorio.
40. Sobre las leyendas mitológicas griegas en relación con el África occidental vid. especialmente
Jerôme Carcopino, Le Maroc Antique; Carlos Posac Mon, “Las leyendas clásicas vinculadas con las
tierras del Mogreb,” Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán I (1946): 29-76; Carlos Gozalbes
Cravioto, Mitos y leyendas de Ceuta (Ceuta: publicaciones de la caja de ahorros y monte de piedad de
Ceuta, 1984); Raquel López Melero, “El mito de las Columnas de Hércules y el estrecho de Gibraltar,”
I Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar. Actas. 1. Prehistoria e Historia de la Antigüedad
(Madrid: UNED, 1988), 615-42.
41. Louis Lacroix, Afrique Ancienne. Numidie et Maurétanie (Paris: Edition de 1844), 65 donde
expone lo que nombra como “système de Newton.” Por otra parte, debe de tenerse en cuenta que la
creencia en la llegada al extremo norteafricano de un ejército “oriental” encabezado por HeraclésHércules era también algo aceptado en la antigüedad, como vemos por ejemplo en el relato de Salustio,
Bell. Iug. XVIII, 3.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
45
De hecho, en la etnografía cartaginesa del Norte de África, que fue
recogida en el siglo I a. C. por Salustio en la parte introductoria a su obra sobre
la guerra de Yugurtha,42 expresamente se mantenía que antes de la llegada
de Heraclés al Norte de África los moros y númidas no tenían organización
civilizada alguna:43 Africam initio habuere Gaetuli et Libyes asperi incultiqu,
quis cibus erat caro ferina atque humi pabulum uti pecoribus. Ei neque
moribus neque lege aut imperio cuisquam regebantur: vagi, palantes, quas
nox coegerat sedes habebant.44 Estos datos reflejan que en la visión del pasado
de los africanos, que fue acuñada en los círculos intelectuales de Cartago,
aparentemente no había existido un rey Anteo, y hasta la actuación de los
inmigrantes (medos y persas) llegados con el ejército de Heraclés los mauri
y los númidas habían sido poblaciones plenamente nómadas e incivilizadas.
La mezcla de poblaciones daría lugar a los moros como traslación de medo,
y también sería influyente en el color moreno de la piel de los habitantes (por
la mezcla hindú).
Pero si curiosamente Atlas y la propia expedición de Heraclés-Hércules
aparecen como mitos foráneos a los propios africanos, fueron unos elementos
incorporados realmente por los navegantes orientales, por el contrario otro
mito inserto en las leyendas del héroe griego tuvo su interpretación local.
Si los mauri aparentemente no mostraron una especial atención al gran
héroe Heraclés, por el contrario sí se identificaron plenamente con su rival
africano: el rey Anteo. No debemos dejar de tener en cuenta que para los
griegos Anteo aparecía como un personaje especialmente sórdido, visto con
tintes profundamente negativos: en principio lo relacionaron no con el África
occidental sino con la Marmárida. Sin embargo en unas fechas imprecisas
el teatro de los hechos míticos se desplazó, sin duda para integrar y poner
orden en el ciclo de las hazañas heracleas, y se consideró que se trataba de un
42. Salust., Bell. Iug. XVIII, 1-12.
43. Salust, Bell. Iug. XVII, 7 menciona de una forma expresa que tomaba sus referencias etnográficas
o de Historia más primitivca ex libris Punicis, qui regis Hiempsalis dicitur. De acuerdo con el
testimonio de Plin, NH. XVIII, 22 que refiere que los romanos (por decisión del Senado) entregaron
al rey númida los libros de las bibliotecas cartaginesas después del saqueo de la ciudad. Estos libros
serían los aquíreferidos y procederían de la Biblioteca de Cartago, que se hallaban en posesión del
rey Hiempsal, una tesis muy verosímil. Por su parte, Stéphane Gsell, Histoire Ancienne, vol. 1 (Paris:
Hachette, 1913), 331-2 defendió sin embargo que se trataba de libros escritos en lengua púnica por
parte del rey Hiempsal. Sin embargo, la expresión latina utilizada por Salustio apunta propiamente a
una posesión por parte del rey númida de unos libros que eran púnicos en su origen. Al respecto de
otras interpretaciones, con bibliografía completa al respecto, vid. el trabajo más reciente de Michèlle
Coltelloni-Trannoy, “L´usage du grec dans le Royaume et les provinces romaines d´Afrique,” en
Identités et cultures dans l´Algérie antique, Claude Briand-Ponsart (Dir.), Actes du colloque organisé
par l’Université de Rouen, mai 2003 (Rouen: Université de Rouen, 2005), 76-78.
44. Salustio, Bell. Iug. XVIII, 1-2.
46
Enrique Gozalbes-Cravioto
personaje africano, particularmente cruel, que mataba a todo aquel que osaba
entrar en su reino, incluso a los náufragos que llegaban a las orillas.45
Resulta tentador relacionar esta aparente falta de reconocimiento
africano hacia Atlas, de un lado, e incluso hacia el propio Heraclés, del
otro, con la profunda identificación de los mauritanos con el personaje de
Anteo, así como la visión de hostilidad hacia el mismo por parte de griegos y
romanos (y su ignorancia aparente por parte de los cartagineses). De hecho, al
menos ya desde los comienzos del siglo I a. C. los habitantes del Marruecos
septentrional identificaban al personaje mitológico de Anteo como un rey
que había existido realmente en este país en un pasado bastante remoto: hic
Antaeus regnasse dicitur, afirmaría más tarde expresamente el coreógrafo
Pomponio Mela,46 y era fama muy bien difundida el que la importante ciudad
de Tingi, de esplendoroso pasado antiguo, ciudad regia al menos del rey
Bogud en el siglo I a. C., habría tenido precisamente a ese rey Anteo como su
fundador,47 con lo que Tingi se constituía como una de esas grandes urbes de
la antigüedad que gozaba de la gloria de poseer su propia leyenda fundacional
difundida. Y en otra importante ciudad de esa misma región, la de Lixus, en
la costa del Atlántico, según se decía se hallaba la residencia palaciega de ese
rey Anteo, así como el lugar en el que desarrolló su combate con Hércules:
Ibi regia Antaei, certamemque cum Hercule48 (naturalmente entendiendo que
se refería a su región).
No podemos tampoco olvidar que al rey Anteo se atribuyó en la
antigüedad, y se ha continuado haciéndolo hasta nuestros días, la tumba más
monumental del Marruecos antiguo, la de Mezora ubicada en las cercanías
del poblado del Tnin de Sidi Lyamani, a unos 20 kms. al Sudeste de la ciudad
de Arcila. Este sepulcro antiguo fue excavado con una metodología antigua
y bastante destructiva en los años treinta del siglo XX, después de la cual su
no preservación además ha ocasionado un fortísimo deterioro creciente del
lugar. Esta tumba está constituida por un túmulo central, de unos 7 metros de
altura y de poco más medio centenar de metros de diámetro, formado por una
acumulación de tierra con algunas piedras de escasas dimensiones y también
45. Lucano, Fars. IV, 607.
46. Mela III, 10.
47. Mela I, 5; Plinio, NH. V, 2. Vid. al respecto, Fernando López Pardo, “Tingentera, Tingi y el mito
de Anteo,” Mayurqa XXX ( 2005): 565-75.
48. Plinio, NH. V, 3. Isidoro También, Orig. XV, 1, 74 afirmaba que Tingi y Lixus habían sido
fundaciones de Anteo, y que en Lixus se hallaba el palacio de Anteo. Por supuesto, trambién Solino
XXIV, 1-3 afirmaba que Tingi había sido una fundación de Anteo, y que Lixus se levantaba en el
mismo lugar en el que había estado el palacio de Anteo, y en el país en el que se había desarrollado el
combate de éste con Hércules. Al respecto de Lixus y del problema de templos y palacios vid. la reciente
aportación de Carmen Aranegui Gascó, Lixus. Del mito a la Historia (Barcelona: Bellaterra ediciones,
2017).
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
47
un revuelto de monolitos (según fotografías recientemente conocidas). El
túmulo está rodeado por un fino pasillo enlosado intermedio, entre la colina
y los monolitos, un rasgo de originalidad extraordinaria de grandeza, así
como sobre todo de aquello que resulta más llamativo, como es un círculo de
monolitos de muy diversas alturas, algunos de ellos trabajados y cortados de
cantera.49
Pese a su aspecto prehistórico, visualmente marcado principalmente
por el círculo de los monolitos, el monumento de Mezora, que es el más
espectacular del Marruecos antiguo, es de una época particularmente tardía.
Incluso algunos de los monolitos están cortados con útil metálico, así como lo
está sobre todo el fino enlosado en el que algunos descansan, y el paramento
de contención de la tierra es de carácter helenístico (bastante similar al púnico
conocido de la ciudad de Lixus del siglo IV a. C.). Así pues, diversos datos
apuntan a una cronología tardía de esta construcción, paralela en cierta forma a
las tumbas de los reyes númidas en Argelia. La excavación de 1936, finalizada
de forma abrupta por el estallido de la Guerra Civil española, descubrió en su
interior una simple cista o caja de lajas de piedra, con cenizas en su interior
y también una especie de puñal o espada muy corta. La tumbas de lajas de
piedra seguía la tradición regional de necrópolis de la Edad del Bronce, pero
el rito de cremación indudablemente presente apunta a un momento muy
tardío, coherente con una cronología en torno al siglo IV a. C.
Con casi total seguridad el monumento de Mezora corresponde a la
tumba real mandada abrir por el general romano Sertorio cuando combatió
en esta región, en el 81 a. C. Los habitantes de la zona tenían gran devoción
al lugar, señalando que era la tumba de un gran rey del pasado, y que ellos
identificaban de una forma decidida con Anteo.50 Desde un cierto escepticismo,
49. Miguel Tarradell, “El túmulo de Mezora (Marruecos),” Archivo de Prehistoria Levantina III
(1952): 229-39; Georges Souville, “Nouvelles observations sur le tumulus de Mezora,” Homenaje al
Profesor Carlos Posac Mon, tomo I (Ceuta: Instituto de Estudios Ceutíes, 2000), 109-12; Enrique
Gozalbes, “El monumento protohistórico de Mezora (Arcila, Marruecos),” Archivo de Prehistoria
Levantina XXVI (2006): 323-48; Idem., “Observaciones sobre el conjunto megalítico de Mezora (Arcila,
Marruecos),” Almogaren 43 (2012), 133-54. Por el contrario, han considerado un origen prehistórico
para el monumento de Mezora, con la existencia de unas transformaciones posteriores, James W Mavor,
“The riddle of Mzorah,” Almogaren VII (1978): 89-121; Jean Pierre Daugas, Abdelaziz El-Idrissi, Chloë
Daugas, Pierre Chevet, Emmanuelle Pean, y Brahim Ouchaou, “L´ensemble mégalithique et le tertre
funéraire de M´Zora à Chouhed (T´Nine Sidi Lyamani, province de Tanger, Maroc),” Actes du colloque
internationl Origine et développement du mégalithisme de l´Ouest de l´Europe, vol. 2, tenu au Bourgon
du 26 au 30 octobre 2002, Roger Joussaume, Luc Laporte et Chris Scare (dir.) Sous la présidence de
Jean-Pierre Mohen. En partenariat avec l’université de Rennes (Bougen: Conseil Géneral des DeuxSèvres: Musée des Tumulus, 2006), 757-68. Vid. algunos datos nuevos al respecto en Enrique
Gozalbes-Cravioto, Angelo Ghirelli y la prehistoria del Norte de Marruecos, Ceuta, 2017.
50. Plutarco, Sert. 9. El texto como origen en Iuba II es recogido con el número 19 entre los
fragmentos atribuidos al rey mauritano por parte de Carl Müller, Fragmenta Historicorum Graecorum,
vol. III (Parisiis: Editore A. Firmin Didot, 1883), 471; Estrabon XVII, 3, 8. En la traducción de Adolph
48
Enrique Gozalbes-Cravioto
el general romano decidió abrir la tumba, probablemente para mostrar la
falsedad de la creencia local, y al parecer en su interior encontró los huesos que
fueron atribuidos a un gigante, por lo que con grandes honores y reverencias,
se supone que con sacrificios expiatorios, decidió cerrar la tumba: su apertura
además debió ser vista como una afrenta por parte de los mauritanos. Como
hemos visto, a este rey le atribuían los habitantes el hecho de que había sido el
fundador de Tingi, y que tenía su palacio en Lixus,51 lo que refleja la existencia
de la realeza en una zona que fue nuclear en la identificación de los moros con
posterioridad.
El modelo de monarquía helenística
Como hemos señalado, la monarquía territorial, que muy pronto
adoptará sus correspondientes fórmulas de carácter helenístico, fue sin duda
formada en el contexto de los intereses estratégicos de Cartago. Sin embargo
es posible que inicialmente la cuestión tuviera unos orígenes mucho más
ambiguos. Sin duda Marruecos se hallaba más lejos de Cartago, y sin embargo
ya hemos visto episodios referidos al rey de los moros interactuando con los
cartagineses. Pero si observamos el modelo de los númidas massyles, una
inscripción recuperada en la ciudad de Thugga hace referencia a la genealogía
del rey Masinissa, que sería después famoso por su relación con Roma, como
hijo de Gaya, que era a su vez hijo del sufeta Zililsan, que había liberado
la ciudad de Thugga del yugo cartaginés.52 Este hecho significa que Zililsan
era un noble personaje de la elite gobernante en la ciudad de Thugga, de la
que era sufeta, por tanto un cargo típicamente cartaginés, que logró liberarla
del dominio púnico en algún momento determinado que no se precisa en el
epígrafe. Gracias al prestigio alcanzado por esta acción, su hijo Gaya (que
era el padre de Masinissa y primer rey propiamente considerado) lograría
finalmente unificar a los massyles de la Numidia, constituyéndose en una
fuerte autoridad personal con poderes que eran considerados ya los propios
Schulten,. Fontes Hispaniae Antiquae. IV. Las guerras de 154-72 a. de J. C., (Barcelona: Librería
de A. Bosch, 1937), 349, la atribución del texto aparece referida a Tanusio Gemino. Por el contrario
Raymond Roget, Le Maroc chez les auteurs anciens (Paris: Les Belles-Lettres), 1923, sigue la lectura
de atribución errónea a Gabinius, nombre de autor latino totalmente desconocido. Como indicó Jerôme
Carcopino, Le Maroc Antique, 68, nota 6, este Gabinio citado por Estrabon debía corresponder a
Tanusius Geminus.
51. Las vacilaciones sobre el nombre de la zona en la que actuó Sertorio en relación con la tumba
atribuida a Anteo han sido analizadas por Moreno García, Luis A, “Tanusio Gémino, ¿Historia de
Tánger o de Lixus?,” Actas II Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar, vol. 2 (Madrid: UNED,
1995), 605-15; idéntico texto en Homenaje al Profesor Presedo, coord. por Salvador M. Ordóñez
Agulla, Pedro Sáez Fernández (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1994), 463-74.
52. Dexter Hoyos, Truceless War: Carthage fight for survival 241-237 B. C., (Leiden: Brill, 2007).
Dicha inscripción probablemente procedía del monumental mausoleo bien conocido de Thugga. Sobre
el monumento vid. Fernando Prados, Arquitectura púnica. Los monumentos funerarios (Madrid:
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008).
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
49
de un rey. Creemos que resulta difícil el ver en esta “liberación” del dominio
cartaginés realmente los episodios del levantamiento africano subsiguiente a
la revuelta de los mercenarios, pues como bien sabemos el mismo terminaría
siendo aplastado, sino que con toda verosimilitud se refiere a un momento
algo posterior.
Aún y así, debemos considerar que para Cartago la existencia de los
reyes tenía unas ineludibles ventajas. Los mismos constituían una forma de
tener controladas de forma relativa a las distintas poblaciones. De hecho, a
través de los mismos era como con una mayor facilidad podían solicitar la
colaboración de contingentes en el apoyo político y sobre todo militar. Lo
hemos visto en los primeros y desconocidos reyes de la Mauretania, donde
el proceso parece incluso haber sido anterior. Pero sobre todo lo vamos a
ver en la época de la Segunda Guerra Púnica. En la misma, los moros y con
ellos tanto los númidas massaesyles y los massyles aparecen mencionados
por Tito Livio entre los contingentes organizados en lucha en Italia, con una
visión de los mismos particularmente tétrica, pues se insiste en su crueldad,
en el lenguaje extraño casi no humano, y en las actitudes de desprecio ante
la muerte y ante las tragedias que se producían en los combates.53 El despego
ante la muerte en los combates era, sin duda, una característica de los soldados
moros, pero lo demás se insertaba indudablemente en los mensajes excesivos
de la propaganda y de las arengas militares.
Estos grupos armados de fundamento o extracción étnica, contingentes
del ejército de Cartago, parecen mostrar una fase nueva y distinta, no
suficientemente destacada en la historiografía, en la conformación militar
cartaginesa, en el modelo utilizado por parte de Aníbal: ya no eran unos
simples mercenarios de fortuna, contratados individual o grupalmente, ya
parecen representar otro estadio bien diferente formado por contingentes
étnicos organizados plenamente. En los combates aparecen bien marcados
en la especialidad de su formación, sobre todo en referencia al uso de la
caballería (tanto mora como númida) o de los honderos moros.54 La sospecha
que podemos tener al respecto, aunque no seguridad, radica en que pudieran
ser unos grandes contingentes remitidos por los reyes africanos aliados para
colaborar con Cartago en su política militar. Eso sí, no eran los propios reyes
los que estaban a su frente, sino que ellos quedaban en el territorio. La propia
identidad del rey moro Baga, capaz de poner en marcha una caballería de
4.000 componentes y ponerla al servicio de una fuerte escolta armada para
Masinissa, evidencia ya la realidad que aparentemente escapa a un marco
muy limitado propio de tiempos anteriores.
53. Los distintos textos fueron recogidos y analizados por nuestra parte en Enrique GozalbesCravioto, “La imagen de los mauri en Roma (siglos III-II a. C.),” Latomus L (1) (1991): 38-55.
54. Gozalbes-Cravioto, “Aspectos y problemas,” 25-26.
50
Enrique Gozalbes-Cravioto
Y de hecho, cuando acontezcan los problemas ese modelo ya de carácter
helenístico estará más presente incluso entre los númidas que entre los moros.
Sifax como rey de los númidas massaesyles, y reflejo mayor sin duda de
las características de la Mauretania, aparece en una primera fase quizás con
contenidos algo más limitados y ambiguos. Pero una vez restaurado en el
poder en su reino, precisamente en buena parte a partir del apoyo recibido
entre los moros donde había buscado refugio,55 Sifax se manifiesta en esos
momentos plenamente como un rey de carácter helenístico: poder absoluto
acumulado, territorio muy amplio identificado con una considerable étnia,
existencia no sólo de ciudades sino de una determinada capital regia (Siga
en la zona de la desembocadura del Oued Tafna), acuñación de moneda,
conflicto internacional por la hegemonía con su vecino de la otra Numidia.56
Y en esta a su vez, componentes muy similares que representará precisamente
la existencia de las sedes regias, fundamentalmente la de Cirta (Constantina)
y definitivamente las claves establecidas durante décadas por el reinado de
Masinissa.
Es cierto que, por desgracia, no conocemos la existencia de todos esos
detalles para el caso concreto del reino de los moros. Paradójicamente lo que
parece haber sido un adelanto sobre sus vecinos númidas con un proceso más
adelantado de conformación, desde el legendario reino de Anteo, sin embargo
como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica la monarquía mauretana
aparentemente quedó subsumida en el ámbito político hegemónico de la gran
Numidia triunfante del rey Masinissa. Entre ese Baga, de finales del siglo III
a. C.,57 y el Bochus de finales del siglo II a. C., transcurre nada menos que un
siglo, y en medio del mismo no conocemos la identidad de ningún rey en el
territorio marroquí (aunque resulta indudable que los hubo). Incluso el uso de
55. El episodio fue el ataque de Masinissa contra Sifax al que derrotó militarmente. Liv. XXIV, 49,
5-6 indicaba como Sifax, con un pocos jinetes, tuvo que huir a la tierra de los moros ubicada junto al
Oceáno frente al Estrecho de Gades. Allí ante él se fueron reuniendo muchos voluntarios con los que
organizó un fuerza armada, pero Masinissa (todavía príncipe) pasó nuevamente desde Hispania en ese
momento, atacó a Sifax, desbarató sus contingentes y evitó lo que para él podía suponer un peligro.
¿Cómo aquí no aparece mencionado el rey de la Mauretania? Aparentemente se mantuvo absolutamente
al margen de todos estos hechos.
56. La visión de Halima Ghazi Ben Maisa, “Syphax II, le grand Aguellid (debut du dernier quart
du IIIème siècle avant J. C. à 203 avant J. C.,” Hespéris-Tamuda XLIV (2009): 11-24 analizaba el
personaje como un simple soberano indígena de caácter amazigh. Por el contrario, todos los datos
apuntan precisamente a que Sifax II en su configuración, en sus instituciones, era ya plenamente un rey
de marcado carácter helenístico; vid. al respecto Enrique Gozalbes-Cravioto, “Sobre el rey Syphax de
Numidia,” Studia Historica, Historia Antigua XXXIII (2015): 69-96.
57. No está de más tampoco el destacar como en prinicipio se habla del rey de los maurusios o moros,
o de la tierra de los maurusios, mientras la primera alusión a la Mauretania como tal es del año 205 a.
C. en una cita de Liv. XXIX, 30, 1.
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
51
la moneda quedaba aparentemente constreñido a las emisiones reales de la
Numidia, con el rostro de Masinissa, pero es cierto que nosotros sospechamos
que algunas evidentes imitaciones anepigráficas (muy bien representadas
sobre todo en los hallazgos numismáticos efectuados en la ciudad de Tamuda)
son en realidad acuñaciones locales de algún soberano mauritano de esa
misma época.58 A lo largo de todo el siglo II a. C. la economía y el devenir del
reino Mauretania se encontró plenamente subsumido en el de la Numidia de
Masinissa, de tal forma que sin duda formaron parte de una misma familia real
dominante a uno y otro lado del Moulouya. Ello explica las reclamaciones,
indudablemente por línea de herencia familiar, del rey mauretano Bochus
acerca de territorios argelinos al otro lado del gran río, y que estuvieron en
toda la tramoya que desarrolló la política de alianzas en el gran conflicto de
la Guerra de Yugurtha.
Ya con Bochus I vemos plenamente el desarrollo de esa política propia,
que pretendía alcanzar unos ribetes hegemónicos en el Norte de África, en la
secular tensión entre las naciones vecinas. Al igual que Sifax utilizó la potencia
hegemónica de Cartago para su propia causa frente a los otros africanos, y
Masinissa utilizó la potencia hegemónica de Roma para la suya propia, ahora
será Bochus de Mauretania quien entrará en el juego político: hegemonía de
la Numidia de Yugurtha, o bien de Roma, decantándose finalmente por ésta
última como es bien sabido. Con su victoria, desde luego muy poco noble,
con la entrega de su pariente rey númida, Bochus sin embargo iniciaba el
camino del reino de Mauretania plenamente independiente en primer plano,
socio y amigo de Roma,59 aunque ya sometido a la misma a partir de la época
de Augusto.60
Y con él ya se inicia la cadena de los reyes conocidos del Marruecos
antiguo en una doble dinastía: la que se supone que dio origen Baga,
entroncado después con la Casa real númida, hasta Bochus I, y de aquí en el
58. Enrique Gozalbes-Cravioto, “Los orígenes de la producción de moneda y de la circulación
monetaria en la Mauretania Occidental,” L´Africa Romana XVIII (Roma: Carocci, 2010), 767-82.
59. Sal., Bell. Iug., 116 de hecho Sila consideraba que Bochus había entrado en sus clientelas.
Vid. Istavan Hahn, “Die politik der afrikanischen klientelstaaten im Zeitraum der Bürgerkriege,” in
Afrika und Rome in der Artike, Hans-JoachimDiesner/Hannelore Barth/Hans-Dieter Zimmermann
(Hrsg.), (Halle: Wissenschaftliche Beiträge der Martin-Luther-Universität Halle-Wittenberg, Halle/
Saale, 1968), 207-18; Michelle Coltelloni-Trannoy, “Rome et les rois amis et alliés du peuple romain
en Afrique (Ier siècle av. J. C.-Ier siècle ap. J. C.),” en Actes du colloque de la SOPHAU, Poitiers,
1-3 avril 2005, Pallas 68 (2005) (= L´Afrique romaine Ier siècle avant J. C.-début du V siècle après
J. C.), 117-44.
60. Estrabon XVII, 3, 24: “todo este conjunto de territorios del Norte de África se encuentra sometido
a Roma, y se encuentra en parte dirigido por reyes. La otra parte, de ahí su nombre, está controlado por
los romanos directamente pues ellos envían allí a sus gobernadores y a los recaudadores de impuestos.”
Vid. Enrique Gozalbes-Cravioto, “Aspectos y problemas,” 30 y ss.
52
Enrique Gozalbes-Cravioto
enlace con los reyes conocidos posteriores como Sossus, Bogud y Bochus II,
y la posterior de herencia directa númida, derivada del rey Juba I de Numidia,
en concreto con los reyes Juba II y Ptolomeo.
Conclusiones
La aproximación histórica a la cuestión de la monarquía en el Marruecos
antiguo no puede efectuarse desde el simplismo con el que muchas veces se
ha afrontado por parte de la historiografía contemporánea. Así la visión de
esta cuestión ha tendido en ocasiones, tanto en la historiografía europea como
en la magrebí, a una visión de predominio de una visión primitiva o arcaica de
los reyes, considerados como unos simples jefes guerreros “beréberes.” Por el
contrario, sin solución de continuidad, esos mismos historiadores, en especial
los europeos, han aplicado un modelo “moderno” de interpretación del poder
y de las propias características de esos reyes, con lo que sin profundizar en la
cuestión han llegado a un esquema contradictorio: jefes guerreros bereberes
que, aparentemente, funcionaban bastante bien en el esquema de un monarca
helenístico en una escala p actuación internacional.
Sin duda alguna, la mayor contradicción al respecto se produce en el
caso de la Numidia con el rey Yugurtha, que no sólo contó con instituciones
propias desarrolladas, sino todo un auténtico partido favorable o “lobby”
que actuaba en la propia Roma. Pero en el caso de Marruecos igualmente la
contradicción parece muy evidente como buen ejemplo en el caso del citado
rey Bochus I que, a su vez, heredó ese papel de Yugurtha y desarrolló su
juego político, y su “lobby” en Roma a favor directo del partido de Sila. Sin
duda cambiando la perspectiva y no mezclando características de las distintas
épocas, podemos acercarnos mucho mejor a la interpretación histórica al
respecto. Y a partir de la misma señalamos la existencia de varias etapas
en la conformación de la monarquía en el Magreb antiguo, en general, y en
concreto en el territorio de Marruecos: el tránsito de unas autoridades locales
que tomaron una forma fuertemente personal, la ampliación de dicho dominio
local-regional a un sistema más amplio de tipo confederación, y finalmente la
asunción (por evolución pero sobre todo por influjos externos) de formas de
monarquía de carácter helenístico, que responden al impacto de los modelos
derivados de Filipo II de Macedonia y Alejandro Magno. Ello ya supondrá
elementos de fuerte fijación hereditaria, pero también otros hechos tales
como la existencia de sedes regias oficiales o del uso de la moneda con la
representación de la efigie de esos reyes.
En el caso de Marruecos, en relación con la Numidia, incluso el proceso
de la constitución de un poder monárquico sobre unos territorios muy amplios,
Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
53
parece incluso ser anterior en el tiempo. Hay referencia a la interactuación del
rey de los moros con Cartago en tiempos anteriores a la conformación de
los grandes reinos númidas de los massyles y de los massaesyles. Pero sin
embargo, la implantación de un modelo de monarquía de carácter helenístico,
por el contrario, parece haberse efectuado con anterioridad en el caso de esos
dos grandes reinos númidas de Argeia, en especial con la actuación de Sifax
de la Numidia massyle. Y ese mismo modelo, además leído por las fuentes
antiguas como un auténtico “rey civilizador,” lo encontramos precisamente
fuertemente desarrollado por Masinissa, el soberano triunfador en la Segunda
Guerra Púnica, y que desempeñó un longevo reinado enlazando prácticamente
con la Tercera Guerra Púnica. Pero para el caso de Marruecos tan sólo puede
comenzar a hablarse de ese modelo de carácter helenístico con Bochus I,
puesto que los escasísimos datos conocidos con anterioridad no permiten
suponer que los reyes desempeñaron esas características que habían adoptado
los reinos helenísticos.
En cualquier caso, y ya como un testimonio de epígono de la evolución
histórica, ciertamente será Juba II el modelo definitivo y más característico de
la monarquía helenística. Y en este caso con la novedad evidente de constituir
directamente un producto de la intervención romana, en el establecimiento
del orden por parte de Augusto,61 que en el Norte de África fue infinitamente
más singular y sencilla que en lo referido a los reyes étnicos del Oriente.62 Se
trata de un ejemplo especial de la importancia alcanzada por la institución de
la monarquía en la dirección histórica del Marruecos antiguo.
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Los orígenes de la monarquía en el Marruecos antiguo
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ﻳﻨﻜﺐ ﻫﺬﺍ ﺍﳌﻘﺎﻝ ﻋﲆ ﺩﺭﺍﺳﺔ ﳐﺘﻠﻒ ﻣﻈﺎﻫﺮ ﺗﻄﻮﺭ ﺍﳌﺆﺳﺴﺔ ﺍﳌﻠﻜﻴﺔ ﺑﺎﳌﻐﺮﺏ ﺍﻟﻘﺪﻳﻢ ﻣﻦ ﺧﻼﻝ
ﲢﻠﻴﻞ ﺍﻟﺘﻄﻮﺭ ﺍﻟﺘﺎﺭﳜﻲ ﻟﻨﲈﺫﺝ ﻣﺘﻨﻮﻋﺔ ﻣﻦ ﺍﻟﻘﻮﺓ ﺍﻟﺸﺨﺼﻴﺔ ﻟﻠﻤﻠﻮک ﺍﻟﺘﻲ ﺑﻠﻐﺖ ﺃﻭﺟﻬﺎ ﻣﻊ ﺍﳊﻘﺒﺔ
. ﻭﲡﺴﺪﺕ ﻗﻤﺔ ﻋﻈﻤﺘﻬﺎ ﰲ ﺷﺨﺺ ﺟﻮﺑﺎ ﺍﻟﺜﺎﲏ،ﺍﳍﻠﻨﺴﺘﻴﺔ
، ﺍﻟﻨﻮﻣﻴﺪﻳﻮﻥ، ﺍﳌﻮﺭﻳﻄﺎﻧﻴﻮﻥ، ﺍﻟﺘﻄﻮﺭ ﺍﻟﺘﺎﺭﳜﻲ، ﺍﻟﻘﻮﺓ ﺍﻟﺸﺨﺼﻴﺔ ﻟﻠﻤﻠﻮک:ﺍﻟﻜﻠﲈﺕ ﺍﳌﻔﺘﺎﺣﻴﺔ
. ﺍﻟﺘﺎﺭﻳﺦ ﺍﻟﺴﻴﺎﳼ،ﺍﳌﻠﻜﻴﺔ ﺍﳍﻠﻨﺴﺘﻴﺔ
Résumé: La monarchie au Maroc Antique
Dans le présent article, nous étudions divers aspects liés au développement de
l’institution de la monarchie dans le Maroc ancien. Nous analysons les différents modèles de
rois, comme une expression de pouvoir personnel, et les différentes phases historiques sont
définies dans une évolution qui se terminera dans le modèle de la monarchie hellénistique,
dont la plus haute expression sera le roi Juba II.
Mots clés: pouvoir personnel, évolution historique, mauretanos, Numides, monarchie
hellénistique, histoire politique.
Abstract: The Monarchy in Ancient Morocco
In this paper we study different aspects related to the development of the institution of
the monarchy in ancient Morocco. We analyze the different models of kings as an expression
of personal power. At the same time, we establish the different historical phases in an
evolution that will end in the model of Hellenistic monarchy whose maximum expression
will be King Juba II.
Keywords: Personal power, Historical Evolution, Mauretanians, Numides, Hellenistic
monarchy, Political History.
Resumen: La monarquía en el Marruecos antiguo
En el presente artículo se estudian aspectos diversos en relación con el desarrollo de
la institución de la monarquía en el Marruecos antiguo. Analizamos los diversos modelos de
reyes, como expresión de un poder personal, y se establecen las distintas fases históricas en
una evolución que finalizará en el modelo de monarquía helenística cuya máxima expresión
será el rey Juba II.
Palabras clave: poder personal, evolución histórica, mauretanos, númidas, monarquía
helenística, historia política.