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Arqueología a diario

2007, Patrimonio Cultural y medios de comunicación. PH Cuadernos nº 21 (Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico): pp. 164-179

The representation of archaeological heritage in communication media often adopts a banal tone, typical of contemporary press reporting in general. The publication of the present article explores precisely the pretexts and causes for this process. "Banal archaeology" is used here, of course, as a fetish expression of post-modernity, the age of the image which keeps on seducing us and hyper-realising our own reality. Aside from the rare cases of informational non-triviality (examples of the media operating as a vehicle for social awareness), what is analysed in these pages are mainly the void forms of presentation, with a special emphasis on the contents of the local press, a true naturally- broadcasting political platform of accidents derived from the monitoring of archaeological heritage. As a subtext, there is an accusation of the insufficient implication of professional archaeologists (universities, the public administration, the professionals) in these debates, and there is a call for a shared responsibility among archaeologists and journalists.

Arqueología a diario Ignacio Rodríguez Temiño, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía La representación del patrimonio arqueológico en los medios de comunicación adopta a menudo un tinte de banalización, habitual en la información periodística actual. Indagar en los pretextos y razones de este proceso es justamente el interés que mueve la publicación del siguiente artículo. Lo arqueológico-banal se recoge aquí por supuesto como una expresión fetiche de la posmodernidad, esta era de la imagen que no deja de seducirnos e hiperrealizar nuestra propia realidad. Junto a las excepciones de no trivialidad informativa (ejemplos de los media como vehículos de concienciación social), se analizan principalmente en estas páginas los modos vacuos de presentación, con especial hincapié en el contenido de la prensa local, verdadera plataforma política difusora natural de las incidencias derivadas de la tutela del patrimonio arqueológico. De fondo, se denuncia la escasa implicación de profesionales de la arqueología (universidades, administraciones públicas y profesionales) en estos debates, y se aboga por una responsabilidad compartida entre arqueólogos y periodistas. Everyday archaeology 0138 Por debajo del suelo donde pisamos hay muchos cacharros del Pueblo Romano. La gente ha dejado de comprar vajillas hacen hoyos, sacan platos, vasos, jarras, cucharillas. Muy pronto se va a inaugurar ese gran circo romano que en El Pópulo encontraron muy nuevo: tigres, trapecistas y leones, ¡qué acontecimiento! Faltan los payasos, que esos los pone el Ayuntamiento. (Chirigota “Con el sudor del d´enfrente”. Carnaval de Cádiz, 1993) xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación The representation of archaeological heritage in communication media often adopts a banal tone, typical of contemporary press reporting in general. The publication of the present article explores precisely the pretexts and causes for this process. "Banal archaeology" is used here, of course, as a fetish expression of post-modernity, the age of the image which keeps on seducing us and hyper-realising our own reality. Aside from the rare cases of informational non-triviality (examples of the media operating as a vehicle for social awareness), what is analysed in these pages are mainly the void forms of presentation, with a special emphasis on the contents of the local press, a true naturally-broadcasting political platform of accidents derived from the monitoring of archaeological heritage. As a subtext, there is an accusation of the insufficient implication of professional archaeologists (universities, the public administration, the professionals) in these debates, and there is a call for a shared responsibility among archaeologists and journalists. 0139 Como dejaré para desarrollar en extensión la cuestión de la superficialidad en el tratamiento de la información trasmitida por los medios de comunicación, tema central de esta contribución, quisiera ahora hacer unos breves apuntes para dejar fijados algunos conceptos. PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación En primer lugar, recordar que patrimonio arqueológico y arqueología no son términos sinónimos. El primero denota la conversión de las entidades objeto de análisis por la segunda en un concepto jurídico. Es decir, cuando de un bien se predica un interés para el estudio de la historia aplicando metodología arqueológica, este adquiere por ministerio de la ley un estatuto específico que le dispensa del tráfico jurídico ordinario, en atención a la preservación de la función social prevista para tales valores por el ordenamiento jurídico. Aquí me interesan tanto el patrimonio arqueológico como la arqueología, porque ambos sufren ese fenómeno. 0140 En segundo lugar, existen dos planos en los que es factible buscar las causas de la banalización del discurso periodístico. Uno, profundo, instalado en el propio estatuto ontológico de la acción performadora que tienen los medios sobre la realidad. Otro, superficial, que resulta de analizar el anterior a una escala de detalle. En el primero, la metonimia que supone conocer algo por su tratamiento noticioso produce ya un adelgazamiento y delimitación contingente del propio suceso, que facilita su eventual trivialización. Aceptado ese tropo como inevitable, son los propios actores sociales que producen y transmiten el hecho, quienes pueden aumentar o no el sesgo superficial. Es decir, si en el primer plano es inevitable; en el segundo, no. En tercer lugar, aunque volveré sobre ello más abajo, debo dejar claro que no todo tratamiento del patrimonio arqueológico o de la arqueología es banalizador, antes bien todo lo contrario. Cuando he abordado este tipo de cuestiones no he prestado atención a la visión de la banalización de la arqueología, digamos grosera, centrada sobre todo en la mezcolanza de noticias científicas con otras de carácter fantástico, que preocupa a otros colegas. He preferido analizar los aspectos relacionados con la arqueología urbana, o de manera más precisa, con la forma en que su gestión se trasluce a través de la prensa (Rodríguez Temiño, 2004: 335-352). Es en este marco donde, a mi juicio, más y mejor pueden apreciarse los componentes del fenómeno cuyo resultado último redunda en hacer del significado de los vestigios dejados por la historia algo banal. Otra cosa será ver en qué consiste ese tratamiento superficial y si es responsabilidad exclusiva de los profesionales de los medios de comunicación, o bien también contribuyen, y en no poca medida, otros actores sociales: políticos y arqueólogos, entre los más afectados de forma directa. Las noticias de este cariz no suelen estar recogidas en las secciones de sociedad, ciencia o cultura, como las referidas a la arqueología, sino en las de local, lo que tiene, como veremos algo más abajo, ciertas peculiaridades. Mi experiencia en este tema se completa con un récord de dudosa satisfacción: debo ser de los funcionarios que más veces han visto reproducidos sus informes en la prensa en los últimos tiempos. Los proyectos de reforma del palacio de San Telmo como sede de la presidencia de la Junta de Andalucía; la construcción del complejo comercial Metropol Parasol en la plaza de la Encarnación (ambas en Sevilla); la pretensión de construir un hotel en el yacimiento protohistórico del Carambolo (Camas, Sevilla); o el trazado de la carretera A-8077 sobre el yacimiento prehistórico de Valencina de la Concepción (Sevilla) motivaron informes míos (o con mi visto bueno, como jefe del Departamento de Protección del Patrimonio Histórico de la Delegación Provincial de Cultura en Sevilla) en los que ponía en evidencia el riesgo para el patrimonio derivado de los mencionados proyectos. Contra las pretensiones de sus promotores, se elevaron asociaciones y plataformas ciudadanas que, personadas en los respectivos expedientes administrativos, no tardaron en hacer pública la existencia de estos informes que contradecían la voluntad favorable, explícita o implícita en los hechos, de la administración cultural, que entendía la protección y conservación de tales bienes de forma distinta a la mía (vid. Abc. Sevilla, 18 de septiembre de 2002 y 1, 2 y 3 de octubre de 2003; Diario de Sevilla, 29 de agosto de 2003 y 29 de julio de 2005). Tales “revelaciones” avivaron la polémica suscitada en torno a los proyectos, dejándome en situaciones incómodas, sobre todo en los casos en que la propia Consejería de Cultura tuvo que recurrir a medios extraordinarios, fundamentalmente asesoramientos externos, para mantener su postura y rebatir las argumentaciones dadas en ellos. También debo señalar que, en las ocasiones en que finalmente se ha reconducido el proyecto hacia propuestas menos lesivas al patrimonio arqueológico, este cambio de postura se ha debido sobre todo a la acción de esas plataformas ciudadanas. La realidad banal y el imperio de la opinión pública Banalización se ha convertido en una especie de expresión fetiche, cuando no en un arma arrojadiza, de quienes militan contra el posmodernismo, manifestación cultural de la posmodernidad. Se le acusa de querer fundir la realidad en imágenes y los sucesos en spots comerciales de veinte segundos, donde no cabe hacer análisis, ni buscar relaciones o establecer consecuencias. El colmo de la felicidad prometida era vivir en un eterno presente donde no cabía ni futuro, ni pasado, dando por terminada la historia. Aunque hayamos superado sin especiales traumas o dificultades la continuidad de la historia tras el “fin de la historia”, no parece que vaya a ser tan fácil devolver el espesor a la realidad y a los acontecimientos, al menos mientras sigamos instalados en la lógica económica y social del capitalismo tardío. En la época del posindustrialismo, la falta de dimensión y racionalidad del sistema productivo, no solo de bienes tangibles sino también de signos, ha provocado el desbordamiento del consumo en consumismo, es decir en un proceso de acumulación que traspasa los límites de las necesidades y ha llegado a suplantar los propios objetos por los signos. Signos que nacen desprovistos de referente para que esta masiva abundancia carezca de problemas. La consecuencia ha sido la creación de un espacio donde las imágenes compitan por ser más reales que la propia realidad. Baudrillard (1991) lo ha bautizado como hiperrealidad, el reino de la seducción que ha arrinconado a la convicción. La disolución de la realidad en imágenes que, a través de los medios de comunicación, son repartidas por todo el planeta, se opera mediante la reducción de la contingencia a la virtualidad; lo trascendente se transforma en contingente y esto en virtual. Desvanecida la línea entre realidad y simulacro, no hay posibilidad de diferenciar lo uno de lo otro. Ya volveremos sobre las consecuencias de este proceso, pero ahora prestaremos un minuto a la relación entre esta versión baudrillardiana del mito platónico de la caverna y los medios de comunicación de masas. La banalización, entendida como falta de relieve o profundidad en el tratamiento de la noticia, parece haberse convertido en uno de los principales males que aquejan al periodismo. Su denuncia ha devenido en lugar común de propios y extraños a la profesión, como también que se responsabilice de forma casi exclusiva a los periodistas de esta superficialidad analítica de la información. Si para suplantar la realidad, con toda su espesa textura, por su delgada imagen es preciso descosificarla, quitarle toda sustancia hasta que ya no tenga nada que ver con aquella y sea autorreferencial, es decir puro simulacro, resulta comprensible la preocupación suscitada por los medios de comunicación en este proceso. En efecto, la labor periodística se resuelve como una suerte de sinécdoque. Dado que la realidad no es como las mónadas de Leibniz que reproducen en pequeño el sistema completo, el abstracto e inabarcable mundo de sucesos y relaciones interpersonales, que denominamos realidad, se vuelve comprensible y abarcable a través de una operación de selección de las que los periodistas encuentran más representativas. Es justamente esa labor de mediación entre la realidad y la sociedad la que despierta todo tipo de recelos, que no desaparecen por la mera invocación de términos como objetividad o independencia. Resulta evidente que el ojo de la persona que mira no refleja exclusivamente lo que hay, sino que contribuye a su creación. Si el cogito de los periodistas podría expresarse prima facie por la fórmula “digo lo que veo”, tal pretensión falsea el proceso, al obviar que la conformación de los hechos requiere una mediación imposible de eliminar; de forma que lo acertado sería justo lo contrario, “veo lo que digo”: la noticia sobre un suceso sustituye al propio suceso en el ámbito de la opinión pública, fuera del cual solo queda el espacio particular. Etimológicamente, informar, derivado del griego morphé (formar), significa dar forma a algo. Sin embargo, como sostiene José Luis Pardo (1989), en la batalla de la imagen, no son los contenidos o programas los que importan, pues son difíciles de convertir en imágenes: lo importante son los gestos. El amago de hacer algo o la mera intención de acometerlo en un futu- PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación Se me ha pedido que contribuya en esta obra colectiva dedicada a la relación entre patrimonio cultural y medios de comunicación de masas, con una reflexión sobre la trivialización en que pueden incurrir al tratar determinados aspectos del patrimonio arqueológico. Tres son, pues, las palabras claves de este texto: banalización, patrimonio arqueológico y medios de comunicación. No es mi intención resolver esta papeleta hilvanando un rosario de titulares en los que pueda leerse el tono con que aparecen, en bastantes más ocasiones de las que podría suponerse, las noticias referidas a la arqueología o al patrimonio arqueológico. Me interesa ver por qué se produce este fenómeno, que por otra parte no es particular de la arqueología. 0141 ce en pluralidad de opciones. En la lucha por captar su caprichosa atención y colmar la satisfacción de los consumidores, los medios compiten por agradar, tratando la información de manera superficial, cuyo resultado es una especie de infantilización de la sociedad. Bourdieu (1997) lo ha ejemplificado en el fast think televisivo, en el que la contundencia, el impacto y la brevedad son las normas sagradas, pero impiden cualquier profundización. La arqueología y el patrimonio arqueológico en “los papeles” Reportajes nada banales PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación ro vale tanto como haberlo hecho, desde el punto de vista comunicacional. Este culto por lo que carece de relieve no es sin embargo irrelevante, ya que deja huella. Transmite la idea, hasta hacerla convicción o verdad universal, de que la realidad carece de relieve, que no tiene raíces, que la vida se desarrolla en un plano bidimensional. Esa delgadez de contenido permite la acumulación de noticias producidas por la bulimia informativa, característica de nuestras sociedades posmodernas, sustituyéndose unas por otras, sin que nadie se preocupe por hilvanar los diversos contenidos, por sumar mensajes. 0142 Si por la parte del emisor el panorama se desenvuelve entre entelequias que recuerdan la metáfora cavernaria de Platón, no anda mejor el otro extremo. Es mucho lo escrito sobre qué sea en realidad la opinión pública y a quiénes incluye, pero poco el acuerdo al que se ha llegado, al menos en el plano teórico. Quizás las tesis de Habermas (1981) sobre la “esfera de lo público” como instrumento de control de la acción política de los gobiernos hoy día resulte utópica para quienes este concepto aparece siempre cargado de connotaciones negativas. Y, tal vez, el fenómeno sea más comprensible en los términos expuesto por Bourdieu (1991) para explicar por qué la opinión pública no existe. Sin embargo, ningún respon- sable público le haría caso: se juega el éxito de su gestión -“... conduciéndose como si la opinión pública fuese una realidad, no se corre peligro alguno; ignorándola, se multiplican...” (Minc, 1995: 122). Aunque opinión pública o publicada y sociedad civil no sean lo mismo, aquella juega un papel decisivo a la hora de conformar las valoraciones generales, los temas de interés y el éxito o fracaso de todas las acciones públicas, en su sentido más amplio. Como señala Alain Minc (1995), ambas forman el nudo gordiano de la “democracia demoscópica”, nuevo modelo de relación entre gobernantes y gobernados característico de las sociedades avanzadas. Resulta tópico mencionar la capacidad de acción e influencia de los grandes grupos multimedios, cuyo poder, como analiza Sánchez Noriega (1997), no se manifiesta a través de la coerción, sino de la seducción, medio mucho más eficaz que el primero para inspirar políticas concretas o crear necesidades colectivas, cuyos efectos se miden a escala planetaria o, cuanto menos, supranacional. En palabras de Félix Ortega (2006), los medios de comunicación tienen, en general, la capacidad de fijar la agenda política. Sin embargo, la conniven- cia entre políticos y periodistas ha suplantado una democracia deliberativa basada en la sociedad por otra, en la opinión; y el debate político por la pugna mediática. Advierte también Sánchez Noriega de dos aspectos de este cuarto poder de interés para esta exposición: uno, la función que juega este nuevo instrumento en manos del poder económico y financiero ha dejado de ser la de servir de contrapeso a los otros tres poderes, para convertirse en el medio para entablar un diálogo con el poder político. Pero sobre todo, resulta relevante una segunda consideración. Se trata de la derivación de la información al entretenimiento. Los medios están ganando en espectacularidad y capacidad de sorprender, haciendo hincapié en lo novedoso, exótico o insólito; no solo es que se hayan difuminado las fronteras entre el ocio y la información, es que el predominio de uno se hace a costa de lo relevante o de lo que (debería) importa(r) a los ciudadanos. Esta transformación va acompañada de otra, no menos llamativa: los antiguos usuarios, conformantes del núcleo de la habermasiana “esfera de lo público”, cuyas piezas clave habían sido la aparición de la prensa periódica y los centros de socialización, se van convirtiendo en individualistas consumidores hedónicos, que picotean entre una abundante oferta. Opulencia comunicacional que no se tradu- Igual puede decirse de otras referidas, esta vez, a denuncias sobre el estado de abandono en que se encuentra el patrimonio arqueológico, o a la destrucción a que se ve sometido ya sea por obra pública o privada, ya como producto del expolio provocado por el uso no autorizado de aparatos detectores de metales. Sobre esto último ha existido mucha unanimidad en la manera en que se ha abordado esta problemática, tanto en este tipo de artículos periodísticos, como en las noticias. Frente al tratamiento en otros medios, fundamentalmente la televisión, donde ha sido frecuente presentar a los expoliadores, en cualquiera de sus facetas, como intrépidos aventureros en busca de tesoros fabulosos, la prensa ha servido de antídoto al haber centrado el peso de su argumentación en la exposición de la antijuridicidad y el daño cultural derivado de tales conductas, sin ahorrar por ello críticas a las administraciones culturales por su desidia o dejadez a la hora de poner los medios pertinentes para paliar esta plaga. PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación xxxxxxxxxxxxx Antes de comenzar, quisiera hacer honor a la verdad y presentar ejemplos de justamente lo contrario: un tratamiento del patrimonio arqueológico y la investigación arqueológica por los medios de comunicación acorde a su función y al papel que debe jugar en nuestra sociedad, como “fármaco de la memoria” (Rodríguez Temiño, 1998). De forma habitual se trata de reportajes o crónicas, habida cuenta de la mayor necesidad de espacio y aparato gráfico, y suelen dar cuenta de importantes investigaciones o de hallazgos espectaculares. Cómo no mencionar la espléndida portada del suplemento dominical del diario El País de 27 de agosto de 1995, con la foto de un fragmento craneal de un homo antecessor recuperado en las excavaciones de Atapuerca (Burgos), titulando el reportaje “El primer europeo”. 0143 PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación Poca duda cabe de que este tipo de crónicas y reportajes ha sido un magnífico vehículo para la concienciación social, y también para combatir esta suerte de depredación cultural por el aislamiento en que esta concienciación va dejando a quienes practican tales conductas. Solo es preciso ver el efecto causado por el reportaje de El Semanal entre los foros internáuticos de usuarios de estos aparatos para comprender su alcance. 0144 No puede tampoco silenciarse que, en muchas ocasiones, los medios recogen las noticias suministradas por los propios arqueólogos a través de ruedas de prensa. Estas llamadas no se hacen tanto para presentar las conclusiones de sus investigaciones, cuanto para mostrar el hallazgo de tal o cual pieza espectacular. Se ofrece así una imagen de la arqueología basada en “tesoros”, que retroalimenta esa idea tópica de nuestra profesión. Sin duda es más fácil llenar una rueda de prensa presentando un objeto singular, que llame sin dificultad la atención del público en general, que las conclusiones de un estudio concienzudo, pero eso no es razón para justificar que caigamos reiteradamente en ese error. Usando un símil deportivo, podría decirse que los hallazgos son como los goles en el fútbol: son sin duda lo más vistoso. Sin embargo, si fomentamos ese reduccionismo de nuestra tarea (la arqueología no es igual a excavación y, mucho menos, a hallazgo sorprendente), no podremos quejarnos de la falta de interés que suscitamos en los medios de comunicación cuando no se marcan goles, que es lo habitual en la mayoría de nuestros “partidos”. La arqueología como una de las ciencias “mistéricas” La importancia de los medios de comunicación de masas en la difusión del legado arqueológico está fuera de toda duda, como también lo está la necesidad de ajustar sus contenidos a esa finalidad. Sin embargo, sobre esta cuestión apenas existen estudios en profundidad y todos los publicados, hasta donde yo conozco, vienen de la mano de arqueólogos, con lo cual siempre falta la visión de los profesionales de la comunicación, aunque sea posible traer a colación algún atisbo. Gonzalo Ruiz Zapatero ha sido quien, sin duda alguna, se ha dedicado con más asiduidad a estas cuestiones en nuestro país. Este autor se ha interesado sobre todo por la forma en que ha sido recogida por los medios de comunicación -radio, prensa y televisión- la arqueología (entendiendo por ella, como ya he explicado, los hallazgos y avances científicos de la disciplina), y sus observaciones resultan muy pertinentes aquí. Parte de la valoración de la capacidad difusora que tienen los medios y, por ende, de la labor mediadora que deben hacer los profesionales del periodismo entre una minoría de expertos y la sociedad en general (Pereira y Ruiz Zapatero, 1992; Ruiz Zapatero, 1996a y 1996b). Sin embargo esta mediación se distorsiona cuando por arqueología se entiende tanto lo científico, como todo aquello que “huela a misterio antiguo” o sea simplemente fantasioso. En un último trabajo G. Ruiz Zapatero y A. Mansilla Castaño (1999) cambian ese discurso, abriéndolo a todas las noticias referidas tanto a la arqueología como al patrimonio arqueológico. Al hacer una comparación entre las noticias aparecidas en el diario El País en 1985 y en 1995, dan cuenta de los cambios producidos en los contenidos de las noticias y reportajes. En primer lugar, advierten que en ambas fechas el predominio absoluto es de noticias referidas a la arqueología sobre las relativas al patrimonio arqueológico. Sin embargo, hay matices entre esas dos fechas: a mediados de la década de los noventa el porcentaje sobre el total ha descendido, con respecto a lo que ocurría en 1985. No obstante, en mi opinión ese predominio de las noticias relativas a la arqueología en 1995 es discutible. Si se suman los bloques denominados por los autores “patrimonio arqueológico” y “arqueología y política”, ya que es de suponer que en un amplio número de casos de este último pueda asimilarse al primero, entonces tendría el predominio absoluto de las noticias cuya temática viene referida al patrimonio arqueológico en 1995. En este sentido, este medio, al igual que los demás, refleja el cambio operado en la realidad: la asunción de competencias, por parte de las administraciones de las comunidades autónomas y locales, en materia de protección y conservación del patrimonio arqueológico ha hecho más frecuente las intervenciones preventivas, así como los debates provocados por tales actuaciones y todo lo referido a la gestión del patrimonio arqueológico. En un ameno artículo, Carmen Lavín, Ana Yáñez y Mercedes Laín (1996) hacen un repaso de las noticias referidas a arqueología y a patrimonio arqueológico, distinguiendo entre ambas de forma análoga hecho aquí, durante el periodo 1990-1995. Sobre arqueología, son los hallazgos los que acaparan mayor interés, frente a las investigaciones, a pesar del enorme “tirón” que, desde el otorgamiento del premio Príncipe de Asturias al equipo de Atapuerca (Burgos), tienen en la actualidad los temas referidos a la evolución humana. En el ámbito del patrimonio arqueológico, la noticia que atrae más titulares es la denuncia del mal estado en que se encuentran los vestigios arqueológicos, debido al expolio provocado por el uso no autorizado de aparatos detectores de metales y la destrucción por obras. No obstante, el tratamiento sobre estas cuestiones -en opinión de estas autoras- es bastante deficitario, limitándose la noticia a comentar el hecho. Lógicamente especial preocupación les produce la forma en que, en ocasiones, se dan noticias referidas a hechos calificables como infracción administrativa, o incluso delito o falta penal. En lugar de advertir lo antisocial de esos comportamientos, suele revestirse de “aventura” a la caza del tesoro. Un aspecto de interés queda reflejado en la actitud de los arqueólogos, que suelen ser los principales denunciantes de situaciones que afectan por dejadez, desidia, descuido o ignorancia administrativa a yacimientos. Este trabajo fue contestado, en forma de carta abierta (Manfredi, 1996), en la que su autor, director de informativos de Canal Sur Televisión, reivindicaba la necesidad de aunar esfuerzos de comprensión y respeto mutuos entre arqueólogos y periodistas en aras de hacer llegar un mensaje claro al público, pero sin renunciar a la labor mediadora del periodismo, aunque en ocasiones conllevase la trivialización del mensaje, a juicio de los arqueólogos. En todo caso, en la actualidad se ha mejorado considerablemente la atención prestada por los medios a la arqueología, entendiendo por ella la alusión a hallazgos o avances de la investigación. Las fuentes de información son ahora los propios equipos de investigación, bien de forma directa bien a través de sus propios trabajos publicados en revistas divulgativas de alto nivel, como Nature, Science o National Geographic (Ruiz Zapatero y Mansilla Castaño, 1999). Y, sobre todo, se respeta mucho más esas fuentes. El empeño contumaz que mostraban los periodistas en hacer digerible tal tipo de informaciones, acentuando lo anecdótico o irrelevante a costa de la coherencia y la rigurosidad del contenido informativo, se ha moderado de forma considerable (Lavín, Yáñez y Laín, 1996). La mediación periodística De todo el amplio conjunto de medios, me centraré en la prensa escrita de carácter local, incluidas las ediciones regionales o locales de periódicos generalistas de ámbito estatal, por dos razones. En primer lugar, prefiero la prensa escrita frente a las radios y televisiones porque, al no poder competir los diarios con ellas en inmediatez, a la hora de dar la noticia, debería primar el análisis y la contextualización, más difícil de conseguir en los otros medios. Que sea la local se debe sobre todo a que las incidencias derivadas de la tutela del patrimonio arqueológico tienen escasa repercusión fuera de esa escala, mientras que las noticias de arqueología suelen ser difundidas por agencias a todos los medios, casi sin excepción. La prensa local presenta, por otra parte, diversas características que influyen de forma notable en el tipo y los modos de publicar la información. Posiblemente, la más importante de todas sea la falta de independencia con respecto a los poderes políticos. Con esa contundencia lo recoge Ana Tamarit (2006: 135): “Estamos en condiciones de afirmar que la mayoría de los medios locales actúan (sic) como verdaderas plataformas políticas, no tanto por las buenas relaciones que mantienen periodistas y políticos, que las tienen, como por pura supervivencia, hasta el punto de enmascarar los objetivos del periodismo entendido como una profesión imprescindible para el sistema democrático”. Otro factor que esta autora considera relevante para entender el periodismo local es que la mayoría de las cabeceras, aunque se autocalifiquen de independientes, no solo tienen dependencia económica de los poderes públicos, sino que casi todas tienen un marcado sesgo conservador (Tamarit, 2006: passim). Sin embargo, también debe advertirse que este alineamiento ideológico no suele ser un factor determinante de los profesionales a la hora de buscar trabajo en uno u otro medio. Según las encuestas realizadas por Tamarit en medios locales, “... PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación A modo de ejemplo, podrían citarse entre muchos, la crónica “El expolio arqueológico: piteros y traficantes surten el mercado internacional”, en la que, a raíz de la exposición España Milenaria realizada en una galería de arte de Estados Unidos, se hacía una análisis muy lúcido y documentado sobre el origen y desarrollo del expolio arqueológico en Andalucía (Abc. Sevilla, 10 de diciembre de 1996). Cuatro años más tarde, el Diario de Sevilla (3 de septiembre de 2000) daba cuenta de un informe de la Guardia Civil en el que se señalaba que Andalucía seguía siendo un paraíso para los usuarios de aparatos detectores de metales, en otra crónica titulada “Excavadoras para expoliar el patrimonio”. Artículo que fue acompañado incluso del editorial de ese día, “Resignación ante el expolio”. Y, para finalizar, el reportaje titulado “Los otros hombres del saco” (El Semanal, 30 de noviembre de 2003), donde, entre otras cosas, se hacía eco de las actuaciones policiales en la lucha contra el expolio arqueológico, a la vez que se explicaba la ilicitud de estas actividades. 0145 En el caso que nos ocupa, debe tenerse también presente que las redacciones de los medios locales o regionales suelen estar muy ajustadas de profesionales y no cuentan siempre con especialistas en un tema tan específico como el de patrimonio histórico, sobre todo cuando las noticias y la crónica de actualidad referidas a él se encajan en las secciones de local y no en las de cultura. PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación Esta especialización tiene un claro resultado. Un vistazo atento a la prensa diaria refleja que un porcentaje altísimo de noticias viene de fuentes interesadas, ya sea mediante comunicados o ruedas de prensa. Es obvio que tales comunicaciones son sesgadas y cuentan solo una parte de lo sucedido o del problema tratado, cuando no son pura propaganda cifrada en futuros proyectos o meras intenciones de hacer. Es lo que se conoce con el término inglés de spin, táctica usada por todos los partidos políticos y gobiernos, consistente en “llenar el ciclo informativo de verdades a medias o mentiras a medias, todas servidas con el sello de oficiales, que los medios reproducen sin apenas contrastar porque no tienen capacidad de hacerlo y, al mismo tiempo, porque consideran que son mucho más independientes cuando ofrecen las noticias a pelo, publicando sin más lo que dicen los políticos e incluso, a veces, lo que dicen que dicen los políticos” (Sánchez, 2006: 78). Esta extendida práctica es la responsable de que en la mayoría de los diarios todas las noticias se parezcan y haya poca variedad. Sin embargo, en los diarios que cuentan con personal especializado aparecen, con mayor frecuencia que en el resto, noticias frescas o crónicas, ya sea denunciando una situación, ya dando a conocer el resultado de una intervención arqueológica, que marcan la diferencia entre unos y otros. 0146 Para analizar los titulares de prensa es necesario ver en qué medida se aprecia la mano de los profesionales, más allá de lo expuesto sobre la sinécdoque en que se resume su labor e, incluso, de un aceptable punto de vista personal que resulta ineludible. Es decir, conviene ver si nos encontramos ante un periodismo neutral y objetivo, o bien está claramente decantado hacia una u otra posición. Hay poca discusión sobre la implicación política de los medios de comunicación en España, producto de su papel desempeñado durante la transición en opinión de Félix Ortega (2006: passim). Dentro de las clasificación en modelos periodísticos, realizada por Daniel C. Hallin y Paolo Mancini, que está basada en la premisa de que los medios de comunicación no son una variable independiente del sistema político, sino que influyen notablemente en este, España se encuentra en el denominado “pluralista polarizado”, caracterizado por la superposición entre los medios de comunicación de masas y la política, con un desarrollo débil de los medios de comunicación comerciales y un fuerte intervencionismo estatal (citado en Ortega, 2006: 25). Es decir que, en general, en este modelo la información es tratada por los medios como un arma al servicio de una u otra ideología política, dejando poco espacio para la neutralidad. Esto, que afecta a toda la información, no deja fuera las cuestiones relacionadas con el patrimonio arqueológico, sobre todo cuando hay grandes obras de iniciativa pública de por medio. Hay que tener en cuenta que en estos casos, de varios años de duración, se producen muchas noticias referentes a la presentación del proyecto, la realización de las excavaciones previas a su ejecución, aspectos todos que suelen estar teñidos de polémicas abiertas. Siempre es difícil saber cómo y quién origina estas polémicas y si los medios son meros ecos de un debate social o, por el contrario, lo crean. Haciendo un análisis de los casos más señeros ocurridos en los últimos quince años, podríamos clasificar la participación activa de los medios en polémicas sobre la conservación del patrimonio arqueológico en dos categorías, en razón de si se trata de un alineamiento de la línea editorial del medio, o bien solo son determinados profesionales dentro de uno o varios periódicos. El primer tipo lo denominé método Ansón (o Anson), en atención a la descarada complicidad del diario Abc de Madrid en la eliminación de los vestigios aparecidos en las excavaciones llevadas a cabo en la plaza de Oriente de Madrid y la aneja calle Bailén, para la construcción de un aparcamiento y paso subterráneo, respectivamente, promovidos por el Ayuntamiento, entre 1992 y 1996 (Rodríguez Temiño, 2004: 337 y ss.). Desde la presentación del proyecto, este diario mostró un interés sin ambages en restar importancia a los vestigios arqueológicos, poniendo en marcha una campaña (personalmente poseo recortes de al menos 80 noticias publicadas por el diario Abc sobre la plaza de Oriente entre 1992 y 1996) dirigida a presionar a la Comunidad Autó- noma de Madrid, que al comienzo de las obras estaba en manos de una coalición PSOE e IU mientras que el Ayuntamiento era PP, con objeto de que se autorizase el desmonte de lo encontrado. Campaña que reconoce estar haciendo el propio diario (“Empezaron las excavaciones en la Plaza de Oriente tras plegarse Leguina a la campaña de ABC”, Abc. Madrid, 16 de junio de 1992). Los titulares, que en muchas ocasiones eran portada del cuadernillo de Madrid, son prueba fehaciente de este inusitado interés: “Plaza de Oriente: losas del XVIII y un plato del XV, únicos restos” (Abc. Madrid, 24 de junio de 1992); “En la Plaza de Oriente no hay restos arqueológicos que puedan retrasar la obra” (Abc. Madrid, 27 de marzo de 1996) o “Demolidos los últimos restos arqueológicos, sin ningún valor, que bloqueaban la reforma de la plaza de Oriente” (Abc. Madrid, 14 de agosto de 1996), para referirse a la muralla medieval, declarada bien de interés cultural, y los vestigios del Madrid de los Austrias que rodeaban el Palacio Real. El diario El País hizo campaña a favor de la preservación de los restos, incluyendo numerosos artículos de opinión sobre la remodelación planteada de la plaza o el valor de los restos; en ellos también hubo sitio para quienes pensaban en contra. Sin embargo, Abc solo destacaba opiniones de políticos partidarios del proyecto: “Ruiz-Gallardón: `No hay restos en la Plaza de Oriente, sólo son celos de Leguina´“ (Abc. Madrid, 9 de diciembre de 1992) o “Los supuestos restos arqueológicos de la plaza de Oriente son una docena de piedras sin valor”, según declaraciones del concejal de Obras (Abc. Madrid, 21 de agosto de 1996). En el segundo caso, ocurre que muchos profesionales identifican el buen periodismo con la desconfianza de los poderes públicos (Tamarit, 2006: 144) y, a la hora de enfocar las noticias, se advierte ese rasgo. Pongo una muestra a modo de ejemplo. Es bien conocido que el yacimiento protohistórico del Carambolo (Camas, Sevilla) posee una celebridad internacional, a raíz del hallazgo en 1959 de un tesoro de objetos de oro que lleva su nombre y las excavaciones realizadas en ese momento. El hallazgo se produjo durante la construcción de unas instalaciones de la Real Sociedad de Tiro del Pichón. Quizás sea menos conocido que en 2002 se presentó un proyecto para construir justamente sobre el yacimiento un hotel. Tras una primera intervención arqueológica, cuya finalidad era evaluar lo que pudiese quedar, después de la construcción del edificio del Tiro del Pichón en 1959, se comprobó que quedaba bastante relleno arqueológico intacto. Planteada una excavación para agotar el registro arqueológico y PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación los periodistas se muestran satisfechos con el grado de libertad que tienen para realizar su trabajo (...). No obstante, a pesar de sus impresiones y satisfacción reconocen que en el periodismo local se reciben muchas presiones; y se reciben más procedentes del exterior que de los propios medios” (Ead., 2006: 147). 0147 De todo esto se da cuenta en los medios de comunicación, especialmente en Diario de Sevilla (29 de agosto, 20 y 29 de octubre de 2003, entre otros) que con toda la razón, en mi opinión, reprocha ese estado de cosas. Sin embargo, en ellos no se plantea ni un momento la posibilidad de que, en efecto, la construcción de un hotel sobre un yacimiento tan emblemático sea una barbaridad. Amén de razones relativas a la singularidad de ese enclave, no de menor peso serían que ese lugar figura como zona verde en el PGOU vigente en Camas; o que, al estar situado en la cornisa del Aljarafe, su impacto sería enorme en un entorno ya de por sí bastante castigado. O, incluso, que era perfectamente posible realizarlo fuera del yacimiento. En este sentido, la crítica hacia la administración, práctica saludable sin lugar a dudas, no puede significar necesariamente dar por bueno todo lo que proviene del sector privado, incluidos informes contratados por la parte interesada. PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación Crónicas de muertes anunciadas 0148 Cuando los vestigios materiales del pasado afloran como consecuencia de una actividad arqueológica previa a la ejecución de un proyecto de envergadura, sea aparcamiento subterráneo o trazado de infraestructuras lineales, se dan las circunstancias en que más se afecta a la propia significación del patrimonio arqueológico en sí y donde, además, se despliegan con mayor amplitud los papeles desempeñados por los diversos actores sociales concernidos en su conservación o destrucción. Se crean entonces polémicas que rápidamente trascienden a los medios de comunicación y, desde esa plataforma, al resto de la sociedad. Aunque estos casos no son fáciles de analizar en toda su complejidad, pues muchas de las decisiones vitales para la continuidad o no de un proyecto y, de paso, de los restos arqueológicos existentes en ese lugar, se adoptan en ámbitos opacos al escrutinio público, en todos hay suficiente información publicada como para poder extraer determinadas características que permiten observar dónde radican los mecanismos de banalización. Comenzaremos por una perogrullada que, sin embargo, resulta vital para comprender estos procesos: en la inmensa mayoría de las ocasiones, del lugar elegido para realizar una obra se sabe, antes que ninguna otra cosa, la existencia segura de restos arqueológicos, si bien se desconoce el estado de conservación en que se encuentran. No obstante, este aspecto, que después puede llegar a ser determinante para la viabilidad del proyecto, suele carecer de relevancia en la fase de su diseño. Todo lo más el “escollo arqueológico” se solventa derivándolo hacia unas excavaciones, cuya virtualidad será documentar lo allí existente, pero nunca cuestionar el propio proyecto. Esta percepción está tan asumida que, a pesar de que la normativa legal impone de forma genérica la conservación del patrimonio arqueológico, nadie repara en esas fases iniciales en que se están condenando a una muerte segura a todos los vestigios que pudieran encontrarse, salvo casos excepcionales. La principal virtualidad de esta forma de proceder es la contraposición entre pasado y presente. Pero con una particularidad: que el presente, representado por el proyecto de construcción, se refuerza de esa confrontación. Pues nadie cuestiona su pertinencia, necesidad o adecuación para alcanzar los objetivos previstos. Por el contrario, el patrimonio arqueológico nunca sale indemne de la contienda. La propia excavación con un proyecto de investigación improvisado, en el mejor de los casos, y un equipo más diseñado para la evacuación rápida de la tierra que para atender a los problemas de interpretación, supone ya de por sí una pérdida importante. Por si fuese poco, para no ser eliminados hasta la última piedra los restos hallados deben hacer ostentación de una monumentalidad a prueba de cualquier duda (ya que se les perdona la condena a muerte, por lo menos que sean útiles para atraer turistas). Y, aún así, no podrán evitar trágicas y desfiguradoras amputaciones para que los promotores puedan meter con calzador su proyecto “modernizador”, con su buena porción de aparcamientos subterráneos para coches. El proyecto de aparcamiento subterráneo en el Salón (la plaza Mayor) de Écija ofrece en sus inicios una mag- nífica muestra de este proceder. El Correo de Andalucía de 14 de enero de 1999, bajo el título “La Junta asegura que no ha autorizado el parking del Salón”, da cuenta de las declaraciones de la entonces delegada provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla en las que manifestaba que “lo único” que se había autorizado era una excavación arqueológica. De hecho, aunque –según esa información- se habían solicitado del Ayuntamiento astigitano para la construcción del polémico aparcamiento una serie de requisitos necesarios: “el proyecto de viabilidad, un estudio de tráfico y, por último, que esa iniciativa esté integrada en un plan urbanístico”, no parecía haber inconveniente en comenzar ya las excavaciones. Lo mismo vuelve a suceder con la inicial propuesta de construir un aparcamiento subterráneo rotatorio en la plaza de la Encarnación (Sevilla), el último solar superior a 2000 metros cuadrados que quedaba en el interior de la ciudad. Desde el anuncio, en 1999, de las intenciones de la Gerencia de Urbanismo de Sevilla de retomar la construcción de un nuevo mercado en sustitución del derribado en 1973 (Abc. Sevilla y El Correo de Andalucía, 9 de febrero de 1999), las noticias referidas a este tema hacían hincapié en el proyecto y la estrategia seguida para su financiación privada. En ella era pieza fundamental la concesión, a la empresa que financiase su construcción, de la explotación del aparcamiento rotatorio subterráneo y varios espacios de uso comercial. La necesaria autorización de la Consejería de Cultura no salta a la opinión pública hasta 2001 (Diario de Sevilla, 17 de septiembre de 2001), cuando ya se había abierto un importante debate en torno a la conveniencia de los aparcamientos rotatorios en el centro del casco histórico y, en general, al tráfico en la ciudad, a raíz del inicio de los trabajos de redacción del nuevo PGOU (fueron muchas las noticias publicadas sobre este tema, vid. por todas la titulada “El diagnóstico del PGOU constata el pésimo estado del Centro y de la calidad ambiental de Sevilla”, Abc. Sevilla, 1 de junio de 2001). La Comisión Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla, órgano asesor de la Delegación Provincial de Cultura en materia de autorizaciones de obras en los conjuntos históricos de la provincia, solo ponía una cautela arqueológica a dicho proyecto; excavaciones que, por otra parte, ya se venían realizando. En síntesis se había aprobado de forma inicial un mercado en planta de sótano sobre dos plantas de aparcamiento igualmente subterráneas. Algo más tarde (Abc. Sevilla, 1 de octubre de 2001), la citada Comisión manifiesta, por boca de quien la presidía en ese momento -la delegada provincial de Cultura-, su preocupación por los escasos aparcamientos para residentes previstos en el proyecto. Dos asertos implícitos en este mensaje resultan esclarecedores para nuestro tema. Uno, la Comisión parece entender que las cuestiones referidas al tráfico dentro de los conjuntos históricos no son de su competencia. Es decir que, para este órgano, los conjuntos históricos son meros escenarios compuestos por edificaciones históricas, cuya gestión se limita a cuestiones de composición de las fachadas, al margen de otros estándares que revierten en la calidad de vida de quienes habitan esas zonas de la ciudad. Dos, del titular de la noticia “Preocupación por los escasos aparcamientos para residentes”, cabe deducir a contrario sensu que, de haber una proporción más adecuada de aparcamientos para residentes, la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico no hubiese tenido mayores problemas. Luego, a pesar de las cautelas arqueológicas de la retórica oficial, estaba ya asumido que el depósito final de los vestigios allí existentes sería el vertedero. No resulta infrecuente que esta misma filosofía se contagie a los técnicos que dirigen intervenciones arqueológicas de esta envergadura. Las presiones que soportan son fáciles de entender. En cierta forma arqueólogos y periodistas comparten una característica común, deben satisfacer a quien les contrata, pero son exclusivos responsables de cuanto dicen o escriben. Ese caminar en la cuerda floja provoca cierto escoramiento hacia los intereses más inmediatos, frente a una etérea obligación moral que contraen con la sociedad para cuyo beneficio excavan y, en interés de la cual, resulta jurídicamente aceptable imponer límites al derecho de propiedad. Por un lado, debe tenerse presente que la misma naturaleza de la actividad arqueológica es destructiva, pero de ello no se deduce de forma necesaria que siempre haya que agotar el registro arqueológico y desmontar todos sus componentes inmuebles. En primera instancia, queda sobre la responsabilidad de los directores proponer qué elementos se deberían conservar; propuesta que será o no refrendada por la administración cultural y/o municipal que, en último término, poseen la potestad de imponerlo y la obligación de asumir las compensaciones a que pudiese dar lugar. Por otro, los promotores que han contratado al equipo de arqueólogos no son mecenas de la investigación histórica, sino que se encuentran obligados a sufragar esas PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación construir el hotel (El País, 18 de octubre de 2002 y Diario de Sevilla, 15 de junio de 2004), hubo importantes disensiones dentro de la propia Delegación Provincial, sobre si era conveniente proseguir o no las excavaciones y la construcción de un hotel en semejante enclave. Tal división creó una situación de suspensión de las excavaciones y titubeo por el órgano que debía adoptar la decisión que, según el Reglamento de Actividades Arqueológicas vigente en la comunidad autónoma andaluza, era la persona titular de la Delegación Provincial de Cultura. Situación que se alargó durante muchos meses, provocando un deterioro para el yacimiento realmente escandaloso, siendo injustificable que se tardase más de un año en instar del propietario y promotor de las excavaciones la adopción de medidas de conservación pertinentes, ni que en ese tiempo no las hubiese adoptado, de forma subsidiaria, la administración cultural. 0149 Este cúmulo de circunstancias nos interesa ahora cuando se traduce en declaraciones o entrevistas donde el principal argumento esgrimido es la falta de interés de lo hallado para su conservación. Bien cierto es que no todo debe de preservarse, ni siquiera la mayoría, pero cuando estas declaraciones trascienden a los medios de comunicación es porque existe una expectación surgida de una polémica a raíz de una excavación singular. En ese marco, debería esperarse que los profesionales de la arqueología no cayesen en la trampa que supone identificar monumentalidad con interés para la conservación, e incluso eventual musealización. A modo de ejemplo traigo a colación las entrevistas realizadas a los directores de la primera fase de la excavación de la plaza de Oriente y de la quinta fase de la plaza de la Encarnación que, a mi juicio, pecan de caer en ese error (Diario 16. Madrid, 24 de abril de 1992; El País. Madrid, 14 de noviembre de 1992 y El Mundo. Andalucía, 29 de julio de 2003). PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación La injerencia política 0150 Una de las características del periodismo en la actualidad es la de personalizar la información, reduciendo la cobertura de los asuntos públicos a la de sus protagonistas. Como expresa gráficamente María Luisa Humanes (2006: 56 y s.), el quién ha ganado a las otras cinco w’s tradicionales. Resulta preocupante que, en los casos que estamos viendo, mucha de la información parta de las declaraciones de los propios políticos, respaldados con frecuencia por los órganos de asesoramiento técnico. Los medios recogen sin más esas manifestaciones, convirtiéndose en difusores de ideas que suelen sorprender tanto por lo que dicen, como por los implícitos que contienen. Al tratar de estos temas con anterioridad (Rodríguez Temiño, 2004: 316 y ss.) ya expresé la forma en que en la plaza de Oriente, una vez consumado el vaciamiento casi total de la excavación, los partidos de la oposición municipal y regional trataron de sacar provecho promo- viendo debates sobre lo hecho tras la excavación. Los enfrentamientos políticos, tanto en el Parlamento autónomo como en el pleno del Ayuntamiento, giraron sobre el sentido de los informes emitidos por los técnicos de la Comunidad autónoma que, por cierto, eran favorables a la creación de un parque arqueológico desde que fueron consultados en 1989, como se supo con posterioridad, al publicarse el citado informe (El País. Madrid, 26 y 27 de septiembre de 1996). Pero a lo que vamos, las explicaciones dadas por el entonces consejero de Educación y Cultura, “Los técnicos de Patrimonio consideraban los restos de valor histórico y menos de valor artístico” o “Me habría quedado más tranquilo si se hubiese pedido la opinión de un experto en el siglo XVII” (El País. Madrid, 22 de agosto de 1996 y El Mundo. Madrid, 23 de agosto de 1996), o las declaraciones del director general de Patrimonio Histórico, hechas tras prestar declaración ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en las que define las excavaciones de urgencia como aquellas realizadas cuando las obras no pueden modificarse y “hay que sacarlo todo antes de que lleguen las obras...” (El País. Madrid, 10 de septiembre de 1996), caen de lleno en este apartado de banalización del patrimonio arqueológico, al demostrar escaso compromiso con su preservación. Durante la ejecución de las obras para la construcción de las infraestructuras del Metrocentro en Sevilla, durante el primer semestre de 2006, se generó una polémica en torno a si se debía excavar o bien dejar bajo tal infraestructura, tras una primera valoración, parte de una necrópolis islámica. La polémica se avivó merced a las declaraciones del concejal de Coordinación Institucional del Ayuntamiento hispalense, que dio la noticia de su aparición calificándola de “uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de cuantos han aparecido en la ciudad de Sevilla”, para señalar acto seguido que no se excavarían en profundidad sino que se conservarían in situ (Abc. Sevilla, 13 de septiembre de 2006). La confusión generada por las opiniones del concejal, portavoz de todas las incidencias de las obras del tranvía de Sevilla, motivó que la propia Consejería de Cultura aclarase el término “importancia”, en una ciudad donde se han excavado varias necrópolis de esas mismas fechas. Pero resulta imposible que esa rectificación no adquiera tintes de connivencia entre administraciones de un mismo signo político: “La Junta rectifica a Celis [concejal de Coordinación Institucional] y dice ahora que la necrópolis no era tan importante”, titulaba el diario Abc, en su edición de Sevilla, de 15 de septiembre de 2006. La intervención arqueológica previa a esta obra ha ofrecido más ejemplos de noticias de este sesgo a raíz de la destrucción de unos hornos almohades, la consiguiente paralización de las obras, al parecer incumplida por el Ayuntamiento, y, sobre todo, el conocimiento por los medios de comunicación de que la consejera de Gobernación había amonestado al delegado provincial de Cultura por haber paralizado las obras municipales (“El Ayuntamiento incumplió la orden de Cultura que paralizaba las obras del tranvía”; “Cultura alaba las obras del tranvía tras la `bronca´ de Evangelina Naranjo [consejera de Gobernación]”; “Torres [consejera de Cultura] respalda la actuación de Bueno [delegado provincial de Cultura] con el tranvía y dice que sólo ha cumplido su obligación”, Abc, Sevilla, 4, 15 y 17 de mayo de 2006, entre otras). Estas noticias reflejan los efectos de la personalización en la gestión de la arqueología urbana, especialmente cuando afecta a estas grandes obras, sometidas a fuertes presiones políticas. Su resultado neto arroja el cuestionamiento, cierto o supuesto, de la imparcialidad de la actuación administrativa y, de paso, el propio patrimonio arqueológico tutelado, que siempre queda en un segundo o tercer plano. Jugar a Indiana Jones Quiero añadir un remate carnavalesco, a juego con la entradilla de este trabajo. Me refiero a un fenómeno sumamente peculiar, a la vez que perjudicial por la imagen que da de la arqueología. En concreto, la inducción, desde los propios estamentos políticos de la administración cultural, de proyectos de intervención arqueológica que persiguen reclamar para esa institución propaganda y mero protagonismo. Caso paradigmático de esta eventualidad fue la denominada “operación Velázquez”, impulsada por la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, el Arzobispado y el Ministerio de Educación y Cultura. Coincidiendo con la celebración del centenario de Velázquez, se aprovecharon las excavaciones en la plaza de Ramales de Madrid, donde se alzó la iglesia en que se enterraron el famoso pintor y su esposa, Juana Pacheco, para buscar sus restos mortales. La polémica suscitada por la aparición de enterramientos en ese y otros lugares velazqueños, sumida en una vorágine periodística que duró cuatro o cinco meses, eludía no solo cualquier rigor científico, sino los principios más elementales de la arqueología contemporánea, del sentido común y hasta del ridículo. Se derrocharon PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación excavaciones como condición previa a la ejecución de su proyecto, cuyo diseño –en la inmensa mayoría de las veces- no prevé la integración de vestigio alguno. O sea, mientras menos relevancia tenga lo aparecido, más facilidad para ejecutar el proyecto. Para colmo, justo es reconocer que cuando los arqueólogos responsables de una intervención han querido adoptar una posición de fuerza, ante quienes les han contratado, en favor de la preservación del patrimonio arqueológico, no siempre han contado con el respaldo de la administración cultural. 0151 La voz ausente PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación Aunque ya ha sido objeto de reflexiones en otra ocasión anterior (Rodríguez Temiño, 2004: 350 y ss.), no puedo dejar pasar por alto la (casi) nula implicación de profesionales de la arqueología (universidades, administraciones públicas y profesionales) en estos debates. Resultan escasas las intervenciones en estas polémicas públicas, aun cuando, como ocurrió en la plaza de Oriente o en la plaza de la Encarnación, haya una implicación activa de otros profesionales. Silencio tanto más clamoroso cuanto que estos debates se han desarrollado en ciudades que cuentan con, al menos, dos universidades con departamentos relacionados con la impartición de asignaturas de Arqueología; varias administraciones con personal que ejerce funciones como expertos en patrimonio arqueológico; y secciones de arqueólogos de sus respectivos colegios de doctores y licenciados. Esa falta de interés por los asuntos de “actualidad” sigue haciendo buena la divisa que ha tenido la arqueología nacional: estar al margen de los debates que se producían en España fuera de la arqueología, y dentro de ella fuera de España. 0152 Lo más significativo de esta ausencia es que, como ocurre en los nichos ecológicos cuando una especie dominante los abandona, su lugar se ocupa por otras “oportunistas” que pasan a ser dominantes. Es el caso de asociaciones culturales regidas por personas carentes de conocimientos suficientes como para ser capaces de sustentar una opinión fundada sobre la valoración o conservación de unos restos. Ante la falta de una opinión experta, los medios dirigen su atención a quien no tiene empacho en alzar la voz, aunque sea de manera impertinente. Es de suyo evidente que no puede generalizarse a todas las asociaciones conservacionistas, por ello muestro un ejemplo que ocupó cierto espacio en los diarios locales hace unos años: las Reales Almonas excavadas en Sevi- lla durante 1999 en el barrio de Triana. La denuncia de una asociación cultural de la destrucción de un supuesto patio del siglo XV, provocó una estéril polémica que solo sirvió para poner en tela de juicio la actuación de los profesionales, ocultando cuestiones de mayor relevancia que afectaban a la integridad de los propios vestigios de las jabonerías trianeras. Véanse, entre otros, las siguientes noticias: “Reales Almonas de Triana: destrucción de un patio del siglo XV”, reportaje a doble página con fotos en color publicado por el diario Abc, edición de Sevilla de 9 de junio de 1999; “El arqueólogo de la constructora quita interés a los restos de la calle Castilla”, El Mundo. Sevilla, 30 de junio de 1999; “Las Almonas, mentidero patrimonial”, El Correo de Andalucía, de 30 de junio de 1999, donde se da cuenta de las incidencias de una visita de la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla a las excavaciones, durante la cual la presidenta de la asociación denunciante “hasta quiso, literalmente, lanzarse al gaznate” del director de la intervención. “El antes y el después de un atentado histórico”, Abc. Sevilla, de 5 de octubre de 1999; “Duras críticas conservacionistas al ‘silencio’ de los arqueólogos”, Diario de Sevilla, 6 de octubre de 1999, donde se dice que la Delegación de Cultura “compró” el informe de un arqueólogo para que fuese favorable a las demoliciones, en opinión de la asociación denunciante, lo que motivó incluso el editorial “Sevilla sin defensor”, de ese mismo diario. Y la reacción aparecida al día siguiente “El arqueólogo Florentino Pozo critica las ‘calumnias’ de la [asociación] Demetrio de los Ríos”, El Correo de Andalucía, 7 de octubre de 1999. La acción pública en defensa del patrimonio arqueológico no tiene nada que ver con lo expuesto más arriba. En muchos casos, ha sido la actuación de colectivos profesionales, asociaciones culturales o ecologistas la que han impulsado, con no pocos inconvenientes, campañas que han posibilitado la preservación del patrimonio arqueológico amenazado, cambiando la voluntad inicial de las administraciones públicas, como ha sucedido en la plaza de la Encarnación. O en otros, como la plaza Mayor de Écija o la plaza del Castillo en Pamplona, aunque no hayan culminado con éxito su empeño, al menos han dado un claro ejemplo de defensa cívica de unos valores culturales de interés común, en el mejor estilo de la “esfera de opinión” habermasiana. Si no me explayo ahora en ellos es porque ya lo hice con anterioridad (Rodríguez Temiño, 2004: 349 y s.) y, sobre todo, porque su actuación no banaliza el patrimonio arqueológico, sino todo lo contrario. Bibliografía BAUDRILLARD, J. De la seducción. Barcelona: Planeta-Agostini, 1991 BOURDIEU, P. L’ Opinion Publique n’ existe pas. Questions de sociologie. Paris: Minuit, 1984, pp. 222-235 BOURDIEU, P. Sobre la televisión. Barcelona: Anagrama, 1997 HABERMAS, J. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona: Gustavo Gili, 1981 HUMANES, M. L. La anarquía periodística: por qué le llaman información cuando quieren decir… En Ortega, F. (coord.) Periodismo sin información. Madrid: Tecnos, 2006, pp. 51-72 LAVÍN BERDONCES, A., YÁÑEZ VEGA, A. Y LAÍN GARCÍA, M. Arqueología y medios de comunicación”, PH. Boletín del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, n.º 14, 1996, p. 98-103 MANFREDI, A. 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Madrid, 18 de junio de 1999) en una absurda competencia por hacerse con este reclamo publicitario. Queden para la posteridad, el artículo publicado en El Mundo. Madrid, el 9 de junio de 1999 con el título “¿Son éstos los restos de Velázquez? El Arzobispado de Madrid acusa a la Comunidad de ‘robarle’ el supuesto hallazgo”; o la noticia aparecida en la contraportada de El País, de 8 de abril de 1999, titulada “Operación Velázquez”, con foto del consejero de Educación y Cultura bajando con paso trémulo al subterráneo descubierto en la plaza de Ramales. 0153