Arqueología a diario
Ignacio Rodríguez Temiño, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía
La representación del patrimonio arqueológico en los medios de comunicación adopta a menudo un tinte de
banalización, habitual en la información periodística actual. Indagar en los pretextos y razones de este proceso es justamente el interés que mueve la publicación del siguiente artículo. Lo arqueológico-banal se recoge
aquí por supuesto como una expresión fetiche de la posmodernidad, esta era de la imagen que no deja de
seducirnos e hiperrealizar nuestra propia realidad. Junto a las excepciones de no trivialidad informativa (ejemplos de los media como vehículos de concienciación social), se analizan principalmente en estas páginas los
modos vacuos de presentación, con especial hincapié en el contenido de la prensa local, verdadera plataforma política difusora natural de las incidencias derivadas de la tutela del patrimonio arqueológico. De fondo,
se denuncia la escasa implicación de profesionales de la arqueología (universidades, administraciones públicas y profesionales) en estos debates, y se aboga por una responsabilidad compartida entre arqueólogos y
periodistas.
Everyday archaeology
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Por debajo del suelo donde pisamos
hay muchos cacharros del Pueblo Romano.
La gente ha dejado de comprar vajillas
hacen hoyos, sacan platos, vasos, jarras, cucharillas.
Muy pronto se va a inaugurar
ese gran circo romano que en El Pópulo
encontraron muy nuevo:
tigres, trapecistas y leones,
¡qué acontecimiento!
Faltan los payasos, que esos los pone el Ayuntamiento.
(Chirigota “Con el sudor del d´enfrente”. Carnaval de Cádiz, 1993)
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PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
The representation of archaeological heritage in communication media often adopts a banal tone, typical of contemporary press reporting
in general. The publication of the present article explores precisely the pretexts and causes for this process. "Banal archaeology" is used
here, of course, as a fetish expression of post-modernity, the age of the image which keeps on seducing us and hyper-realising our own
reality. Aside from the rare cases of informational non-triviality (examples of the media operating as a vehicle for social awareness), what is
analysed in these pages are mainly the void forms of presentation, with a special emphasis on the contents of the local press, a true naturally-broadcasting political platform of accidents derived from the monitoring of archaeological heritage. As a subtext, there is an accusation of the insufficient implication of professional archaeologists (universities, the public administration, the professionals) in these debates, and there is a call for a shared responsibility among archaeologists and journalists.
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Como dejaré para desarrollar en extensión la cuestión de
la superficialidad en el tratamiento de la información
trasmitida por los medios de comunicación, tema central
de esta contribución, quisiera ahora hacer unos breves
apuntes para dejar fijados algunos conceptos.
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En primer lugar, recordar que patrimonio arqueológico y
arqueología no son términos sinónimos. El primero denota la conversión de las entidades objeto de análisis por la
segunda en un concepto jurídico. Es decir, cuando de un
bien se predica un interés para el estudio de la historia
aplicando metodología arqueológica, este adquiere por
ministerio de la ley un estatuto específico que le dispensa del tráfico jurídico ordinario, en atención a la preservación de la función social prevista para tales valores por
el ordenamiento jurídico. Aquí me interesan tanto el patrimonio arqueológico como la arqueología, porque ambos
sufren ese fenómeno.
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En segundo lugar, existen dos planos en los que es factible buscar las causas de la banalización del discurso
periodístico. Uno, profundo, instalado en el propio estatuto ontológico de la acción performadora que tienen los
medios sobre la realidad. Otro, superficial, que resulta de
analizar el anterior a una escala de detalle. En el primero, la metonimia que supone conocer algo por su tratamiento noticioso produce ya un adelgazamiento y delimitación contingente del propio suceso, que facilita su
eventual trivialización. Aceptado ese tropo como inevitable, son los propios actores sociales que producen y
transmiten el hecho, quienes pueden aumentar o no el
sesgo superficial. Es decir, si en el primer plano es inevitable; en el segundo, no.
En tercer lugar, aunque volveré sobre ello más abajo,
debo dejar claro que no todo tratamiento del patrimonio
arqueológico o de la arqueología es banalizador, antes
bien todo lo contrario.
Cuando he abordado este tipo de cuestiones no he prestado atención a la visión de la banalización de la arqueología, digamos grosera, centrada sobre todo en la mezcolanza de noticias científicas con otras de carácter fantástico, que preocupa a otros colegas. He preferido analizar
los aspectos relacionados con la arqueología urbana, o
de manera más precisa, con la forma en que su gestión
se trasluce a través de la prensa (Rodríguez Temiño,
2004: 335-352). Es en este marco donde, a mi juicio,
más y mejor pueden apreciarse los componentes del
fenómeno cuyo resultado último redunda en hacer del
significado de los vestigios dejados por la historia algo
banal. Otra cosa será ver en qué consiste ese tratamiento superficial y si es responsabilidad exclusiva de los profesionales de los medios de comunicación, o bien también contribuyen, y en no poca medida, otros actores
sociales: políticos y arqueólogos, entre los más afectados
de forma directa. Las noticias de este cariz no suelen
estar recogidas en las secciones de sociedad, ciencia o
cultura, como las referidas a la arqueología, sino en las
de local, lo que tiene, como veremos algo más abajo,
ciertas peculiaridades.
Mi experiencia en este tema se completa con un récord
de dudosa satisfacción: debo ser de los funcionarios que
más veces han visto reproducidos sus informes en la
prensa en los últimos tiempos. Los proyectos de reforma
del palacio de San Telmo como sede de la presidencia
de la Junta de Andalucía; la construcción del complejo
comercial Metropol Parasol en la plaza de la Encarnación
(ambas en Sevilla); la pretensión de construir un hotel en
el yacimiento protohistórico del Carambolo (Camas, Sevilla); o el trazado de la carretera A-8077 sobre el yacimiento prehistórico de Valencina de la Concepción (Sevilla)
motivaron informes míos (o con mi visto bueno, como
jefe del Departamento de Protección del Patrimonio Histórico de la Delegación Provincial de Cultura en Sevilla)
en los que ponía en evidencia el riesgo para el patrimonio derivado de los mencionados proyectos. Contra las
pretensiones de sus promotores, se elevaron asociaciones y plataformas ciudadanas que, personadas en los
respectivos expedientes administrativos, no tardaron en
hacer pública la existencia de estos informes que contradecían la voluntad favorable, explícita o implícita en los
hechos, de la administración cultural, que entendía la
protección y conservación de tales bienes de forma distinta a la mía (vid. Abc. Sevilla, 18 de septiembre de
2002 y 1, 2 y 3 de octubre de 2003; Diario de Sevilla, 29
de agosto de 2003 y 29 de julio de 2005). Tales “revelaciones” avivaron la polémica suscitada en torno a los
proyectos, dejándome en situaciones incómodas, sobre
todo en los casos en que la propia Consejería de Cultura tuvo que recurrir a medios extraordinarios, fundamentalmente asesoramientos externos, para mantener su
postura y rebatir las argumentaciones dadas en ellos.
También debo señalar que, en las ocasiones en que finalmente se ha reconducido el proyecto hacia propuestas
menos lesivas al patrimonio arqueológico, este cambio
de postura se ha debido sobre todo a la acción de esas
plataformas ciudadanas.
La realidad banal y el imperio de la
opinión pública
Banalización se ha convertido en una especie de expresión fetiche, cuando no en un arma arrojadiza, de quienes militan contra el posmodernismo, manifestación cultural de la posmodernidad. Se le acusa de querer fundir
la realidad en imágenes y los sucesos en spots comerciales de veinte segundos, donde no cabe hacer análisis, ni
buscar relaciones o establecer consecuencias. El colmo
de la felicidad prometida era vivir en un eterno presente
donde no cabía ni futuro, ni pasado, dando por terminada la historia. Aunque hayamos superado sin especiales
traumas o dificultades la continuidad de la historia tras
el “fin de la historia”, no parece que vaya a ser tan fácil
devolver el espesor a la realidad y a los acontecimientos,
al menos mientras sigamos instalados en la lógica económica y social del capitalismo tardío.
En la época del posindustrialismo, la falta de dimensión
y racionalidad del sistema productivo, no solo de bienes
tangibles sino también de signos, ha provocado el desbordamiento del consumo en consumismo, es decir en
un proceso de acumulación que traspasa los límites de
las necesidades y ha llegado a suplantar los propios objetos por los signos. Signos que nacen desprovistos de referente para que esta masiva abundancia carezca de problemas. La consecuencia ha sido la creación de un espacio donde las imágenes compitan por ser más reales que
la propia realidad. Baudrillard (1991) lo ha bautizado
como hiperrealidad, el reino de la seducción que ha
arrinconado a la convicción.
La disolución de la realidad en imágenes que, a través
de los medios de comunicación, son repartidas por todo
el planeta, se opera mediante la reducción de la contingencia a la virtualidad; lo trascendente se transforma en
contingente y esto en virtual. Desvanecida la línea entre
realidad y simulacro, no hay posibilidad de diferenciar lo
uno de lo otro.
Ya volveremos sobre las consecuencias de este proceso,
pero ahora prestaremos un minuto a la relación entre
esta versión baudrillardiana del mito platónico de la
caverna y los medios de comunicación de masas. La
banalización, entendida como falta de relieve o profundidad en el tratamiento de la noticia, parece haberse convertido en uno de los principales males que aquejan al
periodismo. Su denuncia ha devenido en lugar común de
propios y extraños a la profesión, como también que se
responsabilice de forma casi exclusiva a los periodistas
de esta superficialidad analítica de la información.
Si para suplantar la realidad, con toda su espesa textura, por su delgada imagen es preciso descosificarla, quitarle toda sustancia hasta que ya no tenga nada que ver
con aquella y sea autorreferencial, es decir puro simulacro, resulta comprensible la preocupación suscitada por
los medios de comunicación en este proceso. En efecto,
la labor periodística se resuelve como una suerte de
sinécdoque. Dado que la realidad no es como las mónadas de Leibniz que reproducen en pequeño el sistema
completo, el abstracto e inabarcable mundo de sucesos
y relaciones interpersonales, que denominamos realidad,
se vuelve comprensible y abarcable a través de una operación de selección de las que los periodistas encuentran
más representativas. Es justamente esa labor de mediación entre la realidad y la sociedad la que despierta todo
tipo de recelos, que no desaparecen por la mera invocación de términos como objetividad o independencia.
Resulta evidente que el ojo de la persona que mira no
refleja exclusivamente lo que hay, sino que contribuye a
su creación. Si el cogito de los periodistas podría expresarse prima facie por la fórmula “digo lo que veo”, tal
pretensión falsea el proceso, al obviar que la conformación de los hechos requiere una mediación imposible de
eliminar; de forma que lo acertado sería justo lo contrario, “veo lo que digo”: la noticia sobre un suceso sustituye al propio suceso en el ámbito de la opinión pública,
fuera del cual solo queda el espacio particular. Etimológicamente, informar, derivado del griego morphé (formar), significa dar forma a algo.
Sin embargo, como sostiene José Luis Pardo (1989), en
la batalla de la imagen, no son los contenidos o programas los que importan, pues son difíciles de convertir en
imágenes: lo importante son los gestos. El amago de
hacer algo o la mera intención de acometerlo en un futu-
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
Se me ha pedido que contribuya en esta obra colectiva
dedicada a la relación entre patrimonio cultural y medios
de comunicación de masas, con una reflexión sobre la
trivialización en que pueden incurrir al tratar determinados aspectos del patrimonio arqueológico. Tres son,
pues, las palabras claves de este texto: banalización,
patrimonio arqueológico y medios de comunicación. No
es mi intención resolver esta papeleta hilvanando un
rosario de titulares en los que pueda leerse el tono con
que aparecen, en bastantes más ocasiones de las que
podría suponerse, las noticias referidas a la arqueología
o al patrimonio arqueológico. Me interesa ver por qué se
produce este fenómeno, que por otra parte no es particular de la arqueología.
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ce en pluralidad de opciones. En la lucha por captar su
caprichosa atención y colmar la satisfacción de los consumidores, los medios compiten por agradar, tratando la
información de manera superficial, cuyo resultado es una
especie de infantilización de la sociedad. Bourdieu (1997)
lo ha ejemplificado en el fast think televisivo, en el que la
contundencia, el impacto y la brevedad son las normas
sagradas, pero impiden cualquier profundización.
La arqueología y el patrimonio
arqueológico en “los papeles”
Reportajes nada banales
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ro vale tanto como haberlo hecho, desde el punto de
vista comunicacional. Este culto por lo que carece de
relieve no es sin embargo irrelevante, ya que deja huella.
Transmite la idea, hasta hacerla convicción o verdad universal, de que la realidad carece de relieve, que no tiene
raíces, que la vida se desarrolla en un plano bidimensional. Esa delgadez de contenido permite la acumulación
de noticias producidas por la bulimia informativa, característica de nuestras sociedades posmodernas, sustituyéndose unas por otras, sin que nadie se preocupe por
hilvanar los diversos contenidos, por sumar mensajes.
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Si por la parte del emisor el panorama se desenvuelve
entre entelequias que recuerdan la metáfora cavernaria
de Platón, no anda mejor el otro extremo. Es mucho lo
escrito sobre qué sea en realidad la opinión pública y a
quiénes incluye, pero poco el acuerdo al que se ha llegado, al menos en el plano teórico. Quizás las tesis de
Habermas (1981) sobre la “esfera de lo público” como
instrumento de control de la acción política de los gobiernos hoy día resulte utópica para quienes este concepto
aparece siempre cargado de connotaciones negativas. Y,
tal vez, el fenómeno sea más comprensible en los términos expuesto por Bourdieu (1991) para explicar por qué
la opinión pública no existe. Sin embargo, ningún respon-
sable público le haría caso: se juega el éxito de su gestión -“... conduciéndose como si la opinión pública fuese
una realidad, no se corre peligro alguno; ignorándola, se
multiplican...” (Minc, 1995: 122).
Aunque opinión pública o publicada y sociedad civil no
sean lo mismo, aquella juega un papel decisivo a la hora
de conformar las valoraciones generales, los temas de
interés y el éxito o fracaso de todas las acciones públicas, en su sentido más amplio. Como señala Alain Minc
(1995), ambas forman el nudo gordiano de la “democracia demoscópica”, nuevo modelo de relación entre
gobernantes y gobernados característico de las sociedades avanzadas.
Resulta tópico mencionar la capacidad de acción e
influencia de los grandes grupos multimedios, cuyo
poder, como analiza Sánchez Noriega (1997), no se
manifiesta a través de la coerción, sino de la seducción,
medio mucho más eficaz que el primero para inspirar
políticas concretas o crear necesidades colectivas, cuyos
efectos se miden a escala planetaria o, cuanto menos,
supranacional. En palabras de Félix Ortega (2006), los
medios de comunicación tienen, en general, la capacidad de fijar la agenda política. Sin embargo, la conniven-
cia entre políticos y periodistas ha suplantado una democracia deliberativa basada en la sociedad por otra, en la
opinión; y el debate político por la pugna mediática.
Advierte también Sánchez Noriega de dos aspectos de
este cuarto poder de interés para esta exposición: uno, la
función que juega este nuevo instrumento en manos del
poder económico y financiero ha dejado de ser la de servir de contrapeso a los otros tres poderes, para convertirse en el medio para entablar un diálogo con el poder político. Pero sobre todo, resulta relevante una segunda consideración. Se trata de la derivación de la información al
entretenimiento. Los medios están ganando en espectacularidad y capacidad de sorprender, haciendo hincapié en
lo novedoso, exótico o insólito; no solo es que se hayan
difuminado las fronteras entre el ocio y la información, es
que el predominio de uno se hace a costa de lo relevante
o de lo que (debería) importa(r) a los ciudadanos. Esta
transformación va acompañada de otra, no menos llamativa: los antiguos usuarios, conformantes del núcleo de la
habermasiana “esfera de lo público”, cuyas piezas clave
habían sido la aparición de la prensa periódica y los centros de socialización, se van convirtiendo en individualistas
consumidores hedónicos, que picotean entre una abundante oferta. Opulencia comunicacional que no se tradu-
Igual puede decirse de otras referidas, esta vez, a denuncias sobre el estado de abandono en que se encuentra
el patrimonio arqueológico, o a la destrucción a que se
ve sometido ya sea por obra pública o privada, ya como
producto del expolio provocado por el uso no autorizado
de aparatos detectores de metales.
Sobre esto último ha existido mucha unanimidad en la
manera en que se ha abordado esta problemática, tanto
en este tipo de artículos periodísticos, como en las noticias. Frente al tratamiento en otros medios, fundamentalmente la televisión, donde ha sido frecuente presentar a
los expoliadores, en cualquiera de sus facetas, como
intrépidos aventureros en busca de tesoros fabulosos, la
prensa ha servido de antídoto al haber centrado el peso
de su argumentación en la exposición de la antijuridicidad y el daño cultural derivado de tales conductas, sin
ahorrar por ello críticas a las administraciones culturales
por su desidia o dejadez a la hora de poner los medios
pertinentes para paliar esta plaga.
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Antes de comenzar, quisiera hacer honor a la verdad y
presentar ejemplos de justamente lo contrario: un tratamiento del patrimonio arqueológico y la investigación
arqueológica por los medios de comunicación acorde a
su función y al papel que debe jugar en nuestra sociedad, como “fármaco de la memoria” (Rodríguez Temiño,
1998). De forma habitual se trata de reportajes o crónicas, habida cuenta de la mayor necesidad de espacio y
aparato gráfico, y suelen dar cuenta de importantes
investigaciones o de hallazgos espectaculares. Cómo no
mencionar la espléndida portada del suplemento dominical del diario El País de 27 de agosto de 1995, con la
foto de un fragmento craneal de un homo antecessor
recuperado en las excavaciones de Atapuerca (Burgos),
titulando el reportaje “El primer europeo”.
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Poca duda cabe de que este tipo de crónicas y reportajes ha sido un magnífico vehículo para la concienciación
social, y también para combatir esta suerte de depredación cultural por el aislamiento en que esta concienciación va dejando a quienes practican tales conductas.
Solo es preciso ver el efecto causado por el reportaje de
El Semanal entre los foros internáuticos de usuarios de
estos aparatos para comprender su alcance.
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No puede tampoco silenciarse que, en muchas ocasiones, los medios recogen las noticias suministradas por
los propios arqueólogos a través de ruedas de prensa.
Estas llamadas no se hacen tanto para presentar las conclusiones de sus investigaciones, cuanto para mostrar el
hallazgo de tal o cual pieza espectacular. Se ofrece así
una imagen de la arqueología basada en “tesoros”, que
retroalimenta esa idea tópica de nuestra profesión. Sin
duda es más fácil llenar una rueda de prensa presentando un objeto singular, que llame sin dificultad la atención
del público en general, que las conclusiones de un estudio concienzudo, pero eso no es razón para justificar que
caigamos reiteradamente en ese error. Usando un símil
deportivo, podría decirse que los hallazgos son como los
goles en el fútbol: son sin duda lo más vistoso. Sin
embargo, si fomentamos ese reduccionismo de nuestra
tarea (la arqueología no es igual a excavación y, mucho
menos, a hallazgo sorprendente), no podremos quejarnos de la falta de interés que suscitamos en los medios
de comunicación cuando no se marcan goles, que es lo
habitual en la mayoría de nuestros “partidos”.
La arqueología como una de las ciencias
“mistéricas”
La importancia de los medios de comunicación de
masas en la difusión del legado arqueológico está fuera
de toda duda, como también lo está la necesidad de
ajustar sus contenidos a esa finalidad. Sin embargo,
sobre esta cuestión apenas existen estudios en profundidad y todos los publicados, hasta donde yo conozco, vienen de la mano de arqueólogos, con lo cual siempre falta
la visión de los profesionales de la comunicación, aunque sea posible traer a colación algún atisbo.
Gonzalo Ruiz Zapatero ha sido quien, sin duda alguna, se
ha dedicado con más asiduidad a estas cuestiones en
nuestro país. Este autor se ha interesado sobre todo por
la forma en que ha sido recogida por los medios de comunicación -radio, prensa y televisión- la arqueología (entendiendo por ella, como ya he explicado, los hallazgos y
avances científicos de la disciplina), y sus observaciones
resultan muy pertinentes aquí. Parte de la valoración de
la capacidad difusora que tienen los medios y, por ende,
de la labor mediadora que deben hacer los profesionales
del periodismo entre una minoría de expertos y la sociedad en general (Pereira y Ruiz Zapatero, 1992; Ruiz Zapatero, 1996a y 1996b). Sin embargo esta mediación se distorsiona cuando por arqueología se entiende tanto lo científico, como todo aquello que “huela a misterio antiguo”
o sea simplemente fantasioso.
En un último trabajo G. Ruiz Zapatero y A. Mansilla Castaño (1999) cambian ese discurso, abriéndolo a todas
las noticias referidas tanto a la arqueología como al patrimonio arqueológico. Al hacer una comparación entre las
noticias aparecidas en el diario El País en 1985 y en
1995, dan cuenta de los cambios producidos en los contenidos de las noticias y reportajes. En primer lugar,
advierten que en ambas fechas el predominio absoluto
es de noticias referidas a la arqueología sobre las relativas al patrimonio arqueológico. Sin embargo, hay matices entre esas dos fechas: a mediados de la década de
los noventa el porcentaje sobre el total ha descendido,
con respecto a lo que ocurría en 1985.
No obstante, en mi opinión ese predominio de las noticias relativas a la arqueología en 1995 es discutible. Si
se suman los bloques denominados por los autores
“patrimonio arqueológico” y “arqueología y política”, ya
que es de suponer que en un amplio número de casos
de este último pueda asimilarse al primero, entonces tendría el predominio absoluto de las noticias cuya temática
viene referida al patrimonio arqueológico en 1995. En
este sentido, este medio, al igual que los demás, refleja
el cambio operado en la realidad: la asunción de competencias, por parte de las administraciones de las comunidades autónomas y locales, en materia de protección y
conservación del patrimonio arqueológico ha hecho más
frecuente las intervenciones preventivas, así como los
debates provocados por tales actuaciones y todo lo referido a la gestión del patrimonio arqueológico.
En un ameno artículo, Carmen Lavín, Ana Yáñez y Mercedes Laín (1996) hacen un repaso de las noticias referidas
a arqueología y a patrimonio arqueológico, distinguiendo
entre ambas de forma análoga hecho aquí, durante el
periodo 1990-1995. Sobre arqueología, son los hallazgos
los que acaparan mayor interés, frente a las investigaciones, a pesar del enorme “tirón” que, desde el otorgamiento del premio Príncipe de Asturias al equipo de Atapuerca
(Burgos), tienen en la actualidad los temas referidos a la
evolución humana. En el ámbito del patrimonio arqueológico, la noticia que atrae más titulares es la denuncia del
mal estado en que se encuentran los vestigios arqueológicos, debido al expolio provocado por el uso no autorizado
de aparatos detectores de metales y la destrucción por
obras. No obstante, el tratamiento sobre estas cuestiones
-en opinión de estas autoras- es bastante deficitario, limitándose la noticia a comentar el hecho. Lógicamente especial preocupación les produce la forma en que, en ocasiones, se dan noticias referidas a hechos calificables como
infracción administrativa, o incluso delito o falta penal. En
lugar de advertir lo antisocial de esos comportamientos,
suele revestirse de “aventura” a la caza del tesoro. Un
aspecto de interés queda reflejado en la actitud de los
arqueólogos, que suelen ser los principales denunciantes
de situaciones que afectan por dejadez, desidia, descuido
o ignorancia administrativa a yacimientos.
Este trabajo fue contestado, en forma de carta abierta
(Manfredi, 1996), en la que su autor, director de informativos de Canal Sur Televisión, reivindicaba la necesidad de
aunar esfuerzos de comprensión y respeto mutuos entre
arqueólogos y periodistas en aras de hacer llegar un mensaje claro al público, pero sin renunciar a la labor mediadora del periodismo, aunque en ocasiones conllevase la
trivialización del mensaje, a juicio de los arqueólogos.
En todo caso, en la actualidad se ha mejorado considerablemente la atención prestada por los medios a la
arqueología, entendiendo por ella la alusión a hallazgos
o avances de la investigación. Las fuentes de información son ahora los propios equipos de investigación, bien
de forma directa bien a través de sus propios trabajos
publicados en revistas divulgativas de alto nivel, como
Nature, Science o National Geographic (Ruiz Zapatero y
Mansilla Castaño, 1999). Y, sobre todo, se respeta
mucho más esas fuentes. El empeño contumaz que
mostraban los periodistas en hacer digerible tal tipo de
informaciones, acentuando lo anecdótico o irrelevante a
costa de la coherencia y la rigurosidad del contenido
informativo, se ha moderado de forma considerable
(Lavín, Yáñez y Laín, 1996).
La mediación periodística
De todo el amplio conjunto de medios, me centraré en la
prensa escrita de carácter local, incluidas las ediciones
regionales o locales de periódicos generalistas de ámbito
estatal, por dos razones. En primer lugar, prefiero la prensa escrita frente a las radios y televisiones porque, al no
poder competir los diarios con ellas en inmediatez, a la
hora de dar la noticia, debería primar el análisis y la contextualización, más difícil de conseguir en los otros
medios. Que sea la local se debe sobre todo a que las incidencias derivadas de la tutela del patrimonio arqueológico
tienen escasa repercusión fuera de esa escala, mientras
que las noticias de arqueología suelen ser difundidas por
agencias a todos los medios, casi sin excepción.
La prensa local presenta, por otra parte, diversas características que influyen de forma notable en el tipo y los
modos de publicar la información. Posiblemente, la más
importante de todas sea la falta de independencia con
respecto a los poderes políticos. Con esa contundencia
lo recoge Ana Tamarit (2006: 135): “Estamos en condiciones de afirmar que la mayoría de los medios locales
actúan (sic) como verdaderas plataformas políticas, no
tanto por las buenas relaciones que mantienen periodistas y políticos, que las tienen, como por pura supervivencia, hasta el punto de enmascarar los objetivos del periodismo entendido como una profesión imprescindible
para el sistema democrático”.
Otro factor que esta autora considera relevante para
entender el periodismo local es que la mayoría de las
cabeceras, aunque se autocalifiquen de independientes,
no solo tienen dependencia económica de los poderes
públicos, sino que casi todas tienen un marcado sesgo
conservador (Tamarit, 2006: passim). Sin embargo, también debe advertirse que este alineamiento ideológico no
suele ser un factor determinante de los profesionales a la
hora de buscar trabajo en uno u otro medio. Según las
encuestas realizadas por Tamarit en medios locales, “...
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A modo de ejemplo, podrían citarse entre muchos, la crónica “El expolio arqueológico: piteros y traficantes surten
el mercado internacional”, en la que, a raíz de la exposición España Milenaria realizada en una galería de arte
de Estados Unidos, se hacía una análisis muy lúcido y
documentado sobre el origen y desarrollo del expolio
arqueológico en Andalucía (Abc. Sevilla, 10 de diciembre
de 1996). Cuatro años más tarde, el Diario de Sevilla (3
de septiembre de 2000) daba cuenta de un informe de
la Guardia Civil en el que se señalaba que Andalucía
seguía siendo un paraíso para los usuarios de aparatos
detectores de metales, en otra crónica titulada “Excavadoras para expoliar el patrimonio”. Artículo que fue
acompañado incluso del editorial de ese día, “Resignación ante el expolio”. Y, para finalizar, el reportaje titulado “Los otros hombres del saco” (El Semanal, 30 de
noviembre de 2003), donde, entre otras cosas, se hacía
eco de las actuaciones policiales en la lucha contra el
expolio arqueológico, a la vez que se explicaba la ilicitud
de estas actividades.
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En el caso que nos ocupa, debe tenerse también presente que las redacciones de los medios locales o regionales suelen estar muy ajustadas de profesionales y no
cuentan siempre con especialistas en un tema tan específico como el de patrimonio histórico, sobre todo cuando las noticias y la crónica de actualidad referidas a él se
encajan en las secciones de local y no en las de cultura.
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Esta especialización tiene un claro resultado. Un vistazo
atento a la prensa diaria refleja que un porcentaje altísimo
de noticias viene de fuentes interesadas, ya sea mediante
comunicados o ruedas de prensa. Es obvio que tales
comunicaciones son sesgadas y cuentan solo una parte
de lo sucedido o del problema tratado, cuando no son
pura propaganda cifrada en futuros proyectos o meras
intenciones de hacer. Es lo que se conoce con el término
inglés de spin, táctica usada por todos los partidos políticos y gobiernos, consistente en “llenar el ciclo informativo
de verdades a medias o mentiras a medias, todas servidas
con el sello de oficiales, que los medios reproducen sin
apenas contrastar porque no tienen capacidad de hacerlo
y, al mismo tiempo, porque consideran que son mucho
más independientes cuando ofrecen las noticias a pelo,
publicando sin más lo que dicen los políticos e incluso, a
veces, lo que dicen que dicen los políticos” (Sánchez,
2006: 78). Esta extendida práctica es la responsable de
que en la mayoría de los diarios todas las noticias se
parezcan y haya poca variedad. Sin embargo, en los diarios que cuentan con personal especializado aparecen,
con mayor frecuencia que en el resto, noticias frescas o
crónicas, ya sea denunciando una situación, ya dando a
conocer el resultado de una intervención arqueológica,
que marcan la diferencia entre unos y otros.
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Para analizar los titulares de prensa es necesario ver en
qué medida se aprecia la mano de los profesionales, más
allá de lo expuesto sobre la sinécdoque en que se resume
su labor e, incluso, de un aceptable punto de vista personal que resulta ineludible. Es decir, conviene ver si nos
encontramos ante un periodismo neutral y objetivo, o bien
está claramente decantado hacia una u otra posición.
Hay poca discusión sobre la implicación política de los
medios de comunicación en España, producto de su
papel desempeñado durante la transición en opinión de
Félix Ortega (2006: passim). Dentro de las clasificación
en modelos periodísticos, realizada por Daniel C. Hallin
y Paolo Mancini, que está basada en la premisa de que
los medios de comunicación no son una variable independiente del sistema político, sino que influyen notablemente en este, España se encuentra en el denominado
“pluralista polarizado”, caracterizado por la superposición entre los medios de comunicación de masas y la
política, con un desarrollo débil de los medios de comunicación comerciales y un fuerte intervencionismo estatal (citado en Ortega, 2006: 25). Es decir que, en general, en este modelo la información es tratada por los
medios como un arma al servicio de una u otra ideología política, dejando poco espacio para la neutralidad.
Esto, que afecta a toda la información, no deja fuera las
cuestiones relacionadas con el patrimonio arqueológico,
sobre todo cuando hay grandes obras de iniciativa pública de por medio. Hay que tener en cuenta que en estos
casos, de varios años de duración, se producen muchas
noticias referentes a la presentación del proyecto, la realización de las excavaciones previas a su ejecución,
aspectos todos que suelen estar teñidos de polémicas
abiertas. Siempre es difícil saber cómo y quién origina
estas polémicas y si los medios son meros ecos de un
debate social o, por el contrario, lo crean.
Haciendo un análisis de los casos más señeros ocurridos
en los últimos quince años, podríamos clasificar la participación activa de los medios en polémicas sobre la conservación del patrimonio arqueológico en dos categorías,
en razón de si se trata de un alineamiento de la línea editorial del medio, o bien solo son determinados profesionales dentro de uno o varios periódicos.
El primer tipo lo denominé método Ansón (o Anson), en
atención a la descarada complicidad del diario Abc de
Madrid en la eliminación de los vestigios aparecidos en
las excavaciones llevadas a cabo en la plaza de Oriente
de Madrid y la aneja calle Bailén, para la construcción de
un aparcamiento y paso subterráneo, respectivamente,
promovidos por el Ayuntamiento, entre 1992 y 1996
(Rodríguez Temiño, 2004: 337 y ss.).
Desde la presentación del proyecto, este diario mostró un
interés sin ambages en restar importancia a los vestigios
arqueológicos, poniendo en marcha una campaña (personalmente poseo recortes de al menos 80 noticias publicadas por el diario Abc sobre la plaza de Oriente entre
1992 y 1996) dirigida a presionar a la Comunidad Autó-
noma de Madrid, que al comienzo de las obras estaba en
manos de una coalición PSOE e IU mientras que el Ayuntamiento era PP, con objeto de que se autorizase el desmonte de lo encontrado. Campaña que reconoce estar
haciendo el propio diario (“Empezaron las excavaciones
en la Plaza de Oriente tras plegarse Leguina a la campaña de ABC”, Abc. Madrid, 16 de junio de 1992). Los titulares, que en muchas ocasiones eran portada del cuadernillo de Madrid, son prueba fehaciente de este inusitado
interés: “Plaza de Oriente: losas del XVIII y un plato del
XV, únicos restos” (Abc. Madrid, 24 de junio de 1992);
“En la Plaza de Oriente no hay restos arqueológicos que
puedan retrasar la obra” (Abc. Madrid, 27 de marzo de
1996) o “Demolidos los últimos restos arqueológicos, sin
ningún valor, que bloqueaban la reforma de la plaza de
Oriente” (Abc. Madrid, 14 de agosto de 1996), para referirse a la muralla medieval, declarada bien de interés cultural, y los vestigios del Madrid de los Austrias que rodeaban el Palacio Real. El diario El País hizo campaña a
favor de la preservación de los restos, incluyendo numerosos artículos de opinión sobre la remodelación planteada de la plaza o el valor de los restos; en ellos también
hubo sitio para quienes pensaban en contra. Sin embargo, Abc solo destacaba opiniones de políticos partidarios
del proyecto: “Ruiz-Gallardón: `No hay restos en la Plaza
de Oriente, sólo son celos de Leguina´“ (Abc. Madrid, 9
de diciembre de 1992) o “Los supuestos restos arqueológicos de la plaza de Oriente son una docena de piedras
sin valor”, según declaraciones del concejal de Obras
(Abc. Madrid, 21 de agosto de 1996).
En el segundo caso, ocurre que muchos profesionales
identifican el buen periodismo con la desconfianza de los
poderes públicos (Tamarit, 2006: 144) y, a la hora de
enfocar las noticias, se advierte ese rasgo. Pongo una
muestra a modo de ejemplo.
Es bien conocido que el yacimiento protohistórico del
Carambolo (Camas, Sevilla) posee una celebridad internacional, a raíz del hallazgo en 1959 de un tesoro de
objetos de oro que lleva su nombre y las excavaciones
realizadas en ese momento. El hallazgo se produjo
durante la construcción de unas instalaciones de la Real
Sociedad de Tiro del Pichón. Quizás sea menos conocido que en 2002 se presentó un proyecto para construir
justamente sobre el yacimiento un hotel. Tras una primera intervención arqueológica, cuya finalidad era evaluar
lo que pudiese quedar, después de la construcción del
edificio del Tiro del Pichón en 1959, se comprobó que
quedaba bastante relleno arqueológico intacto. Planteada una excavación para agotar el registro arqueológico y
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
los periodistas se muestran satisfechos con el grado de
libertad que tienen para realizar su trabajo (...). No obstante, a pesar de sus impresiones y satisfacción reconocen que en el periodismo local se reciben muchas presiones; y se reciben más procedentes del exterior que de
los propios medios” (Ead., 2006: 147).
0147
De todo esto se da cuenta en los medios de comunicación, especialmente en Diario de Sevilla (29 de agosto,
20 y 29 de octubre de 2003, entre otros) que con toda
la razón, en mi opinión, reprocha ese estado de cosas.
Sin embargo, en ellos no se plantea ni un momento la
posibilidad de que, en efecto, la construcción de un hotel
sobre un yacimiento tan emblemático sea una barbaridad. Amén de razones relativas a la singularidad de ese
enclave, no de menor peso serían que ese lugar figura
como zona verde en el PGOU vigente en Camas; o que,
al estar situado en la cornisa del Aljarafe, su impacto
sería enorme en un entorno ya de por sí bastante castigado. O, incluso, que era perfectamente posible realizarlo fuera del yacimiento. En este sentido, la crítica hacia
la administración, práctica saludable sin lugar a dudas,
no puede significar necesariamente dar por bueno todo
lo que proviene del sector privado, incluidos informes
contratados por la parte interesada.
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
Crónicas de muertes anunciadas
0148
Cuando los vestigios materiales del pasado afloran como
consecuencia de una actividad arqueológica previa a la
ejecución de un proyecto de envergadura, sea aparcamiento subterráneo o trazado de infraestructuras lineales, se dan las circunstancias en que más se afecta a la
propia significación del patrimonio arqueológico en sí y
donde, además, se despliegan con mayor amplitud los
papeles desempeñados por los diversos actores sociales
concernidos en su conservación o destrucción. Se crean
entonces polémicas que rápidamente trascienden a los
medios de comunicación y, desde esa plataforma, al
resto de la sociedad.
Aunque estos casos no son fáciles de analizar en toda su
complejidad, pues muchas de las decisiones vitales para
la continuidad o no de un proyecto y, de paso, de los restos arqueológicos existentes en ese lugar, se adoptan en
ámbitos opacos al escrutinio público, en todos hay suficiente información publicada como para poder extraer
determinadas características que permiten observar
dónde radican los mecanismos de banalización.
Comenzaremos por una perogrullada que, sin embargo,
resulta vital para comprender estos procesos: en la
inmensa mayoría de las ocasiones, del lugar elegido para
realizar una obra se sabe, antes que ninguna otra cosa,
la existencia segura de restos arqueológicos, si bien se
desconoce el estado de conservación en que se encuentran. No obstante, este aspecto, que después puede llegar a ser determinante para la viabilidad del proyecto,
suele carecer de relevancia en la fase de su diseño. Todo
lo más el “escollo arqueológico” se solventa derivándolo
hacia unas excavaciones, cuya virtualidad será documentar lo allí existente, pero nunca cuestionar el propio
proyecto. Esta percepción está tan asumida que, a pesar
de que la normativa legal impone de forma genérica la
conservación del patrimonio arqueológico, nadie repara
en esas fases iniciales en que se están condenando a
una muerte segura a todos los vestigios que pudieran
encontrarse, salvo casos excepcionales.
La principal virtualidad de esta forma de proceder es la
contraposición entre pasado y presente. Pero con una particularidad: que el presente, representado por el proyecto
de construcción, se refuerza de esa confrontación. Pues
nadie cuestiona su pertinencia, necesidad o adecuación
para alcanzar los objetivos previstos. Por el contrario, el
patrimonio arqueológico nunca sale indemne de la contienda. La propia excavación con un proyecto de investigación improvisado, en el mejor de los casos, y un equipo
más diseñado para la evacuación rápida de la tierra que
para atender a los problemas de interpretación, supone ya
de por sí una pérdida importante. Por si fuese poco, para
no ser eliminados hasta la última piedra los restos hallados
deben hacer ostentación de una monumentalidad a prueba de cualquier duda (ya que se les perdona la condena a
muerte, por lo menos que sean útiles para atraer turistas).
Y, aún así, no podrán evitar trágicas y desfiguradoras
amputaciones para que los promotores puedan meter con
calzador su proyecto “modernizador”, con su buena porción de aparcamientos subterráneos para coches.
El proyecto de aparcamiento subterráneo en el Salón
(la plaza Mayor) de Écija ofrece en sus inicios una mag-
nífica muestra de este proceder. El Correo de Andalucía
de 14 de enero de 1999, bajo el título “La Junta asegura que no ha autorizado el parking del Salón”, da cuenta de las declaraciones de la entonces delegada provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla en las que
manifestaba que “lo único” que se había autorizado era
una excavación arqueológica. De hecho, aunque
–según esa información- se habían solicitado del Ayuntamiento astigitano para la construcción del polémico
aparcamiento una serie de requisitos necesarios: “el
proyecto de viabilidad, un estudio de tráfico y, por último, que esa iniciativa esté integrada en un plan urbanístico”, no parecía haber inconveniente en comenzar
ya las excavaciones.
Lo mismo vuelve a suceder con la inicial propuesta de
construir un aparcamiento subterráneo rotatorio en la
plaza de la Encarnación (Sevilla), el último solar superior
a 2000 metros cuadrados que quedaba en el interior de
la ciudad.
Desde el anuncio, en 1999, de las intenciones de la
Gerencia de Urbanismo de Sevilla de retomar la construcción de un nuevo mercado en sustitución del derribado en 1973 (Abc. Sevilla y El Correo de Andalucía, 9 de
febrero de 1999), las noticias referidas a este tema hacían hincapié en el proyecto y la estrategia seguida para su
financiación privada. En ella era pieza fundamental la
concesión, a la empresa que financiase su construcción,
de la explotación del aparcamiento rotatorio subterráneo
y varios espacios de uso comercial.
La necesaria autorización de la Consejería de Cultura no
salta a la opinión pública hasta 2001 (Diario de Sevilla,
17 de septiembre de 2001), cuando ya se había abierto
un importante debate en torno a la conveniencia de los
aparcamientos rotatorios en el centro del casco histórico
y, en general, al tráfico en la ciudad, a raíz del inicio de
los trabajos de redacción del nuevo PGOU (fueron
muchas las noticias publicadas sobre este tema, vid. por
todas la titulada “El diagnóstico del PGOU constata el
pésimo estado del Centro y de la calidad ambiental de
Sevilla”, Abc. Sevilla, 1 de junio de 2001). La Comisión
Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla, órgano asesor de la Delegación Provincial de Cultura en materia de
autorizaciones de obras en los conjuntos históricos de la
provincia, solo ponía una cautela arqueológica a dicho
proyecto; excavaciones que, por otra parte, ya se venían
realizando. En síntesis se había aprobado de forma inicial un mercado en planta de sótano sobre dos plantas
de aparcamiento igualmente subterráneas.
Algo más tarde (Abc. Sevilla, 1 de octubre de 2001), la
citada Comisión manifiesta, por boca de quien la presidía en ese momento -la delegada provincial de Cultura-,
su preocupación por los escasos aparcamientos para
residentes previstos en el proyecto. Dos asertos implícitos
en este mensaje resultan esclarecedores para nuestro
tema. Uno, la Comisión parece entender que las cuestiones referidas al tráfico dentro de los conjuntos históricos
no son de su competencia. Es decir que, para este órgano, los conjuntos históricos son meros escenarios compuestos por edificaciones históricas, cuya gestión se limita a cuestiones de composición de las fachadas, al margen de otros estándares que revierten en la calidad de
vida de quienes habitan esas zonas de la ciudad. Dos,
del titular de la noticia “Preocupación por los escasos
aparcamientos para residentes”, cabe deducir a contrario sensu que, de haber una proporción más adecuada
de aparcamientos para residentes, la Comisión Provincial
de Patrimonio Histórico no hubiese tenido mayores problemas. Luego, a pesar de las cautelas arqueológicas de
la retórica oficial, estaba ya asumido que el depósito final
de los vestigios allí existentes sería el vertedero.
No resulta infrecuente que esta misma filosofía se contagie a los técnicos que dirigen intervenciones arqueológicas de esta envergadura. Las presiones que soportan
son fáciles de entender. En cierta forma arqueólogos y
periodistas comparten una característica común, deben
satisfacer a quien les contrata, pero son exclusivos responsables de cuanto dicen o escriben. Ese caminar en la
cuerda floja provoca cierto escoramiento hacia los intereses más inmediatos, frente a una etérea obligación moral
que contraen con la sociedad para cuyo beneficio excavan y, en interés de la cual, resulta jurídicamente aceptable imponer límites al derecho de propiedad.
Por un lado, debe tenerse presente que la misma naturaleza de la actividad arqueológica es destructiva, pero
de ello no se deduce de forma necesaria que siempre
haya que agotar el registro arqueológico y desmontar
todos sus componentes inmuebles. En primera instancia, queda sobre la responsabilidad de los directores proponer qué elementos se deberían conservar; propuesta
que será o no refrendada por la administración cultural
y/o municipal que, en último término, poseen la potestad de imponerlo y la obligación de asumir las compensaciones a que pudiese dar lugar.
Por otro, los promotores que han contratado al equipo de
arqueólogos no son mecenas de la investigación histórica, sino que se encuentran obligados a sufragar esas
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
construir el hotel (El País, 18 de octubre de 2002 y Diario de Sevilla, 15 de junio de 2004), hubo importantes
disensiones dentro de la propia Delegación Provincial,
sobre si era conveniente proseguir o no las excavaciones
y la construcción de un hotel en semejante enclave. Tal
división creó una situación de suspensión de las excavaciones y titubeo por el órgano que debía adoptar la decisión que, según el Reglamento de Actividades Arqueológicas vigente en la comunidad autónoma andaluza, era
la persona titular de la Delegación Provincial de Cultura.
Situación que se alargó durante muchos meses, provocando un deterioro para el yacimiento realmente escandaloso, siendo injustificable que se tardase más de un
año en instar del propietario y promotor de las excavaciones la adopción de medidas de conservación pertinentes, ni que en ese tiempo no las hubiese adoptado, de
forma subsidiaria, la administración cultural.
0149
Este cúmulo de circunstancias nos interesa ahora cuando se traduce en declaraciones o entrevistas donde el
principal argumento esgrimido es la falta de interés de
lo hallado para su conservación. Bien cierto es que no
todo debe de preservarse, ni siquiera la mayoría, pero
cuando estas declaraciones trascienden a los medios
de comunicación es porque existe una expectación surgida de una polémica a raíz de una excavación singular. En ese marco, debería esperarse que los profesionales de la arqueología no cayesen en la trampa que
supone identificar monumentalidad con interés para la
conservación, e incluso eventual musealización. A
modo de ejemplo traigo a colación las entrevistas realizadas a los directores de la primera fase de la excavación de la plaza de Oriente y de la quinta fase de la
plaza de la Encarnación que, a mi juicio, pecan de caer
en ese error (Diario 16. Madrid, 24 de abril de 1992; El
País. Madrid, 14 de noviembre de 1992 y El Mundo.
Andalucía, 29 de julio de 2003).
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
La injerencia política
0150
Una de las características del periodismo en la actualidad
es la de personalizar la información, reduciendo la cobertura de los asuntos públicos a la de sus protagonistas.
Como expresa gráficamente María Luisa Humanes (2006:
56 y s.), el quién ha ganado a las otras cinco w’s tradicionales. Resulta preocupante que, en los casos que estamos
viendo, mucha de la información parta de las declaraciones de los propios políticos, respaldados con frecuencia
por los órganos de asesoramiento técnico. Los medios
recogen sin más esas manifestaciones, convirtiéndose en
difusores de ideas que suelen sorprender tanto por lo que
dicen, como por los implícitos que contienen.
Al tratar de estos temas con anterioridad (Rodríguez
Temiño, 2004: 316 y ss.) ya expresé la forma en que en
la plaza de Oriente, una vez consumado el vaciamiento
casi total de la excavación, los partidos de la oposición
municipal y regional trataron de sacar provecho promo-
viendo debates sobre lo hecho tras la excavación. Los
enfrentamientos políticos, tanto en el Parlamento autónomo como en el pleno del Ayuntamiento, giraron sobre el
sentido de los informes emitidos por los técnicos de la
Comunidad autónoma que, por cierto, eran favorables a
la creación de un parque arqueológico desde que fueron
consultados en 1989, como se supo con posterioridad,
al publicarse el citado informe (El País. Madrid, 26 y 27
de septiembre de 1996).
Pero a lo que vamos, las explicaciones dadas por el
entonces consejero de Educación y Cultura, “Los técnicos
de Patrimonio consideraban los restos de valor histórico y
menos de valor artístico” o “Me habría quedado más
tranquilo si se hubiese pedido la opinión de un experto en
el siglo XVII” (El País. Madrid, 22 de agosto de 1996 y El
Mundo. Madrid, 23 de agosto de 1996), o las declaraciones del director general de Patrimonio Histórico, hechas
tras prestar declaración ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en las que define las excavaciones de urgencia como aquellas realizadas cuando las
obras no pueden modificarse y “hay que sacarlo todo
antes de que lleguen las obras...” (El País. Madrid, 10 de
septiembre de 1996), caen de lleno en este apartado de
banalización del patrimonio arqueológico, al demostrar
escaso compromiso con su preservación.
Durante la ejecución de las obras para la construcción
de las infraestructuras del Metrocentro en Sevilla, durante el primer semestre de 2006, se generó una polémica
en torno a si se debía excavar o bien dejar bajo tal
infraestructura, tras una primera valoración, parte de
una necrópolis islámica. La polémica se avivó merced a
las declaraciones del concejal de Coordinación Institucional del Ayuntamiento hispalense, que dio la noticia de su
aparición calificándola de “uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de cuantos han aparecido en la
ciudad de Sevilla”, para señalar acto seguido que no se
excavarían en profundidad sino que se conservarían in
situ (Abc. Sevilla, 13 de septiembre de 2006). La confusión generada por las opiniones del concejal, portavoz de
todas las incidencias de las obras del tranvía de Sevilla,
motivó que la propia Consejería de Cultura aclarase el
término “importancia”, en una ciudad donde se han
excavado varias necrópolis de esas mismas fechas. Pero
resulta imposible que esa rectificación no adquiera tintes
de connivencia entre administraciones de un mismo
signo político: “La Junta rectifica a Celis [concejal de
Coordinación Institucional] y dice ahora que la necrópolis no era tan importante”, titulaba el diario Abc, en su
edición de Sevilla, de 15 de septiembre de 2006.
La intervención arqueológica previa a esta obra ha ofrecido más ejemplos de noticias de este sesgo a raíz de la
destrucción de unos hornos almohades, la consiguiente
paralización de las obras, al parecer incumplida por el
Ayuntamiento, y, sobre todo, el conocimiento por los
medios de comunicación de que la consejera de Gobernación había amonestado al delegado provincial de Cultura por haber paralizado las obras municipales (“El
Ayuntamiento incumplió la orden de Cultura que paralizaba las obras del tranvía”; “Cultura alaba las obras del
tranvía tras la `bronca´ de Evangelina Naranjo [consejera de Gobernación]”; “Torres [consejera de Cultura] respalda la actuación de Bueno [delegado provincial de Cultura] con el tranvía y dice que sólo ha cumplido su obligación”, Abc, Sevilla, 4, 15 y 17 de mayo de 2006, entre
otras). Estas noticias reflejan los efectos de la personalización en la gestión de la arqueología urbana, especialmente cuando afecta a estas grandes obras, sometidas
a fuertes presiones políticas. Su resultado neto arroja el
cuestionamiento, cierto o supuesto, de la imparcialidad
de la actuación administrativa y, de paso, el propio patrimonio arqueológico tutelado, que siempre queda en un
segundo o tercer plano.
Jugar a Indiana Jones
Quiero añadir un remate carnavalesco, a juego con la
entradilla de este trabajo. Me refiero a un fenómeno
sumamente peculiar, a la vez que perjudicial por la imagen que da de la arqueología. En concreto, la inducción,
desde los propios estamentos políticos de la administración cultural, de proyectos de intervención arqueológica
que persiguen reclamar para esa institución propaganda
y mero protagonismo. Caso paradigmático de esta eventualidad fue la denominada “operación Velázquez”,
impulsada por la Consejería de Educación y Cultura de
la Comunidad de Madrid, el Arzobispado y el Ministerio
de Educación y Cultura.
Coincidiendo con la celebración del centenario de Velázquez, se aprovecharon las excavaciones en la plaza de
Ramales de Madrid, donde se alzó la iglesia en que se
enterraron el famoso pintor y su esposa, Juana Pacheco,
para buscar sus restos mortales.
La polémica suscitada por la aparición de enterramientos en ese y otros lugares velazqueños, sumida en una
vorágine periodística que duró cuatro o cinco meses, eludía no solo cualquier rigor científico, sino los principios
más elementales de la arqueología contemporánea, del
sentido común y hasta del ridículo. Se derrocharon
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
excavaciones como condición previa a la ejecución de su
proyecto, cuyo diseño –en la inmensa mayoría de las
veces- no prevé la integración de vestigio alguno. O sea,
mientras menos relevancia tenga lo aparecido, más facilidad para ejecutar el proyecto. Para colmo, justo es reconocer que cuando los arqueólogos responsables de una
intervención han querido adoptar una posición de fuerza,
ante quienes les han contratado, en favor de la preservación del patrimonio arqueológico, no siempre han contado con el respaldo de la administración cultural.
0151
La voz ausente
PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
Aunque ya ha sido objeto de reflexiones en otra ocasión
anterior (Rodríguez Temiño, 2004: 350 y ss.), no puedo
dejar pasar por alto la (casi) nula implicación de profesionales de la arqueología (universidades, administraciones
públicas y profesionales) en estos debates. Resultan escasas las intervenciones en estas polémicas públicas, aun
cuando, como ocurrió en la plaza de Oriente o en la plaza
de la Encarnación, haya una implicación activa de otros
profesionales. Silencio tanto más clamoroso cuanto que
estos debates se han desarrollado en ciudades que cuentan con, al menos, dos universidades con departamentos
relacionados con la impartición de asignaturas de Arqueología; varias administraciones con personal que ejerce
funciones como expertos en patrimonio arqueológico; y
secciones de arqueólogos de sus respectivos colegios de
doctores y licenciados. Esa falta de interés por los asuntos de “actualidad” sigue haciendo buena la divisa que
ha tenido la arqueología nacional: estar al margen de los
debates que se producían en España fuera de la arqueología, y dentro de ella fuera de España.
0152
Lo más significativo de esta ausencia es que, como ocurre en los nichos ecológicos cuando una especie dominante los abandona, su lugar se ocupa por otras “oportunistas” que pasan a ser dominantes. Es el caso de asociaciones culturales regidas por personas carentes de
conocimientos suficientes como para ser capaces de sustentar una opinión fundada sobre la valoración o conservación de unos restos. Ante la falta de una opinión experta, los medios dirigen su atención a quien no tiene empacho en alzar la voz, aunque sea de manera impertinente.
Es de suyo evidente que no puede generalizarse a todas
las asociaciones conservacionistas, por ello muestro un
ejemplo que ocupó cierto espacio en los diarios locales
hace unos años: las Reales Almonas excavadas en Sevi-
lla durante 1999 en el barrio de Triana. La denuncia de
una asociación cultural de la destrucción de un supuesto patio del siglo XV, provocó una estéril polémica que
solo sirvió para poner en tela de juicio la actuación de los
profesionales, ocultando cuestiones de mayor relevancia
que afectaban a la integridad de los propios vestigios de
las jabonerías trianeras.
Véanse, entre otros, las siguientes noticias: “Reales
Almonas de Triana: destrucción de un patio del siglo XV”,
reportaje a doble página con fotos en color publicado por
el diario Abc, edición de Sevilla de 9 de junio de 1999;
“El arqueólogo de la constructora quita interés a los restos de la calle Castilla”, El Mundo. Sevilla, 30 de junio de
1999; “Las Almonas, mentidero patrimonial”, El Correo
de Andalucía, de 30 de junio de 1999, donde se da
cuenta de las incidencias de una visita de la Comisión
Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla a las excavaciones, durante la cual la presidenta de la asociación
denunciante “hasta quiso, literalmente, lanzarse al gaznate” del director de la intervención. “El antes y el después de un atentado histórico”, Abc. Sevilla, de 5 de
octubre de 1999; “Duras críticas conservacionistas al
‘silencio’ de los arqueólogos”, Diario de Sevilla, 6 de
octubre de 1999, donde se dice que la Delegación de
Cultura “compró” el informe de un arqueólogo para que
fuese favorable a las demoliciones, en opinión de la asociación denunciante, lo que motivó incluso el editorial
“Sevilla sin defensor”, de ese mismo diario. Y la reacción
aparecida al día siguiente “El arqueólogo Florentino Pozo
critica las ‘calumnias’ de la [asociación] Demetrio de los
Ríos”, El Correo de Andalucía, 7 de octubre de 1999.
La acción pública en defensa del patrimonio arqueológico no tiene nada que ver con lo expuesto más arriba. En
muchos casos, ha sido la actuación de colectivos profesionales, asociaciones culturales o ecologistas la que
han impulsado, con no pocos inconvenientes, campañas
que han posibilitado la preservación del patrimonio
arqueológico amenazado, cambiando la voluntad inicial
de las administraciones públicas, como ha sucedido en
la plaza de la Encarnación. O en otros, como la plaza
Mayor de Écija o la plaza del Castillo en Pamplona, aunque no hayan culminado con éxito su empeño, al menos
han dado un claro ejemplo de defensa cívica de unos
valores culturales de interés común, en el mejor estilo de
la “esfera de opinión” habermasiana. Si no me explayo
ahora en ellos es porque ya lo hice con anterioridad
(Rodríguez Temiño, 2004: 349 y s.) y, sobre todo, porque
su actuación no banaliza el patrimonio arqueológico,
sino todo lo contrario.
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PH CUADERNOS Patrimonio cultural y medios de comunicación
medios y esfuerzos (por ejemplo, análisis de ADN de los
restos de San Plácido, El País. Madrid, 18 de junio de
1999) en una absurda competencia por hacerse con este
reclamo publicitario. Queden para la posteridad, el artículo publicado en El Mundo. Madrid, el 9 de junio de
1999 con el título “¿Son éstos los restos de Velázquez? El
Arzobispado de Madrid acusa a la Comunidad de ‘robarle’ el supuesto hallazgo”; o la noticia aparecida en la contraportada de El País, de 8 de abril de 1999, titulada
“Operación Velázquez”, con foto del consejero de Educación y Cultura bajando con paso trémulo al subterráneo
descubierto en la plaza de Ramales.
0153