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Ficha de análisis
Dossier : Guatemala entre la paz posible o la paz
deseable.
Gabriel Aguilera Peralta
Los antecedentes históricos de Guatemala : el difícil camino
hacia la paz
Guatemala fue escenario de una de las guerras internas más largas de América
Latina, con una duración de 36 años entre 1960 y 1996.
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Keywords: Las dificuldades de una cultura de paz en una población que ha vivido la
guerra | Tratado de Esquipulas | Oponerse a la exclusión social | La democracía,
factor de paz | | Aprender una cultura de paz | Conducir negociaciones políticas para
buscar la paz | Guatemala
El enfrentamiento interno de 36 anos que concoció Guatemala se caracterizó por su
extrema crueldad y la masiva violación de derechos humanos, insertándose en la
historia de un país en el cual se han sucedido con pocas excepciones, conflictos
armados internos, gobiernos autoritarios, así como de irrespeto a los derechos
fundamentales de la persona.
Se trata, de una nación que ha tenido pocos ejercicios en la democracia, en el
aprendizaje de la ciudadanía y que ha interiorizado una cultura de violencia.
Inclusive los decursos de modernización, como la reforma liberal de los años 70 del
S. XIX, que incorporó a la economía al mercado mundial y que estableció un Estado
moderno, no han ido acompañados de la democratización política. El Estado se
reprodujo como expresión de intereses de las élites económicas, originalmente
oligarquías basadas en el sector agrario. [Comisión de Esclarecimiento,1996] Fue
igualmente un Estado altamente centralizado, donde el gobierno central concentraba
las decisiones políticas y económicas y que manifestaba macrocefalia en cuanto a la
ubicación de la inversión social y de los servicios estatales, en las grandes áreas
urbanas o zonas de interés para las elites económicas dominantes.
Carente de legitimidad y dependiendo por ello de la capacidad de su aparato
represivo para el control social, el Estado ha sido fundamentalmente excluyente.
La exclusión se ha manifestado en varios niveles. En el político,por la sucesión
de dictaduras tradicionales y de gobiernos autoritarios con componente militar,
instaurados o por medio de golpes de Estado o de fraudes electorales. En el social,
debido a que al haber sido el Estado expresión de intereses oligárquicos, se
mantuvieron altos niveles de concentración del ingreso y de los medios de
producción, con la consiguiente falta de acceso de los habitantes a los satisfactores
vitales básicos. [Torres-Rivas, 1999]
Pero el nivel más profundo de la exclusión se constituyó en el campo de las
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relaciones Interétnicas. Guatemala es uno de los pocos países latinoamericanos
cuya población indígena originaria, mantuvo y reprodujo su cultura y su importancia
numérica a través de las diversas etapas históricas.
Aún para el año 2004 se estimaba que la población indígena constituye el 45 % de
los habitantes, y que se hablan con diversa cobertura, cerca de 22 idiomas y lenguas
indígenas. Pese a su importancia, ese segmento de los guatemaltecos se encuentra
entre los más marginados. El poder político y económico ha estado tradicionalmente
concentrado en el segmento poblacional no indígena, conocido localmente como
ladino. [Cojti, 1995]
Entre los indígenas se manifiestan los índices mayores de pobreza y otros
indicadores como el analfabetismo y la mortalidad infantil. Además de ello, fue
constante la negativa a reconocer la identidad cultural y los derechos de esos
pueblos. El racismo y la discriminación han formado parte del pensamiento
colectivo de la nación.
Aunque muchas naciones del continente pueden haber atravesado desarrollos
históricos similares, destaca en Guatemala la resistencia al cambio y el fracaso de los
intentos de reforma. Es probable que el proceso político que tuvo lugar en el periodo
entre 1944 y 1954 del siglo pasado, “la revolución de octubre” haya sido el más
elaborado de esos intentos, ya que durante el mismo se procuró, simultáneamente,
la democratización política y la reforma social. Debido a la coincidencia de las
oposiciones internas a las reformas y a una ubicación del contencioso,
probablemente inevitable dada la época, en la dinámica de la guerra fría, el segundo
gobierno de ese periodo fue derrocado mediante un movimiento armado respaldado
por el gobierno norteamericano. [Cullather, 1999]
La izquierda de la época interpretó esos hechos como la reiteración de la no
posibilidad de construcción de una sociedad incluyente por medios democráticos.
Unida esa percepción a la vigencia que entonces tenían el pensamiento marxista y el
recurso a la violencia para alcanzar los cambios sociales, se explica el inicio de la
guerra interna a partir de una rebelión militar en 1960. Durante las siguientes
décadas la guerra, con altibajos y modificación de escenarios y actores, se mantuvo
tenazmente como el eje central de la vida política de la nación. Parte de ese periodo
estuvo acompañada por gobiernos autoritarios y graves violaciones de los derechos
humanos.
Desde el punto de vista militar esa contienda no alcanzó niveles comparables a los
que se dieron en El Salvador y Nicaragua. Se manifestó principalmente como guerra
de guerrillas. La mayoría de los enfrentamientos armados involucraron a formaciones
no mayores de compañías, predominando el uso de infantería. Los escenarios de
combate fueron predominantemente rurales, aunque en ciertas coyunturas la
guerra urbana, principalmente en la ciudad capital, adquirieron relevancia.
El área de operaciones fue inicialmente el nororiente del país, desplazándose
posteriormente a la selva tropical húmeda del norte y el altiplano occidental. En esta
última región la confrontación adquirió su mayor intensidad. La insurgencia no llegó
a establecer territorios liberados, aunque sí áreas de influencia. Por su naturaleza,
los enfrentamientos armados no generaron bajas militares de grandes proporciones.
Sin embargo, la estrategia contrainsurgente de ese tiempo, empleada por los
gobiernos autoritarios, tuvo como efecto un alto costo humano.
Se estima que cerca de 200 000 personas perdieron la vida, 75 000 de ellas
entre 1980 y 1982, siendo las víctimas en su gran mayoría población civil no
combatiente, incluyendo una elevada cifra de detenidos-desaparecidos. En el mismo
espacio de tiempo, el número de refugiados internos y desplazados externos
puede haber sobrepasado un millón de personas, equivalente a la séptima
parte de la población del país. Entre las víctimas, predominó la población
campesina indígena. [Comisión de Esclarecimiento, 1996]
Las fuerzas insurgentes llegaron a ejercer influencia política, incluyendo el campo
internacional, y a contar con una considerable adherencia campesina, pero por
carencias de organización y logística no fueron capaces de convertir ese respaldo
político y social en fuerza militar. Por ello no estuvieron cerca de lograr la victoria de
las armas, aunque a finales de la década de los años 70, en su espacio de mayor
expansión geográfica y encuadramiento de población campesina, hayan estado
cercanos a obtener un equilibrio de poder con el Estado. Sin embargo, la violencia de
la contrainsurgencia a partir del año 1980 revirtió esa situación y redujo a los
revolucionarios a una situación en la cual si bien el Estado no podría derrotarlos en
definitiva, tampoco ellos estaban en condiciones de acumular medios políticos y
militares para pasar a la ofensiva.
Aunque el conflicto se inició y se reprodujo esencialmente por razones
internas, el ámbito internacional de la guerra fría hizo que se vinculara a la
lucha entre superpotencias. De esta forma los gobiernos que se sucedieron en el
poder durante esa etapa, inclusive los autoritarios, contaron con el respaldo de los
Estados Unidos y sus aliados, en tanto que las organizaciones revolucionarias fueron
apoyadas por las naciones del campo socialista. En la década de los años 80 del siglo
pasado, el inicio del proceso de cambios mundiales que condujo a la desintegración
de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, hizo posible los procesos de Contadora
y Esquipulas, los cuales posibilitaron negociaciones que afrontaron exitosamente la
conflictividad centroamericana, generando a su vez procesos duales de
democratización y pacificación al interior de los países.
Los cambios internacionales hicieron posible las negociaciones de paz. Pese
a que la guerra duraba ya décadas, no se había planteado estratégicamente una
negociación. La naturaleza autoritaria del Estado había imposibilitado concebir una
salida política, a la par que la persistencia de las ideologías y la guerra fría, daban a
los contendientes, cualquiera que fuera la correlación militar, los apoyos externos y la
convicción en la posibilidad de la victoria final, para continuar la lucha.
Con los cambios mundiales y el inicio de la transición a la democracia, se configuró
para las partes de la guerra la clásica situación de “ventana para negociación”,
con la toma de conciencia de la imposibilidad de obtener los objetivos políticos
buscados por medios militares y la perspectiva de que si el enfrentamiento
continuaba, el balance de poder podría empeorar, en particular para los insurgentes.
Por otra parte, el entorno internacional, se había tornado favorable a una solución
política. [Harnecker 2000]
El último gobernante del periodo autoritario, el general Romeo Lucas García fue
derrocado por un golpe militar en marzo de 1982. Le sucedieron dos gobiernos
militares más y en 1984 tuvieron lugar elecciones para Asamblea Constituyente, la
cual elaboró una ley fundamental que entró en vigor en 1985. Ese mismo año se
realizaron elecciones libres y competitivas y el primer presidente de la transición
a la democracia, Vinicio Cerezo, asumió el poder en enero de 1986.
Ese gobernante, quien fue uno de los impulsores del proceso de Esquipulas,
propició el primer encuentro oficial con la URNG, llevado a cabo en Madrid en 1987.
Durante el mismo se precisaron los criterios de las partes: el gobierno,
argumentando que ya se había restaurado la democracia, ofrecía a la guerra
posibilidad de dejación de armas, amnistía y reinserción a la vida civil. (agenda
corta). Los revolucionarios propusieron alto al fuego y pláticas sobre reformas
estructurales que atenderían las motivaciones de la guerra (agenda larga). Pese a
que es usual que al inicio de una negociación los que participan coloquen demandas
maximalistas, que conforme se avanza en las conversaciones se van modificando,
durante el resto del tiempo de gobierno del Presidente Cerezo a posición oficial no
cambió.
Es posible que ello se haya debido al precario equilibrio que mantenía el orden
democrático con grupos de presión ligados al pasado: inclusive el Presidente Cerezo
debió afrontar dos intentos de golpe de Estado. Estos grupos no aceptaban la
necesidad de solución política al conflicto y menos aún, que se discutieran
posibles reformas económicas y sociales. [Monteforte 1997]
La posibilidad de paz se mantuvo vigente, empero, debido a que la Comisión
Nacional de Reconciliación (CNR) creada a partir de las recomendaciones de
Esquipulas y presidida por el entonces obispo Monseñor Rodolfo Quezada Toruño,
organizó encuentros de la URNG con representaciones de la sociedad civil. Este ciclo,
conocido como el “ciclo de Oslo”, involucró a la misma CNR, los partidos políticos,
las Iglesias, los empresarios, académicos y grupos populares. Su principal resultado
fue obtener respaldo de la mayoría de entidades participantes (con excepción de los
empresarios) a la posición de que la negociación debería incluir a la agenda larga.
[Jonas, 2000]
La fase preliminar :
Esta fase creó las condiciones iniciales para la negociación. El eje sobre la naturaleza
del proceso, si el mismo incluiría la agenda corta (temas operativos) o la larga
(sustantiva). Para los insurgentes, la posibilidad de aceptar la solución política al
conflicto estaba ligada a la segunda posibilidad, ya que ella permitiría obtener por
medios negociados, algunos de los objetivos del proyecto revolucionario, lo que se
denomina “el segundo mejor objetivo” en teoría de la negociación. Para los actores
sociales no participantes, la oportunidad de convertir la paz en un espacio para
cambios estructurales resultó igualmente atractiva. Sin embargo, el gobierno no
estaba en condiciones de aceptar ese esquema, dado el balance aún precario de
poder entre los gobernantes civiles y la influencia de actores militares y civiles
opuestos a la negociación sustantiva.
En 1990 asumió el poder el segundo presidente de la transición, Jorge
Serrano, el cual había participado en el proceso de Oslo. Serrano buscaba impulsar
la negociación y para ello inició su gestión con cambios en los mandos militares, con
lo que estableció su autoridad, y aceptando la agenda larga para negociar.
En abril de 1991 se reunieron las representaciones de las partes, en la
ciudad de México. Por el gobierno asistió la Comisión Nacional de Paz (COPAZ)
ente creado para esa finalidad, dirigida por funcionarios civiles con participación de
militares, y por parte de la URNG sus principales comandantes y asesores.
Dicha reunión acordó el procedimiento y temario de las conversaciones. Para lo
primero se acordó un formato en que actuaría como tercera parte la CNR, dirigiendo
los debates Monseñor Quezada, con observación de un delegado de Naciones Unidas.
Para lo segundo se constituyó la agenda con temas operativos (cese al fuego,
reincorporación de la URNG a la vida política, cronograma de cumplimiento) y
sustantivos (democratización y derechos humanos, reformas económicas y sociales,
derechos e identidad de los pueblos indígenas, reasentamiento de las poblaciones
desarraigadas por el conflicto, fortalecimiento del poder civil y función del ejército en
una sociedad democrática, reformas constitucionales y electorales).
La segunda ronda de negociaciones se efectuó en julio del mismo año en la
ciudad mexicana de Querétaro. Allí se consensuó el primero de los resultados, el
llamado “Acuerdo de Querétaro”, una declaración de principios democráticos cuya
importancia radica en que, por primera vez desde que se inició el conflicto, ambas
partes coincidieron en definir el concepto de democracia que aceptaban.
En esa etapa no se avanzó más, si bien en octubre de 1992 el gobierno, después de
haber negociado directamente con las representaciones de los refugiados en México,
firmó con ellos un convenio estableciendo las bases para el retorno de cerca de 40
000 personas que habían buscado protección en territorio mexicano durante el
conflicto. Se interpretó el movimiento como parte de una estrategia gubernamental
para hacer avanzar la pacificación, sin sumar legitimidad a los insurgentes.
El siguiente tema, los derechos humanos, estaba siendo trabajado con dificultad y
lentitud, cuando en mayo de 1993 el Presidente Serrano, enzarzado en una intensa
lucha de poder con el Congreso de la República y el Organismo Judicial, dio un golpe
de Estado, suspendiendo la vigencia de la Constitución y de los poderes de Estado.
La URNG, ante esa situación, se retiró de las conversaciones.
La primera fase de las negociaciones :
La misma se hizo posible por la decisión de gobierno de aceptar los temas
sustantivos, lo que significó a la vez un fortalecimiento de la autoridad civil. La
agenda acordada integró los asuntos operativos destinados a poner fin al
confrontación armado, con un catálogo ambicioso de problemas estructurales e
históricos, a los cuales se buscaría solución. El formato de las conversaciones se
articuló solamente sobre actores internos, ya que el papel de Naciones Unidas era de
observador. Empero, aún no se habían dado las condiciones para la maduración de
los entendidos. El Acuerdo de Querétaro, con toda su importancia, significaba un
enunciado de principios, sin embargo, los puntos de derechos humanos que ya
implicaban compromisos no lograron ser resueltos. La confianza entre las partes
todavía no se había formado y las misma no se habían decidido entre considerar
estratégicamente o meramente tácticamente la posibilidad de la paz.
El golpe, conocido como “serranazo” fracasó y el Congreso de la República designó
como Presidente a Ramiro de León Carpio, quien venía fungiendo como Procurador
de los Derechos Humanos. Las conversaciones de paz se retomaron en México y en
enero de 1994 se firmó un Acuerdo Marco para la reanudación de las negociaciones
con el siguiente contenido:
Se ratificó el temario anterior, aunque con otro ordenamiento
Se solicitó a Naciones Unidas que designara a un moderador en calidad de
representante del Secretario General. Fue nombrado el Sr. Jean Arnault.
Se acordó crear una mesa paralela, la Asamblea de la Sociedad Civil, bajo la
dirección de Monseñor Rodolfo Quezada. Este espacio daba oportunidad a
representaciones de la sociedad civil, de discutir los mismos temas de la
agenda y hacer propuestas a las partes.
Bajo ese nuevo esquema, el 29 de marzo siguiente se firmó el Acuerdo Global
sobre Derechos Humanos en México, siendo especial en el mismo el que se
estableció un mecanismo inmediato de verificación por parte de Naciones Unidas, la
MINUGUA. En Oslo, Noruega, el siguiente junio, se convinieron los Acuerdos para
el reasentamiento de las poblaciones desarraigadas, temática que ya había
sido parcialmente resuelta mediante los entendidos de 1992, así como el Acuerdo
que creó a la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Este segundo entendido
originó problemas internos a la URNG, ya que se levantó oposición a lo que se
interpretaba como una posición de concesiones excesivas al Gobierno en materia del
mandato de la comisión de la verdad.
Pero el impulso continuó con la firma en marzo de 1995, del documento sobre
identidad y derechos de los pueblos indígenas, en la ciudad de México. A
partir del mismo se originó un nuevo “empantanamiento” en torno al tema:
reformas económicas y sociales y agrarias. Dado que esos asuntos estaban en el
centro de las desigualdades sociales del país, se dificultó lograr un entendido y el
proceso atravesó por coyunturas complejas. Finalmente se inició la campaña
electoral y en ese ambiente ya no se tomaron decisiones. En enero de 1996 asumió
el poder el cuarto presidente del periodo democrático, Alvaro Arzú.
La segunda fase de las negociaciones :
Se alcanzó la maduración del proceso. La legitimidad democrática del Estado se
fortaleció al fracasar el golpe de Estado. La legitimidad de la negociación se
acrecentó mediante la creación de mecanismos de participación de la sociedad civil y
la intervención de Naciones Unidas como “tercer actor”, lo que añadió un elemento
de apoyo y presión positiva; los cuatro Acuerdos firmados, todos ellos sustantivos,
se referían a algunos de los problemas centrales de la sociedad. Ambas partes
hicieron concesiones importantes y afrontaron en su caso el costo político de las
mismas, como sucedió a la URNG. Se hizo evidente la formación de un concepto
estratégico sobre la paz para las partes; considerarla posible, mejor alternativa y
conducirla tratando de obtener el “segundo mejor objetivo”.
En el primer año del nuevo gobierno el decurso se aceleró. El Presidente Arzú se
reunió directamente con la insurgencia, lo que contribuyo a la consolidación de
confianza, a lo que añadió igualmente las conversaciones directas de las partes, sin
agenda, bajo el auspicio de la Comunidad de San Egidio. Así también encuentros,
que se mantuvieron secretos, entre mandos del Ejército de Guatemala y de la URNG.
Reunida de nuevo la mesa oficial se logró finalmente firmar el acuerdo sobre temas
socio económicos y agrarios en mayo de 1996.
Las decisiones que en relación al texto final aceptó la URNG, incrementaron las
discrepancias internas, ya que algunos militantes, entre ellos el cuerpo de asesores,
estimaban que se estaba concediendo demasiado al gobierno.
El siguiente 19 de septiembre concluyó el tratamiento del punto relativo al
fortalecimiento del poder civil y función del ejército en una sociedad democrática.
Aunque el asunto, que involucraba la desmilitarización, habría sido complejo de
arribar a consenso en otras circunstancias, fue eficazmente gestionado mediante
concesiones mutuas. A continuación los restantes acuerdos se fueron firmando en
rápida sucesión.
El 4 de diciembre se concluyó en Oslo, Noruega el alto al fuego definitivo;
El 7 del mismo mes en Estocolmo, Suecia los entendidos sobre reformas
constitucionales y electorales;
El 12 en Madrid, las bases para la incorporación de la URNG a la legalidad, el 29
en Guatemala, el cronograma de cumplimiento.
Y finalmente ese mismo día en horas de la tarde, el documento final “Acuerdo
para la Paz Firme y Duradera”, en el marco de una solemne ceremonia con
asistencia de numerosas delegaciones internacionales.
La fase de cierre
Las partes ya arribaron al convencimiento de la necesidad de la paz y de que por
medio de ella alcanzarán el “segundo mejor objetivo”. Se configura una situación
dialéctica en que las partes continúan tratando de avanzar al máximo sus objetivos
particulares en la mesa de negociación, al mismo tiempo que ya no están dispuestos
a abandonar el decurso o que el mismo no concluya. Eso explica la velocidad con que
se tomaron acuerdos en esta fase y la superación de los obstáculos, algunos de ellos
graves, de último momento.
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