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GOYA 348 Estepa

horacio fernández (ed.) Fotos & Libros. España 1905-1977 Acción Cultural Española, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Editorial RM, Barcelona, 2014, 264 páginas. El texto que sigue a continuación se refiere fundamentalmente al catálogo de una exposición pionera en su género. Merecedora de un comentario más amplio y pormenorizado, sólo se han añadido una serie de glosas y puntualizaciones, para el lector interesado, que en absoluto desvirtúan un trabajo bien realizado y digno de ser continuado. Se trata de un enfoque nuevo de una realidad dual: bibliográfica y artística, latente durante muchos años y que ahora empieza a cobrar carta de naturaleza propia. Asistir a sus orígenes es una tarea a la vez apasionante y apasionada. Desde el 28 de mayo hasta el próximo 5 de enero tiene sus puertas abiertas en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la exposición Fotos & Libros. España 1905-1977, que es de gran interés debido a que, con esta actuación, se consolida una corriente de libros de imágenes fotográficas que permanecían como elementos desperdigados y que, a partir de ahora, habrá que considerar bajo el rótulo genérico de photobook, o fotolibro, si se prefiere. Una categoría todavía en fase de construcción. El factor aglutinante, y al mismo tiempo la chispa que ha marcado el norte orientador de la organización de Fotos & Libros. España 1907-1977, ha sido la publicación, hace una década, del primero de una serie de tres volúmenes titulado Photobook: A History (2004), cuyos autores, los fotógrafos e historiadores británicos Martin Parr y Gerry Badger, incluyeron Toreo de salón (1962) con fotos de Oriol Maspons y Julio Ubiña e Izas, rabizas y colipoterras (1964) con las sorprendentes instantáneas de Juan Colom y, en ambos casos, textos de Camilo José Cela. A partir de ahí, y como 270 es arraigadísima costumbre patria, unos libros a los que en España no se les había hecho apenas caso empezaron a ser valorados y tomados en mayor y mejor consideración. Y esto lo digo con pleno conocimiento de causa, ya que cuando a lo largo de los años fui adquiriendo en la librería Visor, de Madrid, los volúmenes de la colección Palabra e Imagen (Editorial Lumen), a la que pertenecen los dos títulos antes mencionados y que no son otros que los que se exhiben en la exposición, al principio, nada más salir a la venta, se vendían unas docenas de ejemplares muy rápidamente y luego languidecían meses y meses en los estantes. En la actualidad, y ya en el mercado del libro antiguo, las cosas no son muy distintas. La siguiente tarea para la recuperación de los fotolibros españoles era volver la vista sobre las líneas de producción editorial que respondieran a los criterios expuestos en Photobook: A History, y dar contenido y forma a los hechos según se desarrollaron en su devenir histórico concreto. Esto lo ha llevado a cabo Horacio Fernández, auxiliado de un equipo de investigadores: Concha Calvo, Javier Ortiz Echagüe, Rocío Robles, Mafalda Rodríguez, Angélica Soleiman y Laura Terré, con una gran competencia en la redacción del catálogo y una mayor aún escasez de medios físicos y técnicos en la exposición. La labor era ya de por sí problemática, pues la definición que Parr y Badger dan de photobook: “un libro –con o sin texto– en el que el mensaje primario lo transmite la fotografía”, resulta un poco demasiado inconsistente. Ha sido una verdadera pena que en el exiguo espacio que se ha destinado a la exhibición de las piezas no haya habido lugar para El Quijote (1967) ilustrado con las imágenes captadas en La Mancha a mediados de los 1960 por Ramón Masats, algunas verdaderamente antológicas, y que son un feliz atrevimiento sin parangón en nuestras letras clásicas. Sin duda un extraordinario photobook. Con todo, aquí, el mensaje primario lo puso don Miguel de Cervantes Saavedra, y la idea de hacer el libro fue de Jorge Cela, hermano de Camilo José, por aquellos días directivo de editorial Alfaguara. Esta obra se cita en el catálogo de la exposición, y sin embargo no fue exhibida. Una verdadera pena. Esta endeblez constitucional del concepto al uso de fotolibro, es más que patente cuando se toman en consideración determinadas áreas del conocimiento que utilizan la fotografía de modo consustancial al texto, como son las ciencias naturales, la medicina y a fortiori la historia del arte. La inmensa mayoría de los tratados técnicos de estas disciplinas entrarían sin violencia ninguna dentro de la categoría de photobook. En los antecedentes históricos citados por Parr y Badger figuran libros de estas materias, pero es evidente que, según las técnicas fotográficas y de imprenta se perfeccionaron, el ingente caudal de la producción impresa excede con mucho el margen de definición de los volúmenes considerados como índices históricos. Sin embargo, lo que Parr y Badger entienden por photobook queda bastante bien acotado por extensión o deixis: el elenco de títulos, imágenes y comentarios que aparecen en su trío de volúmenes nos llevan a asegurar con poco margen de error que un photobook no es sino un reportaje gráfico en formato de libro. Que sea en prosa o en verso no es relevante al efecto de la definición. A los hechos me remito. g o ya 3 4 8 · a ñ o 2 0 14 Y esta deducción a partir de los libros descritos y analizados cobra consistencia cuando por las propias manifestaciones de los autores sabemos que el punto inicial, tanto para su reflexión histórica como para el acopio y colección de datos y objetos, fue la edición de 1969, la segunda, de The Americans (1959) con fotos de Robert Frank y texto introductorio de Jack Kerouac que publicó el Museum of Modern Art, obra que conozco bastante bien porque, muy curiosamente, adquirí un ejemplar durante mi primera visita a Nueva York en la navidad de 1972. The Americans no es ni más ni menos que una versión en clave de pop de aquellos otros álbumes fotográficos que de modo estático y en un estilo aletargado y monumental describían, o más bien disecaban, una ciudad o región. Cuando uno veía aquellas vedute fotográficas impresas en azul prusia, en sepia o en aquel charol duro y con aquellos tonos grises que se metían en la entraña de lo negro, no se sentía muy inclinado a conocer in person tales bellezas culturales. Cuando reventó el corsé estético, aquellas formas tan serias, eternas, esenciales y antológicas pasaron a un segundo plano de atención. El palacio, la catedral, la plaza y la gran avenida hicieron un discreto mutis en la gran escena de la fotografía para abrir paso a imágenes dinámicas y, en otro orden de consideraciones, más inmediatas, sugerentes y tangentes al mundo del espectador. La innovación y lo que daba el bouquet de modernidad era la captura al vuelo de lo cotidiano, a escala mínima: el gesto fugaz, el hecho que dura un abrir y cerrar de ojos. Esta representación efímera, típicamente norteamericana, de lo que en apariencia ocurre como al pasar en los más variados niveles socia- biblioteca les, desde las altas esferas de senadores y acaudalados de toda laya hasta los barrios de los negros más olvidados, inauguró de modo definitivo, como una botella de un vino espumoso que de un golpe se descorcha –cierto que había habido importantes precedentes, como la exposición The Family of Man (1955), creada a partir de fotos de prensa, sobre todo de Life, y que tuvo un éxito arrollador–, todo un universo de sugerencias a los fotógrafos que, al igual que ocurriera en la narrativa behaviorista con Los Hijos de Sánchez (1961) de Oscar Lewis, con respecto del uso del magnetofón, no pretenden reflejar la realidad, sino crearla. ¿Qué significa esto? Pues que el ángulo de la toma –o del disparo, si se prefiere, ya puestos tomar partido por la acción–, el corte del movimiento, etc., etc., y luego el grano del revelado, el tamaño de la prueba y demás recursos formales de laboratorio y presentación, determinan un grado de conciencia muy concreto, que a la mayoría de los observadores no cualificados, quizá, se nos habría escapado. Por otra parte, el photobook no deja de ser un medio de comunicación más agil y permanente que la consuetudinaria exposición en la que, además, el espectador tiene que desplazarse a la sala en determinado horario, sólo en un cierto espacio de fechas, etc. Y puede doblar en sus funciones, también, a modo de catálogo; como es el caso que nos ocupa. Visto de este modo, el photobook tiene, qué duda cabe, más sentido y un contenido mejor adaptado al medio expresivo que la acostumbrada exposición. Así las cosas, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía ha abierto brecha en el panorama de la historia de la fotografía española con Fotos & Libros. España 1905-1977, una muestra de muy modestas dimensiones sobre una materia de la que todavía queda mucho que decir. Sobre esto quiero insistir en que la función del museo, al igual que la de las bibliotecas, debe estar orientada hacia el estudio más que hacia el turismo, que no deja de ser una actividad puramente divulgativa. Lo digo porque, para el simple visitante, una exposición con tantas implicaciones y de tan variada naturaleza, es difícil de comprender en todo su interés y alcance. Aunque haya no pocas fotos de encantadora descripción de ambientes sociales o paisajes, y algunas muy sorprendentes, creo que su sentido se escapa por falta de soporte informativo tanto físico como conceptual. Sobre todo, los precedentes son demasiado puntuales para constituir la plataforma de materiales gráficos que configuren los estilos del siglo XIX frente a las innovaciones de la modernidad, que son los que constituyen la columna vertebral de la muestra en su conjunto. Además, el estudio de cubiertas de libros, fotomontajes en el entorno de los años treinta y las construcciones de tono emblemático de las cubiertas de Daniel Gil para Alianza Editorial junto a las de Seix Barral son saltos, en mi opinión, demasiado largos para el común de los visitantes. Dos focos de atención organizan los materiales expuestos. La guerra civil y su entorno editorial, y la producción editorial surgida a comienzos de los años sesenta. Pero como no han sido pocas las exposiciones sobre la producción gráfica durante el periodo republicano organizadas desde la instauración de la democracia en España, lo que más singular y atractivo resulta es la producción de fotolibros españoles a partir de los años sesenta. 271 Un núcleo de editoriales catalanas que con Lumen en cabeza del pelotón cultural de la llamada gauche divine –me refiero a Seix Barral, a la contracultural Kairós, a FAD, y en mucho menor medida editorial Marte, que hizo libros para bibliófilos de escaso medios económicos– pusieron el contrapunto a la producción de las madrileñas Alianza Editorial –un vástago de Revista de Occidente–, Alfaguara y Editora Nacional e impulsaron la fotografía como medio expresivo, tanto en las cubiertas de los volúmenes como con la amalgama de textos de carácter literario e imagen fotográfica. El puente cronológico entre el fin de la guerra civil y estas manifestaciones posteriores, está marcado por la propaganda política del Régimen, el costumbrismo al estilo de Ortiz-Echagüe y Alfonso, junto a las muy meritorias iniciativas en solitario –una vez, y no más– de varios audaces poetas que ilustraron sus versos con evocadoras fotografías. El punto de disrupción fue en 1959, cuando la familia de Esther Tusquets se hace cargo de editorial Lumen y deciden dar un golpe de timón al rumbo ultraconservador que había mantenido desde su fundación. Entonces, los cinco miembros implicados en el negocio viajan a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, y quedan deslumbrados por un libro singular que luego publicarán en España: Muerto por las rosas, obra de solemnísimo y muy devoto culto entre los bibliófilos, con texto de Yukio Mishima y fotos del también japonés Eikoh Hosoe. Los vientos editoriales estaban tomados, según cuenta Esther Tusquets en su, a nuestros efectos imprescindible, trilogía autobiográfica: Confesiones de una editora poco mentirosa (2005) Habíamos ganado la guerra (2007) y Confesiones de una dama indigna (2009) y la extraordinaria colección que surge, Palabra e Imagen, en sus sucesivos estados larvarios fue pasando de la ilusión emocionada al concepto, y de ahí a la forma y al conocido formato de las artes finales. Un repaso de los otros volúmenes expuestos manifiesta que fue muy imitada. ¿Pero hay un criterio que agaville tantas y tan dispares iniciativas expresivas? Creo que si indagamos un poco 272 en los orígenes y evolución histórica de algunos de estos sellos editoriales, vemos que no hay tanta distancia entre las funciones propagandísticas y las puramente publicitarias del fotolibro. Ello está en la raíz. Al fin y al cabo, una obra seminal como The Americans (1959) no deja de ser, además de un precioso libro, un reclamo turístico. Y varios de los más destacados centros editoriales españoles tuvieron orígenes claramente ideológicos. Seix Barral empezó siendo una editorial religiosa en el siglo XIX, después pasó al libro de texto y, luego, el talento de Carlos Barral la transformó en una de las banderas de la modernidad. Más evidente es el caso de la reiventada Lumen. Sucesora por línea directa de las llamadas Ediciones Anti-Sectarias, fundada por el presbítero Juan Tusquets en Burgos, cuando aún no había terminado el conflicto fratricida entre españoles. Pero más tarde, cuando el fundador vio aterrado el efecto que los libros habían tenido sobre la represión de los presos republicanos, la cerró y la reconvirtió en una editorial simplemente católica, Lumen, que cuando pasa a manos de Esther Tusquets, y en una línea totalmente diferente, llegará a ser uno de los sellos más innovadores de un momento cultural que aún no ha finalizado. A partir de la aparición en el mercado de Izas, Rabizas y Colipoterras, el estupendo reportaje gráfico de Juan Colom sobre el Barrio Chino barcelonés, gracias a los hábiles oficios de Camilo José Cela ante Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo, a cuyo cargo estaba el departamento de censura, pues sin este imprescindible contacto jamás hubiera visto la luz, salieron, ya bajo el logo de Alfaguara las siete series de Nuevas escenas matritenses, con Cela, de nuevo, como autor de los textos y Enrique Palazuelo, hermano del pintor y escultor, que estuvo a la cámara fotográfica. Unas evoluciones ideológicas en absoluto divergentes de las de Editora Nacional que en Fotos & Libros. España 1905-1977 ha aportado Antifémina (1977) escrito por María Aurelia Capmany, destacada antifranquista y una de las fundadoras del Partido Socialista de Cataluña, e ilustrado por Colita, que también par- ticipó en el espléndido Luces y sombras del flamenco (1975) de Caballero Bonald, y también publicado en la colección Palabra e Imagen que, dicho sea de paso, se equipara en calidad e interés, cuando menos, con cualesquiera de los photobooks que en este mundo han sido. Muy significativamente, Editora Nacional, que naciera como vástago de la revista falangista Jerarquía durante la guerra civil, terminó sus días publicando una de las colecciones más curiosas e interesantes de la modernidad: la Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados, también, sin duda, muy a trasmano de los propósitos fundacionales y en la trayectoria de ese gran arco ideológico que va del Movimiento a la Movida. Y ciertamente, la muy interesante exposición Fotos & Libros. España 1905-1977 se cierra en el tiempo y en las ideas con Punk (1977), al que Salvador Costa le puso imágenes y Jordi Vargas los escritos. Sin duda, hay todavía mucho que reflexionar, argumentar y exponer sobre estas particulares relaciones entre palabra impresa e imagen, que llegan a ser de notable complejidad formal. La combinación de dibujo e imagen fotográfica es otra nueva perspectiva que merece la pena ser explorada. La propaganda política usó estos recursos, por ejemplo, en La Batalla del Ebro (1953) que con ilustraciones de línea por Ambrós, más conocido en el mundo del tebeo como creador del Capitán Trueno, publicó la Ayudantía Nacional de las Falanges de Franco con motivo de la Marcha-Homenaje en el XV aniversario de su fundación, o el libelo Prieto, el burgués aprovechado, que apareció supuestamente en Madrid bajo el fantasmal signo de una Editorial Combate. No lleva inscripción de Depósito Legal. Para terminar, no quiero dejar pasar la ocasión de recordar aquel tan denigrado género que fue la fotonovela, de muy efímera existencia por los años setenta, y que, como suele ocurrir con las producciones populares, en su día fueron abundantísimas y, hoy, ya, de notable rareza porque fueron destruidas y olvidadas tras su lectura. · luis estepa · g o ya 3 4 8 · a ñ o 2 0 14