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Prólogo...

Título: EL HOMBRE COMO AUDITOR DE SU PROPIA GESTION MEDIOAMBIENTAL Nombre: Sebastián Jesús Villalobos Marey Rut: 12.939.321-1 Programa: DIGEIN Nombre asignatura: Ética Profesional Correo Electrónico: [email protected] Introducción Se ha definido la conciencia ecológica como la capacidad del hombre para entender que es dependiente de la naturaleza y principal responsable por su estado de conservación. Se ha hecho una verdad inmutable, que ignorar esta conciencia equivale a la autodestrucción, porque al degradar el medio ambiente se deteriora la calidad de vida del hombre hasta poner en peligro el futuro de su descendencia. Se ha señalado, para nuestra tranquilidad relativa, que desarrollo económico y conciencia ecológica pueden ir de la mano; que se puede producir de manera sustentable, reducir y reciclar los desperdicios, reutilizar un gran número de materiales para el día a día del hombre moderno y, desde fines del siglo XX, se ha insistido en desarrollar políticas que fomenten la generación de energías limpias. Pero, ¿se ha desviado por un momento tan solo nuestra atención hacia la principal causante de los males del planeta, la explosión demográfica, ese crecimiento indiscriminado de la población mundial en los cinco continentes sin excepción? ¿Se han establecido políticas de natalidad, en función de los recursos y bienes de consumo que necesita una familia moderna de más de tres miembros? Desarrollo del Tema Ernst Haeckel en Generelle Morphologie der Organismen (Morfología General de los Organismos), publicado en Berlín, en 1866, definió la Ecología como “La ciencia de las relaciones de los organismos con el mundo exterior”. Vemos pues, que ya existía inquietud desde el siglo XIX acerca de la relación del ser humano con el entorno, que su calidad de “pensante” no lo separa de las demás especies, sino todo lo contrario, pone sobre sus hombros una responsabilidad irrenunciable: el peso de ser la única especie capaz de pararse en dos pies sobre su centro y decidir su destino. Por desgracia, algunos autores como el economista británico Thomas R. Malthus, quién vivió entre los años 1766 y 1834, no ostentan demasiada fe en esta supuesta responsabilidad. Malthus, especialmente en su estudio An Essay on the Principle of Population (Ensayo sobre el principio de la población), publicado en forma anónima en 1798, se dedicó al estudio de la explosión demográfica y en su teoría sobre las poblaciones, aseguró que éstas crecen de manera geométrica mientras que los recursos naturales que las sustentan lo hacen de forma aritmética. En este mismo ensayo, expresó que si el ser humano no comenzaba voluntariamente a reducir la tasa de natalidad, llegaría a un punto en el cual la raza humana no podría subsistir. Malthus realizó una serie de cálculos que muestran de manera gráfica, tanto como alarmante, los potenciales resultados de la multiplicación desmedida de nuestra especie, aunque cabe aclarar que se trata de una estimación realizada en el siglo XIX (hace casi tres siglos atrás). Puedo nombrar algunas de sus predicciones, por ejemplo, si la población mundial continuaba duplicándose en número cada tres décadas y media, como ocurría hasta el momento de la publicación de su ensayo, entonces para el año 2600 habría tantos seres humanos que tan sólo podrían mantenerse de pie. Tomando en cuenta Groenlandia y la Antártida, la superficie sólida de la Tierra nos ofrecería 3 centímetros cuadrados a cada uno. Aunque no sería factible llegar hasta ese punto, si dicha situación se extendiera hasta el año 3550, entonces la masa de tejido humano igualaría la del propio planeta Tierra. También, como respuesta a quienes creían en la emigración a otros planetas como la solución a esta reproducción excesiva, Malthus sugirió que si se conociesen 1000 millones de planetas que nuestra especie pudiera habitar y a los cuales pudiéramos enviar gente sin problemas, entonces todos ellos quedarían repletos para el año 5000, y dos mil años más tarde la masa humana igualaría la de dichos planetas. Visto desde la fría perspectiva de los números, la reproducción humana subsiste bajo una constante explosión demográfica, ya que la reproducción no se realiza con un objetivo coherente ni en armonía con el medio ambiente y sus posibilidades, sino de una manera egoísta e irresponsable. Esta manera egoísta e irresponsable, viene acompañada de un aumento de la producción de bienes y servicios, que han desembocado en grandes crisis ambientales. A partir de ello, y como respuesta a un estímulo violento por decirlo menos, se reconocen tres grandes movimientos medioambientalistas en el transcurso de la era moderna. El primero, surgió a raíz de la Revolución Industrial y dio lugar al primer Movimiento Ambientalista; el segundo, fue a causa de la crisis ambiental que ocurrió en E.E.U.U. a finales del siglo XIX, por sobreexplotación de recursos, conflictos de intereses, cuellos de botella en transporte e infraestructura, y que fueron la obertura al caótico siglo XX. Respondiendo a esta problemática, surgió el Movimiento Conservacionista, con una postura de ordenamiento de los procesos de explotación tendientes a lograr "el mayor producto para el mayor número de personas durante el máximo de tiempo". Sin duda una cuestión impracticable, ya que los bienes duraderos, aquellos productos (o servicios) que una vez adquiridos pueden ser utilizados un gran número de veces a lo largo del tiempo, son solo un buen recuerdo de empresas que ya no existen, que se han sumido en la quiebra o han sido absorbidas por otras en búsqueda de estos productos imperecederos. La tercera oleada ambientalista tuvo su origen en la década de 1960, precedida una vez más por una revolución industrial que se extiende hasta nuestros días y que tienen estrecha relación con el origen de la computación y el “chip” presente en cada uno de los artículos de la era digital. Conclusiones Es de suma urgencia establecer políticas micro (para cada país) y macro (para continentes enteros) que regulen la explosión demográfica y los bienes y servicios de consumo de la población. Mientras tanto esto se realiza, cada uno es auditor de su propio destino, seleccionando los bienes perdurables y los materiales de construcción y de desecho de su hogar que generen el menor daño al medioambiente. Se debe realizar una planificación familiar ordenada, pensando en que una familia numerosa provocará en proporción directa: mayor generación de desperdicios, mayor necesidad de artículos electrónicos, y necesidades alimentarias que no pueden ser cubiertas en forma natural por el planeta Tierra. Se critica de sobremanera la emisión de efluentes y desechos orgánicos de las plantas faeneras productoras de comida rápida; también la desertificación y la modificación del paisaje producida por la industria minera; la mutación transgénica y la desaparición de especies de la industria agropecuaria, pero ciertamente es tiempo de darse una mirada retrospectiva para ver que hemos hecho como portadores de una conciencia ecológica. Bibliografía Haeckel, Ernst. Generelle Morphologie der Organismen (Morfología General de los Organismos), Berlín, 1866. Malthus, Thomas R. An Essay on the Principle of Population (Ensayo sobre el principio de la población), publicado en forma anónima en Londres, 1798. 5