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Nuevos vientos para la sexualidad y el género

Publicado en Silva Teixeira, Siqueira Peres, Rondini, Lemos de Souza (2013) Queering, problematizações e insurgências na Psicologia Contemporânea. Cuiabá, MT. Brasil. EduFMT.

Nuevos vientos para el género y la sexualidad. Gloria Careaga Pérez Facultad de Psicología, UNAM Los estudios feministas en sus inicios buscaron destacar la condición de desigualdad social que enfrentaban las mujeres para lo que dejaron ver cómo el género devela el sistema a través del cual se crean estereotipos que generalmente desembocan en manifestaciones de sexismo; lo que derivó en la conclusión de que los sistemas de género establecidos conllevan desigualdades evidentes. Igualmente se identificó que los estereotipos se unen al lenguaje, entramado básico y pilar de la expresión de los valores en la sociedad, donde adquieren la categoría de adjetivos dificultando de este modo la disolución de los mismos (Semin y Fiedler, 1991). La necesaria transformación de las categorías de género depende entonces de la sociedad misma y más directamente de los componentes que conforman la estructura de esa sociedad. Por tanto son los individuos los que originan y perpetúan las diferencias de género, premiando o castigando determinadas conductas y ofreciendo a la vez modelos con los que poder identificarse. No obstante, es necesario estudiar el contenido más que el proceso (Wyer, 2004) que conlleva a la emisión de creencias, juicios y comportamientos estereotipados, o habríamos de indagar lo que las personas hacemos con el contenido de nuestros estereotipos (Operario y Fiske, 2001), más que si este contenido es verdadero o falso. Por ejemplo, pese a que suele ser usual afirmar que el hombre desarrolla su identidad masculina como fuerte, competitivo, independiente, seguro, etc... y la mujer una femenina relacionada con lo débil, afectivo, comprensivo y centrada en otros (Echebarría, 1991), también es cierto que en las descripciones que de sí mismos realizan los individuos no siempre se implican las atribuciones de los rasgos prototípicos de la categoría (Doise y Lorenzi-Cioldi, 1991). Es decir, la cotidianidad que mujeres y hombres viven hoy nos exige el reconocimiento de que los estereotipos tradicionales están sufriendo una transformación y que en las nuevas generaciones se evalúan adjetivos que no tienen por qué ser el reflejo del estereotipo tradicional de una u otra categoría aunque en sus atribuciones y muchas de sus acciones este hecho no sea tan evidente. No obstante, estas expresiones son mucho más complejas de lo que 1 aparentan, las personas a veces mantenemos creencias implícitas que difieren de las creencias explícitas que manifestamos (Wilson et al., 2000). Así, a pesar de que es evidente que la significación de género que hombres y mujeres tienen de sí mismos puede mostrar cambios importantes, las versiones estereotipadas parecieran también en mucho querer aún imponerse. Estos estereotipos por lo general rígidos, a pesar de las representaciones queer que algunos se inventan, condicionan los papeles y las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su interacción social. Estos estereotipos al ser considerados por la sociedad el deber ser, son transmitidos una y otra vez por la misma sociedad a fin de seguir legitimando estas estructuras sociales, más allá de la constitución de las relaciones sociales es al mismo tiempo, una manera primordial de significar relaciones de poder; quienes no se ajustan a las exigencias de las definiciones hegemónicas del género se transforman en un problema para los valores culturales imperantes y las exigencias políticas y morales del control social, que nos exige revisar desde dónde actuamos. Como sabemos, una de las dimensiones centrales en la constitución de la identidad masculina esta sustentada en la misoginia y la homofobia, generalmente, vistos como la necesidad de apartarse de lo femenino y de lo homosexual, para afirmar el ser hombre, es decir su masculinidad. Los hombres, que han construido su identidad masculina fuertemente ligada al ejercicio de la autoridad, ejercen violencia contra mujeres y homosexuales cuando interpretan que esta autoridad es cuestionada o representan obstáculos para su ejercicio. Afortunadamente, esta construcción social que otorga mayor poder a los hombres y plantea una posición subordinada a las mujeres, con espacios y tareas claramente diferenciados, ha sufrido también cambios importantes. Valores sociales como el machismo han logrado descolocarse diametralmente para transitar desde una condición de orgullo hasta convertirse en una ofensa. Incluso los cambios en la representaciones de género muestran también performatividades interesantes; donde las mujeres adoptan comportamientos y actividades propias de los hombres y los hombres, han tenido que desarrollar lo que algunos autores 2 (Bonino, 1995; Ramírez 2005) han denominado como micromachismos. Es decir aquellos comportamientos instrumentales, racionales y deliberados que les permiten representarse como hombres modernos, queer, acordes a los nuevos tiempos. Es decir, aparentar un conjunto de representaciones y valoraciones para ocultar así sus dificultades para salir de posiciones retrógradas. Estas transiciones, son hoy uno de los principales objetos de análisis. Pero cuáles son las herramientas que desde el feminismo hoy utilizamos para el análisis de esta realidad cambiante? Hierro (2001) ha sugerido que el análisis crítico de la identidad femenina debe basarse en la experiencia vivida por las propias mujeres en la cultura contemporánea. Y señala las aportaciones del pensamiento de Lauretis, quien propone la construcción de la subjetividad femenina –y yo agregaría la consideración también de la subjetividad masculina- a través de la exploración de la experiencia misma de esa subjetividad. Es decir, “arribar a un concepto de la identidad con género como algo posicional desde una teoría crítica de la cultura basada en la propia práctica de la diferencia sexual” (op cit:223). En este sentido, el género como el mecanismo mediante el cual se producen y naturalizan las nociones de masculino y femenino, podría ser al mismo tiempo el aparato mediante el cual tales concepciones podrían ser deconstruidos y desnaturalizados. Es decir, desafiar el sistema binario (Bornstein, 1994), no para multiplicar los géneros, sino en el ánimo de buscar figuras transicionales del género que no sean reducidas a la insistencia normativa de uno o dos; deconstruir los estereotipos dominantes acerca de lo que es apropiado o inapropiado en la conducta, dejar de etiquetar a quienes transgreden la norma de género, para dar lugar al reconocimiento de una amplia variabilidad, incluso muchas veces acorde con las exigencias sociales que el mundo va imponiendo. Se hace entonces necesario no el inventar otras representaciones, (Ramírez, 2005) sino pensar las identidades en función de las prácticas de los sujetos que participan en organizaciones sociales y recurren a representaciones culturales históricamente específicas. En las últimas décadas, en la mayoría de los países de América Latina, se han sucedido cambios importantes en las relaciones entre hombres y mujeres. Si bien hoy las mujeres, 3 aunque se las pueda ver aún como intrusas, masivamente han invadido las distintas esferas de la vida social para participar activamente en el trabajo asalariado, en la política, en la educación, en el gobierno; los hombres, aunque más tímidamente, han empezado a asumir compromisos y de manera creciente se han involucrado en el desempeño de tareas en la vida familiar y cotidiana. La presencia de las mujeres ha sido constante en todos los espacios de la vida social, pero hoy es mucho más evidente, no sólo porque difícilmente encontramos lugares donde no haya una mujer, sino porque su presencia es creciente e incluso masiva; aunque muchos hombres la perciban aún como intrusiva. En ese sentido, el análisis no puede mantenerse sólo en uno de sus polos, sino necesariamente relacional. Esta nueva situación social, si bien pareciera ser resultado de un vigoroso movimiento de mujeres, no siempre resulta así o solo así. Es decir, los cambios han sido producto de la intersección de factores económicos, políticos y sociales. No obstante, no podemos dejar de reconocer que cuando estos procesos suceden de manera vertiginosa, surgen consecuencias imprevisibles e incluso detonan procesos inesperados. De acuerdo a los resultados de la investigación desarrollada por Touraine y su equipo de colaboradores publicados en su libro El mundo de las mujeres (2007), las mujeres se han planteado como principal objetivo la construcción de sí mismas como sujetos libres y curiosamente, han retomado los planteamientos feministas de finales de los 70 para identificar que es a través de la sexualidad como se efectúa este esfuerzo de construcción. Este planteamiento radical se sustenta, -según Touraine-, en la historia cultural que convierte hoy a las mujeres, definidas durante tanto tiempo por la inferioridad sufrida, “en protagonistas principales de la superación de un modelo de modernización polarizada, y construida a partir de la distancia y la mayor tensión entre los superiores, que son los hombres, y los inferiores, entre los cuales se encuentran las mujeres” (pp. 29). De acuerdo a los hallazgos de Touraine (2007), la sexualidad significa identificar un modo de dominación al que las mujeres aluden repetidamente: la comercialización del sexo y la erotización de la mercancía y, frente a este poder, la búsqueda por parte de las mujeres de una autorrealización favorecidas por el control de la reproducción. Las mujeres, según el autor, se construyen así con mayor solidez como mujeres conforme las conductas sexuales 4 de hombres y mujeres se van acercando, hasta que los géneros desaparecen, al menos parcialmente frente a la generalización de las conductas específicamente sexuales. Pero es importante aquí entonces retomar algunos de los elementos que han dado lugar a estas trasgresiones. El sistema sexo-género implicó pensar ya no en términos biológicos, sino culturales y subjetivos y de manera relacional. La división sexual del trabajo suponía que las mujeres actuaban en función del lugar que ocupaban dentro de la sociedad; que su subjetividad no era sino un conjunto de reflejos e ilusiones, lo cual las incapacitaba para desarrollar una acción autónoma, dejando fuera (Touraine, 2007) la historia personal, los sentimientos, las relaciones interpersonales; es decir, todo lo que interviene en la formación de la personalidad. Según Touraine (2007), el poder masculino inventó a la mujer como la cara oculta, turbia y al mismo tiempo atractiva, de la humanidad; Butler (2007) al mismo tiempo invita a seguir la genealogía de la identidad femenina definida por Foucault, no como una identidad propia, sino como una interiorización de la oposición binaria, a través de la cual el hombre fundó su poder cultural y social sobre la mujer-naturaleza. Butler, cuestiona también la construcción misma de la noción de mujer desde el enfoque heterosexual que le impone el ser indisociable de la dualidad sexual de machos y hembras. La equiparación del género con masculino-femenino, efectúa así la misma naturalización que la noción de género estaría tratando de evitar. Es más, a pesar de los reclamos históricos del feminismo negro y de la inclusión del plural para hablar de mujeres y hombres los análisis de género contemplan en su mayoría a las categorías hombre o mujer como conjuntos homogéneos. Si el discurso restrictivo acerca del género, lleva a cabo una operación regulatoria del poder que naturaliza la imposición hegemónica y excluye la posibilidad de pensar en alterarla (Butler, 2005) podría muy bien ser también el aparato mediante el cual esas definiciones pueden ser desconstruidas y desnaturalizadas, y recuperar así su propuesta originaria. 5 Es evidente que la resignificación de identidad que las mujeres han hecho a través del tiempo y, probablemente más claro en tiempos recientes, se caracteriza por la búsqueda de la construcción de un proyecto propio, la realización personal, una mayor independencia y mayores posibilidades de autonomía. De hecho, Touraine (2007) señala, “lo que hemos visto es su voluntad de ser mujeres responsables de sí mismas y también un deseo de reconstruir la experiencia humana” (pp. 190), paradójicamente, lo que se ha constituido el terror para muchos hombres; sin considerar que la gestión de esta pluralidad de figuras de sí es central para reintegrar las experiencia vitales, y finalmente para alcanzar una nueva sociedad donde mujeres y hombres podamos vivir en armonía. Al convivir hoy concepciones contradictorias -entre la tradición y la modernidad o la necesidad- y ante las dificultades que los hombres enfrentan para la resignificación de sus identidades de género, los temores e incertidumbres se transforman en desafíos enormes que en mucho son resueltos a partir de posiciones antagónicas. Ya sea con un pretendido abandono total del lugar social tradicional o de la reafirmación de lo conocido, la defensa de la tradición, y a veces, hasta la eliminación de la insubordinación, en mucho a través de la violencia. Se hace así víctimas de un orden y de un modelo social del que parecieran no lograr escapar, porque se aprende a ser violento como parte constitutiva del ser hombre; se aprende a ser propietario, a pensar siempre desde la primera persona del singular, a desplegar las conductas, frases y pensamientos que se atribuyen al dominador (Reguillo, 2005). Habríamos tal vez de rescatar para este análisis otra discusión, aquella derivada de los aproximaciones lésbico-gay, que han dado lugar a que las reflexiones sobre las construcciones de género y hecho un aporte sustantivo para ponerlas en debate. Lo que hoy es indudable es que las mujeres muestran nuevas aspiraciones pero sobre todo una nueva representación de sí mismas. La evidencia deja ver que las mujeres, en contraposición con las resoluciones de los hombres, piensan y hacen cosas distintas, opuestas incluso, de lo que tradicionalmente se nos dice. Según Touraine (2007) hoy se definen ante todo como mujeres y no como víctimas, incluso aquellas que han sido víctimas de injusticias, y se han planteado como objetivo principal el realizarse como mujeres. Incluso, al considerar que es a través de la sexualidad donde esa autorrealización podía 6 concretarse en triunfo o fracaso abren un panorama en mucho desconocido. Las referencias a la sexualidad, incluyen distintos campos y condiciones, algunas aspiran a una sociedad unisex; otras simplemente a que la mención al sexo desaparezca de las ofertas y demandas de empleo, y a que se establezca un carácter mixto claro en los espacios públicos. Así, las mujeres están formulando los grandes temas de reconciliación del cuerpo y de la mente, del interés y de la emoción, del orden y del movimiento y, por encima de todo, de las mujeres y de los hombres. Este principio motriz que esta ejerciendo una acción movilizadora importante: es la búsqueda de la construcción de sí (Touraine, 2007). Las mujeres como categoría concreta que protagoniza la invención de este nuevo modelo cultural han dado así un giro definitivo a la condición de dominación más completa que habían sufrido y necesariamente un trastocamiento al modelo heterosexual. Este desafío plantea transformaciones profundas y permanentes, pero hoy en día la vida social no se caracteriza por lo sencillo y delimitado. Es más, podremos afirmar que las identidades sexual y de género alternativas son una unidad política necesaria. Son también una oportunidad para reconocer que nuestro mundo es diverso. Desafíos. El desafío entonces es, más que desechar la idea binaria de los género, transformarla. Así podemos reconocer que las definiciones identitarias de hombres y mujeres han sido desafiadas ante el fuerte impacto que han enfrentado, resultado de cambios acelerados al mismo tiempo que de fuertes resistencias. Procesos como la modernización, el desempleo y la profundización de la pobreza, han impactado de forma significativa la organización de la vida cotidiana de las personas, modificando su posición y el significado mismo de su definición sexual. Podríamos claramente declararnos contra el colonialismo y contra el patriarcado. En espacios como éste, difícilmente podemos encontrar personas que defiendan el machismo y el eurocentrismo colonialista. Son principios que nos igualan, pero en la práctica no es tan sencillo; reconocernos en el otro y aceptarles como sujetos autónomos. Mas aún si nos 7 remite a confrontar nuestra relación con lo indio, la negritud y la pobreza. Grosfoguel (2006) deja ver que quienes somos parte de alguna posición hegemónica y nacimos en la zona del ser deberíamos ser más humildes y no pretender que lo entendemos todo. Hemos de recordar que nuestras ideas y visiones no son universales; es más que éstas tienen sus propias limitaciones producto del marco conceptual del que provienen. Así y solo así podremos librarnos de actuar de modo patriarcal y colonizador. Es decir habremos de estar alertas y ser vigilantes sobre nosotros mismos, ya que el colonialismo se nos cuela en el alma y en el cuerpo, como formas estructurales alentadas por inercias tan invisibles como el propio patriarcado. Se hace necesario entonces mantener un ojo crítico constante a nuestras propias manifestaciones cotidianas de género, pero también hacia los marcos teóricos que utilizamos. Para muchos la crítica queer es LA alternativa. Se desconoce así que lo queer es una propuesta crítica, que existe y ha existido en el pensamiento latinoamericano en ambos lados de la frontera, incluso antes de su conceptualización; se dibuja y desdibuja, y cobra formas inesperadas que confrontan nociones lineales alrededor del género, pero va mucho más allá de la simple representación de género e incorpora en sus reconfiguraciones también a las sexualidades, pero sobre todo, pone de relieve el marco colonial con su historia de desigualdades varias y dolorosas ya conocidas. A pesar de la miopía crítica de las aproximaciones queer desarrolladas en Europa y Norteamérica, hoy un número importante de autores latinoamericanos articulan su propia subjetividad y una buena parte de su propuesta intelectual, no sólo en relación a su disidencia sexual, sino además, desde los múltiples sistemas de opresión -raza, clase, etnia, ideología y orígenes- de gran vigencia en la articulación multilateral de la construcción del conocimiento. Sistemas que intervienen y están presentes en la construcción de la realidad socio-política de cada uno de nuestros países y que incluso han conducido a muchos ellos a lo que Guzmán (1977) ha denominado el sexilio que se imponen en el afán de búsqueda del poder ser. Sus producciones contestan los modelos importados, tanto de análisis teórico como de formas de ser disidente, que ignoran, por ejemplo, las secuelas de los regímenes dictatoriales en países como Argentina, Brasil, Chile, Perú y el Uruguay, las particularidades del proceso revolucionario cubano y centroamericano, o los trastornos 8 creados por la política de los Estados Unidos, en México y Puerto Rico como efecto directo de la cercanía geográfica, y consecuentemente un flujo continuo de intercambios y transacciones, o en los países de Centroamérica, por la dependencia económica. En ese sentido, la propuesta latinoamericana como señala Arboleda (2011), no puede ser objetiva, sino que exige el reconocimiento de su especificidad, la permanente reivindicación de la pasión que le caracteriza, la centralidad de su proyecto en el devenir incesante en un sujeto sin-identidad, transgresor y emancipador, que mantiene vivas distintas culturas ancestrales al mismo tiempo que reconfigura interesantes sincretismos. Solo esta mirada crítica posibilita la valoración de la propia especificidad, el reconocimiento de la subjetividad, y la elaboración teórica más allá de las categorías que nos han impuesto. Una discusión que incluso puede resultar ya trillada, pero que ante su complejidad, es ahí donde nuestra transformación nos plantea el mayor desafío. Referencias Bibliográficas. Chávez, Martha (1998) Mujeres de Rancho. De metate y de corral. El Colegio de Michoacán. México. Doise, W. & Lorenzi-Cioldi, F. (1991). L’ identité comme représentatión sociale. Cousset:Deval. En V. 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