Nuevos vientos para el género y la sexualidad.
Gloria Careaga Pérez
Facultad de Psicología, UNAM
Los estudios feministas en sus inicios buscaron destacar la condición de desigualdad social
que enfrentaban las mujeres para lo que dejaron ver cómo el género devela el sistema a través
del cual se crean estereotipos que generalmente desembocan en manifestaciones de sexismo;
lo que derivó en la conclusión de que los sistemas de género establecidos conllevan
desigualdades evidentes. Igualmente se identificó que los estereotipos se unen al lenguaje,
entramado básico y pilar de la expresión de los valores en la sociedad, donde adquieren la
categoría de adjetivos dificultando de este modo la disolución de los mismos (Semin y Fiedler,
1991).
La necesaria transformación de las categorías de género depende entonces de la sociedad
misma y más directamente de los componentes que conforman la estructura de esa sociedad.
Por tanto son los individuos los que originan y perpetúan las diferencias de género, premiando
o castigando determinadas conductas y ofreciendo a la vez modelos con los que poder
identificarse. No obstante, es necesario estudiar el contenido más que el proceso (Wyer, 2004)
que conlleva a la emisión de creencias, juicios y comportamientos estereotipados, o habríamos
de indagar lo que las personas hacemos con el contenido de nuestros estereotipos (Operario y
Fiske, 2001), más que si este contenido es verdadero o falso. Por ejemplo, pese a que suele ser
usual afirmar que el hombre desarrolla su identidad masculina como fuerte, competitivo,
independiente, seguro, etc... y la mujer una femenina relacionada con lo débil, afectivo,
comprensivo y centrada en otros (Echebarría, 1991), también es cierto que en las
descripciones que de sí mismos realizan los individuos no siempre se implican las atribuciones
de los rasgos prototípicos de la categoría (Doise y Lorenzi-Cioldi, 1991).
Es decir, la cotidianidad que mujeres y hombres viven hoy nos exige el reconocimiento de que
los estereotipos tradicionales están sufriendo una transformación y que en las nuevas
generaciones se evalúan adjetivos que no tienen por qué ser el reflejo del estereotipo
tradicional de una u otra categoría aunque en sus atribuciones y muchas de sus acciones este
hecho no sea tan evidente. No obstante, estas expresiones son mucho más complejas de lo que
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aparentan, las personas a veces mantenemos creencias implícitas que difieren de las creencias
explícitas que manifestamos (Wilson et al., 2000). Así, a pesar de que es evidente que la
significación de género que hombres y mujeres tienen de sí mismos puede mostrar cambios
importantes, las versiones estereotipadas parecieran también en mucho querer aún imponerse.
Estos estereotipos por lo general rígidos, a pesar de las representaciones queer que algunos
se inventan, condicionan los papeles y las potencialidades humanas de las personas al
estimular o reprimir los comportamientos en función de su interacción social. Estos
estereotipos al ser considerados por la sociedad el deber ser, son transmitidos una y otra vez
por la misma sociedad a fin de seguir legitimando estas estructuras sociales, más allá de la
constitución de las relaciones sociales es al mismo tiempo, una manera primordial de
significar relaciones de poder; quienes no se ajustan a las exigencias de las definiciones
hegemónicas del género se transforman en un problema para los valores culturales
imperantes y las exigencias políticas y morales del control social, que nos exige revisar
desde dónde actuamos.
Como sabemos, una de las dimensiones centrales en la constitución de la identidad
masculina esta sustentada en la misoginia y la homofobia, generalmente, vistos como la
necesidad de apartarse de lo femenino y de lo homosexual, para afirmar el ser hombre, es
decir su masculinidad. Los hombres, que han construido su identidad masculina
fuertemente ligada al ejercicio de la autoridad, ejercen violencia contra mujeres y
homosexuales cuando interpretan que esta autoridad es cuestionada o representan
obstáculos para su ejercicio.
Afortunadamente, esta construcción social que otorga mayor poder a los hombres y plantea
una posición subordinada a las mujeres, con espacios y tareas claramente diferenciados, ha
sufrido también cambios importantes. Valores sociales como el machismo han logrado
descolocarse diametralmente para transitar desde una condición de orgullo hasta convertirse
en una ofensa. Incluso los cambios en la representaciones de género muestran también
performatividades interesantes; donde las mujeres adoptan comportamientos y actividades
propias de los hombres y los hombres, han tenido que desarrollar lo que algunos autores
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(Bonino, 1995; Ramírez 2005) han denominado como micromachismos. Es decir aquellos
comportamientos instrumentales, racionales y deliberados que les permiten representarse
como hombres modernos, queer, acordes a los nuevos tiempos. Es decir, aparentar un
conjunto de representaciones y valoraciones para ocultar así sus dificultades para salir de
posiciones retrógradas.
Estas transiciones, son hoy uno de los principales objetos de análisis. Pero cuáles son las
herramientas que desde el
feminismo hoy utilizamos para el análisis de esta realidad
cambiante? Hierro (2001) ha sugerido que el análisis crítico de la identidad femenina debe
basarse en la experiencia vivida por las propias mujeres en la cultura contemporánea. Y
señala las aportaciones del pensamiento de Lauretis, quien propone la construcción de la
subjetividad femenina –y yo agregaría la consideración también de la subjetividad
masculina- a través de la exploración de la experiencia misma de esa subjetividad. Es decir,
“arribar a un concepto de la identidad con género como algo posicional desde una teoría
crítica de la cultura basada en la propia práctica de la diferencia sexual” (op cit:223).
En este sentido, el género como el mecanismo mediante el cual se producen y naturalizan
las nociones de masculino y femenino, podría ser al mismo tiempo el aparato mediante el
cual tales concepciones podrían ser deconstruidos y desnaturalizados. Es decir, desafiar el
sistema binario (Bornstein, 1994), no para multiplicar los géneros, sino en el ánimo de
buscar figuras transicionales del género que no sean reducidas a la insistencia normativa de
uno o dos; deconstruir los estereotipos dominantes acerca de lo que es apropiado o
inapropiado en la conducta, dejar de etiquetar a quienes transgreden la norma de género,
para dar lugar al reconocimiento de una amplia variabilidad, incluso muchas veces acorde
con las exigencias sociales que el mundo va imponiendo. Se hace entonces necesario no el
inventar otras representaciones, (Ramírez, 2005) sino pensar las identidades en función de
las prácticas de los sujetos que participan en organizaciones sociales y recurren a
representaciones culturales históricamente específicas.
En las últimas décadas, en la mayoría de los países de América Latina, se han sucedido
cambios importantes en las relaciones entre hombres y mujeres. Si bien hoy las mujeres,
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aunque se las pueda ver aún como intrusas, masivamente han invadido las distintas esferas
de la vida social para participar activamente en el trabajo asalariado, en la política, en la
educación, en el gobierno; los hombres, aunque más tímidamente, han empezado a asumir
compromisos y de manera creciente se han involucrado en el desempeño de tareas en la
vida familiar y cotidiana. La presencia de las mujeres ha sido constante en todos los
espacios de la vida social, pero hoy es mucho más evidente, no sólo porque difícilmente
encontramos lugares donde no haya una mujer, sino porque su presencia es creciente e
incluso masiva; aunque muchos hombres la perciban aún como intrusiva. En ese sentido, el
análisis no puede mantenerse sólo en uno de sus polos, sino necesariamente relacional.
Esta nueva situación social, si bien pareciera ser resultado de un vigoroso movimiento de
mujeres, no siempre resulta así o solo así. Es decir, los cambios han sido producto de la
intersección de factores económicos, políticos y sociales. No obstante, no podemos dejar de
reconocer que cuando estos procesos suceden de manera vertiginosa, surgen consecuencias
imprevisibles e incluso detonan procesos inesperados. De acuerdo a los resultados de la
investigación desarrollada por Touraine y su equipo de colaboradores publicados en su
libro El mundo de las mujeres (2007), las mujeres se han planteado como principal objetivo
la construcción de sí mismas como sujetos libres y curiosamente, han retomado los
planteamientos feministas de finales de los 70 para identificar que es a través de la
sexualidad como se efectúa este esfuerzo de construcción. Este planteamiento radical se
sustenta, -según Touraine-, en la historia cultural que convierte hoy a las mujeres, definidas
durante tanto tiempo por la inferioridad sufrida, “en protagonistas principales de la
superación de un modelo de modernización polarizada, y construida a partir de la distancia
y la mayor tensión entre los superiores, que son los hombres, y los inferiores, entre los
cuales se encuentran las mujeres” (pp. 29).
De acuerdo a los hallazgos de Touraine (2007), la sexualidad significa identificar un modo
de dominación al que las mujeres aluden repetidamente: la comercialización del sexo y la
erotización de la mercancía y, frente a este poder, la búsqueda por parte de las mujeres de
una autorrealización favorecidas por el control de la reproducción. Las mujeres, según el
autor, se construyen así con mayor solidez como mujeres conforme las conductas sexuales
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de hombres y mujeres se van acercando, hasta que los géneros desaparecen, al menos
parcialmente frente a la generalización de las conductas específicamente sexuales.
Pero es importante aquí entonces retomar algunos de los elementos que han dado lugar a
estas trasgresiones. El sistema sexo-género implicó pensar ya no en términos biológicos,
sino culturales y subjetivos y de manera relacional. La división sexual del trabajo suponía
que las mujeres actuaban en función del lugar que ocupaban dentro de la sociedad; que su
subjetividad no era sino un conjunto de reflejos e ilusiones, lo cual las incapacitaba para
desarrollar una acción autónoma, dejando fuera (Touraine, 2007) la historia personal, los
sentimientos, las relaciones interpersonales; es decir, todo lo que interviene en la formación
de la personalidad.
Según Touraine (2007), el poder masculino inventó a la mujer como la cara oculta, turbia y
al mismo tiempo atractiva, de la humanidad; Butler (2007) al mismo tiempo invita a seguir
la genealogía de la identidad femenina definida por Foucault, no como una identidad
propia, sino como una interiorización de la oposición binaria, a través de la cual el hombre
fundó su poder cultural y social sobre la mujer-naturaleza. Butler, cuestiona también la
construcción misma de la noción de mujer desde el enfoque heterosexual que le impone el
ser indisociable de la dualidad sexual de machos y hembras.
La equiparación del género con masculino-femenino, efectúa así la misma naturalización
que la noción de género estaría tratando de evitar. Es más, a pesar de los reclamos
históricos del feminismo negro y de la inclusión del plural para hablar de mujeres y
hombres los análisis de género contemplan en su mayoría a las categorías hombre o mujer
como conjuntos homogéneos. Si el discurso restrictivo acerca del género, lleva a cabo una
operación regulatoria del poder que naturaliza la imposición hegemónica y excluye la
posibilidad de pensar en alterarla (Butler, 2005) podría muy bien ser también el aparato
mediante el cual esas definiciones pueden ser desconstruidas y desnaturalizadas, y
recuperar así su propuesta originaria.
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Es evidente que la resignificación de identidad que las mujeres han hecho a través del
tiempo y, probablemente más claro en tiempos recientes, se caracteriza por la búsqueda de
la construcción de un proyecto propio, la realización personal, una mayor independencia y
mayores posibilidades de autonomía. De hecho, Touraine (2007) señala, “lo que hemos
visto es su voluntad de ser mujeres responsables de sí mismas y también un deseo de
reconstruir la experiencia humana” (pp. 190), paradójicamente, lo que se ha constituido el
terror para muchos hombres; sin considerar que la gestión de esta pluralidad de figuras de sí
es central para reintegrar las experiencia vitales, y finalmente para alcanzar una nueva
sociedad donde mujeres y hombres podamos vivir en armonía.
Al convivir hoy concepciones contradictorias -entre la tradición y la modernidad o la
necesidad- y ante las dificultades que los hombres enfrentan para la resignificación de sus
identidades de género, los temores e incertidumbres se transforman en desafíos enormes
que en mucho son resueltos a partir de posiciones antagónicas. Ya sea con un pretendido
abandono total del lugar social tradicional o de la reafirmación de lo conocido, la defensa
de la tradición, y a veces, hasta la eliminación de la insubordinación, en mucho a través de
la violencia. Se hace así víctimas de un orden y de un modelo social del que parecieran no
lograr escapar, porque se aprende a ser violento como parte constitutiva del ser hombre; se
aprende a ser propietario, a pensar siempre desde la primera persona del singular, a
desplegar las conductas, frases y pensamientos que se atribuyen al dominador (Reguillo,
2005). Habríamos tal vez de rescatar para este análisis otra discusión, aquella derivada de
los aproximaciones lésbico-gay, que han dado lugar a que las reflexiones sobre las
construcciones de género y hecho un aporte sustantivo para ponerlas en debate.
Lo que hoy es indudable es que las mujeres muestran nuevas aspiraciones pero sobre todo
una nueva representación de sí mismas. La evidencia deja ver que las mujeres, en
contraposición con las resoluciones de los hombres, piensan y hacen cosas distintas,
opuestas incluso, de lo que tradicionalmente se nos dice. Según Touraine (2007) hoy se
definen ante todo como mujeres y no como víctimas, incluso aquellas que han sido víctimas
de injusticias, y se han planteado como objetivo principal el realizarse como mujeres.
Incluso, al considerar que es a través de la sexualidad donde esa autorrealización podía
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concretarse en triunfo o fracaso abren un panorama en mucho desconocido. Las referencias
a la sexualidad, incluyen distintos campos y condiciones, algunas aspiran a una sociedad
unisex; otras simplemente a que la mención al sexo desaparezca de las ofertas y demandas
de empleo, y a que se establezca un carácter mixto claro en los espacios públicos.
Así, las mujeres están formulando los grandes temas de reconciliación del cuerpo y de la
mente, del interés y de la emoción, del orden y del movimiento y, por encima de todo, de
las mujeres y de los hombres. Este principio motriz que esta ejerciendo una acción
movilizadora importante: es la búsqueda de la construcción de sí (Touraine, 2007). Las
mujeres como categoría concreta que protagoniza la invención de este nuevo modelo
cultural han dado así un giro definitivo a la condición de dominación más completa que
habían sufrido y necesariamente un trastocamiento al modelo heterosexual.
Este desafío plantea transformaciones profundas y permanentes, pero hoy en día la vida
social no se caracteriza por lo sencillo y delimitado. Es más, podremos afirmar que las
identidades sexual y de género alternativas son una unidad política necesaria. Son también
una oportunidad para reconocer que nuestro mundo es diverso.
Desafíos.
El desafío entonces es, más que desechar la idea binaria de los género, transformarla. Así
podemos reconocer que las definiciones identitarias de hombres y mujeres han sido
desafiadas ante el fuerte impacto que han enfrentado, resultado de cambios acelerados al
mismo tiempo que de fuertes resistencias. Procesos como la modernización, el desempleo y
la profundización de la pobreza, han impactado de forma significativa la organización de la
vida cotidiana de las personas, modificando su posición y el significado mismo de su
definición sexual.
Podríamos claramente declararnos contra el colonialismo y contra el patriarcado. En
espacios como éste, difícilmente podemos encontrar personas que defiendan el machismo y
el eurocentrismo colonialista. Son principios que nos igualan, pero en la práctica no es tan
sencillo; reconocernos en el otro y aceptarles como sujetos autónomos. Mas aún si nos
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remite a confrontar nuestra relación con lo indio, la negritud y la pobreza. Grosfoguel
(2006) deja ver que quienes somos parte de alguna posición hegemónica y nacimos en la
zona del ser deberíamos ser más humildes y no pretender que lo entendemos todo. Hemos
de recordar que nuestras ideas y visiones no son universales; es más que éstas tienen sus
propias limitaciones producto del marco conceptual del que provienen. Así y solo así
podremos librarnos de actuar de modo patriarcal y colonizador. Es decir habremos de estar
alertas y ser vigilantes sobre nosotros mismos, ya que el colonialismo se nos cuela en el
alma y en el cuerpo, como formas estructurales alentadas por inercias tan invisibles como el
propio patriarcado.
Se hace necesario entonces mantener un ojo crítico constante a nuestras propias
manifestaciones cotidianas de género, pero también hacia los marcos teóricos que
utilizamos. Para muchos la crítica queer es LA alternativa. Se desconoce así que lo queer es
una propuesta crítica, que existe y ha existido en el pensamiento latinoamericano en ambos
lados de la frontera, incluso antes de su conceptualización; se dibuja y desdibuja, y cobra
formas inesperadas que confrontan nociones lineales alrededor del género, pero va mucho
más allá de la simple representación de género e incorpora en sus reconfiguraciones
también a las sexualidades, pero sobre todo, pone de relieve el marco colonial con su
historia de desigualdades varias y dolorosas ya conocidas.
A pesar de la miopía crítica de las aproximaciones queer desarrolladas en Europa y
Norteamérica, hoy un número importante de autores latinoamericanos articulan su propia
subjetividad y una buena parte de su propuesta intelectual, no sólo en relación a su
disidencia sexual, sino además, desde los múltiples sistemas de opresión -raza, clase, etnia,
ideología y orígenes- de gran vigencia en la articulación multilateral de la construcción del
conocimiento. Sistemas que intervienen y están presentes en la construcción de la realidad
socio-política de cada uno de nuestros países y que incluso han conducido a muchos ellos a
lo que Guzmán (1977) ha denominado el sexilio que se imponen en el afán de búsqueda del
poder ser. Sus producciones contestan los modelos importados, tanto de análisis teórico
como de formas de ser disidente, que ignoran, por ejemplo, las secuelas de los regímenes
dictatoriales en países como Argentina, Brasil, Chile, Perú y el Uruguay, las
particularidades del proceso revolucionario cubano y centroamericano, o los trastornos
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creados por la política de los Estados Unidos, en México y Puerto Rico como efecto directo
de la cercanía geográfica, y consecuentemente un flujo continuo de intercambios y
transacciones, o en los países de Centroamérica, por la dependencia económica.
En ese sentido, la propuesta latinoamericana como señala Arboleda (2011), no puede ser
objetiva, sino que exige el reconocimiento de su especificidad, la permanente
reivindicación de la pasión que le caracteriza, la centralidad de su proyecto en el devenir
incesante en un sujeto sin-identidad, transgresor y emancipador, que mantiene vivas
distintas culturas ancestrales al mismo tiempo que reconfigura interesantes sincretismos.
Solo esta mirada crítica posibilita la valoración de la propia especificidad, el
reconocimiento de la subjetividad, y la elaboración teórica más allá de las categorías que
nos han impuesto. Una discusión que incluso puede resultar ya trillada, pero que ante su
complejidad, es ahí donde nuestra transformación nos plantea el mayor desafío.
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