GLOSAR EL EXOCANON:
ESCRITURAS INASIBLES EN ESPAÑOL
MANUEL SANTANA HERNÁNDEZ
Y MARTA PASCUA CANELO (EDS.)
EDITORIAL
DELIRIO
GLOSAR EL EXOCANON:
ESCRITURAS INASIBLES
EN ESPAÑOL
Director de la colección La Bolgia
Fernando R. de la Flor
Consejo Editorial
Túa Blesa
Rafael Bonilla
Fernando Broncano
Luis Canseco
Daniel Escandell
Amelia Gamoneda
Manuel Lucena
Felipe Núñez
Pedro Serra
Paolo Tanganelli
GLOSAR EL EXOCANON:
ESCRITURAS INASIBLES EN ESPAÑOL
MANUEL SANTANA HERNÁNDEZ
MARTA PASCUA CANELO
(EDS.)
EDITORIAL
DELIRIO
Colección La Bolgia, 19
Primera edición: mayo de 2024
GLOSAR EL EXOCANON: ESCRITURAS INASIBLES EN ESPAÑOL
Colección La Bolgia, 19
© 2024, Manuel Santana Hernández y Marta Pascua Canelo, de la edición
© 2024, de los textos, sus autores
© 2024, EDITORIAL DELIRIO S.L.U.
www.delirio.es /
[email protected]
Diseño de la colección: F.R.F.
Impreso en España.
ISBN: 978-84-15739-44-9
Depósito Legal: S 183-2024
Este libro es resultado del proyecto PID2019-104957GA-I00 (Exocanónicos: márgenes y descentramiento
en la literatura en español del siglo XXI) financiado por MCIN/ AEI /10.13039/501100011033, cuyo IP
es Daniel Escandell Montiel (Universidad de Salamanca).
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, en forma idéntica,
extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin la autorización expresa de la editorial.
ÍNDICE
9
Prólogo: en busca de asideros críticos para las escrituras inasibles
Manuel Santana Hernández y Marta Pascua Canelo
17
Escribir desde los márgenes: la voz crítica de Carmen Kurtz y su
novela Duerme bajo las aguas (1955)
Estefanía Linuesa Torrijos
35
Lecturas desafortunadas. La mecánica del poema en “El ombligo
del sueño” de Mario Montalbetti
Helena Pagán Marín
51
Historias rotas y mundos fantásticos: un análisis de la locura en
Florencia y Ruiseñor de Bárbara Jacobs
An van Hecke
69
“Articuentos-máquinas de guerra”: una lectura poshumana de Juan
José Millás
Natalia Candorcio Rodríguez
87
La circulación del signo Bellatin
Laura Miklós
107
“Mujer y mestiza”: revisión del canon literario, taxonomía y educación
Laura Rozalén Sánchez
PRÓLOGO:
EN BUSCA DE ASIDEROS CRÍTICOS PARA
LAS ESCRITURAS INASIBLES1
Manuel Santana Hernández (Universidad de Salamanca)
Marta Pascua Canelo (Universidad de Salamanca)
¿Es posible encontrar amarres críticos para enfrentarse a escrituras inasibles? ¿Es
posible abordar esas escrituras que escapan de todos los parámetros establecidos
por los dispositivos de poder institucionales que administran el (poli)sistema
literario? Posible o no, resulta cuando menos una tarea desafiante y arriesgada.
Tratar de decir lo indecible, lo desplazado en el régimen de lo común, es tratar
de ponerle palabras a todo aquello que se escapa porque no puede no escaparse
(Ayete Gil, 2023: 59), toda vez que nos movemos, al asumir este envite, en las
aguas turbulentas del fuera de campo (Speranza, 2006); en los márgenes de una
escena cultural que no encuentra asideros para lo expulsado, para lo que queda
fuera de ella.
Una herramienta útil para transitar esas zonas liminares la ofrecen Deleuze
y Guattari cuando teorizan su modelo rizomático (2004: 9-33). A través de esa
metáfora, los filósofos proponen un modelo de pensamiento no jerárquico, que
dispute la univocidad y la linealidad que han permeado la tradición cultural –y, por
tanto, literaria–. El pensamiento rizomático quiebra la jerarquía del pensamiento,
1 Tanto este prólogo como el volumen son resultado del proyecto PID2019-104957GA-I00
(Exocanónicos: márgenes y descentramiento en la literatura en español del siglo XXI) financiado
por MCIN/ AEI /10.13039/501100011033.
9
celebra la multiplicidad y dota de valor a los territorios invisibilizados. Bajo el
rizoma, cualquier punto puede conectarse con cualquier otro, lo cual promueve
ensamblajes alternativos y variables. Alude, por tanto, a un interés político por
dislocar las categorías que tradicionalmente han jerarquizado el conocimiento. El
rizoma entiende el pensamiento como un proceso dinámico; es la reivindicación
de un modo de trabajo creativo, dialéctico y no constreñido. Así, fomenta el
descentramiento (Deleuze y Guattari, 2004: 13) y propone que el libro desdeñe
la metodología tradicional: el texto rizomático desafía la estructura tradicional
porque asume que no hay una voz autorial que posea el significado unívoco
del texto, sino que quienes acceden al texto definen activamente su significado
a través de una constante labor hermenéutica (Braidotti, 2002: 172). De esta
manera, el texto rizomático crea un pacto variable y sitúa la responsabilidad de
descifrarlo en sus lectores.
La ruptura del sistema jerárquico propugnada por el rizoma se encuentra
en la base posterior de la teoría de los polisistemas (Even-Zohar, 1979). Esta
teoría asume la existencia de varios (micro)cosmos heterogéneos dentro de un
mismo campo y postula que su modelo relacional se basa en solapamientos,
intersecciones, atracciones y distanciamientos (Even-Zohar, 1979: 290). La
principal ventaja de la teoría polisistémica a la hora de pensar el canon es que
permite adoptar una posición no jerárquica ni perspectivista; sin embargo, el
funcionamiento de las corrientes inherentes al propio polisistema es complejo,
y ello hace necesario un análisis minucioso de dichas fuerzas: no solo se trata de
que existan tensiones relacionales entre centro y periferia, norte y sur, hombre y
mujer, analógico y digital (Escandell, 2022: 15), sino que estas están mediadas –al
menos parcialmente– por el grado de ostentación de los capitales económicos,
sociales, culturales y simbólicos identificados por Pierre Bourdieu. Así, cuanto
mayor sea el grado de cercanía de un autor con el mercado y con la institución,
más próxima resultará su obra a los centros gravitacionales del canon.
10
Si el rizoma sugiere una antigenealogía (Deleuze y Guattari, 2004: 20) que
hace patente la imposibilidad de pensar en un canon monolítico, la consideración
de la literatura dentro de la teoría de los polisistemas conduce necesariamente a
una obligada reflexión sobre las relaciones entre la multiplicidad de cánones y los
agentes –literarios, sociales, políticos, institucionales, de mercado– que intervienen
en ellos. Ahora bien, incluso dentro de esa posibilidad, continúa siendo necesario
ver y hacer ver que en los polisistemas operan fuerzas de exclusión y repulsión que
obligan al reconocimiento de la exocanonicidad. No en vano, como bien señala
Daniel Escandell, frente a la tensión entre la cultura canónica y no canónica o
anticanónica, es en el exocanon donde “se consolida el descentramiento total
de los ejes de poder” (2022: 13), porque solo en él tendrá cabida la disolución
de aquellas “tensiones entre anversos (el discurso regimentado o doctrinario) y
reversos (la voz disidente, la palabra heterodoxa)” (2018: 9) de las que habló la
crítica literaria Nelly Richard en la inauguración del Congreso Internacional de
Literatura Femenina Latinoamericana celebrado en 1987 en Santiago de Chile.
La exocanonicidad se define como una respuesta conceptual –y epistemológica–
capaz de incluir obras y voces que han quedado fuera del canon tradicionalista,
pero que pueden llegar a constituirse en referencias por méritos propios y, así,
influir en lo hegemónico (Escandell, 2022: 9). Desde ese planteamiento, cabe
cuestionar si la respuesta a un canon es otro canon (Escandell, 2022: 19). Frente
a este choque de dicotomías, puede defenderse la potencia de lo exocanónico,
“aquello que busca definirse en sus propios términos y establecer con ello marcos
propios y autónomos, navegando entre lo centrípeto y lo centrífugo” (Escandell,
2022: 19). Quizás sea, entonces, la apropiación de la exocanonicidad el único
asidero posible para albergar las escrituras y los enfoques críticos que quedan
al margen de cualquier órbita gravitacional en torno al canon: esas escrituras
y enfoques de los que se ocupa este volumen, los desvíos desde las líneas de
dominancia hacia los puntos de fuga del sistema literario (Richard, 2018: 9). Y
11
es que, en un entramado necesariamente descentralizado, rizomático y amorfo,
cuyas jerarquías son maleables y desmontables, es esencial reconocer que las
relaciones entre las obras, los autores, los espacios de poder, se alinean con las
formas de asir, entender –y de escribir– el mundo (Escandell, 2022: 20). Tratar,
así, de asir los márgenes más inasibles del polisistema literario o de sus clústeres,
pasa obligatoriamente por asumir la exocanonicidad dentro de la pluralidad de
cánones, tal y como sugieren los trabajos reunidos –rizomáticamente– en este
volumen. Se trata de seis contribuciones que evidencian una amplitud de miras y
una visión poliédrica de todo aquello que queda fuera de los centros y fuerzas de
poder que operan en el campo literario.
El volumen se abre con un trabajo sobre la escritora española Carmen Kurtz,
fallecida en 1999. Estefanía Linuesa Torrijos contribuye, de este modo, a la labor
de recuperación y visibilidad que viene realizando en los últimos años la crítica
literaria para otorgar el merecido reconocimiento a la obra de la autora nacida
en Barcelona. Asentado en un enfoque que parte de la crítica literaria feminista
y que persigue el objetivo de hacer resonar con fuerza las voces de las escritoras
españolas del siglo XX, el capítulo analiza la producción narrativa de Carmen
Kurtz poniendo el foco en su primera novela, ya integrante del llamado realismo
social, Duerme bajo las aguas, del año 1955. Pero trasciende, sin embargo, este
propósito para alcanzar uno mucho más ambicioso: el de maniobrar con las
fuerzas del canon para ensanchar sus límites y hacer de él un espacio también
habitable por las narradoras españolas del medio siglo. Reescribir la Historia de
la Literatura pasa, como sin duda propone Linuesa Torrijos, por releer desde
los ojos del presente las obras hasta ahora marginadas y extraer sus gestos más
rebeldes y díscolos, esos que, más allá las razones autoriales, las hicieron obligadas
moradoras del exocanon hispánico.
Helena Pagán desarrolla un minucioso análisis sobre la reflexión metapoética que
el peruano Montalbetti lleva a cabo en su texto “El ombligo del sueño”. Partiendo
12
de postulados psicoanalíticos y lacanianos, la autora divide su trabajo en dos
mitades: en la primera, repasa velozmente –valga la redundancia– la relación entre
automoción, poesía y lenguaje para contextualizar debidamente al autor dentro de
las corrientes (est)éticas de las que bebe; en la segunda analiza pormenorizadamente
los recorridos del poema objeto de estudio, sus interpretaciones y las reflexiones
metapoéticas que Montalbetti ha colocado en él, con la intención no solo de
ofrecer una lectura crítica, sino también de mostrar los andamiajes poéticos y
(meta)lingüísticos predominantes en la poesía montalbettiana. El estudio de Pagán
demuestra que las relaciones entre poesía, lenguaje, automoción y psicoanálisis no
solo se han mantenido durante el siglo XX, sino que han evolucionado y han
tomado nuevos senderos en la presente centuria.
Siguiendo con las incursiones en la literatura latinoamericana, pero esta vez
del lado de la narrativa, An Van Hecke propone un análisis de la novela Florencia
y Ruiseñor, de la escritora mexicana Bárbara Jacobs. Se pregunta, con ella, si es
posible percibir la literatura como un acto de locura. De este modo, ofrece una
interesante reflexión en el marco de los mad studies con la que sienta las bases para
el estudio de la novela. Pero no solo los estudios de la locura o el psicoanálisis
son relevantes para este análisis, pues la autora acude a su vez a nociones de
la teoría literaria como la metaficción o la intertextualidad que son igualmente
imprescindibles para acercarse a la obra de Bárbara Jacobs. Se trata, en definitiva,
de un texto que por los temas que aborda y por sus mecanismos compositivos no
puede ser catalogado más que como exocanónico.
Natalia Candorcio desarrolla una lectura en clave poshumanista de los
articuentos de Juan José Millás, a través de postulados de autores como Lyotard,
Braidotti o Braudillard, entre otros muchos. Su trabajo continúa la línea sobre
poshumanismo y escritura millasiana abierta hace años por Ballesteros, pero
actualiza tanto la bibliografía crítica empleada como los textos escogidos.
Candorcio realiza una aproximación metarrizomática a la escritura millasiana:
13
no solo la define como un ejemplo preclaro de los postulados esquizoanalíticos
de Deleuze y Guattari, sino que la propia autora adopta una postura poliédrica y
rizomática en su trabajo, ofreciendo varios ángulos y claves hermenéuticas sobre
el autor valenciano. Su trabajo, por tanto, no solo recoge la tradición previa sobre
el autor, sino que abre caminos para investigaciones posteriores en este sentido.
Laura Miklós nos introduce con su trabajo en el análisis de una figura autorial
y de un proyecto creativo único. No en vano, su objeto de estudio no es una
obra ni un autor, sino la proyección de conjunto que ambos disponen al pensar
en la figura del escritor mexicano Mario Bellatin. Como demuestra Miklós, el
propósito de la obra bellatiniana es el de construir un signo inequívoco y reunir,
como el artista total que es, todo su trabajo bajo una misma marca: el signo
Bellatin. Bajo este signo la autora engloba su producción creativa, pero también
sus entrevistas, colaboraciones y demás intervenciones en la escena cultural,
pues de todas ellas deriva la marca bellatiniana. De ahí que la autora se afane en
analizar los diversos mecanismos de circulación de su signo y de su obra, no solo
en México y Perú, sino también desde una óptica transnacional. Y lo hace no solo
desde el diálogo con la crítica especializada en Mario Bellatin, sino también desde
la consideración de las propias impresiones del autor, atendiendo especialmente
a las reflexiones recogidas en su ensayo inédito Escribir sin escribir. Todo ello para
confirmar que en el proyecto creativo y autorial del autor hay un objetivo siempre
presente: descentrar el canon y el poder para encontrar rutas alternativas a los
circuitos institucionales.
Finalmente, Laura Rozalén Sánchez propone en su capítulo repensar la forma
patriarcal que el canon literario ha tomado en la tradición, en especial en el ámbito
educativo. Su trabajo parte de rastrear el imaginario literario heteropatriarcal e
indaga en los motivos que han conducido a la exclusión de las mujeres de los
circuitos literarios tradicionales, al tiempo que sugiere una lectura subversiva de la
tradición cultural androcéntrica. De esa manera, pretende reevaluar críticamente
14
qué se recuerda a través del canon, qué se debería recordar, y qué lenguaje o forma
de mirar al canon sería positivo establecer, en aras de promover la igualdad de
género y reparar la invisibilización histórica de las mujeres. El trabajo de Rozalén
detalla en su segunda mitad las conquistas feministas a la hora de repensar el
canon desde los estudios culturales, pero también señala que tales hazañas todavía
resultan insuficientes para la conformación de nuevos cánones, ya que en muchos
casos se han realizado más por exigencias políticas o éticas que por un verdadero
compromiso hacia la literatura escrita por mujeres.
Recuperando a Deleuze y Guattari, su propuesta de rizoma va vinculada
necesariamente a la de desterritorialización. Es decir, desahuciarse de las
coordenadas simbólicas proporcionadas por el poder y asumir unas nuevas. Ese
esfuerzo desterritorializador, indudablemente político, también consigna los
trabajos aquí reunidos y la intención de los editores. Glosar el exocanon –ese
espacio también inasible del del polisistema literario, pero quizás, por ello, el
único capaz de asir parcialmente lo expulsado de los núcleos de poder– se
convierte, en definitiva, en una propuesta epistemológica subversiva para asumir
esas nuevas coordenadas simbólicas contrahegemónicas que nuestro presente
demanda y por las que ya apostaron inicialmente el rizoma y los polisistemas.
Dejamos a discreción de quienes se aproximen a estas páginas dilucidar si esa
intención de desterritorializarse y reterritorializarse resulta (o no) acertada desde
esta perspectiva exocanónica. Ello dependerá de sus coordenadas y perspectivas
lectoras; es decir, de sus conocimientos situados y sus lugares de enunciación.
15
Bibliografía
AYETE GIL, María. “Contradicciones en eclosión: género, clase y forma en Yeguas exhaustas”,
Orillas. Rivista d’ispanistica, 2023, 12, pp. 53-71.
BRAIDOTTI, Rosi. Metamorphoses: Towards a Materialist Theory of Becoming. Cambridge:
Polity, 2002.
DELEUZE, Giles y GUATTARI, Félix. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia:
Pretextos, 2004.
ESCANDELL MONTIEL, Daniel. “Fugas y centros de la altermodernidad: ante la perspectiva
de lo exocanónico”. En Escandell Montiel, D. (ed.) Escrituras hispánicas desde el exocanon. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2022, pp. 7-21.
EVEN-ZOHAR, Itamar. “Polysystem Theory”, Poetics today, 1979, 1 (2), pp. 287-310.
RICHARD, Nelly. Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer. Santiago de
Chile: Metales Pesados, 2018.
SPERANZA, Graciela. Fuera de campo: literatura y arte argentinos después de Duchamp.
Barcelona: Anagrama, 2006.
16
ESCRIBIR DESDE LOS MÁRGENES:
LA VOZ CRÍTICA DE CARMEN KURTZ
Y SU NOVELA DUERME BAJO LAS AGUAS (1955)
Estefanía Linuesa Torrijos (Universitat de València)
“El primer deber de una escritora es matar al ángel del hogar”
Virginia Woolf
INTRODUCCIÓN
¿Cómo podría transformarse nuestra percepción de la literatura si las voces de
las escritoras, frecuentemente silenciadas, resonaran con la misma fuerza que las
de sus colegas masculinos? Durante milenios, el patriarcado ha promovido un
modelo de construcción social arraigado en la desigualdad de género, imponiendo
una superioridad masculina en todas las esferas. Por este motivo, se ha relegado
a la mujer a roles de madre y esposa, ocasionando una brecha de invisibilidad
en la historia. Como resultado, el curso de la historia ha sido escrito con una
enorme laguna de ausencias y las escritoras han tenido que lidiar con la falta de
reconocimiento de su labor literaria. En este estudio, analizamos el papel de las
mujeres escritoras y su representación en el canon literario, enfocándonos en la
obra de Carmen Kurtz.
La marginalización de las mujeres en el ámbito literario se evidencia en la
configuración del canon literario, en las Historias de la Literatura, y en la edición
literaria. Según lo expuesto por Alda Blanco, estas escritoras “han sido marginalizadas
o excluidas por la historia literaria” (1989: 9). Es importante tener presente que
17
el concepto de canon se refiere a la compilación de obras literarias consideradas
valiosas y significativas de una época y, por tanto, dignas de ser estudiados. De aquí
surge una cuestión ineludible: ¿no existen obras escritas por mujeres que merezcan
ser estudiadas? La respuesta es, indiscutiblemente, afirmativa.
En El Canon occidental, Harold Bloom propuso una lista de obras y autores
“idóneos”, que reúnen las siguientes características comunes: ser de raza blanca,
pertenecer a la clase alta y ser de sexo masculino. Es relevante subrayar que esta
sección está configurada por una minoría que domina tanto políticamente como
culturalmente, lo que refuerza la estrecha relación entre canon y poder.
En las últimas décadas, este canon ha sido objeto de críticas y debates, llevando
a críticos y estudiosos a sugerir, como mínimo, una reescritura del mismo para
rescatar las obras de las voces silencias de nuestra literatura. Por un lado, hay
quienes defienden el canon como núcleo de la cultura occidental; por otro lado,
han surgido fuertes críticas a estos ideales como la Escuela del Resentimiento1
(Sullà, 1998), que critica el canon dominante por permitir la ausencia de
colectivos minoritarios, incluyendo a las mujeres.
La crítica feminista y los estudios culturales han jugado un papel fundamental
en la denuncia de la marginación de las escritoras y en fomentar una reescritura
de la Historia de la Literatura (Servén, 2008). Los estudios feministas se han
caracterizado por “la investigación dedicada a descubrir, reeditar y revalorar
escritoras y obras perdidas o infravaloradas” (Robinson, 1998: 123)2.
1 El término de Escuela del resentimiento fue acuñado por Bloom para referirse, de manera
peyorativa, a teorías relacionadas con el marxismo, como la crítica feminista o el postestructuralismo.
Este término se utiliza a menudo para referirse a aquellos académicos que buscan modificar el canon
occidental incorporando nuevas obras. Además, argumentan que algunas obras, consideradas
canónicas, propagan prejuicios sexistas y racistas y, por lo tanto, deberían ser eliminadas del canon.
2
Las primeras autoras feministas que se opusieron al canon literario heteropatriarcal y
18
Lilian S. Robinson argumentó convincentemente que:
Desde hace más de una década, las estudiosas feministas han llamado la atención
sobre el abandono, en apariencia sistemático, de la experiencia de las mujeres en el
canon literario, abandono que se manifiesta en la lectura distorsionada de las pocas
escritoras reconocidas y en la exclusión de las otras. Además, según el discurso, los
autores masculinos, predominantes en el canon, nos muestran al personaje femenino y
las relaciones entre los sexos de un modo que refleja y contribuye a la vez a la ideología
sexista. (Robinson, 1998: 117)
Robinson propuso dos enfoques para la crítica feminista: uno que reinterpreta la
tradición y desafía la ideología sexista y, otro que busca la inclusión en el canon de
una literatura escrita por mujeres. Así surge un contra-canon femenino formado
por las integrantes que se han excluido durante todas estas décadas.
En este contexto, Carmen Kurtz ha sido una de estas escritoras que,
lamentablemente, ha quedado excluida del canon oficialista y ha sido poco
estudiada en los análisis críticos en España. El objetivo de este estudio es examinar
la voz crítica de Kurtz en su primera novela Duerme bajo las aguas (1955), en la
que cuestiona las costumbres postbélicas y el papel de la mujer bajo el régimen
franquista. A través del personaje de Pilar, la protagonista, examinaremos cómo
Kurtz criticó la marginalización de la mujer y cómo la mujer estaba obligada a
someterse a las convenciones sociales para obtener aceptación y reconocimiento.
Así este estudio aspira a contribuir a los análisis que combinan la censura, los
estudios de género y los estudios sobre el canon, con el propósito de dar voz a una
conservador fueron Ellen Moers con su obra Literary Women (1976), Elaine Showalter, con A
literature of their Own (1977) o Sandra M. Gilbert y Susan Gubar con The Madwoman in the Attic
(1979), todas ellas trataron de describir la historia de la literatura de mujeres (Moi, 1988: 64-86).
19
de las escritoras olvidadas que no forman parte de la memoria cultural de España
ni del canon oficialista.
En concreto, nos enfocaremos en destacar la voz de Carmen Kurtz y su
universo literario. La visión de Kurtz, junto con la de otras escritoras, permitirá
una revisión más equitativa y completa tanto del canon literario como de la
historia de la literatura.
LA VOZ MARGINADA DE CARMEN KURTZ
Carmen de Rafael y Marés, nacida en 1911 en Barcelona en el seno de una
familia burguesa, adoptó el apellido de su marido Pierre Kurz Klein y añadió una
“t” adicional para crear su seudónimo literario, Carmen Kurtz (Sevilla Vallejo
y Guzmán Mora, 2019). En 1935, emigró a Francia, donde vivió la II Guerra
Mundial y la ocupación nazi, una etapa que propició su desarrollo y descubrimiento
personal. A lo largo de su carrera, Kurtz demostró una versatilidad literaria que
abarcó varios géneros, desde la novela social hasta la literatura juvenil. Su talento
fue reconocido con prestigiosos premios literarios, como el Premio Ciudad de
Barcelona en 1954 con la novela Duerme bajo las aguas y el premio Planeta en
1956 con su novela El Desconocido, la cual gozó de hasta diez ediciones. En 1964,
recibió el Premio Lazarillo por Color de fuego.
Sin embargo, a pesar de estos logros y la calidad indiscutible de su obra, el
reconocimiento de la crítica académica fue esquivo. Su nombre y su obra se
mencionan raramente en estudios críticos y antologías literarias de la época,
relegándola a los márgenes del canon literario español. Esta omisión resulta
evidente en estudios académicos notables como La novela social española de Gil
Casado (1968), Novela española de nuestro tiempo. (En busca del pueblo perdido),
(1970) de Gonzalo Sobejano; Tendencias de la novela española actual (1950-1970)
(1972) de Sanz Villanueva e incluso se omite en la Historia de la novela española
20
(1942-1975), también dirigido por Sanz Villanueva, en 1980. Su nombre tampoco
figura en algunos estudios enfocados en las voces femeninas de la generación de
medio siglo como, por ejemplo, en Novelistas femeninas de la posguerra española,
una edición a cargo de Janet W. Pérez en 1983. Tampoco aparece su nombre en
el ensayo Mujeres de la posguerra de Inmaculada de la Fuente publicado en 2017
(Montejo, 2005).
A pesar de que Kurtz es ocasionalmente mencionada en estudios como La novela
española contemporánea (1939-1967) de Eugenio G. de Nora, la evaluación de su
obra suele ser superficial. No fue hasta la década de los 80 cuando Carmen Kurtz
empezó a recibir el reconocimiento debido, tanto de Ignacio Soldevila en La novela
desde 1936, como de la crítica norteamericana (Montejo, 2005). El nombre de Kurtz
aparece con más frecuencia en aquellos estudios que buscan revalorizar la obra de
las escritoras, como en Mito y discurso en la novela femenina de posguerra en España
publicado en 1995 por Francisca López. En 2005 Raquel Arias Careaga presentó un
estudio centrado en la literatura producida por mujeres, Escritoras españolas (19391975): poesía, novela y teatro. Aunque no se dedica un apartado específico a Kurtz, sí
se realiza una breve pero relevante revisión de su trayectoria literaria.
La exclusión de Carmen Kurtz en el canon literario español pone de manifiesto
las limitaciones del mismo, particularmente en el trato a las voces femeninas y a los
géneros considerados “menores”, como la literatura juvenil o la novela rosa. Esta
exclusión puede ser interpretada como una respuesta adversa a su transgresión
de las normas del género literario. El canon, en gran medida definido por la
academia y la crítica, tiende a favorecer ciertas voces y géneros en detrimento
de otros. La literatura juvenil, por ejemplo, ha sido históricamente marginada
debido a su percepción como un género de menor valor literario.
La literatura de Kurtz, marcada por un estilo comprometido con la sociedad
de su tiempo, es un testimonio valioso de la evolución social y política de la
España de posguerra. Sus personajes bien delineados y frecuentemente complejos
21
actúan tanto como reflejo, como crítica de la sociedad de su tiempo. Sus temáticas
destacadas, como la guerra y sus secuelas, y la injusticia social, reflejan directamente
sus experiencias personales durante la Segunda Guerra Mundial y la posterior
dictadura franquista en España. La autora aborda estos temas con una voz clara,
mostrando un compromiso constante con las causas sociales de su tiempo.
En 1998, la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña homenajeó a la
escritora, y la escritora Ana María Moix abogó por la revalorización de la obra
de Kurtz y otras autoras de su generación, destacando la necesidad de estudiar en
profundidad a esta generación de escritoras talentosas:
Algún día, - sin demorarse demasiado- habría que revalorizar a estas escritoras que
publicaron en España en los años cincuenta y sesenta y que, sin pretender que hayan
sido marginadas puesto que han sido escritoras de mucho éxito, leídas y queridas por el
público, no han sido lo suficientemente estudiadas en su contexto. Es una generación
de mujeres a la que no se le ha prestado la atención necesaria. Ahora se habla mucho
de la literatura escrita por mujeres pero es que ya en los años cincuenta y setenta había
muchas escritoras en España con un gran talento. Considero necesario recuperar para
su estudio a estas figuras. (Moix, 1999: 15)
Este es un llamamiento a la reflexión sobre la falta de reconocimiento de las
escritoras en el canon literario español, subrayando el sesgo de género y la
necesidad de revisión y enmienda en nuestros enfoques hacia la literatura. La obra
de Carmen Kurtz, al igual que la de muchas compañeras de generación, merece
ser reconsiderada y revalorizada en el canon literario, para corregir los sesgos
de género y brindar un reconocimiento equitativo a todos los contribuyentes
significativos a la literatura española.
22
REBELDÍA, AUTONOMÍA Y GÉNERO:
UN ANÁLISIS CRÍTICO DE DUERME BAJO LAS AGUAS (1955)
Duerme bajo las aguas, publicada en 1955, se destaca como una obra con
marcados rasgos autobiográficos que nos sumerge en la odisea de Pilar, una
joven perteneciente a la burguesía barcelonesa quien, anhelando vivir nuevas
experiencias, se casa con Enrique y se mudan a Francia, donde vive la II Guerra
Mundial. A través de su narrativa, somos testigos de la transformación de Pilar,
quien rompe gradual y decisivamente con los estereotipos y expectativas sociales
arraigados en su cultura, desafiando los roles de género preestablecidos.
Esta singular joven se revela como una figura insurrecta, desafiando los roles
y las tareas tradicionalmente asignadas a las mujeres. Su desobediencia, instigada
por la influencia de sus abuelas - mujeres rebeldes e inconformistas en su épocase manifiesta en la exploración de sus propios anhelos intelectuales. La influencia
de estas mujeres en su vida y el impacto que han tenido en la construcción de su
visión del mundo y de sí misma son clave para entender la personalidad de Pilar.
Por un lado, la abuela materna rechaza las labores tradicionales de las mujeres
de su tiempo, como tejer o hacer ganchillo, y opta por actividades más asociadas a
la cultura y las artes, como la lectura, la pintura y la música. Este retrato presenta
a una mujer culta, inquieta y creativa, que no se conforma con el papel social
que se espera de ella. Por otro lado, la abuela paterna, políglota y apasionada de
la astronomía, un campo históricamente dominado por hombres, está dispuesta
a compartir su conocimiento con sus nietos. Esto evidencia su deseo de educar
y transmitir su sabiduría, desafiando la noción de que la educación y la ciencia
son ámbitos exclusivamente masculinos3. Estos retratos presentados por Kurtz
3 A su abuela materna “no le atraían las labores ni la calceta ni el ganchillo… Leía, pintaba o
tocaba el piano” (Kurtz, 1961: 16). La abuela paterna, por su parte, “hablaba varios idiomas a la
23
cuestionan la visión tradicional de las mujeres como cuidadoras y trabajadoras
domésticas.
Un fragmento particularmente ilustrativo nos revela a Pilar cuestionándose a sí
misma y reflexionando sobre el rol asignado a la mujer:
¿cómo sería yo de haber tenido las clásicas abuelitas que la gente concibe? Dulces
abuelitas de antaño que apenas sabían escribir […]. Abuelitas negras, con un calcetín
inacabable entre los dedos, dale que dale a las agujas… ¿Para qué? (Kurtz, 1961: 17)
Aunque Pilar reconoce y valora la figura de las “abuelitas clásicas”, la protagonista
reflexiona sobre el papel tradicional de la mujer en la sociedad, especialmente
su relegamiento a las tareas domésticas. Este estereotipo emerge como un espejo
que refleja las expectativas y presiones sociales tradicionalmente impuestas a las
mujeres. Sin embargo, al final del fragmento Pilar se cuestiona “¿para qué?” Este
interrogante se convierte en un desafío, una crítica audaz a la normatividad de
género.
Durante su estancia en Londres, la madre superiora la tilda de “chica rebelde”.
Esta insumisión innata la distingue y la categoriza como una “chica rara”, un
término acuñado por Carmen Martín Gaite para describir a aquellas mujeres
que se rebelaban contra los modelos de comportamiento establecidos por el
nacionalcatolicismo.
Como una de estas “chicas raras”, Pilar rechaza el ideal reduccionista de la
mujer como esposa y madre exclusivamente, y busca su independencia más
allá del espacio doméstico. En este sentido, la figura de Pilar se erige como una
crítica contundente al estereotipo de la “perfecta casada”. Pilar lucha constante y
perfección y no le importaba verter algunos de sus conocimientos sobre sus nietos. Se apasionaba
por la astronomía…” (Kurtz, 1961: 17).
24
activamente contra esta prescripción social y busca liberarse de lo que considera
una cárcel moral: la vida conyugal.
El siguiente pasaje expone la lucha interna de la protagonista, Pilar, contra las
expectativas socioculturales impuestas en su entorno. Pilar observa la alegría de
las otras mujeres en sus tareas domésticas, pero no lo comparte, sino que muestra
un rechazo explícito a las tareas domésticas asignadas a las mujeres. Estas labores,
aunque aparentemente triviales, son emblemáticas de la subyugación de la mujer
en un mundo dominado por los hombres, representando una barrera que limita
el pensamiento y el potencial femeninos:
Y no me atreví a contestar: “Pero no me gusta. No me gusta nada. Esta labor es
estúpida, improductiva. A fuerza de hablar de cazuelas me olvido de escuchar mis pensamientos. Estas mujeres son felices, porque están embrutecidas. No quiero embrutecerme. Prefiero sufrir. Sufrir es de todos modos una exteriorización noble de lo que se
lleva dentro. Me rebelaré siempre. No te lo digo ahora porque quedan esperanzas, pero
cultivaré mi rebelión. Esta vida es una cárcel moral de la cual yo saldría destrozada. El
pensamiento de evasión no me abandonará nunca. Te lo prometo”. (Kurtz, 1961: 118)
Al final del fragmento, Pilar promete que “cultivaré mi rebelión”. Este voto de
resistencia es una promesa de lucha constante contra la “cárcel moral” de su vida.
A través de la metáfora de la cárcel, la autora pone de relieve la opresión y la
restricción inherentes al papel de la mujer, y la determinación de Pilar de romper
con estas cadenas. Este pasaje presenta una crítica a los roles de género restrictivos,
la invisibilidad del trabajo doméstico y las expectativas y presiones sociales que
enfrentan las mujeres. Una constante que podemos ver a lo largo del relato, como
cuando Pilar se desilusiona con la sumisión de sus amigas a los roles de género
convencionales, y aplaude a aquellas que, como Fermina, rechazan el matrimonio
por conveniencia y persiguen su independencia.
25
En la novela, Kurtz también aborda la situación de las mujeres que trabajan fuera
del hogar durante tiempos de guerra, que se ven obligadas a asumir roles laborales
tradicionalmente masculinos y mantener simultáneamente sus responsabilidades
domésticas. Pilar representa a estas mujeres luchadoras, resistiendo a retornar a
su vida doméstica prebélica y luchando por preservar su autonomía laboral. La
guerra proporcionó una oportunidad única para que las mujeres accedieran a
puestos de trabajo anteriormente monopolizados por los hombres.
A través de Pilar, la autora puso de manifiesto la situación que vivieron
tantísimas mujeres que tuvieron que luchar para sacar a su familia adelante. Estas
mujeres asumieron no solo trabajos en las fábricas -anteriormente desempeñados
por sus esposos-, sino que también continuaron con las responsabilidades
domésticas que tradicionalmente se les atribuyen, como cocinar y cuidar de
los niños. Aunque la novela está ambientada en Francia, el texto presenta un
paralelismo con la situación que vivieron las mujeres españolas durante la Guerra
Civil, que trabajaron incansablemente para ver cómo sus derechos se esfumaban
en 1939, siendo recluidas, de nuevo, entre fogones:
Desde principios de la guerra los conductores fueron reemplazados por mujeres,
en su mayor parte mujeres de ex conductores. No soy quién para juzgar el valor de los
hombres de Francia durante los años de guerra, pero puedo asegurar que el valor de las
mujeres fue grande y merece que se hable de él.
Las que –pongamos por caso– se convirtieron de la noche a la mañana en conductoras
de tranvías, tenían a menudo hogar e hijos. Se levantaban temprano y antes de empezar
“el trabajo” ya habían hecho lo de siempre: la casa, la comida, el avío de los hijos. Entonces empezaba la jornada de trabajo propiamente dicha. Las cocheras estaban alejadas.
Muchas mujeres, como yo, vivían en las afueras. Las más afortunadas hacían los cuatro
o cinco kilómetros en bicicleta, con sol achicharrante en verano; con viento y heladas en
invierno. Regresaban al hogar y en ese hogar las esperaba: colada, ropa por coser… otra
vez todo cuanto una mujer de obrero no puede casi abarcar en un día de trabajo agotador.
26
Aquellas mujeres ocuparon el sitio del marido, sin desertar del suyo. Se las veía
cansadas, serias, algo ceñudas tal vez, pero ¡cuánto las admiré! No cobraron el sueldo
del marido ausente porque por el mismo trabajo la mujer cobra menos que el hombre.
(Kurtz, 1961: 191)
Esta cita ilustra la valentía y el sacrificio de estas mujeres que asumieron roles
laborales exigentes mientras cumplían con sus responsabilidades domésticas. Pilar
se alza como un ejemplo de este grupo de mujeres que, a raíz de la oportunidad
laboral generada por la guerra, rechazan la conformidad con el papel tradicional
de madre y esposa. A su regreso del frente, Enrique, el esposo de Pilar, le insta a
que renuncie a su trabajo, a lo que ella responde con una negativa, reflejo de su
rechazo a regresar a un papel doméstico que le resulta insatisfactorio:
–Podrías dejar tu trabajo. No veo por qué has de trabajar ahora que he vuelto.
–¡Pero, Enrique!
–Esta chica cocina mal. Creo que tu obligación está en casa.
–No.
Me salió aquel “no” del fondo del alma.
–¿Por qué no? ¿No has hecho el trabajo de casa hasta el momento de la guerra? […]
–Sí, Enrique. Hice todo el trabajo hasta la guerra. […] Pero esto se ha terminado.
Empezaré por decirte que ese trabajo no me gusta. Que nunca me acostumbraré a él y
que lo hice solamente pensando en el día que se terminara.
–Todas, o la mayoría de las francesas, lo hacen.
–Son francesas y yo no lo soy. No encuentro ningún goce en restregar una cazuela, en
dar cera al suelo. […] Soy más sencilla y más complicada al mismo tiempo. (Kurtz,
1961: 209)
En estos dos fragmentos, Carmen Kurtz presenta la situación de la mujer durante
y después de la guerra. Aunque – como hemos comentado previamente – la novela
27
está ambientada en la II Guerra Mundial, sirve como testimonio de la experiencia
de las mujeres españolas durante la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista.
En suma, la autora critica la situación de ama de casa a la vez que reivindica la
libertad para trabajar fuera del hogar y el derecho de la mujer de ser independiente.
Como expuso Guzmán Mora (2018: 83): “dentro de los límites impuestos por un
Estado dictatorial, quiso ir más allá y luchar por la dignidad, los derechos y las
obligaciones que las equiparaban al nivel de los hombres”.
La narrativa además presenta una crítica sutil y reflexiva hacia las normativas
religiosas. Pilar, junto a su familia, manifiesta una resistencia hacia las tradiciones
religiosas eligiendo actividades de ocio, como paseos dominicales y visitas al
cine, en lugar de la habitual asistencia a la iglesia. Un ejemplo ilustrativo de
esta perspectiva crítica se encuentra en las descripciones de “Filadelfia”, la
propiedad de los abuelos de Pilar. La capilla de la finca, más que un espacio de
devoción y oración, era utilizada de manera funcional, sirviendo como lugar de
almacenamiento para los membrillos de la abuela y los globos y petardos del
abuelo, especialmente cuando no había visitas de sacerdotes norteamericanos.
Comenta, también, que su abuelo “no gustaba precisamente de pelarse las rodillas
con rezos extemporáneos” (Kurtz, 1961: 37). Esta frase manifiesta una marcada
desilusión y rechazo hacia las rigurosidades de las prácticas religiosas.
La obra también articula una crítica contundente hacia la rigidez de la moralidad
religiosa y la censura ejercida sobre la conducta femenina. Se evidencian escenas en
las cuales Pilar desafía abiertamente las expectativas conservadoras de su entorno
social. Un caso representativo ocurre durante su estancia en el convento, donde
ella relata la escasez de medias en Francia, una consecuencia de la guerra, lo que
llevó a las mujeres a optar por mostrar sus piernas al descubierto:
Cuando entré en el comedor aquel mediodía de junio, mis compañeras experimentaron un sobresalto de pudor:
28
Es indecente – decían […]
Contemplé las piernas de la mayoría censurante y pude comprobar que todas llevaban medias gruesas […]. (Kurtz, 1961: 250)
Este tipo de situaciones subrayan la actitud transgresora de Pilar, que se resiste a
la conformidad y a la rigidez de la moral dominante. Esta actitud se manifiesta
en su rebelión contra las costumbres de una sociedad que intenta limitar su
autonomía y su derecho a afirmar su individualidad. En este sentido, Pilar emerge
como una figura que desafía las normas, poniendo en tela de juicio la construcción
social de la feminidad y la moralidad en el contexto en que se desenvuelve.
Además, el desenlace de la novela marca un alejamiento notorio del discurso
franquista, y desafía al género que solía ser el predilecto entre los censores: la novela
rosa. Este alejamiento del tradicional “final feliz” implica “la deconstrucción de
otros mitos” y la “retórica del sacrificio y resignación se manifiesta, en este marco,
como la solución más accesible” (López, 1995: 34). Pilar, la protagonista, retorna
a España en una circunstancia que puede interpretarse como un sacrificio de
su libertad personal. Regresa sin cónyuge, después de haber estado a punto de
embarcarse en una relación con Esteban, su casi amante4. Contrariamente a lo que
ocurre en muchas otras novelas, en Duerme bajo las aguas no se cuestiona la noción
del amor eterno (López, 1995). El conflicto principal surge cuando la protagonista
comprende que “no podría adaptarse a la monotonía de la rutina doméstica
francesa” (Kurtz, 1961: 118) y descubre que no está enamorada de Enrique. Este
hecho revela una crítica sutil al arquetipo de la mujer en el matrimonio y en la
sociedad de la época, mostrando una visión crítica de la construcción social de las
4 Como exponen Sevilla Vallejo y Guzmán Mora: “cuando su marido es llamado a filas, conoce
a Esteban, con quien mantiene una relación extramarital. Entre ambos, el encuentro sexual no se
produce, ni en un primer momento, ni a lo largo del texto” (2019: 113).
29
relaciones de género y del papel de la mujer en la sociedad.
En Duerme bajo las aguas, Carmen Kurtz articula con destreza un arquetipo
femenino que se contrapone decididamente al discurso preponderante del
régimen franquista. Mediante su personaje principal, Kurtz no sólo esboza el
retrato de una mujer en constante disputa por su independencia y el derecho
a configurar su propia identidad, sino que también realiza una aguda y crítica
deconstrucción de las normas y convenciones sociales que restringían la libertad y
la autonomía femenina en el período histórico en el que se sitúa la novela.
Esta obra literaria, lejos de ser un simple retrato histórico, mantiene una
notable pertinencia en el presente, ya que sus temáticas y dilemas resuenan en
las actuales luchas por la equidad de género y los derechos de las mujeres. Por
lo tanto, Duerme bajo las aguas no sólo contribuye a nuestra comprensión del
pasado, sino que que continúa resonando con las luchas contemporáneas por la
igualdad de género y los derechos de las mujeres.
En conclusión, en Duerme bajo las aguas, Carmen Kurtz demuestra una
perspectiva progresista para su época. A través de la figura de Pilar la autora
pone en evidencia las problemáticas asociadas a los roles de género impuestos
y la lucha constante de las mujeres por superar las barreras y los estereotipos
sociales. El personaje de Pilar, rebelde y transgresor, se presenta como un símbolo
de resistencia, ilustrando la posibilidad de romper con los roles y las tareas
tradicionalmente asignadas a las mujeres. Al final, Kurtz ofrece un relato que
celebra la resistencia, la autonomía y la capacidad de las mujeres para desafiar las
convenciones sociales y forjar su propio destino.
CONCLUSIONES
Si bien durante los casi cuarenta años de dictadura la retórica oficialista se dedicó
a consolidar el papel subalterno de la mujer y a idealizarla como “ángel de hogar”,
30
a lo largo de este estudio hemos demostrado cómo Carmen Kurtz logró tejer una
oposición literaria a este modelo de mujer. En Duerme bajo las aguas, su primera
novela, representó la experiencia de las mujeres en la posguerra y cuestionó la
moral del nacionalcatolicismo y el papel de la mujer como “perfecta casada”. El
discurso crítico que podemos ver sutilmente en la novela que hemos tratado se
mantiene e incluso se intensifica en otras obras de la escritora.
Carmen Kurtz, a través de personajes femeninos, como el caso de Pilar,
reivindicó el papel de la mujer como individuo laboralmente activo e
independiente, resistiendo las normativas preexistentes y dando voz a aquellas
mujeres incomprendidas y silenciadas por la sociedad.
La trama de la novela se desarrolla en torno a esta heroína, que se configura
como un símbolo de resistencia. Pilar lucha por tener un lugar en ese mundo que
le ha tocado vivir, se niega a resignarse y cualquier amenaza a su libertad despierta
en ella “el ansia de rebelar[se]” (Kurtz, 1961: 79). En una época donde la censura
delineaba qué debía ser leído, las escritoras de la generación del medio siglo y las
“chicas raras” reflejaron las vivencias de muchas mujeres españolas y ofrecieron
una voz a quienes se sentían marginadas y excluidas por la sociedad. Estas heroínas desafiaron los cánones de feminidad impuestos, lucharon por sus derechos
y su emancipación, demostrando que podían vivir independientemente de los
hombres, tal y como expresa Enrique a Pilar: “es realmente una buena lección
para los hombres ver que, sin nosotros, también podéis vivir” (Kurtz, 1961: 213).
En definitiva, la narrativa de Carmen Kurtz ocupa un lugar relevante en la corriente del realismo social y, por ende, creemos que su obra literaria es, junto a la
de sus compañeras de generación, esencial para entender la literatura de esa época. El estudio de la narrativa de medio siglo queda inconcluso si no se incluyen
las voces de las escritoras de la Generación del 50, que aún hoy se mantienen
olvidadas y silenciadas. Como hemos planteado, el canon literario español ha demostrado una preocupante tendencia a omitir las voces femeninas y no conven-
31
cionales, siendo Carmen Kurtz un ejemplo notable de ello. A pesar de su amplia
producción literaria, Kurtz ha sido marginada y su significativa contribución a
la literatura española ha sido minimizada o directamente ignorada. Este rechazo
puede interpretarse como una respuesta a su desafío a las normas de género literarias y a las expectativas convencionales de las escritoras. Es imprescindible, por
tanto, reevaluar y dar visibilidad a la obra de Kurtz para desafiar la parcialidad
del canon literario y enriquecer nuestra comprensión de la literatura española del
siglo XX. Como afirmó Caudet (2009: 50), debemos “reclamar la dignidad del
recuerdo” para construir esa memoria colectiva olvidada.
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34
LECTURAS DESAFORTUNADAS.
LA MECÁNICA DEL POEMA EN “EL OMBLIGO DEL
SUEÑO” DE MARIO MONTALBETTI
Helena Pagán Marín (Universidad de Salamanca)1
INTRODUCCIÓN
Desde los inicios de su trayectoria como lingüista y poeta, Mario Montalbetti
(Lima, 1953) detecta que hay algo en el lenguaje que escapa a las teorías de
carácter evolutivo (instrumental) y referencial (semántico) que se han dado sobre
él. Algo que solo pone de manifiesto el poema, contexto en el que las palabras
trascienden sus usos directos y comunicativos, y arman un sentido que no busca
una correspondencia exacta en la realidad. Entender y definir ese otro mecanismo
generador de conocimiento será, desde el comienzo, la misión de su obra (no solo
creativa, también científica como investigador en lingüística formal). Cuenta de
ello dan sus primeros artículos e investigaciones, en los que predice y reflexiona
algunas ideas fundamentales sobre las posibilidades, límites y aporías del lenguaje
que más tarde formarán parte de su teoría poética. Desarrollada con maestría en El
1 Este capítulo es resultado del proyecto PID2019-104957GA-I00 (Exocanónicos: márgenes
y descentramiento en la literatura en español del siglo XXI) financiado por MCIN/ AEI
/10.13039/501100011033. Asimismo, forma parte de un trabajo de investigación financiado por
el Ministerio de Educación (FPU21/05633). Por otro lado, el título es un guiño a un ejercicio
practicado por Montalbetti en su crítica poética. Tal y como revela en el capítulo “Desdichadas
lecturas. Sobre “Los reyes rojos” de José María Eguren” (2014, 62-67), el poeta peruano desconfía
del poder de la representación a la hora de captar el significado de un poema, de ahí que minimice
sus ejercicios hermenéuticos refiriéndose a ellos de esta forma.
35
pensamiento del poema (2020), pero ya esbozada y explorada previamente a lo largo
de toda su producción creativa. Así lo advierte el poeta peruano Roger Santiváñez:
Cuando en el número uno de la revista limeña Hueso Húmero correspondiente a
los meses de abril-junio de 1979, el joven poeta Mario Montalbetti publicó su poema
Quasar / El misterio del sueño concavo los lectores de poesía peruana quedaron notificados que algo nuevo empezaba a suceder en el ámbito del lenguaje –hasta ese momento instituido– como canon establecido para la expresión poética. (2012a: párr 1)
En esta investigación, ofreceremos una lectura crítica de “El ombligo del sueño”
(Montalbetti, 2017: 213), poema perteneciente a Cinco segundos de horizonte
(2005), y recuperado en Cualquier hombre es una isla (2014) como puerta de
entrada al volumen de ensayos del autor, con el fin de desplegar los principios
estructurales y de formación del significado que para Montalbetti tiene la poesía.
Para ello, se establecerá un diálogo entre los dos lenguajes que conforman el
poema: el futurista y el filosófico/psicoanalítico. El estudio constará de dos partes:
una primera dedicada a esbozar un breve marco teórico sobre las relaciones entre
poesía y automoción desarrolladas por la poesía latinoamericana última; y una
segunda destinada, propiamente, a ofrecer una lectura hermenéutica del poema
que nos ocupa, en la que tendrán especial protagonismo algunos de los postulados
teóricos sobre lingüística desarrollados por Jacques Lacan.
SOBRE POESÍA Y AUTOMOCIÓN EN EL MARCO DE LAS ÚLTIMAS LETRAS HISPANOAMERICANAS:
MONTALBETTI Y EL PENSAMIENTO FUTURISTA DE SU TIEMPO
Las relaciones entre automoción y literatura a menudo han venido articuladas por
la corriente futurista. Caracterizada por su creador como asalto violento hacia lo
36
conocido, así como gesto destructor de ideas e instituciones (Marinetti, 1909).
Sin embargo, la entrada del movimiento en América Latina a finales de los años
20, como consecuencia de las traducciones del Manifiesto, y los numerosos viajes
intercontinentales que realizaron los intelectuales del momento –entre ellos,
Marinetti– modifica, con creces, el carácter europeizante de las doctrinas del
italiano. El futurismo a lo europeo vira, en América Latina, hacia un futurismo
(re)vitalizado. Tan conectado a la máquina como a los elementos –también
emotivos– del nuevo paisaje latinoamericano.
Así lo refiere Verónica Cohen (2019), quien, apoyada en la figura del poeta
y periodista uruguayo Alfredo Mario Ferreiro, destaca su particular apego a la
personificación del lenguaje instrumental de la maquinaria. Para expresar las
posibilidades emotivas y de conexión con el territorio que la imagen mecánica,
cinética, y motora de la corriente futurista permitió a Ferreiro, Cohen recuerda
la dedicatoria que el poeta uruguayo hizo a su mujer en El hombre que se comió
un autobús (1927): “Tú y yo somos a semejanza de los motores maravillosos”; así
como los versos “¡Qué idea de reposo daría un rascacielos / apoyado en el cielo!”
(2009: 89), relacionados con el poema que ocupa esta investigación por conjugar
las nociones de “transporte”, “maravilla” y “reposo”.
Sin embargo, el entusiasmo poético por la máquina fue algo que Ferreiro
compartió con otros adeptos del momento a la corriente futurista, como
fueron el argentino Oliverio Girondo o el peruano Alberto Hidalgo, quien se
sirvió de la estética futurista en Panoplia Lírica (1917), tal y como muestran los
poemas “Manifiesto” y “Oda al automóvil” (Mojarro Romero, 2007), y a quien
destacamos por afinidades tonales y de origen con Montalbetti. Junto a él, en el
contexto de las letras peruanas del momento, es importante destacar Química
del espíritu (1923), obra de Alberto Hidalgo, y Polirritmos y otros poemas (19221925), de Juan Parra del Riego, a quienes Miko Lauer dedica un estudio en Musa
mecánica. Máquinas y poesía en la vanguardia peruana (2003).
37
En la estela de esta praxis futurista americana que busca reunir y congregar las
políticas lingüísticas que contiene el lenguaje de la automoción, se sitúa, junto a
los poetas citados, Mario Montalbetti. Cuyo interés por la imagen automovilística
y el reino léxico de la maquinaria data de sus primeros poemarios, entre los que
destacamos Llantos Elíseos (2002), El lenguaje es un revólver para dos (2005) y 8
cuartetas en contra del caballo de paso peruano (2008); y en los que encontramos,
respectivamente, títulos como: “Vehículos de varo”, sobre automóviles y sueños
como medios de expresión metalingüística; “Objeto y fin del poema”, en el que a
través de la imagen de un aeroplano preparado para aterrizar dibuja y fundamenta
la trayectoria que recorre el poema hasta su significación; y “El ombligo del sueño
(2)” , continuación del texto que ocupa este estudio y donde amplía lo expuesto
en él, centrándose, esta vez, en la dimensión temporal del poema.
En esta investigación, analizaremos el uso de ambos lenguajes: el automovilístico
y el poético-lingüístico en la poesía del peruano, cuya relación con el futurismo
literario americano se establece por medio de su profesión como lingüista formal,
dando lugar a un uso de la imagen automovilística muy distinta a la contemplada
hasta el momento. En su caso, no será el poema veloz y de metáfora motriz el
que cante un cambio cultural sin precedentes en el sistema-mundo, sino el que
ofrezca una reflexión sobre los mecanismos de funcionamiento del lenguaje. La
estética futurista ya no es la excusa para hablar de manera comprometida sobre el
contexto cultural americano –lo que, por otra parte, Montalbetti no descuida en
su poética, sino para proponer una reflexión de orden metatextual. Este cambio en
el uso de las formulaciones futuristas por parte de Montalbetti quizás se deba a la
larga trayectoria de un ismo al que José Carlos Mariátegui, uno de los principales
promotores de las vanguardias europeas en América Latina, destaca como primera
vanguardia en llegar al Perú (1988: 153).
Ahora bien, para efectuar este particular uso del coche y sus metáforas con
fines lingüísticos, Montalbetti tiene varios postulados teóricos presentes. Lo deja
38
entrever en algunos capítulos del volumen Cualquier hombre es una isla (2014),
como “El lenguaje como un gran hueco en medio” y especialmente “En defensa
del poema como aberración significante”. Donde, sirviéndose del pensamiento
de Sigmund Freud, Ferdinand de Saussure y Jacques Lacan, pero sobre todo de
Lacan, empieza a esbozar los cimientos de su comprensión lingüística del lenguaje
poético. Así, apoyándose de forma general en las relaciones insospechadas entre
Tres ensayos sobre teoría sexual (1905), de Sigmund Freud, y el Curso de lingüística
general (1916), de Ferdinand de Saussure; y, de manera particular, en la crítica que
el primer Lacan hizo a la ciencia lingüística de Saussure, concretamente a la idea
de signo como totalidad cerrada: Montalbetti distingue la función prosística de
la poética, problematiza la correspondencia exacta entre la palabra y la realidad, y
genera una poética del lenguaje para el lenguaje. “Este es el meollo fundamental
de la obra montalbettiana: ser una meta-poética, poesía sobre la poesía, lenguaje
sobre el lenguaje” (Santiváñez, 2012b: párr 13). Por lo expuesto, a Montalbetti le
debemos la ocasión –no nueva en lo creativo, pues tenemos a Vallejo, pero sí en
lo teórico– de pensar el lenguaje sin objeto.
En relación con los pensadores citados, conviene destacar una particularidad que
los reúne: todos ellos –salvo Saussure– han aportado reflexiones y pensamientos
críticos sobre el lenguaje y sus procesos formativos, pero en ninguno de los casos
este ha sido la materia central de su pensamiento. Algo que, en vistas de lo expuesto,
podría interesar a Montalbetti es conocer la mirada lingüística de aquellos dedicados,
principalmente, a otras ramas del conocimiento relacionadas con él. Acercamiento
bidireccional que él mismo practica en sus respectivas labores como lingüista y
poeta: «Uso la metalingüística que es el lenguaje para escribir poesía. Cuando hago
lingüística trato de demostrar que el lenguaje no existe. Cuando escribo poemas
trato de probar que estoy equivocado» (Montalbetti vía Santiváñez, 2012b).
Por último, junto al impacto y la relevancia que presenta en su escritura la
tradición intelectual de occidente, no se puede ignorar las confluencias literarias
39
con su tiempo y entorno. Pues, como bien afirma Santiváñez (2012a), Montalbetti
ocupa un lugar destacado en las letras hispanoamericanas. Desde los inicios de
su obra creativa, el poeta se aleja de la tónica habitual de los 70, que consistía en
extraer lirismo de lo coloquial y fomentar la conversación distendida con el lector:
practicada por Antonio Cisneros, así como por el movimiento peruano Hora
Zero –fundado por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz–, para trabajar el poema
teórico y con él reflexionar sobre las funciones del lenguaje fuera del contexto
científico; es decir, gramatical.
En vistas de la profundidad filosófica del asunto, y con el ánimo de presentar
un ejercicio hermenéutico que si bien no agote, al menos sí trate de completar
todas sus posibilidades, nos serviremos fundamentalmente de los presupuestos
teóricos de orden lingüístico y significante que ocuparon al poeta peruano en su
diálogo con Jacques Lacan. Diálogo que, particularmente en este poema, y como
bien trataremos de demostrar a continuación, orquesta su particular sentido.
LA MECÁNICA DEL POEMA EN “EL OMBLIGO DEL SUEÑO” DE MARIO
MONTALBETTI
En El pensamiento del poema (2020), el poeta y lingüista peruano Mario
Montalbetti habla del poema como una suerte de vehículo kamikaze que siempre
corre en sentido contrario a aquel que le indica el lector; es decir, como el poema
que siempre escapa de sus significaciones.
‘El poema piensa’ parece un vehículo que ingresa en una calle de sentido único.
A los lados de la vía, la gente le increpa que la dirección es otra y vocifera: el poema
siente, el poema hace imágenes, el poema simboliza. Tal vez lo haga (sentir, imaginar,
simbolizar), pero aquí me interesa seguirle la pista al vehículo que ingresa en contra del
tráfico autorizado. (2020: 19)
40
Que Montalbetti utilice la idea de vehículo para hablar de poemas no es
extraño. Ha llegado a compararlos en más de una ocasión con un automóvil y
hasta con un aeroplano. En este sentido, sería fácil servirnos de la reiteración de
sus ejemplos para corroborar que, efectivamente, cuando el lingüista peruano
habla de vehículos, en realidad está hablando de poemas. Pero cerrar la exégesis
de esta pequeña pieza de orfebrería lingüística con una conclusión tan repentina y
deliberada significaría, en realidad, dejar sin resolver el asunto central del poema,
pues este no va sencillamente de automóviles, sino de que estos funcionan, se
mueven, de una manera particular, en un sentido.
Para el abordaje analítico de “El ombligo del sueño” nos serviremos de la
definición de “sentido” que ofrece Jacques Lacan y que Montalbetti recupera en
numerosas partes de su producción teórico-literaria. Entre ellas, en Cajas (2018),
donde nos dice: “el sentido [..] indica la dirección de su propia falla” (Montalbetti,
2018: 55). O en el ya citado capítulo “En defensa del poema como aberración
significante”, perteneciente a Cualquier hombre es una isla (2014). Texto en el que,
en una versión más extensa del concepto, llega a definirlo como “una dirección
hacia la que un representante apunta sin jamás llegar a su objetivo, pero en cuyo
despliegue ordena un cierto conjunto significante, le da dirección e impide que
sus miembros se desbanden en una metástasis pueril de formas” (Montalbetti,
2014: 55). Esta definición se repetirá, con variaciones, a lo largo de toda su obra
teórica, y a ella nos estaremos refiriendo cada vez que traigamos a colación el
concepto en nuestro análisis.
Al enfrentarnos a “El ombligo del sueño”, lo primero que encontramos es un
vehículo. Ahora bien, no de cualquier tipo, sino un “pequeño automóvil”. La
imagen que se nos presenta al leer esta palabra podría ser más o menos la de un
coche prototípico de cuatro ruedas, el cual empleamos para desplazarnos por la
ciudad. Pero quizás convenga preguntarse si realmente es ese el automóvil en el
41
que el poema piensa. El psicoanalista francés Jacques Lacan insiste en la necesidad
de leer sin prejuicios y “examinar detalladamente los textos” (1990: 303) a partir
de aquello que literalmente dicen: “La Letra es algo que se lee […] se lee, y
literalmente” (Lacan, 2021: 38). A mi juicio, esta es una buena ocasión para
seguir sus palabras y considerar la literalidad del término “automóvil” a la luz del
poema; para ello, nos ayudaremos de un diccionario.
La Real Academia Española define “automóvil” en los siguientes términos:
“Que se mueve por sí mismo. Dicho principalmente de los vehículos que
pueden ser guiados para marchar por una vía ordinaria sin necesidad de carriles
y llevan un motor, generalmente de combustión interna o eléctrico, que los
propulsa” (RAE, n.d., definición 1). ¿Sería esta una definición de automóvil
más exacta? O mejor, ¿estaría más cerca del tipo de automóvil en el poema que
piensa? Yo sostengo que sí, que leer desde la literalidad del término posibilita
un acercamiento hermenéutico distinto, pero, para justificar dicho argumento,
apoyaré mi explicación con algunos textos de Montalbetti, así como también de
la teoría psicoanalítica.
El poema, como el automóvil de la RAE, se mueve por sí mismo; de hecho, se
mueve con independencia del poeta, pero también del lector. En el primer caso,
porque su poder de significación escapa a la voluntad autoral, e incluso sobrevive
y persiste más allá de esta; en el segundo, porque es incapaz de cerrar su sentido en
una sola interpretación. Además, los poemas son vehículos que pueden ser guiados,
pero nunca conducidos. Montalbetti es consciente de ello y por eso lo explicita
en su poema. Pueden ser guiados a través de una vía ordinaria de significación
(significante/significado). Esto quiere decir que los lectores trataremos de frenar
su sentido volviéndolo signo; trataremos de “zurcir” (en términos psicoanalíticos)
su cadena significante domesticándola con un significado, y de hecho lo haremos
(esta lectura del poema es un buen ejemplo) por una ilusión de unidad, por
nuestra particular tendencia hacia lo Uno, a la que Lacan se refirió en El estadio
42
del espejo (2009) a propósito de las primeras etapas formativas del yo. Pero lo
cierto es que no lo lograremos, pues la condición esencial del poema –su razón
de ser– es la de moverse infinitamente en torno a un hueco; esto es, a un vacío de
significado. En conclusión, si el poema sucede es en la medida en que se resiste a
hacer signo.
Por otra parte, y continuando con la definición, el poema no necesita carriles
porque su trayectoria no dirige a ningún lugar concreto. Su virtud es la de no llegar,
y por eso se mueve por condensación o por desplazamiento2; es decir, se mueve
a través de metáforas y de metonimias, que son, para Montalbetti, “operaciones
cinéticas cuyo discurrir solo se detiene por fuerzas externas” (Mitrovic Pease en
Montalbetti, 2014: 11). Junto a lo expuesto, la definición que nos proporciona
la RAE también incide en que el motor del automóvil, lo que pone en marcha su
manera de significar, es de combustión interna o eléctrico. Lo expuesto por la Real
Academia nos permite crear una conexión con una de las metáforas que utiliza
Montalbetti para hablar del funcionamiento del poema. A su carácter químico o
eléctrico se refiere en uno de sus artículos sobre poética: “En defensa del poema
como aberración significante”, cuando habla de las diferentes relaciones entre
las partes que lo componen. Allí, Montalbetti menciona que dentro del poema
existen relaciones horizontales entre las palabras que integran un verso, y verticales
entre los distintos versos que lo conforman. Y que esa diferencia “refleja aquella
otra que existe entre la transmisión de información al interior de una neurona
(relaciones eléctricas) y la transmisión de información entre neuronas (relaciones
químicas)” (2014: 57). En resumen, cuando Mario Montalbetti nos habla de
2 Es interesante señalar que tanto Freud como Chomsky se refirieron a la condensación y al
desplazamiento como los dos procesos básicos de la formación del inconsciente y de la facultad del
lenguaje, respectivamente. Esta es, sin duda, una de las convergencias esenciales entre lingüística
y análisis. En palabras de Montalbetti: “Los dos mecanismos responsables de las formaciones del
inconsciente y del lenguaje son exactamente los mismos” (2014: 227).
43
pequeño automóvil, en realidad nos está hablando literalmente de ese vehículo
que se mueve solo, sin necesidad de carriles, y en un sentido, gracias a relaciones
químicas o eléctricas; es decir, nos está hablando de poemas. Ahora bien, no de
cualquier poema, sino del poema que se resiste a encallar su sentido, del poema
que hace borde.
Si recuperamos el texto poético y continuamos su lectura, sabremos entonces
que ese pequeño automóvil3 (que finalmente no resultó ser tan pequeño) ingresa
al Óvalo Gutiérrez y no sale más. El Óvalo Gutiérrez es el centro neurálgico de
Lima, una especie de circunvalación entre Miraflores y San Isidro en torno a
la cual se construye la metrópoli. Pero también es el Óvalo de Badiou, de cuya
representación esquematizada se sirve Montalbetti en El pensamiento del poema
(2020) para dar una visión gráfica del lenguaje “si pudiésemos dar un paso gigante
hacia atrás y verlo por completo delante de nosotros” (2020: 23). Visto así, el
lenguaje sería un objeto cerrado con dos bordes, y el lugar que ocuparía el poema
en ese óvalo cerrado sería, como el matema, el de un extremo: justo el borde entre
lenguaje y no-lenguaje.
El poema ingresaría entonces en ese óvalo cerrado definido por un adentro y
un afuera del lenguaje, pero su lugar en la figura sería tangencial, pues este sería
el borde. En ese borde que “contiene todo lo que es común a lenguaje y nolenguaje” (Montalbetti, 2020: 25) se encontraría girando “una vuelta tras otra
prendido, como un amante taciturno, del centro del mundo”, tal y como enuncia
el poema.
Una vez resuelta la primera parte, podríamos preguntarnos: ¿Es ese centro del
mundo el ombligo del sueño? La respuesta a esta pregunta es inoperante, pues lo
que interesa al poema no es, en realidad, la anatomía onírica, sino de qué manera
3 A partir de este momento, cada vez que empleemos el término “automóvil” lo haremos para
referirnos, en realidad, a un poema.
44
las palabras convergen para generar su propia lógica. No obstante, servirnos de
una de las primeras definiciones que Freud dio del ombligo del sueño tal vez
pueda ayudar a nuestra lectura e iluminar su continuación. En La interpretación
de los sueños (1899), el padre del psicoanálisis define el ombligo del sueño en los
siguientes términos:
Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras
contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar
en que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos con que nos topamos
a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna y desbordar en
todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestro mundo de pensamientos.
Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño como el
hongo de su micelio. (Freud, 1900: 519)
Junto a esta reflexión freudiana, desde el punto de vista de Lacan, el ombligo
del sueño se entiende como “un agujero, […] algo que es el límite del análisis”
(Lacan en Pérez Abella y Germani, 2011: 122). En consecuencia, descargado
de su carga psicoanalítica –si es que acaso fuese posible– e interpretado en
términos metalingüísticos, el ombligo del sueño sería ese punto de indecibilidad
que todo discurso contiene y el cual nos revela el carácter limitado de toda
interpretación4.
El poema gira, prendido de ese centro, y nosotros giramos con él, prendidos
de ese mismo vacío que intentamos llenar. Sin embargo, existe un momento en el
cual el lector/conductor es consciente de que alcanzar una unidad de significado
4 Para más información, se recomienda consultar “El lenguaje con un gran hueco en el medio”
45
es una ilusión, pues esta es, en realidad, inexistente. Tal y como refiere Lacan
en El Seminario 21, Los nombres del padre (1973-1974): “Todos inventamos un
truco para llenar el agujero (trou) en lo Real. […] Uno inventa. Uno inventa lo
que puede, por supuesto” (1974: 40). De un momento a otro, la interpretación
se enfrenta a su abismo significativo y se nos revela del poema su “energía no
domesticada” (Montalbetti, 2014: 58). Esto sucede porque el automóvil se
queda sin combustible y, tal y como leemos en “El ombligo del sueño”, alcanza,
lentamente, su lugar natural de reposo. Pensemos entonces cuando Lacan dice:
“El deseo no nos conduce más que a la mira de la falla donde se muestra que el
Uno solo depende de la esencia del significante” (2021: 13).
Que el poema abandone su pulsión, ese “movimiento de repetición incesante
alrededor de un hueco que la constituye” (Montalbetti, 2014: 194), no solo
justifica su existencia, sino que constituye su razón de ser. Precisamente porque
en ese instante entendemos que la única verdad es que no hay verdad, que la única
interpretación posible es que no hay interpretación; ya que, por encima de esta,
se eleva el goce, definido por Lacan como lo que “está marcado, dominado, por
la imposibilidad de establecer como tal, en ninguna parte en lo enunciable, ese
único Uno que nos interesa” (2021: 14).
Siempre presuponemos, incluso asumimos, que existe un significado, pero
cuando creemos haber dado con su fórmula, se desvanece. Para que una obra de
arte sea eso: obra de arte, obra de arte y no utensilio, debe siempre quedar un resto.
En alguna ocasión, Lacan ha llegado a decir que “la sustancia pretendidamente
objetal […] es de hecho lo que en el deseo es resto, es decir, su causa, y el sostén de
su imposibilidad” (2021: 14). Yo creo que por eso el poema sucede en la tensión
entre la materia significante y el resto imposible de enunciar. Al fin y al cabo, la
lucha del lector siempre será centrífuga, pero el poema lo expulsará hacia afuera
(Montalbetti, 2014: 93-97).
46
con la fuerza centrípeta de su giro en torno a un hueco. Esta dinámica permitirá
la existencia del resto, así como el discurrir incesante del sentido.
A partir de este momento, en el que cual hemos arribado al centro del circuito
y hemos descubierto su carácter de vacío, todo podría resolverse, más o menos, en
los términos expuestos. Incluso podría decirse que estamos en las condiciones de
afrontar el resto del poema como la “verdadera” lectura que el lingüista peruano
quiso dar de su poesía. Ahora bien, antes de dar por cerrada esta exégesis, sería
interesante comentar una cuestión del poema casi inadvertida, pero no por ello
menos susceptible de decir: por qué ese movimiento, casi neurótico, de “pulsión
de langue” poética es una ocasión festiva. Mi reflexión sobre este verso tiene que
ver con la idea montalbettiana de poema como “objeto no-serio” que referiré a
continuación.
En el artículo señalado previamente a propósito de los mecanismos de cohesión
poética: “En defensa del poema como aberración significante”, el lingüista peruano
comparte una reflexión sobre el desdén que, desde las instituciones públicas, se
promueve con relación al poema. Allí, Montalbetti nos explica cómo, frente a
la novela, considerada un artefacto serio, el poema es siempre materia de burla.
Sin embargo, también advierte en ese carácter cuasifestivo una ocasión para la
diferencia, una ocasión que el poema siempre aprovecha para no ceder, para
mantenerse único. Precisamente porque la seriedad está inexorablemente ligada
con la serialidad. De acuerdo con Montalbetti, “ser serio es ser parte de la serie, ser
parte de una continuación esperada, que tiene lugar respecto de lo que vino antes.
El poema, por el contrario, parece ser un objeto literalmente fuera-de-serie” (2014:
49). Este juego de palabras había encontrado ya su formulación en El Seminario 20
de Lacan, donde el psicoanalista francés nos dice que “lo serio […] no puede ser sino
lo serial” (2021: 29). En este sentido, el poema como herramienta epistemológica
no-seriada se eleva de nuevo como incapaz de asumir una interpretación a la luz de
la serie; es decir, una interpretación acotada, contextual, precisa.
47
CONCLUSIONES
Lacan decía que los poetas no sabían lo que decían, pero que sin embargo
lo decían antes (1955: 17). Este poema dice muchas cosas. Por una parte,
demuestra que las relaciones entre poesía y automoción en el marco de las letras
hispanoamericanas no solo han evolucionado, sino que en los últimos tiempos han
alcanzado senderos nuevos, como el metatextual. Por otra, nos habla de distintos
procesos y particularidades que la poesía, tal y como la entiende Montalbetti,
presenta frente a otros géneros, no solo en lo que respecta a cuestiones formales,
sino también en su particular forma de armar significados.
Aún con todo, la función de este poema no es decir lo expuesto, tampoco
negarlo, ni siquiera sugerir otros significados posibles; quizás porque no fue para
eso para lo que fue pensado. Lo único que parece claro, con independencia de las
lecturas que de él se ofrezcan, es que su función (y su virtud) es la de permanecer
en el eterno sentido, la de girar y girar infinitamente para no devenir signo, para
no anclar su cadena significante a un significado tan irreal como imposible. Y es
que por Montalbetti sabemos que la promesa de un significado es lo que mantiene
en movimiento al poema, pero también que la única verdad es que no hay
significado. “Los significados son como los mensajes en las galletas chinas” (2021:
76), dice el poeta; la ilusión que nos mantiene girando en un eterno sentido. Por
todo lo expuesto, la única conclusión que podemos extraer de “El ombligo del
sueño” es que mientras el poema gire y se transforme, y mientras seamos, en su
recorrido, susceptibles de leer el nuestro, habrá poesía. Pues si algo nos enseña
Montalbetti es que el poema, como toda obra de arte, se dice en el resto.
48
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50
HISTORIAS ROTAS Y MUNDOS FANTÁSTICOS:
UN ANÁLISIS DE LA LOCURA EN
FLORENCIA Y RUISEÑOR DE BÁRBARA JACOBS
An Van Hecke (KU Leuven)
LITERATURA Y LOCURA
La relación entre literatura y locura puede ser analizada de diferentes maneras.
Shoshana Felman habla, por un lado, de “textos sobre la locura” y, por otro, de
“la locura de los textos” o “la locura de la retórica” (Felman, 1978: 347-348,
mi traducción). La novela Florencia y Ruiseñor de la escritora mexicana Bárbara
Jacobs se presta a ambas perspectivas. Es un texto sobre la locura, tema que ha
sido inspiración e incluso objetivo de muchos otros novelistas. Este retorno a
lo dionisíaco se ha explicado por el llamado “surgimiento del anti-racionalismo
moderno” (Feder, 1980: 203-205). Florencia y Ruiseñor es también una novela
que reflexiona sobre la “locura del texto” y que se pregunta si la literatura misma
puede ser percibida como un acto de locura.
Tratar de definir la locura no es sencillo, puesto que es un concepto cargado de
siglos de suposiciones políticas, religiosas, médicas y personales (Foucault, 1998).
Como bien lo señala Lillian Feder en Madness in Literature, no puede haber una
sola descripción que evoque todas las variedades de pensamientos o conductas
raras o anormales que han sido consideradas como locas a lo largo de la historia
humana (Feder, 1980: 5). Una posible definición podría ser que la locura es un
estado en el que los procesos inconscientes predominan sobre los conscientes a
tal grado que determinan ciertas percepciones o reacciones que son consideradas
51
como confusas o inapropiadas según los estándares actuales del pensamiento
lógico (Feder, 1980: 6).
La locura y la literatura siempre han estado muy conectadas puesto que los
poetas o los escritores de ficción utilizan estructuras −como el mito, la metáfora,
el símbolo− que tercian entre lo inconsciente y lo consciente, y a menudo son
vistos como exploradores talentosos o intérpretes de los mensajes supuestamente
indescifrables del hombre loco (Feder, 1980: 7). La frontera que separa al genio
de la insensatez es muy frágil, pero muchos autores también se sienten atraídos
a “poner en boca de personajes locos la verdad de una parábola” (Sánchez-Blake,
2009: 15). Es lo que se observa en el protagonista de Florencia y Ruiseñor, la
novela de Jacobs: Ruiseñor Tornero es un loco que parece decir muchas verdades.
Ruiseñor, narrador en primera persona, se encuentra recluido en un manicomio
donde un día conoce a Nadia. En una especie de taller literario, Ruiseñor y Nadia,
maestro y alumna, trabajan juntos en una novela para la que inventan al personaje
de la nana Florencia. Al igual que en otras obras de Jacobs analizadas por Trejo
Téllez (2005: 76-108), también esta novela se caracteriza por la metaficción,
con múltiples reflexiones sobre el acto de escribir, y por la intertextualidad.
Una referencia clave es la novela Un coeur simple de Flaubert, cuya protagonista,
Félicité, por “su buen ánimo” les inspira a crear su personaje de Florencia (3241).1 De hecho, Ruiseñor y Nadia siguen el ejemplo de Gertrude Stein, quien
ya había inspirado “The Good Anna” en Félicité de Flaubert (45). El propio
Ruiseñor se identifica con el profesor Higgins (24), de la obra de teatro Pigmalión
de Bernard Shaw, también conocida por la versión musical My Fair Lady, en la que
el profesor Higgins le enseña a Eliza Doolittle a hablar bien, como una dama de
la alta sociedad. Otra referencia intertextual llamativa es Los de abajo de Mariano
1 Jacobs, Bárbara (2006). Florencia y Ruiseñor. México: Alfaguara. En adelante, el número de
página que acompaña a las citas de la novela remite a esta edición.
52
Azuela (119), por la tensión entre los de arriba y los de abajo. Las referencias en
el texto se extienden también hacia una intertextualidad intersemiótica, entre la
música y la literatura. La “Oda a la alegría” se convierte en un leitmotiv musical,
aunque Nadia opina que Ruiseñor más bien sería fanático del Bolero de Ravel por
las repeticiones en sus historias (97).
LA CASA DEL CERRO, LUGAR DE TRANQUILIDAD Y DE LIBERTAD
Al inicio de la novela, Ruiseñor trata de definir el lugar donde se encuentra y
repasa toda una serie de sinónimos para la palabra “manicomio”:
fui traído aquí, un manicomio, o clínica psiquiátrica, o sanatorio para trastornados
de la mente, o bien hospital para perturbados, o centro de rehabilitación para personas
de conducta antisocial, o granja, o casa de medio camino que, a la entrada, con un
rasgo de ingenio más que pobre, se identifica como Casa de Reposo. (10)
La gran cantidad de términos revela la dificultad de nombrar el lugar, las diferentes
perspectivas y las dudas en darle el nombre más adecuado. Algunos términos,
como el de Casa de Reposo, son eufemismos para no referir explícitamente a la
locura. Ruiseñor inventa un nombre más, el de Casa de la Risa (12), que también
es ambiguo. Por un lado, se refiere al personal, que se ríe de las locuras de los
pacientes, en particular de Ruiseñor cuando se pone sus atavíos: un gorro de
chef, una capa morada, un trozo de cáscara de melón, que para él representa
la luna (44-47). Por otro lado, puede referirse a la risa y el humor del propio
Ruiseñor, un personaje muy creativo a quien le encanta jugar con el lenguaje y
crear frases humorísticas. Ruiseñor opta finalmente por el nombre de Casa del
Cerro, “que es lo que me la identifica a mí” (10). En la imagen del cerro no hay
referencia a la locura. Es un elemento de la naturaleza que transmite sosiego,
53
por lo que se podría hablar hasta de claustrofilia, el antónimo de claustrofobia.
Ruiseñor expresa el deseo de permanecer en el espacio cerrado, porque este le da
tranquilidad y seguridad. Así se lo ha asegurado también el psiquiatra, quien lo ha
convencido al decir: “Aquí estás tranquilo, Tornero” (26). En la Casa del Cerro,
Ruiseñor ha encontrado la paz, que afuera no era más que una amenaza (11). Ahí
se siente más feliz porque puede dejar atrás el mundo de afuera y ser simplemente
él mismo (29), lo que para él consiste en ser Brujo, en ser el maestro Mago (12).
Su vida diaria en la Casa del Cerro no es angustiosa y él encuentra la felicidad
incluso en pequeñas cosas:
Corrí hacia la Casa, tropezándome con el borde de la capa. Por la puerta de servicio
entré directamente a la cocina. Minutos después reaparecí, con la luna sobre mi pecho
renovada, fresco el cuarto menguante de cáscara de melón, frescos los hilos de elote de
los que pendía mi luna de plata. Me senté al lado de Nadia sobre el pasto. Como si no
hubiera sucedido nada, mi alumna me extendió solícitamente la Libreta de apuntes.
(134)
El encierro de Ruiseñor en la Casa del Cerro es definitivo: “Me catalogan de
‘crónico’. Es su forma de advertirme de que no saldré de aquí nunca” (12). Sin
embargo, el lugar cerrado le da una sensación de libertad: “Por algo yo soy libre
desde que me supe desecho social” (27). Esta libertad absoluta le permite explorar
el mundo de lo fantástico o, como Jacobs señala en una entrevista con La Jornada,
experimentar “una situación extrema en la que todo se puede decir y hacer más
fácilmente −al fin que están locos−, pero bajo esa apariencia salen más cosas, más
verdades” (Jacobs en Montaño Garfias, 2006).
La Casa del Cerro está cerrada, pero a la imaginación no se le puede poner
límites: “¿Sabías, Nadia, que el único territorio libre que nos queda a los inquilinos
de esta Casa es la imaginación?” (51). En otro momento de su discurso, Ruiseñor
54
se dirige en su imaginación a los señores del jurado: “enciérrenme, que volaré más
alto y más lejos que en todos los encierros anteriores” (119). Ruiseñor inventa
historias absurdas y crea imágenes originales: “bajé las escaleras de mi imaginación y
es probable que me haya tropezado” (14). En medio de estas historias imaginadas,
Ruiseñor le sigue informando al lector sobre el lugar en el que se encuentra: los
enfermeros siempre están presentes (28). Incluso cuando el maestro le da clases
a la alumna Nadia, hay un enfermero vigilando que interviene cuando Ruiseñor
pasa algún límite. Ruiseñor interpreta su presencia positivamente: “Los guardias
se sentaban cerca de la puerta que […] dejaban apenas entrecerrada, para atender
las palabras del maestro como si se hubieran inscrito en el curso” (88-89). Hay
veces en que Ruiseñor no se comporta según lo esperado y entonces lo esposan y
lo encierran en la celda del dolor (60). Lo mismo ocurre cuando Ruiseñor insulta
a un enfermero que ha entrado en su clase sin avisar: lo esposan y lo llevan al
calabozo (116). Sin embargo, como todo se lo imagina, es posible que también
haya imaginado estos sucesos.
El aparente caos, lo absurdo y el juego con las identidades que deconstruyen
y reconstruyen reflejan la difícil relación entre realidad y fantasía. Los “locos”
nos explican la realidad desde su perspectiva y hasta transgreden lo real, son
voces marginales que cuestionan la validez de lo que solemos considerar como
“normal”. Sin embargo, en esta novela termina siendo difícil decir quién está
loco. Aunque el propio Ruiseñor sabe que otros lo perciben como “loco”, hay
momentos en que él no se considera loco: “Me creía hablando al vacío, como si
estuviera loco” (74). Es decir, solo en un momento duda de sí mismo, pensando
que tal vez está diciendo locuras. Lo que a Ruiseñor definitivamente sí le gusta es
tomar diferentes papeles: el de escritor, de maestro, de brujo y de loco.
En lo que concierne a Ruiseñor, se puede entender por qué se encuentra en el
manicomio puesto que sus ideas y su comportamiento no siempre corresponden
con lo que se puede considerar como la norma. En cambio, en el caso de Nadia,
55
los motivos de su ingreso en la Casa del Cerro no son evidentes. Al inicio,
Ruiseñor la presenta como una mujer “inteligente, madura y sensata” (19), y es
también la imagen que tiene el lector por medio del discurso de Ruiseñor. Nadia
es una mujer culta que lee mucho y escribe novelas. Además, la causa por la que
la trajeron al manicomio parece una futilidad. Para sorprender a su esposo, Nadia
visitó con su madre a un sastre para comprar una nueva falda, pero la madre no
aprobó lo corto de la prenda, especialmente teniendo en cuenta que Nadia ya
estaba en sus cuarenta. Nadia gritó y salió desnuda a la calle. Por un momento,
parece haber perdido el control. También Ruiseñor se pregunta si este suceso
justificaba que la internaran en una clínica psiquiátrica. Lo único que pasó es
que Nadia manifestó cierta rebeldía (20), ya que toda su vida siempre había sido
“incapaz de disgustar, de contradecir, de discutir con su mamá”, una persona
dominante. Nadia simplemente concluye: “Fui una tonta” (21), es decir, solo fue
un momento de insensatez. Esto no significa que Nadia tenga una enfermedad
crónica. Es una muestra de la relatividad de lo que se considera locura o no, de
las causas variadas por las que alguien puede ser encerrado, incluso por alguna
trivialidad. La visita al sastre y la falda corta se convierten en un tema recurrente
en la novela y hasta en un trauma para Nadia, quien solo intentó liberarse del
control de la madre.
El diálogo entre dos personajes que viven en un manicomio nos enseña mucho
sobre la sociedad en general. El loco, como las demás personas, no está solo en el
mundo y reflexiona e influye a los que lo rodean. “Transforma simbólicamente
los valores y las aspiraciones de la familia, de la sociedad, incluso si renuncia a
estos” (Feder, 1980: 5, mi traducción). Ruiseñor y Nadia reflexionan sobre la
vida en general y tocan temas fundamentales como la humildad (140), la envidia
(141), el afecto (144), la sutileza, la capacidad de introspección (153). En estas
discusiones, llama la atención la constante duda, la vacilación, la inseguridad. De
hecho, en una entrevista con Francisca Noguerol en 2007, Jacobs lo confirma:
56
“En todos mis libros podemos encontrar la huella de esa inseguridad, una forma
de locura que siempre está presente. La locura es la concreción de la inseguridad”
(Jacobs en Noguerol, 2007: s.p.). El mundo de fuera es inhóspito y Ruiseñor
parece recibir señales de otras realidades que le causan la sensación de no estar
anclado en la realidad cotidiana. En el universo absurdo de Ruiseñor, él mismo sí
parece tener control sobre su vida, pero su entorno probablemente no entenderá
su lógica.
EL TALLER LITERARIO: ¿CÓMO ESCRIBIR UNA NOVELA?
Los títulos de los capítulos de Florencia y Ruiseñor reflejan las etapas de una clase
sobre cómo escribir una novela. Cada subtítulo refiere a una fase específica en el
proceso de la creación literaria. La estructura de esta metanovela guía al lector en
la reflexión no solo sobre la difícil composición de una novela, sino también sobre
la compleja tarea de publicarla.
Al inicio, Ruiseñor aún no tiene muy claro qué hacer precisamente con Nadia
cuando entra a la Casa del Cerro. Sabe que quiere ser su maestro, pero “¿De
qué?” (28). Ruiseñor quiere darle clases de literatura y se sorprende cuando
Nadia le contesta con entusiasmo. Cuando le pregunta si las clases pueden ser
prácticas también, y no solo teóricas, Nadia confirma que le gustaría escribir una
novela (30). De hecho, la alumna Nadia ya ha escrito ciento veinte páginas al
llegar a la Casa del Cerro. Ruiseñor reconoce que él nunca logró articular esta
cantidad de páginas (56); más aún, ni siquiera podemos estar seguros si él alguna
vez escribió algo. Se considera escritor (17), pero el lector no tiene acceso a sus
trabajos escritos. Además de este primer borrador de novela, Nadia siempre llega
con su “Libreta de apuntes”, con mayúscula, como si fuera un objeto sagrado, un
documento indispensable. En sus clases, Ruiseñor dedica mucho tiempo al tema
de lo verosímil y su relación con la verdad. Critica la novela original de Nadia y
57
pretende que la puede mejorar: “No te avergüences de la verdad hecha verosímil;
tu novela era verdad a secas, por eso no era novela. La manera en la que yo estoy
transformando los hechos es lo que la hace verosímil y, por lo tanto, puede llegar a
ser novela” (76). Sin embargo, Nadia no se deja abrumar por las múltiples críticas
de Ruiseñor y, ya muy avanzadas las clases, se atreve a contradecirlo:
me temo que quien se olvidó de Aristóteles y su teoría de la verosimilitud versus
la verdad, en literatura, eres tú, el maestro. Florencia hablaba como tú la has hecho
hablar. Pero esa es la verdad; y para que sea literaria, lo que tiene que ser es verosímil.
Es decir, debes rebajar un poco el nivel de su lengua. ¿Me entiendes? Debes falsearla un
poco para hacerla verdadera. Ay. (141)
Parece que ambos tienen visiones diferentes sobre cómo hacer una novela
verosímil. Lo que sí se puede afirmar es que Ruiseñor confunde realidad y ficción,
al punto de exigirle a Nadia que su protagonista responda a una interna del
manicomio (63). Toda la novela, de hecho, juega con las fronteras entre el plano
“fantástico” y el plano de la “realidad”. A veces, la transición de un plano a otro
es tan sutil que se vuelve imperceptible, a tal grado que el lector no sabe en qué
mundo está: “real” o “imaginado”.
El discurso de Ruiseñor se desarrolla en dos niveles: por un lado, la narración,
conscientemente elegida por Ruiseñor, con comentarios sobre los elementos léxicos
y sintácticos en la creación de una novela; por otro lado, el fondo inconsciente
o preconsciente de la asociación libre de ideas, el fluir de las emociones. En estas
redes de asociaciones es donde se puede percibir cierto regreso al surrealismo, con
“ecos del Manifiesto surrealista de Breton”, tal como el texto de la contraportada
sugiere. Siguiendo esta técnica surrealista de la escritura automática, los textos
del “loco” Ruiseñor a veces parecen ser redactados por una necesidad interna, el
subconsciente sobre el cual no se puede ejercer ningún poder (Lewi, 1989: 43).
58
A este nivel se podría considerar que la literatura misma es un acto de locura.
La novela escrita por Ruiseñor y Nadia, de la que no leeremos el resultado, sino
que solo vemos el proceso, será un texto redactado por dos autores llamados
“locos”. Sobre este manuscrito, Nadia sigue dudando hasta el final, como bien se
observa en el penúltimo capítulo:
Antes de que mandes tu manuscrito en busca de editor, lee todo lo que dejamos
fuera, a ver si algo te late que merezca ser incluido en algún rincón, y lee también algún
manual de cómo escribir una novela. Cualquiera te dirá lo que hay que hacer, y lo que
no hay que hacer, para que la historia pase. (168)
Es curiosa esta sugerencia hecha por Nadia de leer “algún manual de cómo escribir
una novela” después de innumerables horas de clase en las que el maestro trató de
explicarle a ella, paso por paso, cómo emprender tal tarea.
TRAMPAS Y PISTAS DEL PSICOANÁLISIS EN LA LITERATURA
La impronta del psicoanálisis en esta novela es evidente. Es la historia de un
hombre encerrado en un manicomio, lo que lleva a una reflexión profunda sobre
el tema de la locura, tratado con ironía más bien: “¿juegas a Freud conmigo?”,
le pregunta Ruiseñor a Nadia (159). Así, el texto se presta a que se haga un
análisis psicocrítico (Oatley, 2011, Rabaté, 2014) y que vayamos en busca de las
leyes psíquicas que rigen el proceso creador de la novela, tanto la novela escrita
por Ruiseñor, como la novela escrita por Jacobs. Sin embargo, aquí cabe avanzar
con precaución. La propia Nadia advierte a Ruiseñor de que se deja llevar por el
“facilismo psicoanalítico” (165). Al buscar la explicación de un sufrimiento actual
en un pasado lejano traumático, siempre se corre el riesgo de simplificar las cosas.
La novela es un constante vaivén entre esta búsqueda seria del inconsciente y una
59
toma de distancia crítica y burlona de cierto tipo de psicoanálisis. Al igual que
en la obra de Cortázar, la convergencia entre literatura y psicoanálisis permite
analizar y entender mejor la sensación de angustia proyectada en el lector (Ríos P.
Passos, 2004: 60). En lo que sigue, veremos que el alimento intelectual y artístico
de Bárbara Jacobs comprende el psicoanálisis, pero que al mismo tiempo se acerca
a los conceptos del psicoanálisis desde la duda, la inseguridad, el escepticismo y
también el humor.
Con el fin de hacer un análisis psicocrítico fundamentado, nos basamos en el
modelo tripartito de Paul Ricoeur, quien caracterizaba el psicoanálisis por tres
rasgos que le parecían esenciales:
En primer lugar, el hecho de que el inconsciente habla: el psicoanálisis no sería
posible si no hubiera una especie de proximidad entre la pulsión humana y el lenguaje.
Esta es una manera de replantear, en términos no epistemológicos, la unión de lo dinámico y lo interpretativo. En segundo lugar, la unidad se dirige a: hay en ella un carácter
de dirección, al padre, a la madre, etc. El complejo de Edipo no sería comprensible si
no existiera desde el principio un tipo de relación con el otro verdaderamente constitutiva. En tercer lugar, el componente narrativo de la experiencia analítica: el hecho
de que primero el paciente traiga retazos de narración, pero de una historia rota, de
la que no tolera ni entiende las aventuras. En cierto modo, la tarea del psicoanálisis es
rectificar, para hacer una historia inteligible y aceptable. (Ricoeur, 1995: 111-112, mi
traducción, énfasis en el original)
La novela es un largo monólogo de Ruiseñor, en el que reconstruye los diálogos
con Nadia. Su discurso es a veces ininteligible, fragmentario e ilógico, pero el uso
creativo que Ruiseñor hace del lenguaje invita a la interpretación (primer rasgo).
Ruiseñor se dirige explícitamente a Nadia, pero implícitamente también al lector
(segundo rasgo). Finalmente, el lector crítico o el investigador se siente llamado
60
a analizar y, dentro de lo posible, rectificar las historias rotas, tanto de Ruiseñor
como de Nadia (tercer rasgo).
El maestro Ruiseñor parece acudir a la literatura, a la creación de la fantasía,
para recordar los sucesos vividos durante la infancia y proyectar sus deseos
ocultos. La novela abre con un recuerdo traumático de su infancia: la muerte de
Quiquiriquí, el gallo favorito de su nana Julia. No se sabe quién lo asesinó, pero
Ruiseñor es acusado, por lo que se encuentra recluido en el manicomio. Detrás de
este trauma hay otro: la muerte temprana de la madre. De ahí la importancia del
personaje de la nana, quien sustituyó a la madre fallecida. En la imaginación y la
fantasía, Ruiseñor parece poder liberarse de sus “monstruos” interiores y alejarse
del mundo real fuera del manicomio, que a él le parece hipócrita y cerrado.
El lenguaje de la novela se caracteriza por la ambigüedad y el mundo ficticio
de Ruiseñor está lleno de símbolos. Entre los múltiples símbolos, destacamos el
del rebozo, con el que se envolvía la nana Julia, y así todas las mujeres, en cuanto
salía a la calle (8). Lossímbolos se caracterizan por la polisemia y, entre los muchos
significados posibles, el rebozo podría simbolizar la protección maternal, la
seguridad, el calor de la madre. Refiere a la madre que Ruiseñor nunca tuvo, pero
también a la nana Julia, de quien recibió el amor maternal. Las mismas cualidades
se encuentran en Florencia, la nana de Nadia, a la que Ruiseñor vuelve a imaginar.
Además de los símbolos, están los sueños: Ruiseñor sueña con el gallo Quiquiriquí
(10). Parece que en su relato quiere encontrar el verdadero sentido escondido en
el proceso onírico. El sueño requiere un desciframiento complejo y se revela como
un auténtico rompecabezas, terreno predilecto del psicoanálisis. No obstante, en
la novela, los sueños no parecen llevar a interpretaciones convincentes.
La muerte temprana de la madre puede explicar por qué Ruiseñor se obsesiona
con el tema de la muerte. La nana Florencia aparece como fantasma. Ruiseñor
se presenta como el Mago, el Brujo, quien logra hacer aparecer a Florencia, que
se sienta con los dos en el taller literario para tomar la palabra: “a partir de ese
61
momento fuimos tres a la mesa” (96). Es decir, el personaje literario se encuentra
en el mismo nivel que los creadores, participa en el diálogo con ellos. Ella les dará
la información para que ellos escriban luego la historia contada por ella, su vida
y su trabajo como nana de una gran familia. Florencia compara el mundo de los
muertos con el de los vivos, hasta “el chillido de las águilas de allá es diferente del
de acá” (117). Solo regresó al mundo de los vivos porque su niña Nadia, con la
ayuda de Ruiseñor, la llamó (117). Necesitaban a Florencia para poder escribir
su novela.
Ruiseñor no se avergüenza de nada y quiere llevar al lector a gozar de la
literatura. Durante las clases, Nadia y Ruiseñor a menudo cuestionan los códigos
establecidos por el canon, tal como Bados Ciria lo interpreta: “un diálogo lúdico,
audaz e incluso, a veces, mordaz, en torno a fórmulas y códigos aledaños a la
escritura de lo que el canon establecido considera una obra de ficción, en concreto
una novela, con el fin de subvertirlos y desmitificarlos” (Bados Ciria, 2006: 100).
Parece que ambos quieren lograr que la novela escrita por ellos tenga una función
liberadora y sea fuente de placer estético, que cautive al lector: “Darle un ritmo
continuo, tamborilazo tras tamborilazo. […] No dejar respirar al lector” (65).
El carácter experimental de la novela de Jacobs se manifiesta hasta en los
detalles. Cuando Ruiseñor reflexiona sobre la oposición entre dentro y fuera,
entre el interior y el exterior, le aclara con un guiño irónico a Nadia:
No son muy afectos a que los internos seamos sensatos, pues se quedarían sin inquilinos; de modo que establecieron el principio de que cortáramos con el exterior y, para
que recuperáramos len ta men te la salud, no contáramos sino con la desnudez y el
vacío que nos constituyen aquí adentro. (40)
La escritura pausada de “len ta men te” es un indicio de la reflexión metaliteraria
sobre el acto de la escritura. Esta profunda conciencia de los aspectos formales
62
de la escritura también ha sido señalada por Traci Roberts-Camps en su análisis
de la obra: Jacobs explora múltiples idiomas, juegos de palabras y teoría literaria
(Roberts-Camps, 2017: 191). La misma autoconciencia se observa en el uso de la
barra oblicua para indicar frases incompletas, que hasta se cortan en medio de una
palabra: “Si orino, me lavo las ma/” (28). Lo fragmentario de estas frases puede
ser el reflejo del lenguaje hablado por un loco, que no logra terminar las frases
o formular ideas coherentes, pero al mismo tiempo manifiesta los límites del
lenguaje, la lucha diaria del escritor o de la escritora por expresar las ideas o incluso
la imposibilidad de expresar las emociones a través de las palabras. También Nadia
expresa esta lucha con las palabras: “Cada vez que escribo llorar, pongo tres eles,
lo que a mí me indica que me falta mucho por lllorar. No he terminado de lllorar”
(179). La constatación de que el lenguaje a veces impone barreras es sugerida
de una manera muy sutil. Esto confirma la idea de Ruiseñor de que una novela
no puede ser perfecta porque la vida no es perfecta (64). Paradójicamente, estos
fragmentos revelan al mismo tiempo la creatividad de la autora, quien, a través de
experimentos formales, crea textos literarios originales y expresivos.
LA RELACIÓN MAESTRO-ALUMNA
Aunque la novela está escrita en primera persona, a veces Ruiseñor toma distancia
y observa la situación como si fuera un externo, usando los términos “maestro” y
“alumna” en lugar de los nombres: “Maestro –informó la alumna– le está saliendo
sangre de la boca” (61). La relación maestro-alumna esconde un juego de poder
complejo. Es evidente que Ruiseñor domina la relación y la conversación, pero
además habla en un tono a menudo autoritario, buscando destruir el trabajo de
Nadia y hacerla sentir que ha fracasado: “Mi alumna atendía mi discurso pálida,
inmóvil y callada, pero afortunadamente sin derramar una sola lágrima. […] Era
señal de que soportaría zarpazos aún más despiadados, de manera que me di
vuelo” (64). Incluso rechaza el trabajo de Nadia tachándolo de “pseudonovela”,
una obra de ficción que “no sirve para nada” (80). Ruiseñor también domina el
proceso de la escritura en el taller. Hace tres intentos para redactar la primera
frase de la novela, en lugar de leer primero la novela que Nadia ya escribió. En
este momento, Nadia sí interviene y se enoja (58). Poco a poco, ella va venciendo
su inseguridad, deja de reprimir su “furia contenida” (80) y empieza a invertir
los papeles. Después de haber sufrido muchas críticas del maestro, ella se pone a
criticarlo y a interrogarlo, a tal grado que él se siente humillado. La alumna toma
el papel de maestra (140). Ambos se lanzan fuertes críticas el uno al otro (151).
Sin embargo, al final, Nadia parece darse por vencida, cuando surge la pregunta
de quién podrá firmar la novela como autor: “Después de todo, se trata de tu
novela; no de la mía. El maestro eres tú” (145).
La relación maestro-alumna coincide con una relación de géneros diferentes,
en la que se percibe una sutil crítica feminista. Ruiseñor bromea sobre el nombre
de Nadia, que aparecería al lado del título de la novela: “Nadia Karam. ¿Quién se
llama así, aquí? No te van a bajar de Karámtula, de Karamba, de Karámbara…”
(56). Y luego continúa: “¿Cómo habrá de llamarse? ¿N.K? ¿Eneca? Así por lo
menos se evitaría enfrentar el segundo mal de su condición: no solo haber nacido,
sino no haber nacido varón” (57). Nadia termina diciendo que Ruiseñor puede
firmar la novela: “Tienes las de ganar: varón, con buen nombre; hasta como de
abolengo” (167). Es una lucha perdida por la mujer escritora. Se plantea aquí la
difícil posición de las escritoras en el mercado editorial, que siguen enfrentándose
a más obstáculos que los hombres para publicar. Es un mundo en el que siguen
vigentes varios prejuicios y visiones estereotipadas difíciles de arrancar. Además,
cabe aclarar que se trata de una historia de amor, aunque sea un amor no
correspondido. Al inicio, Ruiseñor confiesa que, al ver a Nadia entrar en la Casa
del Cerro, se enamoró de ella a primera vista (10), pero no se perciben los mismos
sentimientos en Nadia.
Ahora bien, la obra podría haberse titulado “Nadia y Ruiseñor” o “Ruiseñor y
Nadia”, por ser los dos protagonistas. Sin embargo, aparece Florencia, el personaje
de la novela de Nadia y Ruiseñor. El resultado es que en el título Florencia y Ruiseñor
resuena el nombre de Florence Nightingale. Aunque en la novela no encontramos
una referencia explícita a esta figura histórica, la alusión es significativa. Florence
Nightingale (1820-1910) era una enfermera británica y es considerada como la
creadora del primer modelo conceptual de enfermería tal como la conocemos
hoy en día. Lo que sí puede referir a la enfermera Nightingale es el recuerdo de
Florencia con “su uniforme de enfermeranana” (156-157), un neologismo que
reúne ambas profesiones en una sola persona. De hecho, los enfermeros siempre
están presentes en la novela, en segundo plano, pero su presencia se siente. Son
guardias, vigilantes, que observan a los pacientes, listos para intervenir (61), pero
también ayudan, simpatizan con Ruiseñor, se ríen de sus locuras sin burlarse de
él.
En cierto momento, la relación maestro-alumna se convierte en la de doctorpaciente: “¿Juegas a Freud conmigo?” (159), le pregunta Ruiseñor. Nadia
enseguida le aclara cuáles serían los roles en este juego establecido por el maestro:
“De entrada, en tu juego yo voy a ser la paciente, ¿no? En el otro yo era la alumna.
Ay Ruiseñor, siempre me ganas el lugar de honor” (159). Maestro-alumna o
doctor-paciente, siempre es la mujer la que se somete: “Eres, además de hombre y
mayor, listo y mañoso” (159). Si bien Ruiseñor domina la narración, el personaje
principal de la novela escrita en el taller es una mujer. La nana Florencia se parece
a la nana Julia y en el fondo está la Félicité de Flaubert.
Cabe señalar que en el último capítulo, que bien puede leerse como un epílogo,
hay un cambio de perspectiva importante. En todos los capítulos anteriores, el
primer narrador es Ruiseñor y solo escuchamos la voz de Nadia, indirectamente,
a través de los diálogos. En “Últimas palabras” (178-182) habla Nadia en primera
persona sobre su huida de la Casa del Cerro con la ayuda de sus compañeras,
65
encantadas de ser sus cómplices: “en el Pabellón de mujeres se urdía mi fuga, y
nada debía detenerme, ni siquiera la duda de qué iba a ser de mí una vez fuera”
(178). Repite constantemente la pregunta “¿Qué iba a ser de mí?”, pero esta
inseguridad no la detiene y dice convencida: “Correr, huir. Tornero se las arreglará
sin mí” (180). Aunque le habían dicho “Tienes que estar completamente bien
antes de salir”, ella defiende su decisión con el siguiente argumento: “Nunca iba a
estar bien del todo” (179). Las palabras finales de Nadia nos dan otra perspectiva.
Son las palabras de una mujer fuerte que de repente se encuentra “en la calle,
del otro lado del muro” (182), con un futuro incierto, pero segura de haber
tomado la mejor decisión. Se libera del encierro, del tratamiento psiquiátrico,
pero implícitamente se libera también del poder del maestro del taller literario
para poder recuperar su libertad como escritora.
Finalmente, la novela Florencia y Ruiseñor (2006) parece hacer eco con otra
obra clave de Jacobs, Vida con mi amigo (1994). Ambas obras reflexionan sobre
el mundo literario a través de una serie de conversaciones entre dos personajes,
que son escritores. En ambos diálogos, los personajes nos hablan, entre muchas
otras cosas, de sus lecturas, de los grandes temas literarios, del lugar del humor
y la ironía en la literatura. Uno a veces tiene la impresión de que Ruiseñor y
Nadia continúan y profundizan el diálogo iniciado en Vida con mi amigo. Sin
embargo, se trata también de dos textos muy diferentes. Vida con mi amigo revela
una relación de amor de una pareja que comparte lecturas, viajes y momentos
íntimos, en tanto que Florencia y Ruiseñor refleja una relación conflictiva, de
visiones opuestas, en la que los involucrados se lanzan críticas mutuamente y
en la que la locura y lo absurdo dominan el discurso. En Vida con mi amigo se
reconstruye el diálogo desde la perspectiva de la mujer narradora, mientras que en
Florencia y Ruiseñor domina la perspectiva del hombre narrador, con un cambio
inesperado al final, en el último capítulo, cuando Nadia toma la palabra.
66
CONCLUSIONES
En Florencia y Ruiseñor, Bárbara Jacobs evoca diferentes temas y conceptos que
nos invitan a hacer un análisis psicocrítico: la muerte de la madre, el trauma de la
infancia, el sueño, los símbolos, el lenguaje truncado. Sin embargo, a lo largo de
la novela, el lector descubre que nunca se ofrece una interpretación sólida, sino
varias. Esto crea nuevamente una sensación de inseguridad y de ambigüedad, así
como una actitud muy escéptica hacia cualquier análisis psicocrítico. Sin embargo,
en su novela reflexiva sobre la locura, Jacobs incita al lector a interpretar el diálogo
entre Ruiseñor y Nadia desde otra perspectiva o, en términos de Ricoeur (1995:
111-112), a buscar en los “retazos de narración”, en esta “historia rota”, una
“historia inteligible y aceptable”, y una historia divertida también.
El análisis también demostró que en esta novela todas las mujeres tienen un gran
impacto en la vida de los demás por su “buen ánimo” (119). Son personajes que
viven “abajo”, en el patio de atrás, son mujeres de servicio que trabajan sin parar,
que viven por y para el otro (119), mujeres fuertes que se encargan de mantener
a los niños con los pies en la tierra, son mujeres que inspiran. La novela de Jacobs
puede ser interpretada como un homenaje a la nana, a la que se considera “como
de la familia” (119), tal como lo ha hecho Alfonso Cuarón en su película Roma, de
2018, quien dedicó la película a la trabajadora doméstica de su propia casa, que lo
crio a él y a sus hermanos. La nana sustituye a la madre, sea la madre fallecida, en
el caso de Ruiseñor, sea la madre dominante, en el caso de Nadia.
Del diálogo entre dos escritores en Vida con mi amigo, Bárbara Jacobs pasa a
otro nivel en Florencia y Ruiseñor al incluir una tercera voz en la conversación, la
de la nana Florencia, el personaje de su novela (96). Este triángulo enriquece aún
más las conversaciones, porque el personaje (ficticio) desempeña un papel clave en el
desarrollo de la historia. El mundo de la imaginación crea un espacio de libertad que
permite a la mente cruzar todas las fronteras, sean estas los muros reales de una clínica
psiquiátrica o las barreras mentales impuestas por la sociedad o por uno mismo.
67
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“ARTICUENTOS-MÁQUINAS DE GUERRA”:
UNA LECTURA POSHUMANA DE
JUAN JOSÉ MILLÁS
Natalia Candorcio Rodríguez (Universidad Rey Juan Carlos)1
UNA APROXIMACIÓN POSMODERNA Y POSHUMANA
Fracasado el proyecto moderno de ilustración y racionalidad, con la emergencia
de la llamada posmodernidad se volvieron inoperativos los conceptos y binomios
heredados de la modernidad que organizaban lo real, tales como humano, identidad,
natural/artificial, cuerpo/alma, verdad/mentira o realidad/ficción. La globalización,
la economía neoliberal, la (dis)continuidad identitaria y la falta de verdades
absolutas llegaron a atravesar todas las esferas de la existencia. Por ello, el “pos” de
la posmodernidad supone, ante todo, un giro en la perspectiva del sujeto sobre lo
real (Lyotard, 1987: 90). En este sentido, Noguerol afirma, siguiendo a Gubern,
que “en un momento histórico como el contemporáneo, la cultura no puede ser
representativa de una realidad cartesiana, sino presentativa de realidades que coexisten
con ella paralela o virtualmente” (2022: 17-18). Los escritores optan ahora por
explorar su propio presente en textos donde lo real, poco fiable e indistinguible de la
ficción, ha dejado paso al triunfo del simulacro (Baudrillard, 1978), produciendo un
1 Miembro del Grupo de investigación de alto rendimiento en Análisis del Discurso y Nuevas
Tecnologías de la Información y la Comunicación (Universidad Rey Juan Carlos) y del Proyecto
de investigación Scaffolding Online University Learning: Support Sistems (European commision,
ref. 2022-1-IT02-KA220-HED-000090206). El presente artículo ha podido llevarse a cabo
gracias a la financiación por medio de un contrato Predoctoral de Personal en Formación en
Departamentos de la Universidad Rey Juan Carlos (RD 103/2019).
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tipo de textualidad abierta, fragmentaria y cambiante, una textualidad nómada tal y
como la bautizaron Deleuze y Guattari (2020), en la cual se rompen los constrictivos
límites genéricos y convencionales previos. Así, como indica Grande, lo específico de
la innovación literaria posmoderna es la combinación de procesos de diferenciación,
hibridación y transposición textual que responden “a las transformaciones y
dimensión relacional de la enigmática genericidad contemporánea, incluyendo sus
complejas formas mixtas” (2017: 63-64).
Dentro del ámbito hispánico, de acuerdo con Sanz Villanueva (1992: 267),
Juan José Millás puede ser considerado un ejemplo claro de narrador posmoderno.
Este autor valenciano, conocido especialmente por su obra novelística, lleva,
como tantos otros literatos, tres décadas compaginando su labor literaria con
colaboraciones en revistas, semanarios y diarios diversos; es de especial relevancia
su participación en El País, donde publica desde febrero de 1990 columnas de
opinión muy particulares. Aún hoy pueden leerse las aportaciones del autor en
dicho periódico –aunque la frecuencia de sus apariciones ya no es semanal–
y, además, su prolífica participación en prensa puede encontrarse en varios
volúmenes compilatorios2.
El objetivo fundamental de estas páginas es mostrar cómo en estos textos
millasianos, los llamados “articuentos”, se proyectan las problemáticas de la
subjetivación correlativas a ese contexto de la posmodernidad. Para lograr dicho
propósito, se emplearán algunas nociones en la órbita de las poshumanidades,
tales como nomadismo, simulación, rizoma, figuración o excritura expuestos
por personalidades como Braidotti (2000), Deleuze y Guattari (2020) o Nancy
2 Destacan, entre ellos, cuatro: Algo que te concierne (1995), Cuerpo y prótesis (2000), Articuentos
(2001) y Articuentos completos (2011). Los articuentos de Millás nombrados en el presente trabajo
pertenecen a la última edición, publicada por Seix Barral, en 2011, incluida en las referencias
bibliográficas, por ser la que mayor número de textos recopila hasta la fecha, por lo que se indicará
solo el título cuando se mencionen o el número de página cuando sean citados.
70
(2006; 2016). Así, el presente estudio sigue de forma laxa la línea abierta por
Ballesteros (2011), ya que él parte también del poshumanismo de Braidotti para
el análisis de la novela millasiana Laura y Julio (2006), si bien aquí se añadirán
algunos conceptos de los filósofos mencionados no empleados por el crítico y se
abordarán textos diferentes del autor. En última instancia, tratamos de aportar una
lectura a los articuentos que dialoga con el aparato crítico previo y que se suma
a él mediante un recorrido que focaliza en el articuento en tanto que territorio
textual donde Millás rompe los límites tradicionales en el planteamiento de lo
real y del individuo a través de la adopción de una postura heterodoxa, alejada
de lo canónico, adecuada a la hora de abordar el contexto posmoderno en que se
inscribe en su complejidad.
HIBRIDACIÓN, NOMADISMO Y TRANSGENERICIDAD
EN LOS ARTICUENTOS
Ya el neologismo “articuento” empleado por Millás para referirse a sus columnas
recoge su naturaleza textual mixta, entre lo periodístico y lo narrativo, que ha
suscitado diferentes intentos de definición por parte de la crítica. Por ejemplo,
Ródenas (2006: 60) apunta que son textos que se hallan “encabalgados
entre el comentario de actualidad y el relato, entre la referencialidad y la
autorreferencialidad, entre lo factual y lo ficcional, que no cuadran casi nunca con
las definiciones tradicionales sobre el artículo de opinión”. Esa indeterminación de
los articuentos ha sido destacada también, entre otros, por Csikós (2015), Mancera
(2016) o Nadal (2003). Andrés-Suarez (2004) señala que esta transferencia de
códigos atraviesa la totalidad de la producción literaria del autor, quien habría
desarrollado un gusto consciente por la contaminación y el mestizaje de registros.
La mirada que fue ensayando en la brevedad del articuento reverberó en su
poética y en su producción novelística posterior; en palabras de Valls (2001: 7),
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“es en el cruce de géneros (artículo/cuento/fábula/novela, periodismo/literatura)
donde surge esa regeneración enriquecedora para el conjunto de su obra”. El
propio Millás, en una entrevista con Cabañas (1998: 116), aseguraba que, al estar
obligado a producir textos con regularidad, su incursión en el periodismo le hizo
mejorar su voz narrativa y su disciplina a la hora de escribir. Este nuevo modo de
aproximarse a la creación lo versó en el arte del “bricolaje” textual, en la escritura
directa y conceptual, así como en la asimilación del carácter transitorio y efímero
del propio texto. Sin embargo, como se ha dicho, no son columnas de opinión
puras; los “articuentos” están marcados por el efectismo y la circularidad anejas
a la concepción del cuento de autores como Poe, Cortázar o Borges (Cuadrat,
2009: 75-79). Estos textos suelen versar sobre anécdotas de su vida cotidiana que
le encaminan hacia una reflexión o viceversa (Ródenas, 2006: 61). En ellos, como
apunta Valls (2009: 173-176), se despliegan sus obsesiones o motivos recurrentes
(la identidad, el doble, relación ser/parecer e interior/exterior, la familia, etc.) y
tienen incluso cabida lo fabulístico (Turpín, 2009), lo fantástico (Roas, 2009) y
el comentario metaliterario (Nadal, 2003: 389).
Lo expuesto hasta el momento denota la fuerte impronta posmoderna en
los articuentos millasianos. El carácter fronterizo y la hibridación textual son
dos de los signos culturales más marcados del mundo global semióticamente
interconectado de esta etapa histórica; además, el hecho de que se mezclen
periodismo y literatura, es decir, información y ficción, es una marca de la
contemporánea desconfianza generalizada hacia lo real (Grande, 2017; Saldaña,
2020: 100). Asimismo, su heterogeneidad iconoclasta a nivel temático, dada
la combinación de observaciones más teoréticas con noticias de actualidad o
anécdotas del día a día, permiten verlos como textos adscritos al mencionado
nomadismo deleuzeano, ya que, de acuerdo con Braidotti (2000: 59-60), el
nomadismo es ante todo una postura político-epistemológica con la cual se busca
una integración no jerárquica de diferentes disciplinas, quedando desdibujados
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los límites entre áreas de conocimiento en favor del multiperspectivismo, la
interdisciplinaridad y la conectividad. Precisamente esa es la perspectiva adoptada
por Millás en sus articuentos, donde transgrede consciente y constantemente
las normas delimitadoras genéricas tanto del cuento como de la columna en su
combinación. Por este motivo ejemplifican, como argumenta Cruz, “un tipo de
narrativa en transición que explora los límites de la ficción para lanzar a la cara la
naturaleza evanescente de tales fronteras” (2021: 21), de forma que se da en ellos
un “devenir transgenérico”, un espacio anómico donde cualquier registro o estilo
es aprovechado en la escritura provocando contaminaciones en todas las formas
de expresión. El articuento se construye entonces como un espacio procesual
nómada (des/re)territorializado donde se cuestionan no solo las fronteras literarias,
sino también las de la propia realidad.
ARTICUENTOS-MÁQUINAS DE GUERRA
Millás en sus obras y entrevistas cuestiona frecuentemente los límites entre la
realidad y la ficción. En una ocasión afirmó que “lo que llamamos irreal –que
yo creo que es una zona de la realidad, pero bueno– es más importante que lo
real” (Millás en Cabañas, 1998: 105). Defiende además que “la realidad es una
ficción, un constructo, una construcción consensuada” (Millás en Bautista, 2018).
Esa realidad construida, compuesta también por lo irreal o ficticio, tendría dos
dimensiones, una exterior (intersubjetiva) y otra interior (subjetiva), en relación de
mutua necesidad e interconectadas en diferentes puntos (Roas, 2009). En muchos
de los articuentos el narrador cavila, asombrado, sobre ese carácter construido
de la realidad (“Horóscopo”, “Tú eres tú”, “Teologías”) y cuestiona la validez del
orden lógico-causal como explicación de los fenómenos acaecidos en tal contexto
(“Lógicas estacionales”, “El efecto cadera”). La realidad es compleja y plural; por
eso, el primer paso que se debe tomar para aprehenderla, tanto racional como
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irracionalmente, es poner en práctica una nueva mirada de lo cotidiano que
permita percibir la grieta que se abre entre la realidad interna y la externa: esa
grieta es, justamente, el espacio de la literatura (Casas, 2009: 128; Cuadrat, 2009:
69-70; Masoliver, 2009: 49-50; Ródenas, 2006). Lo expresaba así el propio autor:
Normalmente, pensamos que el escritor parte de una situación real desde la que
construye un mundo imaginario. En mi caso es al revés: vivo desde entonces atrapado
en una pesadilla en la que intento abrir una grieta que me conduzca a lo real. Llamo
literatura a esa grieta. (Millás, 2009: 21)
Esta grieta tendría, además, una función: de acuerdo con Ródenas (2006: 64-65),
en Millás la escritura y la lectura serían en cierto modo ejercicios de resistencia
contra el poder, dado que la adopción de la mirada que él pone en práctica en los
“articuentos”, el extrañamiento, contribuye a que se perciban las incoherencias
del contexto y a que se entienda que casi todo lo que se presenta como lógico o
necesario es en realidad azaroso y contingente y, por lo tanto, modificable, al más
puro estilo brechtiano. El autor concibe el ejercicio literario como un proceso
simbólico pertinente a la hora de intentar acceder al conocimiento de la realidad,
porque gracias a ella se produce simultáneamente una interiorización de lo real
y una exteriorización de la imaginación (Rodríguez, 2001). Quien escribe toma
siempre prestada la palabra, que no le pertenece y es superior a él, para intentar
jugar con esa tensión inherente a la existencia con la finalidad de dar sentido a
lo que no lo tiene; quien lee, transforma el texto y queda transformado por él,
puesto que “interioriza” lo “exterior” contenido en sus páginas (Cuadrat, 2009:
69-70; Mainer, 2009: 41; Masoliver, 2009: 49-50; Valls, 2001: 8-13).
La literatura sería entonces un devenir que está vivo en sí mismo; por eso, los
libros y discursos se proyectan en los “articuentos” como territorios o ecosistemas
cuyos habitantes, las palabras, tienen vida propia (Ródenas, 2006: 71), de manera
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que pueden moverse como animales o insectos que cambian y saltan del texto
tanto al mundo exterior como al interior del individuo, provocando en el trayecto
su mutación (“Palabras”, “Fantástico”, “El libro”, “El lector”, “Zoo”). Por ese
movimiento entre lo interno y lo externo, el ejercicio literario se aproxima a un
proceso de canibalización, a un “proceso metabólico” (Ródenas, 2006: 75) por el
cual los escritores parten de sí para “desentrañar” y “digerir” el mundo en derredor
(“Progreso”, “Autofagia” y “Una historia paralela”).
Queda patente que, para el autor, escribir es un agenciamiento, tal y como
prefiguraban Deleuze y Guattari (2020), una “excritura” como la defendida
por Nancy (2016) en la cual, en el espacio textual, quedan desplegadas las
subjetividades corporeizadas del escritor y del lector. La postura de Millás con
respecto a la e(x/s)critura se asemeja igualmente a las ideas de Braidotti (2000:
48), quien señala que en la literatura, proceso nómada corporeizado, se produce
una interconectividad errante en el intento de traducir simultáneamente lo
interno (el sujeto) y lo externo (la realidad) al signo (el lenguaje), que además
tiene sus propias reglas. De hecho, los articuentos podrían llegar a verse como un
ejemplo del “Libro-máquina de guerra” expuesto por Deleuze y Guattari (2020),
concepto apoyado en otra de sus nociones fundamentales, el rizoma. En pocas
palabras, el rizoma es un modelo epistemológico que no organiza el conocimiento
desde la verticalidad, el orden lógico o la linealidad, sino desde la horizontalidad
y la expansión: se trata de una red donde cada punto “puede ser conectado con
cualquier otro punto, y debe serlo” (Deleuze y Guattari, 2020: 15). Lo rizomático
es la interconectividad de fuerzas, intensidades, planos y dimensiones heterogéneas
que, con cada movimiento, con cada línea de fuga o desterritorialización, cambia
la naturaleza de los puntos conectados. Se trata de una multiplicidad irreductible,
sujeta a las interrupciones y rupturas que, a su vez, provocan nuevas relaciones
maquínicas, nuevos agenciamientos, porque el rizoma es ante todo un modelo
productivo, un mapa de lo real en constante (re)construcción.
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Cuando en literatura, que es un tipo de agenciamiento ideal, se consigue
desplegar, como en un mapa, esa multiplicidad interrelacionada de dimensiones
asubjetivas y cambiantes vinculadas con la exterioridad del propio texto, surge un
“Libro-máquina de guerra” que permite la apertura, la resistencia al poder y la
expansión de quien lee y de quien escribe: esto es, precisamente, lo que desarrolla
Millás en sus articuentos. Por eso, se podría hablar de “Articuentos-máquinas de
guerra” puesto que en ellos se plantea, desde el extrañamiento, la posibilidad de
que las grietas literarias muestren la conexión rizomática que rige la relación entre
lo interior y lo exterior hasta que se pueda sentir, como el narrador de “Tú eres tú”,
que “hay días en los que si levantas una esquina de la realidad, descubres todas sus
costuras, revelándose así su condición de decorado” (p. 348). Así, el extrañamiento
inherente al ejercicio literario permite al sujeto llegar a comprender el carácter
construido de la realidad en que vive, pues propicia la toma de conciencia de
“que la «realidad» nunca es otra cosa que un mundo jerárquicamente escenificado
[…] y un simulacro al que pone fin la hipersimulación experimental del engaño
visual” (Baudrillard, 1978: 31).
FIGURACIONES POSHUMANAS MILLASIANAS
La polivalencia e inestabilidad de la realidad-simulacro afecta profundamente a
los sujetos millasianos (Casas, 2009: 128). Dado que se trata de una construcción,
alberga en sí misma imperfecciones: siempre cabe la posibilidad de que surjan
desajustes entre las diferentes dimensiones de lo real que hagan que el individuo
conozca a su propio doble (“Problemas de cabeza”, “A vueltas con la copia”) o que
continúe viviendo después de muerto (“Los días más raros de mi vida”, “Gente
que cuenta tu vida”), situaciones que también plagan sus novelas y que muestran
cómo “la simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo «verdadero» y de lo
«falso», de lo «real» y de lo «imaginario»” (Baudrillard, 1978: 8). De hecho, como
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dice Sobejano (1992: 315), quien además se refiere muy acertadamente al autor
valenciano como “fabulador de la extrañeza”, los textos de Millás se convierten,
para los individuos, en espacios de materialización de la pesadilla: personajes y
narradores son a menudo conscientes de que el concepto de identidad tradicional
es ya improductivo. Por ejemplo, en “La zarza ardiente” se llega a plantear que
es más correcto decir “estoy Millás” que “soy Millás”, porque la subjetividad no
es una esencia cerrada, sino un estadio transitorio, abierto y discontinuo de la
existencia, resultado del pacto entre el “yo” y lo real, tema sobre lo que vuelve
en numerosas ocasiones (“El sueño”, “Confesión”, “La caída”). Esa inestabilidad
fomenta que se cuestionen su propia solidez y sean invadidos por la premonición
de que están, como la realidad, en riesgo de desmoronarse, tal y como desarrolla
en “Problemas existenciales”:
Supongamos que me he construido una vida fingida. ¿Cómo habría sido una vida
auténtica? ¿Qué habría hecho con ella? ¿Qué habría estudiado? ¿Habría viajado más?
¿Menos? ¿Habría tenido hijos? ¿Me habría divorciado? ¿Las úlceras del estómago son
más propias de las vidas falsas o de las reales? […] ¿Para qué quiero a estas alturas una
existencia propia? ¿Se darán cuenta los otros, al verme, de que finjo? Dios mío, todo
son preguntas. (p. 248)
La concepción de Millás de la subjetividad queda entonces alineada con la
tendencia poshumanista que pone en tela de juicio la noción del sujeto y que
cuestiona los límites mismos de su existencia (realidad/irrealidad, vida/muerte),
hecho que puede percibirse en la constitución corporal de su población textual. La
corporalidad se presenta como un territorio, como un “mapa” o una “patria” con
diferentes paisajes, en constante movimiento, repleto de huecos o grietas por donde
se cuela lo irreal (“Patria”, “Preguntas”). La mirada hacia el propio cuerpo, igual
que hacia la realidad, ha de partir desde el extrañamiento: por eso, ciertos estados
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de alteración de conciencia, como la fiebre, pueden ayudar a su aprehensión,
ya que permiten que el sujeto se distancie de sí mismo (“Gripe”, “Pájaros”). Se
especula además con frecuencia sobre la complejidad del funcionamiento del
cuerpo que, como una máquina, pone en marcha una ingente cantidad de células,
conexiones y recursos sin intervención activa del “yo”; por eso, suele describirlos
fragmentariamente, órgano por órgano (“El cordón”, “Los pies”). Se asemeja
entonces al “Cuerpo sin Órganos” de Deleuze y Guattari (2020), atravesado por
flujos y fuerzas diversas, movido por deseos y principios a veces desconocidos para
el individuo, más allá de la racionalidad. Los cuerpos-sujetos millasianos no son
fijos, sino que están abiertos a (des/re)territorializaciones, a múltiples devenires
(Ballesteros, 2011: 23). En los articuentos, tales devenires podrían clasificarse,
simplificada y provisionalmente, en tres tipos según si entran en juego espacios,
objetos u otros cuerpos-sujetos.
Por un lado, los espacios arquitectónicos influyen en la subjetivación. La casa y el
cuerpo se interfieren mutuamente, ya que ambos son “sitios de existencia” paralelos
donde se conectan lo interior y lo exterior, elicitándose el contacto entre diferentes
superficies de lo real; en este sentido, son fundamentales los lugares estrechos que
metaforizan el tránsito entre dimensiones (Millás, 2009: 15-17; Ródenas, 2006:
70; Rodríguez, 2001). Kunz (2009), en su estudio sobre los espacios en la obra
de Millás, apunta que, igual que Deleuze y Guattari (2020: 15) ilustraban la
interconectividad del rizoma por las imágenes de madrigueras u hormigueros, el
autor valenciano en su obra pone el foco en los pasillos y los cordones umbilicales
en tanto que espacios liminales, cabría decir rizomáticos, que comunican diferentes
puntos de la (ir)realidad y que provocan el devenir transformador de quien los
recorre (“En el pasillo”, “El cordón”, “El pasillo”, “Cambiar de casa”).
Por otro lado, el devenir identitario se ve transfigurado por el contacto con los
objetos con los que se interactúa a diario, ya que estos se adhieren a la materialidad
misma del individuo: el cuerpo y sus “prótesis”, como el teléfono, el tabaco, la
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televisión o la ropa se vuelven inseparables y se modifican mutuamente. El “yo”
se concibe entonces como un espacio fragmentario e incompleto que puede
suplementarse con nuevas “partes”, como un mosaico donde se combinan lo
orgánico y lo inorgánico. En palabras de Rodríguez, “la prótesis constituye un paso
más en esa heterogénesis del cuerpo –del hipercuerpo– y acentúa el extrañamiento
de los personajes” (2001: 119). Este carácter extendido y protésico de la existencia
millasiana, investigado también por Ballesteros (2011: 22) y Csikós (2015: 199),
puede provocar que una persona se desdoble, como cuenta que le ocurrió a su
padre en “Delirios normales”, o que sea usurpada completamente, como sucede
en “El galán”, donde dicho mueble fagocita a su dueño y le roba la identidad sin
que su esposa note la diferencia entre uno y otro.
Por último, los juegos de (de)subjetivación, de devenires identitarios, permiten
los agenciamientos con cuerpos-otros, los cuales podrían dividirse en dos tipos
según sean motivados por la tecnología o por el mero azar. En el primer grupo,
encontramos principalmente el mundo virtual y los trasplantes, que obligaban a
redefinir los límites de la realidad y de la vida. Internet materializa la simulación
y permite que otros tomen nuestra identidad y la performen, a veces mejor que
nosotros mismos, posibilidad a la que el narrador-Millás está ya resignado en
su asunción del carácter abierto de la existencia (“Sensación de descanso”, “El
otro”)3. Más allá de Internet, el propio cuerpo se muestra abierto y cambiante
debido al avance biotecnológico: el autor dedica varios articuentos, publicados
en una horquilla de tiempo de más de un año, al primer caso de trasplante de
una mano en Francia. En esos textos quedan problematizadas las consecuencias
en la subjetivación de alojar en el cuerpo-propio un órgano-otro, muy en la línea
3 Por motivos de extensión, no es posible atender aquí a la preeminencia y el sentido de la
simulación, de lo virtual y de lo tecnológico en estos textos de Millás. Recomendamos para
ahondar en ello el trabajo de Rojas (2019), quien se apoya también en las teorías de Deleuze y
Guattari e interpreta parte de la obra millasiana en términos de “ciberpercepción”.
79
del tema del “intruso” de Nancy (2006), y se reflexiona sobre el hecho de que,
en realidad, todos estamos en cierto sentido trasplantados, pues las inclinaciones
indescifrables contenidas en los cuerpos hacen que se sientan siempre como
algo ajeno, como ya se mencionó (“Un ruido”, “La mano tonta”, “¿De dónde?”,
“Continuará”). Además, este devenir-otro puede ser resultado de simples
casualidades, con consecuencias aún más inquietantes e insólitas. Esos “Cuerpos
sin Órganos” de Millás están abiertos a la alteración por medio del contacto
con los otros: a pesar de que el cuerpo tenga un “dueño”, cuando este establece
relaciones interpersonales queda “atravesado” o “poseído” por el otro, que deja
siempre su marca en la carne. Tras mantener relación con los demás, los sujetos
pueden notar que sus modos de percepción han quedado contaminados por esos
otros sujetos, de tal suerte que en un solo cuerpo pueden habitar simultáneamente
varias entidades alojadas en forma de memoria corporal o hábito que se extiende
rizomáticamente con cada nuevo vínculo o agenciamiento, amplificándose
así el alcance del “yo” (“Cuerpo y prótesis”4, “Patria”, “El paladar”, “Volcanes
portátiles”). De hecho, un simple cambio de costumbres, como dormir en el otro
lado de la cama (“Cambios”), o una mera casualidad, como sentarse en el sitio del
taxista momentáneamente (“Inestabilidad”), pueden conllevar un intercambio
de papeles vitales permanente, lo cual evidencia la fragilidad de nuestra realidad
convencional y de nuestra propia identidad.
Con todo, podría considerarse que Millás en sus articuentos elabora
fragmentariamente su propia propuesta de figuración poshumana. De acuerdo
con Braidotti (2000: 30-36 y 58-60), la figuración es una imagen, una herramienta
o recurso teórico y metafórico empleado en las poshumanidades que ilustra un
determinado modo de subjetivación. Haraway, desde la teoría feminista, propuso
4 Cruz (2021) desarrolla este y otros aspectos de la corporalidad en la obra de Millás en su
sugestivo análisis de “Cuerpo y prótesis”.
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el ciborg; esa poderosa imagen condensa varios rasgos de la nueva subjetividad
posmoderna que supera los dualismos clásicos (cuerpo/alma, natural/artificial,
hombre/mujer) y que atiende a la integración de lo tecnológico en la identidad
posmoderna. Braidotti, en la línea de Haraway, crea su propia figuración, el sujeto
nómade como “sitio de existencia” atravesado por distintos ejes (género, clase,
raza o etnia, edad, etc.) dependientes del contexto posmoderno, cuya existencia
se sustenta sobre lo material, lo corporal y lo performativo. La filósofa se apoya
en el rizoma explicado con anterioridad, el cual sería también una suerte de
figuración, en tanto que desde él se cuestiona el carácter cerrado de la identidad
y se concibe su constitución desde la multiplicidad atravesada por flujos y fuerzas
heterogéneas (deseos, afectos, pensamientos, etc.) interconectadas que muestran
el carácter abierto e indefinido del “yo”. Los rasgos aducidos, y otros que han
quedado sin tratar por motivos de extensión, muestran cómo en estos textos se
proyecta un tipo de figuración “protésica”, cercana al ciborg, rizomática y nómada,
un devenir atravesado por fuerzas de cualquier tipo y orden, sea tecnológico,
orgánico o lingüístico: Internet, los insectos, las costumbres, las palabras, los
libros, la ropa, los órganos, los espacios arquitectónicos, los demás e incluso otras
versiones de nosotros mismos entran en juego en la producción de subjetividad,
en nuestro cuerpo que, como territorio, queda invadido y modificado, con
huellas permanentes, aunque invisibles, de esa existencia abierta. Así, Millás
refleja perfectamente la conciencia posmoderna, expresada por Lyotard, de que
“el hombre quizá sea tan sólo un nudo muy sofisticado en la interacción general
de las radiaciones que constituye el universo” (1987: 32).
REFLEXIONES FINALES
Como se ha tratado de mostrar en este breve acercamiento a los articuentos
millasianos, en ellos el autor da rienda suelta a su visión heterodoxa, alejada de
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las dicotomías canónicas propias de la tradición humanística, tanto de la labor
del escritor como de los conceptos de realidad y de subjetividad. Su construcción
híbrida cuestiona la distinción entre lo informativo y lo literario, dando lugar a una
textualidad abierta, rizomática y nómada, en constante devenir errático. Además,
el mundo narrativo que se despliega en los textos, sostenido sobre el simulacro
como espacio inestable e indeterminado, entre lo real y lo irreal, propicia la
dispersión de figuraciones poshumanas, fragmentarias y protésicas que patentizan
la inoperatividad de la noción misma de identidad en la posmodernidad. En el
articuento se incide en las conexiones rizomáticas entre lo interno y lo externo, el
“yo” y los otros; si el contenido de los textos es próximo al rizoma, su presentación
formal no se queda atrás.
Millás, en el “Prólogo” a los Articuentos completos (2011), explica que ha
desechado, por un lado, aquellos que estaban excesivamente relacionados con
la actualidad, y, por otro, los que no llegaban a conmover lo suficiente. Además,
en este paratexto explicita humorísticamente el porqué de la elección del criterio
temático sobre el cronológico en la organización del volumen: “pues siendo la
clasificación temática tan arbitraria como la cronológica (¿de verdad las cosas
ocurren unas después de las otras?), tiene sobre ésta una ventaja que acabo de
olvidar mientras me deslizaba frase abajo” (Millás, 2011: 8). Esa declaración es
perfectamente coherente con la cosmovisión que proyecta en los textos y con
el hecho de que las dos antologías específicas de los articuentos no se dividan
en secciones y subsecciones análogas5. Dependiendo de qué compilación escoja,
el lector encontrará cada articuento precedido y sucedido por uno distinto en
5 Los textos de Articuentos (2001), aproximadamente 200, se organizan en cuatro secciones
temáticas (“Identidad e identidades”, “Los entresijos de la realidad”, “Moralidades” y “Asuntos
lingüísticos”), que a su vez se dividen en distintas subsecciones. En Articuentos completos
(2011) se recopila casi el triple de articuentos ordenados en torno a cinco bloques distintos
(“Cuerpo”, “Mente”, “Lenguaje”, “Sociedad” y “Cajón de sastre”) sin subdivisiones internas. En
82
cada ocasión, algo que podría leerse como una declaración de intenciones por
parte del autor: si la realidad no sigue principios fijos de continuidad, su obra
tampoco lo hace. El escritor, al desconfiar explícitamente del orden lógico-causal,
escoge una presentación textual articulada por un principio deliberado de “desorganización” que obliga a que el lector tome una posición activa y comprenda
cada articuento como un fragmento conectado con otros muchos fragmentos
no de forma deductiva o acumulativa, sino dispersa y múltiple, sin centros ni
jerarquizaciones. En este sentido, con la propia estructura externa de la obra
“hace rizoma”, en tanto en cuanto cada articuento muestra solo un punto de una
inmensa red de conocimiento, siempre abierta a la expansión; nada impide que
en próximas recopilaciones se incluyan más articuentos y vuelvan a reorganizarse
en secciones diferentes a las propuestas hasta el momento, transformándose de
nuevo la recepción de los textos.
En suma, al mostrar el carácter construido, interconectado y heterogéneo de lo
existente y al incidir, simultáneamente, en los nuevos paradigmas de subjetivación
poshumana gracias a figuraciones protésicas, estos “Articuentos-máquinas de
guerra” permiten nuevos agenciamientos y abren una grieta, una posibilidad de
resistencia al poder con la condición de que se asuma, desde la toma de conciencia
subversiva favorecida por el extrañamiento, la inestabilidad tanto del sistema de
la realidad como del “yo”. Los articuentos, y la literatura en general, sirven como
herramientas para llegar a esa comprensión de las complejas relaciones establecidas
entre el sujeto y lo real, para conseguir entender, en definitiva, que “quizá dentro y
fuera no sean espacios tan diferentes; tal vez la frontera entre una cosa y otra, pese
a lo que dice la percepción común, sea más frágil que las paredes de una pompa
de jabón, más delgada que los tabiques de la conciencia” (Millás, 1996: 21).
su recomendable artículo, Csikós (2015), además de describir este hecho, analiza e interpreta las
portadas de ambas ediciones y desgrana algunos de los rasgos de los articuentos.
83
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86
LA CIRCULACIÓN DEL SIGNO BELLATIN
Laura Miklós (Universidad Eötvös Loránd, Budapest)
INTRODUCCIÓN
Mario Bellatin es uno de los artistas contemporáneos más complejos cuya
figura se escapa de las definiciones. Un escritor que siempre traspasa los límites
de la literatura, que hace borrosa la línea entre los territorios fronterizos. Sus
colaboraciones le llevaron hasta la fotografía, el cómic, la ópera, el teatro o la
performance. En su trabajo creativo queda confirmado su programa artístico, pues
Bellatin insiste en que sólo hay un Arte, dentro del que los diferentes acercamientos,
en vez de aislarse, se complementan. Esto fue la propuesta original, en breve,
a la hora de crear la Escuela Dinámica de Escritores, donde la única actividad
prohibida fue la escritura, ya que, según Bellatin, es imposible enseñar a alguien
a escribir. Para proponer un acercamiento al conjunto de los textos divergentes,
Soledad Castaño Santos organiza la obra total alrededor de “tres mantras”, tres
centros de pensamiento de la obra bellatiniana. El primero de ellos es el de
“escribir sin escribir” (lo siguen “escribir para seguir escribiendo” y “escritura que
genere nueva escritura”). Este mantra evoca la lógica de la escritura automática
guiada por una fuerza irracional (Castaño Santos, 2019: 106-107), pero, a parte,
hay varias intenciones de Bellatin que vuelven a las herramientas ready-made, de
“corte y confección” (Undurraga: n.p.). En una entrevista que concedió en 2012,
Bellatin cuenta que le interesa la desescritura. Del montaje opina: “Para mí es
fundamental el trabajo de la edición. Cortar fragmentos, pegarlos y así ir creando
nuevos libros. Es un poco lo que estoy haciendo con este proyecto de Los cien mil
libros de Bellatin” (Undurraga: n.p.).
87
Un manifiesto que lleva el mismo título, Escribir sin escribir revela las ideas
centrales de la lógica de su autor. Como el título ya lo indica, es un ensayo lleno
de contradicciones y tiene diferentes versiones, aunque la idea central coincide en
todas. Si bien en Obra reunida (2011) se puede encontrar una versión del texto,
para esta presentación elegimos la versión guardada en el archivo de ARCAS
ya que su comparación entre archivo/archivista y escritura/escritor es un caso
raro dentro de la obra. Leyendo este texto nos encontramos con un programa
abiertamente contradictorio que plantea otras preguntas, por ejemplo: ¿en qué
coincide el trabajo del escritor y el del archivista? ¿Cuál es la relación entre texto,
autor y literatura? ¿Qué es el signo Bellatin y cómo circula dentro de los diferentes
sistemas o discursos? Empezamos con esta última pregunta.
¿QUÉ ES EL SIGNO BELLATIN?
Según Charles Sanders Peirce, “[u]n signo […] es algo que, para alguien, representa
o se refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea
en la mente de esa persona un signo equivalente, o tal vez, un signo aún más
desarrollado. […] El signo está en lugar de algo, su objeto […] solo con referencia
a una suerte de idea […]” (Peirce, 1986: 22). Peirce propone que el signo alude a
una relación de tres componentes: el objeto, el signo y el interpretante. El objeto
es accedido a través del signo, pero si entendemos el universo como un conjunto
de signos, es imposible llegar a un conocimiento total. La obra laberíntica de
Mario Bellatin juega con este planteamiento: una relación misteriosa de la parte
y del todo siempre bajo el nombre del artista. La presencia de los elementos (del
texto, de las referencias o las fotos) tapa un vacío que siempre habla sobre la
ausencia de algo o muestra su carácter inalcanzable para el lector (manuscritos en
archivos lejanos, documentos perdidos, voces sin cuerpo, etc.). No obstante, la
dimensión de la obra mutante y diseminada supera la capacidad de atención del
88
lector. La tensión entre la narración y el lector mal informado crea un tono difícil
de categorizar. Más que el tono, es la tensión de una narración no fiable que crea
la ansiedad de reconstruir los hilos del programa artístico en constante mutación.
El signo Bellatin viene a reunir la obra bajo el nombre propio1.
Los textos de Bellatin son textos mutantes que se parecen al Gólem. La letra
escrita pone en movimiento el cuerpo de un ser que gana vida, independiente
de su creador-rabino. Solo su creador, el rabino-escritor conoce la manera de
inmovilizarlo. El autor puede equipararse al rabino porque tiene acceso a
conocimientos que van más allá de lo ordinario. El signo Bellatin es el conjunto de
todas las letras, palabras y de sus combinaciones del escritor; además, aquí podemos
enumerar las entrevistas, discursos, artículos misceláneos o colaboraciones. Por la
inmensidad de los textos en circulación, la letra como si se devaluara. El lenguaje
es insuficiente, por eso, el significado se encuentra en el texto y fuera de él. De allí,
la narración se construye según una lógica peculiar que no siempre es sucesiva.
Es la red de los textos que se convierte en un dispositivo para entrar al sistema
de circulación de la literatura. Si el conjunto no llega al lector, el sistema no
funciona de la misma manera, los fragmentos no se reúnen2. La escritura es
autónoma, pero es en el lector donde el texto llega a cumplir su función mutante.
Como si fuera un virus, la propuesta principal es que el texto pase por el cuerpo
del lector (forzarle a terminar de leer los textos), infectar su pensamiento y, luego,
tener mutaciones de los textos que se independizan del autor. Podemos ver de
la misma manera la relación con la crítica y los “bellatinólogos”, investigadores
1 Soledad Castaño Santos llama la atención al desdoblamiento del escritor que confunde el lector
constantemente por la homonimia (Castaño Santos, 2019: 97).
2 Es otra pregunta si es posible leer todos los fragmentos y versiones de los textos de Bellatin.
La ironía aquí también es una fuerza organizadora. Los textos siempre están por otra parte o nos
hacen leer los textos como si faltaran partes. Pienso en el caso de Efecto invernadero (1992) que,
según el escritor, él mismo redujo a sesenta páginas de los mil o dos mil páginas originales.
89
de la obra de Bellatin. Ellos crean un corpus paralelo con los textos del escritor:
comentarios, críticas, traducciones, etc. Posteriormente, la crítica se convierte en
objeto (y contrapunto) de la escritura bellatiniana. La calidad de espejo de este
corpus es la novedad y la característica importante de cómo se relaciona con la
crítica que, otra vez, se reúne bajo el nombre del autor.
Se escribe sin escribir si los pensamientos “se infectan”. Es irónico como el
autor recurre a estos textos para sacar adelante su obra. Desde las observaciones
de Leo Cherri sobre el Cuaderno de tapas rojas (Cherri, 2020: 53-78) entendemos
que la escritura conceptual de Bellatin empieza con la observación minuciosa de
la crítica y su retórica. En Escribir sin escribir Bellatin dice explícitamente que este
gesto es impostura y, en este contexto, la impostura es igual a un compromiso
que sirve para seguir escribiendo y para que los textos sean suficientes en sí: “…
se trata de una [de] las formas, de las estratagemas, que debe colocar cada autor
frente a sus palabras -rodearlas de una serie de imposturas- para, precisamente,
sostener la propia palabra” (Bellatin, n.d.: n.p.).
El acto de imitar elementos de ciertos discursos contiene la opción de que
pasemos por encima de los gestos que no tienen propio cuerpo (el tono, la
alusión, la intención y, no por último, la ironía) pero sí utilizan el cuerpo de
los que ya existen (los objetos, los géneros y los procedimientos). Aunque el
escritor en varios momentos enfatizó que con el uso de las máscaras no quiere
engañarles a sus lectores, sino siempre deja una pista, el significado nunca es
accesible directamente o en su integridad, porque este siempre se encuentra fuera
de una sola obra. La obra circula y el escritor-curador la cuida3. La estratagema
descrita en Escribir sin escribir es una forma de vivir. Hay un cuerpo construido
a base de apariencias, de formas que, paralelamente, conviven con su sentido
3 En la misma versión del ensayo hay una frase que señala la conciencia de la intención. Habla
sobre el congreso de dobles: “Quise apelar a la figura del curador como autor y el congreso como
la obra.”
90
inverso: en este sistema el arte es inseparable de la vida. Como Bellatin dice en
algunas de las entrevistas que concede, la forma es “el precio que paga” para que
pueda escribir (este precio es equiparable con la espectacularización de la figura
del escritor descrita por Ana Gallego Cuiñas [2022: n.p.]) que –de otra manera,
sin ironía– sería difícil de compaginar con las propuestas artísticas.
“En qué puede consistir el término Escribir sin Escribir?. (sic) Es una pregunta
que me hago desde hace mucho” (Bellatin, n.d.: n.p.) –empieza una versión del
mismo ensayo de Bellatin y nos preguntamos lo mismo. Preguntarse es mirarse en
el espejo. El momento de enfrentarse con nuestra imagen en el espejo supone una
sensibilidad de analizar los cambios y las diferencias entre una imagen interior
(subjetivo) y exterior (objetivo) –si es que se pueden distinguir tan claramente.
Además, no solo la imagen visible sufre cambios. Un sujeto o voz irónica también
pierde su origen entre las repeticiones. De hecho, busca la pérdida del origen. A la
pregunta paradójica de qué es escribir sin escribir la respuesta es el mismo acto de
cuestionarse. La transcripción de las preguntas interiores ya es creación.
Una vuelta a la línea del pensamiento ofrece un acercamiento diferente. Al
terminar el ensayo, Bellatin compara su trabajo con el de los archivistas; el escritor
comparado con el que excava algo de la tierra del canon (ambos relacionados,
supuestamente, con un trato ético de los materiales):
[C]reo que tanto el misterioso escribir sin escribir como el trabajo de archivo son
actividades dinámicas, creativas que van modificando constantemente la apreciación
de los textos. Una actividad que me hace refrendar mi idea de que una cosa es escribir
y otra hacer literatura. Yo me limito a ser testigo de un número considerable de páginas
que los archivistas, los bellatinólogos como me gusta llamarlos, han bautizado como la
Obra. Una escritura que no se realiza únicamente de la manera tradicional. Es decir,
utilizando sólo un lápiz y un papel. (Bellatin, n.d.: n.p.)
91
La comparación o, mejor dicho, igualación de escritor y archivista en la versión
elegida del ensayo Escribir sin escribir tiene su porqué: según su contenido fue
un discurso, probablemente redactado para leerlo en voz alta en un evento de
archivistas de la Universidad de Poitiers. Sus elementos hacen que se parezca a un
texto programático, un discurso implícito que busca paralelismos para la estrategia
propuesta: ¿cómo salir de la lógica institucional? Bellatin explica sin explicar
cómo escribir sin escribir. Encuentra el motor de esta acción en la modificación
de la “apreciación”, es decir, la lectura de los textos dentro de los diferentes
discursos que llamamos literatura, cultura. Pero para que un autor pueda circular
entre los lectores, hay que visibilizarlo. Dar visibilidad puede ser, por ejemplo, el
resultado del trabajo del escritor y del archivista igualmente. ¿Cuál es el efecto de
la circulación libre del signo Bellatin por los diferentes tipos de redes (nacionales,
institucionales, sociales, etc.)? ¿Por qué no es suficiente la escritura de “un lápiz y
un papel”? ¿Qué es lo que encontramos de esta propuesta en el aspecto práctico
de su arte?
MÁS ALLÁ DEL PAPEL Y DEL LÁPIZ
Bellatin escribe sin escribir, primero porque esta versión del ensayo, como tantos
otros textos de la obra, nace a partir de distintas versiones. Es una obra dinámica
que se transforma o, para utilizar el término del escritor, muta en nuevos textos;
el origen pierde su dirección lineal ya que la génesis de los textos es continua. El
autor es capaz de modificar retrospectivamente el significado de las situaciones,
personajes o la importancia de detalles (objetos, prendas, escenarios) al ponerlos
en un nuevo contexto4. ¿No será una propuesta utópica? Inevitablemente,
4 Los cambios del texto que hace el escritor, según él mismo, nunca están motivados por las
expectativas editoriales u otros factores que influirían la difusión de su obra: “No me veo a mí
92
siempre leemos en contexto, haciendo paralelismos. No obstante, el texto leído
estrictamente según sus propias leyes es un libro colgado al balcón à la Duchamp,
expuesto a la arbitrariedad de las circunstancias y los eventos. A esto se suma la
idea que destaca Borges en Las versiones homéricas cuando en una media frase
revisa la relación entre la causalidad y la sucesión. Bellatin quiere utilizar a su
beneficio este patrón de pensamiento y le da una vuelta al mezclar la causalidad y
la sucesión con la estrategia de la publicación simultánea:
[L]o que iba publicando era siempre considerado inferior a lo que había aparecido
antes. Se creó entonces un juego donde mis textos eran juzgados con base de libro
anterior, que a su vez había sido comparado en desventaja con el libro precedente. En
cierto momento decidí publicar varios libros al mismo tiempo. (Bellatin, n.d.: n.p.)
La simultaneidad de la publicación de las obras y la presencia de diferentes
componentes (texto, foto y dibujo) dentro de los libros es otra huella duchampiana.
El elogio de Bellatin a Duchamp se hace evidente en varios momentos, entre
ellos, el más evidente se encuentra en El gran vidrio (Anagrama, 2007). Los
“vidrios” de ambos artistas juegan con los diferentes materiales, dimensiones y
diferentes duraciones dentro de un marco único, ambos experimentan con una
obra pluridimensional. En el caso de Bellatin este marco se puede comparar con el
mercado global según cuya lógica la idea de escribir un solo libro es inentendible,
mientras la propuesta del escritor es la totalización: “Siempre pretendo escribir el
manipulando textos en virtud de alguna causa ulterior al texto en sí mismo. Para mí el proceso de
escritura tiene que ver con tratar de analizar qué cosa es lo que el texto me está diciendo a mí; o sea es
al revés: el texto siempre lleva la primacía, tratar de identificar estos elementos y hacer un texto que
sea totalmente fiel a sí mismo. Me parece totalmente descabellado una propuesta de manipulación
del texto... El texto para mí es un espacio pretérito, anterior a cualquier consideración de cómo va
a ser difundido” (Bellatin en Heffes, 2002: n.p.).
93
mismo libro, o mejor dicho que cada libro separado forme parte de un solo libro
común” (Peñas, 2013: n.p.).
Segundo, desde el lado práctico, la escritura va creando un hipotexto. Es la
locación de la obra, su nacimiento y su circulación que crea una red para la obra
y, a la vez, transforma este conjunto en arte performativo. La literatura de Bellatin
pues se aprovecha de su propia construcción, es decir, de los hipotextos que va
creando. Bellatin separa la literatura de la escritura, y descarta las etiquetas de
diferentes literaturas. La restricción de la literatura a un espacio geográfico, según
su lógica, limita la circulación, los temas, las posibles maneras de interpretar
las obras, basta pensar en los estigmas del caso latinoamericano. Paralelamente,
no podemos dejar sin atención que el mismo acto de la repetición fortalece la
circulación de estereotipos, esquemas, es decir, las lecturas del centro. La narrativa
y los personajes de Bellatin huyen de la lógica del centro, avanzan desde la
escritura hacia la desescritura. La periferia encuentra una entrada hacia el centro
a través de la hipertextualidad y empieza a difundir la lógica de la periferia
desde el centro5. “Lo que innova en la teoría, y es crucial en la política, –dice
Homi K. Bhabha– es la necesidad de pensar más allá de las narrativas de las
subjetividades originarias e iniciales, y concentrarse en esos momentos o procesos
que se producen en la articulación de las diferencias culturales” (Bhabha, 2002:
18). Para que podamos seguir estas “narrativas” es muy importante conocer a
fondo los procesos y estrategias que se relacionan intrínsecamente con el lugar de
creación y producción. Así llegamos a conocer los patrones del pensamiento, el
funcionamiento de las redes de información que frecuentemente nos llevan hacia
los estereotipos que, por un lado, repiten los patrones de una manera exagerada
y esquemática; los estereotipos son procesos ambivalentes del “conocimiento
5 Desde esta perspectiva valdría la pena ver los personajes de Bellatin, sus movimientos entre
diferentes territorios, es decir, leerlos desde la condición migrante (Vich, 2001: 46-47).
94
e identificación” (Bhabha, 2002: 91) que mueven entre la representación y el
rechazo del Otro. Más adelante, en el mismo texto, Bhabha afirma que el
discurso colonial, de diferentes modos, llega a construir “su régimen de verdad,
que es estructuralmente similar al realismo” (Bhabha, 2002: 96), pero esta
representación resulta problemática por su carácter simplificado. Así se entiende
mejor la afirmación de Bellatin según la que “la verdad es un término fascista”: un
sistema que restringe sus definiciones a descripciones arbitrarias, aparentemente
objetivos, sin dejar lugar a lo irracional, a la imaginación o simplemente a lo
diferente. En una entrevista de 2002, Bellatin así opinó sobre este problema:
A mí lo que me preocupa de un texto realista es la intención de escribir para decir
determinada verdad o para mostrar determinada realidad unívoca. Yo estoy cansado
de escuchar que la novela me cuenta cómo fue el gobierno de tal... Yo quiero saber
qué pasa con la literatura. Para mí un texto literario sería el que es más fiel a las reglas
de juego que el propio texto está proponiendo, un texto que tenga la suficiente autonomía para poder ser leído independientemente del tiempo, del espacio, de todos los
elementos aleatorios que la lectura pueda sugerir. En este sentido, creo que éste es un
momento propicio para que la literatura se repliegue en sí misma y pueda hacer una
reflexión de otro orden. Creo que hay formas mucho más efectivas que la literatura
para que circulen la denuncia y el realismo. (Bellatin en Heffes, 2002: n.p.)
Los textos de Bellatin son casi esqueléticos, parecido al lenguaje burocrático y,
no por casualidad, kafkiano a la vez. Pero detrás del estilo mesurado, se esconde
el vacío vertiginoso de lo irracional. En esta búsqueda de la economía de las
palabras dice que es “[u]n ejercicio que, desde el inicio constaté que busca escapar
precisamente a la palabra escrita” –y así encuentra otras maneras de narrar:
“películas, secuencias fotográficas, happenings… La creación de un mundo de
silencios para lograr que el grito de impulso, el deseo de escribir se haga evidente”
(Bellatin, n.d.: n.p.). Hay una marca fuerte entre la “verdad fascista” que reprime
95
las otras perspectivas y entre la “escritura del silencio” que desenreda el vacío. El
deseo de escribir desde espacios no ocupados por esa “verdad fascista” (en este
caso, un poder céntrico) se convierte en el texto, además, en una estrategia de
circulación, una estrategia artística. La descentralización del sistema conlleva que
la obra también se fragmenta en versiones, en reescrituras, en infinitas ediciones.
El espacio y el tiempo tiene un tratamiento peculiar en la prosa de Bellatin y
no es de otra manera en el espacio-tiempo de la circulación de la obra. Hernán
Medina Jiménez visibiliza esta tensión entre los primeros (Medina Jiménez, 2020:
79-99):
“la locación de la producción”
“la institucionalización de la literatura” de Bellatin. Si revisamos la lista de publicaciones, el escritor publicó sus primeras cinco novelas en Lima con instituciones culturales: Las mujeres de sal 1986-Lluvia Editores, Efecto invernadero 1992-Jaime Campodónico, Canon perpetuo 1993-Jaime Campodónico, Salón de belleza 1994- Jaime
Campodónico, Damas chinas 1995-El Santo Oficio); después, en 1995, Bellatin vuelve
a México y según la bibliografía del autor, la primera edición mexicana es de 1996
(Salón de Belleza y Efecto invernadero, CONACULTA Ediciones El Equilibrista).
Medina Jiménez enumera dos criterios para definir el problema central del
problema que son, a la vez, “dos condiciones de la producción literaria de
Bellatin”. Tomamos la definición del crítico cuando entendemos la locación como
“la problematización de la literatura en un espacio” y dentro de dicho espacio,
“la lógica de poder en la producción, valoración, circulación y consumo de la
literatura” (Medina Jiménez, 2020: 83).
El país de origen de Mario Bellatin es un punto confuso sobre el que muchas
veces pasamos por alto. Medina Jiménez lo ve como un factor importante, ya que
Bellatin es representado por dos países a la vez y, por ende, sus textos pertenecen
96
a dos discursos nacionales (Medina Jiménez, 2020: 80). La posición in-between
del escritor podría llevarle a la periferia del discurso nacional, pero justo pasa
lo contrario. Tanto en México como en Perú, Bellatin llegó a formar parte del
canon, tanto con ediciones de prestigio como alternativas. Aunque también le
podríamos categorizar como subalterno, Bellatin –un escritor que trata temas de
lo subalterno– no se posiciona como tal. En el momento crucial de la transición
entre los dos países, el escritor reconoce las diferentes posibilidades de circulación
en las redes de los países. Sin embargo, no había un cambio tan brusco entre los
dos territorios como lo esperaríamos. De hecho, el autor toma la decisión de que
quiere trabajar con varios tipos de editoriales. Su elección tendrá que ver con la
simultaneidad, la irónica situación de que las editoriales independientes y los
oligopolios comparten en sus catálogos las obras de Bellatin. Más aún, gracias a
la diseminación de la obra, el centro es vencido por la periferia por medio de los
núcleos dispersos. La diseminación se puede leer como una crítica de la industria
editorial: “[La salida de la crisis editorial] para mí es Los cien mil libros de Bellatin:
llevo los libros en mi mochila siempre y los voy vendiendo o poniendo en una
feria o se los doy a quien quiero o los intercambio, porque tienen una sola regla:
no son gratuitos. Pero es una no gratuidad amplia: los puedo cambiar por algo.
Así hago que los libros circulen, eso es lo que a mí me interesa: que circulen.”
Si continuamos la línea de pensamiento de Medina Jiménez, el problema de
la locación se hace evidente en el momento de un desplazamiento gracias a la
relocación6, con la entrada de Bellatin al sistema literario de México. En este
momento de vacío se hacen visibles las características y jerarquías del escenario de
6 Graciela Goldchluk y Delfina Cabrera llegan a una conclusión parecida en cuanto a la escritura.
En los textos, en vez de sustituciones, hay transformaciones: “lo que regresa, regresa transmutado...
Pareciera que hay escritura cuando ‘algo’ (un cuerpo, una parte de cuerpo, un fragmento) es
desplazado, luego amortajado (es decir, archivado), y dispuesto en su propio tiempo...” (Goldchluk
y Cabrera, 2019: 193).
97
Lima. Su mercado informal, pero de “vitalidad sorprendente” operaba con una
“complejidad de variables simbólicas” (Vich, 2001: 45), sobre todo en los años
ochenta que coincide con los primeros pasos públicos de Bellatin como escritor.
El mercado limeño de ese momento fue determinado, en gran medida, por la
lógica de la oralidad que traspasa los límites estrictos del discurso oficial y está
arraigado en un contexto más amplio.
La oralidad es un suceso que ocurre y, como tal, muchos de sus significados se encuentran fuera del texto y radicalmente condicionados por la situación histórica en la
que han sido producidos. Por ello, en un evento oral, el significado no es sólo producto
de las relaciones internas del lenguaje sino sobre todo de una complejísima interacción
entre éstas y la realidad social que les ha dado sustento. (Vich, 2001: 48-49)
El desplazamiento o la relocación de la literatura de Bellatin tiene cierta
continuidad entre los dos países porque hay una semejanza significativa entre la
organización del poder (sobre todo por la herencia colonial), sus signos, la relación
entre centro y periferia y, no por último, la organización de sus sociedades. La
lógica de la oralidad busca las rutas alternativas de la circulación en el mismo
territorio que domina el poder central. Las dos lógicas –mecanismos de centro y
periferia– ocupan el mismo espacio en el mismo tiempo que, de nuevo, podemos
comparar con la simultaneidad de la ironía.
“RELACIONES PELIGROSAS” ENTRE AUTOR Y TEXTO
En su estudio sobre el libro orgánico, Magalí Rabasa afirma que “Las relaciones
sociales, económicas y políticas emergentes no solo hacen al objeto, sino que
también son producidas en el proceso” (Rabasa, 2021: 52). Esta relación/
formación mutua entre objeto y producción es muy significativa en la estrategia
98
de Bellatin que en varios momentos se define como el curador de su obra.
Este acercamiento es sumamente interesante si, como veremos más adelante,
entendemos la literatura (mundial y local) como huella de una imagen mental
o imaginario colectivo7. En Escribir sin escribir Bellatin trae un ejemplo que
precisamente habla de esta formación bilateral:
Algunos pensaron que antes de escribir el libro yo había realizado una investigación
sociológica sobre cierto salón de belleza convertido en lugar para morir, que supuestamente existe y se ubica en una zona aledaña a la ciudad que habito. Que se considerara
algo semejante me llevó a pensar que el texto estaba haciendo uso de una suerte de
imaginario colectivo. Luego, en las distintas ciudades donde el libro ha sido publicado
se ha producido un fenómeno similar. Se sabía, en cada uno de esos lugares de la presencia de un sitio semejante pero no era verdad que existía. (Bellatin, n.d.: n.p.)
Bellatin, aparentemente, busca la menor resistencia en la retórica (o entre los
automatismos del pensamiento) del lector. A pesar de la clara intención de
confundir su lector, Bellatin necesita su colaboración para cumplir su objetivo.
Ante la sensación de la imposibilidad de estar y crear aislado en medio de la
multitud, escribe: “Como quien necesita de una prótesis para hablar. Precisamente
ahora un artista visual está construyéndome un nuevo brazo” (Bellatin, n.d.: n.p.).
La construcción de las frases no deja dudas de que hay un vínculo entre prótesis
y cuerpo-ficción que permite entrar en contacto con el entorno del sujeto. Más
aún, el vacío alrededor del brazo se convierte en “un hecho comunitario”, una
colaboración entre artistas, instituciones y, por qué no, autor y lector. La relación
entre escribir y crear también da la posibilidad de verse desde varias perspectivas,
7 Esto es lo que el autor utiliza para salir de los patrones de pensamiento cuando, por ejemplo,
crea diferentes máscaras culturales para la narración.
99
pero en el mismo marco, como hemos visto antes. En otro punto del texto escribe:
“Siempre he sabido que me dedico a construir libros porque es la manera más
eficaz que tengo de tener una perspectiva de mí mismo. De materializar el vacío
que siento se instala todo el tiempo a mi alrededor” (Bellatin, n.d.: n.p.).
EL ESCRITOR COMO ARCHIVISTA
En la versión analizada de Escribir sin escribir es llamativa la comparación del
escritor y archivista. Si tenemos en cuenta los puntos comunes de las dos partes,
muy en concreto, las “actividades dinámicas, creativas que van modificando
constantemente la apreciación de los textos”, entonces tanto el escritor como el
archivista trabaja en contra de una lógica establecida; ninguno se conforma con
“la manera tradicional”, no necesariamente coinciden con los valores del centro.
Raúl Antelo dice que la paradoja filosófica es que, para encontrar los límites
del lenguaje, tenemos que utilizar el mismo recurso. Citando a Mallarmé dice
que el verbo es un principio que se desarrolla por la negación de todo principio”
(Antelo, 2015: 19). Cuando Bellatin escribe su manifiesto de siete páginas para
negarnos una explicación de su propuesta, escribe desde la misma paradoja. En
la última página Bellatin confiesa: “realmente no sé lo que significa escribir sin
escribir. Tengo algunas aproximaciones.” (Bellatin, n.d.: n.p.) La afirmación es
contradictoria en dos sentidos: las aproximaciones del texto programático no se
hacen concretas. El lector queda sin solución, pero con demasiadas direcciones
indicadas. Segundo, el cambio a un tono íntimo, demasiado personal con el verbo
“confesar” es chocante, si no sospechoso. El lector se convierte en la víctima de la
broma de Bellatin, pero, inevitablemente, también se hace portador de las ideas
del escritor.
El trabajo del archivista significa volver al “arche” (en el sentido del comienzo
del universo o el primer elemento de todas las cosas), por ende, su trabajo es
100
arqueología: una operación de dar visibilidad de la palabra (Link, 2022: n.p.).
Bellatin, arqueólogo de su propia obra, escribe y medita sobre la importancia de la
palabra –no siempre en el nivel del texto, pero sí en un nivel metatextual. Escribe
para olvidar y para borrar las huellas del camino mientras se refiere al origen.
El comienzo siempre está allí en el fondo, pero queda inaccesible para el lector.
Versiones reescritas, hojas perdidas, tiradas agotadas, referencias inexistentes que
no nos llevan a ningún sitio. Esta es la anunciación de una nueva escritura que
requiere más que lápiz y papel. Hay que volver a revisar las cajas del archivo,
los textos fragmentados para encontrar los límites del lenguaje. Del mismo acto
podemos prever algo de las futuras tendencias de la obra de Bellatin. Juan Pablo
Cuartas afirma que el trabajo con los manuscritos de los escritores no es “una
indagación en el pasado que les daría sentido, sino una construcción a futuro, un
montaje que continúa generando signos o respuestas a aquel problema planteado
por el escritor” (Cuartas, 2019: 199). En su dirección al futuro encontramos
la semejanza entre la filosofía de generar una escritura nueva “sin escribir” y el
trabajo archivístico tras la recontextualización, la relectura de documentos que en
sí parecen hechos inmutables.
En el archivo ARCAS de Mario Bellatin, perteneciente a la Universidad
Nacional de La Plata se puede hallar algunos de los contratos editoriales del
escritor. Me enfoqué en el caso de los países no hispanohablantes. ¿Dónde
publicaron la obra de Bellatin? Quise ver si es posible observar algunas semejanzas
con el poder del lugar de producción y circulación, si la misma distribución de
poder/periferia también es decisiva en los países de “lenguas menores”, fuera de
América Latina. Aunque ya la propuesta de la pregunta indica que hay algo para
seguir investigando. Falta revisar más contratos del archivo, pues la lista de los
documentos registrados todavía no es completa, pero las ediciones de editoriales
pequeñas y medianas indican cierto rumbo: en rumano, turco, italiano, danés,
islandés y, no por último en húngaro también se puede leer las novelas de Bellatin.
101
Para sacar las conclusiones, queda una investigación entera, pero sí se ve que
entre las publicaciones en el extranjero se puede observar la simultaneidad. El
concepto de descentrar el poder y el canon, la diseminación de la obra por puntos
“inesperados” o “sorprendentes” del mapa (adjetivos que utilizo siguiendo la lógica
del mercado capitalista) funcionan como herramientas retóricas, ambivalentes. La
presencia simultánea de valores o sentidos contradictorios primero me llamaron
la atención dentro de los textos del escritor al buscar las huellas de la ironía, y
analicé este recurso retórico que se convirtió en un punto principal de mi futura
tesis. Gracias a las conversaciones generosas con Graciela Goldchluk en el archivo,
entendí que, de la misma manera, la retórica de la ironía se puede aplicar a las
estrategias de circulación. La obra depende y no del escritor, tal como el Gólem
desatado y el rabino que lo había creado y puesto en marcha a través de la letra
mágica:
Año con año, en la Universidad de la Plata -en unas curiosas jornadas que por lo
general se realizan el mes de enero- el grupo de archivistas me dice a mí mismo quién
soy. El punto exacto donde se sitúa mi escritura en determinado momento. Y qué mejor lugar que éste, la Universidad de Poitiers, cuya tradición en el orden de archivos es
reconocida mundialmente, para que me informen no sólo que sigo vivo sino que soy
yo la persona presente en este momento y que los textos que se leen una y otra vez los
he escrito yo en algún momento… (Bellatin, n.d.: n.p.)
CONCLUSIONES
En una entrevista de 2004, Mario Bellatin conversó con Emily Hind, crítica
y profesora universitaria; una de sus preguntas iba dirigida a las referencias o
coincidencias que se repiten dentro de la obra total:
102
Lo que a mí me interesa es un sistema de escritura que está por debajo de los libros.
Quiero desarrollar este sistema. Los libros son los puntos físicos, reales, visibles para
saber en qué parte del sistema va. Como va el sistema éste. Sí se va moviendo y haciéndose dinámico. Si fuera estática sería una receta. Sí puede formar parte de un todo. Por
eso detecto esas repeticiones. Los temas son como tres o cuatro que toman diferentes
caras. Como escritor yo no me siento responsable. Mi parte del trabajo termina en
el momento de hacer una obra coherente con los distintos elementos necesarios para
hacer lógico ese espacio y para seducir a un lector. (Bellatin en Hind, 2004: 201-202)
A pesar de la afirmación del escritor, después del análisis que hemos hecho, vemos
que el trabajo de Bellatin no para en el momento de terminar la escritura. La última
frase de la cita anterior, en un sentido estricto, nunca habla exclusivamente sobre
la escritura del texto; se sospecha que Bellatin habla sobre una escritura diferente,
ampliada y esta afirmación borrosa de la entrevista nos permite la interpretación
de la escritura bellatiniana más bien como una escritura metaliteraria. En este
sentido, a largo plazo Bellatin cumple su objetivo de cultivar su literatura en
la unidad más estrecha del arte. En The Oxford Handbook of Latin American
Novel (2022) Ana Gallego Cuiñas da un resumen perspicaz del estado actual de
la literatura latinoamericana. Aparte de enumerar varios giros que cambiaron la
posición de la literatura de América Latina a nivel mundial, observa otros procesos
que afectaron la mediatización de la literatura. Tras la espectacularización del
escritor, uno de estos grandes cambios, junto con la precarización del trabajo del
mundo literario, los escritores de hoy están destinados a mantener su carrera a
través de una imagen pública. Las observaciones de Gallego Cuiñas coinciden con
muchas ideas de Espectáculos de realidad de Reinaldo Laddaga. El crítico literario
piensa, para destacar una de las muchas ideas, que los escritores son productores
de espectáculos en vez de “artífices de construcciones densas de lenguaje o […]
creadores de historias extraordinarias” (Laddaga, 2007: 14). La imagen pública
está reunida debajo del nombre propio del autor que no requiere una explicación
103
cada vez que aparece, porque funciona como una marca, un signo; entretanto,
entendemos que todos los componentes que crean este signo pertenecen a la obra
y están impregnados del aura de su creador: a través de la parte nos acercamos al
todo. Para conseguir visibilidad, el signo está obligado a moverse, y más que esto,
a mantenerse siempre en movimiento.
La circulación del signo Bellatin es una estrategia única del escritor que, por
su indudable carácter consciente, toma más responsabilidad que el escritor de
épocas anteriores por cómo sucede la presentación y la recepción de su obra. El
gesto de definirse como curador no deja duda de que es una decisión consecuente
del autor y no es que sea una serie de coincidencias. Sin embargo, también vemos
que la misma estrategia nace en y a pesar de las tendencias actuales del arte,
muy en concreto, de la literatura del siglo xxi para pensar de nuevo el estatus y
el valor del arte, de la literatura, el trabajo de los que se dedican a una actividad
artística. Lo que sigue siendo particular en el planteamiento de Bellatin es la
retórica de la ironía, la simultaneidad de las estrategias dentro del dispositivo del
libro. Las circunstancias del trabajo creativo tal vez son demasiado fuertes, pero el
mimetismo de las formas permite la circulación de las ideas. El libro como objeto
de arte, el libro como mercancía –las dos caras de la misma moneda llevadas
a sus extremos. La ironía también es el acto de cuestionar y cuestionarse. Este
también es un acto de desplazamiento que va borrando lo original; el vaivén de
las ambigüedades es el motor de esta escritura mutante.
En el artículo hemos visto varios ejemplos para la lógica de la periferia que Mario
Bellatin incorpora en su ars poética. Entre sus elementos destacamos la locación
y la posibilidad de ver el desarrollo de su obra a través de la institucionalización.
Otros elementos que consideramos fueron la descentralización (la colaboración
con las editoriales medianas o pequeñas de diferentes idiomas) y la diseminación
(la reescritura incesante que parte del archivo), ambos procedimientos fuertemente
duchampianos en el sentido de combinar lo dinámico y lo estático, las diversas
duraciones y calidades en un marco único. Todos estos elementos llegan al lector
104
en un disfraz del caballo de Troya. La cuestión es si estamos dispuestos a participar
en el juego de Bellatin.
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106
“MUJER Y MESTIZA”:
REVISIÓN DEL CANON LITERARIO,
TAXONOMÍA Y EDUCACIÓN
Laura Rozalén Sánchez (Universidad de Salamanca)8
“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”
Alejandra Pizarnik
“VENGO DESDE EL AYER, DESDE EL PASADO OSCURO”9: UNA MIRADA
GENERAL A LA TACHADURA Y LA MEMORIA
La idea que sustenta la presente investigación surge del estudio de diversos
manuales de texto escolares y los requerimientos recogidos en el Real Decreto
217/2022 de 29 de marzo de 2022 (el RD de la vigente ley educativa conocida
como LOMLOE), que regula el sistema educativo español. Su examen posibilitó
advertir una de las principales problemáticas socioculturales arrastradas a lo
largo de la historia: la escasa inclusión de las mujeres en las diferentes áreas
del conocimiento; en espacios destinados a la reflexión, análisis, expresión
y producción de ideas, elementos que, en última instancia, constituyen ejes
8 Este capítulo es resultado del proyecto PID2019-104957GA-I00 (Exocanónicos: márgenes
y descentramiento en la literatura en español del siglo XXI) financiado por MCIN/ AEI
/10.13039/501100011033.
9 Se trata de los reivindicativos versos con los que inicia el poema feminista “Reencarnaciones” de
la poeta, historiadora y socióloga ecuatoriana Jenny Londoño (1952), con el que obtuvo el Premio
de Poesía Gabriela Mistral en 1992.
107
literarios influidos por una serie de situaciones contextuales que convergieron
hasta deparar en el momento actual:
La pulsión escópica contemporánea derivada de la saturación de datos y
estímulos, el aceleramiento incesante y el desmedido desarrollo de las tecnologías
produjeron la sustitución de la sociedad del conocimiento por la de la información,
el paso del optimismo transhumanista (Bourriaud, 2009) característico de
principios de siglo al desencanto posthumanista (Han, 2010) e importantes
consecuencias no solo en la configuración de nuevas subjetividades y relaciones
humanas, sino también en la literatura: derivaron en la necesidad de volver al yo
y aquellos aspectos que funcionan como asidero para no perder la identidad, pues
en un mundo caótico la escritura únicamente puede reflejarse en desequilibrio,
“entajonada” (Noguerol, 2020), desordenada, y supresiva. Basta con mencionar,
entre los muchos ejemplos posibles, El fondo del cielo (2009) de Rodrigo Fresán,
Taxidermia (2014) de Álvaro Bisama, Conjunto vacío (2015) de Verónica Gerber
o Geografía de la oscuridad (2021) de Katya Adaui para entender con claridad el
proceso de reconstrucción y “el viraje ético” (Rancière, 2006) que define el siglo
xxi desde su segunda década.
Ese contexto descomedido justifica que con frecuencia la literatura escrita
durante la “Modernidad líquida” (Bauman, 2003) se adhiera a las corrientes de
memoria y posmemoria (Hirsch, 2021) – “obsesión” por lo mnémico dirá Huyssen
(1995)–, por medio de textos que buscan comunicar de otro modo, contar lo no
dicho y recobrar el dolor propio o ajeno. Una tendencia temática que convierte
a la memoria en un mecanismo de registro y recuperación de, por un lado, las
vivencias históricas –desde una perspectiva general– y, por otro, las experiencias
íntimas del individuo, que supera su capacidad fisiológica innata para aportar el
ἴδιος (“idios”, lo propio o identitario) y erigirse como un dispositivo de resistencia
ante las injusticias, reportadas a través de la vertiente memorialística histórica
(Molloy, 1984), colectiva (Halbwachs, 1992; Colmeiro, 2011) y transversal –
108
enfoque de género y sexualidad en diálogo con los estudios de Kristeva (1989) y
Butler (1999)– (Sánchez Moreno, 2017; Jelin y Sutton, 2021).
Es esta última donde se establece la óptica de mayor interés para el presente
trabajo, pues por medio de su marco teórico se realiza la denuncia de la asociación
deliberada y –lo que es más delicado– automatizada del poder, la autoridad y su
reconocimiento público con figuras masculinas, lo que afecta directamente a la
escena literaria.
Sin embargo, tratar de revertir la situación implica contemplar su conflicto
interno, es decir, reabrir heridas que nunca cicatrizaron o matar dos veces: resucitar
lo pasado y ejercer un esfuerzo consciente por entender los precedentes más
contundentes y obvios y las huellas apenas notables, para proyectar voces diversas
que sugieran preguntas incómodas –pero inexcusables– como las siguientes:
1. Qué se ha recordado.
2. Qué habría que recordar.
3. Cómo y con qué lenguaje debe recordarse.
Estos interrogantes, en absoluto fortuitos, permiten vislumbrar una clave
sustancial no tan fácilmente reconocible: la aceptación de que la memoria también
alberga ideología, en cuanto que siempre se sustenta en la mirada de un “sujeto A”
en conversación con otro “sujeto B”. Así, la reiteración del discurso dominante
de el presidente, el director, el pensador o el artista tampoco es inocente, ya que
legitima la custodia de los centros intelectuales por parte de un inalcanzable y
ajustadísimo grupo: un “ellos” lejano, inaccesible, que se corresponde con los
“felices few”, perpetuamente representados por los varones blancos privilegiados.
La consecuencia primera de esa estrechez de canal se ha traducido en la reducción
sectorial, por nombrar algunas categorías preclaras, por género, raza, religión u
orientación sexual, lo que deviene en la posterior exclusión y el aislamiento de
109
individuos a los que se niega la participación paritaria; sujetos desterrados a las
posiciones secundarias y marginales que no molestan, desafían ni objetan.
Una exclusión concentrada, en este caso, en mujeres a las que se impone la
“no-intervención” como medida preventiva para preservar el control del que por
siglos ha disfrutado la única mitad de mundo que creía tener algo que decir: el
todo absoluto frente a la nimiedad; un coloquio dispar entre el omnipresente
résped masculino, y la lengua dislocada de las quiltras, las que honran Rosario
Ferré (1990), Luna Miguel (2019) o Lina Meruane (2022): la mujer inadvertida,
adherida a la materia sobrante de la superficie que no se busca conquistar: las
esquinas de página, dobladas –y doblegadas–, envejecidas e ignoradas en el
océano textual de la memoria.
EL CANON LITERARIO
Las desigualdades de género propagadas por las diferentes esferas culturales y
literarias precisan combatirse a través de una reacomodación de conceptos. Para
conseguirlo, es imperativo plantear la cuestión desde una perspectiva inquisitiva,
que pregunte directamente por ese canon que establece las fronteras entre lo
que asume merecedor de reconocimiento y todo lo que permanece fuera de su
dictamen.
Ya en la década de los noventa, el semiólogo argentino Walter Mignolo
discutía sobre quién –y por qué– determinaba lo que debía leerse, puesto que,
en definitiva, el canon se constituye como un conjunto de convenciones ante la
aparente necesidad de concentrar en un golpe de vista la excelencia literaria de los
diferentes períodos. Su composición responde, en cierta medida, a parámetros de
urgencia o factores de conciliación, que permiten, por una parte, al lector raso o
“profano” liberarse de toda responsabilidad de indagación, reflexión y valoración
propia al identificar aquellas magna opera lo suficientemente aceptadas para
110
ocupar un espacio per se; 10 y, por otra, crear “un repertorio de modelos semióticos
a través de los cuales el mundo se explica con un conjunto de narraciones, inter
alia, […] para dar gusto a los grupos dominantes” (Even-Zohar, 1994: 359),
pues resulta impracticable concebir una cultura sin autoridades de referencia ni
elementos de clasificación.
Sin embargo, son esos “grupos dominantes”, las personalidades reconocidas
como “intelectocracia” filológica, quienes, amparados por su membrete de
expertos, abanderan una gran criba letrada. El resultado inevitablemente se traduce
en una depuración con un eje deíctico autorreferencial: es el sujeto del “yo, aquí,
ahora” –u otros “yoes, allí, entonces”–, influido, el que, en el filo entre lo consciente
e involuntario, impone por razones contextuales –ya sean nacionales, temporales
o socioculturales– o individuales –ideológicas, morales, políticas, identitarias, o
bien económicas– su “gusto, tradición, tendencia, necesidad o manera de ver
el mundo” (Pozuelo Yvancos, 1996: 3-4).11 Este tamizaje a lo largo de muchas
décadas ha restringido el corpus a “las bellas letras de Europa y Norteamérica”
(Pizer, 2006: 3), y se ha fundamentado en criterios androcentristas, escogidos
por y para el hombre. No un hombre general –pues nunca puede serlo–, sino
destilado, específico y corpóreo: el heredero pudiente de una formación patriarcal
que encaja la complacencia estética en su realidad particular.
10 Dueñas Lorente, en su artículo “Niveles de lectura: Lectura culta y lectura popular en la
teoría literaria reciente”, retoma conceptos tradicionalistas para detenerse en la distinción entre
“lectores profanos, más o menos cultos o iniciados”, relacionados con el primer nivel de lectura
determinado por Umberto Eco, y “lectores profesionales”, que “convierten la interpretación de
los libros ya no en una afición sino en un trabajo”, aparejados al segundo nivel (Dueñas Lorente,
2016: 88-89).
11 Pozuelo Yvancos (1996), que reflexiona acerca del canon, manifiesta la inexorable unión entre
la selección literaria y su aspiración pedagógica (paideia, “enseñanza”) y asume la coexistencia de
“cánones diversos”.
111
No obstante, las limitaciones de estos catálogos son claras, y se traslucen,
por ejemplo, en El canon occidental (1994), donde Bloom condensó siglos de
literatura en un esqueleto de veintiséis autores liderados por Shakespeare, en
el que solamente incluye a las novelistas Jane Austen, Virginia Woolf y Emily
Dickinson –todas de raza blanca y angloparlantes–, abanderando una decisión
que denota –entre otras muchas cuestiones sectoriales– el desinterés hacia la
producción de las creadoras.
Dicho ostracismo no representa, ni mucho menos, un caso aislado, sino que
se erige como pauta sistemática. Esta es una de las razones por las que Caballero
Wangüemert asegura que “los estudios sobre mujer están intrínsecamente
relacionados con los conceptos de «minoría», «marginalidad» y «multiculturalidad»
que, con salvedades, van aparejados al género” (Caballero Wangüemert, 2003:
103), lo que acentúa la concepción excluyente y desfasada del canon que venimos
exponiendo en estas líneas.
En este sentido, otros especialistas como José M.ª Balcells reflexionan acerca
de esa discriminación genérica, aseverando que “procede hablar, en clave de
marginación, cuando una antología se presenta como «abierta» y se comporta
como si no lo fuese, practicando una exclusión que no solo no se reconoce, sino
que incluso […] se presume de que no se ha producido” (Balcells, 2006: 635). De
este modo, lo más pernicioso no sería la segregación en sí misma, sino el juego de
máscaras éticas tras el que con frecuencia se esconde y que cuenta con todo un
entramado subterráneo de prejuicios y críticas.
Ahora bien, esta práctica no es más que un ejercicio de “antojología” caprichosa,
que convierte los escritos canónicos en “una manipulación pedagógica de la
educación literaria” (Sánchez García, 2019: 44), lo que supone un arma de control
muy peligrosa: la magnitud del subjetivismo en torno a la problemática abordada
y el gran despliegue de factores que intervienen en ella complican la elusión del
componente maniqueo y restrictivo de los listados. Por consiguiente, aunque
112
conciliar el deseo –teórico-formativo– de conservación textual con el montaje
de un canon articulado en base a métodos objetivos, que conjuguen “la calidad
literaria […] y la adecuación de las obras a los intereses y capacidades de los
lectores” (Cerrillo Torremocha, 2013: 27), resulta, cuando menos, utópico, para
tratar la construcción canónica con una mirada crítica y lo más desprejuiciada
posible, es pertinente profundizar en algunos aspectos.
En primer lugar, hay que subrayar que la naturaleza discriminadora del canon
se opone a la propia idiosincrasia literaria: esta consta de voz artística y un carácter
libertador, que carece de orden o clasificaciones intrínsecas; mientras que el
canon, por su parte, margina, apoyado en principios taxonómicos, busca acotar
elementos que escapan a su contingencia y se reduce a un producto cerebral,
medido y definido por agentes externos.
En segundo, conviene apuntar que, quizás, lo más apropiado sería aceptar
la superposición de sistemas abiertos –o hablar mejor de “propuestas”–, de
manera que estos se puedan complementar, sustituir y retroalimentar, pues la
literatura y las necesidades humanas son volubles y se hallan en ese constante
fluir heraclitiano. Esta tarea requiere una interpretación tolerante y plural, que
considere las limitaciones individuales y colectivas, la inestabilidad del campo
literario y su inabarcable naturaleza. Para ello, es vital reconocer la equidad de
los distintos cánones, desechar la supremacía de uno totalizador y defender
que las posibilidades combinatorias de inclusión-exclusión o entrada-salida
son tantas como estudiosos encargados de su teorización. En definitiva, en un
canon que debería redefinirse para ser coherente con las nuevas necesidades y
voces, actualizarse y ser revisado constantemente, las figuras femeninas continúan
desterradas del centro cognitivo de poder y transmisión.
113
“EN LA PALABRA HABITAN OTROS RUIDOS”:12 CONQUISTAS FEMENINAS Y SU CORRELATO EN EL SISTEMA EDUCATIVO ESPAÑOL
Vinculada a corrientes literarias menores, fundamentalmente a la vertiente
epistolar, y al servicio de temas íntimos, la mujer ha pasado casi toda su existencia
desapercibida, menospreciada –“con las manos atadas por el tiempo / con la
boca sellada”– y entroncada con la superficialidad de lo bello.13 La sociedad las
alejó del conocimiento –recordemos a muchas que, como Sor Juana, se vieron
obligadas a ingresar en órdenes religiosas para acceder al saber y desarrollar su
actividad intelectual– y las redujo a la condición de perfiles huecos, fantasmales
y desarraigados, forzados a reconocerse en el dieciochesco “ángel del hogar”,
aprisionado y supeditado a la soledad doméstica.14 Son estos algunos de los hechos
que suscitaron en Susana Reisz una reflexión sobre las poetas peruanas que podría
extenderse, en realidad, a todo un género:
Se pueden oír muy nítidamente los acentos mutuamente discordantes de un yo
arrinconado y debilitado hasta la extenuación, que reclama su derecho a la autonomía,
12 Versos iniciales del soneto “Una palabra oscura”, del poeta mexicano Jorge Cuesta (19031942), visto por la crítica como uno de los integrantes del grupo “Contemporáneos”.
13 Con estos versos –los entrecomillados–, que ejemplifican maravillosamente la posición
de afonía a la que las mujeres han estado sometidas, continúa la primera estrofa del poema de
Londoño previamente citado.
14 A este respecto, y tomando como base A Room of One’s Own (1929) de Woolf, Remedios Zafra
reflexiona en Un cuarto propio conectado (2010) sobre esas mujeres que no pudieron disfrutar en
el hogar de espacio ni tiempo privados, pues todos se compartían o destinaban al cuidado de la
familia y la casa. Esta situación dificultaba mucho encontrar el modo de dedicarse a actividades
intelectuales, lo que remite de nuevo a los dos requisitos que Woolf consideraba imprescindibles
para aquellas que buscaban escribir: disponer de autonomía económica y de una habitación propia
en la que desarrollar el ejercicio creativo.
114
y de una voz autoritaria y hostil, colectiva pero no propia, que silencia los balbuceos
del yo y le reprocha que ya no es joven. O que le repite que es gorda y fofa. O débil e
ignorante. O bonita pero tonta. O inteligente pero fea. O una histérica. O una menopaúsica. O una teatrera (Reisz, 1996: 37).
Pese a los obstáculos impuestos por la tradición y las críticas misóginas que
insisten en la grieta, como las señaladas por Reisz, los años setenta del siglo
pasado supusieron un punto de inflexión en el avance del reconocimiento de
autoras, gracias a su mayor inclusión en el proceso antológico y a la exploración
de la noción de “escritora”, ligada al autoconocimiento y a la pertenencia a una
colectividad. Este escenario dispuso las bases que impulsaron a finales de la
década de los setenta el surgimiento de la “ginocrítica” (Showalter, 1985), una vía
de apertura que daba a las creadoras los medios para abanderar un discurso propio
examinado con una mirada renovada. Se comienza a vislumbrar, así, el deseo de
algunas autoras como Carmen Conde de hacer patente un estilo y argumentos
que respondan a las necesidades de “mujeres que se saben plenamente” (Conde,
1970: 14).
A pesar de los avances, los mecanismos desarrollados desde entonces resultan
insuficientes, puesto que la teorización literaria fue concebida como una
disciplina en la que directamente no se contemplaba lo femenino: los términos,
planteamientos y perspectivas de análisis se pensaban asociados a la figura
del autor, por lo que no parece pertinente, adecuado ni eficaz trasladarlos sin
variaciones a contextos diferentes ni aplicarlos a los sujetos marginados en la
misma coordenada de arranque. No basta con sumar autoras a los programas
de estudio e investigaciones vigentes para conquistar los espacios de expresión
y proyección, sino que se requiere, además, desbaratar el lenguaje patriarcal –a
nivel gramatical, pero, especialmente, en cuanto a la dominación semántica,
como defiende Gopegui (2022)– y las categorías establecidas con el propósito de
115
resignificar o reformular conceptos que sí sean válidos para hablar “de” y “con”
una colectividad más inclusiva y fiel a las nuevas realidades y demandas sociales.
Como consecuencia del fracaso de un sistema lento y enmarañado, la
invisibilización de las intelectuales ha constituido una plaga extendida a todos los
ámbitos cognitivos y soportes literarios –cuestiones que serán detalladas con más
calma en futuros escritos–, entre los que se integra la Academia –con una línea
obsoleta que traslada el enfoque excéntrico a la materia de género–, la crítica –
controlada predominantemente por escritores y periodistas varones–, los medios
de divulgación científico-literaria, los premios y el mercado editorial.
Pese a ello, tal vez, lo más preocupante sea la ausencia de mujeres extrapolada
a los centros educativos, donde su integración en el currículo es todavía una labor
pendiente. Por lo cual, aunque en las últimas décadas, la crítica, investigadoras
como Simón Palmer, Aldaraca, Ruiz Guerrero, Jagoe, Labanyi o Kirkpatrick
y algunas editoriales escolares, entre las que sobresale Marea Verde, hayan
emprendido una obligada tarea de compilación y recuperación, lo cierto es que
la presencia de pensadoras, escritoras y literatas en las aulas españolas continúa
siendo anecdótica: en lo poco más de dos décadas que rebasan el siglo xxi,
los manuales de texto, en su intento por facilitar el aprendizaje, abogan por
fragmentar la taxonomía teórica amalgamando en pocas páginas las etapas y
movimientos literarios. En este contexto, la tradición androcentrista ha conferido
el protagonismo categórico a aquellos escritores con el prestigio necesario para
introducirse como referentes ineludibles en el canon. No cabe duda de que
muchos se consagran merecidamente, pero en ningún caso su distinción debería
opacar la calidad narrativa, ensayística, teatral o poética de autoras a quienes,
de forma paralela, los libros incorporan con exigüidad –como si pretendieran
marcar una casilla en una lista para acreditar su actitud integradora– por medio
de una enumeración inconexa de nombres, títulos y fragmentos breves, escasos y
repetitivos, que descubren un contenido vago y desfasado.
116
A este respecto, Laura Freixas recoge en su artículo “Qué fue de las escritoras” (El
País) los datos extraídos de un estudio llevado a cabo en 2013 por la Universidad
de Valencia, donde se evidenciaba el desequilibrio latente en las diferentes
disciplinas de Secundaria, con un porcentaje del 7,5% correspondiente a las
mujeres trabajadas. No solo Freixas, sino otras investigadoras se han interesado
por estas cuestiones: en 2014, López Navajas advierte una exclusión devastadora
en la totalidad de las materias, con un 12,8% de especialistas mencionadas y
un 7,5% de autoridades femeninas enseñadas en mayor profundidad. Datos
agravados en el espacio de la asignatura de Lengua Castellana y Literatura, donde
la proporción se reduce a un 11,9% y un 6,8% respectivamente. Por su parte, en
2016, la doctora Lasa Álvarez compara los manuales de Literatura Universal de las
editoriales Anaya, Casals y Xerais, de los que extrae resultados parecidos: Anaya
incluye ocho escritoras, Casals apenas menciona veinte y Xerais se desmarca un
poco de esta línea metodológica mediante la incorporación de alguna mujer en
cada período histórico-literario. También Remedios Sánchez García elabora en
2019 un análisis de los libros de Lengua Castellana y Literatura en el curso de 2º
de Bachillerato de las editoriales Oxford, Anaya y Algaida con cifras que no distan
de las anteriores: Algaida se coloca en primera posición con un 13,26%, seguida
por Oxford con un 12,63% y, finalmente, por Anaya con un 12,08%.
Con todo, la carencia autoral se acentúa en la dimensión adscrita a la
literatura hispanoamericana, donde se percibe una “doble marginación”, la de
“mujer y mestiza” (Caballero Wangüemert, 2003: 109), a la que solo subsisten
de manera relampagueante Storni, Agustini y Mistral en las etapas modernista
y posmodernista, y Allende o Esquivel en la década de los setenta del siglo
xx. Una circunstancia “justificada” a nivel estatal por la desaparición paulatina
de las corrientes latinoamericanas de los contenidos curriculares, los inabarcables
programas didácticos, la elevada ratio de las clases y una duración muy limitada
del curso lectivo.
117
En consecuencia, estos datos notifican la tachadura a la literata, contradicen
expresamente el objetivo curricular que promulga el fomento de la igualdad
en oportunidades y derechos para mujeres y hombres y reiteran la necesidad
apremiante de reforzar el ingreso de esas voces a través de la promoción de sus
obras y contribuciones al panorama literario-cultural.
CONCLUSIONES
La regulación de la taxonomía literaria lleva siglos entendiendo su hermenéutica
a partir del establecimiento de bloques históricos que definan períodos generales
y movimientos, lo que, a pesar de los beneficios estructurales –en cuanto a
simplificación– que puede aportar, produce la pérdida de la individualidad y el
entendimiento de los creadores desde patrones productivos demasiado amplios.
Dentro de esa organización taxonómica, el canon se ha alzado como una vara
demiúrgica con la que señalar y fijar nombres y obras en detrimento de todo
aquello que no supera su horizonte de expectativas. No obstante, como se ha
expuesto en los aparatados anteriores, el valor de medida lo disponen sujetos
concretos en épocas determinadas por condiciones –contextuales, personales y
de finalidad– específicas, suscritas a los enfoques dominantes. De esta forma,
esa selección es una apuesta que evidencia la marginación a la que han sido
sometidos los grupos minoritarios y más vulnerables, como las mujeres, los
sectores racializados, las religiones no ortodoxas o los colectivos que rompen con
la normatividad afectivo-sexual.
Además, en la dicha práctica es nuclear ser consciente de las relaciones
existentes entre memoria y canon, pues la fijación autoral conlleva una intención
de salvaguarda que no solamente proporciona prestigio, sino que por medio del
mismo combate el olvido de ciertos escritores privilegiados por su influencia.
Es decir, el reconocimiento implica la construcción y difusión del recuerdo;
118
y, al contrario, la ignorancia origina un pozo sin fondo en el que se diluyen y
abandonan los “prescindibles” del canon.
Por ello, desde las relecturas feministas y el trabajo de la memoria transversal
–y con todas las opciones que ofrece la digitalización– se ha tratado de antologar
y desenterrar en las últimas décadas a muchas autoras olvidadas como Ángela
Figuera, Josefina de la Torre, Margarita Nelken o Mada Carreño. Sin embargo,
ni siquiera con esa intención de rescate y compensación se debe negar que
cualquier tipo de clasificación –que no es si no otro tipo de canon– puede
resultar perniciosa si no se comprende con claridad su naturaleza excluyente. Por
tanto, todo listado debería anunciarse como una propuesta entre una cantidad
inagotable de opciones, donde la inclusión de determinadas personas constituiría
la representación de un porcentaje mínimo que se realiza desde la óptica de un
sujeto concreto que no puede disociarse de sus implicaciones situacionales y
particulares: solo entendiendo los catálogos como productos subjetivos y abiertos
se dará un valor real a la producción cultural y a los autores, independientemente
de su género, etnia, creencia o condición sexual.
Por otra parte, pese a la importancia de nombrar, leer, comprender y difundir
la labor artística de generaciones silenciadas de escritoras, no hay que olvidar que
en ese sobreetiquetado que se está imponiendo a las obras escritas por mujeres
se puede tropezar con el riesgo de simplificar, prejuiciar y perder a las autoras
en un proceso de infantilización o maniqueísmo. No obstante, es inexorable
su reconocimiento para deconstruir y restablecer un sistema que priorice a las
figuras vulneradas, no ya con el propósito de reparar heridas, pues esta tarea
resulta impracticable por la propia experiencia negada durante siglos, sino de
honrar la cicatriz y el escombro, y, en colectividad, reconducir la sociedad hacia
nuevas coordenadas de desapropiación. Para ello, se ha de poner en práctica el
compromiso sociopolítico, apoyado en un activismo feminista pluridimensional
que, con la palabra resignificada, la herencia del vestigio y el aullido de la quiltra,
119
atraviese los ejes opresivos y los subvierta. Hay, en definitiva, que entender la
praxis cotidiana como una oportunidad innegable para demoler: pelear lo
acontecido y lo “acaeciente” a fin de adquirir el derecho a un futuro más justo
para las generaciones venideras y los fantasmas vituperados.
En este proceso de derribo, los centros escolares suponen una pieza medular y,
en consecuencia, los docentes, como autoridad original de enseñanza. A pesar de
las posibles contradicciones que puedan surgir de los cambios atropellados, que
no son siempre fáciles de realizar y dependen muchas veces del autodidactismo,
es necesario eliminar de los temarios esas separaciones capitulares o apartes que
empequeñecen a las creadoras, las reseñan bajo el epígrafe de “secundarias”
o “epígonas” y promueven el régimen de la excepcionalidad, que aunque
ennoblece a algunas –generalmente asociadas con las ideas de histeria, locura
o excentricidad–, discrimina a todas las demás. Además, hay que transmitir al
alumnado ese carácter restrictivo del canon y mostrar la confluencia de opciones
diversas, con el objetivo de evitar la manipulación oficial o historiográfica y
construir un pensamiento crítico. Asimismo, encuentro significativo comunicar
la importancia de las acciones individuales y el interés por buscar y descubrir –con
la ayuda del profesorado– elecciones literarias divergentes que les confieran una
mirada multidireccional y multicultural que denote coherencia con esa realidad
posnacionalista (Castany, 2007) y plural de la que forman parte.
Finalmente, concluyo estos renglones con el deseo de insistir en que la
educación se alza como el nuevo y gran modelo de rebelión; como una lanza
social contundente, preparada para transformar los peligros propios de la
segregación y sustituir los valores deshumanizados por otros rehumanizados, que
exijan espacios comunicantes más permeables y la adquisición de un lenguaje
resignificado y expandido. Este parece ser el único camino para que las mujeres
puedan, primero, vivir, y, después, dar cuenta de ello con una historia donde
no consten como telón de fondo o zombis pasivos, sino como sujetos plenos
120
que vencen las objeciones para tomar agencia en el “yo” y en el “nosotras”. El
replanteamiento y transgresión de los paradigmas patriarcales constituyen, en
última instancia, el desvío irremediable en el que asentar una historia venidera
que, con propiedad, por fin sean capaces de llamar “suya”.
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124
Este libro se terminó de imprimir en Salamanca,
en el mes de mayo de 2024.
ibic: dsc
El exocanon no solo mira hacia las
periferias y los márgenes abordando las tensiones relacionales entre
centro y periferia, norte y sur, hombre y mujer, analógico y digital...
sino que también nos recuerda que
ese sistema de oposiciones no nos
da las respuestas necesarias, pues
lo ajeno no es necesariamente lo
opuesto. Glosar el exocanon: escrituras inasibles en español se propone
seguir ampliando la riqueza de los puntos de vista que nutren aquello
que está fuera de los núcleos de poder y de quienes, habitándolos, no
se adhieren a sus deseos e impostaciones. Desde la búsqueda de esta
riqueza sin fronteras Carmen Kurtz, Mario Montalbetti, Bárbara Jacobs,
Juan José Millás y Mario Bellatin, entre otros, son los nombres que se
recorren a lo largo de estas páginas.
Editado por Manuel Santana Hernández y Marta Pascua Canelo, también
participan Estefanía Linuesa Torrijos, Helena Pagán Marín, An van Hecke,
Natalia Candorcio Rodríguez, Laura Miklós y Laura Rozalén Sánchez.
Colección La Bolgia