OJOTAS y CLAVOS
OJOTAS y CLAVOS
Autora:
Betina Plaza
Ilustraciones:
Anahí Sala
Silvia Ebis
Lucía Arrúe
Plaza, Betina
Ojotas y clavos / Betina Plaza. - 1a ed - Luján: EdUnLu, 2024.
Libro digital, PDF - (Sociedad en movimiento)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-631-6582-08-9
1. Educación. I. Título.
CDD 370.151
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un
sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico,
mecánico, fotocopias u otros medios sin el permiso del autor.
ÍNDICE
Presentación ................................................................................................................................................. 11
Acerca del texto, su proceso, sus intenciones y destinatarios/as ...................... 11
Betina Plaza
Conceptualizando los procesos de aprendizaje comunitario ..................................15
Acerca de las Ilustraciones y las voces de las ilustradoras ...................................16
Anahí Sala ............................................................................................................................................16
Silvia Ebis ............................................................................................................................................. 17
Lucía Arrúe ..........................................................................................................................................18
Prólogo ..............................................................................................................................................................19
Juan Ricci
1. El colmenar .................................................................................................................................................21
2. Las muletas ...............................................................................................................................................25
3. Matías. Sus negocios .........................................................................................................................29
4. Dos tizas .......................................................................................................................................................31
5. Matías. Sus comentarios del fuego ......................................................................................... 35
6. Las “cositas de los hombres”........................................................................................................39
7. La ensalada ................................................................................................................................................43
8. La mamá del carro............................................................................................................................... 47
9. “Canté pri!” .................................................................................................................................................51
10. Ellos no saben jugar ......................................................................................................................... 53
11. Las bolitas ................................................................................................................................................. 57
12. Ulises ...........................................................................................................................................................59
13. Convidada .................................................................................................................................................61
14. “Seño ¿Estás cansada?” .................................................................................................................63
15. Pablina ...................................................................................................................................................... 67
16. Marcos y el carro ...............................................................................................................................69
17. “Acá no lo hacemos así” ................................................................................................................... 71
18. La lluvia ..................................................................................................................................................... 73
19. Sin papeles .............................................................................................................................................. 75
20. 25 de Mayo. Acto escolar..............................................................................................................77
21. Reunión de madres........................................................................................................................... 79
22. La casa - calle ........................................................................................................................................81
23. Las mochilas .........................................................................................................................................85
Palabras de cierre .....................................................................................................................................89
Referencias .....................................................................................................................................................91
A las y los más pequeñitos/as
de Cuartel V,
porque sus risas
son una fiesta de esperanza
Presentación
Acerca del texto, su proceso, sus intenciones y
destinatarios/as
Los relatos que forman parte de este texto nacieron a partir de la
intención de capturar pequeños instantes de mi trabajo entre los años
2007 y 2010 en Cuartel V (Moreno, Pcia. de Bs. As.). En ese tiempo elegí
dejar el trabajo formal que realicé durante 10 años, como psicopedagoga
de Equipos de Orientación Escolar y comencé a transitar el campo de
la Educación Popular como tallerista en diferentes espacios dentro y
fuera de las escuelas, con niños/as, familias, educadoras y como asesora
a diferentes proyectos socioeducativos. Todas estas propuestas se
llevaron adelante en articulación con las organizaciones, las escuelas
y los Centros Comunitarios del barrio, promovidas por la Asociación
Civil El Arca.
En este escrito recupero registros de la propia práctica
pedagógica, de tres espacios educativos: el taller Cuarto Recreo, los
talleres de juego en aula y los espacios de formación para educadoras
de Centros Comunitarios. El primero fue una propuesta dirigida a
chicos y chicas de 9 a 13 años, que se realizaba inicialmente dentro de
la escuela, en contraturno y con modalidad optativa, cuyo objetivo era
consolidar un espacio de participación y protagonismo. Los talleres de
juego en aula se realizaron en primer ciclo del nivel primario, durante
el horario escolar, utilizando como recurso juegos reglados vinculados
a los contenidos de matemática y prácticas del lenguaje. La actividad
se compartía con la maestra de grado, por lo cual constituía para
ellas un espacio de formación, en tanto permitía reflexionar sobre
la práctica e incorporar propuestas lúdicas. Por último, el espacio
de formación para educadoras transcurría semanalmente en cinco
centros comunitarios ubicados en diferentes zonas, y constaba de un
tiempo de planificación, intercambio de recursos, discusión etc, y otro
en la sala junto con las educadoras y los niños y niñas.
La significatividad de los pequeños instantes que comparto
aquí, reside en que resultaron ser como chispas, identificando que
allí valía la pena detenerme, porque algo del orden de la novedad y la
transformación estaba ocurriendo poco a poco. Comenzaba a darme
cuenta que ya no era la misma como educadora, como profesional,
como militante y comenzaba a elegir un nuevo camino, que implicaba
desandar mucho de lo aprendido en la formación universitaria.
Quise atesorar esos breves diálogos del territorio para que no se
desvanezcan en mi memoria, y volví a ellos una y otra vez en diferentes
ocasiones. Esa urgencia produjo en 2008 una primera y breve versión
de estos textos, más cercana a la poesía, que fue ilustrada por Lu,
mi hija que entonces tenía 4 años. Aquel trabajo contaba con muy
pocos elementos del contexto y dejaba a las y los lectores la tarea de
completar la reflexión. Algunos fueron utilizados como recursos de
clases y talleres, coordinados tanto por mí como por otros y otras
compañeros/as, quienes los tomaron prestados y referían a su potencia
para hacer hablar las prácticas y traer el territorio al aula. Ellos/as me
fueron animando a re-trabajarlos.
El ritmo vertiginoso de la vida misma fue postergando el proceso
de reflexión que conlleva la escritura, pero las preguntas continuaron
insistiendo y actualizándose en cada nuevo espacio de trabajo.
¿Qué pasaba en esos espacios? ¿Cómo se aprendía? ¿Qué se
aprendía? ¿Quiénes aprendían? ¿Por qué volver a estos textos 15 años
después?
Si bien en los últimos años he dedicado más tiempo al trabajo
académico, con tareas de docencia, investigación y extensión, volver a
estos textos implica volver a reafirmar que, es en el territorio y en los
espacios comunitarios donde se encuentra la tierra firme para anclar
la práctica educativa.
El recorrido que propongo busca transparentar el derrotero de
las ineludibles contradicciones, preguntas, errores y dificultades que
nos atraviesan como educadoras/es populares, entendiéndolo como
parte del propio proceso de aprendizaje. Es en este sentido que a las
palabras se suman las emociones y los colores que nos aportan las
ilustradoras, así como las diferentes voces de las/los protagonistas.
Les agradezco entonces, en primer lugar a las ilustradoras Anahí
Sala, Silvia Ebis y Lucía Arrúe, por entusiasmarse, por compartir
generosamente sus colores y por ser parte de mi historia y de la de
estos textos. A Mónica González, maestra de Cuartel V, con quienes
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Betina Plaza
compartimos talleres, por regalarnos su voz y sus recuerdos. A Carola
Arrúe, mi amiga y hermana de tantos años y caminos, por haberme
invitado a trabajar en Cuartel V por primera vez. A María Emilia
Chuit que en 2008 leyó los borradores y me dijo “es como si te viera
en cada escena”. A mis compañeras del Departamento de Educación
de la UNLu, Analía García, quien con entusiasmo fue entrecruzando
tiempos y territorios; y a Mercedes Palumbo, por su lectura siempre
atenta y generosa.
Y mi gratitud especial a Juan Ricci, referente y amigo a quien
admiro, quien leyó con el profundo respeto de un maestro y también
aceptó compartir su palabra. En él va mi agradecimiento a todo
Cuartel V, sus vecinos/as y sus calles repletas de ojotas, clavos y mucho
más.
Betina Plaza
Diciembre 2008 y diciembre de 2021
Presentación
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Conceptualizando los procesos
de aprendizaje comunitario
El término aprendizaje suele estar asociado históricamente al
dispositivo escolar. Sin embargo diferentes autores y autoras
proponen elementos conceptuales que nos permiten caracterizar las
propuestas que se desarrollan en diferentes contextos no formales,
desde la perspectiva de la educación popular.
Este trabajo recupera los aportes de la teoría del aprendizaje
situado dentro de las comunidades de práctica, enmarcada en la
perspectiva contextualista (Lave y Wenger, 1991; Rogoff, 1993). De
acuerdo con este enfoque, cualquier proceso de aprendizaje implica
la conformación de comunidades de práctica como proceso social. Es
decir que no basta con un corpus de conocimiento y la intención de
alguien de enseñarlo, sino que es necesario que las/los aprendices
participen en actividades sociales. Esta teoría recupera la centralidad
del contexto en las situaciones de aprendizaje vinculadas a la vida
cotidiana (Rogoff, 1997).
El concepto de comunidades de práctica (Leave, 2011) proviene
de una revisión de la praxis marxista y la teoría de la actividad de raíz
vygotskiana y permite abordar los conocimientos que se producen
en los espacios cotidianos analizando cómo, en estas situaciones, los
sujetos se relacionan participando “conflictivamente”. En este sentido,
resulta significativa la noción de participación periférica legítima
(Lave y Wenger, 2007) la cual nos permite identificar situaciones de
aprendizaje donde se producen diálogos entre sujetos con diferentes
grados de involucramiento en las propuestas y participación en la
tarea.
A estas conceptualizaciones se suman los aportes de Quiroga
(1999), quien afirma que cada sujeto se constituye en una dialéctica
de transformación donde se construyen aprendizajes y se van
configurando modelos o matrices multideterminadas, a partir de
aprendizajes explícitos e implícitos que se producen al compartir una
actividad.
Concebimos el aprendizaje, entonces, como un proceso situado y
colaborativo, arraigado en una cultura, que se construye compartiendo
las prácticas cotidianas, mediante dinámicas de apropiación,
recepción, resignificación, transformación y construcción de saberes
y conocimientos. Proponemos complejizar el entramado de saberes,
conocimientos y aprendizajes, sin caer en dicotomías (Palumbo, De
Mingo y Plaza 2022).
Acerca de las Ilustraciones y las voces de las ilustradoras
En diálogo con las compañeras ilustradoras, Anahí Sala y Silvia Ebis,
quienes son también educadoras populares, decidimos incorporar
nuevos elementos al texto original, contenidos tanto en los recuadros
como en las ilustraciones. La diversidad del contenido de los recuadros
presenta aportes sobre el contexto, la planificación de cada espacio,
notas de campo, algunos elementos teóricos, y las reflexiones sobre
nudos temáticos que atravesaban las reflexiones del equipo de
educadoras/es. A su vez, se hacen explícitas las tensiones que iban
surgiendo en el diseño propuestas de educación popular, vinculadas
a instituciones del sistema formal, con la complejidad de lógicas que
esto implica.
Las ilustraciones cobran su propia vida dentro del relato, y
están siendo otra forma de ir compartiendo y viviendo aquello que
se está narrando. Desde la perspectiva de la educación popular, estas
imágenes, lejos de ser consideradas como un adorno, complementan
la escritura. Esperamos que sean una invitación que anime a las
y los lectores/as, a incursionar en otros universos, disparando la
imaginación y enriqueciendo eso que sucede cuando se comparte.
Anahí Sala
Mi nombre es Anahí Sala, entre otras cosas, soy profesora de arte
egresada de la UNA (Universidad Nacional de las Artes), ceramista,
feminista y mamá de Alma. Como educadora trabajé en distintos
niveles de la educación formal, pero siempre me sentí más a gusto
en los márgenes del sistema educativo, en eso que llaman educación
“no formal”, con los pies en el territorio y con otro tipo de normas
y privilegios. Por ejemplo, un día vi bajar a la virgen de Caacupé de
un helicóptero en la canchita de la villa 21/24; y muchas veces recibí
regalos maravillosos como tortas fritas, chipa, rosquitas y un par de
16
Betina Plaza
alfileres con canutillos simulando aritos en una cajita de cartón... Los
chicos del gauchito Gil me ayudaron a sacar las lauchas del aula-taller,
los de la chatarrería me empujaron el auto y me prestaron una batería,
los de la gomería un criquet, los vecinos de la esquina me sacaron de la
zanja un día de lluvia (en esa época mi auto era viejo y mañoso). Viajé
en tren con mis chicos y chicas de Sol y Verde para conocer los murales
de las estaciones del subte (en hora pico), vi desesperar a los vigilantes
del MALBA cuando los chicos y chicas de La Casita se reconocían en
Juanito Laguna...
Un viernes, con las mamás del taller, dejamos los títeres sobre
la mesa y salimos a hacer la mudanza, algunas hicieron de campana,
otras metieron ropa en las bolsas y todas juntas y apretadas fuimos en
mi Renault 12 a la comisaría, para hacer la denuncia por violencia de
género.
Aprendí a hacer torta helada con flan y gelatina, receta de mis
chicos del Penal, que también me enseñaron el significado de estar
engomado y a interpretar los gestos y las miradas cuando no salen las
palabras.
También tuve momentos muy tristes, de mucha impotencia y
cansancio en donde ningún recurso ni herramienta pedagógica me dio
resultado y me junté a pensar y compartir experiencias con otros/as...
También hice algunos cursos, exposiciones y posgrados, pero en
esta presentación elegí compartir mis aprendizajes más significativos.
Silvia Ebis
Mi nombre es Silvia Ebis, soy militante de las organizaciones sociales
del territorio cercanas a la zona de Cuartel V. De profesión trabajadora
social, y por opción educadora popular feminista. Generalmente me
dedico a promover acciones de arte en nuestras comunidades, por
lo tanto para mí es muy importante este trabajo, porque habla de las
experiencias concretas, en un territorio concreto al que amo mucho.
Me parece que son experiencias que nos remiten a esta relación que
se teje en los espacios educativos, en los espacios de formación, donde
se mezclan el amor, el aprender a leer y escribir, el comer, la vida...
que vamos tejiendo entre educadores/as, trabajadores/as, familias y
organizaciones sociales, para el buen vivir de nuestra gente.
Conceptualizando los procesos de aprendizaje comunitario
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Lucía Arrúe
Mi nombre es Lucía Arrúe, tengo 17 años y soy ingresante a la Carrera
de Artes Visuales con orientación en Artes del Fuego en la UNA,
pero desde siempre me interesé por el arte en todas sus expresiones.
Realicé mi primera ilustración para estos relatos en 2008 a la edad de
4 años y participé acompañando a mi mamá en varios momentos de los
que aquí se recuperan.
Creo que las ilustraciones cuentan desde otro tipo de lenguaje
las cosas que nos pasan, la realidad que vivimos, y que en este caso
complementan el relato del libro, porque son dos expresiones artísticas
diferentes.
Leí este libro completo por primera vez antes de hacer las
ilustraciones finales, pero desde que tengo memoria estuvo dando
vueltas por casa su primera versión, con una tapa de cartulina roja y
el título escrito en fibrón, abrochado con dos ganchos aprieta papel.
Escuché estos relatos más de una vez contados por mi mamá en
diferentes reuniones, y creo que son experiencias de mucho valor para
ser compartidas y que llevan a replantearse la gran desigualdad en la
vida cotidiana de las infancias según en qué rincón de la Argentina
estén creciendo.
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Betina Plaza
Prólogo
Un lugar en el mundo: eso fue para muchos Cuartel V. Quizás justamente
porque estaba todo por hacerse y no había más remedio que poner
las manos (de todes) en la masa y trabajar despacito ese cachito de
mundo y esa comunidad que queríamos. Eso fue una decisión. Y en
ese trabajo nosotros también, los vecinos, nos íbamos modificando
irremediablemente en el día a día, porque se iba produciendo por
fuera de nuestra conciencia y al compás de las acciones colectivas, un
compromiso estético con la tierra y la comunidad que nos nombraba y
nos reconocía bajo su nombre.
Todo se conjugaba ahí: la historia provinciana del desarraigo en
Buenos Aires y la arbitraria urbanización del conurbano, en ese medio
cultural diverso atravesado por la política, los ideales comunitarios
del Concilio y Medellín... los años setenta, los rezagos ideológicos
de la dictadura cívico militar... y mucho más. Nunca resultó sencillo
describir esa singularidad tan particular de Cuartel V.
Pero resulta que llega Betina y empieza a contar las pequeñas
cosas que van formando esa diferencia, y lo hace con tanto arte y
poesía que nos llega hondo y uno no puede leerlas sin conmoverse.
Porque se trata de una verdad. Pero no sólo la verdad de los hechos,
que siempre es relativa justamente por el carácter singular de los ojos
que observan. Lo que es verdad es la emoción de quien lo ha vivido y
lo cuenta. Lo que es verdad es el persistente amor, como una constante
en toda la narrativa. Lo que es verdad, y emociona, es la irrenunciable
decisión de construir, desde todo este barro que somos, ese mundo
amable más justo y feliz que deseamos. Y esa verdad se transmite y
se respira, desde el principio hasta el final. Y sobre todo, se agradece.
Juan Ricci
Cuartel V, 25 de octubre de 2021
1. El colmenar
Viajar en El Colmenar era una aventura llena de sorpresas y algo más...
en palabras de las/los vecinos/as “Más barato, más digno, más nuestro”.
A medida que empecé a frecuentar los recorridos en ese colectivo
y a conocer un poco más de su historia, los compañeros se fueron
ganando toda mi admiración.
El trayecto que recorro diariamente para llegar al barrio es
transitado por dos líneas de colectivos. Una de ellas quiere controlar
y aumentar el precio de los boletos. La otra, con el apoyo de las
organizaciones comunitarias y de las/los vecinos/as que viven en los
barrios más alejados de la ruta, a quienes no les llega el transporte, se
moviliza para defender sus derechos.
Se sabe que existen, ciertamente, chóferes muy malhumorados,
pero que al que manejaba el colectivo de hoy le sobraba paciencia, ¡no
cabe ninguna duda!
Esa mañana de invierno viajaba poca gente. A poco de tomar la
ruta 25 sube al bondi un Pibe, flaco y muy desalineado, cargando en la
espalda un bolso enorme. Trata de garronear el boleto, y finalmente
deja al conductor las pocas monedas que traía en un bolsillo de la
camisa.
Mientras miraba por la ventanilla, y escuchaba distraída,
recordaba cuántas veces había viajado en El Colmenar por apenas
unas pocas monedas de 10 o 20 centavos...
En esta introducción a la historia, se abre un paréntesis para
viajar al tiempo en el que no existía la tarjeta SUBE1 , el boleto de
colectivo costaba menos de $1 y había máquinas que los entregaban a
cambio de monedas. Pero, El Colmenar estaba aún más lejos en el viaje
del tiempo, porque sus choferes contaban con la antigua máquina de
boletos de colores. Es decir que, además de prestar atención al tránsito,
saludaban a cada pasajero/a, detalle no menor porque la mayoría de
las veces era vecino/a. Con frecuencia charlaban un rato con los/las
más conocidos/as, recibían billetes, daban cambio en monedas, y si no
1
Desde 2009 en la provincia de Bs. As. se unifica el pago del transporte público mediante
la implementación de la tarjeta recargable SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico). Hoy
no se puede viajar si no se cuenta con este recurso.
Ojotas y Clavos
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tenían suficientes, te dejaban pasar al fondo y luego te llamaban para
entregarte el dinero que había quedado pendiente. Muchas veces me
dijeron:
–Dejá nomás!
–Pasá, pasá y después pedime lo que te falta.
Nunca dejó de sorprenderme esa confianza, ese modo de
relacionarse con los/las pasajeros/as, que sólo era posible de entender
cuando uno recordaba que eran vecinos/as, con toda la cercanía y
solidaridad inherente que implica esa palabra. Recuerdo que una vez
compartí el viaje con Itatí, cocinera de uno de los Centros Comunitarios,
y cuando le confié mis reflexiones sobre la experiencia de viajar así,
me respondió:
–Es que El Colmenar ES del pueblo...– Y me conmovió, porque
sonaba tan clarito...
Ahora bien, volviendo al Pibe del bolso que acababa de subir al
colectivo en la rotonda... Resultaba urgente la inquietud del muchacho,
que ya para esta altura se había sentado y vuelto a parar varias veces.
Justo en la frenada de un semáforo, había dejado el bolso y se acercaba
nuevamente al conductor, con claras intenciones de darle charla.
–¡Gracias maestro!– Dijo entusiasta, palmeando la espalda del
chofer. Por respuesta obtuvo el silencio, pero se notaba que andaba
con ganas de conversar...
–Sabés que voy a visitar a mi hermana...
El conductor seguía inmóvil, firme al volante, con la mirada fija
en la ruta y pocas ganas de entrar en la charla. El Pibe evidentemente
percibió que no había onda y volvió a sentarse en su lugar. Se lo veía
medio inestable, así que andaba sosteniéndose de asiento en asiento y
le costaba llegar. Al rato se paró una vez más decidido a insistir.
–Es que hace mucho que no la veo...– Silencio –Sabés que recién
salgo... yo estaba en cana... La que iba siempre a verme era mi vieja,
pero a mi hermana no volví a verla más...
Dado que el conductor seguía mirando fijo la ruta y atendiendo a
los pasajeros, el Pibe volvió a su asiento, pero al minuto se levantó de
nuevo.
–Mi vieja siempre me traía algo, sabés, algún regalo... Mirá, te voy
a mostrar...
22
Betina Plaza
Regresó al asiento a los tumbos y se puso a revolver las cosas
del bolso. El conductor seguía con la mirada fija en la ruta, pero cada
tanto relojeaba por el espejo retrovisor. Luego de desparramar ropa
y diversidad de objetos por el asiento, el Pibe sacó una cajita roja y se
acercó tambaleando al chofer, mientras la abría.
Yo, que a esta altura estaba compenetrada en la escena, me alarmé
un poco al escuchar
–¿Querés probarlo, viejo? ¡Mirá que es bueno este!!
Con curiosidad pensé que le estaría ofreciendo cigarrillos o un
trago, y a decir verdad me parecía que no daba hacer eso en el bondi,
así que me estiré para mirar con disimulo.
El pibe efectivamente había sacado una botellita de la caja. La
había destapado mientras hacía esfuerzos para mantenerse en pie y
comenzó a rociar con perfume el cuello del paciente conductor.
–¡Pero qué carajo haces, boludo!! –Los gritos despertaron de
golpe a todos los pasajeros. –¡Rajá de acá!!– Chilló, dando algunos
manotazos hacia atrás mientras sostenía firmemente el volante.
El pibe volvió a los tumbos a su butaca y yo miré a través de la
ventanilla.
Me había tomado el ramal de colectivo equivocado, y este seguía
hacia El Casco.
De un salto salí de la película, bajé y esperé de la mano de enfrente
el próximo Colmenar ... ¡Otra vez, camino al barrio!
Ojotas y Clavos
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El colmenar
Es
una
Asociación
Mutual,
fruto
de
la
organización y la resistencia de las y los vecinos,
desde mayo de 1990 hasta 2006, ofreció a los
vecinos de toda la zona de influencia, donde ni
el estado ni la iniciativa privada llegaban, la
alternativa de un servicio de transporte con
mejor frecuencia y más barato que, por sus
características, es único en el país.
En ese momento la población de Cuartel V
eran alrededor de 20 mil habitantes, distribuidos en 19 barrios. Al resto de los
barrios llegaba la línea “La Perlita”, con una frecuencia cada una hora sobre la
ruta, pero los barrios no estaban sobre la ruta, lo cual generaba muchas demoras
y complicaciones. El Colmenar desarrolló el primer servicio de pasajeros mutual
del país, con un costo de viaje un 40% menor con respecto al servicio público
de pasajeros, comunicando más de 40 barrios. Además cumplió una función
social otorgando mensualmente 5000 aranceles gratuitos a voluntarios/as de
organizaciones comunitarias, personas indigentes y aranceles especiales para
discapacitados, estudiantes de todos los niveles, docentes, jubilados y personas
beneficiarias de planes sociales. También realizó servicio de acompañamiento
fúnebre para los socios más pobres.
En la cooperativa trabajaban alrededor de 70 personas entre chóferes, tareas
administrativas, farmacia, taller mecánico y venta ambulante. Con el excedente
generado por el servicio de transporte se puso en funcionamiento una farmacia
mutual, y se creó el Centro de Desarrollo Local “La Huella” en el corazón de
Cuartel V.
En esos trece años la Mutual ha atravesado muchas dificultades, debiendo
enfrentar situaciones de conflicto con el sector de transporte, que se fueron
agudizando. La lucha sostenida fue bajo la consigna de que el transporte en
Moreno sea un derecho, no una mercancía, y mantuvo firmeza en el espíritu de
organización social de la comunidad que con creatividad, esfuerzo, organización,
esperanza y solidaridad construyen una Argentina para todos.
Fuentes consultadas:
http://www.laflecha.org.ar/diario/publicacion/17/17_notas/17_nota06.htm
https://revistazoom.com.ar/moreno-y-la-mafia-del-transporte-en-elconurbano-bonaerense-atacan-nuevamente-a-la-mutual-el-colmenar/
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Betina Plaza
2. Las muletas
Los chicos y chicas del barrio le pusieron a nuestro taller el nombre de
Cuarto Recreo. Como es un taller de recreación, optativo y en contra
turno, para chicos y chicas de 9 a 12 años, les gustó pensar que era
como agregar un recreo más a los tres que tienen en la escuela.
Al comienzo nos reuníamos en una de las aulas que daba al patio,
por lo cual, mientras duraba el recreo, los chicos y chicas que estaban
en horario escolar se prendían de las rejas de nuestras ventanas para
poder espiar lo que sucedía adentro. Un día Brian, integrante del Taller
Cuarto Recreo, me dijo:
–¡Pobres! ¡Ellos están cómo presos!
–Pero nosotros somos los que estamos adentro! –Le respondí
mirando a los pibes y pibas que se asomaban.
–¡Si! pero ellos están en la escuela...
–¡Ja!... Nosotros también estamos en la escuela –dije.
–Sí, pero nosotros estamos jugando! Sin duda para Brian, el
cambio de actividad, por las características de la propuesta y de lógica,
modificaba en contexto, aunque el espacio físico y el tiempo resultara
ser el mismo.
Muchas tardes irrumpía en el taller un grupo de pibes más grandes.
Básicamente la bardeaban... Las porteras no los dejaban entrar en la
escuela porque ya no eran alumnos, pero ellos se las ingeniaban para
meterse por algún lado, incluso saltando la pared del patio, y aparecer
por el taller. La verdad es que ese día estaban particularmente pesados
y me enojé, perdiendo de vista que posiblemente los echaban de todos
lados, sin que esa fuera una solución. Les dije que se vayan de la
escuela. Aceptaron irse gritando amenazas e insultos...
Al terminar el taller salí de la escuela y me encontré con la
venganza: todas las ruedas de mi auto estaban bajas y una de ellas
completamente en llanta. Bastante furiosa me dediqué a desparramar
en la calle, al lado del auto, todas las cosas que encontré en el baúl
relacionadas con el tema: el críquet, el auxilio, la llave cruz... De tan
furiosa... menos fuerza tenía... y por más que daba patadas, no lograba
aflojar ni un milímetro los bulones.
Ojotas y Clavos
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De a poco la puerta de la escuela comenzó a llenarse de padres,
madres, abuelos y perros que se acercaban al horario de la salida del
colegio... y yo permanecía en la misma situación, sin lograr cambiar la
rueda.
De repente, desde un auto estacionado frente a la escuela salió un
tipo con muletas y comenzó a darme indicaciones.
–Ahí no se pone el críquet... –Me dijo– No te va a levantar nunca...
Lo miré bastante mal y ni le contesté. Pensé interiormente que si
yo supiera dónde se ponía el críquet, tal vez, podría levantar aunque
sea un poco el auto...
Al ver que sus indicaciones no lograban ningún progreso de mi
parte, el tipo decidió hacerse cargo, avanzó hasta el auto, largó las
muletas en el piso, se agachó y me dijo muy resuelto:
–Te doy una mano, por acá va mejor.
Lo que no me dio fue tiempo, porque le chifló a otro tipo que
pasaba en bici, tratando de esquivar el despliegue que habíamos hecho
en el medio de la calle.
–¡Flaco! ¿Me das una mano que yo no puedo hacer fuerza?
Enseguida se sumaron algunos chicos y chicas, los perros y otros
tipos que estaban esperando que salgan sus pibes de la escuela. Entre
varios, en un par de minutos, sacaron la rueda más baja, pusieron el
auxilio y ordenaron todo...
No tuve palabras para agradecerle al hombre de las muletas por
su solidaridad, aún más grande que sus posibilidades físicas.
¡Me sentí aliviada y agradecí estar en Cuartel V!
Pero cuando vuelvo al recuerdo de aquel momento, vuelvo a
pensar en los pibes que la bardearon, y me da bronca haberlos echado
sin encontrarle la vuelta para que también tengan algún lugar en el
taller, o alguna otra propuesta en el barrio. A nadie le gusta, ni le hace
bien quedarse afuera.
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Betina Plaza
Cuartel V
Es una localidad del Municipio de Moreno, ubicada a 40 km de la Ciudad de
Buenos Aires, donde viven alrededor de 50.000 habitantes, en su mayoría
procedentes de provincias del interior del país y de países limítrofes. Su población
ha ido en aumento en los últimos años. Cuenta con muchas organizaciones
sociales que por su alcance e innovación cobraron reconocimiento nacional
e internacional. Entre ellas podemos nombrar al Consejo de la comunidad, a
la Mutual El Colmenar, a la Cooperativa de servicios públicos Comunidad
Organizada, Labranza, El Surco, La Huella, el Movimiento por la Carta Popular
y el Culebrón Timbal, entre otras. Estas experiencias poseen un amplio bagaje
de conocimientos producidos en los barrios, que se crea y recrea a lo largo de
las generaciones.
Ojotas y Clavos
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Registro de campo 26/4
Día sin clases por la jornada docente, por lo cual pensábamos que los chicos
no irían al taller. Sin embargo, varios/as nos esperaban afuera de la escuela, se
corrió la bola de que habíamos llegado y se fueron sumando. Trabajamos en la
canchita de enfrente, con más de 25 chicos y chicas, incluyendo hermanitos/as,
sobrinos/as y primos/as de entre 1 y 5 años. Por un momento me pregunté “qué
hago acá?”. Propusimos a los/las más chiquitos/as actividades alternativas, que
no teníamos planificadas, ya que los mayores querían jugar “sin los chiquitos
a upa”.
Al estar la escuela cerrada el encuadre se flexibilizó por completo y se mezclaron
los chicos y chicas de diferentes edades y turnos.
Nos dimos cuenta de que mantienen más tiempo la atención en la ronda de cierre
que el año anterior, si bien todavía hablamos mucho nosotros/as.
Comienza a repetirse cierto esquema de rutina en los encuentros: van llegando,
charlan y dan vueltas, cuentan algo importante. Siempre nos contaban primero
a nosotros/as en secreto, y después se van animando a socializar (“A Pablito
recién lo mordió un perro cuando venía para acá”. -Y temblaba del susto“Se murió mi tío”). Luego hay un tiempo sostenido con la actividad que
planificamos y otro tiempo de juego libre. También nos dimos cuenta de que
tenemos que armar la ronda de cierre antes de que comiencen a irse. Afuera
siempre volvemos a charlar.
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Betina Plaza
3. Matías. Sus negocios
Nos gustaba almorzar los lunes en el Kiosco de Romi. Los chicos
ya sabían y siempre pasaban un rato, se sentaban y nos tomaban el
jugo o se comían la última porción de pizza. Pasados unos meses el
kiosco se había convertido en el punto de reunión donde se cruzaban
los chicos que salían de la escuela con los que estaban por entrar.
Uno de los que siempre llegaba temprano para sentarse un rato solo
con nosotros era, por supuesto, Matías... En esas charlas fuimos
aprendiendo muchas cosas, del barrio, de su vida, de la vida de un
pibe en el barrio...
Matías tiene 9 años y medio, está en 2º grado todavía y poco a
poco está aprendiendo a leer. Sin embargo, es uno de los mejores
negociantes que conocí.
–Me das la botella, a mí me dan un peso por cada una por allá...
–Si vas para el fondo del callejón, ahí hay chatarra a montones.
Podés ir y juntar, después la llevas por allá y la vendés.
–¿Viste que el otro día tenía dos figuritas?... ¡Mirá ahora! Fui
jugando y ganando y ahora junté esta pila y las vendo por 5 pesos. Pero
siempre me quedan dos figuritas y sigo jugando...
–Yo vendo plantitas. Las compro en el vivero. Si las ponés
en tarritos podés armar un cajón y si vas por las casas te compran.
Cincuenta centavos cada una podés vender...
–Cuando llego a mi casa mi mamá me prepara juguito. Cuando
lo prepara, lo pone en las bolsitas, se congela. Después le ponés en
un cartel que diga SE VENDE JUGUITO... y vendés... Es el más rico el
juguito que prepara mi mamá.
–Por allá, por la ruta, te compran el cobre. Mi hermano me enseñó.
Yo sé cómo desarmar los motores, motores de cualquier cosa. Separás
las partes y después el cobre se lo llevás allá... La Comisaría le dicen al
lugar donde te compran. Lo dejás ahí y te pagan por 100 gramos.
–¿Y qué hacés con la plata, Mati? –Le pregunté.
–Me compro zapatillas o se la doy a mi mamá.
Ojotas y Clavos
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Betina Plaza
4. Dos tizas
Esa tarde llegó Flor, otra vez enojada y con muchas preguntas.
–¿Usted por qué me echó el otro día?
–Flor, ¿yo te eché? –Le respondí.
–Me dijo que no podía venir más.
–Sí, hasta que no trajeras dos tizas.
El grupo andaba alborotado, y la rodearon desde que llegó,
señalándola con el dedo.
–¡Ella robó, no la deje venir más!
–¡Ella siempre roba!!
–Rajá de acá, mona...
Flor miraba fijo a todos sin decir nada. Esperaba una respuesta
de mi parte, así que intenté retomar las reglas que habíamos acordado.
–Flor, vos te llevaste un montón de tizas del taller. Las cosas que
tenemos acá son para todos los chicos y chicas, no para que se las
lleven a casa. Si se las llevan, cuando quieren dibujar acá ya no hay
más tizas. Podés venir cuando quieras, sólo tenés que traer dos tizas.
Mientras me escuchaba Flor comía palitos salados recién
comprados en el kiosco y mostraba caramelos y moneditas que tenía
en el bolsillo del short.
–Mi mamá me dio 50 centavos, gasté 30 y me quedan 20.
–Flor, trae dos tizas y podes volver –Le insistí.
–Una.
–Dos, Flor.
Se fue.
Pasó el tiempo y varias veces nos encontramos con Flor afuera. Se
acercaba un poco cuando jugábamos en la cancha frente a la escuela, y
los chicos esperaban que yo marcara la cancha con firmeza, mientras
a mí me dolían las reglas que habíamos puesto.
–Ella no puede estar acá.
–¿No seño que ella no puede venir?
Me costaba muchísimo seguir diciéndole que no, y sostener la
cuestión de las tizas, pero el grupo no se olvidaba.
Y llegó el día en que Flor se asomó a la puerta de la escuela,
mostrando una tiza verde delante de su carita.
Ojotas y Clavos
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Yo me emocioné, y casi lagrimeando me acerqué a mi compañero
para acordar si podía entrar.
–Che, yo ya no puedo seguir diciéndole que no.
–Pero acordamos que puede volver a venir si trae 2 tizas... a mí ya
me preguntó y le dije que no.
Con el corazón estrujado me acerqué a Flor y le repetí una vez
más que el acuerdo eran dos tizas. Guardó la que había traído y se fue.
Me dolió el portazo.
Pasaron varios días y volvió a aparecer Flor, con su segunda tiza...
y se quedó.
Andaba muy desorientada porque el grupo se había consolidado en
su ausencia y habían comenzado a respetar un poco más los acuerdos.
Una de las nenas arremetió una vez más, contra Flor y contra mí:
–Ella no puede venir, porque ella va a 2º con mi hermano. Vos le
dijiste a mi hermano que no venga, que este era el grupo de los grandes,
y si mi hermano no puede venir, ella tampoco.
Ahí se me fue el alma al piso. Por tener que decir que no. Por Flor,
por el hermano de la nena, por el reclamo de las tizas, por tener que
ponerle reglas a los espacios para pibes y pibas, porque si no poníamos
reglas no íbamos a poder hacer nada tampoco, porque nos tocaba a
nosotros/as construir, decidir, mantener y discutir nuestras propias
reglas de funcionamiento, pero yo no sabía cómo ni qué hacer...
Lo cierto era que la división por grado de escolaridad no nos
servía, porque la mayoría de las/los pibes había repetido varias veces,
así que la diferencia entre grandes y chicos era relativa e insuficiente.
Y otra vez a pensar entre compañeros/as... Entre la urgencia y la
pausa...
A la nena le dije que por esta vez Flor se quedaría, y que íbamos a
pensar un poco.
Hacia la mitad del taller Flor empezó a decirme varias veces que
quería irse, y le expliqué que el acuerdo era quedarse toda la hora, que
no se podía entrar y salir de la escuela.
Antes de que terminara de hablar, salió corriendo y se escapó.
Sólo había venido a traer las tizas...
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Betina Plaza
“Siempre me gustó hurgar en las escuelas, y encontrar cosas raras y abandonadas
que hay por todos lados... y una vez recorriendo los salones encuentro un baúl. Y
bueno, les pregunté a todos de quién era ese baúl y nadie sabía... hasta que me
dicen “ese baúl trajo”el Arca, una Asociación Civil que trabaja por los derechos de
las infancias en Cuartel... Entonces bueno, le escribo a Fito, uno de los referentes,
y le pregunto si podemos usar ese baúl y me dice que sí. Y bueno, había un auxiliar
en ese momento, Eduardo, que me seguía la corriente en todo, así que movimos
el baúl a mi salón y él me dijo “Qué vamos a esperar a que nos den autorización,
vamos a romper esos candados”...Así que él se dio maña, rompimos los candados
y ¡adentro del baúl había un montón de disfraces! Así que le conté a los niños que
íbamos a completar ese baúl con disfraces y ellos iban a poder jugar con eso.
Así que de a poco el baúl se fue poblando. Y la idea era que siempre en el último
módulo, como para distendernos un poco, amasaban plastilina, que era re lindo, les
re gustaba la plastilina... y si no estaban los disfraces.
Había un nene, Maxi, que le costaba un montón alfabetizarse y además se
portaba muy mal. Yo ya había tenido a la hermana, Anabella, así que conocía a la
familia, y Maxi era tremendo... Ese día estaban con el borrador y yo les decía “A
medida que terminan el borrador, yo les corrijo y ya pasan en limpio, pueden ir a
disfrazarse”... Y bueno pasaba la hora y no había caso de que Maxi me entregara
el borrador. Sacaron toda la ropa, pusieron sobre las mesas y empezaron los niños
a disfrazarse... Y Maxi con cara de... ¡ay! no sé, hasta el día de hoy me acuerdo
su mirada, de desesperación era... Miraba el baúl y me miraba a mí, y yo, tipo
dictadora, ¡le señalaba con el dedo “el borrador!”. Y ya después yo ni le hablaba, él
me miraba y yo le señalaba el borrador.
Hasta que en un momento se para arriba de la mesa, con el borrador en la mano,
miraba el borrador... miraba el baúl, a ver si quedaba ropa o no... hasta que a
duras penas me entrega el borrador y se va a disfrazar, y bueno, se hizo un super
atuendo... él andaba de jean ese día y encontró un chaleco y unas cadenas y se
colgó las cadenas y me decía que él era un rockero... Tengo hermosos recuerdos
de esa época, un montón de historias...”
Moni González, maestra de Cuartel V y referente de QATAQ
Ojotas y Clavos
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5. Matías. Sus comentarios del fuego
Había una de las propuestas del taller que era sin duda la preferida
por los chicos y las chicas. Nos gustaba llamarla “La Aventura”.
Surgió en una época donde compartimos la coordinación del taller
con dos compañeras (Susana y Lili) que aportaban muchas nuevas
ideas y propuestas.
Planificamos una propuesta de juego colectivo que duraba varios
encuentros, en el cual los chicos se dividían en cuatro equipos de
personajes (hadas, brujas, piratas, princesas) y las coordinadoras
también asumíamos un personaje (las diosas de los elementos: agua,
aire, tierra y fuego). Cada día se presentaba un desafío a resolver en
forma colectiva, y al finalizar se obtenía una pieza del mapa del tesoro.
En general estos desafíos tenían que ver con situaciones comunitarias
(como cocinar, resolver acertijos, construir vestimenta, conseguir
pistas, etc.). El objetivo consistía en aprender a jugar en equipo, donde
se hacía necesario acordar, resolver conflictos, tomar decisiones,
compartir y divertirse juntos/as. El juego culminó con una búsqueda
del tesoro recorriendo con los diferentes Centros Comunitarios del
barrio. En esa ocasión, a los personajes habituales se sumaron los
perros, varios hermanitos/as, algún que otro abuelo, padres, madres y
la gente que pasaba caminando y se cruzaba sorprendida con piratas y
princesas que corrían por las calles de tierra.
Al iniciar el año siguiente, los chicos pidieron nuevamente
jugar a La Aventura... y nos costó bastante planificar las actividades,
la relación con la escuela se volvía más tensa, éramos sólo dos
coordinadores y teníamos menos fuerzas. Sin embargo, logramos
armar una propuesta un poco más sencilla. Algo novedoso fue
mudarnos. El taller se realizaba habitualmente dentro de la escuela,
pero las restricciones se volvían cada vez más fuertes, y decidimos
realizar el Taller en La Huella, un predio comunitario con árboles,
huertas, mucha sombra y agua fresca del molino. Este hermoso lugar
es sede de varias organizaciones barriales que nos recibieron con
los brazos abiertos. Organizaciones hermanas como me dijo un día
Richard, del Culebrón Timbal.
Ojotas y Clavos
35
Ese día jugamos con leña y demás saberes sobre el fuego. El desafío
consistía en juntar, cortar, clasificar, ordenar y armar diferentes tipos
de fogones, según sus usos... Matías, como tantas otras veces, por
alguna razón no estaba con el grupo. Solía enojarse antes del final, y
casi siempre se escapaba a su casa sin avisar. Esto generaba muchos
contratiempos, como buscarlo por todo el predio y tener que ir a su
casa en la otra punta del barrio para asegurarnos de que estuviera allí.
Pero esta vez se había quedado conmigo toda la tarde, y
descubrimos cuánto le gustaba conseguir un poco de atención
exclusiva y cuántos problemas evitaba esto. ...Matías daba vueltas a mi
alrededor y miraba cómo preparaba la sorpresa que el resto del grupo
iba a recibir al finalizar la jornada. Yo cocinaba salchichas en una olla,
y había preparado el fueguito con la leña que los chicos y chicas habían
juntado durante el juego.
–¿Qué hacés? –me preguntó.
–Estoy cocinando.
–¿Sopa?
–No, salchichas para armar unos panchos.
–¡Ah!... ¡claro, así hacen los pobres!
Lo miré y esperé en silencio.
Estaba segura de que algo me estaba por enseñar Matías, que
mucho más sabía que yo de todas esas cosas.
–Sí, así hacen los pobres, los que no tienen nada, ¿viste? Juntan
cualquier rama y prenden un fueguito para cocinar una sopa o algo,
y así con un palo van acomodando el fuego y de paso te calienta las
manos...
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Betina Plaza
Registro de campo 12/5
Jugamos en la cancha porque no hay clases y no se puede entrar a la escuela.
Se acercan varios chicos del barrio, todos de diferentes edades y turnos de la
escuela. Todos preguntan si pueden jugar. Les digo que sí, en realidad no sé si
digo que sí o si no les digo nada. Lo que recuerdo es que no pude decirles que no.
Los chicos de 4º recreo me reclamaban, “él no puede jugar, es de 2º, él es de la
mañana, ella no es de 4º recreo...” y así, y nuestros propios encuadres se nos
volvían en contra.
Acordamos que por esta vez íbamos a jugar todos/as, que era un día raro porque
no había clases, y que estábamos todos/as afuera.
Hubo un montón de peleas, patadas, empujones, llantos e insultos que no pudimos
impedir por más que intentáramos mediar.
Tratábamos de que se disculpen pero el agresor no quería saber nada y el
agredido, no disculpaba.
Erika se fue con su hermano mayor, enojada, llorando y faltó al encuentro
siguiente.
Fátima lloró, y dijo que no va a venir más, que una nena le mandó a los hermanitos
más chiquitos para que le peguen...
Les dije que me equivoqué, que pensé que podíamos jugar juntos/as esta vez,
pero que no fue posible con tantas peleas.
A Vanina le pedí que piense en lo que hizo, “así no podés venir más”.
Sobre los encuadres, las reglas, dentro y fuera de la escuela, y la construcción
de comunidad.
Ojotas y Clavos
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6. Las “cositas de los hombres”
Dice Miguelito:
“yo por ejemplo agarro la yerba,
agarro un poco de tierra,
alguna cosita de los hombres,
puede ser esto, puede ser una tapita,
y con la yema de los dedos le vas poniendo el sabor,
de una cosa a la otra... de una cosa a la otra,
un rato largo, largo, largo... y después de un rato
estamos todos pensando algo nuevo...
eso es lo que te quiero decir... ¿Me entendés?”2
Débora siempre venía al taller en ojotas.
Varias veces le insistí que trajera zapatillas para los juegos porque
con las ojotas le costaba mucho correr y más de una vez se lastimó.
Una vuelta se clavó un vidrio y tuvimos que llevarla a la salita.
Ese día jugamos en La Huella3 y a mitad de la guerra de agua se
le rompió la ojota. Descalza era un problema seguir, pero bueno... así
terminó el juego, que de tan divertido era imposible terminarlo.
Al final de la tarde, las cuadras que teníamos que caminar con el
grupo de regreso a la escuela, se convirtieron en un gran problema. A
cada rato teníamos que descansar y pensar en cómo hacer para poder
seguir. Una cuadra entera Débora fue saltando en un solo pie, otra la
hicieron una sillita entre dos pibes, dos cuadras más fue descalza...
pero se complicaba avanzar.
Entre risas y protestas, a la tercera parada uno de los chicos
propuso:
–¡Pero che! ¡arreglala con un clavo!!
¡Nunca se me hubiera ocurrido arreglar una ojota con un clavo!
Porque no establecía relación entre un objeto y el otro, ¡y porque en
las calles de asfalto de mi propio barrio no había clavos! Por lo menos
2
Extracto del guión del mediometraje “El cuenco de las ciudades mestizas” producción de
El Culebrón Timbal (2008) Cuartel V, Moreno.
3
La Huella es un predio comunitario donde funcionan muchas organizaciones sociales,
fue construido gracias a los aportes del Colmenar.
Ojotas y Clavos
39
que yo hubiera advertido... Porque mi barrio es urbano. Así que me
dediqué a mirar y aprender mientras los chicos, como expertos en
calles de tierra, resolvieran la situación.
–Por acá seguro hay un clavo...– Dijo uno. Y en unos minutos
encontraron como tres...
–¿Ves? Estirás la parte del medio así, y le atravesás el clavo...
–Pasame el otro que este no tiene buena punta–. Hasta para elegir
había!
–Ahora, ¿ves?, queda trabada la tira y no se sale. Así te dura unos
meses más la ojota.
Recordé que en un Centro Comunitario también había visto
a otro pibe arreglando así su ojota, pero esa vez pasé de largo y no
le dí importancia. ¡Menos mal que esta vez me detuve a observar y
a escuchar la explicación de los chicos y chicas! Esa tarde también
aprendí, que en las calles de tierra ojotas y clavos, hay en todos lados...
Porque son, entre otras, esas cositas de los hombres que forman parte
de la vida de los pobres y mezclándose pasan de una cosa a la otra, y al
rato estamos todos/as pensando algo nuevo.
40
Betina Plaza
Ojotas y Clavos
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7. La ensalada
Comenzamos a pintar el mural. Ya la pared estaba lista y teníamos
bien discutida la idea. Habíamos definido como tema los derechos de
los chicos y chicas, e íbamos a partir de los contornos de los cuerpos de
cada uno/a, dibujados sobre la pared. Luego cada quién completaría su
propia figura con detalles y agregaría un globito de texto, con alguna
de las frases que habían salido en la ronda. Entre todos/as íbamos
a trabajar con el fondo, y lo que implicaría preparar las pinturas y
limpiar al terminar.
Este proyecto venía de un largo proceso, buscando compartir y
acordar. Primero en papeles, para llegar luego a pintar en la pared.
Salir de la escuela y pasar toda la tarde en la calle había modificado
la dinámica de nuestros encuentros. Ya no estaban las porteras
para regular los permisos de entrada y salida, y además se sumaban
libremente quienes pasaban por la vereda.
La merienda siempre resultaba un espacio propicio para la charla.
Pero estando fuera de la escuela ya no contábamos con el aporte del
comedor... Las primeras veces decidimos comprar leche con dinero
personal... Esto nos generaba muchos interrogantes sobre nuestro rol
como coordinadores/as y sobre el objetivo de construir espacios de
protagonismo por parte de los/las chicos/as.
Un día llegó Daiana comiendo una manzana y Milagros le pidió un
mordisco. La hermanita de Milagros también quería y el hermano de
Laura se pudo a llorar porque la manzana se había terminado. Daiana
agarró su bici y se fue a la casa. Volvió con dos manzanas en una bolsita
y una olla colgando del manubrio.
–Seño traje manzanas y ¡podemos hacer una ensalada de frutas!
–Pero con manzana sola no sería una ensalada nena. –Dijo medio
enojada Laura.
–Yo puedo traer una naranja.
–Y yo una banana.
Dejamos espacio para que se organizaran y varios/as se fueron a
sus casas. Cuando volvieron teníamos dos manzanas, una naranja, una
banana y tres mandarinas. Una olla y tazas de plástico.
Erika me dijo:
Ojotas y Clavos
43
–Yo traje el jugo seño.
Sin embargo sólo tenía una mochila chiquita colgada en la espalda.
Recuerdo que me preocupé pensando que sería mucho dinero comprar
jugo para tantos/as pibes/as... no imaginaba cómo pensaba resolverlo
Erika...
Ella abrió la mochila, sacó tres sobrecitos de jugo en polvo, buscó
unas botellas vacías que estaban arrumbadas en un rincón y las lavó.
Las llenó de agua fresca del molino y al rato teníamos la merienda lista.
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Betina Plaza
Registro de campo 7/5
Avanzamos con el proyecto del mural y era necesario construir de a poco la idea
de un espacio común. Para eso propusimos una actividad con temperas sobre
cartulina, con la consigna de trabajar por parejas ocupando todo el espacio de
la hoja. Varios chicos y chicas abandonaron su dibujo rápidamente, pero como
el número de hojas era limitado, cuando pedían otra hoja les proponíamos que
retomaran los dibujos abandonados y aparecían producciones sorprendentes.
Después trabajamos con figuras de papel de diario para recortar y pegar en la
pared. Al final de la tarde se logra una composición colectiva por 1º vez.
¡Les gusta mucho! se asoman los chicos de afuera y comentan.
Ojotas y Clavos
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8. La mamá del carro
El proyecto de Cuarto Recreo estaba planificado para chicos y chicas,
sin embargo, fuimos pensado que las propuestas para infancias
deberían tener algún espacio para las familias. En parte porque
permanentemente los chicos y chicas traían comentarios sobre los
vínculos con sus adultos, pero también porque acercarnos nos permitía
entender mejor su realidad.
Tomando como insumo las conversaciones informales con
docentes de la escuela y con algunas madres, cuando acompañábamos
a los chicos a su casa por alguna urgencia, fuimos construyendo la
hipótesis del puente roto entre la familia y la escuela. Cada parte se
queja de la otra, evita acercarse, y la responsabiliza por los problemas,
sin poder encontrarse en una solución.
–A nadie le gusta ir a la escuela para que te reten como si fuera
una nena y te digan todo lo malo que hace tu hijo. –Me dijo la mamá de
Jonathan.
Poco a poco comenzamos a incluir en la planificación convocatorias
puntuales a las familias. Generalmente las invitábamos a hacer algo
juntos/as o ver producciones de sus hijos/as.
En esa oportunidad habíamos armado una muestra con los dibujos
preliminares del futuro mural, y pensábamos proyectar un video con
las imágenes del proceso de trabajo. Teníamos alfajores para repartir
a la salida.
Los chicos y chicas habían acomodado todos sus trabajos y
preparado carteles, una cartita de regalo, guirnaldas y sillas para
recibir a sus familias en la escuela. Cuando comenzaron a llegar las
primeras madres, el clima del grupo era de gran entusiasmo y ansiedad.
En plena presentación del video se me acerca Agus y me tira de
la mano:
–¡Vení Seño!! Por favor, vení Seño que llegó mi mamá. Ella nunca
viene a la escuela y quiere hablar con vos.
Quedó a cargo del grupo mi compañero y salí a la puerta de la
escuela con Agus tironéandome.
–Hola, soy la mamá de Agus... ella quiere que entre porque yo
nunca puedo venir a la escuela. Yo me voy a trabajar tranquila, porque
Ojotas y Clavos
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sé que ella está acá, en la escuela, y hacen cosas buenas... Pero cuando
vuelvo ella me quiere contar todo lo que hacen y yo llego cansada, no
doy más... y ella habla y habla... y tanto insistió que esta vez dije bueno,
voy a ir a ver qué es lo que hacen... pero me da vergüenza, porque yo
ando con el carro... ¿vio?
La animé a entrar. Ella acomodó más cerca de la vereda de la
escuela su carro lleno de cartones y chatarra, tirado por un caballo
viejo y flaco. Dejó encargado de cuidarlo, a uno de sus hijos chiquitos,
que se acomodó en su asiento, y entramos juntas, las dos tironeadas
por Agus que guiaba el recorrido.
El video ya había arrancado y la mamá consiguió una silla al fondo,
después se prendieron las luces y recorrió los trabajos... se le iban
llenado los ojos de lágrimas y pude escuchar que cuando acariciaba la
carita de su hija le decía despacito:
–Es muy lindo lo que hacen acá.
El tema de los alfajores se complicaba, porque se había juntado
bastante gente y quedé rodeada de manos golpeando la caja. Una de
las madres me dijo:
–Así no se puede, yo te organizo...
En un segundo pegó un grito, les pidió a pibes y pibas que hagan
una fila, y junto con otra madre que se sumó a la repartida, se hicieron
cargo de la situación.
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Betina Plaza
Ojotas y Clavos
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9. “Canté pri!”
El Taller de juego era un espacio para los chicos y chicas de 1º grado,
generado a partir de un proyecto articulado entre una Asociación
Civil y tres escuelas públicas de nivel primario, en Cuartel V, cuyo
objetivo era promover la inclusión. La propuesta consistía en un
encuentro sistemático de una hora semanal, del cual participaban los
chicos y chicas, la maestra y una coordinadora del taller. A lo largo
del encuentro compartíamos juegos libres y reglados, en algunos casos
vinculados con contenidos pedagógicos y en otros a la cooperación y
creatividad.
Los pequeños grupos distribuidos en el salón recibían un juego en
su mesa, luego de discutir y construir acuerdos sobre sus preferencias,
la duración de la actividad y la rotación de las cajas. Una vez resuelta
la repartija, que traía no pocos conflictos, las maestras y yo íbamos
rotando por las mesas, compartiendo el juego y mediando ante los
conflictos.
Tuve la suerte de compartir muchos y diversos espacios de juego
con los chicos y chicas del barrio, en escuelas, jardines comunitarios, en
la canchita, y en la calle... Pude observar allí, una forma de organización
diferente a la que conocía de chica... “Canté pri”. Ante cada juego que
requiere turnos, inmediatamente comienzan a repartir sus posiciones:
“pri”, “segun”, “terce”... Y la cuenta puede llegar hasta más de diez. Para
mí resulta casi imposible recordar todos los lugares y los nombres, así
que suelo proponer ir en el orden que determina la ubicación en la
ronda, intentando de alguna manera imponer mi forma de jugar. Pero,
como muchas otras veces, los chicos me dicen me “sí, sí”... Y al rato
se reparten de nuevo los lugares a su manera. Ahora, ya que insisten,
pienso: ¿Por qué evitarles la discusión, si ellos/as resuelven siempre
sus juegos? En realidad, mi propuesta de “en ronda” resulta arbitraria,
está predeterminada, no hay nada que discutir...
En un Centro Comunitario recibimos una mañana la posibilidad
de diez turnos para realizar controles pediátricos en la salita. Recuerdo
que le dije a la maestra:
Ojotas y Clavos
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–¿Van por orden de lista?
–No, lo vemos con las mamás a la salida...
Y al terminar la jornada, hizo pasar a la sala a todas las madres,
les contó la propuesta, y les propuso organizarse en un listado según
las necesidades de sus hijos/as. Cada una fue contando la situación de
salud, intercambiaron un buen rato y se armó el listado.
Madres y chicos/as en procesos de organización comunitaria.
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Betina Plaza
10. Ellos no saben jugar
–Ellos no saben jugar. Se pelean, chupan todas las fichas, se las roban...
Es mejor que jueguen un ratito al pato ñato y te vas.
Así me recibió la maestra de 1er grado el primer día del taller... yo
estaba parada afuera del aula, con una pila enorme de juegos de mesa
que estaba a punto de caerse... y ella bloqueando la puerta.
¿Alguien podría pensar que los chicos y chicas no supieran jugar?
¿Qué pasaría si los adultos les robamos este derecho?
Así comenzamos el primer encuentro del taller de juego en uno
de los primeros grados. Bueno, en realidad ese día no comenzamos...
–Si ustedes se portan mal... -venía llegando la amenaza- La seño
se lleva todos los juegos y se va.
Lo más increíble era que tanto los chicos como yo, sabíamos que
eso no podía suceder nunca, porque el taller había sido acordado con
la dirección de la escuela como actividad semanal, y no se podía perder
aunque ellos/as se portaran mal.
Ese primer enfrentamiento conflictivo resultó de diferentes
maneras una experiencia fecunda... La misma docente que un día
me dijo “ellos no saben jugar”, pasados unos meses, los miraba
sorprendida el día que organizamos un taller abierto a la comunidad.
En esa oportunidad el aula se llenó de madres, hermanos/as, abuelos/
as, tíos/as y hasta algún que otro perro.
–Me emociona verlos jugar, es increíble– me dijo.
–¡Mirá! Ahora ellos/as le explican cómo jugar a las mamás.
Y entre el bullicio del aula completamente transformada, se
podían distinguir algunas vocecitas diciendo:
–Así se tira el dado, ¿ves mamá?
–Ahora movés las fichas así...
–Fijate bien, acá dice...
Se mezclaban las risas de la maestra, de las familias y las de los
chicos y chicas.
En el recreo pasaban por al lado nuestro y comentaban:
–¡Cómo te ganamos seño, eh!!
Ojotas y Clavos
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Un año después, me despedí de esa maestra con un fuerte abrazo
y volvió a recordar:
–¿Te acordás cuando te dije que no sabían jugar?
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Betina Plaza
Los talleres fueron inicialmente pensados como una propuesta que permitiera a los
niños acercarse al aprendizaje de la lectoescritura y el cálculo de una forma ligada
a la exploración y al descubrimiento, y que promoviera la interacción entre pares.
También como una forma de que aquellos que recién iniciaban su escolaridad
encontraran un espacio “amigable” para comenzar su tránsito por esta nueva
institución. Dado que ninguna de las escuelas tenía cubierta la oferta de materiales
“especiales” en su totalidad, los talleres permitirían sumar otro “estímulo” (al decir
de sus directivos) a su oferta educativa. En relación a los docentes, se pensaba
que los talleres podrían fomentar la incorporación de estrategias lúdicas a sus
propuestas pedagógico-didácticas. (Arrúe, 2018: 154)
Ojotas y Clavos
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11. Las bolitas
Un día faltaron las bolitas, indispensables para uno de los juegos del
taller.
Buscamos un rato largo... y nada...
Hasta que di por terminada la búsqueda y me fui a guardar todos
los juegos en el armario de la dirección de la escuela, con la ayuda de
alguno de los chicos.
Cuando volví me estaba esperando David.
–Yo vi una bolita del juego en el piso, pero era igual a las que yo
tenía. Tomá.
–¡Mirá qué bueno!– Le dije.
–Sin bolitas ya no íbamos a poder usar más ese juego, en cambio
ahora, con la bolita que vos encontraste ya podemos seguir jugando.
David se fue rápido por el pasillo.
Mientras conversaba con una de las maestras en el recreo, volví a
ver a David acercarse despacito. Trajo dos bolitas. Al rato volvió más.
–Acá encontré dos más...
Y así fue, yendo y viniendo, durante el tiempo que duró el recreo,
hasta completar las diez bolitas del juego. No faltó ni una.
Creo que en realidad las iba sacando de su bolsillo... ¡Por el
pegoteo de caramelo que traían!
Mientras David iba y venía con bolitas yo esperaba que se fuera
adueñando del juego. Se iba adueñando del juego, que no era mío, sino
de todos/as.
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12. Ulises
Me enojé mucho esa tarde en 1º grado.
Si bien estábamos la maestra y yo juntas en el salón, el taller era
caótico.
Era imposible jugar, escucharse, repartir juegos...
Bloques, fichas, dados y piezas de rompecabezas volaban por
todos lados.
No sé gritarles, pero realmente estaba desbordada y no recuerdo
ni qué dije, pero hubo mucho silencio cuando terminé de hablar.
Entonces se escuchó la voz de Ulises desde uno de los bancos de
adelante, buscando la mirada de su maestra:
–Seño Beti... casi me hacés llorar.
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13. Convidada
Me pasaba igual que a los chicos. Me gustaban mucho los recreos de
la escuela. Seguramente por no ser maestra y no estar a cargo de las
rutinas como tomar café y cuidar que los chicos y chicas no corran, no
se peleen, no se mojen la cabeza, no se lastimen, no jueguen a la pelota,
no se queden demorados/as correteando por el comedor, no se queden
dentro de las aulas, no patinen por los pasillos, no repitan la leche y la
terminen rápido... son muchas las reglas que hay que cumplir y hacer
cumplir en la escuela...
A mí lo que más me gustaba era sentarme con los pibes y pibas
mientras tomaban la leche. Pero el problema que teníamos era que nos
quedábamos charlando, se demoraban en tomar la leche, y eso no le
gustaba nada a la maestra de turno.
Mi merienda en el recreo era siempre convidada. Podía tocar un
caramelo, la mitad de una rodaja de pan, galletitas, o bien mitad de
galletita, media factura, cereales, un palito salado, y luego uno más, y
después otro, y otro... eso sí, ¡siempre de a uno por vez!
Las primeras veces que fui a la escuela me incomodaba, porque
sentía que si me convidaban les quedaba menos comida para ellos/as,
teniendo en cuenta que muchos/as no almorzaban. Pero con el paso del
tiempo fui aceptando los pequeños regalos de los chicos y chicas, como
puertas para comenzar la charla, que era lo más rico del recreo.
Sin embargo ese día fue especial... Héctor se sumó a la mesa ¡y
me regaló un paquete entero de cereales! Me pareció demasiado el
paquete entero, así que intenté devolvérselo sin que se ofenda.
–Muchas gracias– le dije –Pero mejor me quedo con un puñadito
de cereales y te los devuelvo.
–¡No!! ¡Es todo para vos!
Cuando terminó el recreo le agradecí a Héctor con un fuerte
abrazo y nos fuimos directamente al aula porque ya era hora del taller.
Mientras repartía los Juegos por los grupos, le dije a la maestra que iba
a dejar en su escritorio un paquetito de cereales que me había regalado
Héctor en el recreo. Argumenté que el paquete estaba entero, y que si
me lo quedaba él no iba a tener nada para comer en el siguiente recreo.
Ojotas y Clavos
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Seguí adelante con el taller y cuando tocó el timbre salí con toda
la pila de juegos para guardarlos en la dirección.
Sentí que alguien me golpeaba en la cintura despacio... Era
Héctor con su paquetito.
–Se te cayó Beti, ¡te lo vas a olvidar!!
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14. “Seño ¿Estás cansada?”
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Me senté un rato, a esperar, en uno de los bancos que los chicos usaban
para su merienda. Ese era el lugar donde ocurrían las mejores charlas
del recreo de la escuela. De repente se acercó una nena de 2º grado, se
sentó al lado mío y me dijo:
–Estás cansada seño, ¿no?... Debe ser porque tenés muchos
chicos en el Taller. Asentí, le conté que me había levantado temprano
porque vivía lejos y por la mañana había estado en la escuela del otro
barrio.
Después le pregunté qué había hecho ella a la mañana.
–Me levanté, hice la cama, lavé los platos de la comida de ayer,
limpié el piso, ordené, miré tele, me hice una sopa, le di de comer a
mi hermanita y me vine para la escuela.
–Uhhh ¡¡¡Debés estar más cansada que yo!!!– le contesté.
–Mi mamá está trabajando. Chau, me voy a jugar.
Me alegré de que ese día hubiera venido a la escuela, porque para
muchos chicos y chicas, el único lugar dónde son niños y niñas es la
escuela. Y sólo por un ratito.
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Registro de campo de Cuarto Recreo
Venimos observando que en el grupo de la mañana quedaron los varones y muy
pocas nenas. Las nenas que siguen viniendo traen a sus hermanitos más chicos
y esta situación nos enfrenta a varias dificultades:
Con los hermanitos a upa no pueden jugar, si los dejan y lloran.
Si se quedan los hermanitos se desdibuja nuestro encuadre del taller y tendríamos
que planificar actividades para los/las más chiquitos/as y destinar a un coordinador/
as a ese grupo (pero somos solo dos)
Si decidimos que no vengan con hermanitos/as, nos quedamos sin nenas.
En medio de esa discusión se acerca la mamá de Jéssica para ver si puede venir
con la hermana los días que ella trabaja...
–Si no la dejan venir con la hermana... como ella quiere venir, aunque sea que
venga dos o tres días al mes... –pide la mamá. Decimos que sí, ya iremos viendo.
Bianca sigue llegando tarde al taller y se excusa diciendo:
–Mi mamá no está y yo tengo que limpiar la casa y estoy muy cansada. Me duelen
las piernas y la panza... mi mamá me va llevar al hospital.
Vanina se suma a la charla, y dice muy bajito:
–No quiero ir al colegio, yo tendría que venir a la mañana, pero no puedo porque
tengo que limpiar la casa de mi abuela, mi mamá no está.
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15. Pablina
Ese día andaba muy triste por el recreo Pablina, solita.
Caminaba de un lado al otro del patio y de reojo miraba hacia el
grupo de maestras reunidas tomando café.
Ella suele pasar a mi lado y darme un abrazo, o decirme “te quiero
mucho” o “te voy a extrañar”... Y siempre me emociona su cariño,
porque la conozco tan poquito... Sólo comparto con ella menos de una
hora a la semana, junto con un grupo de más de treinta nenes y nenas
de 1º grado, y aunque puedo prestarle muy poca atención, ella siempre
anda cerquita mío sorprendiéndome con muestras de afecto. Imagino
que se encariñó conmigo porque algunas veces me senté en su mesita
y jugamos juntas.
Reconozco que esa es una de las cosas que me enseñó Pablina: se
puede querer mucho, aun conociéndose poquito.
Ese día, cuando pasó cerca mío, le pregunté por qué andaba tan
solita, y ella fue directo al grano, mirándome con esos ojazos tan
negros.
–Hace muchos días que no viene Romina a la escuela y yo no sé
por qué.
Romina era su compañera de banco, y siempre compartían los
juegos durante el taller, así que supongo que también pasaban tiempo
juntas en la escuela, cada día. En cuanto la escuché, pensé que en
realidad Pablina ya sabría lo ocurrido, o ya habría escuchado algo,
y me andaba buscando para que le aclare la situación... Porque todo
se sabe en el barrio, y es imposible evitarlo cuando la tragedia anda
rondando.
Pero yo no encontraba palabras para explicarle a Pablina que
su amiga estaba faltando a la escuela porque su papá había prendido
fuego la casilla y que después se había prendido fuego él mismo y que
estaba internado ...muriéndose...
Así que primero le pregunté a ella qué sabía, y me respondió con
gestos que nada. Entonces le dije:
–Mirá Pablina, pasó algo muy grave y muy triste en la familia de
Romi, y creo que por eso ella no viene a la escuela. También creo que
Ojotas y Clavos
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podrías preguntarle a la Seño para que te cuente por qué Romina no
viene.
Tal vez porque no me animé a entrar en detalles, justificaba mi
cobardía con el argumento de que compartía muy poquito tiempo con
ella, y que era mejor que hable con su maestra, que tenía presencia
diariamente, y que iba a poder seguir charlando el tema. Por eso hablé
con la seño, que al ratito se acercó a Pablina, pero ella insistió y volvió
a la carga conmigo...
–Ya me contó la seño, es muy triste lo que pasó.
Le propuse, que si Romina volvía, ella podría darle un abrazo,
ayudarla con las tareas y acompañarla. Asintió, me dio un abrazo
fuerte y se fue.
Dos semanas después me buscó nuevamente y la encontré
contenta:
–Ayer la vi a Romina y me hizo así... –hizo un tímido gesto de
saludo levantando apenas la mano– Pero a la escuela no volvió.
Pablina me regala un caramelo, me dibuja corazones y me escribe
papelitos muy chiquitos, tan chiquitos como nuestros grandiosos pequeños - encuentros.
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16. Marcos y el carro
Me crucé por la calle de la escuela con Marcos, alumno de 1º grado y
del taller de juegos. Estaba manejando un carro, mientras su hermano
cargaba diferentes cosas que levantaba de una pila de basura.
Al verme, bajó la mirada y apenas respondió con un mínimo gesto
cuando lo saludé.
La semana siguiente compartimos el taller en la escuela y cuando
dejé los juegos en su mesa, me dijo bajito:
–Yo te vi a vos.
–Sí, yo también te vi a vos –le respondí– ¡Y vi que sabés manejar
un carro!! ¡Qué bueno!!
A Marcos se le iluminaron los ojos... En ese momento varios de
sus compañeros, testigos de la charla, empezaron a levantar la mano;
con ese gesto que se hace en las escuelas para pedir la palabra.
–¡Yo también sé manejar un carro! – Y realmente eran muchos.
Hace varios meses que cuando comienza un nuevo taller, escucho
la preocupación de su maestra:
–Chicos, ¿ustedes lo ven a Marcos en el barrio? Porque hace
mucho que no viene a la escuela.
Y ya van varios años que sigue sin poder aprobar el primer grado.
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17. “Acá no lo hacemos así”
Me invitaron a participar de los espacios de formación de educadoras
en los centros comunitarios. Funcionaban en cinco comedores,
ubicados en diferentes sectores del barrio. Todos habían comenzado
en los años 90 como ollas populares a cargo de mujeres referentas,
y poco a poco habían organizado tareas de cuidado de niñas y niños
pequeños/as. Cuando me acerqué ya todos funcionaban como jardines
comunitarios y participaban activamente de las redes de educación
popular que nuclean Centros de José C. Paz y Moreno.
El primer pedido fue ayudar a planificar actividades para los
primeros días, en el período de inicio.
Yo me había recibido de psicopedagogía hacía pocos años, y
todavía tenía demasiados pegados los libros, así es que les propuse
pensar en el proceso de separación entre chicos/as y mamás... dando
por supuesto que sería en muchos casos la primera separación.
–¡Pero acá no lo hacemos así!... –me dijo una de las mujeres, y
sintiéndome un poco avergonzada me dispuse a escuchar.
–Acá, cuando una vecina tiene que ir a trabajar, deja a los chicos.
Cuando se tiene que ir al hospital, sabe que los puede dejar porque los
vamos a cuidar. Somos todas vecinas y nos conocemos.
Y esto estaba a la vista, pero yo le había pasado de largo...
Muchas veces había visto a una de las cocineras mover el carro
donde dormía un bebé, mientras avanzaba con sus tareas.
Muy diferente a lo que ocurre en la universidad, en los centros
comunitarios se entremezclan los aromas y sabores de las ollas, con la
crianza y la vida. El juego, las pinturas, la música, y también el llanto.
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18. La lluvia
Los Centros Comunitarios son lugares abiertos, familiares, cálidos y
siempre, sin dudas, el mejor lugar es la cocina... ¡siempre mujeres!!!
Un abrazo, un mate bien, bien dulce, tortafritas, pizza, tartas, charlas,
risas y especialmente, en el Negrito Manuel, mucha música.
Ese día llovía fuerte y en el barrio, la lluvia es barro, inundación
y poca gente sale de su casa. Muchas actividades, incluso la escuela,
suelen suspenderse. Ese día no había pibes/as, así que los mates iban
y venían por la cocina.
Pregunté a las mujeres si sus hijos habían ido a la escuela, porque
casi nunca hay clases cuando llueve.
–Los míos no fueron –me contestó una de las cocineras.
–Yo, antes de irme les dije: No se bajen de la cama y esperen a que
vuelva... estaba toda la casa llena de agua.
Algunos si llueve se mojan un poco cuando salen de su casa, otros
se mojan al bajar de la cama...
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19. Sin papeles
Junto con una de las educadoras populares de la sala de 5 nos reunimos
con una mamá para contarle que su niño tenía muchas dificultades
para comenzar a leer, y para reconocer los números.
Le propusimos que se llevara cuentos de la biblioteca del centro
para compartir en familia.
Nos contó que ella no sabía leer... y le dijimos que podrían mirar
juntos los dibujos e inventar historias.
Le explicamos que su hijo hacía garabatos, algo que suelen hacer
los chicos más chiquitos, y que todavía no estaba preparado para las
letras, que sería bueno que dibuje en casa...
–Pero en mi casa no hay papeles... ni lápices, ni diarios... casi nada
hay en mi casa...
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20. 25 de Mayo. Acto escolar
Trabajamos con el grupo de educadoras para planificar el acto escolar
del Centro. Veníamos conversando sobre la importancia de deconstruir
la idea del acto tradicional, donde se reproducen estereotipos de
damas antiguas y caballeros ricachones; pobres aguateros y negritos
vendedores de empanadas...
Era 25 de Mayo, leímos un poco de historia juntas.
–A mí me parece que si queremos que las familias participen,
podrían llevar la bandera los padres y las madres– Tiró la idea la
coordinadora del Centro.
–Sí, también me parece que hay familias de otros países, y que
podríamos poner diferentes banderas...
–Yo lo que me pregunto es si los padres sabrán qué pasó el 25 de
Mayo... porque en verdad, muchos son de otros países...
Se fueron planteando más y más preguntas en la previa del acto. Y
así como hubo damas antiguas, caballeros y negritos con empanadas,
hubo también abanderados y abanderadas de las familias, elegidos/as
por diferentes criterios que se discutieron en el grupo. Pero sobre todo
hubo preguntas sobre el sentido de la fiesta patria, a lo cual un papá
respondió:
–Yo soy de Paraguay y llegué hace poco, así que no tengo ni idea
qué se festeja hoy acá– Varios/as se animaron a asentir.
Las educadoras habían armado un taller con mate y bizcochos de
por medio, para compartir la historia de la patria y armar afiches por
grupos.
Fue un hermoso acto escolar, diferente a todos los que viví.
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21. Reunión de madres
Llegó el día de entregar los informes del jardín en la primera reunión de
la salita de 4 años. Las presentes eran todas mamás. Sentadas en ronda
escucharon a la educadora que les contó sobre las características del
grupo y sobre la propuesta que estábamos armando.
Hasta ahí, una reunión tradicional.
Sin embargo llegó el momento de recibir en papel la evaluación
sobre los chicos y las chicas. La coordinadora fue repartiendo a cada
una e indicó que podrían tomarse tiempo para leer y firmar.
A simple vista la ronda de madres parecía igual que al comienzo.
Si nos deteníamos un poco más, podíamos observar que había
algunas mamás que hablaban, leían, al oído de otras.
Con un poco más de atención... podíamos escuchar que esas
mamá hablaban en guaraní, y que estaban traduciendo el texto a sus
vecinas que por no saber leer, o por no hablar con fluidez la lengua, se
quedarían sin poder acceder a la información importante que contenía
el papel que estaban recibiendo.
Me quedé pensando que en la escuela las cosas importantes se
dicen por escrito, y que por ser una práctica formal, tan constitutiva
de lo escolar, la dábamos por naturalizada, sin advertir siquiera cuánta
gente podía quedarse afuera.
Una vez más, en los Centros Comunitarios, se pusieron a rodar
otras lógicas.
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22. La casa - calle
En el espacio de formación que teníamos semanalmente en uno de
los Centros Comunitarios para planificar actividades y tratar los
problemas que presentaban los chicos, conversamos con el equipo de
educadoras sobre las graves dificultades de conducta de dos hermanos
mellizos de cuatro años. Los problemas eran varios. En principio más
fáciles de describir que de solucionar.
–No tienen límites.
–Están en la calle todo el día. A veces son más de las once de la
noche y yo escucho a la mamá que los llama para que vuelvan a la casa.
–La mamá trabaja y los chicos se escapan.
–La coordinadora del Centro fue contundente:
–Yo fui a la casa. Es tan chiquita que las camas ocupan toda
la pieza, así que si los chicos están dentro de la casa, están arriba
de la cama, sino, están en la calle. Toda la calle es parte de la casa...
¡No tienen límites!
A veces, en nuestras reuniones, muchas son las discusiones,
mucho el esfuerzo de Mariana y su equipo para pensar estrategias,
buscar soluciones, e intentar, ayudar a los chicos y chicas de su Centro.
Lo cierto es que primero hay que ir, ver, estar, entender y parece
tan obvio... A mí, eso me lo enseñaron las educadoras en el Centro
Comunitario Negrito Manuel.
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Sobre derecho al hábitat
La ley 14.449 fue sancionada por la legislatura bonaerense en el año 2012 y
reglamentada en el año 2013. La norma, actualmente vigente, tiene como objetivo
la promoción del derecho a la vivienda y a un hábitat digno y sustentable. Para ello,
la ley establece herramientas y mecanismos que permiten fortalecer la capacidad
del estado provincial, de los estados municipales y de las organizaciones
sociales, para intervenir activamente en la promoción de políticas de hábitat y en
la remoción de los factores que históricamente han generado exclusión social y
deterioro ambiental.
La ley promueve la creación de suelo urbano urbanizado, la intervención en
los procesos de integración socio urbana de las villas y asentamientos, el
fomento de operatorias de microcrédito para el mejoramiento de viviendas y la
dotación de infraestructuras y equipamientos. También propone mecanismos de
financiamiento del hábitat captando parte de las rentas urbanas que se generan
en los procesos de urbanización, para destinarlas a resolver los problemas que
sufren las poblaciones más vulneradas. El “Observatorio de la ley de Acceso
Justo al Hábitat” es una plataforma de información permanente que se propone
favorecer la divulgación y monitoreo de su implementación, analizando los
impactos que la ley produce en las políticas territoriales, en la capacidad de
gestión de los gobiernos provinciales, municipales y en las organizaciones
sociales. Si bien contiene información extraída de fuentes oficiales, este, no es
un sitio oficial.
Dejamos disponible el Observatorio de la Ley 14449 de acceso justo al Hábitat.
https://observatorio.madretierra.org.ar/
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23. Las mochilas
A una de las educadoras del Centro Comunitario Arcoiris se le ocurrió
hacer un taller de alfabetización con las mamás de los chicos y chicas
de salita de 5, y llevó la inquietud al espacio de capacitación. La idea
era explicar a las mamás cómo, por medio de juegos y diferentes
actividades, sus chicos estaban aprendiendo de a poquito a leer y a
escribir. También queríamos pensar juntas en cómo ellas podrían
ayudar en la vida diaria desde casa, sin que esto tuviera que ver con la
clásica tarea escolar que muchas veces ellas mismas pedían. Después
de que la educadora presentó la actividad comencé hablando yo, así de
paso me iban conociendo:
–Traten de recordar cómo eran ustedes en primer grado, cuando
tenían la edad de sus hijos/as –les propuse. Las mamás se entusiasmaron
y comenzó la diversión:
–¡Uh! ¡Entonces vamos a agarrar las piedras chicas!!
–Mi mamá me pegaba mucho, ¡porque yo era tremenda!!
–¡Así de larga era la lista de firmas en el cuaderno de disciplina
que tenía yo!
–Yo siempre me olvidaba el cuaderno y el lápiz en mi casa. Cuando
iba a entrar al aula, la maestra se daba cuenta de que me pesaba mucho
la mochila, así que en la puerta del aula, me frenaba para ver qué
llevaba. Me hacía abrirla y descargarla... cuando la daba vuelta se caían
todas las piedras que tenía.
–En esa época las mujeres siempre llevábamos gomeras y piedras
a la escuela, igual que los varones.
Y ahí ya empezaban a explicarme a mí, que era la única de afuera,
de qué se había tratado su infancia, tan diferente a la mía...
Mientras pasaban los mates y las tortafritas, iban apareciendo
recuerdos, dolores, chistes y muchas risas. Siempre son fuertes las
carcajadas en esas rondas, debe ser el antídoto para combatir el dolor...
Casi todas esas mujeres se conocían de chicas, habían sido vecinas
y habían compartido la infancia en el barrio. Comencé a entenderlas
imaginándolas de chiquitas, escuchándolas hablar de su propia
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infancia y de lo difícil que había sido... A partir de esa experiencia,
pude mirar a sus hijos con mayor detenimiento, comprendiendo algo
de su historia. Fue la reunión de madres más participativa y divertida
que tuve en mi vida.
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Francesco Tonucci afirma: “sobre lo que estaba en los bolsillos debió haber sido
la clase”.
Él recuerda que cuando iba a la escuela primaria, el maestro siempre decía antes
de entrar al aula: “¡Los bolsillos de los niños tienen que estar vacíos!”.
Y los bolsillos estaban llenos de bolitas, figuritas, piedras, pequeños animales
muertos, cuerdas, palos, que contenían los recuerdos, los testimonios de sus
aventuras, de la vida real.
Él plantea que desde siempre la escuela ha sido el lugar donde los niños escuchan
a los adultos, a los maestros, porque los niños que no saben. Pero, sostiene que
los niños saben. Y, que si reconocemos que saben, todo cambia, porque lo que se
lleve a la escuela se convertirá en material de trabajo para todos.
Vaciar los bolsillos en el aula, permite mostrar los signos de la vida real.
Tonucci, F. (2021). Los bolsillos de los niños tienen que estar llenos recuperado de
Los bolsillos de los niños tienen que estar llenos.
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Palabras de cierre
Nos posicionamos como parte de una Universidad en la cual
confluyan la docencia, la investigación y la extensión entramadas en
las voces de los sujetos que habitan, luchan y construyen sus propios
territorios.
Compartimos con Di Matteo, Michi y Vila (2015) la idea acerca
de que en la vida de las organizaciones y movimientos populares
se producen, recuperan y recrean conocimientos, y que la noción
de praxis ayuda a comprender cómo ocurren estos procesos. El
propósito de la praxis es transformar la realidad, y es la acción
consciente sobre la misma la que genera el nuevo conocimiento.
Esto exige integrar los momentos de acción y reflexión, de teoría y
práctica, así como una toma de posición política.
Asumir el desafío de compartir este trabajo es, en última
instancia, una invitación a pensar juntos/as los espacios de encuentro
entre la universidad y las organizaciones populares, donde ocurren
procesos de aprendizaje y de producción de conocimientos de un
modo específico, en el que vale la pena explorar.
Estos pequeños instantes son, en su profundidad, testimonio y
agradecimiento por los encuentros en los que podemos detenernos,
mirarnos a los ojos, y hacer silencio para que aparezcan las otras
palabras, las palabras guardadas, las que se dicen bien despacito,
cuando se detiene el viento.
Ellas, sin ninguna duda, siguen tan vigentes como siempre.
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Referencias
Arrúe, C. (2018). Talleres de juego en la escuela primaria: ¡jugar-nos para
aprender! En Elichiry (comp.) Aprendizaje situado. Experiencias
inclusivas que cuestionan la noción de fracaso escolar. Buenos Aires:
Noveduc.
Arrúe, C. y Plaza, B. (2016). Entre el solo y la sinfonía. Aprendizajes en clave
de participación. En Valdéz, D. (comp.) Diversidad y construcción de
Aprendizajes. Hacia una escuela inclusiva. Buenos Aires: Noveduc.
Ebis, S. (2009). Reflexiones en torno a la construcción de conocimiento. Desde
la perspectiva de la economía social. Debates desde la experiencia de
Cuartel V - Moreno. XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana
de Sociología. VIII Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos
Aires. Buenos Aires: Asociación Latinoamericana de Sociología.
Di Matteo, J.; Michi, N. y Vila, D. (2018). ¿Educación popular y Universidad?
En Cucciufo, Di Matteo, Colombo (comps.) Abriendo Caminos.
Experiencias y reflexiones sobre Extensión en la Universidad Nacional de
Luján. Buenos Aires: EDUNLu.
Lave, J. (2011). Apprenticeship in Critical Ethnographic Practice. Chicago:
The University of Chicago Press.
Lave, J. y Wenger, E. (1991). Aprendizaje Situado. Participación periférica
legítima. New York: Cambridge University Press.
Plaza, B. (2012). Talleres de aprendizaje comunitario. La alfabetización a
partir de la diversidad. En Ensayos y experiencias Año 24/ N° 255.
Buenos Aires: Noveduc.
Palumbo, M.; De Mingo, A.C. y Plaza, B. (2021). Los procesos de construcción
epistémica en la economía popular rural: conocimientos, saberes
y aprendizajes en movimiento. Espacio Abierto, 31 (1). Venezuela:
Universidad del Zulia Maracaibo.
Referencias
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Quiroga, A. (1996). Matrices de aprendizaje. Constitución del sujeto en el
proceso de conocimiento. Buenos Aires: Cinco.
Rogoff, B. (1990). Aprendices del pensamiento. El desarrollo cognitivo en el
contexto social. España: Editorial Paidós Ibérica S.A.
–––––––––– (1997). Los tres planos de la actividad sociocultural: apropiación
participativa, participación guiada y aprendizaje. En Wertsch, Del Río
y Álvarez A. (Eds.) La mente sociocultural. Aproximaciones teóricas y
aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje.
Rockwell, E. (2006). Los niños en los intersticios de la cotidianeidad escolar:
¿resistencia, apropiación o subversión? Conferencia presentada en el
XI Simposio Interamericano de Etnografía de la Educación. Buenos Aires:
Publicado en Memorias del Simposio.
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Editado en la Dirección de Editorial e Imprenta
de la Universidad Nacional de Luján.
Mayo 2024