Selección de artículos de
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LE
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¿Venga de donde venga?
por Claudio Espinoza A.
Los discursos sobre la violencia
por Ibán de Rementería
Estallido en los suburbios franceses
por Laurent Bonelli
Represión como escarmiento en Copenhague
por René Vázquez Díaz
LA VIOLENCIA Y LA LUCHA SOCIAL
Preguntas por la dignidad, la violencia y la justicia
por Javiera Cienfuegos
Mercenarios de las luchas no violentas
por Ana Otasevic
www.editorialauncreemos.cl
www.lemondediplomatique.cl
201
Nelson Mandela
Enemigo de ayer, ídolo de hoy
por Alain Gresh
La violencia
y la lucha social
Claudio Espinoza, Javiera Cienfuegos, Ibán de Rementería,
Laurent Bonelli, René Vázquez Díaz, Ana Otasevic y Alain Gresh
La editorial Aún creemos en los sueños
publica la edición chilena de Le Monde Diplomatique.
Director: Víctor Hugo de la Fuente
Suscripciones y venta de ejemplares:
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Diseño: Cristián Escobar
Copyright 2020 Editorial Aún Creemos En Los Sueños.
Primera edición: marzo 2020
ISBN: 978-956-340-153-0
ÍNDICE
¿Venga de donde venga?
por Claudio Espinoza A.
5
Preguntas por la dignidad, la violencia y la justicia
por Javiera Cienfuegos
11
Los discursos sobre la violencia
por Ibán de Rementería
17
Estallido en los suburbios franceses
por Laurent Bonelli
23
Represión como escarmiento en Copenhague
por René Vázquez Díaz
31
Mercenarios de las luchas no violentas
por Ana Otasevic
39
Nelson Mandela
Enemigo de ayer, ídolo de hoy
por Alain Gresh
53
Protesta social y violencia
¿Venga de donde venga?
por Claudio Espinoza A.*
A dos meses de iniciado el estallido social en Chile, el
debate público sigue concentrado en torno a la violencia
y la imperiosa necesidad de su condena. A pesar de
que las graves violaciones a los derechos humanos
cometidas por las fuerzas policiales obligaron a ampliar
el discurso oficial hacia un tibio consenso condenatorio
que incluyera también la violencia de Estado, el foco
sigue concentrado principalmente sobre la protesta
violenta, la que es estigmatizada y estereotipada bajo
signos de irracionalidad y perversidad, privando
con ello cualquier posibilidad de comprensión y,
sobre todo, excluyendo sistemáticamente los factores
sociales que la producen. Parece importante, entonces,
intentar comprender la violencia, alejándola de las
simplificaciones que pesan sobre ella y que distorsionan
irremediablemente su significado.
Hay que comenzar por un hecho irrefutable y es que,
a pesar del horror que genera en la humanidad, la
violencia está impregnada en lo social. De ahí que
todas las sociedades humanas hayan albergado en
su interior diversos niveles de violencia que, en general, se expresan en arreglos abusivos de una parte
de la sociedad hacia otra; por ejemplo, violencia de
*Universidad academia de HUmanismo cristiano-ciir. artÍcULo PUBLicado en La ediciÓn
cHiLena de Le monde diPLomatiQUe, enero-FeBrero 2020.
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hombres a mujeres o de ricos contra pobres, y de ahí
que cada cierto tiempo las víctimas de esos sistemas
se rebelen contra ellos. A pesar de esto, como nos lo
recuerda el antropólogo Gerard Horta, la violencia
no constituye una categoría universal, transcultural
y transhistórica, sino que sus contenidos, significados y las instrumentalizaciones de que es objeto,
son fruto de una construcción social que parte del
contexto de relaciones en que afirma su existencia.
Es decir, la violencia no se puede aplicar en el mismo sentido a todas las experiencias humanas y debe
ser comprendida en relación a los contextos sociales
de los que forma parte.
Un elemento central para considerar una práctica
determinada como violenta o no es el grado de legitimidad con el que cuente en una sociedad dada. Su
aceptación, por tanto, puede no ser uniforme a todas
las sociedades o en el interior mismo de ellas. En este
sentido, es importante distinguir qué institución, persona o grupo social etiqueta un acto como violencia,
cómo cada ejecutor de la violencia afirma la legitimidad de su práctica y cómo esta se inscribe en las estructuras y relaciones de poder. Dado este escenario,
es evidente que la desigualdad se encarna también
en el ejercicio de la violencia. Talal Asad ha mostrado,
por ejemplo, cómo en occidente existe la percepción
de que la vida humana tiene un valor de cambio diferente en el mercado de la muerte: los muertos de
sociedades empobrecidas obtienen menos atención
que los muertos de sociedades enriquecidas y su infravalorada desaparición está lejos de ser considerada como violencia desde la ideología dominante.
En el caso del Octubre chileno, desde el primer día
y hasta hoy, este tipo de elementos han estado presentes. Ha existido una escasa atención a las causas
profundas de la violencia y una infortunada contex6
tualización de la misma. Se ha instalado, asimismo,
una disputa por la legitimidad de su ejercicio y una
abismante diferencia en la valoración de lo que se
considera como violento, con lo que aquella posición que señala que toda forma de violencia es condenable es, por lo menos, imprecisa.
Poderosos enemigos
Y es imprecisa por varias razones. La primera es que
la principal alarma del discurso oficial ha sido puesta en la ruina de nuestras ciudades, en las estatuas
descabezadas o en los locales comerciales quemados o saqueados, minimizando de manera infame
los heridos, los muertos y los mutilados a manos de
carabineros o, en el mejor de los casos, intentando equiparar ambos tipos de violencia, como si los
ojos de un estudiante fueran equivalentes a la materialidad de una propiedad. Es también imprecisa
porque, como ha relevado el trabajo periodístico de
Christophe Gueugneau, la condena de la protesta
violenta por sobre la aceptación de la protesta pacífica no es, en verdad, una condena de la violencia en
sí, sino que resulta en una legitimación de la violencia unilateral de las fuerzas de seguridad, la que es
tolerada por los protestantes pacíficos sobre la base
de su propio sacrificio. Por último, es imprecisa porque hace caso omiso de la violencia estructural que
es la causante de la protesta violenta.
Pero no tan solo hay una incomprensión de la protesta violenta, sino que, además, dentro de las críticas
que han logrado erigirse contra ella hay una que implica un enorme peligro: considerarla como el cáncer
del movimiento social, que junto con impedir la masividad del movimiento social y eclipsar las reivindicaciones profundas, constituirían la excusa perfecta
para la represión policial. El antropólogo David Grae7
ber ha señalado, a propósito de los black bloc, que criminalizar la protesta violenta es en sí violento y, sobre todo, un cheque en blanco al Estado y las fuerzas
del orden para legitimar la represión permanente. De
manera que caricaturizar a los manifestantes como
poderosos enemigos miembros de siniestras alianzas
narco-anarquistas, dueños de tecnología de punta financiada por las fuerzas del mal y que solo buscan
el caos y la destrucción del país, es de una enorme
gravedad, puesto que construye la imagen de un sujeto peligroso, situado fuera de toda racionalidad y
adscrito a cierto perfil visible, justo hoy, cuando hay
toda una estética “anarquista” que se despliega entre
nuestros jóvenes y que la policía parece tener vía libre
para tirar del gatillo. Se trata del tipo de discurso que,
tal cual ya sucedió, puede hacer matar gente.
La historia nos muestra, por el contrario, que las
grandes transformaciones políticas y sociales han
estado acompañadas de estallidos violentos. Para
decirlo de otro modo: las revoluciones requieren de
cierto tipo de violencia. No habría cambios sin ella.
Habría que preguntarse si la agenda política -aún
muy distante del sentir popular- estaría hoy en vías
de discusión sin el estallido violento iniciado el 18
de octubre. Probablemente no. En las revoluciones
la violencia aparece siempre como necesaria e inevitable. De manera que detrás de la protesta violenta no anidan los energúmenos que ha querido ver
el gobierno, sino que hay personas que a través de
la recurrencia a ciertas prácticas violentas están enviando un mensaje político.
Tipos de violencia
Por supuesto, nadie quiere la violencia, pero es necesario distinguir los tipos de violencia. No es lo mismo la violencia dominante de los opresores que la
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violencia defensiva de los oprimidos. Hay, primero,
en el origen, una violencia estructural o sistémica, la
que, siguiendo al filósofo esloveno Slavoj Žižek, corresponde a las consecuencias, mayormente catastróficas, del funcionamiento de nuestros sistemas
políticos y económicos, lo que para el caso chileno
obedece a las consecuencias de 40 años de neoliberalismo y de profunda desigualdad social. Esta violencia sistémica, entonces, es clave para entender la
violencia política.
Existe, por cierto, una clara insensibilidad entre
las clases dominantes sobre la violencia sistémica,
es decir, sobre las condiciones de enorme vulnerabilidad y violencia en que vive el grueso de los chilenos. Y esto es así porque, justamente, esa violencia
es necesaria para hacer posible su confort. Se trata,
entonces, de una violencia que es inherente al sistema y que no solo aparece como violencia física,
sino que adquiere formas más sutiles de coerción,
necesarias para imponer las actuales relaciones de
dominación y explotación.
En este sentido, la violencia mostrada por parte
de los manifestantes es una respuesta física de autodefensa de personas que se resisten a formas de
violencias cotidianas y permanentes. No es que la
violencia haya comenzado el 18 de octubre, sino que
ese día un grupo de jóvenes la visibilizó y le recordó
al país la violencia estructural en la que vivimos. Se
trata de una violencia defensiva que se rebela contra un sistema amenazante. Se trata de una lógica
similar a la expresada por el filósofo polaco Gunter
Anders: si un conjunto de personas ha construido
una máquina destinada a destruir a la humanidad,
entonces más vale destruir esa máquina y, en caso
de ser necesario, destruir también a quienes la han
inventado.
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Los manifestantes violentos no son los creadores
de la violencia, sino más bien un producto de ella.
Es como la anécdota de Picasso relatada por Žižek
y que cuenta que cuando un oficial alemán visitó al
afamado pintor en su estudio de París pudo observar la monumental obra Guernica y, sorprendido
por el estilo vanguardista del cuadro, le preguntó a
Picasso: “¿Usted lo ha hecho?”, a lo que Picasso respondió: “No, ¡ustedes lo han hecho!”
La protesta violenta, por lo tanto, no hace otra
cosa que visibilizar la violencia estructural en la que
viven cotidianamente millones de chilenos. Quiere
romper la injusticia y los abusos, quiere, en palabras
de Walter Benjamin, introducir la justicia más allá
de la ley. Esta violencia, que Benjamin llamó divina,
es tan solo el signo de la injusticia del mundo, y se
trata, por tanto, de una violencia emancipatoria.
Dentro de los escasos márgenes de incidencia que
hoy tienen los jóvenes, la violencia emancipatoria
permite romper la tranquilidad de la vida civil, visibilizando y recordando la violencia estructural,
desplazándola desde las periferias al centro de la
ciudad, respondiéndole a la clase dominante con su
mismo mensaje. Los jóvenes que protestan rechazan el sistema porque ese sistema es profundamente violento. Por eso quieren cambiarlo y lo hacen, ya
que no hay posibilidad política, desde el único lugar
posible: la violencia. Atacando no a personas, sino a
los símbolos de ese sistema.
En este escenario resuenan pertinentemente las
palabras del sacerdote Mariano Puga al inicio de la
crisis: “Este pueblo tiene derecho a saquearlo todo,
porque ha sido saqueado”. u
c.e.a.
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A propósito de la rebelión chilena
Preguntas por la dignidad,
la violencia y la justicia
por Javiera Cienfuegos*
En las definiciones de “ser humano” en el pensamiento
filosófico parece existir a lo menos un aspecto en común:
todos los seres humanos se encontrarían dotados de un
atributo sobre el cual se construye la vida social (Chernilo,
2014). La orientación universalista en la definición de
ser humano nos remite a una “esencia” que también
sería aplicable al concepto de sociedad. No obstante, el
mundo empírico nos pone en aprietos: si todos somos
iguales en algo, ¿cómo podría explicarse que el resultado
de la manera en que nos vinculamos sean sociedades
profundamente desiguales? Chile da mucho para hablar.
En el último mes y medio ha habido un estallido social sin
precedentes en Chile que por años se ha autodenominado
el “jaguar” o el “oasis” de América latina, visto como modelo exitoso del neoliberalismo en la región. Entonces, ¿Por
qué ocurre este quiebre tan fuerte de legitimidad? A menos
que creamos la lectura de lo no-humano de Cecilia Morel,
habría dos explicaciones: una mirada desde la lógica global
-en la cual simplemente “el sistema está colapsando”, “haciendo aguas”-, o una segunda en la cual nos encontramos
fraguando un cambio. En el primer caso, basta mirar lo que
*ProFesora de La escUeLa de socioLogÍa de La UaHc. artÍcULo PUBLicado en La ediciÓn
cHiLena de Le monde diPLomatiQUe diciemBre 2019.
11
ha ocurrido este año en Hong Kong, India, Venecia, Bolivia,
el Amazonas, Venezuela o Haití.
El sistema económico mundial se basa originalmente
en una explotación de la naturaleza como aval de progreso industrial y humano, y una explotación de hombre y
mujeres por parte de otros hombres y mujeres que poseen
propiedad de la naturaleza: la tierra, los bosques, el agua,
las montañas, el aire limpio. Ese mismo sistema involucra a personas de otros países, como los inversionistas del
Norte y los emigrados del Sur global que vienen a trabajar
como mano de obra barata, atravesando regiones, países y
otras fronteras simbólicas. Son tratados y traficados como
objetos de contrabando. Frente a estos malestares, nuevas
voces se están sintiendo. Sorpresivamente, una figura emblemática es una adolescente de 16 años.
La activista Greta Thunberg ha sido patologizada por su
radicalidad, hecho que conecta con la segunda explicación.
La ira surge de un colectivo que se articula en torno a una o
miles de demandas particulares conectadas, haciéndonos
pensar sobre el alcance y lo común del movimiento, la sabiduría popular que no vimos y la gama de cursos posibles.
En esta más difusa y atrevida discusión me quiero detener.
Partamos de la palabra “dignidad”, el mejor resumen de lo
que pasó, pasa y apelamos a que pase. Queremos dignidad
porque es lo básico para funcionar en sociedades complejas
que se ven enfrentadas a riesgos globales ya incontrolables.
La dignidad produce compromiso con un orden social, o al
menos un consenso sobre la manera en que funciona. Cuando no hay dignidad, no puede haber consenso, y se produce
un malestar visible a través de la Indignación; adjetivo con el
que se ha calificado a una serie de manifestaciones civiles en
la última década, desde Nueva York a Siria.
Violencia y cambio
Porque nos vemos vulnerados en nuestra dignidad, nos
sentimos violentados. Y reaccionamos violentamente; de
manera física, material, destructiva, siendo que mucho de
lo destruido ha sido construido por la opresión simbólica,
histórica y colonial de nuestra moral; sí, es un asunto moral. No es el momento de defender la violencia, pero sí de
12
entender que algo de violento tienen los cambios sociales,
porque lo que hay es un diálogo entre violencias que apela, finalmente, al reconocimiento-, y ¿cuál será la violencia
legítima? Hasta hace poco condenábamos el actuar de encapuchados y avalábamos el ejercicio violento de las fuerzas policiales, pues estaban para defender el orden social.
Ahora vemos que el carabinero abusa, mutila, transgrede
los derechos. y empatizamos con el que ha sido históricamente excluido: No el encapuchado, sino el pueblo Mapuche, que no por casualidad fue la bandera que se encumbró
más alto en la marcha más grande de la historia de Chile.
Probablemente, la primera respuesta sería que lo que
produce desigualdades sociales es aquello en lo que somos
distintos. Las diferencias podrían explicarse por las distintas dotaciones de capitales y oportunidades que hemos tenido. Desde una orientación marxista, se argumenta que
la desigualdad se produce debido a la escasez de recursos,
pues unos pocos se han apropiado de los medios de producción, mientras la mayoría vende su fuerza de trabajo
para sobrevivir. Tal contradicción en las relaciones sociales de producción se habría invisibilizado y luego normalizado. Definición que, siguiendo a Schmitt (2009), debiera
complementarse suponiendo que lo inherente a la humanidad sería el conflicto. De ser cierta esta última definición,
para explicar el orden o cambio -versus la existencia de una
guerra perpetua entre seres humanos-, debemos suponer
que lo social se rige por la búsqueda de equilibrios y consensos allí donde existe conflicto y viceversa (1), los cuales
no necesariamente son igualitarios, pero sí legítimos. La
contracara de esta definición es suponer que los individuos
poseen una capacidad crítica, a partir de la cual se discute
el sentido de justicia de los consensos, se instalan controversias y se re-elaboran las normas (Boltanski & Thévenot,
1999 y 2000). Con esto, podemos llegar a pensar que la legitimidad de las relaciones profundamente estratificadas
que conforman el orden social descansa en su normatividad. Así, es importante cambiar la Constitución de 1980,
porque de ella derivan más aspectos cotidianos de los que
podemos imaginar: subsidios, cargas familiares, reglamentos escolares, patrimonio y herencia.
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Juicios morales
Sigamos en la moral. Esta se refiere a la correspondencia
con estándares universales de bien o mal vinculados a las
preocupaciones acerca de la justicia, legitimidad y daño. Las
personas o las prácticas morales son procedimentalmente
justas, evitan el daño a los otros y promueven el bienestar.
Esto implica que los juicios morales son normas positivas
sobre lo bueno, lo que se permite y lo que es apropiado. La
sociología de las emociones morales no solamente se enfoca en las normas y valores, sino que toma en cuenta el
rol de las emociones en su contexto. Es decir que, más allá
del rol que juegan las emociones en los juicios morales de
individuos, los sociólogos de las emociones preguntamos:
¿Cómo es que los distintos grupos humanos difieren en su
entendimiento de lo que es bueno o malo a través del tiempo?, ¿cuáles son los procesos sociales que mantienen o
crean esta diversidad de entendimientos y comportamientos? Existe un sólido sostén para pensar que las emociones
morales, son parte de la cultura y estamos socializados en
ellas. Sin embargo, cambiamos.
Ocurren en la vida de la gente común “momentos críticos”; cuando se tiene la impresión de que ciertos aspectos
cotidianos no están marchando bien y no pueden sostenerse así por más tiempo. Son terreno fértil para las controversias y disputas morales, pues involucran un proceso en
el cual los sujetos se piensan a sí mismos y a su entorno. Las
personas sienten un descontento y la necesidad de expresarlo. Se constituye, entonces, una “escena” que frecuentemente toma la forma de una discusión en la que se intercambian críticas, reclamos y culpas (Boltanski & Thévenot,
1999). Así, se puede entender al consenso normativo como
desenlace de controversias morales: sincrónicamente, allí
donde ha habido controversias sería posible encontrar
acuerdos como resultado de diálogos, negociaciones personales o colectivas.
Los consensos
Pero los consensos no ocurren tan pacíficamente. Muchas veces se ha llegado al reconocimiento a través de la
vía violenta; “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, fueron
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consignas que justificaron el asesinato de la monarquía en
Francia y sobre las cuales se erigió la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. En la década de los 60 muchas
mujeres salieron de sus casas para reclamar derechos laborales, sexuales y reproductivos que consideraban “justos”.
La misma situación que han protagonizado los obreros,
campesinos e indígenas en diversos rincones del mundo.
Cuando nos vemos vulnerados reiteradamente en nuestras
necesidades, no hay otra opción que la manifestación violenta, porque nunca nos han escuchado.
La manifestación del descontento ha ocasionado, para
unos u otros, importantes costos, tales como el despido,
dificultades para transportarse, peleas familiares, mayor
empobrecimiento... la pérdida de la vista. ¿Por qué lo hacían entonces?, ¿por qué lo siguen haciendo? Porque más
allá de los riesgos, existe un fin abstracto que actúa como
motivación -la dignidad, la igualdad, el respeto-, una sensación de que la vida que se está viviendo es una vida injusta; las disputas pueden tener varios contenidos, pero todas
se caracterizan porque las personas o grupos involucrados
utilizan un imperativo moral como justificación de su disconformidad o bien de su apoyo al statu quo. Se trata, entonces, de un contexto de principios en tensión. En otras
palabras, para la producción de consensos normativos
siempre es necesaria la existencia de una crisis, a la vez que
un principio que vendrá a validar las soluciones y nuevas
normas. Así, tras todo consenso, lo que existe es una disputa entre varias interpretaciones de “lo bueno”, además de la
voluntad a evitar la violencia.
Volvamos ahora hasta el momento entre la indignación y
el consenso, ¿qué ocurriría si se acabasen esos imperativos
morales últimos, ante los cuales nadie puede negarse?: si ya
no se pudiese apelar al orden, la paz, la institucionalidad,
cierto tipo de igualdad o democracia... Justo aquí estamos.
Con los consensos se corre el riesgo de universalizar una
norma que en su raíz fue un acuerdo en la negociación de
una época determinada. En este sentido, es posible analizar la solución de la tensión entre el universalismo formal y
el pluralismo de visiones -la disputa- considerando la existencia de ciertos y limitados principios (Boltanski & Théve15
not, 1999), pero además de ciertas capacidades humanas y
sociales. Primero, la tendencia a producir ajustes creativos
entre nuestras expectativas sociales y las realidades que las
constriñen, al mismo tiempo que la capacidad crítica de
los sujetos, interpretada como el discernimiento necesario.
Críticos, creativos y constructivos.
Sin embargo, las convicciones abstractas, valores y principios, que van solucionando las disputas están insertas en
procesos históricos y sociales que por definición son dinámicos. Es un desafío político darle soluciones de inmediato
y también a largo plazo. Cuando Gustavo Gatica nos dice
“regalé mis ojos para que la gente despertara” nos damos
cuenta de que todavía no hemos ganado nada. Aún con el
espíritu y tesón de las manifestaciones -en sus dicotomizadas vertientes pacíficas y destructivas-, seguimos perdiendo. Si ya perdimos nuestro metro, la fuente de nuestro trabajo o nuestros ojos, la única opción es continuar: “Seamos
realistas: pidamos lo imposible”. u
1. Es decir, producir conflictos o controversias allí donde existen consensos legítimos.
J.c.
16
Los discursos sobre la violencia
por Ibán de Rementería*
El estado de insurrección que ha asumido la nación chilena
desde el 18 de octubre de 2019 ante la desigualdad y el abuso que está padeciendo, ha inducido, entre otras acciones,
un debate sobre la violencia, más aún, sobre el discernimiento entre el uso de la violencia y el empleo de la fuerza.
En términos discursivos, en el sentido lato de decir algo
de algo, se ha instalado la afirmación de que la violencia
es el uso ilícito de la fuerza, en cambio, que la fuerza es el
uso lícito de la violencia, así tenemos que el Presidente de
la Corte Suprema, Ministro Guillermo Silva, recientemente
precisó que: “una cosa es el monopolio de la fuerza y otra
muy distinta es la violencia. Mientras la primera caracteriza al derecho, la segunda se encuentra al margen del ordenamiento jurídico” (1). Aquí el asunto es de legalidad, del
actuar conforme a la ley, pero ¿cuál es la conducta material
que aplicada conforme a la ley es uso de la fuerza o si se
aplica ilegalmente es violencia? ¿Qué conducta es aquella
que debe ser discernida según el principio de legalidad,
para saber si se trata de un acto de fuerza o de violencia?
El derecho penal nos puede entregar pistas para ese discernimiento, en la sabiduría de sus crueldades y horrores
que implican la aplicación reglada de la culpa y el castigo,
tanto para disuadir como para sancionar las conductas
que transgreden los derechos fundamentales de los otros
-la vida, la integridad personal, la salud y la libertad-, ya
que aquello es según su gravedad el delito y el crimen. Esta
*docente. coLUmna PUBLicada en www.LemondediPLomatiQUe.cL
17
propuesta metodológica de recurrir al derecho penal para
establecer en qué consiste la violencia no es un compromiso con aquel, pues se hace desde la convicción de que
la función de la pena es satisfacer a las víctimas, ante la imposibilidad de reparación, así como de movilizar opiniones
morales y políticas con diversos propósitos de dominio,
pues no hay ninguna evidencia o prueba de que el uso o la
amenaza del empleo del poder penal prevenga o controle
el delito.
En su práctica histórica el poder penal ha aprendido a
distinguir entre el uso de la fuerza contra las cosas y el empleo de violencia en contra las personas, así en el Código
Penal de Chile se tipifica el robo en su artículo 432 donde
dice: “El que sin la voluntad de su dueño y con ánimo de
lucrarse se apropia cosa mueble ajena usando de violencia o intimidación en las personas o de fuerza en las cosas,
comete robo; si faltan la violencia, la intimidación y la fuerza, el delito se califica de hurto”. Luego, procede a un claro
discernimiento entre las conductas del uso de la fuerza y
el empleo de la violencia, así en el artículo 439, aclara que:
“Para los efectos del presente párrafo se estimarán por violencia o intimidación en las personas los malos tratamientos de obra, las amenazas ya para hacer que se entreguen
o manifiesten las cosas, ya para impedir la resistencia u
oposición a que se quiten, o cualquier otro acto que pueda
intimidar o forzar a la manifestación o entrega”. Mientras
que en el artículo 440 establece que: “El culpable de robo
con fuerza en las cosas efectuado en lugar habitado o destinado a la habitación o en sus dependencias, sufrirá la pena
de presidio mayor en su grado mínimo si cometiere el delito:…” Este tipo penal se completa en el artículo 442 así: “El
robo en lugar no habitado, se castigará con presidio menor
en sus grados medio a máximo…”
El discernimiento entre empleo de la fuerza y uso de la
violencia ha sido hecho, veamos ahora como los malos
tratos de obra o la amenaza de su empleo son las conductas que caracteriza a la violencia, en el artículo 395 del Código Penal se tipifica la castración y en el artículo 396 las
otras mutilaciones, mientras que en el artículo 397 se tipifica: “El que hiriere, golpeare o maltratare de obra a otro,
18
será castigado como responsable de lesiones graves:/ 1.°
Con la pena de presidio mayor en su grado mínimo, si de
resultas de las lesiones queda el ofendido demente, inútil
para el trabajo, impotente, impedido de algún miembro
importante o notablemente deforme./2.° Con la de presidio menor en su grado medio, si las lesiones produjeren
al ofendido enfermedad o incapacidad para el trabajo por
más de treinta días”.
Queda claro que las lesiones corporales, o la amenaza de
su uso, son las conductas constitutivas de la aplicación de
la violencia, en tal sentido es acertada la definición según
la cual: “la violencia es el uso del dolor para doblegar la voluntad del otro” (2). En tal sentido una de las máximas expresiones de la violencia es la tortura, la cual está tipificas
en el Código Penal en el párrafo tercero de su artículo 150
A, que dice: “Se entenderá por tortura todo acto por el cual
se inflija intencionalmente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos, sexuales o psíquicos, con el
fin de obtener de ella o de un tercero información, declaración o una confesión, de castigarla por un acto que haya
cometido, o se le impute haber cometido, o de intimidar o
coaccionar a esa persona…”
Ahora, el discernimiento entre el uso la violencia y el empleo de la fuerza permite hacer una evaluación de resultados de los hechos de orden público acontecidos durante el
estallido social y de las responsabilidades atribuibles a sus
principales actores: la fuerza pública y los manifestantes.
Pues según: “La evaluación de los 42.000 delitos reportados
desde fines de octubre a fines de noviembre del 2019, tenemos que seis tipos de ilícitos concentraron más de la mitad
de las imputaciones (52%). En primer lugar se encuentran
los saqueos -tipificados como robo en lugar no habitado-,
con 9.123 casos, equivalentes a un 18% del total de los delitos…” “Le siguen, con un 7% del total cada uno, los delitos
de receptación (3.642), hurto simple (3.636), lesiones menos graves (3.405) y desórdenes públicos (3.266). En tercer
lugar, y con 6% del total, se encuentran las amenazas simples, las que alcanzaron 3.098 casos”. En cuanto a los delitos
que caracterizan a la violencia contra las personas, son: “...
aquellos delitos que concentran la menor cantidad de ca19
sos, se encuentran, con 1% del total cada uno, ilícitos como
posesión, tenencia o porte de armas (289), lesiones graves
(322), robo con violencia (595), maltrato de obra a carabineros (612), robo en lugar habitado (633)…” “En cuanto
a las prisiones preventivas, se presentaron 3.085 peticiones, concediéndose el 82,3% de ellas (2.539)” (3). Aquí el
conjunto de los delitos reportados calificables de actos de
violencia, tales como tenencia y porte de armas, lesiones
graves, robo con violencia y maltrato de obra a carabineros,
llegan a 1.818 casos, para constituirse en solo el 4,3% del
total de los hechos reportados.
Por su parte, según el Ministerio Público en Valparaíso,
la segunda ciudad más afectada por el estallido social, la
Fiscal Regional Claudia Perivancich: “afirmó que el período ha sido difícil por los diversos delitos asociados, donde
figuran robos, desórdenes y violencia institucional (delitos
de apremios ilegítimos y torturas), siendo estos últimos los
que han tenido un aumento de un 500% en el pasado trimestre” (4) Esta disparada estadística de los delitos funcionarios es elocuente.
Las lesiones y mutilaciones visuales causadas por el uso
indebido tanto de los perdigones a la cabeza como por las
bombas lacrimógenas en contra del cuerpo de las personas, corresponden al tipo penal de las lesiones graves de
que tratan según sus gravedades los artículos 396, 396 y 397
del Código Penal. El Instituto Nacional de los Derechos Humanos (INDH) ha constatado que entre el 18 de octubre de
2019 y el 31 de enero del presente año hubo en todo el país
3.748 personas heridas en las manifestaciones, de ellas 427
sufrieron heridas oculares, 398 con lesiones o traumas y 29
con estallido o pérdida. Entre aquellas 2.114 fueron heridas
por disparos, 51 por balas, 190 por balines, 1.673 por perdigones y 200 no identificadas (5).
Las golpizas realizadas contra manifestantes solitarios
rezagados han adquirido gran connotación gracias a sus
múltiples filmaciones viralizadas en las redes sociales y
los medios de comunicación, el INDH denuncia que en
este periodo se han producido 139 golpizas por parte de
los agentes públicos: “…el Instituto Nacional de Derechos
Humanos reveló el mapa de las golpizas protagonizadas
20
por los agentes del Estado en la región Metropolitana, entre el 17 octubre de 2019 y el 31 de enero de 2020, según
las querellas que han sido presentadas ante el organismo”.
“De acuerdo con sus datos, la mayoría de las agresiones
perpetradas en ese período se concentran en las comunas
de Santiago y Puente Alto, con 40 y 28 casos respectivamente. De los 139 hechos denunciados, 123 fueron propinadas por carabineros, 9 por militares y 7 por PDI (Policía
de Investigaciones)” (6).
Es por estos inaceptables actos de violencia de la fuerza
pública en contra de población inerme, que Human Rights
Watch (HRW), la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) y la Alta Comisionada de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) han denunciado al Estado de Chile por graves violaciones a los
DDHH, en tanto que Amnistía International lo ha acusado
de violación sistemática de los mismos.
1. Discurso del ministro Guillermo Silva en el juramento de nuevos abogados. El
Mercurio, 30 de enero 2020, p.C5.
2. Definición del médico psiquiatra peruano Mariano Querol, comunicación personal.
3. Más de 42 mil detenidos han pasado ante tribunales durante la crisis: La mayoría por
saqueos, hurtos y lesiones. 04 de Diciembre de 2019. Por T. Cerna, Emol. El Mercurio.
Santiago.
4. Delitos por la crisis social marcaron la primera Cuenta Pública de fiscal Claudia
Perivancich. El Mercurio de Valparaíso, 17 enero 2020, p.5.
5. Ver página web INDH
6. El Ciudadano, Santiago, 06.02.2020.
i. de r.
21
22
Razones y pretextos de la furia desencadenada
Estallido en los suburbios franceses
por Laurent Bonelli*
Numerosos comentaristas, tanto franceses como extranjeros, perciben en esta crisis los preludios del desmoronamiento de la sociedad francesa bajo los embates de aquellos a quienes presentan alternativamente como “hordas
de lobos”, “enemigos de nuestro mundo” o vanguardia
esclarecida de un subproletariado “poscolonial”. Insisten
sucesivamente en el fin del “modelo francés”, el “desarrollo de una sociedad paralela al margen de las leyes de
la República” o la “crisis de la civilidad urbana”. Antes de
expresar estas grandes generalidades según sus intereses
políticos y sociales, estos observadores deberían atenerse
más modestamente a los preceptos básicos de análisis del
accionar colectivo. Para comprender estos desórdenes,
conviene en efecto remitirse a sus condiciones sociales,
las razones de su desencadenamiento y su carácter contingente, ya que las mismas causas no siempre producen
los mismos efectos.
Como telón de fondo de estos actos de violencia se registra ante todo una crisis de proliferación de los sectores
populares, profundamente afectados por las consecuencias de la crisis económica iniciada en la segunda mitad
de los años 1970 y las transformaciones generadas por el
tránsito a un modelo postfordista de producción. La au*investigador en La Universidad de ParÍs-X Y miemBro deL eQUiPo FrancÉs deL Programa de
La comisiÓn eUroPea tHe cHanging LandscaPe oF eUroPean secUritY. artÍcULo PUBLicado
en eL nÚmero 59 de La ediciÓn cHiLena de Le monde diPLomatiQUe, diciemBre de 2005.
tradUcciÓn: gUstavo recaLde.
23
tomatización, la informatización y las deslocalizaciones
generaron un desempleo masivo, que se conjugó con la
generalización del recurso a trabajadores y empleos temporarios. Estos dos factores incrementaron la precarización de las condiciones de vida de los sectores populares
que el advenimiento de una sociedad salarial, fundada
en el crecimiento económico y un estado social fuerte,
había contribuido a reducir (1).
Este fenómeno afecta particularmente a los jóvenes. En
los barrios que fueron noticia estas últimas semanas, los
datos del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) señalan tasas de desempleo considerables en la franja de 15-24 años: 41,1% en el barrio Grande Borne, en Grigny (contra 27,1% en la comuna); 54,4%
en Reynerie y Bellefontaine (contra 28,6% en Toulouse);
31,7% en Ousse-de-Bois (contra 17% en Pau); 37,1% en el
complejo habitacional de Clichy-sous-Bois (contra 31,1%
en Montfermeil); 42,1% en Bellevue, Nantes (contra 28,6%
en Saint-Herblain)... los barrios sufren más que el centro.
Este desequilibrio salarial no sólo tuvo efectos económicos: alteró además las referencias de los jóvenes de los sectores populares. En efecto, reintrodujo la incertidumbre
respecto del futuro y, al impedir que los individuos hagan
proyectos a largo plazo (inmobiliarios, matrimoniales, de
diversión), los encierra en el presente y en una supervivencia cotidiana permeable a los pequeños desvíos.
Al mismo tiempo, la masificación de la enseñanza permitió la continuidad en el sistema escolar de adolescentes que habrían sido excluidos de éste, induciéndolos
durante un tiempo a alimentar esperanzas de ascenso
social que los alejan aun más del mundo obrero de sus
padres (2). Esperanzas además disipadas rápidamente, ya
que la escuela no transforma las jerarquías sociales. Esta
desilusión tuvo como consecuencia la banalización de las
protestas, las provocaciones y sobre todo el abandono del
sistema escolar: el porcentaje de personas no calificadas
es del 30% al 40% en los barrios mencionados, contra un
promedio del 17,7% a nivel nacional.
Finalmente, habría que añadir los efectos de las políticas
urbanas de estos últimos veinte años que –sin convertirlos
24
en guetos– concentraron en algunos barrios periféricos a
familias numerosas, a menudo desarraigadas y que son las
que más sufren las formas de precariedad existencial (3).
Esta crisis de los sectores populares es pues profundamente social. Se tradujo a la vez en la decadencia de sus
formas colectivas de organización (sindicatos, partidos
políticos) y en una exacerbación de la competencia en su
seno, entre “franceses” y “extranjeros”, pero también entre
obreros “con estatuto” y “trabajadores temporarios de por
vida”. Generó un profundo malestar y un repliegue en el
espacio doméstico que, a partir de comienzos de los años
1990, será interpretado por los políticos como un “reclamo de seguridad” de este sector de sus electores.
Responsabilidad policial
La evolución de las estrategias policiales parte de esta
relectura de las relaciones sociales como cuestión de seguridad. A partir de este período, se dio prioridad a una
policía de intervención en vez de a una policía de investigación o, como fingen creer los responsables socialistas,
a una policía de proximidad. El desarrollo de las brigadas
anticriminalidad (BAC) es lo más significativo de este movimiento, que algunos policías no dudan en denunciar
como una “militarización” de su profesión.
Fuertemente equipadas con material ofensivo y defensivo –balas de goma y pistolas taser (armas no letales de
descarga eléctrica)– estas unidades prefieren la “embestida” a la investigación. Lo cual, en un contexto político
que insiste en la “reconquista de los barrios”, reduce la
mayoría de sus intervenciones cotidianas a una represión
sin delitos, a controles sin infracciones, que generan tensiones. En consecuencia, su interacción con los grupos
de jóvenes suele limitarse a concentraciones sistemáticas
durante los controles, cuando no “apedreos”, seguidos de
inútiles y reiteradas verificaciones de identidad, humillaciones, a veces golpes y frecuentes acusaciones por “ultrajes” y “rebelión”.
La prioridad dada a la intervención por sobre la investigación se refleja fielmente en las estadísticas policiales.
Mientras que los hechos constatados por los servicios de
25
policía y gendarmería se duplicaron entre 1974 y 2004,
el número de personas detenidas por infringir la legislación sobre estupefacientes (ILS) se multiplicó por 39,
y por infringir la legislación sobre extranjeros (ILE), por
8,5... Al mismo tiempo, la tasa de esclarecimiento (casos
resueltos/hechos comprobados) disminuyó enormemente, pasando de 43,3% a 31,8% . Lo que, en otras palabras, significa que la actividad policial se centra en pequeños delitos cuya verificación resulta de la presencia
policial en las calles, así como de la intensificación del
control de determinados grupos sociales (4). Esta intensificación es en gran medida responsable del deterioro
de las relaciones entre la institución y dichos grupos, y
alimenta la llamada violencia “urbana”. Suele olvidarse,
en efecto, que tanto el orden como el desorden son coproducciones en las cuales las instituciones de seguridad desempeñan un papel tan importante como el público al que se enfrentan.
Entre la degradación económica, social y moral de los
sectores populares producto de treinta años de políticas
liberales, y las estrategias policiales –pero también sociales– implementadas para controlar a sus hijos (5), no faltan razones para que los suburbios exploten. Cabría preguntarse incluso por qué no explotan más a menudo.
El factor desencadenante de la serie de actos de violencia que afectaron a Francia a fines de octubre de 2005 fue
la trágica muerte de dos adolescentes (y las graves heridas sufridas por un tercero) que intentaban escapar a un
control en el suburbio de Clichy-sous-Bois. La ira y la indignación en el barrio desembocaron en enfrentamientos
con las fuerzas del orden, incendios de automóviles, mobiliario urbano y otras destrucciones. Como siempre, podría decirse. Los “especialistas en violencia urbana” tienden en efecto a ocultar rápidamente la responsabilidad
policial en el origen de la violencia colectiva. La ex comisario de los servicios de inteligencia policiales Lucienne
Bui-Trong lo recuerda a su pesar, cuando reconoce que
la policía estuvo involucrada –directa o indirectamente–
en el desencadenamiento de un tercio de los 341 motines
registrados por su servicio entre 1991 y 2000 (6). Cifra a
26
la que deberían sumarse las decisiones judiciales y los
crímenes cometidos por guardias de seguridad privada y
particulares.
Desde este punto de vista, los acontecimientos de Clichy-sous-Bois no se distinguen de sus trágicos precedentes, pero tuvieron una difusión sobre la que es preciso reflexionar. Primero, esta prolongación está acompaña- da
de un cambio de naturaleza. Tal como lo comprobaba
Jean-Claude Delage, secretario general adjunto del sindicato policial Alliance: “Al principio, los enfrentamientos eran con la policía; hoy se trata más bien de pequeños
grupos que se dedican a una suerte de guerrilla urbana sin
enfrentarse directamente con las fuerzas del orden” (7). La
disminución de estos enfrentamientos se debe al hecho de
que más allá del contexto emocional vinculado a la muerte
de alguien cercano (familiar, amigo, conocido), no se reunieron las condiciones para que decenas e incluso cientos
de individuos enfrenten a las fuerzas del orden.
La furia observada en Clichy, al igual que en otros barrios
en ocasión de dramas similares, supera ampliamente a los
“jóvenes”. Es compartida por un gran número de adultos y
familias que, si bien no participan en los enfrentamientos,
dicen comprenderlos, lo que es profundamente diferente
en una situación en la que un drama se vive a distancia. En
este caso, las movilizaciones sólo pueden ser producto de
pequeños grupos que se conocen entre sí y adquieren otras
formas. Una de ellas es el incendio de automóviles.
Esta práctica no data del otoño de 2005: 21.500 automóviles fueron incendiados en 2003 (un promedio de 60 por
noche), en la mayor parte de los casos sin relación con la
violencia colectiva. Si bien los motivos son diversos (destrucción de vehículos robados, conflictos familiares, estafas a las compañías de seguros), no es menos cierto que
en algunos barrios esta práctica es habitual. Fáciles de
provocar y espectaculares, los incendios (de autos, pero
sobre todo de contenedores de basura) tienden a convertirse, para los más jóvenes, en un modo frecuente de protesta, uno de los pocos de que disponen estas poblaciones para hacerse oír, en un contexto de desorganización y
marginación política.
27
En efecto, el acceso a formas pacíficas de movilización,
que caracteriza la pertenencia a los círculos legítimos de
representación, continúa siendo desigualmente accesible
según los grupos sociales. El uso de este repertorio de acciones descalificado públicamente no debe confundirse
con la delincuencia. Algunos individuos involucrados en
los recientes desórdenes tienen, tuvieron o tendrán conductas delictivas. Pero éstas son independientes de las dinámicas observadas estas últimas semanas y de sus manifestaciones. Lo que explica que la mayoría de las personas
llevadas ante los tribunales carezca de antecedentes.
Manipulación mediática
El recurso a una violencia incendiaria, alimentada por
años de degradación social, económica y de endurecimiento del control, encontró resortes para desplegarse
en el discurso radical del ministro del Interior Nicolas
Sarkozy y en la caja de resonancia que constituyeron los
medios de comunicación, especialmente la televisión. La
mezcla de desprecio social y virilidad guerrera exhibida
por Sarkozy en el curso de sus declaraciones públicas fomentó los disturbios. Cristalizó las humillaciones y los
rencores localmente acumulados, proporcionándoles un
blanco común. Ferviente partidario de la relación de fuerzas, el ministro pretendía sin duda obtener así beneficios
políticos de su firmeza, y al mismo tiempo acabar con lo
que percibía como resistencias a su política de orden. Este
cálculo puede ser acertado a corto plazo, pero incrementó la intensidad de la violencia y dejará huellas indelebles
en la memoria colectiva de los complejos habitacionales,
con efectos imprevisibles. En cuanto a la influencia de los
medios de comunicación, también fue preponderante.
A semejanza de las asambleas generales de huelguistas,
que comienzan siempre con la enumeración de las adhesiones de las universidades, o de los establecimientos incorporados al movimiento, toda movilización local saca
buena parte de su eficacia de la dinámica colectiva en la
cual se inscribe. Que en este caso fue admirablemente recogida por la prensa, con la ayuda de mapas incendiados
y el “palmarés” de destrucciones. Más que una lógica de
28
imitación alimentada por la voluntad de hacerlo “mejor”
que el barrio vecino, el tratamiento de la información relacionada con la crisis sincronizó, homogeneizó y difundió repertorios de acciones violentas, acreditando así la
ficción de un movimiento nacional.
Estos principios básicos de la sociología de la acción
colectiva permiten comprender la dinámica de la crisis, e
invalidan definitivamente las teorías sobre su manipulación por parte de islamitas radicales o grupos criminales
organizados. Estas teorías no son en el mejor de los casos
sino la manifestación de la incomprensión de la situación
de quienes a ellas recurren, y en el peor, de su cínica utilización para justificar la pérdida de control y/o medidas
radicales para enfrentarla.
Porque es sin duda allí donde reside uno de los mayores
riesgos de los recientes acontecimientos. Así como el rechazo del Tratado Constitucional Europeo fue reinterpretado inmediatamente por nuestros gobernantes como la
voluntad de una mayor desregulación, los disturbios del
otoño de 2005 servirán de pretexto para nuevos retrocesos
sociales. El certificado de estudios a los 14 años, el probable fin del colegio único y la aceleración de la flexibilización del empleo no calificado son las respuestas dadas
por los gobernantes a la incertidumbre de los jóvenes de
los sectores populares. Se reforzaría el endurecimiento
policial y judicial, cuyos efectos funestos para la cohesión
social y el orden público acabamos de describir. La reducción de las prestaciones sociales, con la que algunos funcionarios soñaban desde hacía mucho tiempo, recobró
vigor y los informes más reaccionarios (como el informe
Benisti o el del Instituto Nacional de Salud e Investigación
Médica sobre los “trastornos de los adolescentes”) están
nuevamente a la orden del día, para patologizar los comportamientos descriptos como “antisociales” de los hijos
de las familias modestas y/o de origen inmigrante.
El gobierno, especulando con las rivalidades internas
en las clases populares (los que “triunfan” contra “los
que no quieren salir adelante”; las “víctimas” contra los
“autores”; los “franceses” contra las “familias polígamas”)
explotará los desórdenes actuales para acabar tanto con
29
las protecciones sociales y salariales como con las formas
desordenadas de resistencia al orden desigual que defiende. Esto debería obligar a una izquierda políticamente
consecuente a aprovechar la ocasión para presentar un
proyecto de transformación, capaz de llenar las fisuras
causadas en los sectores populares por treinta años de revolución conservadora.
Los titubeos del Partido Socialista (PSF) con respecto a la
prolongación del estado de emergencia, la incapacidad del
Partido Comunista (PCF) o de las agrupaciones de extrema
izquierda para presentar una alternativa dirigida a aquellos
que tienden a convertirse en las “nuevas clases peligrosas”
o para integrar sus especificidades, demuestran que no encontraron el camino. Así las cosas, las “soluciones” aportadas a la crisis no harán más que fortalecer las razones que
constituyen su origen. La reconstrucción de solidaridades
efectivas es más que nunca necesaria. Lo que históricamente ha permitido mejorar su destino colectivo y lograr
conquistas sociales a individuos de estatus profesional,
confesional y origen diferente es la organización en torno a
objetivos políticos comunes. Y eso es lo que los liberales y
sus servidores se empecinan día a día en destruir, tanto en
los suburbios como en otros lugares. u
1. Robert Castel, Les métamorphoses de la question sociale, Gallimard, París, 1999.
2. Stéphane Beaud y Michel Pialoux, “La ‘vergüenza’ de ser trabajador”, artículo de
Le Monde diplomatique edición chilena, junio de 2002, libro El Trabajo, editorial Aún
Creemos en los Sueños, agosto de 2007.
3. Véase, especialmente, Observatoire des zones sensibles, Informes 2004 y 2005,
Editions de la DIV, París.
4. Y correlativamente, el abandono de la represión de todas las formas de de- lincuencia
compleja, tal como lo reconoce el Rapport au Garde des Sceaux sur la politique pénale
menée en 1999, Direction des affaires criminelles et des grâces, abril de 2000, pág. 27.
5. Laurent Bonelli, “Une vision policière de la société”, Le Monde diplomatique, París,
febrero de 2003.
6. Lucienne Bui Trong, Les racines de la violence. De l’émeute au communautarisme,
Audibert, París, 2003, págs. 63 y ss.
7. Radio France Culture, 9-11-05.
L.B.
30
¿Un laboratorio policial a la vista de Europa?
Represión como escarmiento en
Copenhague
por René Vázquez Díaz*
En el curso de una semana, a comienzos de marzo
de 2007, en Copenhague, los defensores de una Casa
de Jóvenes, la “Ungdomshuset”, símbolo de la contra
cultura europea, vendida por el nuevo intendente,
resistieron y libraron una verdadera guerra de
guerrillas contra las fuerzas del orden. Por su parte, las
autoridades danesas no vacilaron en apelar a expertos
policiales de otros países europeos, que acudieron de
buena gana para observar un modelo de represión
contra todo futuro tumulto urbano.
El 1 de marzo, por la mañana temprano, y con una imponente precisión militar, un enorme despliegue de fuerzas del orden bloqueó el sector de la Casa de los Jóvenes
(Ungdomshuset) en un barrio popular de Copenhague.
Como si en ese edificio de cuatro pisos -sede emblemática
de la contracultura europea, cedido por la Municipalidad
en 1982, pero que el nuevo alcalde vendió a una secta cristiana, sin el acuerdo de sus ocupantes- se encontrara un
grupo de terroristas y no unos cuarenta jóvenes sin armas,
cuya edad promedio no superaba los veinte años.
*escritor cUBano residente en sUecia. artÍcULo PUBLicado en eL nÚmero 70 de La ediciÓn
cHiLena de LE MONDE DIPLOMATIQUE, aBriL de 2007.
tradUcciÓn: LUcÍa vera.
31
Empezó el desalojo. La policía utilizaba equipos nuevos. Poderosos cañones rociaron las puertas y las ventanas con una extraña espuma que se endurecía instantáneamente e impedía a los ocupantes abrirlas desde
adentro. Simultáneamente, armados hasta los dientes,
miembros de elite de la brigada antiterrorista llegaron al
techo en helicóptero. Todo indicaba, y las autoridades lo
confirmarían ulteriormente, que la operación había sido
minuciosamente preparada desde hacía tiempo.
Inmediatamente después del asalto y el desalojo por la
fuerza de la Ungdomshuset hubo marchas de protesta, pacíficas en un primer momento. La policía rodeó a los manifestantes, perdió su sangre fría y no tardó en estallar la violencia.
Se sucedieron detenciones masivas, a ciegas, traumatizantes.
En todos lados se veían en las aceras jóvenes, por no decir
niños, esposados. Eran escenas que recordaban situaciones
de tiempos de guerra, con el estruendo de los helicópteros
sobrevolando constantemente la zona de operaciones.
Pronto los contestatarios comenzaron a responder.
Al grito de “¡La calle es nuestra!” volcaron e incendiaron autos. Con ayuda de recipientes, tachos de basura y
bicicletas, los jóvenes construyeron barricadas. Primero
lanzaron adoquines y botellas. Luego, con la gasolina de
los vehículos volcados, prepararon bombas Molotov que
arrojaban hacia las compactas filas de las fuerzas del orden. La escena, con los gritos, llamas, choques, humo y
heridos ensangrentados, cobró la apariencia de una guerrilla urbana, como las que se ven en Medio Oriente.
Cada vez que las cargas brutales de la policía lograban
dispersar al grueso de los manifestantes, pequeños grupos
se reunían en las calles adyacentes, incendiaban cubos de
basura y vehículos. Las acciones espontáneas y descentralizadas, que sorprendieron sin cesar a los policías, eran
coordinadas a través de mensajes enviados desde teléfonos
celulares. Los jóvenes también dieron pruebas de imaginación en la acción psicológica: en medio de los choques más
violentos, y hasta que toda resistencia se volvió imposible,
hacían oír, a todo volumen, desde un camión equipado con
enormes altoparlantes, canciones de Manu Chao y de otros
artistas altermundialistas.
32
Sin motivos legales precisos
Mientras tanto, ocho patrullas de policías y de vehículos
antimotines bloquea- ron el acceso a la Ungdomshuset.
Sin motivos legales precisos, la policía buscaba a extranjeros implicados de alguna manera en los disturbios.
Estas redadas duraron seis días y seis noches, todo el
tiempo de las hostilidades. Tuvieron lugar, por ejemplo,
en la Casa del Pueblo de Stengade, en un colectivo independiente de Baldersgade, en la Casa de la Solidaridad (Solidaritetshuset) y en los domicilios de numerosos
particulares en diversos barrios de Copenhague. Así fueron detenidos más de 140 extranjeros, no porque se los
acusara de algún delito o crimen, sino sobre la base de
una “presunción de peligrosidad” y para evitar que participaran de acciones futuras (1).
Más allá del uso excesivo de la fuerza, las acciones de
la policía sorprendieron por su ilegalidad, ya que se interrogó a una multitud de menores, ahora fichados, pero
no se informó su número exacto. El control de las fronteras, la gran cantidad de fuerzas del orden y de vehículos antimotines movilizados, los gases lacrimógenos, la
brutalidad de los ataques contra los manifestantes con
equipos especiales, así como las detenciones masivas y
arbitrarias, dieron la imagen de una policía militarizada
que –como su homóloga italiana en julio de 2001 durante la Cumbre del G8- mostró una alarmante tendencia a
actuar fuera de los marcos democráticos.
Para esta batalla de Copenhague se pidieron refuerzos
a otros países europeos. Así, por ejemplo, una veintena de
vehículos policiales suecos llegaron de Malmö, del otro
lado del estrecho de Öresund. Cinco altos responsables
de las fuerzas del orden suecas también acudieron al lugar de los hechos para observar los métodos represivos de
sus colegas daneses. Algunos testigos revelaron que agentes de civil, equipados con auriculares muy característicos, iban y venían en medio de los disturbios, y se comunicaban en otros idiomas (alemán, francés, inglés).
Respondiendo a la pregunta de un periódico, el vocero de la policía de Copenhague negó categóricamente
la presencia de unidades activas procedentes de otros
33
países. Reconoció, en cambio, que “si las había”, era “en
calidad de observadores”. Otros analistas pudieron constatar que las fuerzas del orden danesas habían utilizado
una táctica policial francesa, puesta en práctica en 2006
en ocasión de las grandes manifestaciones parisinas
contra el proyecto de Contrato de Primer Empleo: unidades especiales de agentes vestidos como los activistas se mezclaron con los que protestaban, arrojándose
súbitamente sobre los que parecían ser cabecillas, para
inmovilizarlos y llevárselos a la fuerza.
Los jóvenes militantes coordinaron sus acciones mediante una sofisticada red de sitios de Internet, en los cuales se
podía seguir la evolución de los enfrentamientos hora tras
hora, con informaciones detalladas sobre los movimientos
de la policía. Una de las nuevas prioridades de las fuerzas
del orden sería piratear esas comunicaciones.
El 5 de marzo, en medio de un fuerte bloqueo policial, finalmente la Casa de los Jóvenes fue demolida por
obreros provistos de máscaras; el nombre de la empresa
propietaria de las topadoras y palas que utilizaban había
sido disimulado. Con la destrucción de la Ungdomshuset desapareció una parte esencial de la historia del movimiento obrero danés. Los medios no explicaron suficientemente las razones del odio que ese lugar inspiraba
en ciertos círculos. Porque la voluntad de poner fin a un
conflicto que oponía a los jóvenes con las instituciones
desde hacía veinticuatro años no fue el único motivo de
la intervención...
Desde su construcción en 1897, este edificio fue la sede
de la Casa del Pueblo (Folketsus), punto memorable de
agitación política del mundo obrero pobre de Nørrebro.
Allí estuvieron personalidades como Lenin y Rosa Luxemburgo. El 26 de agosto de 1910 se realizó en ese lugar
una conferencia internacional de mujeres socialistas. En
esa ocasión Clara Zetkin lanzó la idea de crear una Jornada Internacional de la Mujer. Con esos antecedentes
históricos, se comprende la prisa casi desesperado de las
autoridades danesas por destruir el edificio.
En 1982, después de casi dos años de conflictos, la
municipalidad de Copenhague terminó autorizando a
34
los jóvenes a utilizarla. Pero en 1999, la nueva municipalidad decidió su cierre. La clase política estimaba que
las actividades “no eran satisfactorias” y que el edificio
estaba en mal estado debido a un incendio en 1996. Por
su lado, los jóvenes “antisistema” defendían su derecho
a expresarse, en esa casa, con su tradición de lucha, y
porque allí disponían de cuatro pisos y de un subsuelo
donde había una librería, una sala de conciertos y salas
de ensayo, un estudio de grabación, una imprenta, numerosas salas de reunión y una cocina colectiva.
Estado de sitio policial
Con más de 500 visitantes por semana, Ungdomshuset
constituía una forma radical de pensamiento alternativo.
Este centro de actividades culturales, sociales y políticas
estaba basado en la tolerancia, la responsabilidad y la
solidaridad, sin discriminación racial ni sexual, y ostentaba un desprecio total por la sociedad de consumo. Un
detalle importante es que esos jóvenes, independientes,
no deseaban especialmente cambiar la sociedad; por lo
tanto no representan un peligro para la seguridad del Estado. Sólo exigían que los dejaran desarrollar su cultura
a su manera.
En el año 2000, los representantes socialdemócratas
de la municipalidad vendieron el inmueble a la secta
Faderhuset (Casa del Padre). Este grupo religioso fundamentalista, cuyo responsable, Knut Eversen, sólo escucha las indicaciones que le llegan “directamente de
Dios”, apoya la “cruzada” contra los musulmanes de Dinamarca. Esa venta constituyó un acto de guerra simbólica, convirtiendo el conflicto en insoluble. Los jóvenes
rechazaron todas las propuestas de traslado, negando la
intervención de educadores y asistentes que estructurarían su tiempo libre y su manera de pensar. Entonces
el conflicto se desplazó hacia el terreno del derecho a la
propiedad privada, con lo cual el desalojo solicitado por
la secta obtuvo una cobertura legal.
A las protestas violentas siguieron reiteradas manifestaciones pacíficas. El 8 de marzo, una marcha de mujeres
reunió a más de 3.000 personas. La policía efectuó con35
troles generalizados de identidad. Dinamarca no había
conocido nunca esta suerte de estado de sitio policial.
Más de 750 personas fueron detenidas, entre ellas cerca
de 140 extranjeros.
La zona metropolitana de Copenhague tiene un poco
más de un millón de habitantes. Como la policía no tiene los medios para encerrar e interrogar a tantos detenidos, muchos de ellos fueron trasladados a Fyn y a
Jylland. Para poder alojar a los jóvenes detenidos hubo
que vaciar parcialmente de sus presos comunes un establecimiento penitenciario de Copenhague. Del 10 al 19
de marzo, Nørrebo y Christianshavn fueron decretadas
zonas en las cuales todo ciudadano estaba expuesto a ser
registrado y fichado, aun cuando no hubiera sospechas
sobre él. Esta medida, excepcional en tiempos de paz,
bastaría para probar la incapacidad de las autoridades
para controlar la situación. Sin embargo, según la policía, la operación “fue un éxito”, porque gracias a la gran
cantidad de detenciones y a pesar de la violencia de los
choques, hubo pocos heridos. Si esta manera de justificar la aplicación de medidas propias de un Estado policial prosperaran en Europa, se parecería a una situación
seudo fascista.
¿Cómo se explica esta represión desmesurada? Para
el profesor Lars Dencik, de la Universidad de Roskilde,
Dinamarca se preparó para enfrentar peligros terroristas
en su territorio. Como no ocurre nada, vio en el desalojo
de la Casa de los Jóvenes una ocasión de oro para probar
sus fuerzas de elite. Mikael Rothstein, de la Universidad
de Copenhague, piensa que algo grave ha ocurrido. Después de haber sido uno de los países más tolerantes y
libres de Europa, Dinamarca se ha vuelto “retrógrada” y
“de espíritu estrecho”. El actual gobierno, una coalición
liberal conservadora que dirige desde 2001 el Primer Ministro Anders Fogh Rasmussen, apoyado por la extrema
derecha xenófoba y ultranacionalista, libró en esta ocasión una batalla no sólo política, sino sobre todo cultural, contra todo tipo de oposición.
De a poco se ha impuesto una nivelación de las opciones ideológicas. Incluso en materia de literatura, las
36
autoridades tratan de imponer una regla dogmática. Hoy
en Dinamarca, mucho más que en el resto de Europa, el
rechazo de todo lo que pueda ser diferente o se salga de
una cierta docilidad social, se ha incorporado en la afirmación de un discurso “danés étnico”, opuesto a los inmigrantes. En un clima de intolerancia que se hace cada
vez más pesado, el Estado consideró que podía combatir
mediante la represión los valores de la contracultura solidaria y anticonsumista de la Ungdomshuset.
El desalojo y la rápida demolición de Ungdomshuset
pueden comprenderse como un arreglo de cuentas con
un grupo difícil de controlar. Pero la actitud de las autoridades danesas debe interpretarse como una “experiencia de laboratorio” en materia de represión policial,
propia de un sistema que presiente que tendrá cada vez
más necesidad de ella. En Copenhague se pusieron en
práctica técnicas de tipo cuasi-militar. Las fuerzas del
orden de otros países europeos disponen ahora de un
precedente, estudiado in situ, que los ayudará a responder a la pregunta: ¿qué dosis de represión soporta una
democracia? u
1. La Asociación de Padres contra la Brutalidad Policial, que desempeña una función
importante como testigo de lo que los activistas denominan la ”salvaguarda del Estado”,
denunció estas prácticas que atentan contra los derechos civiles.
r.v.d.
37
De Serbia, a la Primavera Árabe y Venezuela
Mercenarios de las luchas
no violentas
por Ana Otasevic*
Otpor!, un pequeño grupo de estudiantes serbios que en
los años noventa quería derrocar a Slobodan Miloševic,
se convirtió en una organización “sin ideología”,
aunque muy cercana a Estados Unidos, que vende en
todo el mundo su especialización: desestabilización
y derrocamiento de gobiernos mediante métodos de
resistencia pasiva.
Esta historia comienza un día de otoño de 1998 en un café
del centro de Belgrado. La mayoría de los jóvenes presentes dieron sus primeros pasos en las manifestaciones estudiantiles de 1992 y luego en las de 1996-1997. Han creado el movimiento Otpor! (“¡Resistencia!”) con el objetivo
de hacer caer al presidente yugoslavo Slobodan Milošević
quien, en el poder desde 1986, acaba de poner bajo control a las universidades. Para impresionar a una chica
del movimiento, uno de los estudiantes, Nenad Petrović
Duda, dibuja en un trozo de papel un puño negro en alto.
Una mañana de noviembre las paredes del centro de la
ciudad aparecen cubiertas con plantillas con el símbolo
de Otpor! acompañadas de eslóganes contra el régimen.
Cuatro jóvenes militantes son detenidos y condenados a
*Periodista Y cineasta, BeLgrado. artÍcULo PUBLicado en La ediciÓn cHiLena de LE MONDE
DIPLOMATIQUE enero-FeBrero 2020.
39
quince días de cárcel. El puño en alto es retomado en la
portada del diario Dnevni Telegraf, cuyo redactor en jefe,
Slavko ćuruvija, es llevado ante los tribunales.
“Otpor! apareció como una fuerza nueva. Con este
proceso rápidamente nos hicimos famosos”, cuenta Srđa
Popović, estudiante de biología marina y músico que soñaba con convertirse en estrella de rock antes de lanzarse
a la política. Esta “fuerza” estaba integrada al comienzo
por unos treinta estudiantes. Un año más tarde, miles de
personas esgrimían el símbolo de Otpor! en todo el país.
“Rápidamente montamos la infraestructura en los centros
universitarios. Los partidos de oposición estaban desunidos. La juventud se acercaba a nosotros”, explica el cofundador del movimiento.
El pequeño tamaño de la organización y su funcionamiento horizontal, sin jefes oficiales, resultaron ser recursos exitosos para debilitar y desacreditar al régimen a través
de la sátira. El movimiento buscaba, ante todo, movilizar a
la población, en especial a la juventud que mostraba desinterés por la vida política. Otpor! reunía tanto a monarquistas o socialdemócratas como a liberales. Una ausencia de
columna vertebral que ellos todavía reivindican: “No hacíamos nada demasiado político porque molestaba; queríamos que nuestras intervenciones fueran una distracción
y, sobre todo, que hicieran reír”, dice Popović, que rinde
culto a los Monty Python (1). Por ejemplo, cuando un grupo de Otpor! hizo desfilar un burro engalanado con falsas
condecoraciones militares en Kruševac, en Serbia Central,
la policía detuvo a los jóvenes pero no sabía qué hacer con
el burro: “En una escena rocambolesca, los policías trataron de empujar al animal a un furgón a golpes de porra
-cuenta Srđan Milivojević, un ex militante-. La multitud
gritaba: ‘No toquen al héroe nacional!’”. Los golpes de efecto humorísticos seguidos de arrestos llegaron a la portada
de los diarios, mientras que la represión policial contribuyó
a erosionar la legitimidad del poder provocando divisiones
entre los últimos partidarios de Milošević.
La generación Otpor! creció en una época marcada
por las guerras fratricidas de la ex Yugoslavia y por el
aislamiento internacional. Su proyecto político era el
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sueño de una “vida normal”. “Nosotros veíamos en los
canales satelitales cómo vivía la gente de nuestra generación en París o en Londres, mientras que en nuestro país los estantes de los negocios estaban vacíos.
Peleamos por nuestra supervivencia”, cuenta Predrag
Lečić, otro miembro del primer círculo de Otpor!. “No
luchamos por algo, sino contra alguien”, resume Ivan
Marović, ex portavoz oficial de Otpor! que en la actualidad vive en Kenia.
Tiempos de organización
En 1999, la guerra de Kosovo y los bombardeos de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
a la República Federal de Yugoslavia marcaron un giro.
“El 24 de marzo de 1999 me desperté para comprobar
que Francia ya no estaba en el corazón de Serbia, sino
en su cielo, desde donde lanzaba centenares de bombas con el objeto de castigar al régimen”, se acuerda
Milivojević. “Uno no encara una tarea de oposición
cuando su país es bombardeado”, agrega Popović, cuya
madre escapó por poco a los bombardeos que tenían
como objetivo la televisión nacional, donde trabajaba como periodista. Él logró ocultarse, mientras que
ćuruvija fue asesinado por esbirros del régimen.
Después de ese período de estupor, Otpor! fue la
primera fuerza política que pasó a la acción. Renunciando al calificativo de “estudiantil” con el objetivo de
ampliar su base y canalizar el descontento, se convirtió
en un movimiento popular. Pese a una represión cada
vez más fuerte, anunció la creación de un frente unido
contra el poder, con partidos políticos, asociaciones,
medios independientes y sindicatos. Luego, a mediados de los años 2000, Otpor! se transformó en un movimiento fuerte con numerosos adherentes y capaz de
desempeñar un papel decisivo en la oposición.
Sometido a una fuerte presión interior y exterior,
Milošević anunció una elección anticipada en septiembre
de 2000. Otpor! contribuyó a la participación electoral y a
la caída del Presidente. Popović entró al Parlamento como
representante del Partido Demócrata y se volvió consejero
41
del primer ministro Zoran Đinđić, luego miembro del gabinete del ministro de Ecología y consejero para el Desarrollo
Sustentable ante el vice primer ministro. Los años épicos
habían pasado. El movimiento trató de transformarse en
partido, pero las elecciones parlamentarias de 2003 fueron
un fracaso: obtuvieron el 1,6% de los sufragios.
Sin embargo, no fue el fin de la aventura para alguien
que se presentaba como un “revolucionario común y
corriente”. En 2003, Popović creó el Centro para las Acciones y Estrategias No Violentas Aplicadas (Center for
Applied Nonviolent Action and Strategies, Canvas) con
Slobodan Đinović, otro fundador de Otpor!. Durante
los años siguientes, los instructores de Canvas difundieron su experiencia en unos cincuenta países, entre
ellos Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Albania, Rusia, Kirguizistán, Uzbekistán, Líbano o Egipto.
Los pequeños locales de Canvas situados en un centro comercial poco atractivo de Novi Beograd (Nueva
Belgrado) no permiten adivinar el tamaño de la red. “El
entrenamiento y la formación de los activistas se han
convertido en nuestra profesión -cuenta Popović-. La
primera lección apunta a crear unidad a través de una visión fuerte del porvenir. Yo les explico cómo reunir gente de horizontes ideológicos diferentes alrededor de un
objetivo común para obtener más del 50 % de los votos”.
Cuando no está presente para administrar su organización, el director, Đinović, dicta cursos sobre lucha no
violenta en alguna parte en el mundo. En la lista de países
figuran Vietnam, Zimbabwe, Suazilandia, Siria, Somalia,
Papúa Occidental, Azerbaiyán, Papúa Nueva Guinea, Venezuela e Irán. ¿Promueve Canvas una visión del mundo?
“No somos una organización ideológica, sino educativa
-responde Popović-. El color político de los activistas importa poco. Apenas verificamos que no sean extremistas,
porque las ideologías extremas no tienen capacidad de
crecimiento en una lucha no violenta.”
El equipo de Canvas es reducido. “Cinco personas, cinco salarios, locales y una conexión a Internet gratuita,
teléfonos gratuitos -detalla Popović-. Doce personas de
cuatro países dan cursos de capacitación. Y no sólo eso:
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los georgianos enseñan; una filipina milita también en
una ONG aquí en Belgrado; un chico trabaja en informática; otro dirige una empresa de contabilidad…”.
Arquitectos de la desestabilización
Los primeros clientes llegaron de Europa Oriental. El Fondo de Educación Europea -una fundación polaca- contactó
a Canvas en septiembre de 2002 con el objetivo de formar
militantes del movimiento Zubr (“Bisonte”) que deseaban
terminar con el régimen de Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia. Pero las autoridades de este país declararon a sus
emisarios persona non grata seis meses más tarde. Antes de
participar en la “Revolución de las Rosas” y en la partida de
Eduard Shevardnadze, en noviembre de 2003, los militantes georgianos del movimiento Kmara! (“¡Basta!”) también
siguieron una formación en Serbia en junio de 2003. Pero
fue sobre todo en Ucrania, durante el otoño de 2003 y el invierno de 2004, que los métodos serbios fueron aplicados a
gran escala. A su vez, los ucranianos formaron a militantes
de otros países: Azerbaiyán, Lituania, Rusia, Irán, etc.
Los cambios de régimen en Europa Central y Oriental
suscitaron gran interés en el mundo árabe-musulmán, en
América del Sur y en África. El puño negro reapareció en
el Líbano en 2005, en vísperas de la Revolución del Cedro,
tres años más tarde en Las Maldivas. En 2009, unos quince
militantes egipcios del Movimiento de la Juventud del 6 de
Abril y de Kifaya (“Basta”) llegaron a Belgrado para estudiar las estrategias que podrían ayudarlos a derrocar al inamovible presidente Hosni Mubarak. Se realizaron talleres
a la vera del lago de Palić, cerca de la frontera húngara. “Es
un caso único donde el modelo fue retomado en su totalidad. Organizaron cincuenta talleres en quince ciudades
egipcias”, afirma Popović. “La formación que nosotros seguimos sobre desobediencia civil, lucha no violenta y los
medios para derribar los pilares del sistema influyeron en
cómo actuó nuestro movimiento”, cuenta Tarek El Khouly,
ex miembro del “6 de Abril”, responsable de la organización
de las manifestaciones.
Con mayor impulso a causa de los acontecimientos en
Túnez, por su carácter espontáneo y por el derrocamiento
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del presidente Zine El Abidine Ben Ali, varios jóvenes militantes se lanzaron al asalto de la plaza Tahrir, en El Cairo,
en enero de 2011. Llevaban pancartas donde figuraba el
puño apretado y el eslogan “¡El puño sacude El Cairo!”. La
víspera, en Internet circulaba una guía que detallaba con
precisión los lugares que había que tomar (la radiotelevisión egipcia, comisarías, el palacio presidencial) y las formas de esquivar las fuerzas del orden. Después de la caída
de Mubarak, algunos militantes terminarían por unirse al
mariscal golpista Abdel Fatah Al-Sisi, mientras que otros
serían encarcelados.
Considerado por algunos como un “arquitecto secreto”
de la Primavera Árabe, Popović piensa que su fracaso se
explica por la ausencia de un proyecto: “Sólo querían hacer caer a Mubarak, pero no habían pensado en el después. En Ucrania y en Serbia era sencillo: queríamos vivir
como en Europa. Pero para los países árabes no hay un
modelo positivo. Llegaron los Hermanos Musulmanes y el
Ejército y los militantes terminaron en prisión. Da tristeza
de solo pensarlo”.
Si bien dice que no formó directamente al “presidente” autoproclamado de Venezuela Juan Guaidó, Popović
reconoce que el opositor al régimen de Nicolás Maduro
es un amigo: “Es evidente que haré todo lo que esté a mi
alcance para poder ayudarlo a luchar contra un régimen
al que ni siquiera el Ejército logra ya proteger de sus propios ciudadanos”. Desde la reelección indiscutible de
Hugo Chávez, en diciembre de 2006, con el 62% de los votos, Canvas formó el movimiento de juventud venezolana
Generación 2007 y trabajó con los activistas venezolanos
sobre todo en México y en Serbia. Varios miembros del
equipo de Guaidó recibieron una formación en Belgrado
en 2007: Geraldine Álvarez, su responsable de relaciones
públicas; Elisa Totaro, que trabajó sobre la comunicación
del movimiento estudiantil inspirándose en los métodos y
en la identidad visual de Otpor!, o Rodrigo Diamanti, encargado de la ayuda humanitaria procedente de Europa.
En un texto de junio de 2017 los responsables de Canvas exponen lo que en su opinión sería una estrategia
eficaz: “La oposición en Venezuela deberá hablar con
44
la policía utilizando la música, los abrazos y las flores, y
no arrojarles cócteles molotov, piedras o bombas de materia fecal” (2). Desde septiembre de 2010, Canvas había
identificado la principal debilidad estructural del país: el
suministro de electricidad. “Los grupos de oposición podrían sacar provecho de la situación” (3). En varios países,
como el Egipto del presidente Mohamed Morsi (Hermanos
Musulmanes, 2012-2013), los cortes de electricidad lograron cambiar de posición a una parte de la opinión pública.
Sectores descontentos del Ejército podrían decidirse a intervenir solamente en una situación de impugnación masiva, según el documento: “Era la matriz de las tres últimas
tentativas de golpe de Estado. Allí donde el Ejército pensaba disponer de un apoyo suficiente, la opinión pública
no respondió en forma positiva (o respondió negativamente), y el golpe de Estado fracasó”. Después de la muerte de
Chávez, en marzo de 2013, y el deterioro de la economía,
las tentativas de desestabilización se acentuaron.
En marzo de 2019 la central hidroeléctrica Simón Bolívar tuvo una falla. Caracas y la mayor parte de Venezuela se quedaron sin luz. El deterioro de la infraestructura,
identificado desde 2010, era tal que una eventual intervención exterior podía no ser detectada. El secretario de
Estado estadounidense Michael Pompeo no tardó en reaccionar en Twitter: “No hay comida, no hay medicinas,
ahora no hay electricidad; lo próximo, no habrá Maduro”.
“La luz volverá cuando la usurpación [de Maduro] se termine”, completa Guaidó lanzando un llamado a las Fuerzas Armadas. Un llamado recibido alto y claro por William
Brownfield, ex embajador estadounidense en Caracas:
“Por primera vez tienen un líder de la oposición que está
señalando claramente que quiere mantener a las Fuerzas
Armadas y a la policía en el lado de los ángeles y con los
chicos buenos” (4).
Este caso muestra cómo los objetivos de Canvas resultan ser perfectamente compatibles con los del gobierno
estadounidense, promovidos a través de la Agencia de los
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (United
States Agency for International Development, USAid) y su
Oficina de Iniciativas para la Transición (Office of Transi45
tion Initiatives, OTI). En una nota de noviembre de 2006
revelada por WikiLeaks, Brownfield describía la estrategia
estadounidense en Venezuela: “Reforzar las instituciones
democráticas; penetrar la base política del régimen; dividir al chavismo; proteger los intereses vitales de Estados
Unidos; aislar internacionalmente a Chávez”, antes de
concluir: “Estos objetivos estratégicos representan la parte más importante del trabajo de la USAid-OTI en Venezuela” (5). Por otra parte, Canvas nunca intervino en varios países aliados clave de Estados Unidos, como Arabia
Saudita, los Emiratos Árabes Unidos o Pakistán.
La mano estadounidense
Para comprender la influencia del pequeño equipo de
Canvas en tantos países hay que volver a fines de los años
noventa. Un informe especial del Instituto de Paz de Estados Unidos (United State Institute of Peace) del 14 de abril
de 1999 aporta una pista: “El gobierno de Estados Unidos
debería aumentar sensiblemente su apoyo a la democracia en la República Federal de Yugoslavia para hacerla pasar de su nivel actual de alrededor de 18 millones de dólares a 53 millones durante este año fiscal […]. Estos fondos
podrían financiar viajes al extranjero para los dirigentes
estudiantiles y brindar apoyo a programas de estudios y
pasantías en Europa y en Estados Unidos” (6). El informe
es ilustrado por un puño negro en alto, símbolo de Otpor!.
“Muchos actores internacionales tenían interés en hacer caer a ‘Sloba’ [Slobodan Milošević] -explica Popović-.
Se trataba de gente con la que se podía hablar de política
y obtener dinero, como la Fundación Nacional para la Democracia [National Endowment for Democracy, NED], el
Instituto Republicano Internacional [IRI] y Freedom House, que trabajaba con los medios”. Aunque oficialmente
“no gubernamentales”, estas instituciones surgieron directamente de los dos grandes partidos políticos estadounidenses y fueron financiadas por el Congreso o por el
gobierno de Estados Unidos. El ex embajador estadounidense en Bulgaria, Croacia y Serbia, William Dale Montgomery, contó cómo la secretaria de Estado de la época,
Madeleine Albright, había convertido en una prioridad el
46
derrocamiento de Milošević, apoyando sobre todo a Otpor! (7). “La oposición se mostró con Madeleine Albright.
[El opositor] Vuk Drašković le besaba la mano; la foto de la
escena fue utilizada por el poder. Este tipo de encuentros
para tomar fotos no es un apoyo. Por eso nunca nos tomamos fotos con ellos”, comenta Popović.
“No sabíamos cómo derrocar a Milošević. Luego él llamó a elecciones anticipadas y de pronto tuvimos la ocasión de lanzar una campaña dirigida contra él”, contó
James C. O’Brien, ex enviado especial del presidente William Clinton a los Balcanes (8). Este ex director de Planificación Política en el Departamento de Estado después
se convirtió en el vicepresidente de Albright Stonebridge
Group (ASG), una de las tantas empresas estadounidenses fundadas por ex funcionarios, representantes del Ejército y diplomáticos que volvieron después de la guerra
para comprar empresas públicas en Kosovo (9).
Según Paul B. McCarthy, en esa época responsable regional de la NED, Otpor! habría recibido la mayor parte
de los 3 millones de dólares gastados por la organización
estadounidense en Serbia a partir de septiembre de 1998.
Estos fondos sirvieron para la implantación de manifestaciones y la fabricación de material de propaganda -remeras, afiches y adhesivos que reproducían el puño apretado-, así como para la formación y la coordinación de
los militantes. “Sacamos dos millones de volantes con las
palabras ‘Se terminó’ que distribuimos por todo Serbia.
Teníamos comités en 168 lugares. Se trataba de la mayor
red de militantes; ningún partido en Serbia tenía tantos.
Alguien pagó por eso, del mismo modo que por las oficinas, los celulares, etc.”, cuenta Lečić.
La formación de los activistas serbios comprendía pasantías sobre las estrategias de la lucha no violenta según
la doctrina de Gene Sharp, politólogo de la Universidad
de Harvard que falleció en 2018 cuyas obras son una referencia en este campo. En la introducción a la tercera edición de su libro De la dictadura a la democracia, Sharp
escribe: “Cuando visitamos Serbia después de la caída del
régimen de Milošević nos dijeron que el libro había ejercido una gran influencia en la oposición” (10). Durante el
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seminario que se realizó en Budapest en el verano del año
2000, Popović y otros dirigentes de Otpor! fueron invitados por el IRI y conocieron a Robert Helvey, un colaborador cercano de Sharp. Veterano de Vietnam, ex agregado militar en Rangún y coronel retirado, experto ante los
servicios de inteligencia militar estadounidenses, Helvey
formó a los estudiantes serbios siguiendo la línea de conducta de Sharp: “La estrategia es tan importante en la acción no violenta como en la acción militar”.
La versión de Popović difiere: “No nos enseñaron nada
-insiste-. Vimos a Helvey en Budapest durante cuatro días,
lo que dio lugar a esa historia según la cual los malvados
estadounidenses nos habían visitado. Pero a nosotros no
se nos había ocurrido eso antes”. Luego Popović estableció vínculos con el coronel Helvey, quien se convirtió en
su “amigo y profesor”, su “Yoda personal” (11). El coronel
incluso bautizó a su gato Serdga, el nombre de pila de
Popović. “Lo pronuncia mal”, se divierte este último, que
cuenta la visita que le hizo en Estados Unidos y su discusión sobre las armas que posee. “En esto es un verdadero
estadounidense. Siempre bromeábamos sobre este tema”.
¿Dudó en cooperar con un coronel del ejército estadounidense? “No lo considero como un coronel del Ejército. Y
en todo caso, la ideología de Otpor! era claramente no violenta”. Asimismo, define la estrategia que ambos enseñan
como una guerra por otros medios, “una guerra asimétrica; no éramos un grupo de chicos ingenuos, sino militantes políticos serios”.
Red de financistas
Según The Washington Post, la operación contra Milošević
habría costado 41 millones de dólares a Estados Unidos:
“Fue el comienzo de un esfuerzo excepcional para deponer a un jefe de Estado extranjero, no a través de una
operación secreta, como aquellas que la CIA llevó a cabo
en Irán o en Guatemala, sino utilizando las técnicas de
una campaña electoral moderna” (12). Toda una red internacional de colaboradores participaba en ese trabajo,
que comprendía a organizaciones como Freedom House -una instancia financiada por el gobierno estadouni48
dense y la Unión Europea cuya vocación es la defensa
“de los derechos de las personas y de la democracia”- y
fundaciones privadas como Ford, Carnegie, Rockefeller,
Open Society Institute de George Soros o Mott Foundation. La red comprendía igualmente a embajadores y
empleados de embajada conectados con los partidos de
oposición y los representantes de la “sociedad civil”. Los
fondos y los apoyos exteriores no presentan problemas
a Popović, porque a su juicio se trataba de “organizaciones que trabajan en la transparencia”. En cambio, el tema
provoca una reacción irritada en Marović: “Pero ¿usted
para quién trabaja? ¿Para Putin? Esa ayuda llegó en los
últimos meses de nuestra lucha contra Milošević. ¿Por
qué presentarla como crucial? Es la máquina de propaganda del Kremlin la que cuenta eso desde la revolución
en Ucrania, en 2004. Ellos tratan de desacreditar la lucha
no violenta presentándola como impuesta del exterior”,
dice el ex activista.
Popović es mucho menos claro cuando se le pregunta de dónde proviene el financiamiento de Canvas: “Los
costos fijos (salarios y locales) son financiados por fondos privados para poder vivir de manera independiente,
no tener que correr tras el dinero. Precisamente por eso
Canvas es pequeño: para ser barato”. Con respecto a la segunda fuente de financiamiento dice: “Diversas organizaciones financian varios aspectos de nuestro trabajo”. Aquí
se detiene la transparencia.
De hecho, Marović y Popović colaboran desde 2003 con
el Centro Internacional de Conflictos No Violentos (International Center on Nonviolent Conflict, ICNC), fundado
en 2002 por Jack DuVall y Peter Ackerman. Este último es
un ex estudiante de Sharp que hizo fortuna en las finanzas
y las inversiones de alto riesgo. Cuando su socio en el negocio fue condenado a prisión por estafa, volvió a ocuparse de la promoción de la democracia. En 2005 se convirtió
en presidente del consejo de Freedom House. Sucedió a
James Woolsey, ex director de la CIA, embajador de Estados Unidos en las negociaciones del tratado sobre las
fuerzas convencionales en Europa y ex consejero del Comité de Asuntos Militares del Senado estadounidense. Sin
49
embargo Ackerman no renunció a los negocios y sigue
dirigiendo dos sociedades de inversión: Crown Capital
Group y RockPort Capital.
En nombre del bien y de la vida
Popović conoció a DuVall y Ackerman durante el rodaje
de su documental sobre Otpor!, Bringing Down A Dictator (2002). Marović participó en la concepción de dos
juegos de video producidos por el ICNC: A Force More
Powerful (2006) y People Power (2010). El concepto es
sencillo: el mundo alberga dictadores malos y demócratas buenos, y se vuelve mejor cuando uno se libera de
los malos. Marović también produjo un manual para el
ICNC: The Path of Most Resistance (“El camino de la mayor resistencia”).
Las “revoluciones de color” permitieron buenas carreras. Los ex militantes se unieron a instituciones que
gozaban de una buena situación económica, como Freedom House, o a fundaciones privadas, como la de Soros.
Otros ocuparon posiciones importantes en sus gobiernos. Popović dio un curso en línea en la Universidad de
Harvard y en 2017 fue elegido rector de la Universidad
de St. Andrews, en Escocia. También da una conferencia
por año en la Academia de la Fuerza Aérea de Estados
Unidos, en Colorado Springs. “Mi teoría sigue siendo la
misma: el 4% de los éxitos de un cambio de régimen son
obtenidos por un cambio violento, y el 96% por un cambio no violento. Un día esos alumnos tendrán que decir:
‘Vamos a bombardear’ o ‘No vamos a bombardear’. Si
uno puede influir en una decisión de este tipo entonces
se salvan numerosas vidas”, declara Popović, que fue nominado para el Premio Nobel de la Paz en 2012. El Foro
Económico Mundial de Davos lo distinguió el siguiente
año entre sus “jóvenes líderes globales” (Young Global
Leaders), y figuraba incluso entre los “cien pensadores
más grandes del planeta” en 2011, según la revista estadounidense Foreign Policy. u
50
Notas:
1. Srđa Popović, Comment faire tomber un dictateur quand on est seul, tout
petit, et sans armes, Payot, París, 2015.
2. Srđa Popović y Slobodan Đinović, “The blueprint for saving Venezuela”,
RealClear World, 2-6-17, www.realclearworld.com
3. “Analysis of the situation in Venezuela”, Canvas Analytic Department,
Belgrado, septiembre de 2010.
4. Citado por Ana Vanessa Herrero y Nick Cumming-Bruce, “Venezuela’s
opposition leader calls for more protests ‘if they dare to kidnap me’”, The New
York Times, 25-1-19.
5. “USAid/OTI programmatic support for country Team 5 Point Strategy”,
nota del embajador de Estados Unidos en Venezuela, WikiLeaks, 9-11-06,
https://wikileaks.org
6. “‘Yugoslavia’: Building democratic institutions”, Instituto de Paz de
Estados Unidos, Washington, DC, 14-4-1999.
7. Roger Cohen, “Who really brought down Milošević?”, The New York Times,
26-11-00.
8. Valerie J. Bunce y Sharon L. Wolchik, Defeating Leaders in Postcommunist
Countries, Cambridge University Press, 2011.
9. Matthew Brunwasser, “That crush at Kosovo’s business door? The return of
US heroes”, The New York Times, 11-12-12.
10. Gene Sharp, De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la
liberación, The Albert Einstein Institution, 2011.
11. Esta referencia al maestro Jedi de “La guerra de las galaxias” la utiliza en su
autobiografía.
12. Michael Dobbs, “US advice guided Milosevic opposition”, The
Washington Post, 11-12-00.
a.m.d.
51
Nelson Mandela
Enemigo de ayer, ídolo de hoy
por Alain Gresh*
Estados Unidos, Reino Unido, Francia e Israel
combatieron durante décadas el peligro comunista del
ANC. Una amnesia política permite reivindicar hoy la
figura de un Mandela más inofensivo.
“Un héroe de nuestro tiempo”, tituló un número especial
del Courrier International (junio-agosto de 2010). “El hombre que cambió la historia”, reforzaba Le Nouvel Observateur (27-5-10). Las portadas de ambas revistas, en las que se
veía una foto de Nelson Mandela sonriente, son el testimonio de una adoración consensual cuya apoteosis fue la película Invictus del director Clint Eastwood. Con la Copa del
Mundo de fútbol, todo el planeta se une en el culto al profeta visionario que rechazó la violencia y guió a su pueblo hacia una tierra prometida donde negros, mestizos y blancos
viven en armonía. La penitenciaría de Robben Island –donde Madiba, según lo apodaban sus camaradas, estuvo encerrado largos años–, lugar de peregrinación obligado para
los visitantes extranjeros, recuerda un “antes” algo turbio:
el tiempo del detestado apartheid que no podía más que
generar la condena universal y, en primer lugar, la de las
democracias occidentales.
Cristo murió en la cruz hace unos dos mil años. Numerosos investigadores se preguntan en qué se corresponden
*de La redacciÓn de Le monde diPLomatiQUe, ParÍs. artÍcULo PUBLicado en La ediciÓn cHiLena de
Le monde diPLomatiQUe, agosto de 2010.
tradUcciÓn: carLos aLBerto Zito
53
el Jesús de los Evangelios y el Jesús histórico. ¿Qué es lo
que se sabe de la vida terrenal del “Hijo de Dios”? ¿De qué
documentos se dispone para reconstruir su prédica? ¿Son
fiables los testimonios que figuran en el Nuevo Testamento? Podría suponerse que es más fácil conocer al “Mandela
histórico”, más aún siendo que se dispone de un Evangelio
escrito por su propia mano (1) y de muchos testimonios
directos. Sin embargo, la leyenda de Mandela aparece tan
distante de la realidad –si no más– como la del Jesús de los
Evangelios, a tal punto que resulta intolerable admitir que
el nuevo Mesías haya sido un “terrorista”, un “aliado de los
comunistas” y de la Unión Soviética (aquella del “gulag”),
un aguerrido revolucionario.
El paso a la lucha armada
El Congreso Nacional Africano (ANC, por su sigla en inglés), aliado estratégico del Partido Comunista sudafricano, inició la lucha armada en 1960, luego de la masacre del
21 de marzo en el township de Sharpville, que dejó varias
decenas de muertos; los negros manifestaban contra el sistema de los pass (pasaportes interiores). Mandela, que hasta entonces era partidario de la lucha legal, cambió de opinión: jamás la minoría blanca renunciaría pacíficamente a
su poder, a sus prerrogativas. En un primer tiempo el ANC
dio prioridad a los sabotajes pero utilizó también, aunque
de manera limitada, el “terrorismo”, no dudando en poner
bombas en varios cafés.
En 1962 Madiba fue detenido y condenado. A partir de
1985 rechazó varias propuestas de liberación a cambio de
renunciar a la violencia. “Es siempre el opresor y no el oprimido el que determina la forma de la lucha. Si el opresor
utiliza la violencia, el oprimido no tiene otra opción que
responder con la violencia”, escribió en sus Memorias. Y
sólo la violencia, apoyada por crecientes movilizaciones
populares y sostenida por un sistema internacional de sanciones cada vez más duro, logró demostrar la inutilidad del
sistema represivo y llevar al poder blanco al arrepentimiento. Una vez obtenido el principio de “un hombre, un voto”,
Mandela y el ANC dieron muestras de flexibilidad a través
de la organización de la “sociedad arco iris” y de las garan54
tías brindadas a la minoría blanca. Incluso debieron poner
frenos a su proyecto de transformación social. Pero ésa es
otra historia.
La estrategia del ANC tuvo el apoyo material y moral de
la Unión Soviética y del “campo socialista”. Muchos de sus
dirigentes fueron formados y entrenados en Moscú y en
Hanoi. La lucha se extendió a toda África austral, donde el
ejército sudafricano trataba de imponer su hegemonía. La
intervención de las tropas cubanas en Angola en 1975 y las
victorias que obtuvieron en ese país –particularmente en
Cuito-Cuanavale en enero de 1988– contribuyeron a resquebrajar la maquinaria bélica del poder blanco y a confirmar que se hallaba en un callejón sin salida. La batalla
de Cuito-Cuanavale constituyó, según Mandela “un giro
decisivo en la liberación de nuestro continente y de nuestro pueblo” (2). Y no lo olvidaría: el día de su asunción a
la Presidencia, en 1994, incluyó como invitado de honor al
presidente cubano Fidel Castro.
En ese enfrentamiento entre la mayoría de la población
y el poder blanco, Estados Unidos, el Reino Unido, Israel
y Francia (esta última hasta 1981) combatieron “del lado
equivocado” –el de los defensores del apartheid– en nombre de la lucha contra el peligro comunista. Chester Crocker, el hombre clave de la política del “compromiso constructivo” del presidente estadounidense Ronald Reagan en
África austral en la década de 1980, escribía: “Por su naturaleza y por su historia, Sudáfrica forma parte de la experiencia occidental y es parte integrante de la economía
occidental” (Foreign Affairs, invierno boreal de 1980-1981).
Washington, que había apoyado a Pretoria en Angola en
1975, no dudaba en pasar por alto el embargo de armamento y colaborar de cerca con los servicios secretos sudafricanos, rechazando cualquier medida de presión contra
el poder blanco. A la espera de una evolución gradual, se le
pedía moderación a la mayoría negra.
Sin sanciones al apartheid
El 22 de junio de 1988, dieciocho meses antes de la liberación de Mandela y de la legalización del ANC, el subsecretario del Departamento de Estado estadounidense, John C.
55
Whitehead, todavía explicaba ante una comisión del Senado: “Debemos reconocer que una transición hacia una
democracia no racial en Sudáfrica tomará inevitablemente
más tiempo de lo que deseamos”. Sostenía que las sanciones no tendrían ningún “efecto desmoralizador sobre las
elites blancas” y que las mismas perjudicarían en primer
lugar a la población negra.
En el último año de su mandato, Ronald Reagan trató por
última vez, pero sin éxito, de impedir que el Congreso castigara al régimen del apartheid. En ese momento celebraba
a “los combatientes de la libertad” afganos o nicaragüenses
y denunciaba el terrorismo del ANC y de la Organización
para la Liberación de Palestina (OLP).
El Reino Unido no se quedó atrás: el gobierno de Margaret Thatcher se negó a cualquier encuentro con el ANC hasta la liberación de Mandela, en febrero de 1990. En la cumbre del Commonwealth en Vancouver en octubre de 1987,
Thatcher se opuso a la adopción de sanciones. Interrogada
sobre la amenaza del ANC de atacar los intereses británicos
en Sudáfrica, respondió: “Eso muestra qué clase de organización terrorista es [el ANC]”. En esa época la asociación de
estudiantes conservadores, afiliada al partido homónimo,
distribuía pósters donde proclamaba: “¡Cuelguen a Nelson
Mandela y a todos los terroristas del ANC! Son unos carniceros”. El nuevo primer ministro, David Cameron, finalmente decidió pedir disculpas por ese comportamiento…
en febrero de 2010. Sin embargo la prensa le recordó que él
mismo había viajado a Sudáfrica en 1989, invitado por un
lobby opuesto a las sanciones.
Israel fue el aliado infalible del régimen racista de Pretoria hasta el final, suministrándole armas y ayudándolo en
su programa militar nuclear y de misiles. En abril de 1975,
el actual jefe de Estado, Shimon Peres, por entonces ministro de Defensa, firmó un acuerdo de seguridad entre ambos
países. Un año después, el primer ministro sudafricano,
Balthazar J. Vorster, un ex simpatizante nazi, fue recibido
en Israel con todos los honores. Los responsables de los
servicios secretos de ambos países se reunían anualmente
para coordinar la lucha contra “el terrorismo” del ANC y de
la OLP.
56
¿Y Francia? Bajo el gobierno del general Charles De Gaulle
y de sus sucesores de derecha, mantuvo relaciones sin complejos con Pretoria. En una entrevista publicada en el número de Le Nouvel Observateur antes citado, Jacques Chirac se
vanaglorió de su antiguo apoyo a Mandela. Pero, como muchos dirigentes de derecha, tuvo poca memoria y el periodista que lo interrogó aceptó esa amnesia sin inmutarse. Como
Primer Ministro entre 1974 y 1976, Chirac había oficializado
en junio de 1976 el contrato con la empresa Framatome para
la construcción de la primera central nuclear en Sudáfrica.
En esa ocasión un editorial de Le Monde afirmaba: “Francia
se halla en curiosa compañía dentro del pequeño pelotón de
socios considerados ‘seguros’ por Pretoria” (1º de junio de
1976). “Viva Francia. Sudáfrica se convierte en potencia atómica”, titulaba a toda página en su tapa el periódico sudafricano de gran tirada Sunday Times. En 1975, sobre todo por la
presión de los países africanos, París decidió no vender más
armas de manera directa a Sudáfrica, pero siguió cumpliendo con los contratos vigentes durante varios años, mientras
los blindados Panhard y los helicópteros Alouette y Puma se
fabricaban localmente bajo licencia.
A pesar de los discursos oficiales de condena al apartheid, París mantuvo, al menos hasta 1981, muchas formas
de cooperación con el régimen racista. Alexandre de Marenches, que dirigió el Servicio de Documentación Exterior
y de Contraespionaje (SDECE) entre 1970 y 1981, resumió
la filosofía de la derecha francesa: “El apartheid es seguramente un sistema que podemos lamentar, pero hay que hacerlo evolucionar suavemente” (3). Si el ANC hubiera escuchado esos consejos de “moderación” –o los del presidente
Reagan–, Mandela habría muerto en la cárcel, Sudáfrica se
habría hundido en el caos y el mundo no habría podido fabricar la leyenda del nuevo Mesías.
1. Un long chemin vers la liberté, Fayard, París, 1995.
2. Ronnie Kasrils, “Turning point at Cuito-Cuanavale”, 23-3-08 (www.iol.co.za).
3. Christine Ockrent, Alexandre de Marenches, Dans le secret des princes, Stock, París,
1986, p. 228.
a.g.
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Libros publicados por la Editorial Aún Creemos en los Sueños
La rebelión chilena
Corrupción
Wallmapu colonizado
¿ Cómo enfrentamos el cambio climático?
El futuro del trabajo
La escuela en tiempos de migración
Episodios históricos
Crisis en la Iglesia católica chilena
Cuentos de lo indecible
Chalecos amarillos. Sublevación en Francia
Blanco y negro muy negro de Guillermo Nuñez
Estudiantes migrantes en escuelas públicas chilenas
Derechos de los animales
Medioambiente y desarrollo
Revolución feminista
Datos históricos sobre la Democracia Cristiana, Jorge Magasich
Lucha mapuche. En la huella de Matías Catrileo
Noam Chomsky. Cinco entrevistas
Los combates del feminismo
Inmigrantes y refugiados
La revolución rusa
Federica Matta. Manifiesto de autoeducación artística
La resistencia zapatista
Reforma agraria
Siria
Pueblo mapuche y autodeterminación
Otra política es posible
El derecho a la rebelión
Desarrollo sustentable
El viaje de los imaginarios en 31 días por Federica Matta
Manuales escolares
Democratizar las comunicaciones
A cambiar el modelo
Que la audacia cambie de lado Serge Halimi
Videojuegos
Jacques Derrida
Una historia que debo contar por Luis Sepúlveda
Allende, discursos fundamentales
Crónicas de Luis Sepúlveda
Le Monde Diplomatique. Más que un periódico
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