El manto que arroja la luna
llena bruñe el paisaje. La brisa concede fragancias a jazmines y albaca, a
menta e hinojo, a eucaliptus y frutas maduras. Cada perfume enciende remembranzas
en mi mente. Pestañeó con fuerza buscando certificar el tiempo y el lugar donde
me encuentro. Todo flota en dulce letargo. Es de noche y aun así llega nítido
el canto de los pájaros. Unas urracas aspaventeras, un cargoso tero, la
algarabía de un lorito barranquero y el ulular de las palomas se mezclan con el
susurro del agua que viene arremangando hojas por la hijuela. Por allá el croar
de un grupo de sapos hace contrapunto con el crickear de los grillos. Sonidos
preñados de vida, tan caros para mí.
Cierro los ojos (aunque sé
que están cerrados) y disfruto del sueño. Solo eso puede ser. Anoche me acosté sin
estrellas, en mi casa allá en el barrio de la Buena Vista, al noroeste de Miami
y aun debo estar durmiendo. Alzo con miedo los parpados, evitando cualquier
movimiento brusco que pueda despertarme. Giro la cabeza y por primera vez
estudio lo que merodea.