...un librito que nació entre pan dulces y bronceadores.
9 de enero de 2013
1 de enero de 2013
tren, Sierra y libros
Se detiene el tiempo, cambia de
forma, me escapo cuatro días de mí.
La estación, los techos altos,
los hierros, la mística del transporte.
Olores, uniformes, sonidos y recuerdos.
Lo vemos venir, en el andén nace un espontáneo aplauso por el fin de su demora. Ahí llego él, con sus abandonos, sus descuidos pero aun con su porte de nobleza. Se detiene inmenso a nuestro lado, nos espera, se acomodan los bolsos y ya estamos listas.
Olores, uniformes, sonidos y recuerdos.
Lo vemos venir, en el andén nace un espontáneo aplauso por el fin de su demora. Ahí llego él, con sus abandonos, sus descuidos pero aun con su porte de nobleza. Se detiene inmenso a nuestro lado, nos espera, se acomodan los bolsos y ya estamos listas.
Buenos Aires queda atrás, no la
veo, no la llevo, descanso de ella.
La bocina avanza en línea recta,
cruza, atraviesa verdes, ciudades, pueblos y cielos.
Imagino miles de historias, todo
me hace sentir como dentro de una película.
Hay algo de especial en el tren, el tren sabe. Es como un viejo sabio, cada rincón habla del país, de otras épocas, gobiernos, inmigrantes, de nuestros abuelos. Él conoce pueblos que ya no están, cientos de vidas que suben, bajan y se cruzan en él.
Hay algo de especial en el tren, el tren sabe. Es como un viejo sabio, cada rincón habla del país, de otras épocas, gobiernos, inmigrantes, de nuestros abuelos. Él conoce pueblos que ya no están, cientos de vidas que suben, bajan y se cruzan en él.
Ponemos el cuerpo, la mirada y todavía
el tren duele.
Pero esta es otra historia.
Un poco más cuentan las imágenes, lo otro me lo guardo.
Viaje en tren hacia la feria del libro de Sierra de la Ventana, con Paula, Laura y Sandra.
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