Quienes lean esta entrada me acusarán de llegar tarde, no sin razón, pero aunque se trata de un tema relativamente antiguo me parece muy interesante mencionarlo y reflexionar sobre él porque sigue siendo muy actual.
Hace tres años el Gobierno de España lanzó un concurso público abierto para la creación de su propio logotipo - alucinante que las bases estuvieran escritas ni más ni menos que en Comic Sans -.
En aquellos momentos apareció un manifiesto de escasa difusión en el que varias asociaciones de profesionales del diseño españoles, entre ellos el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha y el DIMAD, se quejaban amargamante sobre esta iniciativa de las autoridades:
"Los concursos abiertos perpetúan la idea del diseño como una cosa meritoria, como si estas convocatorias fueran un concurso de talentos artísticos, en lugar de prestar atención al planteamiento del problema y el proceso como profesionales".
Señores de las asociaciones profesionales de diseño, lo único que puedo decirles es: ¿les molesta que los trabajadores jóvenes y/o no titulados tengan una puñetera posibilidad de encontrar alguna vez reconocimiento económico o público a su actividad? ¿Les molesta que puedan los diseñadores noveles labrarse una carrera profesional y tener alguna oportunidad a la hora de aspirar a un puesto de trabajo estable y bien remunerado?
Porque lo que obvian estos señores en su manifiesto es que para los jóvenes los concursos abiertos se han convertido en casi la única manera exclusiva de trabajar en diseño aunque sólo sea un poquito. Si todas las empresas que, por otra parte, son las que patrocinan estas asociaciones, solicitan experiencia y jamás contratan aprendices, ¿qué otra salida les queda a éstos que participar en los tan denostados concursos abiertos?
Si todo aquel que no haya logrado sellar un papelajo demostrando que ha perdido su tiempo y dinero en una Escuela de Arte - cualificación técnica, lo llaman - no puede acceder bajo ningún concepto a una empresa del sector, ¿qué otra cosa podrá hacer que aventurarse a los concursos de talentos?
Estos señores han creado su gueto de trabajo cualificado - por ponerle un nombre - y se quejan ante cualquier intento de las bases por abrirse un camino en el mercado laboral. A eso le llaman intrusismo. Yo le llamo buscarse la vida, porque para la mayoría de nosotros no hay otro camino.
También es notable en este manifiesto la total ausencia de coherencia. Pues mientras el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha firmó la diatriba, al mismo tiempo tiene en su web corporativa una sección dedicada a publicar convocatorias públicas, muchas de ellas abiertas. Pero no sólo eso, sino que incluso han llegado a promocionar en su portada el portal Guerra Creativa, que debería ser para ellos el templo del intrusismo.
Como vemos, las asociaciones de diseño y los colegios profesionales, como todas las catacumbas corporativistas de este país, dicen una cosa y luego hacen la otra, y lo único que quieren es proteger sus privilegios y pretender que la sociedad y el Gobierno les libren de la - para ellos incómoda - ley de libre competencia. Para muestra:
"Sea como sea, es imprescindible que todo concurso sea regido por unas bases que fijen las reglas del juego, que ayuden a definir el proyecto por parte de la entidad convocante y que protejan al profesional de posibles irregularidades".
"Reglas del juego", dicen. ¡Como si trabajar fuera un juego! Luego la clase docente y los confereciantes se llenan la boca hablando de la profesionalidad. ¿Qué tiene de profesional tomar tu mercado como un juego? Yo lo llamo proteccionismo: lo que solicitan, sencillamente, es que las autoridades oficialicen el veto a los nuevos profesionales para que estos señores puedan seguir dominando el sector porque les preocupa que internet otorgue un poco de oxígeno a los diseñadores noveles.
Hace tres años el Gobierno de España lanzó un concurso público abierto para la creación de su propio logotipo - alucinante que las bases estuvieran escritas ni más ni menos que en Comic Sans -.
En aquellos momentos apareció un manifiesto de escasa difusión en el que varias asociaciones de profesionales del diseño españoles, entre ellos el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha y el DIMAD, se quejaban amargamante sobre esta iniciativa de las autoridades:
"Los concursos abiertos perpetúan la idea del diseño como una cosa meritoria, como si estas convocatorias fueran un concurso de talentos artísticos, en lugar de prestar atención al planteamiento del problema y el proceso como profesionales".
Señores de las asociaciones profesionales de diseño, lo único que puedo decirles es: ¿les molesta que los trabajadores jóvenes y/o no titulados tengan una puñetera posibilidad de encontrar alguna vez reconocimiento económico o público a su actividad? ¿Les molesta que puedan los diseñadores noveles labrarse una carrera profesional y tener alguna oportunidad a la hora de aspirar a un puesto de trabajo estable y bien remunerado?
Porque lo que obvian estos señores en su manifiesto es que para los jóvenes los concursos abiertos se han convertido en casi la única manera exclusiva de trabajar en diseño aunque sólo sea un poquito. Si todas las empresas que, por otra parte, son las que patrocinan estas asociaciones, solicitan experiencia y jamás contratan aprendices, ¿qué otra salida les queda a éstos que participar en los tan denostados concursos abiertos?
Si todo aquel que no haya logrado sellar un papelajo demostrando que ha perdido su tiempo y dinero en una Escuela de Arte - cualificación técnica, lo llaman - no puede acceder bajo ningún concepto a una empresa del sector, ¿qué otra cosa podrá hacer que aventurarse a los concursos de talentos?
Estos señores han creado su gueto de trabajo cualificado - por ponerle un nombre - y se quejan ante cualquier intento de las bases por abrirse un camino en el mercado laboral. A eso le llaman intrusismo. Yo le llamo buscarse la vida, porque para la mayoría de nosotros no hay otro camino.
También es notable en este manifiesto la total ausencia de coherencia. Pues mientras el Centro Regional de Diseño de Castilla-La Mancha firmó la diatriba, al mismo tiempo tiene en su web corporativa una sección dedicada a publicar convocatorias públicas, muchas de ellas abiertas. Pero no sólo eso, sino que incluso han llegado a promocionar en su portada el portal Guerra Creativa, que debería ser para ellos el templo del intrusismo.
Como vemos, las asociaciones de diseño y los colegios profesionales, como todas las catacumbas corporativistas de este país, dicen una cosa y luego hacen la otra, y lo único que quieren es proteger sus privilegios y pretender que la sociedad y el Gobierno les libren de la - para ellos incómoda - ley de libre competencia. Para muestra:
"Sea como sea, es imprescindible que todo concurso sea regido por unas bases que fijen las reglas del juego, que ayuden a definir el proyecto por parte de la entidad convocante y que protejan al profesional de posibles irregularidades".
"Reglas del juego", dicen. ¡Como si trabajar fuera un juego! Luego la clase docente y los confereciantes se llenan la boca hablando de la profesionalidad. ¿Qué tiene de profesional tomar tu mercado como un juego? Yo lo llamo proteccionismo: lo que solicitan, sencillamente, es que las autoridades oficialicen el veto a los nuevos profesionales para que estos señores puedan seguir dominando el sector porque les preocupa que internet otorgue un poco de oxígeno a los diseñadores noveles.