viernes, agosto 02, 2013

DISONANTE: Tijuana Tour, primera parte.


Tijuana Tour, primera parte.

Judith Guzmán



Tijuana fue un eclipse enigmático, fueron dos días de transbordo en una ciudad que más que ser frontera de paso, de ser un trampolín kilometrado por una gran muralla, es una ciudad de olores espesos, de gente sincera y sin complejos, de caminar por “La sexta”, recorrer lugares que ahora están en el acervo histórico de la filmografía mexicana, e incluso gringa. Tijuana le pertenece a la noche, a Nortec, a los sonideros con rocolas llenas de humo y de extravagancia mágica, “Tijuana no es una ciudad de paso” bien dijo Maggie mi anfitriona, es un exótico aspecto de interconexión hacía un mundo lleno de puertas.
El primer día fue una desinterpretación de lo que pudiera existir de prejuicio en mí, Maggie me recibió en el aeropuerto y desde que llegué ya tenía la sugerencia de unos camarones estilo Tijuana y un par de cervezas frente al mar, justo al lado de la frontera. Entre que tomábamos fotos de postal para nuestro “instagram” y hacíamos malabares entre historias perdidas en la cronología del alcohol, pronto ya estábamos al corriente de nuestras vidas y encaminadas a la Calle Revolución, en la zona llamada “La Sexta”.
La primera parada fue “La Mezcalera”, una plática sobre la historia de Los Beastie Boys abrió mi garganta para la degustación de 6 tipos de mezcales, con su naranjita y chilito incluidos. Entre la platicada llegué a los Red Hot Chilli Pepers y a aquella decepción que me llevé al verlos en el Lollapalooza del 2012, pero ahora que hago memoria me sucedió lo mismo con Bob Dylan, los primeros ya no brincan como antes y el segundo tiene que bajar tanto las octavas de las canciones que ya ni siquiera suena a lo que fue en los 60’s. Pero ese es otro tema. Mezcalito, cerveza Tecate roja y a seguir el camino.
Cruzamos la calle y llegamos al “Dandy del sur”, un lugar que ya es famoso por la constante presencia de artistas de renombre, especialmente Nortec y Tijuana No hicieron ese lugar, se cuenta la historia de que Gustavo Cerati en alguna ocasión una de las dueñas, “La amazona”, lo corrió sin menor premura por quien era, todo porque era un lunes y ella ya estaba cansada –eran las 4 de la mañana- sin importarle le pidió al comatoso rockero que se retirara. El lugar es hermoso, pequeño, como para unas 50 personas paradas, con una barra elegante y un par de pantallas colgadas, pronto localicé la rocola y cayó en mis manos, sintonicé “Give it away” nomás para recordar cuando los Pepers podían brincar, “House burning down” y “Get up of that thing”, para darle ánimo a los Cholos tijuaneros y hacer más amena la charla con Mónica que ya se unía al Bebetour.
Ya con un par de chelas más encima, salí a una calle que comenzaba a tornarse espesa, o quizá era el efecto de aquellos primeros 6 mezcales, quien sabe, sólo me dejaba llevar por el flujo de las paredes decoradas en distintos grafitis, ya comenzaba a abrazar a Maggs agradeciendo todo lo que estaba haciendo por mí, de súbito sentí una caricia en el tímpano derecho, a lo lejos se escuchaba el hermoso y agudo sonido de un saxofón alto, pedí que hiciéramos una parada de scouting y las 3 mujeres que me acompañaban me siguieron, mis anfitrionas no conocían el lugar, pronto una Tecate roja ya estaba entre mis labios.
Cinco músicos se escondían en una penumbra a contraluz, tocaban un exquisito smooth jazz, con un baterista de cara un tanto maniaca, al estilo del gran Ginger Baker, un bajista que deslizaba los dedos entre las gruesas cuerdas de su instrumento, un tecladista que hacía de los efectos del synth ritmos electrónicos ejecutados con destreza, un guitarrista que hacía del waah contonear a su Fender y ese Saxo, ese alto hermoso que atrajo mis oídos como el olor del polen provoca los estornudos en los alérgicos, ese sonido refinado de un Groove entremezclado con la noche, el alcohol y la exótica Tijuana, brillaba con gran falocentrismo.
De pronto, volví a abrir los ojos y estaba con Maggs en un lugar llamado “El Zacas” en el famoso inframundo, ya sólo éramos nosotras dos y un verdadero hoyo funky, con una capa densa de olor a marihuana, sudor rancio, dinero y alcohol. Otra vez, tomé la rocola, ahora me puse melancólica y sintonicé “Espiral” de Porter, “Tired of being alone” de Al Green y “Us and Them” de los grandiosos Floyd. En algún punto de la noche ya traía otra Tecate roja entre la lengua y caminaba en pleno tambaleo de regreso al carro de Maggie, caminaba por la calle que atacaba mi nariz con el olor a chicharron añejo, prostitutas esquineras de tetas colgantes y maquillaje escurrido, un antiguo e irracionable arco abandonado hacía del centro de Tijuana un espacio aún más decadente y el humo de los tantos desvelados adictos a la nicotina que se hace costra en sus pulmones.
Es cierto: “Tijuana no es un lugar de paso”, es una ciudad enigmática, fértil a ser tomada de la cintura para que la trates como a una dama elegante que flota en el pantano lagunoso o como una gran puta arrabalera que se sumerge en la cagada. 

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