Tijuana
Tour, primera parte.
Judith
Guzmán
Tijuana
fue un eclipse enigmático, fueron dos días de transbordo en una ciudad que más
que ser frontera de paso, de ser un trampolín kilometrado por una gran muralla,
es una ciudad de olores espesos, de gente sincera y sin complejos, de caminar
por “La sexta”, recorrer lugares que ahora están en el acervo histórico de la
filmografía mexicana, e incluso gringa. Tijuana le pertenece a la noche, a Nortec,
a los sonideros con rocolas llenas de humo y de extravagancia mágica, “Tijuana
no es una ciudad de paso” bien dijo Maggie mi anfitriona, es un exótico aspecto
de interconexión hacía un mundo lleno de puertas.
El
primer día fue una desinterpretación de lo que pudiera existir de prejuicio en mí,
Maggie me recibió en el aeropuerto y desde que llegué ya tenía la sugerencia de
unos camarones estilo Tijuana y un par de cervezas frente al mar, justo al lado
de la frontera. Entre que tomábamos fotos de postal para nuestro “instagram” y hacíamos malabares entre
historias perdidas en la cronología del alcohol, pronto ya estábamos al
corriente de nuestras vidas y encaminadas a la Calle Revolución, en la zona llamada “La Sexta”.
La
primera parada fue “La Mezcalera”, una plática sobre
la historia de Los Beastie Boys
abrió mi garganta para la degustación de 6 tipos de mezcales, con su naranjita
y chilito incluidos. Entre la platicada llegué a los Red Hot Chilli Pepers y a aquella decepción que me llevé al verlos
en el Lollapalooza del 2012, pero ahora que hago memoria me sucedió
lo mismo con Bob Dylan, los primeros
ya no brincan como antes y el segundo tiene que bajar tanto las octavas de las
canciones que ya ni siquiera suena a lo que fue en los 60’s. Pero ese es otro
tema. Mezcalito, cerveza Tecate roja y a seguir el camino.
Cruzamos
la calle y llegamos al “Dandy del sur”, un lugar que ya es famoso por la
constante presencia de artistas de renombre, especialmente Nortec y Tijuana No
hicieron ese lugar, se cuenta la historia de que Gustavo Cerati en alguna ocasión una de las dueñas, “La amazona”, lo
corrió sin menor premura por quien era, todo porque era un lunes y ella ya
estaba cansada –eran las 4 de la mañana- sin importarle le pidió al comatoso
rockero que se retirara. El lugar es hermoso, pequeño, como para unas 50
personas paradas, con una barra elegante y un par de pantallas colgadas, pronto
localicé la rocola y cayó en mis manos, sintonicé “Give it away” nomás para recordar cuando los Pepers podían
brincar, “House burning down” y “Get up of that thing”,
para darle ánimo a los Cholos
tijuaneros y hacer más amena la charla con Mónica que ya se unía al Bebetour.
Ya
con un par de chelas más encima, salí a una calle que comenzaba a tornarse
espesa, o quizá era el efecto de aquellos primeros 6 mezcales, quien sabe, sólo
me dejaba llevar por el flujo de las paredes decoradas en distintos grafitis, ya
comenzaba a abrazar a Maggs agradeciendo todo lo que estaba haciendo por mí, de
súbito sentí una caricia en el tímpano derecho, a lo lejos se escuchaba el
hermoso y agudo sonido de un saxofón alto, pedí que hiciéramos una parada de
scouting y las 3 mujeres que me acompañaban me siguieron, mis anfitrionas no
conocían el lugar, pronto una Tecate roja ya estaba entre mis labios.
Cinco
músicos se escondían en una penumbra a contraluz, tocaban un exquisito smooth
jazz, con un baterista de cara un tanto maniaca, al estilo del gran Ginger Baker, un bajista que deslizaba los dedos entre las
gruesas cuerdas de su instrumento, un tecladista que hacía de los efectos del
synth ritmos electrónicos ejecutados con destreza, un guitarrista que hacía del
waah contonear a su Fender y ese Saxo, ese alto hermoso que atrajo mis oídos como
el olor del polen provoca los estornudos en los alérgicos, ese sonido refinado
de un Groove entremezclado con la noche, el alcohol y la exótica Tijuana, brillaba
con gran falocentrismo.
De
pronto, volví a abrir los ojos y estaba con Maggs en un lugar llamado “El Zacas” en el famoso inframundo,
ya sólo éramos nosotras dos y un verdadero hoyo funky, con una capa densa de
olor a marihuana, sudor rancio, dinero y alcohol. Otra vez, tomé la rocola,
ahora me puse melancólica y sintonicé “Espiral” de Porter,
“Tired of being alone” de
Al Green y “Us and Them” de los
grandiosos Floyd. En algún punto de
la noche ya traía otra Tecate roja entre la lengua y caminaba en pleno tambaleo
de regreso al carro de Maggie, caminaba por la calle que atacaba mi nariz con
el olor a chicharron añejo, prostitutas esquineras de tetas colgantes y maquillaje
escurrido, un antiguo e irracionable arco abandonado hacía del centro de
Tijuana un espacio aún más decadente y el humo de los tantos desvelados adictos
a la nicotina que se hace costra en sus pulmones.
Es
cierto: “Tijuana no es un lugar de paso”, es una ciudad enigmática, fértil a
ser tomada de la cintura para que la trates como a una dama elegante que flota
en el pantano lagunoso o como una gran puta arrabalera que se sumerge en la
cagada.
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