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METAMORFOSIS
El viejo cinematógrafo esperaba cada tarde la llegada de su fiel compañero, juntos conseguían que los que se asomaban a su pantalla fueran felices. Ese hombre era mi abuelo. Una tarde en la que dejó que compartiera con él su trabajo me di cuenta de la metamorfosis que en él se producía. Allí, junto a la comisura de la boca aparecían las tardes de cine con nodo y pipas. De entre las patas de gallo, asomaban las primeras historias de amor, los primeros besos y en el azul de sus ojos, el mar de los cientos de películas en las que había navegado. Me asusté, según pasaban los segundos su cuerpo se convertía en celuloide. No me atrevía tocarle, me quedé allí observando como el cine se apoderaba de él. La proyección estaba próxima a su fin y poco a poco volvía a aparecer su rostro, su piel. Al preguntarle contestó que si yo lo había visto, era porque tenía el don, algo que sólo aquellos que aman el cine poseían. Tenía razón, cada tarde frente al disco duro de la sala de proyección donde trabajo me transformo, sólo que yo en formato digital. ¡Y sigo amando el cine!
Paloma Hidalgo Díez ( Alcalá de Henares ) Madrid