Cuentos Infantiles
Cuentos Infantiles
Cuentos Infantiles
Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque.
Papá Oso era muy grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito era
pequeño.
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero
como estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo
por el bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada
Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta. Al no encontrar
respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.
Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del
pasillo había un cuarto con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña.
Primero, se subió a la cama grande, pero estaba demasiado dura y no le gustó.
Después, se subió a la cama mediana, pero estaba demasiado blanda y tampoco
le gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni
demasiado dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de
Oro se quedó profundamente dormida.
Érase una vez un molinero muy pobre que dejó a sus tres hijos por herencia un
molino, un asno y un gato. En el reparto, el molino fue para el hijo mayor, el asno
para el segundo y el gato para el más joven. Éste último se lamentó de su suerte
en cuanto supo cuál era su parte.
—¿Qué será de mí? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo
tengo un gato.
El gato escuchó las palabras de su joven amo y decidido a ayudarlo, dijo:
—No se preocupe mi señor, yo puedo ser más útil y valioso de lo que piensa. Le
pido que por favor me regale un saco y un par de botas para andar entre los
matorrales.
Aunque el joven amo no creyó en las palabras del gato, le dio lo que pedía pues
sabía que él era un animal muy astuto.
Poniendo su plan en marcha, el gato reunió algunas zanahorias y se fue al bosque
a cazar conejos. Con el saco lleno de conejos y sus botas nuevas, se dirigió hacia
el palacio real y consiguió ser recibido por el rey.
—Su majestad, soy el gato con botas, leal servidor del marqués de Carabás —
este fue el primer nombre que se le ocurrió al gato—. El marqués quiere ofrecerle
estos regalos.
Los conejos agradaron mucho al rey.
RIQUETE DEL COPETE
Érase una vez, hace mucho tiempo atrás, un rey y una reina que vivían muy
felices, pero anhelaban ser padres. Después de años de espera, la reina dio a luz
a un niño. Pero el niño era muy poco agraciado y la reina siendo vanidosa y
superficial se sintió decepcionada por la apariencia de su hijo. Sin embargo, un
hada que estaba presente en el nacimiento le otorgó al pequeño el regalo de la
sabiduría, además lo dotó con el don de impartirle a la persona a quien más
quisiera, la sabiduría que él mismo poseía. Esto consoló un tanto a la reina.
Con el transcurrir del tiempo el consuelo se convirtió en orgullo, pues tan pronto
como el niño comenzó a hablar, cautivó a todos con sus actos de nobleza y
palabras de sabiduría. Por cierto, olvidé mencionar que cuando el pequeño
príncipe nació tenía un mechón de pelo en la cabeza. Por esta razón todos lo
llamaban Riquete el del Copete, pues Riquete era el apellido de la familia.
En ese preciso instante, Riquete el del Copete se transformó en un apuesto
príncipe. La hermosa princesa lo llevó de vuelta a su palacio y le presentó a sus
padres. Con el consentimiento del rey y la reina, la princesa y Riquete el del
Copete se casaron y vivieron felices para siempre.
Algunas personas afirman que el final feliz de esta historia no es el resultado del
regalo de un hada, sino que el amor provocó la transformación de Riquete el del
copete. Pues es bien sabido: el amor verdadero no se basa en la apariencia física.
EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR
En una ciudad muy remota vivía un emperador cuyo único interés en la vida era
vestirse con ropa de moda. Era tan grande su vanidad que se cambiaba de traje
varias veces al día para que todos pudieran admirarlo.
Un día cualquiera, dos estafadores se acercaron al emperador manifestando que
eran excelentes sastres y que podían coserle un traje magnífico. Sería tan ligero y
fino que parecería invisible, pero solo para aquellos que eran ignorantes.
El emperador estaba muy emocionado de contar con un traje que le permitiera
saber cuáles de sus funcionarios eran aptos de los cargos que ocupaban y ordenó
a los supuestos sastres comenzar su trabajo de inmediato, pagándoles una
enorme suma de dinero.
Feliz con los halagos, el emperador desfiló con su traje nuevo por la calle principal.
La gente podía ver al emperador desnudo, pero nadie lo admitía por temor a ser
considerado ignorante. Así que el emperador siguió caminando.
Todos elogiaron la tela invisible, sus colores y maravillosos patrones. El
emperador estaba muy complacido, hasta que por fin, un niño gritó:
—¡El emperador está desnudo!
Fue entonces que todos comenzaron a reír y a murmurar, muy pronto gritaron:
—¡El emperador está desnudo, el emperador no lleva nada!
El emperador repentinamente se dio cuenta de que tenían razón, pero pensó para
sí mismo: “Ahora debo seguir fingiendo hasta el final o pareceré aún más
ignorante”. Fue así que el emperador siguió caminando airoso, mientras la multitud
reía a carcajadas.
EL GANZO DE ORO
Había una vez un hombre que tenía tres hijos. Al más joven de los tres lo llamaban
Tontín, y era despreciado, burlado, y dejado de lado en cada ocasión.
Un día, quiso el hijo mayor ir al bosque a cortar leña, su madre le dio una deliciosa
torta de huevo y una botella de leche para que no pasara hambre ni sed. Al llegar
al bosque se encontró con un hombrecillo de pelo gris y muy viejo que lo saludó
cortésmente y le dijo:
— Por favor dame un trozo de torta y un sorbo de tu leche, pues estoy hambriento
y sediento.
—Si te doy pastel y leche, me quedaré sin qué comer —respondió el hijo mayor—.
Y dejó plantado al hombrecillo para seguir su camino. Pero cuando comenzó a
talar un árbol, dio un golpe equivocado y se lastimó el brazo con el hacha, por lo
que tuvo que regresar a casa. Con ese golpe, pagó por su comportamiento con el
hombrecillo.
Pronto llegaron a una ciudad, donde el rey que gobernaba tenía una hija que era
tan seria que nadie podía hacerla reír. Para ese entonces él había firmado una ley
diciendo que el hombre que fuera capaz de hacerla reír podía casarse con ella.
Cuando Tontín escuchó esto, fue con su ganso y todo su tren de seguidores ante
la hija del rey. Tan pronto ella vio a las siete personas correr sin cesar, uno detrás
del otro, de aquí para allá, comenzó a reír a carcajadas. Tontín se ganó el corazón
de la princesa al haberle devuelto su risa. Los dos se casaron y fueron felices para
siempre.
EL PATITO FEO
En la granja había un gran alboroto: los polluelos de Mamá Pata estaban
rompiendo el cascarón.
Uno a uno, comenzaron a salir. Mamá Pata estaba tan emocionada con sus
adorables patitos que no notó que uno de sus huevos, el más grande de todos,
permanecía intacto.
A las pocas horas, el último huevo comenzó a romperse. Mamá Pata, todos los
polluelos y los animales de la granja, se encontraban a la expectativa de conocer
al pequeño que tardaba en nacer. De repente, del cascarón salió un patito muy
alegre. Cuando todos lo vieron se quedaron sorprendidos, este patito no era
pequeño ni amarillo y tampoco estaba cubierto de suaves plumas. Este patito era
grande, gris y en vez del esperado graznido, cada vez que hablaba sonaba como
una corneta vieja.
Aunque nadie dijo nada, todos pensaron lo mismo: “Este patito es demasiado feo”.
Pasaron los días y todos los animales de la granja se burlaban de él. El patito feo
se sintió muy triste y una noche escapó de la granja para buscar un nuevo hogar.
Finalmente, llegó la primavera. El patito feo vio a una familia de cisnes nadando en
el estanque y quiso acercárseles. Pero recordó cómo todos se burlaban de él y
agachó la cabeza avergonzado. Cuando miró su reflejo en el agua se quedó
asombrado. Él no era un patito feo, sino un apuesto y joven cisne. Ahora sabía por
qué se veía tan diferente a sus hermanos y hermanas. ¡Ellos eran patitos, pero él
era un cisne! Feliz, nadó hacia su familia.
PINOCHO
Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz haciendo
juguetes de madera para los niños de su pueblo.
Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió llamarla
Pinocho. En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano carpintero:
—Buen Gepeto —dijo mientras el anciano dormía—, has hecho a los demás tan
felices, que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad. Sonriendo, el
hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:
—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta! ¡El regalo de la vida
es tuyo!
Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.
—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño de
verdad —dijo el hada azul—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe Grillo,
que vivía en la alacena de Gepeto.
—Pepe Grillo — dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su conciencia
y guardián del conocimiento del bien y del mal.