Pagina 12 Negadores Del Holocausto
Pagina 12 Negadores Del Holocausto
Pagina 12 Negadores Del Holocausto
Los revisionistas
En abril de 2000 un tribunal británico condenó al historiador David Irving a pagar elevadísimas costas por un juicio que él
mismo había iniciado contra Deborah Lipstadt. En uno de sus libros, la profesora de la Universidad de Emory lo había
acusado de ser “uno de los más peligrosos negadores del Holocausto”.
Junto a Pierre Vidal-Naquet y Michael Shermer, Deborah Lipstadt está entre los intelectuales que han enfrentado a ese
nuevo revisionismo que se empeña en trivializar al genocidio nazi. Por su parte, David Irving es lafigura que más méritos
académicos reúne dentro de las dispares huestes del movimiento revisionista.
Irving no niega que los nazis hayan masacrado una enorme cantidad de judíos, pero afirma que el exterminio no fue
sistemático. Al principio, afirmaba que Hitler no sabía nada del genocidio hasta el año 1943; luego llegó a sostener que
ni él, ni tampoco Göring y Goebbels jamás firmaron ninguna orden de exterminio. En 1977 llegó a ofrecer una
recompensa de mil dólares para quien probara lo contrario, pero luego prudentemente optó por retirarla.
Sin formación universitaria, el autodidacta Irving no deja de ser reconocido como autoridad en la historia de la Segunda
Guerra Mundial. Niega que hayan existido seis millones de víctimas del Holocausto y descarta que el gas Zyklon B fuera
https://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/futuro/13-162-2002-07-06.html 1/3
7/8/23, 22:47 Página/12 :: futuro :: Negadores del Holocausto
usado para matar. Cuando en 1992 sostuvo que la reconstrucción de la cámara de gas que se exhibe en Auschwitz era
“un fraude”, fue expulsado de Alemania y más tarde de Italia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, en todos
los casos por orden judicial.
Sin embargo, pese a la notoriedad que le dio el juicio de Londres, Irving no es la figura principal del movimiento. Su
laboratorio ideológico, el IHR o Instituto del Revisionismo Histórico, funciona en California.
El IHR nació gracias a una donación de una nieta de Edison y durante quince años fue dirigido por Tom Marcellus, un ex
militante de la Iglesia de la Cienciología de Hubbard. Después del atentado que sufrieron sus oficinas en 1985, sus
autoridades se han hecho más discretas. Actualmente el instituto es dirigido por el historiador Mark Weber, que niega
ser neonazi aunque en otro tiempo ha sido un militante de la “supremacía blanca”. Entre las numerosas publicaciones
del IHR abundan las apologías del nazismo. Un ejemplo clásico es el libro Imperium (1992) de Francis Parker Yockey:
dedicado a Adolf Hitler, niega la evolución, opina que el darwinismo nos ha embrutecido y considera “parásitos” a
negros, judíos y comunistas...
A pesar de que sus dirigentes se presentan como perseguidos y acusan penurias, el IHR parece contar con abundantes
subsidios. Hace años ofreció una recompensa de U$S 50.000 para quien probara que hubo un solo judío gaseado en
Auschwitz. El premio se lo llevó un sobreviviente del Lager llamado Mel Mermelstein, quien en un gesto de propaganda
fue agraciado con U$S 40.000 más, como “resarcimiento moral”.
Otro exponente del revisionismo es Robert Faurrisson, un profesor de literatura de Lyon que tuvo que dejar sus cátedras
por sus posturas racistas y suele desafiar a que le den “una sola prueba” de que las cámaras de gas fueron usadas para
aniquilar. Pero también hay personajes como Ernst Zündel y David Cole.
Los delirantes
El más grosero de los negadores es sin duda el pintor comercial Ernst Zündel, un sexagenario alemán que vive en
Canadá. Abiertamente neonazi, Zündel se propone “rehabilitar al pueblo alemán” denunciando el “fraude” perpetrado por
los judíos. Como buen antisemita, Zündel no deja de decir que la mayoría de sus clientes son judíos y hasta que una
vidente judía le auguró un gran destino. También escribió un libro donde “demostraba” que los ovnis son armas secretas
del Reich, cuya base estaría en la Antártida.
Sin embargo, entre los revisionistas hay gente aun más increíble. Es el caso de David Cole, hijo de madre y padre
judíos, que fue militante trotskista y asumió la “causa” del revisionismo en un intento casi adolescente de provocar al
establishment mundial. Cole proclama que el “Holocausto” es tan sólo una abstracción creada por los judíos para
hacerse compadecer y justificar al estado de Israel. En la Guerra Mundialno hubo genocidio sino muertes “naturales” y
algunas ejecuciones aisladas, suele afirmar.
Este año se conoció la película The Believer, que fue premiada en el Sundance Festival. Quizás nos ayude a entender a
Cole, porque la historia que relata se inspira en una esquizofrenia aún más aguda; el caso (real) de un judío devoto de
los sesenta que por las noches militaba en el Ku Klux Klan...
De ella deduce que eljerarca prohibió matar a los prisioneros, aunque admite que la matanza terminó por ejecutarse, por
error de algún oficial. Esta supuesta “prueba” sólo adquiere sentido en un determinado contexto. ¿Si no hubiera existido
la política de liquidación, para qué dar una orden expresamente negativa, si no para hacer una excepción a una política
que se daba por decidida?
El pivote de toda la argumentación de Irving es que no existe en los archivos del Reich una orden escrita firmada por
Hitler en la cual se ordenara ejecutar el genocidio. Para poder sostenerla recurre a una cuestión lingüística: en los
discursos de Hitler, Himmler, Frank y Goebbels se habla de “ausrotten”, que significa “exterminar”. Pero en el alemán de
esa época, “ausrotten” significaba apenas “desarraigar”, es decir deportar, como corrige Irving abandonando el
empirismo para volver al prejuicio.
A los argentinos, esta insistencia en pedir una orden escrita o las piruetas semánticas en torno de la palabra “ausrotten”
no dejan de recordarnos las disquisiciones en torno de la frase “aniquilar la subversión” con que los militares de la junta
pretendieron cargar toda la responsabilidad al gobierno civil que los precedió.
En el juicio de Irving fue convocado como testigo el gran historiador Eric Hobsbawm quien, tras recordar que es
imposible negar la existencia del Holocausto, admitió que no existe (o por lo menos, todavía no se ha podido encontrar)
una orden firmada por Hitler para ejecutar el genocidio. La prensa dio cuenta de esta aseveración de un modo un tanto
sensacionalista, recordando que Hobsbawm es marxista y judío. Pero hay que tener presente que cuando uno se
somete a un interrogatorio bajo juramento debe limitarse a contestar preguntas puntuales y de hecho el documento en
cuestión nunca se ha encontrado.
Lo que afirmó Hobsabwm es que desde un punto de vista estrictamente científico si no existen pruebas decisivas
(aunque haya abundantes presunciones) es imposible probar o refutar una hipótesis, por improbable que sea. Lo cual
vale en especial para una ciencia como la historia, donde no es posible aplicar el método experimental. Aunque
contáramos con la máquina del tiempo nos resultaría muy difícil localizar un documento puntual que quizás nunca haya
sido escrito. Para la comprensión de los procesos históricos el empirismo positivista no alcanza. Al fin y al cabo,
tampoco podría hallarse “la” prueba de la evolución que exigen los fundamentalistas del creacionismo.
Determinar si el Holocausto fue intencional o no depende de que exista un papel con una orden explícita: la intención de
exterminio está en un sinnúmero de documentos, desde Mein Kampf en adelante, más allá de todas las sutilezas
semánticas de Irving.
La política de exterminio estuvo implícita en todo el discurso nazi, y todavía antes, si nos remontamos a sus fuentes
ideológicas. Varios años antes de que se fundara el NSDP, el ideólogo “ariosofista” Jörg Lanz von Liebenfels (1874-
1954) ya proponía que no sólo los judíos, sino todas las “razas inferiores” fueran sometidos a la esterilización, la
esclavitud, el uso como bestias de carga, la deportación a Madagascar y hasta la “incineración como sacrificio a Wotan”.
Y en este caso, podemos decir que lo firmó.
La falacia Etica
Los griegos hablaban de la “paradoja del montón”. Si tengo un montón de piedras y las voy quitando de una en una,
¿llegará el momento en que una sola piedra, la última, pueda considerarse un montón? Planteado de otro modo:
¿cuántos pelos forman una barba? Si voy depilando un mentón pelo por pelo, terminaré teniendo una barba de un solo
pelo?
Así razonan los “revisionistas”, al ajustar las cifras para ocultar el sentido. Supongamos que se impugna la cifra de seis
millones de muertos. Alo sumo fueron dos millones, dirá alguno. Menos aún: 600.000, afirmará Irving. Mejor lo
ajustamos en 300.000, dirá Herr Zündel, ya con problemas para explicar las desapariciones. Pero aun si aceptamos cien
mil, cincuenta mil, diez mil, ¿la cantidad de los crímenes cambiará en algo la calidad del delito? ¿No bastará con un que
un solo individuo sea asesinado por pertenecer a una determinada etnia para que haya genocidio? Matar de hambre o
por agotamiento a gente inocente ¿no es lo mismo que exterminarlos con gases?
No por insidioso, el argumento de los revisionistas deja de ser común, y todos lo hemos sufrido en Argentina, cada vez
que los “expertos” descalificaban lo que nos decía la experiencia. “¿Quién dijo que la ciudad está llena de cartoneros?
Usted sólo ha visto cuatro o cinco, y eso no lo autoriza a generalizar...” ¿Cuántos desocupados hacen falta para decir
que estamos en decadencia? ¿Quién firmó el Estatuto del Corrupto? ¿Dónde están los contratos de las asociaciones
ilícitas?
Razonamientos como éstos suelen garantizar la impunidad.
https://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/futuro/13-162-2002-07-06.html 3/3