Envíame un relato, ¡ya!, decía el comentario de Fernando Sárria, en mi blog, hace dos o tres semanas. Yo pensé, vale, algo se me ocurrirá, algún cuento seré capaz de estructurar e ir narrando palabra a palabra. Han pasado los días y al repasar lo que tenía guardado en “mis documentos”, no me ha gustado nada de nada. No sé porqué guardo toda esa bazofia. Son como medicamentos caducados que en su día cumplieron con su misión de amortiguar un vacío espiritual, de calmar el dolor de un aburrimiento, de atacar el virus de alguna curiosidad malsana y repentina, de exacerbar el síndrome de estocolmo crónico que padezco conmigo mismo, o de anti inflamar frecuentes contracturas en las cervicales del alma, pero que ya han perdido toda su efectividad laxante.
Como Fernando es uno de los pocos tipos entrañables a los que adoro, una de esas personas con las que sin tener relación constante, ni coincidencia de personalidad, respetas, porque cuando lo ves, inspira confianza y se te gana a golpe de jovialidad, transparencia y autenticidad, me pongo a la faena procurando exprimir mis “gossos modos” a ver si sale algo armónico, profundo y, esmerado.
Normalmente nos encontramos en presentaciones de libros y actos poéticos. Lugares por los que además de aficionados sinceros y sencillos a la poesía, desfilamos, deshechos de tienta, gente del hampa, actores secundarios, genios incomprendidos, pedantes de cuarta y, fantasmas onanistas.
Adivinen a cuál pertenezco yo.
Pues bien, en uno de esos encuentros, -y ésto lo juro por el azufre que respiraré eternamente cuando la palme- después de tomar unos vinos con otros fugitivos de la realidad, Fernando y yo, a lo que quisimos darnos cuenta, saliendo del enfrasque de una conversación más o menos irrelevante, una charla de barra salpicada por sus risotadas ante alguna de mis empanadas de perro viejo, miramos a nuestro alrededor y...
-Qué cabrones, se ha ido tododios. Pues yo, me voy también que estoy falto de sueño. Dijo Fernando.
-Vale, que te den. Dije yo.
-Cuídate, campeón, me deseó él, mientras se desabrochaba el cuello de la camisa y nos estrechábamos las manos.
No habían pasado ni dos minutos desde que me quedé sólo en Bodegas Dalmau, cuando una mujer de porte refinado, de unos treintaitantos, dirigiéndose a mi, decía algo a lo que no atendí porque mis ojos se clavaron en su escote, creyendo que la voz partía de allí, del esférico revestimiento de sus pulmones. Tenía una pinta estupenda; alta, media melena rubia, ojos grandes y azules y, labios altivos e indiscretos que dejaban ver una canana de blanquísimos dientes.
- Perdón, ¿decía, usted?.
-Decía, que si es amigo del señor que estaba con usted y que se acaba de ir.
-¿Lo conoce?.
-Yo a él, sí. Él a mi, también, pero ha pasado algún tiempo, estábamos muy borrachos y lo más seguro es que no se acuerde de nada.
-Pues vaya, ¿y?, ¿por qué no se ha acercado antes a saludarlo?.
-Era peligroso. Miedo. Me gustaría ser como una de sus hormigas, no cejar, no temer, insistir. Me conformo con recordar las horas que estuve con él. Fue en París. Coincidimos en una librería del Boulevard des Italiens con el mismo libro de Camus en las manos, era La Peste. Nos miramos nos reímos y me invitó a cenar en una de las barcazas de El Sena. Yo estaba y estoy casada y él también.
-Veo que le sigue la pista, me refiero a su mención de las hormigas.
-"…y me apoderé de tu piel y tu deseo,
derribando la humedad de tu cautela…"
-Tengo su libro, como ve. Entro en sus blogs aunque nunca comento nada, la entrevista que le hizo Antón Castro, la he visionado en Youtube miles de veces. Vivo en Santiago, he venido con mi cuñada a La Expo y, oh, casualidad. He estado intentando que no me viera, todo el rato.
-Y lo ha conseguido.
-Sí, pero, perdóneme, no he podido resistirme a preguntarle por él, tengo poco tiempo, ya le he dicho que estoy con mi cuñada, me inventaré algo para justificar esta conversación.
-Bien, lo entiendo, ¿quiere que le diga algo?.
-Que sepa que lo veo, que le leo, que no me importaron sus dificultades de erección, era comprensible por el alcohol, tampoco la peste de sus calcetines, (gracias a La Peste, de Camus, nos conocimos, ¡jeje!) ni la molesta raspadura de su barba entre mis piernas, ni que estuviera todo el tiempo recitándome poemas de amor, que he quedado petrificada al verlo, que soy una cobarde, que lamento la herida que le hice con mis dientes en el escroto, que es adorable, encantador, suave, delicioso y, sueño inalcanzable.
-Bien, ¿y cuando le haya dicho todo eso?, porque a lo mejor le gustaría saber lo que él opina de usted, si se acuerda.
-Seguro que se acordará, de hecho, lo tiene que hacer cada vez que se la coja para orinar o para cualquier otro menester. Ésto le inspirará un gran poema y lo escribirá, como sólo él sabe hacerlo. Yo lo leeré, y sabré que me lo dedica a mi. Con eso me basta, (por ahora). Me tengo que ir, encantada y un millón de gracias por su paciencia.
Y allí me quedé, viendo como salía del Dalmau, agarrada a su cuñada del brazo y me obsequiaba con una maliciosa y delicada sonrisa de complicidad.
¡Qué historia!.
Cómo no he visto a Fernando Sarria desde entonces y le debo un relato, qué mejor cuento que éste hecho, el cuál, juro por el incienso de mi sangre que ocurrió y, al que sólo falta ponerle, música de fondo, una fotografía de París y, otra de una pareja de amantes queriendo y no pudiendo quererse.
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Hace 8 horas
6 comentarios:
¡Increible.............!
¿Alucinante?
Todo discreción...vaya que si.
Con amigos asi, para que quiere uno enemigos.
...........es broma.
Un buen relato. Es una pedrada en los güevos, pero de eso se trata.
Doler para despues sonreir.
Au revoir.
Es cierto, yo estaba también en el Dalmau y me pude enterar de aquella curiosa conversación.
Oye Montero, mira a ver, que en éste blog hay una peste a azufre y a incienso que tira patrás.
Camus.
A ti si que te vale Pepe. Lo tuyo es originalidad al completo y de tirar pa'tras. Ya perdonarás mi silencio, pero es que quería cambiar la cabecera como"Doberka", que así es cómo me conocéis todos, y me ha costado lo mío cambiarlo, que soy nueva en esto, y muchas otras cosas, claro.
Gracias por tu visita.
Besos
Buen relato, se ta olvidó preguntarle a la señora en cual de los dos escrotos tenía Fernando la herida, ya sabes que el morbo de las mujeres es imparable y cada vez que lo vea estaré observando la figura que toma al sentarse.
Un beso.
S. Manrique.
Usted remendando la colina de un escote, ja... ni en broma me lo creo. Mas bien se me parece a una disección de aorta en toda regla.
Beso descarado, caballero, tomeselo donde mejor le sane, cada par de horas.
Un inevitable placer, desmedido como siempre, es lo que tiene mi retina y su palabra cuando en unos segundos se gozan un buen tango.
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