Las primeras noticias que llegan a occidente de estos
lugares, son las que hacen seguir los colonizadores españoles que hasta ellos logran
aproximarse. Siendo Pedro Sancho, secretario Pizarro, el que los menciona desde
Cuzco, al tener noticias a finales de 1533 de los dos enviados a explorar el
Kollasuyo (El Collado o Altiplano Andino) Diego de Agüero y a Pedro Martín de
Moguer. Que a su retorno, después de cuarenta días recorriendo esos parajes, informaron
de que: "había una gran laguna como de
cien leguas y que la mayor población se encuentra a su alrededor, y en medio de
ella hay dos islas pequeñas, en una de las cuales existe una casa del sol que
es tenida en gran veneración… están al servicio de este santuario seiscientos
indios y más de mil mujeres…". Aunque el más prolífico sobre las
tierras andinas fue Pedro Cieza de León, quien posteriormente afirmó que en
ellas “hubo un famoso y riquísimo templo
del sol, en memoria de haber salido de allí su primer inca Manco Capac”, refiriéndose
a la Isla del Sol del Lago Titicaca.
A esta isla hace también reseña Antonio de la Calancha, comentando
que en ella había un “ídolo de piedra
azul vistosa, sin más figura que un rostro feo y el cuerpo como pez”. Que durante
el proceso de “extirpación de idolatrías” ese y otros ídolos “fueron destrozados y arrojados a la laguna
por los cristianos”. Como así ocurrió con los “gigantes ídolos esculpidos en piedra” que había en Copacabana, los
cuales “fueron derribados y sustituidos
por cruces de piedra y madera”.
Es esta, la Isla del Sol, nuestro destino y a la que nos
dirigimos directamente, llegando a ella el mismo día que salimos de La Paz y eso
que tardamos más de una hora de lo previsto, unas 5 horas en recorrer los 155
km. que la separan de Copacabana cruzando en balsas el estrecho de Tiquina, lo que
nos produjo gran parte del retraso. Aun así nos dio tiempo para
contratar hotel para el día siguiente en la parte norte de la playa de
Copacabana, justo al lado del muelle desde el que salen las embarcaciones para
llegar a Challapampa, en el extremo norte de la Isla del Sol. Hacia la cual
salimos de inmediato, pues no partían ya más barcos hasta el día siguiente. Incluso
nos dio tiempo a contratar el alojamiento en la isla, que no hotel, y
acercarnos hasta la zona de las ruinas de Chinkana, que distante unos 3
km. nos llevará unos 45 minutos, estamos rondando los 4.000 m. de altitud y eso
se sigue notando.
Teníamos noticias de que esta isla era uno de los lugares donde mejor se palpa la realidad de la cultura inca y la onírica magia del Lago Titicaca, y aunque ya
llegamos con cierta facilidad los multicolores visitantes hasta sus costas,
mantiene ese encantamiento que le da en parte su aislamiento de cientos de
años. De todas las 36 ínsulas existentes en este enorme lago, la Isla del Sol
es la más grande, unos 14 km², donde conviven y se relacionan tres comunidades
autóctonas de origen quechua y aymara. En tiempos fue conocida como Titikaka
("titi" gato montés o puma y "kkakka" peña), la "sagrada
peña del puma" desde la que salió el sol después de las tinieblas, en el
por entonces conocido como Lago Chucuito, llamado después y hasta ahora como
Titicaca por ser donde nació la saga origen del imperio inca.
Es por ello lugar sagrado y custodio de tradiciones ancestrales,
donde se encuentra la energía que creó el mundo y toda forma de vida según la
mitología inca, donde brotó la luz y se elevaron la luna y el sol, y en el que
la fabula ubica el mito sobre el origen de las culturas tiahuanaco e inca. Nos
trasladan las leyendas que, la Isla del Sol era el legendario lugar
donde nació el sol, y en la cual Viracocha
(el dios sol y creador del universo) decidió engendrar a Manco Capac y Mama Ocllo (los equivalentes Adán y Eva de la cultura inca) para regenerar
el mundo con un nuevo imperio.
Nos lo comenta así el periodista y escritor
Eduardo Galeano: “Al principio de los tiempos, la
tierra y el cielo estaban a oscuras. Sólo noche había. Cuando la primera mujer
y el primer hombre emergieron de las aguas del lago Titicaca, nació el sol. El
sol fue inventado por Viracocha, el dios de los dioses, para que la mujer y el
hombre pudieran verse”.
El gran dios, encomendó a la pareja la búsqueda de un lugar
propicio y fértil para fundar la ciudad que fuera cuna de un imperio,
proveyéndoles de un báculo de oro que deberían ir enterrando hasta encontrar
un lugar donde quedara clavado con facilidad. Partieron en busca del
lugar señalado, encontrándolo a orillas del río
Huatanay en lo que un par de siglos después sería la ciudad de Cuzco, centro
político y antigua capital de la cultura
incaica, fundando uno de los mayores imperios de la
historia americana, el Tawantinsuyu.
Es por ello que la Isla del Sol, posee un especial peso histórico y mitológico al ser el
mítico lugar de la creación inca, habiendo sido el territorio de peregrinaje más sagrado de aquella cultura. Existiendo por
aquellos tiempos precoloniales un santuario de rituales dedicado al dios Inti (Sol)
custodiado por jóvenes vírgenes, donde moraban, adoraban
y hasta ofrecían su vida por el considerado padre de la cultura inca. Entre las que
allí se practicaban, era de destacar la que efectuaban cada 21 de junio
(solsticio de invierno) con la ofrenda a la "Pachamama" (Madre
Tierra) de una niña virgen seleccionada por su hermosura, ofreciéndola en
sacrificio a la "Madre Tierra" como símbolo de pureza y agradecimiento.
Por aquellos tiempos la Isla del Sol estaba ocupada únicamente por "amautas"
(sacerdotes), siendo vedada para los no iniciados en los cultos y s rituales
ancestrales que se realizaban. Sin embargo hoy en día es punto de encuentro de
turistas, arqueólogos y chamanes.
Es su extremo norte se concentran la mayor parte de los
restos arqueológicos del pasado, pudiendo llegar nuestra imaginación a sentir
la presencia de Manco Kapac y Mama Ocllo naciendo de la Roca Sagrada o Roca de los Orígenes como también se la conoce. Que situada algo por encima y al levante de la Mesa Sagrada, esta ultima era lugar de ceremonias, destacando de entre ellas el
sacrificio de las niñas vírgenes y animales para rendir homenaje al dios Inti.
Unos centenares de metros más adelante nos encontramos las ruinas del Laberinto Chinkana, que según
parece es el lugar donde vivían los sacerdotes que realizaban ceremonias
espirituales. Estos lugares son sobrecogedores, no solo por las fabulas que
sobre ellos recaen, su ubicación en la costa oeste de la isla, por encima de
los acantilados y con unas vistas excepcionales, nos hace pensar que no fue mal
lugar el elegido por los dioses para el nacimiento de un imperio tan mágico y
enigmático como el de los Incas.
Es en este lugar, donde la misma tarde de nuestra llegada a
la isla y después de una algo costosa ascensión de casi una hora, subidos a la
cúspide de una cercana colina, resguardados del fuerte viento por un parapeto
de piedras y acompañados por un agradable y simpático argentino, vemos como el
sol inicia su camino hacia el ocaso escondiéndose por las tierras peruanas del
Titicaca. Dando paso un rojo crepúsculo que re refleja en las tranquilas aguas
del lago. Un momento que no solo recojo en mi cámara, es uno de esos instantes
de magia que se quedan guardados en la mente para mucho tiempo. Con este
espectáculo ante nosotros, no es difícil imaginar como la magia y el misticismo
del lago Titicaca ha deslumbrado a cuantos pueblos se han asentado en sus
orillas, no solo a los Incas también a la cultura Chiripa (1.000 a 100 a.C.), los
Pucará (siglos II a.C. a VI d.C.), y sobre todo la civilización Tiahuanacota, quienes controlaron
este hábitat lacustre hasta el siglo XVI, cuando llegaron los conquistadores
españoles.
En este territorio rodeado por las aguas del Titicaca no
existe vehículo alguno, tenido que realizarse cualquier recorrido caminado, tal
y como se ha hecho desde tiempo inmemorial. Es así, a pie, como nos permite
disfrutar de la magia del silencio en medio de este entorno inigualable. El
Camino del Inca o “Ruta Sagrada de la Eternidad del Sol” (Willa
Thak), que recorre de norte a sur en su totalidad el cordal de la isla, nos obsequia
con las mejores panorámicas de todo su perímetro, así como de la gran planicie
de agua que se extiende por más de 150 kilómetros a nuestro alrededor.
Al poco de amanecer y ya pertrechados para realizar el
recorrido que nos habíamos propuesto, el de recorrer el cresterío de la isla de
norte a sur por el "Camino del Inca", nos sorprende una enorme tromba
de agua que cual si fuera una analogía de "diluvio Universal",
congela nuestras madrugadoras intenciones. Teniendo que trastocar nuestros
planes diarios y dedicar nuestro tiempo a un buen desayuno y a replantearnos la
jornada. Retornamos navegando hasta la zona sur de la isla para visita Yumani, población
a la que ascendemos tras recorrer los 220 peldaños de la legendaria e infinita escalinata
que se interna en el bosquete, donde se halla la Fuente de las Tres Aguas, donde confluyen sendos caños de los que
beben los lugareños para prolongar la vida. Con sus aguas de diferentes sabores, sus manaderos representan los tres idiomas que se hablan en la colectividad: aymara, quechua y castellano, y que construida
durante el dominio Inca, nos evidencia los avanzados conocimientos hídricos de
las culturas prehispánicas. Cuenta la leyenda que al "Gran
Inca" (rey), para conseguir que fuera inmortal, lo subían hasta aquí seis
sacerdotes llevando en un trono de oro para que el monarca bebiera de las aguas
de la eterna juventud.
La visión desde la altura es
impresionante, al margen de la belleza del panorama, se respira ese misticismo
que nos envuelve. A nuestro rededor las esculpidas y
trabajadas de terrazas agrícolas sustento de estos pobladores, al fondo, en
medio de la azulada planicie observamos la Isla
de la Luna, otro mágico y enigmático lugar dedicado Mama Killa (nombre
quechua de la Luna), en donde se localizan las ruinas de "Iñak Uyu" o
Templo de la Luna, edificio de 35 habitaciones en el que se encontraban las
vírgenes del sol. Hacia el sur y por encima del acantilado se encuentra el Palacio Pilcocaina (donde descansa el ave), lugar de veraneo del Gran Inca en
busca de reposo, y donde era atendido por las "niustas", sacerdotisas
dedicadas al culto de Inti o dios Sol. Este lugar nos ofrece unas vistas únicas
del lago con las nevadas cumbres andinas de fondo.
Retornados a tierras continentales, dedicamos la mañana del
día que habíamos decidido "de descanso" a visitar la población de Copacabana. Subimos al Cerro Calvario,
al que llaman así por existir uno de esos "viacrucis" con sus 14 estaciones
de la Pasión de Cristo y todo, que los cristianos conquistadores instalaron
para llegar a su cumbre, en la que curiosamente había un templo de la cultura
inca. Pero al ir ascendiendo nos dimos cuenta que su nombre también tenía otra
connotación, pues se trata de un verdadero "calvario" remontar sus
empinadas escaleras a casi 4.000 m. de altitud. Una vez en su cumbre y repuesto
de los resoplos, las impresionantes vistas de la inmensidad del lago con sus
placidas aguas como teñidas de lapislázuli nos hacen olvidar la cuesta. Abajo
la población de Copacabana con su "vintage" playa y los embarcaderos,
también la plaza donde se sitia la Basílica, en la que se adora la milagrera
imagen de la "Candelaria" o
Virgen Negra del Lago, patrona de Bolivia
e inmaculado (por su blancura) lugar de acogida de devotos peregrinos. Donde
los domingos;……….. y coincidimos en que era el día que el "Señor" nos
mandó descasar; bautizan a los automóviles nuevos, bautismo en toda regla, con
cura e hisopo, vehículos emperifollados y dueños engalanados. También esta
sacrosanta iglesia está erigida sobre anteriores templos incaicos, donde
cada seis
de agosto piadosos creyentes visitan este santuario, quedando trasformando así
el antiguo culto inca, que por tiempo inmemorial se rindió a Huiracocha como creador
del universo, a las prácticas cristianas.
Después de almorzar en el genuino mercado de Santa Marta
unas riquísimas truchas del Titicaca, esa misma tarde del "día de descanso",
partimos en autobús a Puno. Población que aunque no muy alejada, apenas 144 km,
se demora bastante por encima de las tres horas, debido a los trámites
aduaneros al pasar a Perú (los policías bolivianos son un poco quisquillosos).
Ya situados en un nuevo país y una nueva ciudad, buscamos alojamiento en su más
"seguro" Casco Histórico, encontrando albergue en el muy recomendable
Hotel Plaza Mayor, que como indica su nombre está casi al lado de la céntrica
Plaza de Armas. Dedicando el resto de la ya oscura tarde a buscar quien nos
puede llevar al día siguiente a conocer algunas de las islas del lago Titicaca,
a pasear por la animada y peatonal calle Lima y a disfrutar en la noche de
algunos de sus edificios coloniales.
Amanecido un nuevo y plomizo día que después se iría
enderezando, embarcamos rumbo a las "Islas de los Uros". A unos 6 km.
de Puno, una media hora de navegación, se encuentran unos 80 islotes
artificiales que han servido como morada a la etnia "Uro" durante
cientos de años, que empujados por los incas y despojados de sus tierras
tuvieron que asentase en las aguas del lago para poder sobrevivir. Aunque
lleven el nombre de esos originarios nativos, la verdad es que el último de los
que habitaba estas pequeñas islas falleció en la década de los 50 del pasado
siglo, estando habitadas en la actualidad por grupos de origen "aymara".
No son islas como se pudiera entender, pues son creadas artificialmente
por manos humanas aprovechando la "totora", planta acuática y recurso
natural muy habitual en las zonas lacustres y pantanosas de la América sureña,
como es el caso de esta zona del Titicaca en la que hay poca
profundidad. Las
hojas y los tallos de este junco es fundamental para la economía y la forma de
vida de estas gentes, con ella a parte de "fabricar" las islas, les sirve
para confeccionar y techar sus chozas, crear habitáculos, o para combustible una
vez secas, así como elaborar sus barcas para navegar por las aguas del lago, como
lo han hecho durante cientos de años, en las curiosas y pequeñas embarcaciones conocidas
como "caballitos de totora". Cuando descendemos de la embarcación para
visitar alguna de estas islas se tiene la chocante impresión de estar pisando
sobre un esponjoso y mullido suelo vegetal con la sensación de estar flotando
sobre las nubes que reflejan las aguas del lago. También con ella realizan
trabajos de artesanía y enseres para su vida cotidiana. La utilizan igualmente
como alimento, pues al pelar su corteza muestra una lechosa sustancia sin
prácticamente gusto, utilizada como suplemento de su alimentación.
La comunidad indígena de los "uros"; que alegan
ser los dueños de las aguas del Titicaca; hasta mediados del pasado siglo su cotidiana
actividad se realizaba en complicidad con el lago, fundiéndose e identificándose
con él en una extraordinaria armonía. Hoy se han convertido en un espectáculo
o atracción turística más de la zona, pero no por ello deja de ser interesante
ver sus formas de vida y sus costumbres.
Por último nos desplazamos hasta la isla Taquile, donde
somos recibidos por sus hospitalarios pobladores, que con sus rostros curtidos por
el sol, aun mantienen sus formas de vida y vestimentas tradicionales. Destacando
la calidad de sus coloridos y trabajados textiles, que se esfuerzan en realizar
mientras realizan sus traslados por los senderos de la isla, o en sus ratos de
asueto sentados a la sombra de algunos de los originales portales que engalanan
sus caminos. Practica declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad.
Si bien el lago Titicaca ya
no tiene el hechizo que me reflejaba aquella revista de los años 70, aun deja
trasmitir ese encanto de los lugares únicos de los que el planeta no anda
sobrado. Sigue siendo un emblema de misticismo y uno de los centros
espirituales más significativos de los territorios andinos desde ancestrales tiempos,
llegando hasta sus márgenes multitud de gentes para buscar los secretos de su añeja
cultura. Siendo
especialmente su misticismo, el que atrae durante los equinoccios a miles de
viajeros en la búsqueda experiencias sobrenaturales. Pero nosotros no buscamos esas
exotéricas sensaciones, el devenir del mundo nos ha hecho más pragmáticos y
menos prosaicos, por lo que continuamos nuestro periplo hacia las incaicas
tierras de Cuzco y el Valle Sagrado, para conocer su cotidianidad de hoy en día
entre sus ancestrales ruinas.