Mi memoria es lo suficientemente bondadosa como para permitir que, en su interior, cohabiten y coincidan, beban y duerman juntos, los olvidos imposibles y los recuerdos necesarios. O viceversa: los olvidos necesarios y los recuerdos imposibles. En cualquier caso, soy poco más que lo que nace de la conjunción de ambos.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Feliz 2010
lunes, 28 de diciembre de 2009
Extracto de biografía III (hoy sin prisas, por variar y porque no hay necesidad)
La locura de los tiempos vividos, o mal vividos, o bien vividos si persisto en aquellos engaños. Los desenfrenos tan agotadores y los remedios para el agotamiento, los coches a ciento ochenta kilómetros por hora, “Hotel California” a toda voz…esa inquietante, maravillosa e inevitable canción. Los continuos viajes en el trabajo, que siempre me tenían por ahí, Madrid, Zaragoza, los aviones que tanto miedo me dan y los trenes dentro de los cuales mi ansiedad también adquiría alta velocidad. Aquellas cuarenta y ocho horas en paradero desconocido, ¿las recuerdas? Cómo no vas hacerlo si eres pura memoria, mi memoria. Eres lo que soy. Y yo, mientras tanto, ajeno a todo, pasando la noche en un coche, no a tantos kilómetros de donde tú estabas, pero sí en otra dimensión. Luego, ya en casa, ya localizado aunque no a salvo, cincuenta llamadas perdidas a mi móvil que, como siempre, no me había llevado. Reproches de mis padres entre sollozos, ¿dónde has estado?, ¿qué estás haciendo con tu vida? Y las mentiras.
Y los amigos, que jamás me abandonaron: “illo, qué coño te pasa, qué pasa contigo”. Siempre tuve la tendencia a los bares cuando las cosas me han ido mal. Ya me pasó durante la carrera. Madre mía, otra historia. Al final no me van a creer. Mejor sigo sólo con esta, la única relevante, la definitiva, la que fue una erupción que, ahora lo sé, se venía preparando desde la adolescencia.
Algo se ha roto, te decía ayer. Tercer día de confidencias. Francisco Umbral vomitó “Mortal y rosa” tras la muerte de su hijo. Yo sé que escribió ese libro literal y literariamente brutal cuando algo se le rompió dejando escapar dolor tan espeluznante. Algo se me ha roto y no sé cómo. Escribe Umbral: “Este libro, hijo, que nació no sé cómo, que creció en torno a ti, sin saberlo, se ha convertido en el lugar secreto de nuestras citas, en el refugio solo de mi conversación, de mi monólogo contigo, aunque ya toda mi vida es un monólogo y no hacemos otra cosa que conversar, tú y yo, sin que nadie nos oiga”.
¿Qué decirte que no sepas? ¿Qué cosas hice que aún no te conté? Si las hay, que las habrá, no es más que porque también las ignoro yo. Mira: “no es más que porque también las ignoro yo”…hasta la sintaxis se me rebela, esa frase es casi una zancadilla, tropecé al escribirla.
Estas confidencias, valientes y sinceras, están naciendo y creciendo en torno a ti. Algo se ha roto, no sé cómo, aunque quizá sepa qué es. Algo se ha roto y me está manchando para limpiarme, algo se ha roto y olvido la imagen literaria, doy de lado al acontecer de un hallazgo lingüístico, no pongo mi empeño en el adjetivo distinto o distinguido. No. Algo se ha roto y mis dedos vuelan al teclear. Es un parto, también te lo he dicho ya. Estoy naciendo. Cuídame como a un niño reciente, dame de mamar. Diez años hace ya. Parece mentira. Diez años y sólo ahora, no sé cómo, algo se rompe. El tiempo es un viejo aliado. La rutina, una buena amiga que nos da las buenas noches antes de dormir. “Con la serenidad/ del que tiene por cómplice la vida/ y su rutina”, escribe Luis García Montero. Tiene mala fama la rutina, pero sólo es culpa del cine. Vivo sobre ella, sobre la rutina amable, y no me preocupo por la falta de sorpresas. Tienen tanto poder, ellas, las sorpresas, que siempre terminan por aparecer. No hay por qué preocuparse con ello.
Ahora que concluye esta tercera mirada sobre aquel cuadro cubista que fue mi vida, me pregunto si acaso aquí debo parar. No lo sé. Siempre tuve dificultad para encontrar respuestas. Lees lo que voy escribiendo, te emocionas y, como siempre, me respondes con esa inteligencia tuya que tanto admiro: “¿y ahora, por qué te ha dado por escribir esto?”. Reímos. Tras una partida que duró nueve meses (¿otro parto?, malditas coincidencias), fuiste capaz de dar jaque mate a la mismísima Muerte catorce años antes de conocerme. Más tarde, pasados esos catorce años, le diste la bienvenida a mi vida. Algo se ha roto. He roto aguas. A lo mejor son lágrimas. No sé, siempre tuve dificultad para encontrar respuestas.
domingo, 27 de diciembre de 2009
Extracto de biografía II (con las mismas prisas, qué le voy a hacer). Con menos dolor.
Y llegaron tiempos de mesura y misericordia, de paseos tranquilos y comidas que consiguieron recuperar esos kilos, demasiados, que había perdido. Esa pérdida, por cierto, no era más que una anécdota. Bien sabes que estuve a medio paso de la mitad de un paso de pederlo todo. Quizá lo sepas mejor que yo, que todavía no soy capaz de verlo con claridad. No sé si el tiempo aún debe seguir concediéndome treguas, si acaso es el miedo el que me impide asomarme dentro de aquel espejo cuyo azogue se ha derramado.
¿Tengo conciencia clara y distinta de aquellos tiempos desalmados? Tiendo a pensar que no. El caso es que éste es el segundo día en el cual necesito escribir sobre todo aquello. Lo hago con prisas, aprovechando un rato de soledad que me deja esta Navidad que siempre nos descontrola. A lo mejor debería detenerme a pensar. A lo mejor luego escribir. Pero sobre todo pensar. Y no: escribo con las manos en un teclado que me quema y los ojos en un reloj (la ducha pendiente, la cama sin hacer, hay que ir a trabajar… lo de todos los días). Llegaron tiempos de mesura y misericordia, de verdades y confesiones. Ésa fue la mejor baza que jugamos: la verdad sobre la mesa, desnuda, hiriente, herida.
De un modo extraño, dejé de mentirte.
Yo creo que tuvo la culpa el poder definitivo de tu mirada egipcia: ¿iban mis mentiras a ser capaces de traspasar aquel muro brillante? Desde entonces, rompo la punta de un lápiz al afilarlo y no te lo puedo ocultar. Y luego, claro, las cartas boca arriba sobre la mesa: tu jugada fue imbatible, la mía era un farol apagado. “No sé si algún día estaré enamorado de ti”, fue mi apuesta. “La veo y la doblo”, fue la tuya.
¿Sabes? Me parece que algo se está rompiendo, que al fin voy a poder hablar. En fin: escribir es mi forma de hablar. Quizá se trate de un parto. Eso es siempre buena señal.
Voy a pensar en ello. Y prometo escribirlo con tranquilidad.
Noto que hay menos ruido en mi corazón.
Te quiero.
sábado, 26 de diciembre de 2009
Extracto de biografía escrito con demasiadas prisas, quizá por el dolor
jueves, 24 de diciembre de 2009
FELIZ NAVIDAD
Un puñetero virus, de esos en los que se recomienda tener cerca un cuarto de baño, me impide escribir una entrada navideña en condiciones (todas las que me han salido fueron una...cagada) y, sobre todo, visitaros para corresponder a cada una de vuestras entradas (lo siento, de verdad). Tengo el cuerpo, desde hace ya un par de días, como si me hubieran pisoteado un par de elefantes.
Dicho lo cual, queridos habitantes de bloguilandia, mi deseo es obvio:
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS
viernes, 18 de diciembre de 2009
Entrada número cien.
Juan “El Manteca” acaba de escribir la suya. Lean aquí y acompáñenlo, que está solo en Navidad.
Y yo escribo la mía, numerada como cien. La hago coincidir con la que tenía pensada. Hace algunos meses, el escritor Andrés Pérez Domínguez nos decía en su blog que acababa de poner la palabra “fin” en su novela “El violinista de Mauthausen” (novela fascinante que, posteriormente, fue galardonada con el Premio de Novela Ateneo de Sevilla). Contaba Andrés que, como es un escritor raro que ni fuma ni bebe, celebraba el momento recostado en una silla, los pies sobre su mesa y escuchando feliz el sonido de la impresora imprimiendo uno a uno aquellos folios que, insisto, nos han dado una novela deslumbrante (háganme caso, lectura recomendable y, por tanto, recomendada).
Ahora que finaliza el año, entro en el que será uno de los más importantes hasta ahora en mi vida: la novela que saben voy escribiendo también tendrá su fin en 2010. Avanza lenta y segura. Ignoro si algún día la tendrán entre sus manos. Ojalá fuera así. Pero no tiene uno edad para engaños y sé con claridad que eso es casi imposible. La novela puede no tener calidad. La novela puede tenerla y no servirle para nada. Y el caso es que no sé si me da igual escribir sólo para que me lean los amigos. Supongo que no. La escritura sólo tiene sentido cuando es leída por los demás, mucho mejor cuantos más sean. No sé si me da igual: también tengo claro que se trata esencialmente de un sueño a cumplir y que, con eso, ya me va bien.
¿Qué haré cuando la finalice? ¿Cómo lo voy a celebrar? En un primer momento no tengo dudas sobre eso: con música alta, bailando y en soledad. Luego, ya me conocen, daré un beso a Lola. A quien, obviamente, estará dedicado el libro. Y, bueno, como yo sí fumo y bebo, un pitillo y una copa de vino también aparecerán.
Mi entrada número cien es propiamente la que aparece tras los asteriscos de aquí abajo. No encontré nada mejor que darles a leer la que es primera página de la que será mi novela. Permítanme que nada les cuente sobre ella salvo una aclaración, por aquello de que no haya confusiones antes de tiempo: el argumento de la novela nada tiene que ver con sucesos paranormales o paranoias templarias que tanto abundan en las librerías. Es una novela sencilla sobre la vida. Y sobre la muerte. Escrita, sin trampas ni cartón, por un hombre muerto. ¿Cómo es posible eso sin caer en el espiritismo, en la ciencia ficción o el esperpento? Ah,…
Que os quiero mucho a todos. Entrada número cien. El principio del fin…
lunes, 14 de diciembre de 2009
Vamos a andar...
Escribir, esa es la clave, ahí está la magia que siempre quise llevar y traer a mi vida. Escribir. Buenos amigos me dicen que sea más sencillo. Tienen razón. Pero no siempre les hago caso. La escritura a veces toma vida propia en mis dedos, se divierte por su cuenta y yo, que soy un chico fácil, me dejo llevar. Hago trampa, hora es de reconocerlo: me empeño más en la forma que en los contenidos porque los contenidos se me atragantan. Asignaturas pendientes, para eso está uno vivo: para aprobar a pesar de no haber sido nunca un buen estudiante. En la carrera me aprobaron algún que otro examen sólo porque estaba bien escrito. En fin, ignoro dónde tengo guardado el título.
Quiero de ti una escritura que se muera de sencilla, me dice desde siempre (desde siempre, compartimos edad y pañales) mi querida Adela –mi hija lleva su nombre, y lo hace por ella-. Pero no lo logra siempre el escritor, tan enredado en la imagen, en la frase, en los laberintos que le apasionan. (ahora vuelvo, voy a cumplir con esos menesteres…al menos con los domésticos).
Sus tres primeras entradas en condiciones, tras varios intentos descontrolados con los que comencé, están dedicadas a mi hijo (mi gordita no había nacido aún), a Lola y a la radio. Quedan claras mis pasiones. Hubo otra entrada que escribí sobre las veintitrés horas, mientras Lola lo preparaba todo para irnos a parir (sobre todo ella), esa misma noche, a quien luego fue Adela (febrero de 2009).
Y todas, absolutamente todas, están escritas porque vosotros estáis ahí, en casa o en el trabajo, donde sea, leyéndome al igual que yo os leo: con cariño, con gratitud. Mis queridos habitantes de bloguilandia, todo esto es posible por vosotros. ¿Cómo pagar semejante deuda? Mi casa, esta casa construida a base de olvidos y recuerdos, es la vuestra, no tendría sentido de otro modo. Entrada número noventa y nueve: gracias por vuestra compañía…va por ustedes, siempre ha sido así.
viernes, 11 de diciembre de 2009
viernes, 4 de diciembre de 2009
lunes, 30 de noviembre de 2009
"La noche de los tiempos"
Aún no sabía que te iba a decir aquellas palabras que sonaron como un epitafio, que cogería el teléfono para advertirte que ya había acabado el acto, que pronto iba a verte, y que notarías por el tono de mi voz una tristeza que talvez tampoco aún sabía que tenía. Una tristeza barruntada en mi forma de vestir o de andar, al encender un pitillo o mondar una naranja.
No, aún no lo podía saber. De qué modo actuaríamos si conociéramos con anticipación las consecuencias de nuestros actos: “ninguna de nuestras palabras o actos son gratuitos”, había dicho el escritor hacía apenas media hora. Había pasado, en un rato, de la ilusión que todos dicen que contagio a la tristeza que sólo tú notas y cuidas…esa tristeza de la que sólo tú me salvas.
El acto comenzaba a las ocho y media de la tarde. Pero yo, hombre de puntualidades y otras carencias, había llegado a las ocho menos cuarto. Y no era el primero. Me di una vuelta por el hotel. Era la segunda vez que entraba en él y eso me hacía caminar con mayor seguridad que la primera, en la que estuve algo asombrado, algo niño mirando techos, salones, puertas. Me gusta ese hotel, el Alfonso XIII, una de las señas de identidad de esta ciudad que es nuestro lugar en el mundo. A las ocho en punto nos anunciaron que podíamos entrar. Me senté en las primeras filas, en la quinta quiero recordar. Las dos primeras estaban reservadas, supongo que para los organizadores, los amigos. Constato luego que también para algún que otro arrogante, esas personas que caminan por el mundo pensando que todos nos fijamos en ellas, y ponen caras interesantes, gesticulan con seguridad, como dominando el espacio y controlando los tiempos. Allá ellos.
Es puntual el escritor. Ocho y media de la tarde. Pasa a mi lado. Estoy viendo, a cincuenta centímetros, a un mito literario. Soy mitómano, tú lo sabes. Tú lo sabes todo de mí. ¿Sabías que yo existía antes de conocerme? A veces pienso que sí, que cuando me viste por primera vez hace diez años (y pensaste, con razón, que yo era un niñato) ya sabías que me iba a acercar a ti en el instante preciso en que lo hice para preguntarte no sé qué cosa. Ahí comenzó todo, algún día lo escribiré. Es una deuda que tengo contraída con mi lenguaje, es un modo, el último, de espantar fantasmas que ya no existen. Algún día escribiré sobre ti, te escribiré.
Habla Fernando Iwasaki, organizador. Sus palabras son tan cálidas como su acento peruano. Se le nota emocionado, anuncia brevedad y la cumple. Su discurso, dos veces bueno.
Cede su palabra al escritor, a mi escritor, a quien más he leído, quien más me ha emocionado sólo con un libro, sólo con una frase o un párrafo. Presenta Antonio Muñoz Molina su última novela, “La noche de los tiempos”. Yo la llevo, sólo principiada, para que luego me la firme. Sus palabras son cercanas, certeras y, para mí, memorables. Aún no podía saber, tampoco, que al día siguiente leería crónicas en los periódicos y que pensaría en quién las ha escrito, en qué estaría musarañeando (mi ordenador señala al gerundio como incorrecto. Mi ordenador no ha leído a Umbral, él se lo pierde) mientras Muñoz Molina hablaba, por qué esas crónicas estaban escritas desde antes de la presentación del libro.
Concluye Antonio (así me dirigí a él más tarde, pero aún no lo sabía, ni siquiera sabía si me saldrían más de cuatro palabras seguidas y articuladas. En mi imaginación había pensado que Antonio me preguntaba por qué quería que me firmara su libro. Y llevaba una respuesta preparada: en mi casa, el primer frigorífico también estuvo durante años en el comedor, y no en la cocina, al lado de la televisión. Él y yo nos entendemos en esto). De las cinco preguntas que hace el respetable (multitud, por cierto) sólo me interesa la última: en el libro aparece una primera persona del singular algo desconcertante. Muñoz Molina confiesa que ésa es una de las claves: un uso del verbo necesario para no hacer trampa ni mentir. No lloro en ese momento porque los hombres no lloran. Sí lo hace, en cambio, el niño que soy, ése que se parece tanto a mi hijo.
Estoy frente a él. Le doy las buenas noches, el libro y mi nombre. Sonríe, me pregunta si Juan Manuel soy yo. Le digo que sí, obviamente: “La noche de los tiempos está cordialmente dedicada a Juan Manuel, en una bella noche de Sevilla. A. Muñoz Molina. Noviembre 2009”.
Evito conversar con él, preguntarle algo. La fila de admiradores esperando firmar es muy larga, no ha lugar al entretenimiento ni a querer destacar. Es absurdo.
Salgo a la calle y, aunque sé que voy a meter mi mano en el bolsillo de la chaqueta para buscar el móvil y llamarte, todavía ignoro mis palabras, aún no sé la tristeza que se acaba de instalar sin que le haya dado tiempo a abrir las maletas. Viene con mucho equipaje, la puñetera. “Ya voy para allá, chiqui”, “¿Qué tal todo, bien, te ha gustado?”, “Cómo no, ha sido maravilloso”, "¿Y por qué estás tan triste?”…y es entonces cuando la veo junto a mí, a la tristeza mirándome orgullosa y con sorna..."estoy triste porque me moriré sin haber escrito un libro”.
“Déjate de tonterías y vente ya, que tengo ganas de verte”…algún día escribiré sobre ti, Lola. Deja un hueco en tus manos para todas las palabras que te debo.
viernes, 27 de noviembre de 2009
La radio de los blogueros
domingo, 22 de noviembre de 2009
La columna con mantequita...
viernes, 20 de noviembre de 2009
Entrada dedicada al Tato (aunque parezca que no tiene nada que ver)
Esta tarde hablamos, de 19:05 a 20:00, en "La Radio de los blogueros" de Literatura. Nos acompañará Juan Antonio González Romano, el profe.
Juan "El Manteca" ya ha escrito la columna con la que concluirá la tertulia.
Si quieren leer esa columna no tienen más que pulsar aquí.
Y para escucharnos e ir dejando sus comentarios, pues aquí.
Os espero a todos en todos los lugares posibles.
Besos, besos, besos derramados.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Primera carta del padre Juanma a sus ídolos
martes, 10 de noviembre de 2009
Juan "El Manteca"
viernes, 30 de octubre de 2009
La radio de los blogueros
martes, 27 de octubre de 2009
Cerrado por defunción...
lunes, 19 de octubre de 2009
El Manteca
viernes, 16 de octubre de 2009
La radio de los blogueros y Juan "El Manteca"
Como cada viernes, Juan "El Manteca" me ha enviado su columna semanal para el programa de radio "La radio de los blogueros".
Hoy, en la tertulia, hablamos de "Ciudades que cambiaron el mundo. Ciudades que nos cambiaron".
Si ustedes gustan, pasen, vean y lean....
Gracias a todos de parte del Manteca.
http://juanmanteca.blogspot.com
lunes, 12 de octubre de 2009
viernes, 9 de octubre de 2009
Colección SILTOLÁ de poesía y Juan "El Manteca"
Permítanme, que me lo pide el cuerpo, una reseña periodística del evento…desde la primera fila.
El acto comenzaba a las 20:00, pero yo llegué con una hora de antelación, creo que el primero. No conocía la Biblioteca y me apetecía darme una vuelta por allí, donde me reencontré con un olor capaz de curar cuitas: el olor de los libros. Tenía, además, muchas ganas de ir viendo cómo llegaban blogueros a los que me apetecía mucho conocer al fin.
Fui en taxi y ya tuvo su punto poético el trayecto. Transcribo el diálogo con el taxista (un chico muy joven, quizá no sevillano, quizá novato en la cosa) y aclaro, para mis amigos no sevillanos, que la Biblioteca está situada en pleno centro histórico de la ciudad:
- ¿La Biblioteca?
- Sí, la Biblioteca Pública, bueno, a lo mejor es Infanta Cristina –me hizo dudar-, la que está justo al lado del Teatro Lope de Vega-
- Sí, el teatro, justo al lado de la Universidad, la antigua Tabacalera –juro dos cosas: que no daba crédito a la conversación y que es tan cierta y literal como aparece aquí. Hubo otras perlas durante el recorrido, pero ya las obvio porque el interés de esta crónica es otro-.
- Ah, bien, ya, ya, yo es que como no soy de leer, no sé dónde están las bibliotecas.
Y sin embargo, llegué a buen puerto. Me dejó el chico en la puerta, en la correcta, además. Ya de lejos vi a Javier Sánchez sentado en una cafetería cercana. Más no me acerqué aún, digamos que me conformé con tenerlo controlado. Entré en la biblioteca y me dejé llevar un rato por los pasillos. Creo que fui feliz durante media hora.
Salgo a la calle, enciendo un cigarrillo y otro más. Va llegando la peña poética y bloguera. Aparece Jesús Cotta y me reconoce (nos habíamos visto una vez). Nos saludamos, nos alegra vernos, habla con rapidez este hombre de tantos pensamientos, es nervioso y es bueno, es inteligente y humilde. Me alegra la tarde con una proposición deshonesta que acepto inmediatamente, sin reparos ni condiciones, y de la que ya saldrá noticia cuando corresponda. Llega también Juan Antonio González Romano, el profe, dudamos brevemente entre la mano o un abrazo que es, finalmente, el gesto que se impone. Se le nota nervioso y hace acopio de su seguridad para defenderse. Llega Javier Sánchez, atractivo, educado, cordial, al verme me saluda con sinceridad y calidez. Y llega también quien yo esperaba especialmente: José Miguel Ridao. Lo reconocí sin dudas, desde que dobló la esquina y fue acercándose. Lo dejé saludar a sus conocidos antes de acercarme, cuando estuve a medio metro de él también supo que yo era yo al extender mi mano. No le dije “parmenídeo”, tal y como le había prometido según vieja afrenta, porque le vi más cara de padre con cuatro niños: “el Ser es, el No Ser no es”, y Ridao, definitivamente, no es parmenídeo.
Llegada la hora, Javier Sánchez ejerció de jefe de sala y nos invitó a ir pasando al salón de actos, el cual, si bien pequeño, más pequeño se quedó para tanta gente. Lleno hasta la bandera, con gente de pie. Yo me senté en primera fila. Antes del comienzo del acto, me llama la atención una señora que estaba sentada detrás de mí: “¿eres Juanma, verdad?” (se ve que la foto con cara de capullo de aquí abajo ha eliminado mi anonimato con eficacia). “Yo soy Aurora, del blog Máster en Nubes”. Me alegró mucho conocerla, se le quitó el enfado que tenía conmigo porque di mucha vara cuando yo tenía vacaciones y no el resto (en fin, una historia del blog de Ridao, que da para mucho) y me dijo que le encantaba lo que yo escribía de Lola. Gracias, Aurora, gracias de corazón.
Comienza el acto…poético. Toma la palabra Javier Sánchez, agradece todo lo que hay que agradecer, explica el qué y por qué de la colección SILTOLÁ de poesía y dice, concordando con lo que yo había pensado y sentido hacía una hora, que la Biblioteca, a pesar de ser nuevo edificio, ya tiene la solera que da el olor de los libros.
Cada poeta debiera darnos una breve introducción de su intención poética y, a continuación, leernos cuatro poemas de cada uno de sus libros.
Comienza Juan Antonio González Romano y, así, de entrada, ya confiesa que hace trampa, siempre astuto, pícaro, inteligente: el orden de sus poemas implica que leerá cuatro que no son cuatro sino más de cuatro. Sus coplas, como le dije después, me desmontan y me vuelven loco. El título de su libro: “Señales de vida”.
Continúa Miguel Agudo, quien nos dice que para él la poesía no es un arma, sino un juego. Que a veces le salen greguerías. Para muestra, ya saben, un botón: “El camión de la basura va recogiendo la madrugada”. El título de su libro: “Cuando Herodes la Tierra”.
Toma la palabra Jesús Cotta, quien nos hace reír: “El político busca la Justicia, el filósofo la Verdad y el poeta la Belleza. El político, cuando no encuentra la Justicia se vuelve pragmático; el filósofo, si no halla la Verdad, torna relativista; pero el poeta, si no encuentra la Belleza, se pega un tiro. Es por eso que no hay políticos ni filósofos suicidas, pero sí poetas”. El título de su libro: “A merced de los pájaros”.
Sigue con la palabra el poeta Elías Marchite, con quien también reímos. Cuanta un chiste en el que un amigo le dice a otro que fue histórico un concierto concreto de los Sex Pistol, a lo que el amigo responde que cómo puede decir eso si sólo asistieron cuarenta y dos personas, y qué, responde el primero, cuántas personas hubo en la Última Cena. Nos dice que en su poesía encontraremos pocas o ninguna metáfora, pero, ay, luego nos lee lo siguiente: “Una luna es la dueña de mi vida”. El título de su libro: “Tiempo muerto”.
Cierra el acto la poetisa Olga Bernad. Nos dice que la poesía, escribirla, es algo nuevo para ella, que lleva dedicada un año y medio. Creo que está nerviosa, suspira cuando concluye su lectura y, por lo bajini, le comenta algo al Profe (supongo que eso, un “menos mal, qué nerviosa estaba”). Somos de la misma quinta y acaba de publicar su primer libro. Hay esperanzas. El título de su libro: “Caricias perplejas”.
Todo concluye. Los poetas firman. Yo hablo con Ridao, con Fernando. Se me acerca una chica encantadora y, cuando me dice quién es, pienso que no había otra posibilidad: es Parsimonia. Lo dicho, un encanto de mujer. Me dice que le gusta cómo escribo, pero que prefiere los relatos cortos. Yo, que no puedo ser más torpe, pienso que prefiere mis relatos cortos. Luego, ya de madrugada dando vueltas a esta crónica en mi cabeza, caigo en la cuenta: ¡prefiere escribir ella relatos cortos! Lo dicho: torpe perdido. Ella me disculpará y, en cualquier caso, le llegará mi promesa: un relato dedicado. Aurora me dice que me lee siempre aunque no me comente. Creo que lo hará aquí, en esta crónica. La espero. Se presenta, porque me reconoce también, otro bloguero al que me apetecía mucho conocer: Julio, quien me saluda con cariño y de quien debo decir que mejora mucho al natural (esa foto de tu blog, Julio, te hace mayor). Bastan pocos segundos para saber que es un gran hombre, así que es algo que puedo afirmar.
Y voy cerrando, que esto se alarga más de lo recomendable. Aprovecho que el Pisuerga pasa por aquí para deciros que ya tiene publicada su columna semanal Juan “El Manteca”. Hoy nos habla sobre la Muerte, que es el asunto de la tertulia que esta tarde desarrollaremos en “La radio de los blogueros”. Una pregunta, una enorme curiosidad: ¿por qué entran aquí todos mis amigos y, sin embargo, no lo hacen tanto en el blog del Manteca? Acérquense, por favor, les aseguro que es un hombre de mi total confianza. Buena gente. Su blog: http://juanmanteca.blogspot.com.
Nada más. Volví de nuevo en taxi. Esta vez con un taxista normal, quien supo llevarme sin dudarlo a mi destino. El cual, pesadito que es uno, se llamaba Lola.
domingo, 4 de octubre de 2009
Nosotros
Pero sobre todo es ella, es Lola, quien me cuidó sin mimos, sin concesiones ni tonterías, quien me despertó de un sueño que los vientos huracanados habían vuelto pesadilla. Nunca imaginé que una red extendida, con forma suave de mujer, pudiera ser tan salvadora. Pero lo fue. Es ella, es Lola, es la mujer que vive conmigo, que duerme conmigo, que ama conmigo. Es ella, es Lola la culpable de que seamos nosotros. Jamás le mentí y mis verdades le hicieron daño. Quise mentirle alguna vez y fue ella quien lo consiguió haciéndome pensar que mi mentira coló. Somos nosotros porque es ella. A veces he pensado cambiarme de nombre y llamarme Lola también, por ver si hay arreglo en todo lo que me queda por arreglar. Somos nosotros y todo queda resumido en ella, en Lola, en mi Lola, la mujer que quiero de un modo inevitable, inaplazable, la que viene aquí, a este blog, para decirles a todos ustedes que, algún día de estos, habrá que tomar una copa, hacernos una foto y poner todos caras de capullos…como ése de la gorrita de las narices.
Somos nosotros, sí. Pero quede bien claro que sobre todo es ella. Se llama Lola. Y la quiero.
sábado, 3 de octubre de 2009
viernes, 2 de octubre de 2009
LA RADIO DE LOS BLOGUEROS
lunes, 28 de septiembre de 2009
A un colega, a uno de los mejores...
Los primeros juegos de mi vida fueron junto a él, que era un par de años mayor que yo. Fue un hermano para mí y como a un hermano lo quise. Luego, en la vida, hay un momento en el cual se notan esos dos años de diferencia: él entró a estudiar BUP mientras a mí aún me quedaban dos años de EGB (qué antañón suena todo, ¿verdad?). Nos separamos, obviamente.
Pero nos volvimos a encontrar más tarde, cuando dos años vuelven a no ser nada. Nos encontramos una noche, compartiendo estrellas y otras drogas, bebiéndonos el mundo, soñando que éramos otra cosa de lo que realmente éramos, componiendo quizá algún verso, cantando, riendo, pasando de todo, libres sin serlo…al fin y al cabo, estábamos aprendiendo a volar.
Una noche, estando yo en casa de Aurora, riéndonos porque acabábamos de hacer el amor y el resultado fue lamentable, llamaron a la puerta. Era Manuela, otra amiga. Se nos cortó la risa al ver su cara blanca: “me acabo de enterar de que han matado a Pedro. Ha sido Raúl, su hermano”. Raúl era un paraca que tuvo que dejar el ejército por padecer un tipo de esquizofrenia muy violenta, un tipo huraño con el que también yo había jugado, y mucho, en aquellos años colegiales. Una discusión familiar, un cuchillo de cocina, varias puñaladas mortales en el mismo rellano de su escalera. Fuimos corriendo hasta su casa, ya estaba allí la policía, una ambulancia, todo acotado, no pudimos pasar. La impresión que me dio saber que el cuerpo de mi colega estaba allí tendido, desangrado, muerto, cambió mi personalidad.
Lo enterramos dos días después, llorando como niños, quizá como lo que éramos. Nos fuimos luego todos a emborracharnos, pero no pudimos hacerlo. En un par de cervezas, nos fuimos yendo poco a poco, cada uno a su casa.
¿Por qué cuento todo esto? Porque ayer fui a mi pueblo, a casa de mis padres, y entrando en él con el coche vi a Raúl. No lo había vuelto a ver. Ha estado todo este tiempo encerrado. No sé qué pensé. No me dio tiempo a decirle a Lola “¡mira ese tío!, ¿sabes quién es?”, no me dio tiempo a pensar, a reaccionar. Iba caminando por una acera, solo, quizá con el peso de su hermano en la memoria. Ha cambiado muy poco, el muy cabrón. No sé, a lo mejor debía de haber acelerado, girado mi coche y atropellarlo. Obviamente, no lo digo en serio, sólo escribo lo que mis dedos me dictan ante la impotencia que sienten por saber que nunca lo van a estrangular.
De alguna manera, que a lo mejor otro día cuento, le debo a Pedro el trabajo que tengo, el que me ha dado la vida, el que me permitió conocer a Lola, enamorarme de ella y copular con un resultado fascinante: el nacimiendo de Domingo y Adela. Le debo lo que fui en la infancia, en la adolescencia y en esta madurez en la que uno va entrando. Hace muchos años de todo esto, no sé, quince o veinte, no lo sé ni me importa. No lo olvido. Y, lamentablemente, tampoco parece que pueda olvidar la imagen que ayer tuve. Pero os juro que haré un esfuerzo sobrehumano, hay cosas que, realmente, no merecen la pena, caras que han de quedar, para siempre, relegadas al olvido, junto a todo lo infame, todo lo negro, todo lo que ha causado un dolor mortal.
viernes, 25 de septiembre de 2009
Vuelta a la carga...
lunes, 21 de septiembre de 2009
De amores perdidos....
Para mi amigo Ramsés, el Aguador de Sevilla....
http://elaguadordesevilla.blogspot.com/
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“Sin palabras llegar a la palabra (qué lejos, qué improbable), sin conciencia razonante aprehender una unidad profunda, algo que fuera por fin como un sentido…”. D. Julio Cortázar, quién si no, nos deja esta maravilla en el capítulo diecinueve de “Rayuela”.
Acudo a esta frase ahora que pienso una entrada, tras algún tiempo desvelado por causa de otros asuntos untados con manteca, fascinantes para mí esos retos. Sin palabras llegar a la palabra…dónde está la palabra que buscamos, la que llega justa y precisa a la frase que voy escribiendo, la que asoma en la memoria y queda ahí, en el umbral, esperando el visto bueno del escritor.
Hace años comencé un artículo para una revista local, local de mi pueblo, del siguiente modo: “¿Dónde están los amores perdidos? Donde comienza la literatura” (ahora sé que mi amigo Ram, el gran Aguador, lo sabe). Perdí aquel artículo, aquellas revistas que hoy, si tuviera delante, me harían llorar de emoción. Y, finalmente, perdí los amores perdidos a pesar de la ayuda que me prestaron los libros, las hojas pasadas con tanto miedo como esperanzas y devoción. He ido perdiendo amores como se va perdiendo la inocencia, como se pierde la forma primera del habla, tan salvaje, libre, destartalada, coherente, para ser sustituida por un lenguaje atado, a veces sumiso, pensado, coloquial, absurdo, aburrido.
Un amor perdido deambula entre olvidos y recuerdos, entre la nostalgia o la caducidad, entre desvelos y sueños como mariposas. Y mal asunto, sí, Ram, mal asunto cuando sucede lo que cuentas con el corazón arañado: “Sacó de su bolsillo un hilo de sutura ensartado en una aguja esterilizada y remendó aquella herida que sabía se abriría pronto. La próxima vez que los recuerdos le acuchillaran el alma. La próxima vez que la ausencia le recordara que la echaba de menos”. ¿Estás seguro, amigo, de que esa aguja estaba suficientemente esterilizada? Por la herida abierta que deja un amor perdido no penetra sino el tiempo, el paso de los años como amigos que nos acompañan, la sabiduría que se va acumulando y nos ayuda a ver el mundo desde otro lugar, desde otros lugares donde, sí, aparecen amores nuevos que, recién encontrados, provocan una punzada en la herida que el amigo tiempo parecía haber cerrado. Como esos cambios de tiempo que anuncian fríos y temporal.
Voy pensando, o escribiendo. Que tanto da. Puede que los amores perdidos no existan. Los amores no se pierden. Ni concluyen. Ni se cierran. Amar es una experiencia que parece inevitable. Vamos conviviendo con aquellos amores que fueron. Vienen otros a salvarnos de la quema. Amar es un acto de miedo y valentía: es vencer al miedo. A veces pienso que miro como lo hacía la primera mujer que amé, la que me inspiró poemas colegiales y protagonizó mis primeros sueños ocultos. Ocultados. Reconozco en los míos gestos de otras mujeres, palabras aprendidas allí donde estuve con ellas, incluso formas de sentarme o esperar en una cola. Me reconozco en lo que fui y sigo siendo. Beso tal y como aprendí a hacerlo cuando me lo enseñaron. Me desvirgó una mujer doce años mayor que yo. Me hice hombre en una noche y, sin embargo, salí de allí intentando convivir con el niño que, no sabiendo andar, ya miraba cuando pronunciaban mi nombre. El amor (mi querida y atlántica Susana me da un beso sonoro cada vez que lo digo) es un reconocimiento. Si uno no sabe quién es, amar es un gesto inútil.
Concluyo. Si te cercioraste, querido Ram, de esa esterilización correcta de la aguja, dime cómo se hace. Tengo que cerrar una herida que hay en mis labios para recuperar aquella forma de hablar, salvaje, libre, destartalada y coherente, que usé para amar por primera vez.
viernes, 18 de septiembre de 2009
La radio de los blogueros
Esta tarde, de 19:05 a 20:00 (hora española), nueva edición de ese programa que ya forma parte de la historia de la radiodifusión en el mundo: "La radio de los blogueros" (tienen ustedes el correspondiente enlace en los blogs enlazados en la columna de la derecha). En las primeras horas de la tarde de hoy aparecerá la entrada del programa, aunque ya anticipo que el asunto que trataremos en la tertulia será "La Prehistoria, la aparición del ser humano". A partir de entonces podrán ir dejando sus comentarios que, como siempre, es lo que más nos importa de todo lo que hacemos. Ya me conocen, no necesito jurar que esto es así.
Juan "El Manteca" es uno de nuestros nuevos colaboradores en esta temporada. Él añade su punto de vista al término de la tertulia. Contra lo que es su costumbre, ha finalizado la columna con tiempo suficiente y ya está en mi poder. Esta tarde la leerá él, si aparece, o en su defecto la leeré yo, en calidad de portavoz oficial y amigo del Manteca.
Añado el enlace a su blog para que, si quieren, la puedan conocer con anticipación. No es necesario que dejen sus comentarios aquí. Háganlo allí, en el blog del Manteca, que los necesita, que se pone triste si nadie le dice nada y se pone a beber...que cualquier excusa es válida.
Besos a todas y a todos.
martes, 15 de septiembre de 2009
viernes, 11 de septiembre de 2009
Los blogueros...nuevamente
viernes, 4 de septiembre de 2009
Los blogueros...
¡¡¡YA ESTAMOS AQUÍ!!!
La nueva temporada viene con contenidos renovados. Mantenemos la tertulia, que ocupa la primera mitad del programa. El broche final de la misma constituye una de las novedades: Juan "El Manteca", periodista y habitante de la taberna del Tato, leerá semanalmente una columna que, con su toque personal, aportará una visión sin duda distinta del asunto tratado. Esa misma columna, posteriormente, pasará a ser una entrada de su blog: http://juanmanteca.blogspot.com/.
La segunda mitad del programa también aporta nuevas ideas. De las tres entrevistas que hacíamos a tres blogueros, pasamos a una: intentaremos elegir siempre algún blog que consideremos interesante (por cualquier motivo) para todos. Se trata de ir abriendo, poco a poco, el campo de visitas y de contactos blogueros.
jueves, 3 de septiembre de 2009
El blog de un colega...
martes, 1 de septiembre de 2009
Un año de blog, setenta entradas, un millón de besos.
Hoy cumple un año mi blog. Y el caso es que me coge este aniversario en una mañana algo rara, nada inspirada, sin que parezca que vaya a escribir una entrada espectacular. Son las diez de la mañana del uno de septiembre. Domingo, mi hijo, estará entrando en este momento en la guardería. Comienza su camino hacia la vida de mayor. No queda otra. Esta noche ha dormido conmigo, en mi cama, mientras Lola lo hacía con su hermana en el salón (la pequeña ha salido calurosa y no había manera de que durmiera si no era con aire acondicionado). Ha dormido Domingo abrazado a mí, manteniéndome casi toda la noche al borde de la cama. La metáfora está servida: desde que nació mi hijo, mi amor, mi ídolo, yo estoy al borde de la vida para evitar que él, al acercarse, se caiga. Hoy comienza su educación escolar. Mi empeño seguirá siendo el mismo, ya manifestado aquí en otras ocasiones: “Domingo, cariño, manda a tomar por culo a todo aquel que, en cualquier momento de tu vida, te diga que tienes que asentar la cabeza”. Así lo hace su padre y no le va mal.
Escribo mientras mi hijo entra en la guardería acompañado por Lola y Adela, mi hija, mi amor, mi ídolo, duerme en el salón de casa. Aire acondicionado, por supuesto. Acabo de levantarme a verla. Un día de estos me la voy a comer de puro guapa que es. Adela ha nacido hacia la mitad de este año de blog. Hubo entrada que anticipaba el acontecimiento justo antes de irnos para la clínica (recordarán la entrada los más viejos del lugar, yo no pongo el enlace porque no sé hacerlo. SOS, Tato). De aquí a nada habrá algún que otro maromo pretendiéndola. Ya estoy ensayando la mirada de perro asesino que le dedicaré cuando lo tenga sentado en el sofá de mi casa. Mi empeño, con Adela, en fin…”Adela, cariño, manda a tomar por culo a todo aquel que, en cualquier momento de tu vida, te diga que tienes que asentar la cabeza”. Así lo hace su padre y, francamente, no le va mal.
Gracias a todos, mis queridos niños y niñas. Gracias por vuestros comentarios, que siempre llegaron cargados de cariño. No voy a nombrar a nadie porque ya se sabe que alguien siempre se queda en el olvido. Hoy mejor me quedo con los recuerdos.
El nombre del blog, por cierto. Nació el nombre de la nada. Sin razón que pudiera explicarlo con seriedad. Algún resorte desconectado habrá por mis interiores que impulsaron el nombre. Hace años leí una frase que me impactó: “somos lo que en apariencia hemos olvidado” (en “La pasión turca”, de Antonio Gala). Talvez en aquella lectura nació este blog.
El blog no ha cambiado mi vida, pero sí la ha enriquecido. He entrado en contacto con gente, cada uno de vosotros, que me parece fascinante. Un idioma común nos traspasa, compartimos idioma…y no hablo del castellano. A veces pienso si el blog es mío o es vuestro. Tonterías con las que uno pierde el tiempo: es mío y lo hago vuestro. No hay que darle más vueltas. En una ocasión pensé dejarlo, pero, ah, os echaba de menos.
Yo le agradezco a este blog, a vosotros por tanto, la ayuda que me ha prestado para escribir mejor. Escribir es un alimento básico que recibe mi corazón, así que la deuda es impagable. No puedo no escribir. Así de sencillo. Tengo una novela en cierne, que va a ritmo lento, pero va. Si la novela no llegara a ningún sitio (probabilidad alta), ya tengo entradas para un par de años…la iría soltando por aquí. ¿Por qué no? ¿Acaso no cuenta este blog con lectores que merecen la pena? Más de un escritor endiosado, y por ende enriquecido, y por más ende mediocre, envidiaría a los lectores que aquí entran.
No me extiendo más. Que os quiero tantísimo…habéis hecho realidad esa frase con la que principia la canción de Serrat: “de vez en cuando la vida, nos besa en la boca”.
¡¡¡GRACIAS!!!
miércoles, 26 de agosto de 2009
Hallelujah
Acabo de presentarme a cuatro concursos literarios, de poesía y relato corto. Son muchos ya en mi vida, pero nunca demasiados. No me gusta esa palabra: “demasiado”. Ahora sólo cabe esperar el fallo del jurado. Que, por supuesto, siempre falla y nunca me concede el premio que sin duda merecen mis letras articuladas de tal forma que conforman un relato o un poema.
Me gusta el ritual, la preparación del sobre con la obra, con la plica, la búsqueda de un lema, escribir mi pseudónimo. Me gusta llegar a la oficina de correos, certificar el sobre y advertir al estafetero que el remite debe ir en blanco porque envío mis sueños a un concurso literario donde el anonimato es base. Me ha atendido siempre un señor que, desde que le dije en una ocasión “certificado, urgente y a ser posible también bendecido”, dibujaba en el aire una cruz ante el sobre tras sellarlo. Ayer supe que se ha jubilado. Me atendió una chica joven, funcionaria reciente o interina que se abre paso, que me deseó suerte. Si fuera por los funcionarios de correos de mi pueblo, ya tenía el Nóbel.
Ahora espero. Siempre estoy atento, cercanas las fechas del dictamen del jurado, al teléfono, al correo electrónico, a señales de humo, a palomas mensajeras…y es que no sé cómo avisan, cómo llega la que sería felicísima noticia. Luego, cuando todo pasa y nada gano, continúa el ritual. En una carpeta de mi ordenador tengo todos los certámenes a los que me he ido presentando, tras el nombre del certamen y el título de la obra que presenté, tengo que añadir: lamento escribir que no hubo suerte.
¿Nada gano? Esto no es del todo cierto. Una vez quedé finalista en un concurso de relatos cortos, lo cual supuso la publicación del mismo. En casa tengo el libro. Mi primera y única historia publicada. La calidad de los relatos es tan lamentable que no he vuelto a presentarme a ese certamen. Sin embargo, cuando recibí una carta comunicándome eso, que había sido finalista, estuve bailando en mi casa, solo, unas dos horas.
¿Nada gano? Bueno, eso no es del todo cierto. Yo creo que tener ilusión es siempre una victoria. Y las decepciones, después de tantas (de decepciones literarias hablo), duelen ya poco. Comenzar a escribir algo y llegar a terminarlo es otra victoria. Escribo porque no podría no hacerlo. Lo hago desde siempre. Estoy convencido de que lo llevo en mis genes, aunque no haya crecido en un ambiente literario, aunque en mi casa los primeros libros que entraron fueron los que yo compraba, aunque a mis padres les cueste sudores y faltas de ortografía escribir una frase simple de sujeto, núcleo y predicado (faltas de ortografías, por cierto, llenas de esfuerzo y ternura. No como las que aparecen actualmente en institutos o universidades, tan grotescas y zafias). Mi madre me dice: “ay, Juan, se te va a caer el piso con tantos libros”. Y el caso es que yo creo que lo piensa de verdad. Mi madre es maravillosa.
A lo mejor algún día abren ustedes este blog y se encuentran con una entrada en la que diré que he ganado un concurso literario. De ser así, han de saber que la música que acompaña a estas palabras estará sonando en mi biblioteca a toda voz. Han de saber que estaré llorando de pura felicidad. Escribo para ser leído, no entiendo cosa distinta. No guardo nada en un cajón. Lo doy, lo enseño, quiero que mis amigos me lean. Algún día, cada vez más cercano, concluiré mi novela. La releo, releo lo que llevo, y a veces me gusta. Otras no tanto. Supongo que esas dudas son habituales. No la daré por finalizada hasta que no pase un examen estricto por parte de quien es mi mayor crítico, alguien capaz de darme “caña” a base de bien, que puede llegar a ser despiadado y que nunca está conforme del todo: yo mismo. Debido a mi horario laboral, suelo irme a la cama sobre las dos de la noche. Da igual: a las siete de la mañana suena mi despertador. Me levanto sólo porque quiero escribir. Porque tengo que hacerlo.
A lo mejor, algún día, abren mi blog y se encuentran con la noticia de que he ganado un certamen literario.
A lo mejor esta entrada es una premonición.
Han de saber, si llega el caso, que ya le habré dado a Lola un beso no apto para menores.
domingo, 23 de agosto de 2009
A mi madre...
Esta entrada está dedicada a una persona con la que tengo una deuda impagable: a mi madre, que me dio la vida, en primer lugar, y luego facilitó las cosas para que fuera viviendo.
Uso una copla de la comparsa gaditana “El Vapor”, una de las agrupaciones que más me gustan, si no la que más, de todas las que conozco del Carnaval de Cádiz. La “traduzco” más abajo porque el sonido no es el ideal y porque entiendo que muchos amigos que por aquí entran no tendrán el oído familiarizado con estos cantes.
El motivo de esta dedicatoria nada tiene que ver con que yo sea un hombre “madrero”. No me gustan esos tipos. Suelen buscar una mujer y una boda sólo para que sigan ejerciendo de la madre que han dejado al salir de casa. Suelen comparar a la esposa con la madre y, en esa comparación, la esposa sale perdiendo. Así que, lo dicho, no me gusta nada un tío madrero. Podría llegar a odiarlos si supiera qué cosa es el odio. No comparo entre mi mujer y mi madre, qué manía esa de comparar, siempre tenemos que estar en pie de guerra, siempre liados con alguna elección. Yo, por fortuna, tengo otros entretenimientos. Mi madre me dio una vida que Lola ha llenado de contenido. Y punto.
Cuando le dije a mi madre que acababa de comenzar una relación con Lola, su respuesta fue: “Mira, Juan, aunque no tenemos mucha confianza, yo sé que muchas mujeres te han hecho daño y a mí me ha dolido mucho. Pero si ahora eres tú quien le hace daño a Lola, me va a doler mucho más”. Había captado, la puñetera, que en aquella relación que principiaba, Lola tenía mucho que perder porque, por entonces, ella estaba más enamorada de mí que yo de ella. Había captado que Lola era la mujer de mi vida y temía que yo, siempre tan volátil, pudiera meter la pata.
Dedico esta canción a mi madre porque ha pasado por una mala racha, pequeña depresión (siempre es pequeña para quien no la padece, ¿verdad?), de la que por fortuna está saliendo. ¿Acaso pensabas, querida mamá, que íbamos a dejar que no tuvieras ganas de reír?
Estas cosas son las que se cuentan a los amigos, ¿no?
Canción:
Antes de hacer las maletas,
quiero decirte chichilla,
que la mitad de los besos
y más de cuatro “te quieros”
hoy te los doy en coplillas.
Antes que llegue ese día,
que algún día llegará,
guárdate en un rinconcito
dos cositas de este niño
que creció sin avisar.
Cuántas noches desvelá,
que si los primeros dientes,
el temor a la oscuridad,
te me has vuelto viejecita
en menos de un carnaval,
las vueltas que da la vida:
yo pa’lante y tú pa’tras.
Qué más quisiera, reina mía,
que decirle al que está arriba
que no te lleve, que no te lleve nunca,
ay, pa estar conmigo.
Chiquilla qué más quisiera,
que el tiempo retrocediera
pa que me vieras en la cunita dormido.
Antes que no pueda verte,
deja que bese tu frente,
tus manos de biberones.
Qué más quieres que te diga:
“venga que hay que estudiar,
tu padre te va a reñir”,
tú jarta de trabajar
y yo haciéndote sufrir.
Maíta dónde estás, cuéntame un cuento,
que he soñao que te vas, ay, que te vas,
ay, que te vas… y tengo miedo.
lunes, 17 de agosto de 2009
Porme un tinto, Tato, a ver si me entra sed...
Esta historia tabernaria está dedicada a mi amigo bloguero Er Tato, dueño de una taberna llamada http://latabernadeltato.blogspot.com/, donde me tratan muy bien...
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¿Recuerdas, querido Tato, que usaba un perfume agridulce, tan rancio y caducado que hasta su piel de diosa vencida lo repelía? Sí, claro, perdóname amigo, ¿cómo no lo vas a recordar? Una vez penetra en la pituitaria es difícil olvidar el olor de la santidad. Ponme otro vino, Tato, antes de que entre en tu taberna la Santa Compaña. No me gustan esos tipos, demasiado vivos y felices para mi gusto. Deberías inaugurar el derecho de admisión.
No me vaciles, amigo, no me ofrezcas aquel “Gran Reserva” que te regaló tu suegro cuando decidiste dejar a su hija. Valiente cabrón, tu suegro, era capaz de mudar la piel sólo para demostrar que sus tatuajes y principios legionarios permanecían inmutables. A mí me das el vino de siempre, que me ayuda a doblar las esquinas sin atajar por la carretera. ¿Sabes, colega?, mi madre me daba biberones de vino quinado que ella misma se encargaba de apurar…será por eso que todos aquellos que la vieron en el ataúd reconocieron mi cara inmediatamente. Ya sé que dejaré en el mundo un bonito cadáver. Es más, ya sé también que nadie me llorará. Ni siquiera yo.
¿Por qué recuerdo ahora aquel perfume? Bueno, no tanto así, recuerdo en verdad a su propietaria. Y no disimules, amigo, que no queda bien esa mueca silbante en tu cara cuarteada, yo fui testigo de que tu mirada resbalaba por la barra hasta llegar al origen de sus pechos suavemente caídos hacia arriba. Tu mirada era un sueño con discapacidad cuando quedaba cerca de aquella diosa, única luz que ha entrado en tu taberna después de tantos años. Fue un placer ayudarte a cortar la maldita soga que te anclaba a la ley de la gravedad. Newton fue un cabrón que nos hizo pisar tierra y para eso están los amigos. No tenía por qué haberle dado tanta importancia a algo tan aburrido como comerse una manzana. En fin, qué se puede esperar de un inglés. Ambos, la manzana y él, están podridos.
Cuéntame de nuevo, por favor, cómo sabía aquel veneno de su piel…¿De verdad te duchabas con el líquido desatascador para intentar oler como ella? Sólo un loco con garantía de un año (¿cuánto hace que cumplió?) como tú, querido amigo, sería capaz de hacer algo así. ¿Es verdad que sus besos eran como arañazos? ¿Que acariciaba como si llevara puestos guantes de boxear? La segunda vez que reí en mi vida fue cuando me dijiste que follaba como un oso hambriento. ¿La primera? Cuando el médico le dijo a mi madre que acababa de parir un hijo normal, que no se preocupara porque me hubiera dado por morderle la vagina con tal de abrirme paso. “La edad pule el carácter, señora, ya lo verá”, le dijo a mi madre, que se conformó porque no entendía qué significaba eso de “señora”.
¿Ya has dejado de preguntarte por qué se marchó, sin más? Haces bien, Tato de mi alma, hay preguntas que no son sino un buril doméstico, una tortura que gotea sin piedad ni remisión. ¿Aún conservas aquella carta en blanco que te dejó porque fue la despedida más amable que se le ocurrió? Cuánto trabajo, cuántos vinos envenenados, nos costó poner en orden aquellas palabras que no estaban. Total, para nada, aquel mensaje escrito en ebrio era indescifrable. ¿Sabes, amigo? Debo confesarte que hay ocasiones en las que sois vosotros dos la imaginación que forjo como hierro oxidado para conseguir una masturbación perfecta. Y no me mires así, el único consejo válido que me has dado en la vida es que sacara el canalla que tengo dentro. Así que pon un par de vinos negros, que hoy vengo acompañado.
A veces, querido Tato, te veo llorar. Y yo sé que es porque aún ves la sombra de aquella diosa, marginal y orillada, sentada en un taburete y apoyada sobre la barra como un ángel desmotivado, pidiéndote algo que se pareciera lo menos posible al agua. Y lloran tus ojos macerados, querido amigo, porque no logran acostumbrarse a la única luz que ha entrado en este maldito antro donde tengo por costumbre pararme a beber.
Y es que no logro recordar dónde vivo.