He leído en estos últimos meses algo de literatura húngara. Solo conocía (poco) algunos libros de Kertész y Sándor Márai. Ha sido un feliz descubrimiento la escritora Magda Szabó. Su libro "La puerta" es magnífico, me ha dejado una sensación de complejo tesoro encontrado, así que volveré a ella próximamente. También leí "El niño" de János Háy, de aire existencialista, prosa agobiante (lo de siempre, falta de puntuación, verborrea imparable, historias que desbordan el vaso-novela), que tiene como atractivo la extraordinaria capacidad de incluir mil vidas en una sola vida, enlazar cual comentarios de "cotilla de escalera" el pasado y el futuro de mil personajes, convirtiéndolos en reales, cercanos, absolutamente verosímiles, a pesar de que todos ellos desembocan, con demasiada frecuencia, en finales tristes y sin esperanza. Y el olor a vino que se desprende por doquier. Doquier, menuda palabra.
Voy a seguir con esta inspección de escritores húngaros durante los próximos meses, además de profundizar en Szabó, especialmente en su poesía. Espero hacer más descubrimientos.
Y aquí dejo una porción de otra puerta, la de Louise Gluck en "El iris salvaje", cuya floreada lectura me ocupa los días:
Quería quedarme como estaba, quieta
como jamás el mundo se está quieto,
no en mitad del verano, sino en el instante
previo al nacer de la flor, el instante
en que nada es pasado todavía:
no en mitad del verano, en la tardía
pero intoxicante primavera, con el césped
no muy crecido al borde del jardín, con los primeros
tulipanes empezando a abrirse:
como un niño que ronda la puerta y vigila a los otros,
a los que van primero, un amasijo
tenso de piernas y brazos, pendiente
del fracaso ajeno, de las debilidades públicas,