Encontrarse con amigos de Buenos
Aires en el exterior es una cosa maravillosa: es como estar un poco en casa (a
esta altura ya estoy empezando a extrañar ciertas cotidianeidades porteñas)
pero en un lugar del que ninguno conoce demasiado. Nosotros ya estuvimos con
amigos en Mallorca, después en Barcelona y ahora nos tocó en Londres.
Nos encontramos con dos amigas
mias en la estación Notting Hill Gate para ir a todos los parque que están
cerca del palacio de Buckingham: Hyde Park, Kensington, Green Park y St. James.
Tardamos media hora en encontrarnos y solamente había dos salidas de subte, es
claro que ya nos olvidamos cómo arreglarnos y cómo encontrarnos sin celular. Nos
abrazamos todos como si hiciera añares que no nos veíamos. Empezamos a caminar
y para nuestra comodidad, las chicas conocían exactamente para dónde teníamos
que caminar en cada momento.
En Kensington está el primer
palacio. Los palacios son todo lo que uno piensa: cosas grandes, lujosas,
recargadas, ostentosas. Para entrar hay que pagar una cantidad que no recuerdo
porque no pagué, pero ya en la entrada hay algunos sillones pequeños imitación
rey y reina donde los turistas vamos y nos sacamos unas fotos y nos sentimos
recontra gansos. Hay una tienda de obsequios donde todo es lindo y romántico/
rococó o elegante/ aristocrático. Yo quise comprarme un juego de sellos para
lacrar cartas pero me arrepentí porque era de esos impulsos de turista de los
que uno después se burla toda la vida. También quise comprar tés (no tomo té),
quise comprar un cepillo imitación de princesa (uso peine), un libro llamado
“Teas and conversation”, otro “How to be a proper gentleman” y un último “How
to prepare an exquisite english tea”. Porque siempre se puede ser un poco más
boludo. Una de mis amigas me mostró un disfraz para niños que vendían en el
lugar: un vestido de plebeya que se convertía en vestido de princesa. Le dedico
el detalle a todos los que piensan que lo retrógrado no va más.
Llegamos al Memorial de la
Princesa Diana: una fuente circular al ras del piso, está pensado para que el
que quiera vaya y se refresque los pies. A mi me afectó un poco, justo ese día
era el aniversario del accidente de mi hermana y yo estaba sensible. Toqué el
agua y lamenté que no hiciera más calor, porque la corriente de esa agua limpia
era bastante tentadora para mojarse un poco.
Caminamos por la orilla de uno de
los lagos y hablamos de la cantidad de cuervos que hay en Europa, en los cisnes
que estaban ahí, en los patos perfectos como los que disparábamos cuando
existía el Family Game. Llegamos a la pileta del Hyde Park, un pedazo de lago
semicerrado en el que la gente va a nadar. A Juan la idea le pareció tan brutal
que si hubiera tenido malla se tiraba, a mi la idea me pareció divertida pero
nada más, a una de mis amigas no me acuerdo y a la última directamente le
pareció medio asqueroso.
Al agua pato |
Cuando miré la hora me di cuenta
de que aunque caminábamos rápido ya no íbamos a llegar a ver el cambio de
guardia de Buckingham. Se supone que es bastante divertido como coreografía y
musicalmente pero las chicas me dijeron que se junta muchísima gente y ya no me
dieron tantas ganas de ir (estoy esperando muy ansiosa Berlín porque tengo la
sensación de que ahí va a haber menos quilombo de gente sacando fotos).
Llegamos al palacio de Buckingham, dijimos “Guau”, “impresionante”,
“increíble”, “qué inmensidad”, “cuánto lujo”, “cuánto dorado”, “mirá ese ahí
quietecito” y así. Un par de fotos y adiós.
Hicimos un semi pic nic en el
parque St. James y nos separamos de las chicas: ellas iba a hacer un poco de
shopping a un lugar al que yo ya había ido y yo había quedado con otra amiga
para ir a tomar unas cervezas.
Bichito |
Le dimos una merecida segunda
oportunidad a Camden y ésta vez no fallamos (una de mis amigas me dijo
exactamente a qué parte teníamos que ir para ver los mejores -o al menos los
más antiguos- negocios). Llegamos a Camden y sin distraernos fuimos donde
teníamos que ir: pasando el puente que dice Camden Lock y sobre el lado
izquierdo hay un predio que alguna vez fue uno (o varios) establos y que
después se convirtió en uno de los mercados más importantes del Londres de los
´70. Hay de todo: negocios punks, otros más hippies, disquerías, ropa vontage,
bazares, chucherías, porquerías chinas, ropa fea, ropa cara, lámparas, muebles
antiguos.
Los que más me gustaron fueron
-Un bazar atendido por una pareja
de viejitos muy antipáticos los dos, tenían muebles bastante exclusivos y cada
vez que alguien entraba le indicaban de manera bastante grosera que tuviera
cuidado con no tirar ni golpear nada. Cada cosa que vendían tenía una etiqueta
que decía el nombre del diseñador, el año de producción y el precio y eso le
daba un áura de importancia a todo lo que vendían, tanto que uno realmente
tenía mucho pero mucho cuidado de no romper nada.
-El local de un cuarentón
extremadamente bien vestido que vendía un poco de todo. Algunos discos (Juan me
dijo que había algunas rarezas), algo de ropa, objetos, libros viejísimos. Era
más que simpático, apenas nos vio con los discos dijo que con placer podíamos
escuchar el que quisiéramos y a mi sólo por eso ya me dieron ganas de comprarle
todo.
-Un zapatero que tenía todas las
“paredes” del local recubiertas con zapatos (no de utilería) y cada vez que lo
vi sacando un par de zapatos se le venían cinco o seis encima. Se estaba
burlando de las zapatillas de un posible cliente, diciéndole que no, que es a
él no le interesaba ni un poco.
Buscamos algo para comer pero
nada nos llamó demasiado la atención. Quizás el problema fue que en cada puesto
de comida se desesperaraban para que compremos y gritaban para llamar la
atención o sacudían un tenedor con comida seca y recalentada para que la
probáramos. Yo hubiera comido unos wraps de espinaca que hacía una mina muy
simpática pero se largó a llover y ya no pudimos ir a su puesto. Sentados
esperando que pase la tormenta nos agarró tanto sueño que decidimos suspenderle
a mi amiga que nos esperaba a la nochecita para tomar algo, venimos con un
ritmo loco que suena tremendo, las piernas más musculosas que nunca y la cabeza
a punto de explotar todo el tiempo.
Antes de subirnos al subte encontramos un
bar bastante tradicional y nos tomamos una cerveza. Cara, la cerveza. Caro,
Londres.