Para Ramón Z. y para Vic. Por razones distintas
El
cielo nocturno de la playa se llenó de puntitos de colores. Cientos
de globos voladores de papel japonés, en los que en su interior
alumbraba una antorcha, se fueron elevando desde el malecón hasta la
playa. Cada vez que una familia o grupo conseguía hacer volar al
suyo (lo que tenía un cierto misterio), se escuchaban gritos de
alegría y aplausos que fluían con los de otros grupos, haciendo del
silencio nocturno habitual, un murmullo luminoso.
Cada
uno de los globos llevaba dentro una llama que acogía un deseo.
Todos volaban hacia el mar abierto y se dirigían a la oscuridad del
invisible horizonte. Y el espectáculo de esa noche permanecería en
la memoria colectiva de los habitantes y veraneantes de la pequeña
ciudad. Entre los que yo me encontraba.
Era
el 15 de agosto en ese lugar con playa. Una playa como tantas otras
del norte del país en el que el cielo nocturno, donde se reflejan
las luces de los edificios y del alumbrado, impiden ver las lágrimas de
San Lorenzo (también llamadas Perseidas), pequeños meteoritos que
todos los años por esas fechas, chocan con la atmósfera. Y que se
pueden contemplar en otros ámbitos sin contaminación nocturna. Con cada estrella fugaz, se piensa en un anhelo secreto. Y dice la leyenda que se suelen cumplir.
Por
eso, los globos incandescentes en la noche recordaban a este fenómeno
natural. Y era sobre playa precisamente donde
ocurría.
Las
playas son lugares de encuentro de algunas ciudades con mar, en los
que casi todo está permitido. Desnudarse, correr, jugar a distintos
deportes, chillar, caminar, estar tumbado, comer, bañarse, besarse,
esconderse, aparecer, perderse, ensuciarse. Hay pocos espacios donde
se pueda hacer esto y mucho más, con naturalidad y aceptación
por parte de todos. Donde mayores, niños y jóvenes interactúen sin
trabas ni tabúes, y se mezclen edades, estratos sociales y formas de
pensar y de ser. Lo que permite a las personas sentirse felices y
relajadas. Y el sonido que desprenden, disfrutando, es de risas y
voces mezcladas con el rumor del mar.
Mucho
hay que pensar sobre las playas para diseñar un espacio público en
la ciudad si observamos lo cotidiano y contamos con las emociones.
¡Qué poco se necesita! Una extensión grande de arena y una
extensión grande de agua. Y sol. Un buen servicio diario de limpieza
y poco más. Ni juegos infantiles, ni pistas de paddle, ni siquiera
papeleras más que las necesarias y retiradas. Espacios donde se
pueden tirar al aire de la noche globos de papel y no suponga más
que otro recuerdo amable para anclarse en la memoria de las gentes.
1 comentario:
Me encantan las playas con esas casetas. En Portugal en la playa de Ancora, tambien las hay, ¡Y los bañeros!.
Esos globos los echaron este año aqui, y al principio no sabíamos lo que eran, me encantaron.
Besos
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