sábado, 16 de julio de 2011

LA LLAMA AMARILLA

LA LLAMA AMARILLA



El mar abate sus olas, encopetadas de espuma, sobre las arenas de la solitaria playa. Las gaviotas culminan  entre las rocas el dibujo artístico de sus  rasantes vuelos. Mientras la tarde se rinde, entregando el rojizo y brillante imperio de sus cielos al apretujado ejercito de renegridas nubes, que avanza.

Las casitas de la villa, amontonadas a los costados de la ruta que las pasa, miran curiosas como unos niños giran y saltan una cuerda larga. El llamado de sus madres. Un acudir corriendo a casas y las puertas de madera que se cierran chirriando, el llanto de sus goznes oxidados, por sus  muchas  noches de salitre y enbrumadas.

La oscuridad extiende su negra cobija sobre el pueblo de pescadores que abandona su jornada. El silencio llama al silencio. Tan solo las olas rumorean su romper de marejadas y prestas acuden las brumas tejiendo muselinas blancas… De una  en una, se iluminan las ventanas.

Elisa. Siendo como es, nieta, hija y esposa de pescadores, como tantas otras esposas, coloca con amor, como es la costumbre, en el alfeizar de la ventana, una vela encendida, rogando que, su  amarilla llama, se divise desde el mar para guiar a los pescadores en el regreso hacia sus casas.

Tres días ya, partieron los barcos…

Tres días ya, de velas encendidas...

Tres días ya, de trémulos pabilos, encristalados tiznes y olorosas chamuscadas.

Elisa, limpia con un paño el cristal de su ventana, apoya su frente y llora… repasando su desgracia:

Cinco años que zarpó su marido…

Cinco años, aún sin saber nada…

Cinco años, esperando por su amor, todas las noches, con las velas encendidas en el alfeizar de su ventana.

Con los ojos arrasados por las lágrimas…Levanta, enturbiada, la vista… Escudriña el horizonte como interrogando a la noche y el mar, avergonzado, se retrae de la costa huyendo de su mirada.

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