La importancia de la autoprotección (de la que os hablé en la entrada anterior) en el camino de la superación del trauma, conecta directamente con el ámbito social. Recordad, finalizábamos el último post preguntándonos cómo encajar de nuevo en el mundo de nuestro entorno cercano tras haberlo abandonado un tiempo. El que sea que hayamos tenido que necesitar para iniciar nuestro regreso.
Apartémonos un momento. Centremos ahora nuestra mirada en aquellos que están a nuestro lado. Durante el tiempo que hemos estado ausentes, ¿qué ha sido de sus vidas? Lo lógico es que algo nos hayan ido contando, sabiendo o no nuestro estado. Lo lógico es que no hayamos sido capaces de interiorizarlo, de empatizar. Recordad que nuestra oscuridad no dejaba entrar la luz.
Cuando uno empieza a recobrar el sentido de la vida (hablamos aún de los inicios), el miedo puede ser un compañero de lo más habitual. El miedo a rehacer o sanar lazos, el miedo a estar a la altura de lo que se supone se espera de nosotros. Es aquí cuando la generosidad de quienes nos quieran recobra todo su sentido. No es momento de exigencias. Es momento de abandonar la incomodidad social.
La moral puede sentirse atacada, removida, cuando estamos ante adversidades terceras. ¿Cómo he de tratarle? ¿Debo hacerlo? ¿Le haré daño si le hablo de tal manera? ¿Sería bueno que le propusiera hacer tal cosa? La sola formulación de estas cuestiones, denotan la preocupación de aquéllos que nos quieren. La "no contestación", incomodidad social. Ésa que actúa de barrera entre nosotros y ellos. La que impide que entre su luz en mi oscuridad, negándome la ayuda que me permita intentar salir.
Familia, pareja, amigos... ¿qué hacer? Controlar la incomodidad en cuanto aparezca. Huir del miedo al trato, de la "evitación". Dar cabida a una propuesta firme de ayuda. De estar ahí.
Decía Coyne que la gente no soporta a los deprimidos o a las personas con estado de ánimo bajo y que, por ello, tiene tendencia a huir de ellos. Puede que tenga razón, al fin y al cabo lo más sencillo es permanecer al lado de quien siempre nos transmite buen humor y con quien sabemos que vamos a divertirnos. Pero, en todo caso, yo añadiría a la opinión de Coyne que no sólo se trata de no soportar. Se trata también de no saber. Y de no saber si serán capaces de soportar las recaídas del ser querido durante su travesía por el camino del dolor.
Únicamente piensa una cosa: hubo una vida antes de la adversidad. Ayúdale a recordarla.