Comienzo hoy con una confesión: ¡cómo me gusta el Adviento! En medio del aparente triunfo del mal, en tantos y tantos escenarios, este tiempo que precede a la Navidad me sacude el corazón y las entrañas: es la esperanza que vence a la tentación del desaliento, y que se infiltra en las entretelas de nuestro corazón cristiano.
Este primer domingo se nos llama a la vigilancia: ¡qué viene el Señor, caramba!
Porque de eso se trata, amigo, amiga, no te quepa duda: el Señor viene, para ti y para mi.
Vino en el tiempo, hace 2023 años, el Hijo de Dios bendito, nacido de una madre virgen en la pobreza de Belén, anunciado por los profetas, esperado por el pueblo.
Vendrá al final del tiempo, en su segundo venida, en la Majestad de su Gloria, a juzgar a las naciones. Es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de la historia. La Iglesia, que es la Esposa, otea el horizonte y espera, confiada en su promesa: ¡Regresaré!
Viene a ti y a mi en la intimidad del corazón cuando oramos, cuando lo recibimos en la Santa Eucaristía, o en el sacramento del perdón, cuando escuchamos su Palabra que es luz y vida, cuando lo acogemos en nuestros hermanos y hermanas, particularmente en el pobre o en el que sufre.
Viene, si estamos atentos, en los pequeños acontecimientos de nuestra vida diaria. Dios se revela para cada uno en su historia personal que, vivida desde la fe, es siempre nuestra particular historia de salvación.
El Señor viene. No sabemos ni el día, ni la hora, ni el momento: "si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer,...", pero viene, eso es seguro.
Para recibir al Señor que está la puerta hay que despertar, estar vigilantes, salir del embotamiento del corazón y de los sentidos, y esperar.
Sí, esperar, pues como decía San Rafael Arnaiz, un santo monje del siglo XX: "Toda nuestra ciencia consiste en saber esperar"
¡Feliz primer domingo de Adviento!
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