Capítulo IX: Unas fiestas muy especiales
Capítulo dedicado a mi amiga y lectora catalana M. Eugènia Creus-Piqué. Para que este próximo año te llene de salud y de energía.
Al abrir los ojos, vi todo blanco. No sabía dónde estaba. Notaba un fuerte dolor en el hombro izquierdo y una debilidad generalizada que no era usual en mí.
Al mirar hacia la izquierda pude ver a la inspectora Hidalgo llorando.
De repente, todos los recuerdos se agolparon de nuevo en mi cabeza.
- Candela –me intenté incorporar inútilmente- ¿cómo está Lluis? ¿Y Antonio?
No me contestaba.
- Contéstame o me arranco las vías y me arrastro hasta información –grité desesperado.
- Vicente –me puso una mano sobre el pecho para que no me moviera- ahora no te puedes levantar. Te han operado del hombro y has perdido mucha sangre. Antonio está bien. Tiene una fractura en las costillas, pero se recuperará pronto.
- ¿Y Lluis?- insistí ansioso.
- Vicente, tienes que prometerme que no te vas a alterar, de lo contrario los médicos me reñirían…
- Al carajo los médicos.
- Pues, el inspector Miró… -dos lágrimas resbalaron por sus mejillas- … está en coma.
Al instante noté como si me hubieran clavado un cuchillo en la espalda.
Me sentía culpable, responsable por no haber podido evitar tamaña desgracia.
- Pero –carraspeé, saqué fuerzas de la nada- ¿qué dicen los médicos? ¿Saldrá de ésta?
- Dicen… Dicen que lo más seguro es que no –sin poder evitarlo, se echó a llorar de nuevo.
No podía creer lo que oía. Lluis, con toda la energía que tenía, con todas las ganas de vivir, a un paso de la muerte.
Sin embargo, yo había aprendido que a la muerte no había que tenerla miedo. Nunca. Había que mirarla de frente.
Años atrás había sido sometido a un tratamiento horrible que había minado mis esperanzas junto a los malos augurios de los médicos. Pero me harté y dije: “Y una mierda, conmigo no puede ni Dios”. Y así fue. Conmigo no pudieron. Ni los doctores, ni el maldito tratamiento.
Así que me centré en esos recuerdos.
- No llores, Candela –le acaricié una mano- si lucha, vivirá, y Lluis siempre lucha.
- Vicente… ¿tú crees que podrá…?
- Sí… pero necesito que me den un calmante y que me lleven a donde esté. Tengo que decir unas palabras mágicas.
- ¿Cómo puedes tener valor para decir tonterías en esta situación? –me preguntó histérica.
Yo, que sabía como tratar un shock, me preparé.
- Como no traigas ya a un médico, a una enfermera, o a lo que sea que me lleve hasta Lluis, cuando me levante, te mato.
El caso es que siempre funcionaba. Me metía en mi papel de loco y funcionaba. Sobre todo cuando se lo decía a personas en un estado de nervios exasperante.
Que qué le dije a Lluis. Pues lo que tenía que oír. Que había personas que le necesitábamos (entre ellas yo) y que no podía ser tan desagradecido como para dar la espantada a esas alturas. Además, le prometí algo que sabía, le iba a interesar.
Le aseguré que pasaría con él las Navidades en Catalunya si se recuperaba (era algo que me había ofrecido muchas veces, pero que había rechazado por friolero y bobo) y le anuncié que Antonio y Candela se apuntarían al viaje si se ponía bien.
Y ya te digo que si se recuperó. Yo sabía que me había oído. Y en efecto, me oyó.
Tardó tres días en despertarse, el muy bribón y, para mayor sorna, Candela, Antonio y yo le canturreábamos: “Y al tercer día resucitó…”. A sabiendas de que era un ateo militante.
Con todo, pasamos unas fiestas muy especiales, nos conocimos más, olvidamos el trabajo, estrechamos nuestra relación y recordé, después de muchos años, que la vida siempre vence a la muerte.
* FUENTE DE LA FOTOGRAFÍA: barbolax.blogspot.com