Que no te amarguen las fiestas.
Inmersos ya en pleno adviento, discurrimos
por un período de sentimientos encontrados. Con el paso de los años, se le ha
ido incorporando a estas fechas todo un conglomerado de añadidos de
connotaciones bien diversas. Al sentido religioso primigenio, hoy apenas le
resta participar en los eventos mediante alguna pequeña; y más bien accesoria;
intervención de carácter testimonial e iconográfico. El resto del tiempo
permanece reservado a la observancia de determinados rituales, que; dicho sea
de paso; no sabemos muy bien en qué momento ni por qué motivos hemos ido
adquiriendo. Deberes, por otro lado, que buscan ampararse en ciertos valores de
un orden muy concreto y a los que, después, en la práctica, se tienden a
ignorar de un modo más bien ramplón y hasta, incluso, grosero.
Pero no. No penséis que pretendo
revertir el sentido al título que escogido para acotar esta crónica. Todo lo
contrario. Sé que, para muchas personas, las navidades han terminado por
convertirse en una época con la que les cuesta lidiar y que, muchos de los
sobreentendidos condicionantes que ya lleva aparejados, les suponen una carga
más bien incómoda. Yo mismo, hasta hace bien poco, era una de esas personas,
pero, tras mi llegada a estos velados confines, la filosofía con que los qarpadios
encaran estas inminentes festividades, me ha ayudado a reconciliarme de un modo
notable con las mismas.
Desde épocas remotas, en la
nación invisible se ha venido desarrollando un concepto de la religiosidad,
cuanto menos, pintoresco, y como, paralelamente, no suelen mostrar ninguna
clase de reparo a la hora de apropiarse de todas aquellas costumbres foráneas que,
a su juicio, pueden resultarles provechosas, las navidades, tal y como se
plantean por estos lares, pueden dejarnos algo desorientados. Por supuesto,
existen elementos comunes: las calles comienzan a lucir un colorido y rutilante
alumbrado de fantasía, se organizan toda suerte de eventos colectivos y se empieza
a estudiar el cariz que ha de tomar el intercambio de presentes entre quienes
se sienten unidos por un vínculo especial (obsequios sobre los que me gustaría hablaros
en el futuro).
Pero vayamos al meollo de asunto.
Desde hace ya bastantes generaciones, a lo largo y ancho del mundo, se nos ha
estado bombardeando con la premisa de que las próximas semanas han de ser entendidas,
entre otras cosas, como un tiempo de ilusión. Pues bien. Los qarpadios han dado
por bueno ese planteamiento, pero; y ahí es donde radica la gracia; le han
endosado un tanto deslizando, no sin cierta malicia, la siguiente pregunta: “¿Alguien dice que esa ilusión se tenga que
manifestar de un modo determinado?”. Silencio por respuesta.
Muchas veces, sometidos a la
inercia de la rutina y encadenados a la tiránica complacencia hacia los
convencionalismos, nos creemos en la obligación de ilusionarnos con cosas que
no nos trasmiten ninguna ilusión en absoluto. Cuando, en buena lógica,
fracasamos en la consecución de tan irrealizable cometido, nos sentimos
decepcionados con nosotros mismos y automáticamente excluidos de un plan que ya
había sido establecido. Pero… ¿acaso la ilusión ha de obedecer a algún plan? Los
qarpadios viven estos días con ilusión, sí, pero cada uno a su manera, sin
dejarse domeñar por criterios monocordes o fórmulas estandarizadas. Las jornadas
que vienen son aprovechadas al máximo; y no ya para enumerar una lista de
deseos más o menos realizables, sino, más bien, para intentar al menos
llevarlos a la práctica. Se busca construir, finalmente, muchos de los anhelos
proyectados, lo cual incide muy positivamente en el ánimo de conjunto de esta
compleja sociedad. Y… ¿sabéis qué? Esa suerte de vigor positivista tiene algo
de contagioso, lo cual, hace bastante sencillo empaparse de esa recomendable
sensación que algunos han llegado a definir como “el espíritu navideño”. Por expresarlo
brevemente: es algo así como retornar por unos días; salvando, claro está, las
distancias; a ese estado de inocencia que tuvimos en la infancia y que viene a
alimentar nuestra capacidad para sorprendernos.
Por todo lo anterior es por lo
que os emplazo a que “nos os amarguen las fiestas”, a que
disfrutéis de esta ocasión que nos brinda el calendario y a que la viváis con
intensidad en compañía de aquellos que gustéis y de la forma que más os plazca.
Pues muchas gracias por el apunte.
ResponderEliminarY sí, creo que siempre, y no sólo en fechas determinadas, deberíamos de hacer aquello que más nos place...
Precioso el nuevo formato, la portada denota a una persona de gusto exquisito. Y me encanta que solo se vea lo esencial. Y el que quiera ver más que lo busque...
Felices Fiestas.
Brindo por todas y cada una de tus palabras; la vida, a pesar de pesares, está para vivirla, y, nuestro es… el beneplácito para disfrutarla como queramos…
ResponderEliminarMe gusta mucho el nuevo aspecto del blog…
Bsoss enormes, y Felices Fiestas.
Bien sabes que no me agradan estas fiestas, tienen siempre una connotación bastante negativa en mi mente y debo esforzarme por reponer cada año esos recuerdos que cruelmente acuden de forma insistente, pero sé que es especial para muchos y trato de que esa ilusión que tengo el resto de días me ayude a superar estas complicadas jornadas.
ResponderEliminarAdemás este año tengo la fortuna de tener un regalo extra y me ayudará a ver con más magia las fiestas y hacer que los demás disfruten de ellas a mi lado, aunque me suponga cierto esfuerzo.
Confío en que sean para Ti unas bellas fiestas y se renueven Tus ilusiones.
Besines dulces
A Tus pies