Lo lee concentrado a la sombra de una encina, entre los
campos de centeno. Es un libro magnífico donde está todo lo que se necesita
saber: construir un barco, reunir una tripulación, manejar un arpón. El pequeño
Ahab lo lee con deleite, pero también con urgencia. Ahí delante, sobre la
superficie ondulante de las espigas, ha vuelto a ver aparecer, hace un
instante, el lomo acechante de una enorme ballena blanca.
Están ahí. Qué duda cabe. Las ballenas. Entre centeno, sábanas, cabezas en un bar, da igual.
ResponderEliminarNo hace falta buscarlas. Sólo hay que saber mirarlas.
Abrazo
Gabriel
Hay que estar atentos, es verdad. Poner los ojos en función caleidoscopio, poner predisposición, poner ganas y mirar.
ResponderEliminarAbrazos, Gabriel.
estupendo ejercicio metaliterario.
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