Nunca
antes había llegado nadie con la intención de llegar, y mucho menos con la intención
de quedarse.
Aquel miércoles de marzo hacía ya tres semanas que una
lluvia despeinada aturdía a las ovejas, confundía el contorno de todas las
cosas y borraba de los corazones los anhelos y las penas con esos aplausos del
agua que apagan la voz del mundo. Cuando entró por primera vez en la aldea, con
su caminar de obispo y su mirada de anciano, la lluvia se detuvo a verlo pasar
y tal fue su impresión que no volvió a caer hasta dos meses más tarde. El padre
Anselmo, embutido en su eterna sotana negra, cruzó la plaza en dirección a la iglesia
como un viento cargado de oscuros presagios, recorriendo sin vacilar un camino que
no había visto sino en sueños. Al llegar a la iglesia, encontró las puertas
abiertas y las estancias vacías. Un arrullo de palomas y un dormir de
murciélagos lo recibieron en el altar mayor, donde lo esperaba una cruz
deshabitada. Antes de instalarse o hablar con nadie, se dio a las tareas de desahuciar
a todo bicho anidado en los rincones, limpiar los ámbitos de espíritus herejes y
crucificar de nuevo al Cristo que años antes…
Pero, un momento, tal vez lo mejor sea empezar por el
principio, al menos por esta vez.
Huérfano de padre y madre desde antes de nacer,
Anselmo fue descendiente de una estirpe de militares heroicos que terminaría en
él. Al menos un antepasado suyo había muerto en cada una de las guerras de los
últimos cien años y se daba por sentado que todo varón en su familia emprendería
una carrera militar que, con un poco de suerte, terminaba de forma sangrienta en
algún campo de batalla para gloria y orgullo de su apellido. Él, sin embargo,
tuvo desde muy niño un carácter recóndito y pusilánime y se ahinaba con sólo
imaginar los rigores de una guerra.
—¡Este escuincle nació cobarde! —solía bramar su
abuelo, el General Lósimo Cienarmas, cuando el niño Anselmo se echaba a llorar
con los relatos bélicos que le contaban al acunarle.
Sus pesadillas fueron desde siempre concurridas por lamentos
de difunto, coroneles putrefactos que hervían en sus propios jugos y madres
recogiendo del lodo lo que quedaba de sus hijos mutilados, hasta que a los doce
años tuvo una revelación: la vida monacal sería la única vía que habría de
librarle sin humillaciones de su destino castrense. Así, estudió en secreto las
escrituras y empezó a simular éxtasis y estados de trance. Ponía los ojos en blanco,
recitaba versículos salteados de salmos en latín y aseguraba que la Virgen se le aparecía en
sueños. Para su abuelo, hombre de recias costumbres y rancho cuartelario al
mediodía, aquellos ataques no eran sino melindres propios de una niña malcriada,
e intentó sacarle a bastonazos aquella santidad equívoca hasta quedar exhausto.
Cuando empezó a sospechar que la vocación del muchacho era cosa incurable, se
deshizo resignado de aquel mequetrefe asustadizo metiéndole de interno en el Monasterio
de los Hermanos de la Paz
y se olvidó de él para siempre. Aquella misma tarde borró al niño Anselmo de los libros de abolengo de los
Cienarmas.
Las pesadillas de la guerra terminaron la misma noche
que Anselmo durmió por primera vez en el seminario. Allí y con el tiempo, de
tanto contar su mentira, terminó por creérsela él mismo y empezó a soñar con la Virgen. En esos sueños
ella le hablaba de un lugar dejado de la mano de dios; de un pueblo que no
estaba en ningún sitio donde todo sucedía al margen de las leyes naturales o
divinas. Un pueblo con una iglesia sin cura, donde Cristo, sanado de sus
heridas, reposaba cómodamente en un colchón.
Cuando el padre prior escuchó los rumores sobre los
sueños de Anselmo, casi se muere del susto y lo hizo llamar con urgencia.
—¿Pero de dónde sacas esos cuentos, Anselmo? ¿No sabes
que es pecado capital inventar apariciones?
—No son pecados ni cuentos, padre Higinio. En mis
sueños la Virgen
me habla de ese lugar.
Entonces el padre Higinio, venciendo su desconfianza,
le contó al muchacho Anselmo cómo un miércoles lluvioso de hacía ya cuatro lustros,
lo mandaron llamar de madrugada para dar la extremaunción a un carcamal de cien
años que andaba muriéndose desde hacía más de un mes y decía llamarse algo así
como Jack “Lendon” o “Lindon” o… bueno, qué más da. Aquel viejito moribundo no
paraba de hablar sobre un lugar de locos al que sólo se podía llegar
perdiéndose uno en un bosque; un lugar en el que los ríos cambiaban de sitio
según el día de la semana y amanecía al revés; un pueblo endemoniado con una
iglesia sin cura que servía de refugio a las palomas; una aldea donde las viejas
caminaban sobre las aguas, las cosas carecían de nombre y la gente, que no
entendía de dioses y sabía pedir perdón, se reía lo mismo de la vida que de la
muerte.
Y así fue que el niño y el anciano se miraron en
silencio sellando un pacto de vida. Anselmo se echó a llorar al ver en aquello señales
inequívocas de un destino épico que le redimiría de sus cobardías adolescentes.
Encontraría aquel pueblo y sometería a aquellos salvajes al redil de Dios Nuestro
Señor o se condenaría en el intento.
Se ordenó sacerdote en un tiempo record con la
complicidad y la tutela del padre Higinio y siendo aún un muchacho imberbe, salió
en busca de aquella aldea armado de una biblia, una bolsa llena de oro y la
determinación de un iluminado. Cuando perdía el rastro marcado por los delirios
de Jack Landon, simplemente buscaba posada y se echaba a dormir, esperando que la Virgen le indicara el
camino. Tres años y media bolsa de oro después, llegó al bosque y más tarde al
pueblo, a donde por primera vez llegaba alguien con la intención de llegar.
Anselmo fue recibido con la misma alegría y la misma
curiosidad con la que recibieran al mismo Jack Landon hacía ya casi un siglo.
También con la misma guasa, fieles a su naturaleza contenta y naif.
Cuando se presentó como “el padre Anselmo” le
preguntaron que padre de quién y al responder que de todos empezaron las chacotas
y los codazos entre vecinos, que veían en aquel extraño muchacho disfrazado de
mujer enlutada otra ocasión para homenajear a la vida con una nueva fiesta de
risas compartidas.
Cuando les habló de los milagros de los Santos, ellos
le contaron de las magias de la China ; al hablarles del Temor de Dios, ellos no entendieron
nada y cuando intentó crucificar al Cristo que desde los tiempos de Jack Landon
descansaba en un colchón, se convocó una asamblea extraordinaria en la que,
después de escucharse argumentos a favor y en contra, se llegó al consenso
unánime de que Cristo Nuestro Señor, “el flaco” para los vecinos, se subiría a la
cruz los días que hubiera misa, nunca por más de tres horas, y luego volvería a
su colchón.
De una noche para otra, el padre Anselmo dejó de soñar
con la Virgen ,
para siempre y un día más. Estupefacto al principio e iracundo después, se
reconoció incapaz de manejar aquel asunto sin ayuda. Todos en aquella aldea del
demonio parecían sufrir un retardo mental que les hacía reírse hasta de lo más sagrado y no hacer caso
de amenazas o malos agüeros, y pronto empezó a sospechar que detrás de aquella
aparente subnormalidad se escondía un complot diabólico urdido por el Maligno
para burlarse abiertamente de él, al tiempo que le pudría la misión que el
padre Higinio le encomendara.
Así, con un rencor creciente que le haría perder el
cabello en pocos días, ardiéndole en las tripas la sensación de fracaso y los
deseos de venganza, cerró a cal y canto la iglesia, colgó un cartel de ahora
vengo y dejó el pueblo con la intención cierta de regresar muy pronto con unos
cuantos aliados y las fuerzas renovadas.
Tardó seis años en volver y lo hizo acompañado de un
pelotón de ocho hombres al mando del teniente Meléndez, un alcalde barrigón con
su mujer y tres hijas, un censor con bigotito burocrático y zapatos de
enterrador, veinte huérfanos de las guerras de los Cienarmas y una bandada de
monjitas ataviadas con el blanco impoluto de la orden de la Virgen de las Nieves.
Entraron en el pueblo, derrotados y harapientos, de la mano de Isabelo-Segundo
del Yunque y Zas, que se los había encontrado en el bosque pulguientos y
muertos de hambre, buscando desesperados el sendero que sólo podía encontrarse
si no se le quería encontrar y que acababa en la plaza por el lado de la
fuente. Ninguno de todos ellos salió nunca más del pueblo.
La segunda llegada del padre Anselmo supuso un cambio
en el devenir de todas las cosas y haría que, con el tiempo, el pueblo fuera
perdiendo su idiosincrasia indomable y su casual sinrazón. A base de
procesiones, novenas y padres nuestros, con una determinación inquebrantable, puso
orden y concierto, fue domando de a poco la meteorología aleatoria y el carácter
cambiante y despreocupado de aquellos lares, e instaló en su lugar una
desmemoria y una ambición de progreso desconocidas hasta entonces en la aldea. En
pocos años el pueblo habría de entrar definitivamente en la rutinaria Era del
Hombre.
Así fue que fueron las cosas, normales y previsibles,
hasta que muchos años más tarde, como anunciara la China un atardecer de
octubre, nació un niño con los ojos abiertos y riéndose de todo. El año que
nació Amador todo empezó a ser como antes, sin aspavientos o escándalos, sin
prisas y de a poquitos, como ocurren de verdad los cambios que se quedan para
siempre.
Y cuentan que cuenta el cuento que muchos años después, una noche sin dios ni luna, el
padre Anselmo volvió a soñar con la guerra, con soldados mutilados que le
llamaban sin lengua y lloraban bajito,… y no
volvió a despertarse.
14 Dejaron su rastro:
Un relato magnífico, Kum, la trama, el lenguaje que usas, el personaje... no tienen desperdicio.
Sin dudas que podrías extenderlo un poco y convertirlo en cuento, pues siento que eso es lo que pide.
Un gran abrazo.
HD
Estoy por decirle que no voy a leer más sus cuentos hasta que no lleguen todos y de una vez al papel. Pero...no puedo resistir la tentación de leer sus maravillas hechas de letras, me abducen sin más, y yo feliz.
Besos pre-payasos
Muy bueno... sus historias siempre fascinando.
Continúo a la espera de más personajes...
Abrazos
Tu si que me aturdes a mí....
En menos de una semana he tenido que ir dos veces a misa, en dos lugares distintos. La primera pensé : "no vuelvo a oir una misa"; la segunda pensé: "jóder, que bonito lo que ha dicho este tío".
En fin......el día y la noche, como tiene que ser.
Me vuelven loca tus cuentos.
Oma
A mi esta aldea me fascina, y sus habitantes, hayan llegado, una, dos o mil veces, me enamoran...leerte es como sentirse en el hogar, independientemente de las paredes que haya a mi alrededor, y esa sensación me resulta entrañable, tierna, descarnada a veces, cómica...cuando un hogar está construido sin muros, uno siempre quiere volver a casa...y aquí y ahora me siento así. Mil besos Kum*.
http://www.youtube.com/watch?v=8xd6sXAbJd8
Primero, va esta canción de regalo para Amador.
Como me transportás a ese mundo, Kum. Estoy viendo al padre Anselmo (que sería sacerdote pero llevaba un Cienarmas dictador adentro, sin duda), al pueblo libre, al otro ... al domesticado. Todo lo veo a través de tus letras.
Un beso enorme.
Yo solo quiero dar las gracias por ese tiempo que he robado a mis pesares mientras navegaba por esta casa. Hoy la tarde, a pesar del padre Anselmo, es más interesante.
Besitos
De corazón, muchas gracias por seguir acompañándome en esta aventura que supone ir narrando las vidas y las muertes de las gentes de este pueblo... como se llame.
De corazón contento y lleno de alegría.
Besos payasos a todastodos.
Me gustó el cuento Kum. Los fantasmas del protagonista son los esperados. El aparente caos del escenario, metafórico tal vez, es un desmesurado lujo al servicio de un señor -pobre- que por mucha sotana que lleve no pasa de ser una persona más, casi como las viejas que caminan sobre el agua. Como dice Humberto, creo que hay material para algo más largo. Pero en fin, yo de esto no tengo ni idea, tu allá, no me vayas a echar luego las culpas de nada.
Abrazos
Kum*. Me ha encantado. Creo que es la primera vez que te leo el cuento completo. Empecé en un momento dado la lectura (no recuerdo qué entrega de Amador) y me asusté de los enlaces y me dije que esto era una novela, y lo dejé. Hoy entro y decido leer las dos llegadas del padre Anselmo, y creo que es un relato que sobrevive por sí, sin necesitad de saber quien La china y demás historias ya narradas. Me ha gustado el como juegas con las palabras y la ironía. Creo, que efectivamente esto debe ser un libro para leerse mejor en papel. A ver si poco a poco te leo más. Volveré a este realismo mágico.
Gracias Ximens, por el esfuerzo. Te lo has currado jajajajaja... La idea, en realidad es exactamente esa, que cada cuento pueda leerse sin ir a los enlaces, que son simplemente parte de un juego, un mero ofrecimiento a seguir la saga en un orden aleatorio.
Gracias por pasar, leer (tanto) y comentar. Serás bienvenido siempre que vengas, por supuesto.
Besos payasos.
Mariposas amarillas.... y besos.
Y el padre Anselmo pensaba de verdad que había dejado atrás la lucha??? no sabía donde se metía.
Me gusta mucho el tempo de este pueblo, en cualquier momento las cosas pueden ser de la manera que quieren.
Voy a dejar de esperar más personajes, voy a vivirlos hoy, mejor.
Abrazos
Publicar un comentario
Deja aquí tu rastro...