En el rincón de la celda, el cuerpo del soldado sujetándose la cabeza, llorando y arrastrándose contra la pared que parece que la quiere escalar como un insecto sin patas. A sus pies, el informe sobre el reo que acaba de llegar del tribunal. Tiene el uniforme deshecho, los pelos como un cepillo rescatado de un incendio.
El otro soldado, el uniforme más compuesto, mira desde el fondo de los ojos y se agarra a los barrotes. Mira los trozos de ropa desgajados por los golpes, el rastro de sangre que sale hacia la puerta. Mira hacia el pasillo. Mira hacia donde se llevaron a aquel que, resulta, era tan culpable como ellos.