jueves, 30 de enero de 2025

Sagrado y físico

Son cercanos los robles.
Es difícil ya ver: ha caído el día.
El sendero de piedra
me conduce a un recinto
que entra en mí como sombra
que tocara mi pecho.
Un silencio es su cumbre,
y en él cada elemento del paisaje
da la mano a otro signo
al que hermana por siempre.
Reconozco la tierra:
hay olivos y noches
que hoy preludian los grillos,
la hierba es más escasa, y las flores
no han vencido al verano. Todo es ocre.
Se presienten los montes en lo oscuro
y sin embargo un rosal
ha crecido casi enfrente de mí.
¡He vuelto tantas veces!
(Con la lluvia, el suelo es verde,
y malva la lavanda, el romero,
y amarilla la retama poco después).
Recorro cada cruz, fechas, sus nombres.
Fueron hombres perdidos: aquí yacen
por debajo de Yuste. ¿No ves?
Soldados alemanes, cuántos jóvenes... ¿Y aquí?
Encuentra placidez la muerte en Cáceres.
Frente a hileras de cruces de granito
me siento a dialogar
conmigo mismo, quiero hablar y no sé,
sobrecoge el misterio.
¿Qué ha ocurrido, qué ha muerto?
¿Qué he perdido de mí? ¿Qué hacéis delante?
Si cabe algo de amor,
-pienso en brasas de agosto-
cierro los ojos
y acojo este lugar
(Cementerio Alemán, Cuacos de Yuste)
al que he venido, escucho, siento y toco. 

 
* (Durante tres cursos escolares -de 1994 a 97- fui profesor de lengua y literatura en el Instituto Gonzalo Korreas de Jaraíz de la Vera, mi última estancia extremeña y peninsular, en la comarca cacereña de la Vera, antes de volver a Mallorca. Ya el primer día en que me acerqué a conocer el nuevo destino laboral llegué hasta el recinto del Cementerio Alemán de Yuste, que me produjo una honda atracción. Numerosas veces volví a él hallando en soledad un especial estado de recogimiento. Una tarde de agosto, cálida y previa al anochecer, lo visité de nuevo, y de vuelta a casa empecé a escribir este poema hasta acabarlo avanzada la noche. No era una época de especial creatividad y mucho menos de poemas de largo calado. En él vertí esas sensaciones que aúnan la descripción física del lugar con mis estados interiores y una callada conmoción de hermandad ante las tumbas de esos 180 soldados alemanes muertos en suelo o aguas españolas durante las dos guerras mundiales de la primera mitad del S. XX, y que me apelaban, también desde la ausencia de algunos de sus nombres, como una parte desgajada de mí a la que reconocer y honrar. Recuerdo la reacción de mi compañero de departamento César Martín cuando lo leyó: "Junta treinta o cuarenta poemas como este y tendrás un gran libro". Apareció editado por primera vez en formato digital en el blog El juego de la taba de Elías Moro, donde se recopilaron el resto de 18 poemas dedicados a este noble lugar luego reunidos en el libro Cementerio alemán, Yuste publicado en 2016 por Salvador Retana en sus exquisitas Ediciones la Rosa BlancaAllí aparece en la versión primera que escribí. Algunos años después, el poema lo incorporé al libro La imperfección de la belleza publicado por la Fundación Jorge Guillén en 2023, con algunas ligeras variantes que, por la premura del momento, no llegué a asentar ni a quedar convencido del todo. Al desear que apareciera en el blog en este mes de enero, he sopesado con lentitud esos matices y retocado otros mínimos detalles no percibidos en casi treinta años. No he vuelto a este lugar, donde de un modo imperceptible sé que encontré una parte de mí que me reconciliaba recibir y que hondamente descansa en esta tierra cuya generosidad los acoge. Y a la vez, desde ellos nos acoge.)

 
   
   

sábado, 18 de enero de 2025

Doble elegía de enero

                                         A la memoria de Juan Manuel Rozas 
                                        y Enrique Tierno Galván


Siento que el tiempo pasa y nos agrede.
Que nada es mío. Fue.
Y esto lo estoy diciendo
a ti, que te sé
                       tan cercano,
persistente e invicto en la distancia,
o caes -puedes, puedo caer- irremisible y tácito,
sin augurio fatal, ni más ventana abierta al mediodía.
Esto es el transcurrir: constantes despedidas.
Que tal vez ya no estás, aunque siga tu voz en mis oídos.
Y habré perdido entonces la respuesta, la fuente
de vivir
               que manaba en mí mismo.
Esto es el transcurrir: indeclinable tiempo,
hechizo con fulgor de enredadera
a la que así mis besos, mis miradas,
días de plenitud, coraje o llanto,
mi fiebre yerta hoy y mi melancolía.
Aún no ha salido el sol
y en la niebla invernal que lo suaviza
e invita a olvidarse en la mañana
con esa luz purísima que acoge
-emergente de anhelos y dolores-
alzo esta evocación amarga y sola,
y en la sombra vencida de años que son cenizas
poso mi corazón al recordaros
y ceso de vivir lo que he perdido.



* (Aquella segunda quincena de enero de 1986 me llegó sobre el frío severo del invierno castellano la doble noticia, en pocos días de distancia, de la muerte de dos admirables profesores y personas. La de Juan Manuel Rozas, catedrático de Literatura de la joven Facultad de Filosofía y Letras de Extremadura en Cáceres, a la que, desde sus comienzos, contagió de su alto saber literario y estímulo humanístico y creativo -junto a otros selectos profesores que entregaron la misma vocación e ideales- y a la vez poeta profesor del que tanto aprendimos quienes lo conocimos. Y la del entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, uno de los últimos políticos que además de una sólida formación cultural y ética, encarnaban para la sociedad un ejemplo de regeneración y cercanía cívica. Uno en las aulas y el otro en su ejecutoria pública (ahí quedan sus bandos municipales de clásica factura literaria, su recepción en latín al Papa Juan Pablo II, o sus guiños a la movida madrileña) fueron un referente para los ojos jóvenes abiertos a los nuevos aires de la transición. La revista cacereña Gálibo, dirigida por José Luis Bernal y José Manuel Fuentes -ambos poetas y alumnos suyos-, dedicó aquel año a Rozas tras su fallecimiento su último número (4-5), a la vez el más selecto y cuidado de todos ellos, donde apareció este poema, reencontrado al abrir carpetas de esos años con escritos y recortes de prensa que atesoran fragmentos de lo que vivimos. Es justo recordarlos, casi treinta años después, al rescatar este texto. Iba fechado así: Valladolid, 20 de enero de 1986, madrugada. Solía leer y escribir de noche. Todavía recuerdo que eran las cinco de la mañana al acabarlo. )





jueves, 5 de diciembre de 2024

Remanso

                                        Como el agua, que, 
                                        toda claridad, es espejismo
                                                         Álvaro Valverde


Miro el curso del agua que refleja
por su modo de ser cuanto a ella acude:
el paso de la vida, los cielos
intocables que tan altos
aquí bajan despacio y hasta tiemblan
a un palmo de las algas y los peces,
el ganado que lentamente bebe,
la tarde inhabitada sin testigos,
el vuelo de las aves, las inmóviles rocas,
las horas detenidas bajo un arco
a la luz variable con que llega el reflejo,
y en él la conmoción, la certidumbre
de acceder de otra forma a lo visible,
distinta a la diáfana del aire,
aquella que en la lámina del agua
sucede al discurrir e incide en ella.
Y entonces cada instante irrepetible
adquiere al oscilar y deslizarse
río abajo en la corriente
-igual que al respirar el vaho huye-
la condición de un hondo alejamiento,
y dulcemente duele al desprenderse,
pese a su pulsación más inmediata,
lo que recién vivido es ya nostalgia,
pasión desposeída por el tiempo
y clara aceptación hacia el olvido.
El rumor atrayente de las aguas
al deseado e íntimo descanso
nos sirve por igual desde su orilla
para admirar el verde que allí brota
que asistir con el tiempo a este diálogo
que sabe que el fulgor también concluye.
Hacia el atardecer sólo se pierde
un cauce tibio y leve: el que nos cubre
y encierra nuestra frágil consistencia.
La noche cae y los ojos que se cierran
recuentan lo que vieron antes de irse.


     fotografía de Manuel Torres García, tomada de la web de Pixabay
  

lunes, 25 de noviembre de 2024

Palabras para Ángel, noviembre 2024

Cuando en el otoño de hace tres años sentí el impulso gozoso de preparar una publicación colectiva de homenaje a Ángel Campos, a quien, como muchos de los que lo conocimos, hemos seguido recordando vivo desde su fallecimiento hace ya dieciséis años, y que pudo concretarse en la bella edición del libro Recobrada memoria, editado en Extremadura gracias a la colaboración de muchos de sus amigos y al amparo exquisito del sello editorial Vberitas, los meses durante los cuales fui dando forma al proyecto no dejé de zambullirme de nuevo en el mundo y los poemas suyos, de modo que para participar yo también en el reto de contribuir con un dístico que acompañara a la edición de los ocho de Ángel que él nombró Memoria del olvido, y que encabezan honrosamente el libro, en varias ocasiones me surgieron poemas impregnados del espíritu y deuda que le debo a su poesía, de los cuales al final leeré uno de ellos.


Su escritura, desde que Ángel decidió publicar su primer libro, La ciudad blanca, a los 31 años, descartando dar a conocer los anteriores, fue conscientemente elaborada desde una palabra y expresión despojada y diáfana, adecuada para acoger la vida de otro modo, es decir, a salvo de sus sombras, de su fugacidad, del daño y el sinsentido, de tal modo que, al acceder a la vibración de su lectura se contagiara en nosotros, como en un acto iniciático, esa capacidad de adquirir una visión alentadora y serena de lo contemplado y sentido no de otro modo que el de la paz del corazón. Y desde ahí, ello fuera posible a cada lector en adelante para que así llegase a la vida y a cada uno. Gracias a la literatura -más aún, a la poesía- sucedía este logro. La escritura más inerme contenía sin decirlo una revolución, la del renacimiento, al rendirse ante la verdad, la belleza, el sentir y la elementalidad de las cosas, sin esfuerzo.


Porque ese y no otro era el primer impulso o motor de lo que escribía Ángel tanto cuando reflejaba el espacio geográfico que le rodeaba desde el gozo sereno de su contemplación y esencial reconocimiento -Lisboa, el Guadiana, Jola, los pájaros, el aire...- como cuando acudía a la mención y recuerdo de sus seres más queridos, en poemas que permanecen como un álbum abierto de sus vivencias más sinceras y vulnerables volcadas ante la soledad de la escritura y la noche, en la desprotección de amar ante todas las cosas, en los que nos habla desde la felicidad y la admiración más entregada a sus seres queridos, pero también desde la desposesión y el temblor de sentirse en deuda con ellos algunas veces. Poemas tan bellos como los que brindó a su madre, a su pareja, a sus hijas, pero también a sus amigos y autores leídos (el otro gran amigo encontrado en los libros sin el que un escritor y un lector no sería él mismo y por el que accede a ir más lejos). Y Ángel era un hombre abierto al horizonte, como demostró en su dimensión de admiración y apertura portuguesa.


Leer a Ángel supone, como en lo mejor del carácter de la buena gente de Extremadura acogedora siempre, atreverse a cambiar y deshacer toda esa rigidez de creencias que no nos llevan nunca a ningún sitio salvo a estar divididos. Hoy su nombre nos sigue convocando porque él percibió que la unidad era el fondo que está detrás de todos los detalles y personas, es decir, de la vida. Ángel fue un grande, un sensitivo, posiblemente le queremos porque sigue siendo el espejo mejor para seguir sacando lo mejor de nosotros. Antonio Machado, en su autorretrato escribió: "soy, en el buen sentido de la palabra, bueno". Ese era todo el recorrido que descubrir mientras vivimos. Y por eso la memoria de Ángel nos conmueve y podemos sentir que le queremos. Que es querernos un poquito a nosotros, con la falta que hace y que tanto parece que le cuesta a este mundo.


Artá, 20.noviembre.2024



    TE PERCIBO EN EL AIRE


La brisa configura
al moverse tu nombre.
Las palabras recuerdan,
como el agua, su origen.
Y lo mismo que el agua,
las palabras se impregnan
de aquel que las invoca.
Como somos resuenan.
En ellas todo cabe,
pero eliges tu forma.
Una dulce mirada
las hace diferentes,
una sabia manera 
de acoger lo que dicen.
 
 
Artá, 4.marzo. 2022



* (Agradezco haber sido invitado a participar en este encuentro en recuerdo de Ángel Campos Pámpano como celebran cada año con indesmayable afecto sus amigos y paisanos de San Vicente de Alcántara en el aniversario de su fallecimiento, permitiéndome ser en la distancia uno de ellos. Esto es lo que redacté con urgencia, para compartir lo aprendido de su sostenida memoria. Con el deseo de acudir algún año y vernos.)


viernes, 15 de noviembre de 2024

Levante

El sol naciente
como un río truncado
quema los ojos.

Un mar de escombros
tras las inundaciones
nos desconcierta.

El agua anega
el huerto laborioso,
la vida mínima.

Tan dolorosa,
la queja de la tierra
no encuentra calma.

Sepulta el barro
el juguete de un niño
de golpe roto.

No habrá cometa
que remonte impecable
su luz perdida.

Espero el día
que la maldad no exista
sobre la tierra.


* (Para todas las víctimas halladas y las tal vez por siempre inencontrables, deseando -con todos- abarcar el daño pavoroso y sufrimiento recibido por hombres y mujeres, niños, viejos, casas, campos... de esta región, azotados por esta desoladora lluvia, así como por la incuria de quienes, pudiendo hacer bastante, la ignoraron. Que no vuelva a ocurrir.)
 
  

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Mediterránea remembranza

                                                                    (de Santiago Castelo)

Al abrazarte el mar, sumergido en su orilla,
como tú disfrutabas en Es Trenc tantas veces,
esta isla serena de calas escondidas
y rocosas, poblada de historias susurradas
bajo pinos y olas, brillos de plenitud
y lágrimas de oro, de nostalgias, cigarras
y lunas en jardines de mirto y con aromas
diluidos en canciones de la tierra y lejanas
frente a la tarde inmensa que se aboca a la noche
en el inmenso azul del mar inabarcable,
pasó lo ineludible: todo el silencio hundido,
los secretos sellados de lo que fue pulsión
arcana, impenetrable, como el muro callado
de estas casas en donde sus viejos moradores
se resguardan del frío, del calor y de aquello
que no se dice en alto, te contó en un instante
lo que en siglos sucede y entró en la memoria
de tu piel para siempre, como en un desahogo
sagrado en lo profundo, pues la isla, rendida
como hace con pocos, quiso abrir su misterio
ante ti más recóndito. Porque en ti cabía todo
sin que fuera naufragio. Y en tu atención, de siempre
los colores de un lirio, de un cardo o un racimo,
el temblor de una mano, el rictus de un enfermo,
la penumbra de un claustro o el hilo de un bordado
se quedaban grabados como si fueran tuyos
tendidos como velas o sábanas a salvo
del miedo y la derrota, bajo la lluvia limpios.
Te busco en este suelo emergido que amaste,
que reflejó el verano de tu niñez de pueblo
al sur de una provincia de encinares y surcos;
donde a veces calmaste tu sudor en un pozo
y una higuera con sombra igual a las de Granja;
donde al querer temblaste con la sed de tu cuerpo
por la luz traspasado de un mediodía insomne.
Una isla impensada que aún atrapa al pisarla
a quien sigue acercando sus labios al salitre
y a la nieve que quiere imitarlo en invierno.
Te pienso y me apareces gigante y vulnerable,
con la misma voz fuerte que vibraba al llamarnos
y acogernos solícito como el que cuida a un hijo,
sereno y desvelado por ver crecer su aliento.
Recuerdo tus abrazos y a ciegas me abandono
en aquella ensenada de tu acogida grande
que cesó tras morirte. Quien te acuse de ingrato
no conoció tu inmensa avaricia tan tierna
de cuidar insaciable lo bello y lo minúsculo,
de no olvidar ni un nombre. El tuyo me contiene.
Te llamo, y al oírlo, donde estás nos bendices.


* (Hoy, 11 de septiembre, José Miguel Santiago Castelo hubiera cumplido 76 años. Este poema surgió para recrear su recuerdo a su paso por Mallorca, isla ya presente en algunos poemas finales de su Cuaderno del verano (1985), pero asentada definitivamente en su vida y su obra a partir de cinco largas estancias veraniegas en los años 80 como corresponsal estival del diario ABC, tarea que en lugar de devenir en una labor desubicada e incómoda condujo a que la personalidad rica y gozosa de esta isla se uniera para siempre a su vitalidad afectiva, a tal punto que él muchas veces sintió ante sus campos la sintonía mediterránea de los mismos paisajes amplios de Extremadura, y a la vez, en un sinfín de ocasiones, numerosas familias de la isla de toda condición le abrieron su cordialidad acogedora como a un hijo o a un familiar que llegado de lejos se hace merecedor y depositario de todos los valores, identidades y costumbres de una sociedad minuciosa y tranquila que hizo cesar al tiempo en su calma dorada laborando la tierra. Siurell (1988) es el testimonio poético de esa estancia que convirtió, por su receptividad amorosa, a esta isla en otra más de sus patrias afectivas y estéticas. Siempre he dicho que su lectura fue el pórtico inesperado a mi posterior llegada a esta isla a principio de los 90. Habrá un día -y lo espero- más allá de mi paso sobre el relieve de Mallorca, en que el perfil y la sensibilidad de Santiago Castelo siga secretamente resonando como parte inseparable de esta tierra en los versos que entonados por cualquier mallorquín ni se deshacen ni desaparecencercanos e invisibles como es el alma, y que hoy invoco en su canto sentido y poderoso.)
 
fotografía del archivo personal de Santiago Castelo
 

lunes, 26 de agosto de 2024

Haikus por soleares

Río escondido,
tan adentro su curso
que dio conmigo.

Dejo que el aire
se disuelva en la brisa
de cada tarde.

Crece el olvido
para no vernos tristes
cuando morimos.

Bajo qué cielo
las aves que se alejan
vuelven de nuevo.
  

* (Hay quien respetando el espíritu del haiku lo cultiva con cierta medida libre, como en el caso de las jaiquillas, y no pocas traducciones de estos poemillas japoneses también flexibilizan este canon en favor del contenido lírico, comprensible por la distancia conceptual y lingüística que algunos traductores han dejado constar. Tal vez, que en su métrica clásica 5 / 7 / 5 el haiku se parezca a estrofas cortas de la tradición popular española como la seguidilla haya favorecido también su cultivo en nuestra lengua. Ayuda esta similitud. Y ciertos ejemplos del acercamiento de estilos entre lo popular y el haiku se dieron desde sus comienzos. Además de que dentro de la dinámica general entre la fidelidad a la tradición y al origen de cualquier modalidad poética y su evolución con el tiempo, o en su expansión a nuestra cultura occidental y lenguas, en ocasiones el haiku se ha teñido -como sucede con el flamenco- de variaciones y tonos por simbiosis de otros estilos o la aportación de la sensibilidad e innovaciones de sus cultivadores. Hay haikus urbanos, metafísicos, experimentales, surrealistas... sobre plantas, animales, situaciones cotidianas... El límite, la zona de distorsión y no reconocimiento es cuando se termina adoptando la cáscara para llenarla de cualquier forma ajena o trivial que lo vuelva otra cosa o no reconocible. Como quien quiera mezclar el yoga con el reguetón, o el buen gusto culinario y una pauta nutricional sana con la comida rápida y saturada de azúcares y mayonesa. ¿Puede llevar rima el haiku y sonarnos a cancioncilla meridional o llevar un toque de reflexión desde el eco de la sabiduría popular? Sí que se ha hecho y, sin querer abundar en este modo, tal como me vinieron gusté de anotar estos, enlazados de nuevo en cuatro tiempos. Valgan o no, me entretuvieron, algo aprendí con ellos y aquí tienen su espacio.)
   

Luz de otra vida, Kobayashi Issa, Maestros del Haiku-15, Satori Ediciones, Gijón 2020. Selección, traducción, introducción y notas de Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.