Resúmenes clases COMERCIAL Nro. 6

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DERECHO COMERCIAL

Resumen Clase 20/09/24

CLASE 6 – CONTRATO

¿Qué es un contrato?

Es el acto jurídico (acto voluntario y lícito) mediante el cual dos o


más personas manifiestan su consentimiento (art. 957 CCCN) para:
1) Crear
2) Regular
3) Modificar
4) Transferir o
5) Extinguir
6) relaciones jurídicas patrimoniales, es decir, un vínculo jurídico.

El art. 957 CCCN lo llama de la siguiente forma: "Contrato es el acto


jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su
consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir
relaciones jurídicas patrimoniales".

El CCCN define al contrato como una especie del género “acto


jurídico”. Puede haber actos jurídicos no patrimoniales, por ej.: los
del derecho de familia, tales como el reconocimiento de un hijo o el
casamiento. Los contratos son actos jurídicos pero del tipo
patrimoniales: es decir, de apreciación económica, pecuniaria o de
valor patrimonial.

Las partes que concurren a la formación de un contrato

El acto jurídico que da nacimiento a un contrato siempre se


producirá por la reunión de, al menos, dos voluntades que participan

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de la formación del consentimiento, cuestión que no debe ser
confundida con los efectos generados a partir de la formación del
contrato, que, como tal, podrá ser unilateral, bilateral o plurilateral.

Tenemos dos movimientos previos:


1) La oferta, que es el acto jurídico unilateral que tiene como finali-
dad “promover la creación de un contrato”, con las precisiones
necesarias para establecer sus efectos, a persona determinada o
determinable (art. 972). Cuando esa oferta se hace al público, la
contraparte es determinable “en el momento en que alguien se
constituye en aceptante”. Cuando se haga al público se entiende
como invitación a recibir ofertas (ej.: quien publica en el diario la
venta de su casa), pero no se encuentra obligado con ninguno de
quienes manifestaron interés. La excepción es que se trate de un
contrato de consumo del art. 1103 CCCN, pues la publicidad que
realiza el proveedor de sus productos o servicios, lo obliga.
2) La aceptación de la oferta, que concluye el contrato y también se
da en llamar consentimiento.

Los principios contractuales

La regulación general de los contratos se orienta por un conjunto de


principios básicos, cuyo respeto hace a la construcción de vínculos
eficaces.

1) Autonomía de la voluntad: Las partes son libres para cele-


brar un contrato y determinar su contenido (art. 958 CCCN).
Esto se conoce como autonomía de la voluntad. El concepto de
la autonomía de voluntad privada, se trata de una "potestad le-
gal", conferida a los miembros de una sociedad jurídicamente
organizada, para regular sus contratos o intereses. Explica
Ghersi, que la autonomía privada es "creadora de relaciones ju-
rídicas", y el ordenamiento jurídico se limita a reconocer a los

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particulares la facultad de dar vida a situaciones aptas para en-
gendrar vínculos entre ellos. Por tanto, esta autonomía posee
caracteres particulares que la distinguen, de cualquier otra. Es
fuente de normas jurídicas que forman parte del ordenamiento
jurídico mismo. Las partes se convierten en “legisladores” par-
ticulares de sus negocios y como tales son soberanos, de tal
forma que la "norma particular" se convierte en ley para las
partes (Ghersi, p. 36).

2) Supletoriedad de las normas: Las normas legales relativas a


los contratos son supletorias de la voluntad de las partes, a me-
nos que se trate de normas indisponibles o de orden público.
Tal lo establece el art. 962 CCCN: “Las normas legales relati-
vas a los contratos son supletorias de la voluntad de las partes,
a menos que de su modo de expresión, de su contenido, o de su
contexto, resulte su carácter indisponible”. En el mismo senti-
do se manifiesta el actual art. 958 CCCN tras su reforma por el
DNU Nro. 70/2023 del 21/12/2023: “Libertad de contratación.
Las partes son libres para celebrar un contrato y determinar su
contenido, dentro de los límites impuestos por la ley o el orden
público. Las normas legales siempre son de aplicación supleto-
ria a la voluntad de las partes expresada en el contrato, aunque
la ley no lo determine en forma expresa para un tipo contrac-
tual determinado, salvo que la norma sea expresamente impe-
rativa, y siempre con interpretación restrictiva”. Es decir: don-
de las partes no hicieron una previsión especial, la ley cubre el
vacío y se aplica lo que la ley previó. Veamos un ejemplo de esa
supletoriedad. Los arts. 873 y 874 regulan el lugar de pago de
una obligación fijándolo en el domicilio del deudor como regla
general (ej.: el pago de una suma de dinero). Las partes en un
contrato podrían establecer que el domicilio de pago sea el del
acreedor. Sin embargo, si nada dicen se aplicará el que prevé
la ley: el domicilio del deudor.

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No obstante, el CCCN también habla de normas indisponibles.
Estas reciben por lo general el nombre de “normas de orden
público”: se tratan de un límite a la autonomía negocial o
contractual pues no pueden ser dejadas sin efecto o dejadas de
lado por decisión de las partes. El art. 12 del CCCN dice que
“Las convenciones particulares no pueden dejar sin efecto las
leyes en cuya observancia está interesado el orden público”.
Por ejemplo, la ley de alquileres 27.551 derogada por el DNU
Nro. 70/2023 preveía que el plazo mínimo del contrato de
locación de inmueble era de tres (3) años según el art. 1198
CCCN, por lo que las partes no podían convenir uno menor. Se
trataba de un piso imperforable. En cuanto a los derechos
reales (dominio, condominio, prenda, hipoteca, etc.), también
se aplica este instituto: es nula la configuración de un derecho
real no previsto en la ley, o la modificación de su estructura (v.
art. 1884 CCCN). Otro ejemplo es lo que ocurre en el Derecho
Laboral: no pueden fijarse salarios por debajo del salario
mínimo vital y móvil, o de los que se establecen en una
convención colectiva de trabajo.

3) Fuerza obligatoria y efectos relativos: El contrato válida-


mente celebrado obliga a las partes (efectos relativos directos).
Como explica Alterini, “las consecuencias que nacen de los
contratos de circunscriben a sus creadores puesto que ellos ex-
presaron su voluntad, han elegido obligarse, autorregularse y
limitar su voluntad… Quienes han elegido obligarse se obligan,
pero solo ellos no otros” (t. 5, p. 307). Solo puede ser modifica-
do o extinguido conforme lo que en él se disponga por acuerdo
de partes o en los supuestos previstos por la ley, según surge
del art. 959 CCyC.

El principio general es que el contrato sólo tiene efecto entre

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las partes contratantes; no lo tiene con respecto a terceros,
excepto en los casos previstos por la ley (art. 1021 CCCN). Así
lo dice el art. 1021: “Regla general. El contrato sólo tiene
efecto entre las partes contratantes; no lo tiene con respecto a
terceros, excepto en los casos previstos por la ley”. La regla es
la inoponibilidad de los efectos directos frente a los terceros, a
los que la ley autoriza a comportarse como si el acto jurídico no
existiese. Los terceros son todos los que no son parte en el acto
jurídico, los extraños al acto. Se definen por exclusión.

Si Mercedes y Joaquina celebran un contrato por el que


quieren obligar a Miguel a pagar $ 10.000 a Mercedes, el
contrato es inoponible a Miguel porque no formó parte de él.
Este ejemplo no plantea mayores dificultades por lo grosero,
pero veamos otro caso más complejo. Ej.: Juan le vende un
fondo de comercio a Pedro, y los dos convienen en el contrato
que Juan ya no será responsable por las deudas laborales que
tiene con sus trabajadores a quienes les debe los sueldos, ni
respecto de AFIP a quien le debe impuestos. La transferencia
tampoco sigue el procedimiento de la ley 11867. Si los
trabajadores quieren reclamarle su dinero a Juan, ¿Juan puede
decir que el ya no tiene nada que ver porque le vendió el
establecimiento a Pedro y firmaron una cláusula de no
responsabilidad? Pues, no. Los empleados podrán seguir
reclamando la deuda a Juan como si el contrato no se hubiera
firmado. El contrato les es inoponible. ¿Eso significa que el
contrato no tiene valor entre Juan y Pedro? No: el contrato es
válido entre las partes, de lo contrario sería nulo. Lo que aquí
tenemos es que el contrato es inoponible a los terceros que no
fueron parte del contrato, pero entre Juan y Pedro el contrato
sigue teniendo vigencia.

Otro ejemplo, Soledad autoriza a Matías a usar su automóvil:

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previamente le hace firmar un contrato por el cual si Matías
atropella a una persona, será el único responsable.
Efectivamente, Matías, muy alcoholizado, embiste a Lupe con
el auto. El seguro no le cubre. Entonces: ¿Lupe solo podrá
demandar a Matías pero no a Soledad por el contrato que
existe entre ellos? No: Lupe podrá hacerle juicio a Matías, a
Soledad o a ambos. El contrato le es inoponible. ¿Quiere decir
que el contrato no sirve para nada? Pues, el contrato es válido
entre Soledad y Matías: esto quiere decir que si Soledad le
paga la indemnización a Lupe, después podrá reclamarle a
Matías lo que pagó.

Son numerosos los supuestos de contratos en los que algunos


terceros, cuyas voluntades no concurren a la celebración,
pueden verse alcanzados por los efectos, por disposición legal,
que es a lo que se refiere el último tramo del artículo 1021 que
vimos más arriba. Es decir: los contratos que celebren las
partes pueden, por ejemplo, tener efectos en sus
descendientes, terceros, etc. Ello ocurre, citemos por caso, en
el caso de los beneficiarios de un seguro de vida (el art. 143 de
la ley 17.418, por el que “se puede pactar que el capital o renta
a pagarse en caso de muerte, se abone a un tercero
sobreviviente…”, dejando de lado a los herederos); de los
integrantes del grupo familiar en el caso de un contrato de
medicina prepaga celebrado por quien aparece como titular
(arts. 13 y 14 de la Ley 26.682 de Marco Regulatorio de la
Medicina Prepaga: es decir, lo que contrató el padre tiene
alcances en su esposa, esposo e hijos); en los fideicomisarios
en un contrato de fideicomiso (art. 1672 CCCN); o la franquicia
en los contratos de seguro, es decir, el dinero que el asegurado
deberá pagar de su bolsillo, y por encima del cual pagará la
aseguradora. Respecto de lo último, dijo la CSJN: “En
consecuencia, se admite que la franquicia prevista en el

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contrato de seguro es oponible al tercero damnificado y, que la
sentencia no podrá ser ejecutada contra la aseguradora sino en
los límites de la contratación” (“Díaz, Graciela L. c.
Evangelista, Jorge D. Pascual y otros s/ daños y perjuicios (acc.
trán. c/ les. o muerte) 12/06/2018; “Nieto”, “Villarreal” y
“Cuello” (Fallos 329:3054 y 3488; 331:379 y 330:3483) y en las
causas CSJ, 166/2007 (43-O)/CS1 “Obarrio, María P. c.
Microómnibus Norte SA y otros” y CSJ, 327/2007 (43-G)/CS1
“Gauna, Agustín y su acumulado c. La Economía Comercial SA
de Seguros Generales y otro”, sentencias del 4 de marzo de
2008).

4) Prohibición de las cláusulas limitativas de


responsabilidad: En el art. 1743 del CCCN se establece una
regla general para la dispensa de la obligación de indemnizar,
sin distinción alguna de la fuente de la obligación: "Dispensa
anticipada de la responsabilidad. Son inválidas las cláusulas
que eximen o limitan la obligación de indemnizar cuando
afectan derechos indisponibles, atentan contra la buena fe, las
buenas costumbres o leyes imperativas, o son abusivas. Son
también inválidas si liberan anticipadamente, en forma total o
parcial, del daño sufrido por dolo del deudor o de las personas
por las cuales debe responder".

4) Es un acto jurídico bilateral o multilateral : Los actos


jurídicos pueden ser unilaterales o bilaterales. Los contratos
son bilaterales: se forman o perfeccionan por la concurrencia
de dos o más personas, genera obligaciones para ambas partes
obligadas, y las obligaciones son recíprocas.

Sin embargo, serán unilaterales desde el punto de vista de las


obligaciones que genera, si solo hay una parte obligada. Es
decir, la bilateralidad o unilateralidad estará dada por si

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genera obligaciones para todos o para solo una parte.

Actos jurídicos unilaterales pueden ser: 1) los arts. 1800 y ss.


CCCN, bajo el título “Declaración unilateral de voluntad”: a)
promesa pública de recompensa; b) el concurso público (La
promesa de recompensa al vencedor de un concurso); c) las
garantías unilaterales (aquellas en que de cualquier otra
manera se establece que el emisor garantiza el cumplimiento
de las obligaciones de otro y se obliga a pagarlas, o a pagar
una suma de dinero u otra prestación determinada,
independientemente de las excepciones o defensas que el
ordenante pueda tener, aunque mantenga el derecho de
repetición contra el beneficiario, el ordenante o ambos), que
deben constar en instrumento público o privado (Si son
otorgadas por entidades financieras o compañías de seguros,
pueden asumirse también en cualquier clase de instrumento
particular), y no son revocables a menos que el instrumento de
su creación lo prevea. Los tres tienen una obligación que
arranca desde “que llega a conocimiento del público”
(recompensa) o “el anuncio respectivo contenga el plazo de
presentación de los interesados y de realización de los trabajos
previstos” (art. 1807, concursos); d) la donación, que requerirá
la aceptación: aquí tendremos el consentimiento típico de los
contratos.

Clasificación estructural

A partir de aquí, los contratos pueden clasificarse de manera


estructural y en una concepción moderna, en:

1) Discrecionales o paritarios: las partes en igualdad contratan,


diseñan el contrato y acuerdan sus cláusulas. Ghersi también
los llama “contrato de negociación individual" o “paritaria”

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(Ghersi, p. 59). Como explica Ghersi, este tipo de contrato es
propio del siglo XIX, del Código de Vélez, pues suponía una
"comunicación recíproca" que iba generando y conformando
los términos definitivos de la oferta, y por este camino se
arribaba al consenso o conclusión contractual. El caso típico es
cuando, ante una deuda, los abogados del deudor y del
acreedor se comunican, y van redactando las cláusulas, o uno
las redacta, y el otro le hace agregados o correcciones.

2) No discrecionales: no hay igualdad. Aquí tenemos los contratos


de adhesión a clausulas predispuestas: una parte dispuso las
cláusulas de las cuales el co-contratante no puede apartarse.
Los contratos de tarjetas de crédito o de préstamos bancarios
son buen ejemplo de ellos. En este sentido, el art. 984 CCCN
dice: “ARTICULO 984.- Definición. El contrato por adhesión es
aquel mediante el cual uno de los contratantes adhiere a
cláusulas generales predispuestas unilateralmente, por la otra
parte o por un tercero, sin que el adherente haya participado
en su redacción”.

En este caso Ghersi (posición a la que adhiere Mosset


Iturraspe) no habla de consentimiento, sino de asentimiento
dado que en estos contratos el contratante debe aceptar las
cláusulas contractuales impuestas u optar por no contratar. La
redacción de sus cláusulas corresponde a una sola de las
partes –el predisponente- mientras que la otra debe limitarse a
aceptarlas o rechazarlas, sin poder modificarlas –adherente
(Mosset Iturraspe, p. 126). Es que: “La necesidad de contratar
y la imposibilidad de opción implican que el usuario está poco
menos que compelido a contratar; y es entonces que aparece la
figura que los italianos denominan el asentimiento. La doctrina
lo define como: 'No es un acto volitivo de las partes, sino es un
hecho meramente cognoscitivo de una de ellas. En otros

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términos faltaría en tales hipótesis, la formación de un
verdadero y propio acuerdo en sentido técnico'. Quiere decir
entonces que en la formación del contrato, hay una
consolidación del poder de las empresas, mediante la
eliminación de la fase del contrato (tratos precontractuales),
dentro de la cual era posible la expresión de voluntad del
usuario o consumidor (llevada a cabo mediante el
procedimiento de la adhesión)". CC0001 LZ 63.453 RSD-441-7,
S 13/12/2007, Juez Tabernero (SD), "La Cruz, Sandra c.
Osmecon Salud y otros s/daños y perjuicios". Antonio Polo
expresa que “son hijos de la contratación en masa, por lo que
son elaborados en serie, según la ley de los grandes números,
sometidos a una standarización rigurosa, que por un proceso
de tipificación contractual reduce al mínimo el esfuerzo de las
partes y la perdida de tiempo”. La rutina, agrega, (o la
rutinización, mejor dicho), sustituye a la reflexión. Para los
anticontractualistas el contrato de adhesión se trata de un acto
unilateral obligatorio que dicta sus condiciones a una
comunidad indeterminada y se obliga previa y unilateralmente,
a reserva de la adhesión de aquellos que quieran aceptar la ley
del contrato (Saleilles).

Los contratos discrecionales podemos clasificarlos en:


1. De adhesión: una parte predispone, impone sus
condiciones al otro. Ej.: una empresa fuerte impone sus
condiciones a otra empresa pequeña.
2. De consumo: son también contratos de adhesión. Hay
aquí dos partes: un proveedor y un consumidor.

Según vimos, podemos tener contratos por adhesión que no


sean de consumo (negocios de empresas con sus proveedores,
negocios B2B, etc.), pero los de consumo son, por lo general,
contratos de adhesión y caen en la órbita de la ley 24.240 de

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Defensa del Consumidor.

Otro tipo de clasificación:

A) Por si existe o no contraprestación:


1. Onerosos: con contraprestación.
2. Gratuitos: sin contraprestación.

B) Nominados o innominados: En el art. 970 CCCN, se le da a la


categoría de los contratos nominados e innominados el contenido
que tenían, antaño, los contratos típicos y atípicos mediante la
siguiente fórmula: «Los contratos son nominados e innominados
según que la ley los regule especialmente o no».
1. Nominado o típico: un contrato será típico cuando posea una
regulación legal, sea ella por ley, decreto, ordenanza, etc. Tal
es el caso de muchos contratos del CCCN: compraventa,
locación, franquicia, etc.
2. Innominado o atípico: por el contrario, será atípico cuando
carezca de una expresa, completa y unitaria regulación. Ej.:
contrato de turismo, contrato de representación artística;
contrato de garaje. Muchos contratos hoy típicos comenzaron
siendo atípicos, pues se crearon socialmente y la práctica los
impuso: ej.: el contrato de franquicia antes de 2015 no tenía
una regulación especial en el CCCN. Son los que Alterini llama
“contratos con mera tipicidad social”. Sin embargo, esa
regulación puede o no depender del territorio o la jurisdicción:
el contrato de garaje no está regulado en el CCCN, pero sí en
la CABA.
3. Mixtos: son combinaciones de prestaciones típicas de otros
contratos o bien de elementos nuevos con conocidos.

C) Por su certeza:
1. Conmutativos: En el art. 968, el CCCN se inclina por

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considerar al distingo entre contratos conmutativos y
aleatorios como una subespecie de los contratos onerosos y lo
hace en los siguientes términos: «Los contratos a título
oneroso son conmutativos cuando las ventajas para todos los
contratantes son ciertas. Son aleatorios, cuando las ventajas o
las pérdidas, para uno de ellos o para todos, dependen de un
acontecimiento incierto». Por ende, solo los contratos onerosos
podrían ser clasificados como conmutativos o aleatorios. Esto,
sin embargo, no es tan así, como veremos.

En los contratos conmutativos hay una relación de causalidad


entre las prestaciones de cada una de las partes que se traduce
en una relación de equivalencia "pecuniariamente apreciable y
bien determinada" que es acordada y aceptada al momento de
la celebración del contrato. Es el caso de una compraventa de
un inmueble: por el inmueble, el comprador pagará su valor en
dinero en el mercado. Hay aquí una proporcionalidad y una
certeza. Sabré cuánto tengo como comprador que pagar y el
vendedor sabrá el dinero que recibirá.

Sin embargo, puede haber contratos conmutativos gratuitos:


ejemplos de ellos son los siguientes: la donación, el comodato,
el depósito gratuito, el mandato gratuito, el mutuo gratuito,
entre otros.

2. Aleatorios: Si hay incertidumbre sobre cuál será el equilibrio


entre ventajas y sacrificios al tiempo de la ejecución del
contrato, la conmutatividad no es tan clara porque está
sometida a un alea o riesgo. El alea es “un factor de
desequilibrio patrimonial voluntariamente aceptado por las
partes de un contrato u otro acto jurídico, que habrá de
revelarse una vez celebrado el acto o el contrato, cuando se
entre en la etapa de cumplimiento de las prestaciones al

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cumplirse un plazo determinado o condición” (Leiva
Fernández). Tratándose de un contrato aleatorio, las partes
asumen deliberadamente el riesgo del resultado que puedan
obtener. En los contratos aleatorios, la relación que puede
existir entre las prestaciones que debe cumplir una y otra
parte es ignorada en el momento de su celebración, porque
éstas dependen de un acontecimiento incierto. Aquí libremente
las partes han asignado a un determinado evento o factor, que
escapa a su control, entidad para producir una específica
consecuencia con relación al cumplimiento de las obligaciones
respectivas. Una de las prestaciones puede o no realizarse, o
rendir más o menos de lo esperado. Por lo tanto, sin perjuicio
de estar limitada en valores máximos y mínimos, al momento
del perfeccionamiento del contrato es imposible para las partes
advertir acabadamente la medida de sus ventajas o pérdidas;
sin dudas conocerán los topes y sin dudas que la posibilidad de
cumplimiento o incumplimiento es una condición suspensiva,
pero lo importante no es ello, sino la entidad de dicho
incumplimiento. En otras palabras, el cumplimiento o
incumplimiento del contrato es un hecho futuro e incierto.
Permanece como aleatorio habida cuenta de la imposibilidad
de conocer certeramente al momento de la celebración, la
magnitud o medida de ese incumplimiento eventual, quedando
las ventajas y pérdidas del contrato en un ámbito de
indeterminación propio de la aleatoriedad. Ejemplos típicos son
el billete de lotería y el contrato de seguro automotor: puede o
no ocurrir que me roben el auto, o que yo tenga un accidente,
pero cuando ese hecho ocurre, nace la obligación de la
Aseguradora de resarcir el daño o reponerme el auto destruido
o robado. Este es un contrato oneroso pues pago una prima
para ser asegurado. ¿Dónde está lo aleatorio? Pues, primero en
que la condición (el robo o la destrucción del automóvil, o el
accidente) pueden o no ocurrir. Y segundo, en que la

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Aseguradora no sabrá exactamente, hasta que ocurra, el
alcance de su obligación: no sabrá si tiene que reponer un auto
o si deberá indemnizar por muerte a los familiares de la
persona que fue atropellada por el vehículo, y por cuánto
dinero. Seguramente lo que tenga que pagar la Aseguradora no
sea poco, si se lo compara con la prima que cobra del
asegurado; por ello hay un desequilibrio patrimonial notorio
que las partes aceptan libremente. Más aún porque hace al
negocio de la Compañía de Seguros.

Sin embargo, aunque el Código solo contempla los contratos


aleatorios onerosos, los hay también gratuitos: tales son el
contrato de fianza. Ejemplo de este contrato es ser garante de
un contrato de alquiler. La aleatoriedad de la fianza, si bien
puede ser discutida, es clara toda vez que dicho contrato
existirá, según el concepto brindado por el CCCN en el artículo
1574 “cuando una persona se obligue accesoriamente por otra
a satisfacer una prestación para el caso de incumplimiento”.
Por lo tanto, sin perjuicio de la factibilidad de estar limitada en
valores máximos y mínimos (tal es lo que ocurre en las fianzas
generales), al momento del perfeccionamiento del contrato es
imposible para las partes advertir acabadamente la medida de
sus ventajas o pérdidas; sin dudas conocerán los topes, pero lo
importante no es ello sino la entidad de dicho incumplimiento.
En otras palabras, el cumplimiento o incumplimiento de la
obligación objeto de afianzamiento es un hecho futuro e
incierto que incide sobre los efectos del contrato de fianza.
Pero esto no transforma a la fianza en un contrato
conmutativo-condicional, sino que, por el contrario, permanece
como aleatorio habida cuenta de la imposibilidad de conocer
certeramente al momento de la celebración, la magnitud o
medida de ese incumplimiento eventual, quedando las ventajas
y pérdidas del contrato en un ámbito de indeterminación

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propio de la aleatoriedad excluyendo la pretendida
conmutatividad del mismo.

También lo son aquellos casos de «juego de azar», a los cuales


espontáneamente se suman los participantes, por ejemplo, en
programas televisivos ya sea a través de llamados telefónicos o
con presencia personal en el mismo a fin de elegir un
determinado número en un panel y tras girar el mismo,
hacerse acreedores de la suma de dinero o premio que se
encontraba oculta. Mismo caso puede extraerse de una rifa
gratuita. Se trata de un contrato gratuito, ya que no puede
concluirse que el sacrificio practicado en el programa
televisivo (pagar una gran suma de dinero al participante)
tenga correlato en la prestación que dicho programa obtiene
del sujeto, esto es, su «hacer» que consiste meramente en
elegir un número del panel o un número de la rifa. El sacrificio
y la ventaja no están en relación de equivalencia o equilibrio
contractual. Ante la desproporción innegable que existe entre
el «dar» y el «hacer» debe colegirse que se trata de una
liberalidad, de un beneficio sin expectativas de ventajas para
quien lo provee más allá de la promoción y publicidad que
obtiene de su programa televisivo. En ningún momento, hay
una contraprestación del participante, sino que obtiene un
incremento patrimonial sin contrapartida económica relevante
a su cargo.

D) Por sus formas:


1. Formales: Son aquellos que se realizan siguiendo una
formalidad. Se dividen en solemnes y no solemnes. Son
formales solemnes aquellos en los que exigiéndose una forma
determinada su omisión provoca la nulidad del acto, privándolo
no solo del efecto jurídico buscado por las partes en forma
inmediata sino también de cualquier efecto, y aunque se pruebe

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por otro medio de forma inequívoca la expresión de voluntad.
Ej.: la donación de inmuebles, las de cosas muebles
registrables. En los no solemnes, aunque el acto no logra
alcanzar sus efectos inmediatos, no pierden todo efecto
jurídico, quedando las partes obligadas a elevar el acto a la
forma exigida. Un ejemplo es la compraventa de inmuebles que
no se realice por escritura: el contrato vale como boleto de
compraventa y promesa de escriturar.
2. No formales: son aquellos contratos en los que ni la ley ni las
partes imponen una forma determinada. Aunque en todo
contrato habrá una forma para exteriorizar la voluntad, dice
Alterini, en los informales no existe una forma determinada. Las
partes, no obstante, pueden elegir una forma. Un ejemplo de
estos contratos es la compraventa de cosas muebles no
registrables: comprar una gaseosa en un kiosco, una silla en
una mueblería o el periódico.

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