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28/11/24, 19:04 Thomson Reuters ProView - Comentario del Código Civil. 1ª ed.

, mayo 2015

CAPITULO V. De los derechos y deberes de los cónyuges [Arts. 66 a 72]


§ 1 Real Decreto de 24 julio 1889. Código Civil
LIBRO I. De las personas [Arts. 17 a 332]
TITULO IV. Del matrimonio [Arts. 42 a 107]
CAPITULO V. De los derechos y deberes de los cónyuges [Arts. 66 a 72]
CAPITULO V. De los derechos y deberes de los cónyuges [Arts. 66 a 72]

CAPITULO V
De los derechos y deberes de los cónyuges
Añadido por art. 1 de Ley núm. 30/1981, de 7 julio

Artículo 66.

Los cónyuges son iguales en derechos y deberes.

Modificado por art. único.2 de Ley núm. 13/2005, de 1 julio

Doctrina-comentario

Este artículo es la positivación del principio general de igualdad de sexos que se recoge en
los arts. 14 y 32 CE. En este sentido, el legislador, concorde con el límite constitucional que
le imponían dichos preceptos, lo ha recogido como principio fundamental que no sólo ha
informado toda la reforma del derecho matrimonial; sino también que ha vuelto a recordar al
positivarlo. Una primera impresión, dado su carácter, es la que conduce a calificarlo como
innecesario y reiterativo; sin embargo una reflexión más profunda que tome como base su
valor, precisamente, de principio general, lleva a otras conclusiones. De una parte tiene un
sentido negativo: se dirige a negar la situación anterior. «En realidad (señala Lacruz,
Elementos IV-I, p. 174) para llegar al resultado de este precepto, bastaba con no tratar
desigualmente a los esposos en la nueva normativa, pero era tan larga y continua la tradición
de superioridad marital y la obediencia de la mujer que parecía necesario extenderle
expresamente un certificado de defunción». De otra, positivamente, se erige como principio
que debe de presidir la interpretación de toda la normativa del derecho matrimonial en todas
las esferas, es decir, en la personal, la familiar y la patrimonial (STS 6-X-89) actuando no
sólo como límite al poder legislativo —cualquier norma contraria será inconstitucional— sino
como límite legal de los actos que puedan estar regidos por la autonomía privada (art. 1255
CC) (Díez-Picazo y Gullón, Sistema, IV, p. 98). Distinguiendo cada una de las esferas cabe
señalar:

1. La personal del cónyuge casado. Esta, a su vez, implica un doble ámbito: el individual y el
de relación con el otro cónyuge. La igualdad significa el respeto a la individualidad personal,
el reconocimiento de la misma capacidad de obrar sin que el matrimonio, ni el sexo del
cónyuge, pueda actuar como causa de limitación. El principio se ha visto traducido en el
actual art. 71 CC, en la supresión del art. 72 CC en el que se hacía mención a la
comunicación de honores entre los cónyuges y tras la reforma de la nacionalidad por L 51/82
en que el matrimonio ya no modifica la nacionalidad de cada uno de los cónyuges ni limita o
condiciona la adquisición, pérdida o recuperación de la de cada uno de ellos de forma

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independiente. Asimismo es dicho principio el que habrá de tenerse en cuenta a la hora de


valorar los derechos y deberes de los cónyuges que se enumeran en los arts. 67 y 68 CC.

2. La esfera familiar. Determina la igualdad jurídica de los cónyuges progenitores en relación


a los hijos comunes; la patria potestad de titularidad dual (art. 154 CC) y su ejercicio, como
regla, conjunto (art. 156 CC). Sin embargo, las diferentes connotaciones biológicas que
comportan la maternidad y la paternidad, y la presencia de intereses dignos de protección
jurídica, pueden conducir, en ocasiones, legítimamente, a un trato no igualitario: así sucede,
por ejemplo, en sede de prueba en las acciones de filiación. En esta esfera, a su vez, la
igualdad de derechos y deberes del marido y mujer podrá entrar en colisión con el deber de
actuación en interés de la familia que se recoge en numerosos preceptos. En los casos en
los que esto se produzca (así p. ej. en el desacuerdo sobre la fijación del domicilio conyugal,
cfr. art. 70 CC, v. com.), aunque la resolución del conflicto comporte una situación de
desigualdad, el fundamento de tal decisión habrá tenido que partir del presupuesto de la
igualdad.

3. La relación patrimonial. Siendo en esta esfera en la que encuentran mayor cabida los
actos de autonomía privada, la regla general se traduce en que el principio de igualdad actúa
como límite legal: «cualquier estipulación contraria a las leyes o a las buenas costumbres o
limitativa de la igualdad de derechos que corresponde a cada cónyuge» contenida en
capítulos matrimoniales será nula (art. 1328 CC). Legalmente, a su vez, los regímenes
económico-matrimoniales están regulados tomando como base, precisamente, este principio.
En particular, en cuanto al régimen legal del CC, la sociedad de gananciales (arts. 1344 CC y
ss.).

El principio de igualdad de derechos y deberes entre ambos cónyuges encuentra, en general,


una limitación: la actuación lesiva que efectúe el marido o la mujer en los intereses
personales, familiares y económicos del otro cónyuge (arg. analog. ex arts. 82, 156 II y 1391
CC). El trato desigualitario que se sigue de lo que señalan dichos preceptos deriva,
precisamente, de una situación de previa desigualdad.

MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

Artículo 67.

Los cónyuges deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en


interés de la familia.

Modificado por art. único.3 de Ley núm. 13/2005, de 1 julio

Doctrina-comentario

I. Los derechos y deberes de los cónyuges en general. Este artículo, junto con el 68
comprende los deberes básicos de la relación conyugal, el contenido de la misma; es decir
aquello sobre lo que recae el consentimiento matrimonial (en el matrimonio que se contrae
en forma civil son leídos, cfr. art. 58 CC). Establecen un mínimo a la misma pero no imponen,
respetándolo, un determinado modelo de matrimonio (Díez-Picazo y Gullón, Sistema, IV, p.
95). Jurídicamente reciben la calificación de ser deberes jurídicos, no se trata de verdaderas
obligaciones. Caracteres de los mismos son: la especificidad de su contenido en el que
participa un componente esencialmente ético y su incoercibilidad. Sin embargo esto último no
excluye, por completo, la posibilidad de la existencia de una sanción que se manifiesta desde
dar lugar a la suspensión de la vida en común, o al divorcio, pasando por otras
consecuencias en el plano sucesorio y —caso de que así se califique— de sanciones

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penales. Estos deberes son mutuos, en el sentido de que obligan a ambos cónyuges entre sí;
pero no recíprocos en el sentido del art. 1124 CC. En general se puede plantear la posibilidad
de su disponibilidad por los cónyuges y el alcance de la misma (Gete-Alonso, Com. Fam.
Tecnos, I, pp. 322 ss.). En la actual regulación es posible y cabe distinguir entre:

1. Pactos anteriores al matrimonio. Los que se dirijan a la eliminación de estos deberes


provocan la inexistencia de consentimiento matrimonial (cfr. arts. 45 y 73.1.º CC). Los que
tengan por objeto la mera concreción de alguno de los mismos tienen eficacia (la ley prevé
uno de ellos, cfr. art. 70 CC). La modificación sustancial de dichos deberes que implique el no
respetar el mínimo legal, carece de trascendencia en la medida en que pueda calificársela
como condición, término o modo (que se tienen por no puestos, art. 45 II CC).

2. Pactos existente matrimonio. Caben no sólo los tendentes a concretar algún deber
conyugal sino incluso los que se dirigen a eliminarlos. Particular importancia tienen los que
eliminan, para el futuro, el deber de convivencia en la medida en que diversas causas de
separación y divorcio parten del mismo (v. com. arts. 81 ss. CC).

II. Los deberes recogidos en este artículo. Se enumeran el de respeto mutuo, ayuda
mutua y actuación e interés de la familia.

1. El deber de respeto mutuo. Implica una concreción, al ámbito matrimonial, del deber de
respeto al prójimo que se proyecta en la dimensión física y moral de cada cónyuge como
persona individual y a la vez, en su condición de casado. Su concepto es amplio y en él
encuentra cabida tanto el deber de fidelidad (que se trata separadamente, art. 68 CC) cuanto
en general la observancia de una conducta que no lesione la dignidad personal, ni física del
otro cónyuge. Supone el reconocimiento, en el seno de la relación conyugal, de la esfera de
libertad personal de cada cónyuge y del libre desarrollo de su personalidad (bienes de la
misma) en su relación con terceros y en la vida matrimonial. Excluye, así, la imposición
unilateral de ideologías de cualquier tipo, de determinados hábitos sexuales, conductas que
impliquen menosprecio físico o moral, malos tratos de palabra y obra, etc. (STS 14-VII-82).
Este deber subsiste hasta que se produzca la disolución del vínculo (STC 2-XII-82), de modo
que permanece aunque exista separación de hecho. Incluso la doctrina entiende que, en su
dimensión moral, se puede proyectar aún después de la disolución del vínculo (Lacruz,
Elementos, IV, p. 187; García Cantero, Com. Edersa, II, p. 186). Su infracción puede dar
lugar: a) En el ámbito penal puede llegar a ser un delito: injuria, calumnias (arts. 453 ss. CP),
lesiones (arts. 418 ss. CP). b) En el orden civil: es causa de separación (art. 82.1.ª CC) o
divorcio (art. 86.3.ª b y 5.ª CC) siempre que sea grave y reiterado (STS 10-II-83, 28-X-83); es
justa causa para desheredar al cónyuge (art. 855.1.ª CC) y causa de indignidad sucesoria
(art. 756.2.º, 3.º y 6.º CC); puede dar lugar a una acción de carácter indemnizatorio dirigida a
resarcir los daños causados.

2. El deber de ayuda mutua. Generalmente se entiende que la enunciación de este deber es


reiterativa en cuanto ya aparece recogido en el deber de socorro mutuo del art. 68 CC.
Cabría diferenciarlos considerando al de ayuda en relación a las necesidades personales de
toda índole y al de mutuo socorro referido sólo las económicas o materiales. El deber de
ayuda mutua implica la necesidad de asistencia al otro cónyuge, en la medida de las
posibilidades individuales, conforme a lo que la ley y la costumbre determinen como normal
en la situación matrimonial (y compatible con ella). La ayuda implica la colaboración en el
plano de la igualdad. Su violación puede dar origen a la separación (art. 82.1.ª CC) o al
divorcio (art. 86.3.ª b CC); actúa como causa de desheredación (art. 855.1.ª CC) y puede
legitimar el ejercicio de una acción indemnizadora por los daños ocasionados.

3. La actuación en interés de la familia. El interés de la familia presenta la problemática de su


calificación como deber conyugal en tanto se proyecta más allá de marido/mujer. Debe de
entenderse en un doble sentido (Gete-Alonso, Com. Fam. Tecnos, I, pp. 328 ss.).

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Predicado en relación al grupo, cuando existe matrimonio, representa el tamiz por el cual
deben de pasar todas las decisiones de los cónyuges, sean conjuntas o separadas, hasta el
punto de que, la discrepancia en aquellas que deban de tomarse conjuntamente, puede
llegar a determinar la intervención de la autoridad judicial (cfr. art. 70 CC). Incardinado en el
marco de las relaciones personales entre los cónyuges, viene a ser una concreción de dicho
deber amplio: cada cónyuge puede exigir al otro que su actuación individual (exista o no
familia) no socave las bases de la unidad (que no indisolubilidad) del matrimonio. Significa
que cada uno de ellos está limitado por el otro en cuanto que su status de cónyuge implica
una comunidad que no existía antes del matrimonio. Tal limitación, sin embargo, y en ningún
caso, puede llevar a su subordinación de la mujer al marido o a la inversa (se encuentra
regido por el principio de igualdad entre los cónyuges, cfr. art. 66 CC). En todo caso, parece
que dada la colocación sistemática del precepto, se refiere sólo a la familia nuclear
(cónyuges e hijos) (Díez-Picazo y Gullón, Sistema, IV, p. 97). Su lesión puede dar lugar a la
separación (art. 82.1.ª CC) o al divorcio (art. 86.3.ª CC); ser causa de deshederación (art.
855.1.ª CC) y a la acción indemnizatoria de daños y perjuicios.

MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

Artículo 68.

Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y


socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las
responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y
descendientes y otras personas dependientes a su cargo.

Modificado por art. 1.1 de Ley núm. 15/2005, de 8 julio

Doctrina-comentario

I. Los derechos y deberes contemplados. En este artículo se enumeran una serie de


derechos y deberes de los cónyuges que participan de los mismos caracteres que los
recogidos en el art. 67 (v. com.). Al igual que aquéllos aparecen presididos por el principio de
igualdad (art. 66 CC). Son: la obligación de convivencia, la fidelidad y el socorro mutuo. Estos
últimos en parte, ya contemplados, de forma más genérica, en el art. 67 CC.

II. La obligación de vivir juntos. Desde el momento en que el matrimonio supone la


creación de una comunidad de vida entre dos personas, la obligación de convivencia se
manifiesta como el deber central o esencial del mismo. El contenido típico del consentimiento
matrimonial gira en torno al mismo, de manera que incluso la disolución o mera separación
del vínculo matrimonial toma hoy, en la legislación actual, a éste como punto de partida (de
«cese efectivo de la convivencia conyugal» se habla en numerosos preceptos en sede de
separación y divorcio). El deber de vivir juntos que impone este precepto resulta definido de
su relación con la regulación de las causas de separación y divorcio. De ésta resulta que
implica, cuando menos, la imposición de una determinada conducta a los cónyuges: la
existencia de vida marital (cfr. art. 101 I CC) —no necesariamente el ayuntamiento carnal—,
el mantenimiento de relaciones personales de manera continuada y desarrollada,
normalmente, en el domicilio conyugal (art. 105 I a contrario CC). Con todo, el cese efectivo
de la convivencia —que supone la relajación definitiva de la relación personal entre los
cónyuges— no necesariamente es coincidente con el incumplimiento de este deber
matrimonial, caben pactos entre los cónyuges —con posterioridad al matrimonio— a través
de los que se acuerde un cese temporal de la misma. El concepto de incumplimiento de esta
obligación también resulta de la relación con los preceptos mencionados. Requiere: 1) La
existencia de un período, más o menos largo (como mínimo de 30 días, cfr. art. 105 CC) de
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separación; y 2) La inexistencia de una causa razonable que lo autorice. La separación, por


sí sola, no es suficiente en cuanto puede ser temporal o acordada por los cónyuges, es la
inexistencia de causa justificada la que da lugar al incumplimiento. La justificación existe
cuando alguno de los cónyuges está incurso en alguna de las causas que pueden dar origen
a la separación o divorcio (STS 10-II-83). La mera «interrupción de la convivencia» (art. 87 II
CC) no implica incumplimiento. La obligación de vivir juntos sólo se infringe cuando existe
voluntad unilateral e injustificada, por parte de uno de los cónyuges, de no vivir junto con el
otro. En el ámbito civil la sanción a la que puede dar lugar es: actuar como causa de
separación o divorcio; ser justa causa de deshederación (art. 855.1.ª); en relación a los
demás deberes personales el incumplimiento del deber de convivencia produce la
«relajación» de la obligación de fidelidad en cuanto que ésta no puede alegarse como causa
de separación por el cónyuge que infringió este deber (art. 82.1.ª CC); también puede
originar una acción indemnizatoria. En el ámbito penal, cuando concurran los hechos que la
ley prevé, puede llegar a configurarse como el delito de abandono de familia (art. 487 CP)
que no siempre coincide con el «abandono injustificado del hogar familiar» que prevé el art.
82.1.ª CC.

III. El deber de fidelidad. A pesar de que aparece enunciado conforme a una fórmula muy
tradicional es común interpretar (Gete-Alonso, Com. Fam. Tecnos, I, pp. 338 ss.; Díez-
Picazo y Gullón, Sistema, IV, p. 97; Albaladejo, Curso, IV, p. 129) que no sólo se
comprende en él el adulterio y el amancebamiento sino, en general, cualquier conducta
contraria al respeto debido entre los cónyuges y a la dignidad que el matrimonio comporta.
La exigencia de fidelidad es una especificación del deber de respeto mutuo que se traduce,
en su vertiente de incumplimiento, en la relación carnal o no con terceros, debiendo de
valorarse en función de lo que la comunidad social considera en cada momento. Comprende,
pues, tanto al adulterio y amancebamiento (que hoy sólo son ilícitos civiles) como a la
relación homosexual con terceros o de cualquier otro tipo, incluso las relaciones no carnales
siempre que la conciencia social así las califique. Se refiere tanto a hechos aislados como
permanentes o continuados pero siempre que sean culpables, es decir voluntariamente
provocados por el cónyuge infractor. Su incumplimiento da lugar a que pueda existir causa de
deshederación (art. 855.1.ª CC); pueda actuar como causa de separación (art. 82.1.ª CC) y
divorcio (art. 86.3.ª b CC) salvo «si existe previa separación de hecho libremente consentida
por ambos o impuesta por el que la alegue» (art. 82.1.ª II CC); es causa de pérdida de
derecho de alimentos (art. 152.4.º CC); también puede originar la correspondiente acción
indemnizatoria.

IV. El deber de socorro mutuo. Es reiterativo al exigir el art. 67 CC el deber de ayuda mutua
entre los cónyuges, pero cabe diferenciarlo de aquél si se concreta, únicamente, al ámbito
material y económico de la relación matrimonial (v. com. art. 67 CC). Este deber encuentra su
proyección en el ámbito de contribución a las necesidades ordinarias de la vida común que
se traducen no sólo en la obligación legal de alimentos sino también en el levantamiento de
las cargas matrimoniales con los bienes privativos de cada uno de los cónyuges (art. 1318
CC), e incluso en el deber de proporcionar los recursos económicos necesarios a la familia
conforme a la posición económico-social de cada matrimonio. El incumplimiento de este
deber es causa justa de deshederación (art. 855.1.ª CC); causa de divorcio (art. 86.3.ª b CC)
y de separación (art. 82.1.ª CC). Asimismo, la negativa a proporcionar alimentos o a
contribuir al sostenimiento de las cargas matrimoniales dará lugar a que pueda solicitarse la
actuación judicial pertinente para asegurar su satisfacción (cfr. arts. 142 ss. y 1318 CC). En
su aspecto de deuda alimenticia aparece sustituido, en los supuestos de separación
matrimonial, por las previsiones que se contengan en el convenio regulador (si existe) (art. 90
CC) o por la decisión judicial (art. 93 CC).

MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

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Artículo 69.

Se presume, salvo prueba en contrario, que los cónyuges viven juntos.

Modificado por art. 1 de Ley núm. 30/1981, de 7 julio

Doctrina-comentario

I. Caracterización. La presunción de convivencia que se recoge en este artículo es


consecuencia del carácter que se atribuye a la obligación de vivir juntos de los cónyuges y
del modo en que se han regulado las causas de separación y divorcio. Es una presunción
iuris tantum que puede destruirse mediante prueba en contrario y opera en un doble ámbito:
1. En el de la relación personal entre los cónyuges: indica el cumplimiento de dicha
obligación e impide la relajación de los demás deberes conyugales, en especial el de
fidelidad (cfr. art. 82.1.ª CC). Para alegar el «cese efectivo de la convivencia» como causa de
separación o divorcio habrá de destruirse esta presunción. 2. En las relaciones con terceros
actúa como una norma de protección de éstos: en torno a la misma gira la confianza del
tercero de buena fe a la hora de contratar con los cónyuges. La legitimación de cada
cónyuge en la esfera de su potestad doméstica (arts. 83, 102.2.º, 90, 156 y 1319 CC) parte
de ésta ya que la separación y el divorcio hacen cesar la posibilidad de vincular los bienes
del otro cónyuge en el ejercicio de la potestad doméstica, y la falta de convivencia hace cesar
la presunción de que cada cónyuge progenitor actúa, en el ejercicio ordinario de la patria
potestad, con el consentimiento del otro (v. además, las reglas especiales en relación a la
sociedad de gananciales). La presunción de convivencia, además, relativiza el alcance del
posible pacto regulador de la situación económico matrimonial de los cónyuges, que no sea
una capitulación matrimonial o un convenio regulador, del matrimonio que no convive.

II. Cesación de la presunción. Se produce a través de dos vías. 1. Cuando el deber de


convivencia entre los cónyuges, no existe, ya sea por la separación judicial de los mismos, ya
por la disolución del vínculo matrimonial (divorcio y declaración de fallecimiento, art. 85 CC).
Ya durante la tramitación de la separación judicial o divorcio, entre las medidas provisionales
del procedimiento se señala que admitida la demanda, por ministerio de la ley se produce el
efecto de que «los cónyuges podrán vivir separados y cesa la presunción de convivencia
conyugal» (art. 102.1.º CC). No se presume, no obstante, lo contrario —la no convivencia—,
es, por lo tanto, la inexistencia del deber la que hace que deba de probarse por aquel a quien
le interese (García Cantero Com. Edersa, II p. 198); interesará al tercero que contrató con
los cónyuges, o al cónyuge que pretenda la reconciliación (arts. 84 y 88 CC). 2. Cuando la
presunción se destruye mediante prueba en contrario. Como medios de prueba pueden
utilizarse todos aquellos que sean admisibles en Derecho. Entre otros pueden citarse: el
pacto expreso, en documento público, de los cónyuges mediante el que regulen la simple
separación de hecho (cfr. art. 90 CC analog.); la existencia de domicilios personales
independientes sin que en ninguno de ellos se desarrolle la vida en común unida a la
existencia de domicilio conyugal; la solicitud de uno de los cónyuges de la declaración de
ausencia legal (art. 182.1.ª CC) o de fallecimiento (art. 2042 LEC) del otro; el estar
condenado un cónyuge, por sentencia firme, a pena que le haya privado de libertad, etc. La
duda puede plantearse en torno a la confesión. ¿Basta la simple manifestación de uno de los
cónyuges de que no convive para destruirla? o ¿es necesario el aportar alguna otra prueba?
Dada la obligación de convivencia y el alcance de esta presunción —que afecta a terceros—
ha de señalarse que la simple confesión no es suficiente (el art. 82.5.ª CC, precisamente,
para calificar como cese efectivo de la convivencia por mutuo acuerdo el que sólo ha existido
durante seis meses requiere, además de la declaración en tal sentido, una actuación formal
del cónyuge).

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MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

Artículo 70.

Los cónyuges fijarán de común acuerdo el domicilio conyugal y, en caso


de discrepancia, resolverá el Juez, teniendo en cuenta el interés de la
familia.

Modificado por art. 1 de Ley núm. 30/1981, de 7 julio

Doctrina-comentario

I. El domicilio conyugal. Es el lugar de residencia habitual de los cónyuges en el que


ejercitan los derechos y cumplen las obligaciones (cfr. art. 40 CC), tanto las patrimoniales
como las derivadas de la relación conyugal. Dada la existencia del matrimonio y los derechos
y deberes personales entre ellos, ambos tienen un mismo domicilio, de ahí que se hable
domicilio conyugal. Este se conecta, de manera necesaria, con otras expresiones que se
utilizan en la ley y que es necesario precisar (v. Gete-Alonso Com. Fam. Tecnos, I, pp. 348
ss.): el concepto de vivienda familiar, hogar familiar y, también, domicilio familiar. Entre
domicilio conyugal y vivienda familiar (cfr. arts. 90, 91, 96, 103.V, 1320, 1357 II CC) se ofrece
la relación de ser ésta la base física de aquél, el habitáculo en el que aquél se asienta. La
regulación que se hace de la vivienda familiar sólo afecta al especial régimen jurídico del
inmueble y no al domicilio. El domicilio conyugal se relaciona con el domicilio familiar (cfr. art.
82.1.ª y 2.ª CC); ambos suelen coincidir desde el momento en que la ley, al señalar el criterio
que debe de presidir la decisión del Juez en caso de discrepancia, alude al «interés de la
familia», luego al del grupo (familia nuclear) y no sólo al de los cónyuges. En situaciones
normales de matrimonio es el mismo; en situaciones anormales puede haber domicilio
familiar (dada la concepción amplia de la familia que se deriva del art. 39 CE) y, en cambio,
no existir el conyugal. En último lugar, la ley equipara al domicilio el hogar familiar (arts.
82.1.ª y 2.ª, 1362.1.º CC); esta expresión, más social que jurídica, no es algo distinto del
domicilio sino sólo una manera (desafortunada) de llamarlo que carece de trascendencia.
Hogar se refiere tanto al domicilio conyugal y/o familiar como a la vivienda familiar, al espacio
físico como a la localización del matrimonio. Aunque el domicilio conyugal sea único para
ambos esposos, ello no impide que cada uno de ellos individualmente y por motivos de
índole laboral, profesional o análogos pueda tener otro domicilio independiente, y a los solos
dichos efectos, del otro consorte. Asimismo, la existencia de domicilios individuales
independientes se produce en la mayor parte de supuestos de «cese efectivo de la
convivencia» haya habido o no incumplimiento de la obligación de vivir juntos; en estos casos
el domicilio individual que coexiste con el conyugal puede entrar en juego, subsidiariamente,
a la hora de determinar la competencia del Juez en los procesos de nulidad, separación y
divorcio (v. disp. ad. 1.ª y 3.ª L 30/81).

II. Modos de determinación del domicilio. A ellos se refiere este precepto partiendo de la
base de que el domicilio conyugal es un domicilio único para una pluralidad de personas. La
ley establece dos medios:

1. Común acuerdo de los cónyuges. Consecuencia del principio de igualdad (art. 66 CC). La
comunidad de acuerdo implica el consentimiento unánime de los mismos; puede ser expreso
o tácito y está libre de forma ya que este art. 70 sólo requiere la existencia del mismo sin
más. El pacto puede ser anterior al matrimonio quedando confirmado en el momento de la
celebración del mismo (Lacruz, Com. Lacruz, p. 410), o posterior a él (lo serán, siempre, las
modificaciones que puedan producirse). En este sentido debe de entenderse derogado el art.
64 I LEC en relación al domicilio de las mujeres casadas. El domicilio individual de cualquiera
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de los cónyuges —sea anterior o posterior al matrimonio— no puede imponerse, por el otro;
es necesario, siempre, el acuerdo.

La fijación judicial. La falta de acuerdo inicial o en la modificación del domicilio, determina la


intervención del Juez no pudiendo el marido, por su propia voluntad, imponer su criterio (STS
15-II-83). El Juez, no obstante, no puede decidir con plena y absoluta libertad sino que
deberá de apreciar las distintas proposiciones que le formulen los cónyuges o los miembros
de la familia cuando puedan ser oídos y en base al «interés de la familia» deberá decidir.
Significa que deberá de ponderar las necesidades del grupo familiar sin que deba de
prevalecer, a la hora de decidir, el criterio jerárquico de organización de la familia porque
éste, hoy, ha desaparecido. Tampoco podrá señalar un domicilio que no sea querido por
ninguno de los cónyuges o de los miembros de la familia. La familia a la que se refiere es la
nuclear (cónyuges e hijos).

El interés familiar está informado, a su vez, por el de igualdad entre los cónyuges (art. 66
CC). Consecuencia de ello y de la admisión de un domicilio individual junto al conyugal es
que, aunque el Juez deba de señalar un único domicilio conyugal pueda, a la vez, acordar la
permanencia de un domicilio individual independiente (que no es el del art. 1882 II LEC) para
el cónyuge que, en interés de la familia, vio frustrada su igualdad de oportunidades.

La disp. ad. 4.ª L 30/81 establece que las resoluciones judiciales a las que se refiere este
artículo se dictarán previos los trámites establecidos en los arts. 1884 y 1885 LEC.

MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

Artículo 71.

Ninguno de los cónyuges puede atribuirse la representación del otro sin


que le hubiere sido conferida.

Modificado por art. 1 de Ley núm. 30/1981, de 7 julio

Doctrina-comentario

El precepto en análisis es consecuencia del principio de igualdad de derechos y deberes de


marido y mujer recogido en el art. 66 CC (v. com.). Aplicado a la relación conyugal viene a
reiterar lo que se recoge, con carácter general, en el art. 1259 CC: 1) Que nadie puede
actuar como representante legal de otra persona si no se dan las circunstancias que prevé la
ley (minoría de edad, incapacitación, ausencia legal…) y, en particular, que el matrimonio no
actúa, por sí sólo, como causa que dé origen a la misma; y 2) Que la única representación
voluntaria eficaz es la que dimana de la voluntad del representado. Marido y mujer sólo
pueden actuar como representantes el uno del otro cuando haya existido apoderamiento.
Junto al poder expreso, también, el poder tácito, que requiere la posterior ratificación y que
cobra una particular importancia, precisamente, cuando se trata de personas casadas. En
este sentido habrá de valorarse, específicamente, las circunstancias de cada caso concreto.
La necesidad de la existencia de un poder o de la posterior ratificación de la actuación de
uno de los cónyuges en la esfera del otro (art. 1259 CC) no sólo excluye que cada uno de los
cónyuges pueda atribuirse la representación del otro unilateralmente, sino también la
presunción —automatismo muy generalizado en la práctica— de que el marido normalmente
actúa en nombre de la mujer.

La norma se circunscribe al campo de la representación en sentido estricto —actuación en


nombre de otro— y a la esfera personal de los cónyuges. De modo que: 1) La actuación por
cuenta del otro cónyuge se rige por las reglas generales del mandato o de la gestión de
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28/11/24, 19:04 Thomson Reuters ProView - Comentario del Código Civil. 1ª ed., mayo 2015

negocios ajenos sin mandato (arts. 1709 ss. y 1888 ss. CC); 2) La actuación en nombre del
otro cónyuge se sitúa en el plano personal y el de los bienes privativos de cada uno de ellos,
la norma no alcanza a la posible comunidad económica (régimen de bienes) que pudiera
existir entre ellos, en especial a la sociedad de gananciales. Después de la modificación de la
regulación de aquélla, el marido ya no ostenta la representación automática de la masa
consorcial al haberse establecido el principio de comunidad de gestión y administración (art.
1375 CC) de la misma; pero ello no excluye, sin embargo, en esta esfera patrimonial, la
posible responsabilidad económica de un cónyuge, frente a terceros, por los actos realizados
por el otro. Pero, en verdad, no se trata aquí tanto de una excepción cuanto de la aplicación
de los principios que rigen el régimen económico-matrimonial de gananciales (reglas de
responsabilidad objetiva y subjetiva de los bienes de la masa ganancial, arts. 1362 CC ss., v.
com.). Especialidad, de otra parte, que se incardina más en la figura del mandato que en la
de la representación.

MARÍA DEL CARMEN Gete-Alonso Y Calera

Artículo 72.

...

Suprimido por art. 1 de Ley núm. 30/1981, de 7 julio

Doctrina-comentario

Este artículo ha quedado suprimido por la L 30/81 que modificó la regulación del matrimonio
en el CC.

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