ARTESANOS Y COMERCIANTES
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ARTESANOS Y COMERCIANTES
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Hacia finales del siglo XVIII, la Ciudad de México, con alrededor de treinta mil
habitantes, era la más poblada de América.
En la planta baja estaban las covachas y accesorias para los pobres. Eran
espacios muy reducidos, húmedos, poco ventilados y estaban expuestos al ruido,
los malos olores que emanaban de la calle y el acoso de mendigos, ladrones y
otro tipo de malhechores. Se inundaban periódicamente cuando subía el nivel de
las aguas en la ciudad. Las familias que vivían en accesorias que daban a los
patios interiores utilizaban estos como extensión de sus casas: allí trabajaban,
cocinaban y criaban animales.
Como alrededor de un cuarenta por ciento de los inmuebles urbanos pertenecía a
instituciones eclesiásticas, principalmente de conventos femeninos, que vivían de
las rentas que producían, procuraban sacar el mejor provecho de sus edificios, así
que sobreexplotaban cada inmueble y alquilaban todos sus espacios disponibles.
Otro tipo de construcción era la vecindad, que incluía varias viviendas y cuartos
para alquiler en un mismo edificio, además de que ofrecía espacios compartidos a
los inquilinos, como lavaderos, cocinas y “lugares comunes” (sanitarios). Había
vecindades de diversos tamaños, calidades constructivas y servicios; el monto de
sus rentas estaba en función del tipo de vecindad y de la clase de vivienda o
cuarto dentro de esta.
Una alternativa de vivienda más eran los jacales de los barrios indígenas, que
formalmente estaban reservados a estos últimos, pero que también constituyeron
una opción para españoles pobres y personas de raza mezclada. Se construían
con adobes, pencas de maguey, varas, troncos de madera y morillos, palmas,
juncos o piedras y, hacia mediados del siglo XIX, con ladrillos. Los techos eran
planos y descansaban sobre vigas paralelas cubiertas de arcilla; el piso era de
lodo apisonado.
Algunas casas indígenas tenían un temazcal o baño de vapor que se usaba con
fines higiénicos y medicinales, el cual compartían todos los miembros del complejo
familiar. Este era un cuarto pequeño y bajo, techado con una bóveda, en cuyo
interior cabían dos personas sentadas en esteras, mismas que ingresaban por una
abertura lateral. Desde el interior se cerraba la puerta con piedras y en el exterior
se encendía una fogata para calentar unas piedras al rojo vivo. Los bañistas
vertían agua sobre sus piernas, lo que generaba vapor. Normalmente tomaban
dos personas el baño para ayudarse. Al final se enjuagaban con agua fría.
Este tipo de casas se adaptaba a las necesidades de una familia extensa, ya que
cada uno de los edificios albergaba a un matrimonio con sus hijos y se compartía
el resto de las áreas de la casa. El hecho de que la mayoría de las casas tuviera
una parcela de tierra o una chinampa y que muchas contaran con una huerta y un
corral con aves o cerdos, les daba un carácter semirrural y permitía aumentar el
sustento de la familia. La propiedad se deslindaba con cercas de bejuco,
reforzadas con árboles, arbustos y magueyes.