ARTESANOS Y COMERCIANTES

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ARTESANOS Y COMERCIANTES

Las viviendas de los artesanos y comerciantes solían ser modestas pero


funcionales. Podían ser casas adosadas o pequeñas casas independientes,
construidas con materiales como ladrillo, madera o piedra, dependiendo de la
disponibilidad local.
Estas viviendas tenían generalmente un diseño simple y compacto, con un número
limitado de habitaciones. Podían tener una pequeña tienda o taller adjunto para el
negocio familiar.
A menudo, las familias de artesanos y comerciantes vivían y trabajaban en el
mismo lugar, lo que significaba que sus viviendas podían incluir áreas de trabajo
en el hogar.
Aunque estas casas no eran lujosas, proporcionaban un lugar seguro y cómodo
para vivir y criar a la familia, con énfasis en la funcionalidad sobre la ostentación.
CLASE MEDIA
Las viviendas de la clase media eran más espaciosas y cómodas que las de los
artesanos y comerciantes, pero aun así más modestas que las de la clase alta.
Estas casas podían tener múltiples habitaciones distribuidas en una o dos plantas,
incluyendo dormitorios separados para los miembros de la familia.
La arquitectura y la decoración de las viviendas de clase media reflejaban el gusto
y el estatus de sus propietarios, aunque de forma más sencilla que las de la clase
alta.
Podían incluir características como jardines traseros, porches o balcones,
dependiendo del espacio disponible y del entorno urbano o rural.
La decoración interior era más elaborada que la de las viviendas de clase baja,
con muebles de mejor calidad y detalles decorativos como cortinas, alfombras y
cuadros en las paredes.
CLASE ALTA:
Las viviendas de la clase alta eran grandiosas y ostentosas, diseñadas para
mostrar la riqueza y el estatus de sus propietarios.
Eran grandes mansiones ubicadas en áreas exclusivas de las ciudades o en el
campo, con extensos terrenos, jardines y a menudo accesos privados.
Estas mansiones tenían múltiples pisos y una distribución impresionante, con
habitaciones dedicadas a diferentes funciones como salones de recepción,
comedores formales, bibliotecas, salas de música y dormitorios lujosos.
La arquitectura de estas viviendas podía ser de diversos estilos, desde el
neoclásico hasta el gótico o el renacentista, con detalles elaborados y una
atención meticulosa a la ornamentación.
Estaban ricamente decoradas con muebles finos, tapices, obras de arte y objetos
de valor, y podían incluir comodidades modernas como sistemas de calefacción
central, electricidad y baños interiores

.
Hacia finales del siglo XVIII, la Ciudad de México, con alrededor de treinta mil
habitantes, era la más poblada de América.

La Ciudad de México estaba conformada por la llamada traza, situada en el


centro, que correspondía a la ciudad propiamente española, y por los barrios
indígenas que la rodeaban. La traza estaba diseñada conforme al modelo
urbanístico europeo y contaba con edificios construidos a la manera española. Allí
se encontraban las mejores casas, que contaban con servicios de agua potable,
limpieza y alumbrado en las calles.

Ricos y pobres en la misma casa

Las personas pertenecientes a la clase elevada vivían en el centro, mientras las


de clase baja se ubicaban mayoritariamente en la periferia y en los barrios de
indios. Sin embargo, no había una división tajante, ya que dentro de la traza
convivían personas de muy diversos niveles socioeconómicos y, con mucha
frecuencia, compartían una misma casa. Lo último se debía a que muchas casas
comprendían viviendas de diferente calidad, tamaño y, por ende, precio

Las casas habitación de tradición española, propias de la traza, eran


construcciones de piedra o ladrillo, cuya fachada principal daba a la calle. Solían
ser de dos pisos y constaban de uno o varios cuerpos continuos, construidos
alrededor de uno o más patios, mismos que servían como cubos de luz y
ventilación. La mayoría contaba con accesorias orientadas hacia la calle y algunas
tenían un entresuelo, en medio de las plantas baja y alta.
El tamaño y el número de viviendas con que contaba cada una de las casas era
muy variable y su ocupación era multifamiliar. Las de la planta alta solían ser las
mejores. Destinadas a las familias de la élite, contaban con acabados de lujo y
comodidades; tenían servicios como cuartos de baño, pila de agua y drenaje. Les
seguían en calidad los entresuelos, que también estaban bien avituallados,
aunque con mayor modestia; eran para familias acomodadas.

En la planta baja estaban las covachas y accesorias para los pobres. Eran
espacios muy reducidos, húmedos, poco ventilados y estaban expuestos al ruido,
los malos olores que emanaban de la calle y el acoso de mendigos, ladrones y
otro tipo de malhechores. Se inundaban periódicamente cuando subía el nivel de
las aguas en la ciudad. Las familias que vivían en accesorias que daban a los
patios interiores utilizaban estos como extensión de sus casas: allí trabajaban,
cocinaban y criaban animales.
Como alrededor de un cuarenta por ciento de los inmuebles urbanos pertenecía a
instituciones eclesiásticas, principalmente de conventos femeninos, que vivían de
las rentas que producían, procuraban sacar el mejor provecho de sus edificios, así
que sobreexplotaban cada inmueble y alquilaban todos sus espacios disponibles.

Vecindades, jacales y casas indígenas

OBRA DE ÉDOUARD PINGRET, INTERIOR DE UN JACAL, SIGLO XIX. MUSEO


NACIONAL DE HISTORIA, SECRETARÍA DE CULTURA.INAH. SINAFO.FN.M

Otro tipo de construcción era la vecindad, que incluía varias viviendas y cuartos
para alquiler en un mismo edificio, además de que ofrecía espacios compartidos a
los inquilinos, como lavaderos, cocinas y “lugares comunes” (sanitarios). Había
vecindades de diversos tamaños, calidades constructivas y servicios; el monto de
sus rentas estaba en función del tipo de vecindad y de la clase de vivienda o
cuarto dentro de esta.

Una alternativa de vivienda más eran los jacales de los barrios indígenas, que
formalmente estaban reservados a estos últimos, pero que también constituyeron
una opción para españoles pobres y personas de raza mezclada. Se construían
con adobes, pencas de maguey, varas, troncos de madera y morillos, palmas,
juncos o piedras y, hacia mediados del siglo XIX, con ladrillos. Los techos eran
planos y descansaban sobre vigas paralelas cubiertas de arcilla; el piso era de
lodo apisonado.

El adobe se obtenía en el mismo sitio en el que se construían las casas. Su


extracción dejaba grandes hoyos en el suelo, los cuales quedaban sin rellenar y se
utilizaban como basureros. En el siglo XVIII estas oquedades formaban parte del
paisaje de los barrios. Los patios incluían una cocina y un cuezcómatl o granero
para almacenar el maíz. Manuel Payno se refiere a las “cocinas de humo” que se
instalaban en un corral de varas secas de árbol, con un techo de yerbas. En
dichas cocinas solía haber un pozo y una pileta de agua.

Algunas casas indígenas tenían un temazcal o baño de vapor que se usaba con
fines higiénicos y medicinales, el cual compartían todos los miembros del complejo
familiar. Este era un cuarto pequeño y bajo, techado con una bóveda, en cuyo
interior cabían dos personas sentadas en esteras, mismas que ingresaban por una
abertura lateral. Desde el interior se cerraba la puerta con piedras y en el exterior
se encendía una fogata para calentar unas piedras al rojo vivo. Los bañistas
vertían agua sobre sus piernas, lo que generaba vapor. Normalmente tomaban
dos personas el baño para ayudarse. Al final se enjuagaban con agua fría.

La disposición de las casas indígenas con frecuencia obedecía al modelo


prehispánico: varias construcciones, separadas una de otra, situadas alrededor de
un patio. Las construcciones eran de planta rectangular, generalmente tenían un
piso y contaban con un solo vano: la puerta, que daba al patio central, servía de
acceso y para ventilar la habitación.

Este tipo de casas se adaptaba a las necesidades de una familia extensa, ya que
cada uno de los edificios albergaba a un matrimonio con sus hijos y se compartía
el resto de las áreas de la casa. El hecho de que la mayoría de las casas tuviera
una parcela de tierra o una chinampa y que muchas contaran con una huerta y un
corral con aves o cerdos, les daba un carácter semirrural y permitía aumentar el
sustento de la familia. La propiedad se deslindaba con cercas de bejuco,
reforzadas con árboles, arbustos y magueyes.

Las desventajas de estas viviendas eran sus precarias condiciones constructivas.


Con frecuencia tenían techos y muros destruidos, se les filtraba el agua y, en
muchos casos, no tenían puertas ni ventanas. También estaban lejos del centro de
la ciudad y, por lo tanto, de las fuentes de trabajo. Por esta razón, dentro de la
traza española también había jacales, semejantes a los de los barrios, pero
construidos sobre terrenos más reducidos. A muchos indígenas les quedaba muy
lejos su lugar de trabajo y, por lo tanto, preferían asentarse dentro de la traza, en
algún terreno baldío o en un corral que les alquilaban. Por otro lado, había un
número considerable de indígenas que venían de fuera y que probablemente no
tenían acceso al suelo en los barrios.

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