011 Políticas culturales después de la Covid 19

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10/11/2020 — TRÁNSIT PROJECTES

Políticas culturales
después de la Covid-19:
algunas aportaciones al
debate
Por Angel Mestres(@mestresbcn) & Jordi Baltà Portolés (@jordibalta) | La crisis de

la Covid-19 ha extremado algunas de las contradicciones que ya afectaban

antes al sector cultural y su papel en la sociedad. En muchos países hemos

presenciado discursos y debates públicos que reafirman la importancia de la cultura

como elemento de identidad, cohesión y bienestar. Mientras la crisis obligaba a los

equipamientos culturales a cerrar, impedía la continuidad de actividades presenciales,

conducía a medidas para la reapertura muy difíciles de cumplir, y rompía el equilibrio de

sostenibilidad económica de muchos proyectos culturales, ya precarios y precarizados

antes. La Covid-19 ha hecho más patente la fragilidad del ecosistema cultural, al menos

en sus aspectos institucionales y de organización, equilibrio y financiación económicos

Ocho meses después del primer impacto, nos encontramos todavía en un “mientras

tanto” que se dilata sin fecha de caducidad predecible, en una transición llena de dudas
pero que también obliga a reflexionar sobre el futuro del sector y su relación con

el conjunto de la sociedad.

En este marco, es bueno destacar las reflexiones formuladas en los últimos

meses por muchos agentes, desde distintas perspectivas y lugares, que buscan

aportar luz sobre la organización futura del sector cultural y las políticas que a él se

refieren. Son numerosas las encuestas, análisis y medidas de urgencia: desde el

análisis de la encuesta a organizaciones y agentes culturales en España lanzada

por el equipo Econcult de la Universidad de Valencia, hasta un estudio similar

llevado a cabo en México por la Cátedra Inés Amor de la UNAM; pasando por

los análisis de medidas adoptadas por gobiernos locales en distintas partes del

mundo hecho por la Comisión de Cultura de CGLU, los últimos informes de UNESCO y

del Banco Interamericano de Desarrollo, o el extenso repertorio de

referencias que ha recogido la red On The Move, para mencionar algunas.

La reivindicación de mayor inversión en cultura y de medidas que traduzcan la

bondad del discurso en recursos y empleo, de forma efectiva, es común, como

reflejaba por ejemplo un interesante artículo de Pau Rausell Köster @PauRausell,

Roberto Gómez de la Iglesia @RobertoGomezIgl y Juan Pastor

Bustamante @JuanPastorBus. En nuestra opinión se trata, de hecho, de una

necesidad compartida, que transciende al sector cultural, y que tiene que ver con la
búsqueda de modelos de sociedad distintos, que den centralidad al desarrollo

humano y sostenible, la salud y el bienestar, la educación, la cultura, la cohesión

social, y el respeto y el equilibrio con el territorio y los recursos naturales. En los

próximos párrafos desearíamos añadir ideas para fortalecer este debate:

Una reconstrucción sostenible de la vida cultural debería conllevar cambios

tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo del gasto o la inversión pública

en cultura. Ello implica, entre otros, abordar las condiciones laborales de precariedad

que afectan a una parte significativa del sector (y de otros ámbitos de la economía).

Repensar la “sociedad del rendimiento” que describía Byung-Chul Han, donde la

autoexplotación conduce al cansancio y a la frustración, conlleva también revisar la

explotación del “entusiasmo” que Remedios Zafra diagnosticó como un rasgo

propio de los profesionales de los sectores culturales y creativos. Si bien la mirada de

los dos autores tiene muchos puntos en común al analizar los temas de precariedad,

nos gustaría destacar dos elementos también relacionados: Remedios Zafra nos habla

de la gestión de las expectativas que hacen que los trabajadores la cultura se esfuercen

a pesar de la precariedad, pues el propio sector es un “vendedor” de expectativas… a

lo que Byung-Chul Han añade: cuando uno se da cuenta de que no lo consigue, la

culpa no es del sistema, pues estamos en una sociedad que nos dirige hacia el “todo es

posible” como un buen manual de autoayuda que glorifica el éxito, y nos acusa solo a

nosotros en caso de no conseguirlo. Dignificar las condiciones de trabajo debería


ser prioridad en las políticas públicas, incluidos los pliegos de condiciones de

contratación y compra pública.

Se hace necesario también encontrar un equilibrio adecuado entre la inversión en

estructuras, procesos y actividades. El ejemplo del programa Innova Cultural de

la Fundación Caja Navarra y la Obra Social “la Caixa”, que a partir de una encuesta al

sector cultural en Navarra ha apostado por incrementar el apoyo a costes estructurales

y a formación del personal, podría ser una buena orientación para instituciones públicas

y privadas el futuro.

En otro orden de cosas, Xavi Urbano lamentaba en una entrevista que en los últimos

meses se hubiera priorizado la cultura como consumo, con un acento en el producto

final, en detrimento de los procesos de fondo y la complejidad de lo cultural. En este

sentido, y a la luz de lo visto en los últimos meses, es importante remarcar que la

recuperación de la vida cultural deberá traducirse tanto en eventos puntuales,

como los festivales, como en los espacios y equipamientos que favorecen la

actividad cultural de forma permanente y para públicos diversos: bibliotecas,

centros culturales, espacios de experimentación, ensayo y trabajo, escuelas de arte, de

música o de artes escénicas, etc.

Es necesario asegurar que los recursos disponibles permiten tanto la supervivencia

de las organizaciones como su capacidad de ofrecer procesos y actividad. En el


caso de los equipamientos de producción y difusión artística, como explica el manual

de desarrollo de audiencias elaborado por Teknecultura y acabado de publicar por la

Diputación de Barcelona, es necesario establecer más relaciones con los públicos,

y que estas sean más intensas, provechosas para ambos lados, y relevantes para

la ciudadanía.

Un mayor papel de la cultura en la sociedad, y su vinculación a procesos de educación,

aprendizaje, cohesión y bienestar, pasa igualmente por encontrar otro equilibrio:

aquel que combina los intereses de los agentes culturales y los del conjunto de

la ciudadanía. La construcción de sociedades más dignas implica, entre otras cosas,

situar de forma real los derechos culturales de la población en el centro de las

estrategias públicas y, con ello, ampliar el radio de quienes participan y son

reconocidos en la vida cultural. Revisar las oportunidades reales de acceso y

participación activa en la vida cultural, abordando las desigualdades socioeconómicas,

de género y de origen (en la línea de lo expuesto por Nicolás Barbieri), y generando

modelos más horizontales e innovadores de gobernanza y gestión, se convierte en

clave. Existen ya numerosas iniciativas relevantes en este sentido, y este aspecto

debería ganar centralidad en las futuras estrategias públicas.

La complejidad y diversidad de la realidad cultural y sus expresiones requiere

modelos de apoyo sofisticados, que reconozcan la naturaleza de lo cultural


como ecosistema. De esta forma, y como recordaba un análisis reciente de las

políticas sobre la “economía naranja” en Colombia, es imprescindible definir

modalidades de apoyo diferentes a iniciativas culturales que vehiculan realidades y

potenciales económicos también distintos: aquellos que se definen desde lo comercial,

lo cooperativo o lo asociativo, entre otros. Comprender esta diversidad e innovar en las

formas de apoyo para darle respuesta es una exigencia tanto para los responsables de

políticas culturales, como para otros agentes públicos y privados que inciden en el

ecosistema cultural, en ámbitos como la política fiscal, la creación de empleo, el acceso

al crédito, o el desarrollo de empresas. También es responsabilidad de los agentes

de la cultura organizarse para identificar necesidades compartidas y canalizar

sus peticiones.

Tanto la naturaleza de cambio que define el momento actual, como la convicción de

que muchos procesos culturales comparten valores con iniciativas de ámbitos como la

educación, la cohesión social, la salud o el medio ambiente, generan un terreno en el

que se pueden explorar nuevas alianzas y subrayar el valor que la cultura

aporta a la innovación social, la educación creativa, el empoderamiento de las

personas o la generación de empleo entre los jóvenes, entre otros. En momentos

como este, es importante poder identificar iniciativas emergentes que conectan lo

cultural con otros sectores, como sugiere la plataforma Bajo Radar de ITD / Trànsit

Projectes, y articular discursos que permitan captar para la cultura y la creatividad


fondos europeos destinados a distintos ámbitos de la acción pública, como han

sugerido Tony Ramos Murphy y Pau Rausell. Del mismo modo, y más allá de la

necesidad de contar con paquetes de apoyo específicos para la recuperación de la

cultura, será conveniente identificar oportunidades para los agentes culturales en

las estrategias genéricas de recuperación a nivel local, autonómico y estatal, en

ámbitos como el apoyo a las empresas, el refuerzo del bienestar y la educación, etc.

La reflexión crítica propia del momento actual debería sentar las bases para procesos

continuados de análisis y reflexión. En efecto, aunque contamos con muchos estudios

que reafirman la relevancia de la cultura en el desarrollo territorial y sus distintos

componentes, faltan más mecanismos permanentes y sistemáticos de

observación y análisis, que permitan ofrecer datos y argumentos de forma regular,

identificar mejor fortalezas y debilidades, reforzar la sostenibilidad de las políticas y

medidas, y aportar elementos para una toma de decisiones informada en el conjunto de

agentes del sector.

Contar con datos de este tipo podría ayudar a proseguir y fortalecer debates sin duda

necesarios, tanto entre los agentes más habituales de la reflexión sobre políticas

culturales como con el resto de los sectores culturales y otros ámbitos que compartan

sensibilidades o quieran aportar sus puntos de vista. Sin duda, en estos tiempos de

transición a una normalidad escurridiza, la reflexión debe continuar.

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