La Medicina en Grecia, De La Superstición a Hipócrates

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ANTIGÜEDAD

La medicina en Grecia, de la superstición a


Hipócrates
Con el nacimiento de la polis, los oficios ganaron un cariz técnico y la
medicina se consolidó como disciplina científica, dejando de lado la
magia y la superstición

'Erasístrates comprende por qué Antíoco está enfermo'. Cuadro de Jacques-Louis David, 1774. (Dominio público)

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Ramón Ortega Lozano


23/03/2021 07:00 | Actualizado a 25/03/2021 10:41

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La medicina es una de las prácticas más antiguas del mundo, tan antigua
como la historia de la humanidad. Aunque no puedan documentarse, no hay
duda de que en la prehistoria surgieron técnicas curativas para lidiar con las
dolencias de la época, procedimientos basados en la naturaleza y en la
superstición.

Sin embargo, la cuna de lo que hoy entendemos como medicina en


Occidente es la antigua Grecia. Fue en torno al mar Egeo donde el arte de
curar experimentó un cambio fundamental. Allí pasó de ser un cúmulo de
prácticas y creencias sin verdadero rigor a convertirse en una actividad
racional. Así, sometida a firmes compromisos metodológicos y teóricos,
adquirió el carácter de profesión de prestigio.
Los tiempos de Homero

A través de la Ilíada y la Odisea, Homero deja ver el conocimiento médico


que se poseía en el período arcaico (entre el siglo VIII y el V a. C.), un saber
que nace de la observación directa del cuerpo humano, pero en el que la
magia todavía ocupa un lugar destacado. En los dos poemas se puede
apreciar, en la narración de las heridas recibidas en el campo de batalla, la
experiencia alcanzada por los sanadores.

En la Ilíada, por ejemplo, aparecen hasta ciento cincuenta palabras


anatómicas. Los médicos del momento aprendieron también del cuerpo
humano al contemplar los cadáveres no merecedores de la incineración
ritual, forma en que se veneraba a los muertos. Su proceso de
descomposición a la intemperie brindaba datos de primera mano.
'Homero y su lazarillo', por William-Adolphe Bouguereau (1874). (Dominio público)

Para los griegos, las enfermedades podían tener un origen natural o divino.
El primero hacía referencia a los traumatismos, lesiones ocasionadas
principalmente en guerras, y a la enfermedad ambiental, cuando un
padecimiento era producido por la influencia del medio. La segunda
motivación era la divina, como castigo enviado por los dioses. En función del
origen, las enfermedades se trataban con recursos distintos.

En el caso de las dolencias naturales, los remedios eran principalmente


quirúrgicos, dietéticos o farmacológicos. La curación quirúrgica consistía, en
primer lugar, en extraer los objetos punzantes. Homero detalla la trayectoria
seguida por flechas, lanzas y otras armas a través del cuerpo y muestra las
prácticas médicas para aliviar una lesión.

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En la Ilíada, Macaón, hijo del dios de la medicina Asclepio, atiende a


Menelao, rey de Esparta y marido de Helena de Troya, arrancándole la
flecha que lo hirió: lo limpia chupándole la sangre y le aplica “con pericia
drogas calmantes”. Estos químicos se espolvoreaban sobre la lesión purgada
para finalmente vendarla.

Poco se sabe de los componentes de tales preparados. Homero habla de


nepentes, que en la mayoría de las traducciones aparece simplemente como
“droga”. En la Odisea, Helena de Troya posee esta y otras sustancias traídas
de Egipto, que ayudaban “a disipar el dolor [...] y a echar a olvido todos los
males”. Quizá por estos efectos, hoy en día se la asocie con el cannabis.

Las enfermedades internas se relacionan con lo


mágico. La medicina de la época tiene como
protagonista al médico-sacerdote

También se sabe que usaban el ruibarbo, el helecho, el azafrán y otros


productos como medicinas. Los remedios dietéticos, por otra parte, pasaban
por determinados alimentos y líquidos, como vino, agua, miel y leche,
combinándolos entre sí, así como por la aplicación de baños. Y era relevante
el papel de la palabra para tranquilizar al paciente durante la cura.

Las dolencias de origen divino también tienen su lugar en los poemas de


Homero, como la peste que lanza Apolo sobre los aqueos al comienzo de la
Ilíada o la supuesta locura que, según los cíclopes, había sido enviada a
Polifemo en la Odisea.
Apolo en su carruaje. (Dominio público)

En esta etapa, las enfermedades internas siempre están relacionadas con lo


mágico. La medicina de la época tiene como protagonista al médico-
sacerdote. No solo se encarga de aliviar el cuerpo, sino también el alma. Esta
figura celebraba ritos mágicos, invocando a alguna divinidad, con fines
terapéuticos. Nació la idea del pharmakon (bebedizo o hechizo), término
utilizado entonces para hablar de una cura que actuaba a través de
encantamientos. Se aplicaba a la ceguera, la locura, la lepra, la peste...

Además de las plegarias, el médico-sacerdote recurría a otros remedios,


como la catarsis, que buscaba alejar las miasmas (los “malos aires” que
causaban enfermedades) a través del fuego, el agua o fumigaciones. O como
los cultos orgiásticos, festejos que, al alejar al enfermo de la rutina, le
convertían en otro. La música y la danza eran otro recurso, puesto que la
alegría que provocaban contribuía a la curación. La transferencia fue una
técnica que pretendía traspasar la dolencia a algún animal. Y también se
contaba con la astrología.

El gran paso adelante

Una de las razones por las que la medicina evoluciona hacia otra más
técnica o racional es la consolidación de la polis, o ciudad, alrededor del año
500 a. C. Con ella se desarrolla una economía basada en la producción
artesanal y el comercio. Pronto, el término teckné, atribuido al oficio o
manufactura, adquiere una dignidad intelectual y social, y curar se
convierte, resueltamente, en teckné aitriké (medicina científica).

Con el paso del tiempo, los mitos dejan de ser la forma de conocer el mundo,
y el logos, el razonamiento, surge como nuevo horizonte del saber. Tiene
lugar un desarrollo científico en todas las áreas, y la medicina no es la
excepción. Muchos de sus métodos son muy distintos a los actuales, pero no
parece justo negar a este período del conocimiento médico el apelativo de
científico.

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La instrucción médica se localizaba en las ciudades (las más significativas
fueron Cos, Cnido y Crotona) y se regía por estructuras familiares y
aristocráticas. Ya entrado el siglo V a.C., la medicina cobró distancia de
cualquier connotación mágica. El médico técnico se convirtió en una
autoridad.

Se erradicó la costumbre de dejar la curación a la suerte o a la buena


voluntad de los dioses. Debía buscarse la causa concreta de la enfermedad, y
todo detalle se tomaba en cuenta. Se hablaba con el paciente de su mal y se
le hacía un pronóstico. Uno bueno generaba la aceptación del terapeuta,
mientras que uno malo lo desprestigiaba.

¿El padre de la medicina?

Hipócrates es un nombre relevante en esta nueva forma de conducirse en la


medicina. La figura semimítica de Hipócrates se antepone al personaje
histórico. Se le considera el padre de la medicina, aunque el oficio se
desempeñaba desde hacía siglos. Nacido hacia 460 a. C., fue discípulo del
curandero Heródico de Selimbria. Perteneció a la rama de los Asclepíades
por parte materna, una familia con tradición en la materia y con un
importante peso político en la isla de Cos.

Lo que sabemos de la vida de Hipócrates se lo debemos a testimonios como


el de Platón, que en su diálogo Protágoras le hace hablar con Sócrates para
enseñarle el arte curativo, mientras que, en Fedro, Sócrates alaba su
pensamiento. Aristóteles le cita más tarde en su Política como un gran
hombre gracias a su ciencia médica.
Busto de Hipócrates. (Shakko / CC BY-SA 3.0)
Lo cierto es que se le atribuye la consolidación del Corpus hipocrático, la
primera colección de textos científicos en el mundo antiguo, aunque no
todos los tratados que lo conforman, 53, fueron escritos por él. En todo caso,
el Corpus permite conocer su pensamiento y medir la aportación de esta
herencia a la medicina occidental.

En este compendio podemos encontrar algunos ejemplos de la nueva


racionalidad para el arte de curar. En el tratado “La enfermedad sagrada”,
en el que se habla de la epilepsia, se critica a aquellos médicos que hallan en
ella un signo de castigo divino. Se manifiesta que no es más sagrada que el
resto de las patologías y que, en realidad, su causa es natural.

Los hipocráticos consideraban que la epilepsia estaba ocasionada por una


mala circulación del aire por las venas, lo que enfriaba o calentaba el
cerebro. Su remedio consistía en equilibrar “lo seco y lo húmedo, lo frío y lo
caliente entre los hombres, mediante la dieta”.

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En los “Tratados quirúrgicos” se aprecia la destreza técnica de estos


especialistas. Se recomienda colocar al paciente tomando en cuenta la fuente
de luz, tener las uñas cortas y saber usar bien los dedos (sobre todo el índice
y el pulgar). Se dan explicaciones detalladas del tratamiento de diferentes
llagas de la cabeza y se registran los métodos para reducir fracturas o
luxaciones con la ayuda de ingeniosos aparatos, como el famoso banco
hipocrático, escaleras o poleas.

En cuanto a amputaciones, cuando una herida era demasiado grave, una


fractura complicada o un vendaje muy apretado y se gangrenaba alguna
extremidad, se esperaba a que el daño alcanzara la articulación y se
separaba por incisión “lo muerto” de “lo sano”. Excavaciones arqueológicas
como la de Nauplia, en 1971, han permitido rescatar material quirúrgico de
la época, como tijeras, cuchillos, pinzas y sondas.

Contra el intrusismo
En “Sobre el médico” se hace patente la preocupación que los hipocráticos
tenían por la profesión: cualquiera podía presentarse como experto, por lo
que resultaba esencial cuidar el atuendo y el comportamiento. Era
fundamental para el médico aparentar salud, presentar “buen color” y
“estar robusto”.

En “Aires, aguas y lugares” se expone al clínico la atención que debe prestar


a los detalles ambientales de una localización para prevenir enfermedades.
Por ejemplo, la naturaleza de las aguas, la relación con el viento... En el
mundo antiguo, el consumo del agua era una de las principales razones de
enfermedad.

'La Peste de Atenas', por Michiel Sweerts, c. 1652–1654 (Dominio público)

Mucha de la terapéutica hipocrática se funda en prescripciones alimenticias,


modos de vida, ejercicio físico y baños, muy claramente expresados en el
tratado “Régimen”.

Los hipocráticos se apoyaron también en datos experimentales a partir de


signos o síntomas. Ejercitaron la auscultación, aplicando directamente el
oído al cuerpo del enfermo, una práctica que se perdería en siglos
posteriores. En los tratados titulados “Epidemias” encontramos, por primera
vez, fichas individuales de enfermos con información sobre la evolución de
su dolencia.

El Corpus forma un conjunto complejo y heterogéneo. Sin embargo, los


tratados comparten la idea de que el cuerpo funciona por la acción de cuatro
humores (líquidos). Son la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra,
equivalentes a los cuatro elementos del filósofo presocrático Empédocles
(aire, agua, fuego y tierra). Un correcto balance de estos humores brinda la
salud a los organismos.

Alcmeón de Crotona es el primer médico occidental


del que tenemos textos, por lo que hay quien le
considera padre de la medicina

Esta concepción médica sobrevivió hasta el siglo XIX. El desequilibrio de


algunos de estos humores justificaba la aparición de enfermedades, y su
origen se encontraba en causas ambientales o alimentarias. La tarea médica
consistía en reestablecer la armonía que el organismo había perdido. Un
exceso de flema (agua), por ejemplo, se debía a un exceso de frío y humedad,
y por tanto se compensaría a través de su opuesto (fuego), por lo que se
recomendaban al paciente ambientes secos y cálidos.

Aparte de Hipócrates hubo otros médicos griegos dignos de mención.


Alcmeón de Crotona es el primer médico occidental del que se conservan
textos, por lo que hay quien le considera padre de la medicina, por delante
de Hipócrates, mientras que algunos le atribuyen la autoría de “El
juramento”, el famoso tratado hipocrático.
Fresco medieval que representa a Galeno e Hipócrates (Nina Aldin Thune / CC BY-SA 2.5)

También fue importante el propio maestro de Hipócrates, Heródico de


Selimbria. Ninguno, sin embargo, alcanzó una fama comparable a la del
médico de Cos.

Solo el griego Galeno, unos quinientos años después, ya en tiempos de la


Roma imperial, conseguiría acercarse al prestigio de su antecesor, y lo haría
siguiendo la línea hipocrática. Tanto él como Hipócrates se contemplaron
como los máximos exponentes de la medicina durante más de mil
quinientos años.

Este artículo se publicó en el número 526 de la revista Historia y Vida.


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