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“…Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente,


cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta
descendió al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se
pregunten por qué no fui lo que pude haber sido, sepan que el destino implacable me
desarraigó de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, para que ambulara,
vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos, sin dejar más que ruido y
desolación”.

PRIMERA PARTE

Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo
ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia
sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado fui
siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el
don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma
destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.
JOSÉ EUSTASIO RIVERA Cuando los ojos de Alicia me trajeron la desventura, había renunciado ya a la esperanza
de sentir un afecto puro. En vano mis brazos - tediosos de libertad- se tendieron ante
muchas mujeres implorando para ellos una cadena. Nadie adivinaba mi ensueño. Seguía
el silencio en mi corazón.
LA VORÁGINE Alicia fue un amorío fácil: se me entregó sin vacilaciones, esperanzada en el amor que
buscaba en mí. Ni siquiera pensó casarse conmigo en aquellos días en que sus parientes
fraguaron la conspiración de su matrimonio, patrocinados por el cura y resueltos a
someterme por la fuerza. Ella me denunció los planes arteros.
-Yo moriré sola – decía-: mi desgracia se opone a tu porvenir.
Luego, cuando la arrojaron del seno de su familia y el juez le declaró a mi abogado que
PRÓLOGO me hundiría en la cárcel, le dije una noche, en su escondite, resueltamente:
-¿Cómo podría desampararte? ¡Huyamos! Toma mi suerte, pero dame el amor.
-¡Y huimos!
Señor Ministro: Aquella noche, la primera de Casanare, tuve por confidente al insomnio.
A través de la gasa del mosquitero, en los cielos ilímites, veía parpadear las estrellas.
De acuerdo con los deseos de S.S., he arreglado para la publicidad los manuscritos de Los follajes de las palmeras que nos daban abrigo enmudecían sobre nosotros. Un
Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio por el Cónsul de Colombia en Manaos. silencio infinito flotaba en el ámbito, azulando la transparencia del aire. Al lado de mi
En esas páginas respeté el estilo y hasta las incorrecciones del infortunado escritor, “chinchorro”, en su angosto catrecillo de viaje, Alicia dormía con agitada respiración.
subrayando únicamente los provincialismos de más carácter. Mi ánima atribulada tuvo entonces reflexiones agobiadoras: ¿Qué has hecho de tu
Creo, salvo mejor opinión de S.S., que este libro no se debe publicar antes de tener más propio destino? ¿Qué de esta jovencita que inmolas a tus pasiones? ¿Y tus sueños de
noticias de los caucheros colombianos del Río Negro o Guainía; pero si S.S. resolviere gloria, y tus ansias de triunfos y tus primicias de celebridad? ¡Insensato! El lazo que a
lo contrario, le ruego que se sirva comunicarme oportunamente los datos que adquiera las mujeres te une, lo anuda el hastío. Por orgullo pueril te engañaste a sabiendas,
para adicionarlos a guisa de epílogo. atribuyéndole a esta criatura lo que en ninguna otra descubriste jamás, y ya sabías que el
Soy de S.S. muy atento servidor, ideal no se busca; lo lleva uno consigo mismo. Saciado el antojo, ¿qué mérito tiene el
José Eustasio Rivera. cuerpo que a tan caro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido
nunca, y aunque ahora recibas el calor de su sangre y sientas su respiro cerca de tu
hombro, te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de la constelación taciturna
que ya se inclina sobre el horizonte.
En aquel momento me sentí pusilánime. No era que mi energía desmayara ante la
responsabilidad de mis actos, sino que empezaba a invadirme el fastidio de la manceba.
FRAGMENTO DE LA CARTA DE ARTURO COVA Poco empeño hubiera sido el poseerla, aun a trueque de las mayores locuras; ¿pero
después de las locuras y de la posesión?
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Casanare no me aterraba con sus espeluznantes leyendas. El instinto de la aventura me Mas no había pasado el peligro: el viejo, a pesar de todo, quería casarse con ella.
impelía a desafiarlas, seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas y de que -Déjame- repitió, arrojándose del caballo-. ¡De ti no quiero nada! ¡Me voy a pie, a
alguna vez, en desconocidas ciudades, sentiría la nostalgia de los pasados peligros. Pero buscar por estos caminos un alma caritativa! ¡Infame, nada quiero de ti!
Alicia me estorbaba como un grillete. ¡Si al menos fuera más arriscada, menos bisoña, Yo, que he vivido lo suficiente para saber que no es cuerdo replicarle a una mujer
más ágil! La pobre salió de Bogotá en circunstancias aflictivas; no sabía montar a airada, permanecí mudo, agresivamente mudo, en tanto que ella, sentada en el césped,
caballo, el rayo del sol la congestionaba, y cuando a trechos prefería caminar a pie, yo con mano convulsa arrancaba puñados de hierba.
debía imitarla pacientemente, cabestreando las cabalgaduras. -Alicia, esto me prueba que no me has querido nunca.
Nunca di pruebas de mansedumbre semejante. Yendo fugitivos, avanzábamos -¡Nunca!
lentamente, incapaces de torcer la vía para esquivar el encuentro con los transeúntes, Y volvió los ojos a otra parte.
campesinos en su mayor parte, que se detenían a nuestro paso interrogándome Quejóse luego del descaro con que la engañaba:
conmovidos: -¿Crees que no advertí tus persecuciones a la muchacha de allá abajo? ¡Y tanto disimulo
-Patrón, ¿por qué va llorando la niña? para seducirla! Y alegarme que la demora obedecía a quebrantos de mi salud. Si esto es
Era preciso pasar la noche por Cáqueza, en previsión de que nos detuvieran las ahora, ¿qué no será después? ¡Déjame! ¡A Casanare, jamás; y, contigo, ni al cielo!
autoridades. Varias veces intenté romper el alambre del telégrafo, enlazándolo con la Este reproche contra mi infidelidad me ruborizó. No sabía qué decir. Hubiera deseado
soga de mi caballo; pero desistí de tal empresa por el deseo íntimo de que alguien me abrazar a Alicia, agradeciéndole sus celos con un abrazo de despedida. ¿Si quería que la
capturara y, librándome de Alicia, me devolviera esa libertad del espíritu que nunca se abandonara, tenía yo la culpa?
pierde en la reclusión. Por las afueras del pueblo pasamos a prima noche, y desviando Y cuando me desmontaba a improvisar una explicación, vimos descender por la
luego hacia la vega del río, entre cañaverales ruidosos que nuestros jamelgos pendiente un hombre que galopaba en dirección a nosotros. Alicia, conturbada, se
descogollaban al pasar, nos guarecimos en una “enramada” donde funcionaba un agarró de mi brazo.
trapiche. El sujeto, apeándose a corta distancia, avanzó con el hongo en la mano.
Desde lejos lo sentimos gemir, y por el resplandor de la hornilla, donde se cocía la miel, -Caballero, permítame una palabra.
cruzaban interminables las sombras de los bueyes que movían el mayal y del chicuelo -¿Yo?- repuse con voz enérgica.
que los aguijaba. Unas mujeres aderezaron la cena y le dieron a Alicia un cocimiento de -Sí, sumercé- y terciándose la ruana, me alargó un papel enrollado-. Es que lo manda
yerbas para calmarle la fiebre. notificar mi padrino.
Allí permanecimos una semana. -¿Quién es su padrino?
-Mi padrino, el Alcalde.
* * * -Esto no es para mí- dije, devolviendo el papel, sin haberlo leído.
-¿No son, pues, sus mercedes los que estuvieron en el trapiche?
El peón que envié a Bogotá a caza de noticias me las trajo inquietantes. El escándalo -Absolutamente. Voy de Intendente a Villavicencio y esta señora es mi esposa.
ardía, avivado por las murmuraciones de mis malquerientes; comentábase nuestra fuga y Al escuchar tales afirmaciones, permaneció indeciso.
los periódicos usufructuaban el enredo. La carta del amigo a quien me dirigí pidiéndole -Yo creí –balbuceó-, que eran sus mercedes los acuñadores de monedas. De la ramada
su intervención, tenía este remate: “¡Los prenderán! No te queda más refugio que estuvieron mandando razón al pueblo para que la autoridad los acompañara, pero mi
Casanare. ¿Quién podría imaginar que un hombre como tú busque el desierto? ” padrino estaba en su hacienda, pues sólo abre la Alcaldía los días de mercado. Recibió
Esa misma tarde me advirtió Alicia que pasábamos por huéspedes sospechosos. La también varios telegramas, y como ahora soy Comisario único…
dueña de casa le había preguntado si éramos hermanos, esposos legítimos o meros Sin dar tiempo a mis aclaraciones, le ordené que acercara el caballo de la señora. Alicia,
amigos, y la instó con zalemas a que le mostrara algunas de las monedas que hacíamos, para ocultar la palidez, velóse el rostro con la gasa del sombrero. El importuno nos veía
caso de que las fabricáramos, “en lo que no había nada malo, dada la tirantez de la partir, sin pronunciar palabra. Mas, de repente, montó en su yegua, y acomodándose en
situación”. Al siguiente día partimos antes del amanecer. la enjalma que le servía de montura, nos flanqueó sonriendo:
-¿No crees, Alicia, que vamos huyendo de un fantasma cuyo poder se lo atribuimos -Sumercé, firme la notificación para que mi padrino vea que cumplí. Firme como
nosotros mismos? ¿No sería mejor regresar? Intendente.
-¡Tanto me hablas de eso, que estoy convencida de que te canso! ¿Para qué me trajiste? -¿Tiene usted una pluma?
¡Porque la idea partió de ti! ¡Vete, déjame! ¡Ni tú ni Casanare merecen la pena! -No, pero adelante la conseguimos. Es que, de lo contrario, el Alcalde me archiva.
Y de nuevo se echó a llorar. -¿Cómo así?- respondíle sin detenerme.
El pensamiento de que la infeliz se creyera desamparada me movió a tristeza, porque ya -Ojalá sumercé me ayude, si es cierto que va de empleado. Tengo el inconveniente de
me había revelado el origen de su fracaso. Querían casarla con un viejo terrateniente en que me achacan el robo de una novilla y me trajeron preso, pero mi padrino me dio el
los días que me conoció. Ella se había enamorado, cuando impúber, de un primo suyo, pueblo por cárcel, y luego a falta de Comisario, me hizo el honor a mí. Yo me llamo
paliducho y enclenque, con quien estaba en secreto comprometida; luego aparecí yo, y Pepe Morillo Nieto, y por mal nombre me dicen “Pipa”.
alarmado el vejete por el riesgo de que le birlara la prenda, multiplicó las cuantiosas El cuatrero, locuaz, caminaba a mi diestra, relatando sus padecimientos. Pidióme la
dádivas y estrechó el asedio, ayudado por la parentela entusiástica. Entonces, Alicia, maleta de la ropa y la atravesó en la enjalma, sobre sus muslos, cuidando de que no se
buscando la liberación, se lanzó a mis brazos. cayera. No tengo, dijo, con qué comprar una ruana decente, y la situación me ha
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reducido a vivir descalzo. Aquí, donde sus mercedes me ven, este sombrero tiene más Tal fue el diálogo que sostuvimos en la casucha de Villavicencio la noche que
de dos años, y lo saqué de Casanare. esperábamos al jefe de la Gendarmería. Era éste un “quídam” semicano y rechoncho,
Alicia, al oír esto, volvió hacia el hombre los ojos asustadizos. vestido de kaki, de bigotes ariscos y aguardentosa catadura.
-¿Ha vivido usted en Casanare?- le preguntó -Salud, señor- le dije en tono despectivo cuando apoyó su sable en el umbral.
-Sí, sumercé; y conozco el Llano y las caucherías del Amazonas. Mucho tigre y mucha -¡Oh, poeta!, ¡esta chica es digna hermana de las nueve musas! ¡No seas egoísta con los
culebra he matado con la ayuda de Dios. amigos!
A la sazón encontrábamos arrieros que conducían sus recuas. El Pipa les suplicaba: Y me echó un tufo de acetol en la cara.
Háganme el bien y me prestan un lápiz para una firmita. Frotándose contra el cuerpo de Alicia al acomodarse en el banco, resopló, asiéndola de
-No “cargamos” eso. las muñecas:
-Cuidado con hablarme de Casanare en presencia de la señora –le dije en voz baja-. Siga -¡Qué pimpollo! ¿Ya no te acuerdas de mí? ¡Soy Gámez y Roca, el General Gámez y
usted conmigo y en la primera oportunidad me da a solas los informes que pueden ser Roca! Cuando eras pequeña solía sentarte en mis rodillas.
útiles al Intendente. Y probó sentarla de nuevo.
El dichoso Pepe habló cuanto pudo, derrochando hipérboles. Pernoctó con nosotros en Alicia, inmutada, estalló:
las cercanías de Villavicencio, convertido en paje de Alicia, a quien distraía su verba. Y ¡Atrevido! ¡Y lo empujó lejos!
esa noche se “picureó”, robándose mi caballo ensillado. -¿Qué quiere usted? –gruñí, cerrando las puertas. Y lo degradé con un salivazo.
* * * -Poeta, ¿qué es esto? ¿Corresponde así a la hidalguía de quien no quiere echarlo a
prisión? Déjeme la muchacha, porque soy amigo de sus papás y en Casanare se le
Mientras mi memoria se empañaba con estos recuerdos, una claridad rojiza se encendió muere. Yo le guardaré la reserva. ¡El cuerpo del delito para mí, para mí! ¡Déjemela para
de súbito. Era la fogata de insomne reflejo, colocada a pocos metros de los chinchorros, mí!
para conjurar el acecho del tigre y otros riesgos nocturnos. Arrodillado ante ella como Antes que terminase, con esguince colérico, le zafé a Alicia uno de sus zapatos y
ante una divinidad, don Rafo la soplaba con su resuello. lanzando al hombre contra el tabique, lo acometí a golpes de tacón en el rostro y en la
Entretanto, continuaba el silencio en las melancólicas soledades, y en mi espíritu cabeza. El borracho, tartamudeando, se desplomó sobre los sacos de arroz que ocupaban
penetraba una sensación de infinito que fluía de las constelaciones cercanas. el ángulo de la sala.
Y otra vez volví a recordar. Con la hora desvanecida se había hundido Allí roncaba media hora después, cuando Alicia, don Rafo y yo, huímos en busca de las
irremediablemente la mitad de mi ser, y ya debía iniciar una nueva vida, distinta de la llanuras intérminas.
anterior, comprometiendo el resto de mi juventud y hasta la razón de mis ilusiones,
porque cuando florecieran ya no habría, quizás, a quien ofrendarlas o dioses * * *
desconocidos ocuparían el altar a que se destinaron. Alicia pensaría lo mismo, y de esta
suerte al par que me servía de remordimiento, era el lenitivo de mi congoja, la -Aquí está el café- dijo don Rafo, parándose delante del mosquitero-. Despabílense,
compañera de mi pesar, porque ella iba también, como la semilla en el viento, sin saber niños, que estamos en Casanare.
adónde y miedosa de la tierra que la esperaba. Alicia nos saludó con tono cordial y ánimo limpio:
Indudablemente, era de carácter apasionado: de su timidez triunfaba a ratos la decisión -¿Ya quiere salir el sol?
que imponen las cosas irreparables. Dolíase otras veces de no haberse tomado un -Tarda todavía: el carrito de estrellas apenas va llegando a la loma.-Y nos señaló don
veneno. Aunque no te ame como quieres, decía, ¿dejarás de ser para mí el hombre que Rafo la cordillera, diciendo-: Despidámonos de ella, porque no la volveremos a ver.
me sacó de la inexperiencia para entregarme a la desgracia? ¿Cómo podré olvidar el Sólo quedan llanos, llanos y llanos.
papel que has desempeñado en mi vida? ¿Cómo podrás pagarme lo que me debes? No Mientras apurábamos el café, nos llegaba el vaho de la madrugada, un olor a “pajonal”
será enamorando a las campesinas de las posadas ni haciéndome ansiar tu apoyo para fresco, a surco removido, a leños recién cortados, y se insinuaban leves susurros en los
abandonarme después. Pero si esto es lo que piensas, no te alejes de Bogotá, porque ya abanicos de los “moriches”. A veces, bajo la transparencia estelar, cabeceaba alguna
me conoces. ¡Tú responderás! palmera humillándose hacia el oriente. Un regocijo inesperado nos henchía las venas, a
-¿Y sabes que soy ridículamente pobre? tiempo que nuestros espíritus, dilatados como la pampa, ascendían agradecidos de la
-Demasiado me lo repitieron cuando me visitabas. El amparo que ahora te pido no es el vida y de la creación.
de tu dinero, sino el de tu corazón. -Es encantador Casanare- repetía Alicia-. No sé por qué milagro, al pisar la llanura,
-¿Por qué me imploras lo que me apresuré a ofrecerte de manera espontánea? Por ti dejé aminoró la zozobra que me inspiraba.
todo, y me lancé a la aventura, cualesquiera que fuesen los resultados. ¿Pero tendrás -Es que- dijo don Rafo- esta tierra lo alienta a uno para gozarla y para sufrirla. Aquí,
valor de sufrir y confiar? hasta el moribundo ansía besar el suelo en que va a podrirse. Es el desierto, pero nadie
-¿No hice por ti todos los sacrificios? se siente solo: son vuestros hermanos el sol, el viento y la tempestad. Ni se les teme ni
-Pero le temes a Casanare. se les maldice.
-Le temo por ti Al decir esto, me preguntó don Rafo si era tan buen jinete como mi padre, y tan
-¡La adversidad es una sola y nosotros seremos dos! valeroso en los peligros.
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-Lo que se hereda no se hurta.-respondí jactancioso, en tanto que Alicia, con el rostro
iluminado por el fulgor de la hoguera, sonreía confiada. Poco a poco el regocijo de nuestras lenguas fue cediendo al cansancio. Habíamos hecho
Don Rafo era mayor de sesenta años y había sido compañero de mi padre en alguna copiosas preguntas que don Rafo atendía con autoridad de conocedor. Ya sabíamos lo
campaña. Todavía conservaba ese aspecto de dignidad que denuncia a ciertas personas que eran una “mata”, un “caño”, un “zural”, y por fin Alicia conoció los venados.
venidas a menos. La barba canosa, los ojos tranquilos, la calva luciente, convenían a su Pastaban en un estero hasta media docena, y al ventearnos enderezaron hacia nosotros
estatura mediana, contagiosa de simpatía y de benevolencia. Cuando oyó mi nombre en las orejas esquivas.
Villavicencio, y supo que sería detenido, fue a buscarme con la buena nueva de que -No gaste usted los tiros de revólver- ordenó don Rafo. –Aunque vea usted los bichos
Gámez y Roca le había jurado interesarse por mí. Desde nuestra llegada hizo compras cerca, están a más de quinientos metros. Fenómenos de la región.
para nosotros, atendiendo los encargos de Alicia. Ofreciónos ser nuestro baquiano de Dificultábase la charla porque don Rafo iba de “puntero”, llevando “de diestro” una
ida y regreso, y que a su vuelta de Arauca llegaría a buscarnos al hato de un cliente bestia, en pos de la cual trotaban las otras en los pajonales retostados. El aire caliente
suyo, donde permaneceríamos alojados unos meses. fulgía como lámina de metal, y bajo el espejo de la atmósfera, en el ámbito desolado,
Casualmente, hallábase en Villavicencio, de salida para Casanare. Después de su ruina, insinuábase a lo lejos la masa negruzca de un monte. Por momentos se oía la vibración
viudo y pobre, les cogió apego a los Llanos, y, con dinero de su yerno, los recorría de la luz.
anualmente, como ganadero y mercader ambulante al pormenor. Nunca había comprado Con frecuencia me desmontaba para refrescar las sienes de Alicia, frotándolas con un
más de cincuenta reses, y entonces arreaba unos caballejos hacia las fundaciones del limón verde. A guisa de quitasol llevaba sobre el sombrero una chalina blanca, cuyos
bajo Meta y dos mulas cargadas de baratijas. extremos empapaba en llanto cada vez que la afligía el recuerdo del hogar. Aunque yo
-¿Se reafirma usted en la confianza de que estamos ya libres de las pesquisas del fingía no reparar en sus lágrimas, inquietábame el tinte de sus arreboladas mejillas,
General? miedoso de la congestión. Mas imposible sestear bajo la intemperie asoleada: ni un
-Sin duda alguna. árbol, ni una gruta, ni una palmera.
-¡Qué susto me dio ese canalla!- comentó Alicia-. Piensen ustedes que yo temblaba -¿Quieres descansar? –le proponía, preocupado.
como azogue. ¡Y aparecerse a la medianoche! ¡Y decir que me conocía! Pero se llevó su Y sonriendo me respondía:
merecido. -¡Cuando lleguemos a la sombra! ¡Pero, cúbrete el rostro, que la resolana te tuesta!
Don Rafo tributó a mi osadía un aplauso feliz: ¡era yo el hombre para Casanare! Hacia la tarde parecían surgir en el horizonte ciudades fantásticas. Las ponentinas matas
Mientras hablaba, iba desmaneando las bestias y poniéndoles los cabezales. Ayudábale de monte provocaban el espejismo, perfilando en el cielo penachos de palmeras, por
yo en la faena y pronto estuvimos listos para seguir la marcha. Alicia, que nos sobre cúpulas de ceibas y copeyes, cuyas floraciones de bermellón evocaban manchas
alumbraba con una linterna, suplicó que esperásemos la salida del sol. de tejidos.
-¿Conque el mentado Pipa es un zorro llanero?- pregunté a don Rafo. Rodeaban el monte pantanos inmundos, de flotante lama, cuya superficie recorrían
-El más astuto de los salteadores; varias veces prófugo, tras de curar sus fiebres en los avecillas acuáticas que chillaban balanceando la cola. Después de un gran rodeo, y casi
presidios, vuelve con mayores arrestos a ejercer la piratería. Ha sido capitán de indios por opuesto lado, penetramos en la espesura costeando el tremedal, donde abrevábanse
salvajes, sabe idiomas de varias tribus y es boga y es vaquero. las caballerías, que iba yo maneando en la sombra. Limpió don Rafo con el machete las
-Y tan disimulado, y tan hipócrita y tan servil- apuntaba Alicia. malezas cercanas a un árbol enorme, agobiado por festones amarillentos, de donde
-Tuvieron ustedes la fortuna de que les robara una sola bestia. Por aquí andará… llovían, con espanto de Alicia, gusanos inofensivos y verdosos. Puesto el chinchorro, la
Alicia me miraba nerviosa, pero calmó sus preocupaciones con las anécdotas de don cubrimos con el amplio mosquitero, para defenderla de las abejas que se le enredaban
Rafo. en los rizos, ávidas de chuparle el sudor. Humeó luego la hoguera consoladora y nos
Y la aurora surgió ante nosotros; sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a devolvió la tranquilidad.
flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera Metía yo al fuego la leña que me aventaba don Rafo, mientras Alicia me ofrecía la suya.
muselina. Las estrellas se adormecieron y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, -Esos oficios no te corresponden a ti.
apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la -¡No me impacientes, ya ordené que descanses, y debes obedecer!
gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos Resentida por mi actitud, empezó a mecerse, al impulso que su pie le imprimía al
flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y chinchorro. Mas cuando fuimos a buscar agua, me rogó que no la dejara sola.
de todas partes, del pajonal y del espacio, del “estero” y de la palmera, nacía un hálito -Ven, si quieres- le dije. Y siguió tras de nosotros por una trocha enmalezada.
jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación. Mientras tanto, en el arrebol La laguneta de aguas amarillosas estaba cubierta de hojarasca. Por entre ellas nadaban
que abría su palio inconmensurable, dardeó el primer destello solar, y, lentamente, el unas tortuguitas llamadas “galápagos”, asomando la cabeza rojiza; y aquí y allí, los
astro, inmenso como una cúpula ante el asombro del toro y la fiera, rodó por las caimanejos, nombrados “cachirres”, exhibían sobre la nata del pozo los ojos sin
llanuras, enrojeciéndose antes de ascender al azul. párpados. Garzas meditabundas, sostenidas en un pie, con picotazo repentino arrugaban
Alicia, abrazándome llorosa y enloquecida, repetía esta plegaria: ¡Dios mío, Dios mío! la charca tristísima, cuyas evaporaciones maléficas flotaban bajo los árboles como velo
¡El sol, el sol! mortuorio. Partiendo una rama, me incliné para barrer con ella las vegetaciones
Luego, nosotros, prosiguiendo la marcha, nos hundimos en la inmensidad. acuáticas, pero don Rafo me detuvo, rápido como el grito de Alicia. Había emergido
bostezando para atraparme, una serpiente “guío”, corpulenta como una viga, que a mis
* * * tiros de revólver se hundió removiendo el pantano y rebasándolo en las orillas.
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Y regresamos con los calderos vacíos. todas las pasiones y sufro su hastío, y prosigo desorientado, caricatureando el ideal para
Presa de pánico, Alicia se reclinó temblorosa bajo el mosquitero. Tuvo vahídos, pero la sugestionarme con el pensamiento de que estoy cercano a la redención. La quimera que
cerveza le aplacó las náuseas. Con espanto no menor comprendí lo que le pasaba, y sin persigo es humana, y bien sé que de ella parten los caminos para el triunfo, para el
saber cómo, abrazando a la futura madre, lloré todas mis desventuras. bienestar y para el amor. Mas han pasado los días y se va marchitando mi juventud sin
* * * que mi ilusión reconozca su derrotero; y viviendo entre mujeres sencillas, no he
encontrado la sencillez, ni entre las enamoradas el amor, ni la fe entre las creyentes. Mi
Al verla dormida, me aparté con don Rafael y sentándome sobre una raíz de árbol, corazón es como una roca cubierta de musgo, donde nunca falta una lágrima. Hoy me
escuché sus consejos inolvidables: ha visto usted llorar, no por flaqueza de ánimo, que bastante rencor le tengo a la vida:
No convenía, durante el viaje, advertirla del estado en que estaba, pero debía rodearla ¡lloré por mis aspiraciones engañadas, por mis ensueños desvanecidos, por lo que no
de todos los cuidados posibles. Haríamos jornadas cortas y regresaríamos a Bogotá fui, por lo que ya no seré jamás!
antes de tres meses. Allí las cosas cambiarían de aspecto. Paulatinamente iba levantando la voz y comprendí que Alicia estaba despierta. Me
Por lo demás, los hijos legítimos o naturales, tenían igual procedencia y se querían lo acerqué cauteloso y la sorprendí en actitud de escuchar.
mismo. Cuestión del medio. En Casanare así acontecía. -¿Qué quieres?- le dije. Y su silencio me desconcertó.
El ambicionó en un tiempo hacer un matrimonio brillante, pero el destino le marcó ruta Fue preciso continuar la marcha hasta el “morichal” vecino, según decisión de don
imprevista: la joven con quien vivía en aquel entonces, llegó a superar a la esposa Rafo, porque la mata era peligrosa en extremo: a muchas leguas en contorno, sólo en
soñada, pues, juzgándose inferior, se adornaba con la modestia y siempre se creyó ella encontraban agua los animales y de noche acudían las fieras. Salimos de allí, paso a
deudora de un exceso de bien. De esta suerte, él fue más feliz en el hogar que su paso, cuando la tarde empezó a suspirar y bajo los últimos arreboles nos preparamos
hermano, cuya compañera, esclava de los pergaminos y de las mentiras sociales, le para la queda. Mientras don Rafo encendía fuego, me retiré por los pajonales a amarrar
inspiró el horror a las altas familias, hasta que regresó a la sencillez favorecido por el los caballos. La brisa del anochecer refrescaba el desierto, y de repente, en intervalos
divorcio: No había que retroceder en la vida ante ningún conflicto, pues solo desiguales, llegó a mis oídos algo como un lamento de mujer. Instintivamente pensé en
afrontándolos de cerca se ve si tienen remedio. Alicia, que acercándose me preguntaba:
Era verdad que preveía el escándalo de mis parientes si me echaba a cuestas a Alicia o -¿Qué tienes? ¿Qué tienes?
la conducía al altar. Mas no había que mirar tan lejos, porque los temores van más allá Reunidos después, sentíamos la sollozante quejumbre, vueltos hacia el lado de donde
de las posibilidades. Nadie me aseguraba que había nacido para casado, y aunque así venía, sin que acertáramos a descifrar el misterio: una palmera de macanilla, fina como
fuera, ¿quién podría darme una esposa distinta de la señalada por mi suerte? Y Alicia, un pincel, obedeciendo a la brisa, hacía llorar sus flecos en el crepúsculo.
¿en qué desmerecía? ¿No era inteligente, bien educada, sencilla y de origen honesto?
¿En qué código, en qué escritura, en qué ciencia había aprendido yo que los prejuicios * * *
priman sobre las realidades? ¿Por qué era mejor que otros, sino por mis obras? El Ocho días después divisamos la fundación de La Maporita. La laguna próxima a los
hombre de talento debe ser como la muerte, que no reconoce categorías. ¿Por qué corrales se doraba al sol. Unos mastines enormes vinieron a nuestro encuentro, con
ciertas doncellas me parecían más encumbradas? ¿Acaso por irreflexivo consentimiento ladridos desaforados, y nos dispersaron las bestias. Frente al “tranquero” de la entrada,
del público que me contagiaba su estulticia; acaso por el lustre de la riqueza? ¿Pero ésta, donde se asoleaba un “bayetón” rojo, exclamó don Rafo, empinándose en los estribos:
que suele nacer de fuentes oscuras, no era también relativa? ¿No resultaban misérrimos -¡Alabado sea Dios!
nuestros potentados en parangón con los de fuera? ¿No llegaría yo a la dorada medianía, -Y su madre santísima- respondió una voz de mujer.
a ser relativamente rico? En este caso, ¿qué me importarían los demás, cuando vinieran -¿No hay quien venga a espantar los perros?
a buscarme con el incienso? Usted sólo tiene un problema sumo, a cuyo lado huelgan -Ya va
todos los otros: adquirir dinero para sustentar la modestia decorosamente. El resto viene -¿La niña Griselda?
por añadidura. -En el caño.
Callado, escarmentaba mentalmente las razones que oía, separando la verdad de la Complacidos observábamos el aseo del patio, lleno de caracuchos, siemprevivas,
exageración. habanos, amapolas y otras plantas del trópico. Alrededor de la huerta daban fresco los
-Don Rafo- le dije- , yo miro las cosas por otro aspecto, pues las conclusiones de usted, platanales, de hojas susurrantes y rotas, dentro de la cerca de “guadua” que protegía la
aunque fundadas, no me preocupan ahora: están en mi horizonte, pero están lejos. vivienda, en cuyo caballete lucía sus resplandores un pavo real.
Respecto a Alicia, el más grave problema lo llevo yo, que sin estar enamorado, vivo Por fin, una mulata decrépita asomó a la puerta de la cocina, enjugándose las manos en
como si estuviera supliendo mi hidalguía lo que no puede dar mi ternura, con la el ruedo de las enaguas.
convicción íntima de que mi idiosincrasia caballeresca me empujará hasta el sacrificio, -¡Chite, uise! –gritó, tirando una cáscara a las gallinas que escarbaban la era-.
por una dama que no es la mía, por un amor que no conozco. Fama de rendido galán “Prosigan”, que la niña Griselda se tá bañando. ¡Los perros no muerden, ya mordieron!
gané en el ánimo de muchas mujeres, gracias a la costumbre de fingir, para que mi alma Y volvió a sus quehaceres.
se sienta menos sola. Por todas partes fui buscando en qué distraer mi inconformidad e Sin testigos, ocupamos el cuarto que servía de sala, en donde no había otro menaje que
iba de buena fe, anheloso de renovar mi vida y de rescatarme a la perversión: pero, dos chinchorros, una “barbacoa”, dos banquetas, tres baúles y una máquina “Singer”.
dondequiera que puse mi esperanza, hallé lamentable vacío, embellecido por la fantasía Alicia, sofocada, se mecía ponderando el cansancio, cuando entró la niña Griselda,
y repudiado por el desencanto. Y así, engañándome con mi propia verdad, logré conocer
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descalza, con el “chingue” al brazo, el peine en la crencha y los jabones en una -Como si lo fuera.
“totuma”. -¿Y ustées también son “tolimas”?
-Perdone usted- le dijimos. -Yo soy de ese departamento; Alicia, bogotana.
-Tienen a sus órdenes el “rancho” y la persona. ¡Ah! ¿También vino don Rafael? ¿Qué -Parece que usté juera pa algún joropo, según ta de “cachaca”. ¡Qué bonito traje y qué
hace en la “ramáa”? Y saliendo al patio, le decía familiarmente: buenos botines! ¿Ese vestío lo cortó usté?
-Trascordao, ¿se le volvió a olvidá el cuaerno? Estoy entigrecía contra usté. No me -No, señora, pero entiendo algo de modistería. Estuve tres años en el colegio asistiendo
salga con ésas, porque peleamos. a la clase.
Era una hembra morena y fornida, ni alta ni pequeña, de cara regordeta y ojos -¿Me enseña? ¿No es verdá que me enseña? Pa eso compré máquina. Y miren qué lujo
simpáticos. Se reía enseñando los dientes anchos y albísimos, mientras que con mano de telas las que tengo aquí. Me las regaló Barrera el día que vino a vernos. A Tiana
hacendosa exprimía los cabellos goteantes sobre el corpiño desabrochado. Volviéndose también le dio. ¿Onde tá la tuya?
a nosotros interrogó: -Colgá en la “percha”. Ora la traigo.
-¿Ya les trajeron café? Y salió.
-Se pone usted en molestias… La niña Griselda, entusiasmada porque Alicia le ofreció ser su maestra de corte, se zafó
-¿Tiana, Bastiana, qué hubo? de la pretina las llaves y, abriendo el baúl, nos enseñó unas telas de colores vivos.
Y sentándose en el chinchorro al lado de Alicia, preguntábale si los diamantes de sus -¡Esas son etaminas comunes!
zarcillos eran “legales” y si traía otros para vender. -Puros cortes de sea, don Rafo, Barrera es “rasgaísimo”. Y miren las vistas del “fábrico”
-Señora, si le gustan… en el Vichada, a onde quere yevarnos. Digan imparcialmente si no son una preciosidá
-Se los cambio por esa máquina. esos edificios y si estas fotografías no son primorosas. Barrera las ha repartío por toas
-Siempre avispada para el negocio- galanteó don Rafo. partes. Miren cuántas tengo pegáas en el baúl.
-¡Náa! Es que nos estamos recogiendo pa dejá la tierra. Eran unas postales en colores. Se veían en ellas, a la orilla montuosa de un río, casas de
Y con acento cálido refirió que Barrera había venido a llevar gente para las caucherías dos pisos, en cuyos barandales se agrupaba la gente. Lanchas de vapor humeaban en el
del Vichada. puertecito.
-Es la ocasión de mejorá: dan alimentación y cinco pesos por día. Así se lo he dicho a -Aquí viven má de mil hombres y tóos ganan una libra diaria. Ayá voy a poné asistencia
Franco. pa las peonáas. ¡Supónganse cuánta plata cogeré con el solo amasijo! ¿Y lo que gane
-¿Y qué Barrera es el enganchador?- preguntó don Rafo. Fidel?...Miren, estos montes son los cauchales. Bien dice Barrera que otra oportunidá
-Narciso Barrera, que ha traído mercancías y “morrocotas” pa dá y convidá. como ésta no se presentará.
-¿Se creen ustedes de esa ficha? -Lo que yo siento es tar tan cascáa; si no, me iba también tras de mi zambo- dijo la
-Cáyese, don Rafo. ¡Cuidao con desanimá a Fidel! ¡Si le tá ofreciendo plata anticipáa y vieja, acurrucándose de nuevo en el quicio.
no se resuelve a dejá este pegujal! ¡Quiere má a las vacas que a la mujé! Y eso que nos -Aquí ta la tela, añadió, desdoblando una zaraza roja.
cristianamos en Pore, porque sólo éramos casaos militarmente. -Con este traje parecerás un tizón encendido.
Alicia, mirándome de soslayo, se sonrió. -Blanco- me replicó-; pior es no parecer náa.
-Niña Griselda, ese viaje puede resultar un percance. -Andá- ordenó la niña Griselda-, búscale a don Rafo unos “topochos” maúros pa los
-Don Rafo, el que no arriesga no pasa el má. Ora díganme ustées si valdrá la pena un cabayos. Pero primero decíle al Miguel que se deje de estar echao en el chinchorro,
enganche que los ha entusiasmao a tóos. Porque ayí en el hato no va a queá gente. Ha porque no se le quitan las fiebres: que le saque el agua a la “curiara” y le ponga cuidao
tenío que bregáles el viejo pa que le ayuden a terminá los trabajos de ganao. ¡Nadie al anzuelo, a vé si los “caribes” se tragaron ya la caráa. Puée que haya “afilao” algún
quiere hacer náa! ¡Y de noche tienen unos “joropos”!...Pero supóngase: tando ahí la “bagrecito”. Y danos vos algo de comé, que estos blancos yegan de lejos. Venga pa acá,
Clarita…Yo le prohibí a Fidel que se quede ayá, y no me hace caso. Dende el lunes se niña Alicia, y aflójese la ropa. En este cuarto nos quearemos las dos.
jue. Mañana lo espero. Y parándose ante mí- agregó con picaresco descaro-: ¡Me la yevo! ¿Ustées ya separaron
-¿Dice usted que Barrera trajo mucha mercancía? ¿Y la da barata? cama?
-Sí, don Rafo. No vale la pena que usté abra sus “petaquitas”. Ya todo el mundo ha
comprao. ¿A que no me trajo los cuaernos de las moas cuando má los menesto? Tengo * * *
que yevá ropa de primera.
-Por ahí le traigo uno. Verdadera lástima sentí por don Rafael ante el fracaso de su negocio. Tenía razón la
-¡Dios se lo pague! niña Griselda: todos se habían provisto ya de mercancías.
La vieja Sebastiana, arrugada como un higo seco, de cabeza gris y brazos temblorosos, Sin embargo, dos días después de nuestra llegada, vinieron del hato unos hombres
nos alargó sendos pocillos de café amargo, que ni Alicia ni yo podíamos tomar y que enjutos y pálidos cuyas monturas húmedas disimulaban su mal aspecto con el bayetón
don Rafo saboreaba vertiéndolo en el platillo. La niña Griselda se apresuró a traer una que los jinetes dejaban colgando sobre las rodillas. Del otro lado del monte pidieron a
miel oscura, que sacaba de un garrafón para que endulzáramos la bebida. gritos la “curiara” y, creyendo no ser oídos, hicieron disparos de winchester. Vista la
-Muchas gracias, señora. tardanza, sin desmontarse, lanzaron sus cabalgaduras al caño y lo cruzaron trayendo las
-¿Y esta buena moza es su mujé? ¿Usté es el yerno de don Rafo? ropas amarradas en la cabeza.
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Llegaron. Vestían calzones de lienzo, camisa suelta llamada “lique” y anchos sombreros
de felpa castaña. Sus pies, desnudos, oprimían con el dedo gordo el aro de los estribos. * * *
-Buen día…-prorrumpieron con voz melancólica entre los ladridos de los perros.
-Ojalá que nos hubieran matao por ta de chistosos, exclamó la niña Griselda. Esa noche, como a las diez, llegó Fidel Franco a la casa. Aunque la embarcación se
-Era pa la curiara… deslizaba sin ruido sobre el agua profunda, los gozques la sintieron y al instante cundió
-¡Qué curiara! ¡Este no es paso rial! la alarma.
-Venimos a ve la mercancía… -Es Fidel, es Fidel- decía la niña Griselda, tropezando en nuestros chinchorros. Y salió
-Sigan, pero dejen sus “rangos” afuera. al patio en camisola, envuelta desde la cabeza en un pañolón oscuro, seguida de don
Los hombres se apearon, y con los ronzales de cerda torcida que servían de rendaje, Rafael.
amarraron los trotones bajo el samán de la entrada y avanzaron con los bayetones al Alicia, asustada en las tinieblas, empezó a llamarme desde su cuarto:
hombro. Alrededor del cuero en que don Rafo había extendido la “chuchería” se -Arturo, ¿sentiste? ¡Ha llegado gente!
acuclillaron indolentes. -¡Sí, no te afanes, no vengas! Es el dueño de la casa.
-Miren los diagonales extras; aquí están unos cuchillos garantizados; fíjense en esa faja Cuando en franela y sin sombrero salí al aire libre, iba un grupo bajo los platanales
de cuero, con funda para el revólver, todo de primera clase. llevando un hachón encendido. La cadena de la curiara sonó al atracar y desembarcaron
-¿Trajo quinina? dos hombres armados.
-Muy buena, y píldoras para las calenturas. -¿Qué ha pasado por aquí?- dijo uno, abrazando secamente a la niña Griselda.
-¿A cómo el hilo? -¡Náa, náa! ¿Por qué te aparecés a semejante hora?
-Diez centavos la madeja. -¿Qué huéspedes han llegado?
-¿No la da en cinco? -Don Rafael y dos compañeros, hombre y mujé.
-Llévela en nueve. Franco y don Rafo, después de un apretón amistoso, regresaron con los del grupo hacia
Todo lo fueron tocando, examinando, comparando, casi sin hablar. Para saber si una tela la cocina.
desteñía, se empapaban en saliva los dedos y la refregaban. Don Rafael, con la vara de -Me vine alarmadísimo porque esta noche al yegar al hato con la torada supe que
medir, les señalaba todo, agotando los encomios para cada cosa. Nada les gustó. Barrera había mandado una comisión. No querían prestarme cabayo, pero apenas
-¿Me deja en veinte riales esa navaja? comenzó la “juerga” me traje la curiara de ayá. ¿A qué vinieron esos forajidos?
-Llévela. -A quitarme el “chucho”- repuso humildemente don Rafo.
-¿Le doy por los botones lo que le dije? -¿Y qué pasó, Griselda?
-Tómelos. -¡Na! Si má, hay camorra, porque el “guatecito” se les encaró “cachiblanco” en mano.
-Pero me encima la aguja pa prenderlos. ¡Un horror! ¡Nos hizo chiyá!
-Cójala. -Seguí pa dentro- agregó de repente la patrona, lívida, trémula, y mientras les daban el
Así compraron bagatelas por dos o tres pesos. El hombre de la carabina, desanudando la trago de café-: guindá tu chinchorro en el correor, porque toy en el cuarto con la doña.
punta del pañuelo, alargó una morrocota: -De ningún modo: Alicia y yo nos alojaremos en la enramada- dije avanzando hacia el
-Páguese de tóo, es de veinte dólares. corrillo.
Y la hizo retiñir contra el acero del arma. -Usté no manda aquí- replicó la niña Griselda esforzándose por sonreír-. Venga,
-¡A vé los trueques! conozca a este yanero, que es el mío.
-¿Por qué no compran el restico? -Servidor de usted, repuse devolviendo el abrazo.
-A esos precios no se alcanza ni con la carabina. Vaya usté al hato pa que vea cosas -¡Cuente conmigo! Basta que usted sea compañero de don Rafael.
regaláas. -¡Y si vieras con qué trozo de mujé se ha enyugao! ¡Coloraíta que ni un merey! ¡Y las
-¡Adió, pué! manos que tiene pa cortá la sea, y lo modosa pa enseñá.
Y montaron. -Pues manden a sus nuevos criados- repetía Franco.
-Hola, socio,-voceó, regresando, el de peor estampa-; nos mandó Barrera a quitate la Era cenceño y pálido, de mediana estatura, y acaso mayor que yo. Cuadrábale el
mercancía, y es mejó que te largues con ella. Quedás notificao: ¡lejos con ella! ¡Si no te apellido al carácter y su fisonomía y sus palabras eran menos elocuentes que su corazón.
la quitamos ahora, es po lo poquita y lo cara! Las facciones proporcionadas, el acento y el modo de dar la mano advertían que era
-¿Y quitarla por qué?- indagó don Rafo. hombre de buen origen, no salido de las pampas sino venido a ellas.
-¡Por la competencia! -¿Usted es oriundo de Antioquia?
-¿Crees tú, infeliz, que este anciano está solo?- prorrumpí, empuñando un cuchillo, entre -Sí, señor. Hice algunos estudios en Bogotá, ingresé luego en el ejército, me destinaron
los aspavientos de las mujeres. a la guarnición de Arauca y de allí deserté por un disgusto con mi capitán. Desde
-Mirá- repuso el hombre-: por sobre yo, mi sombrero. Por grande que sea la tierra, me entonces vine con Griselda a calentar este rancho, que no dejaré por nada en la vida.- Y
quema bajo los pies. Con vos no me toy metiendo. ¡Pero si querés, pa vos también hay! recalcó-: ¡Por nada en la vida!
Espoleando el potro, me tiró a la cara los objetos comprados y galopó con sus
compañeros a lo largo de la llanura.
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La niña Griselda, con mohín amargo, permanecía muda. Como advirtiera que estaba en Y para colmo, los indios guahibos de las costas del Guanapalo, que flechaban reses por
traje de alcoba, se fue con pretexto de vestirse, llevando dentro de la mano ahuecada la centenares, asaltaron la fundación del Hatico, llevándose a las mujeres y matando a los
luz de una vela. hombres. Gracias a que el río detuvo el incendio, pero hasta no sé qué noche, se veía el
Mientras tanto, la vieja Tiana hacía llamear el fogón de tres piedras sobre las cuales lejano resplandor de la candelada.
pendía un alambre para colgar el caldero o la “marma”. Al tibio parpadear de la lumbre - ¿Y qué piensa usted hacer con su fundación?- pregunté.
nos sentamos en círculo, sobre raíces de guadua o sobre calaveras de caimán que -¡Defenderla! Con diez jinetes de vergüenza, bien encarabinados, no dejaremos indio
servían de banquetas. El mocetón que llegó con Franco me miraba con simpatía, con vida.
sosteniendo entre las rodillas desnudas una escopeta de dos cañones. Como sus ropas En ese instante volvió Sebastiana:
estaban húmedas, desarremangóse los calzoncillos y los oreaba sobre las pantorrillas de -Ya se fueron- dijo.
nudosos músculos. Llamábase Antonio Correa y era hijo de Sebastiana tan cuadrado de -Mamá, cuidao se yevan mi “tiple”.
espaldas y tan fornido de pecho, que parecía un ídolo indígena. -Que si no manda razón alguna.
-Mamá- dijo rascándose la cabeza-: ¿cuál jué el entrometío que yevó al hato el chisme -Sí: al viejo Zubieta que no me espere. Que le sigo dirigiendo la vaquería cuando me dé
de la mercancía? mejores yaneros.
-Eso no tié náa de malo: avisando se vende. En pos de la mulata salimos al patio. La noche estaba obscura y comenzaba a lloviznar.
-Sí, pero ¿qué jué a hacé ayá la tarde que yegaron estos blancos? Franco nos siguió a la sala y se tendió en la barbacoa. Afuera los que se marchaban
-¡Yo qué sé! Lo mandaría la niña Griselda. cantaron a dúo:
En esta vez fue Franco quien hizo el mohín. Después de corto silencio indagó:
-Mulata, ¿cuántas veces ha venido Barrera? “Corazón no seas caballo;
-Yo no he reparao. Yo vivo ocupáa aquí en mi cocina. aprendé a tener vergüenza
Saboreado el café y referido por don Rafo algún incidente de nuestro viaje, repreguntó al que te quiera, querélo,
Franco, obedeciendo a su obstinada preocupación: y al que no, no le hagás fuerza”
-¿Y el Miguel y el Jesús qué han estao haciendo? ¿Buscaron los marranos en la sabana?
¿Compusieron el tranquero de los corrales? ¿Cuántas vacas ordeñan? Y la pala del remo en la onda y el repentino rebotar de la lluvia apagaron el eco de la
-Sólo dos de ternero grande. Las otras las hizo soltá la niña Griselda porque ya empieza tonada.
a habé plaga y los zancúos matan las crías.
-¿Y dónde están esos flojos?
-Miguel con calentura. No se quié hace el remedio: son cinco hojitas de borraja, pero * * *
arrancás de pa arriba, porque de pa abajo proúcen vómito. Ahí le tengo el cocimiento,
pero no lo traga. Y eso que ta enviajao pa las caucherías. ¡Se la pasa jugando naipes con Pasé mala noche. Cuando menudeaba el canto de los gallos conseguí quedarme
el Jesús, y ese sí que ta perdío por irse! dormido. Soñé que Alicia iba sola, por una sabana lúgubre, hacia un lugar siniestro
-Pues que se larguen desde ahora, en la curiara del hato, y no vuelvan más. No tolero en donde la esperaba un hombre, que podía ser Barrera. Agazapado en los pajonales iba
mi posada ni chismosos ni espías. Mulata, asómate al caney y diles que desocupen: ¡que espiándola yo, con la escopeta del mulato en balanza; mas cada vez que intentaba
ni me deben, ni les debo! tenderla contra el seductor, se convertía entre mis manos en una serpiente helada y
Cuando salió Sebastiana, preguntó don Rafael por la situación del hato: ¿Era verdad que rígida. Desde la cerca de los corrales, don Rafo agitaba el sombrero exclamando:
todo andaba “manga por hombro”? ¡Véngase! ¡Eso ya no tiene remedio!
-Ni sombra de lo que usted conoció. Barrera lo ha trastornado todo. Ayá no se puede Veía luego a la niña Griselda, vestida de oro, en un país extraño, encaramada en una
vivir. Mejor que le prendieran candela. peña de cuya base fluía un hilo blancuzco de caucho. A lo largo de él lo bebían gentes
Luego refirió que los trabajos se habían suspendido porque los vaqueros se innumerables echadas de bruces. Franco, erguido sobre un promontorio de carabinas,
emborrachaban y se dividían en grupos para toparse en determinados sitios de la amonestaba a los sedientos con este estribillo: “¡Infelices, detrás de estas selvas está el
llanada, donde, a ocultas, les vendían licor los áulicos de Barrera. Unas veces dejaban más allá!” y al pie de cada árbol se iba muriendo un hombre, en tanto que yo recogía sus
matar los caballos, entregándose estúpidamente a los toros; otras, se dejaban coger de la calaveras para exportarlas en lanchones por un río silencioso y oscuro.
soga, o al “colear” sufrían golpes mortales; muchos se volvían a “juerguear” con Volvía a ver a Alicia, desgreñada y desnuda, huyendo de mí por entre las malezas de un
Clarita; éstos derrengaban los rangos apostando carreras, y nadie corregía el desorden ni bosque nocturno, iluminado por luciérnagas colosales. Llevaba yo en la mano una
normalizaba la situación, porque ante el señuelo del próximo viaje a las caucherías hachuela corta, y, colgando al cinto, un recipiente de metal. Me detuve ante una
ninguno pensaba en trabajar cuando estaba en vísperas de ser rico. De esta suerte, ya no araucaria de morados corimbos, parecida al árbol del caucho, y empecé a picarle la
quedaban caballos mansos sino potrones, ni había vaqueros sino enfiestados; y el viejo corteza, para que escurriera la goma. “¿Por qué me desangras?”, suspiró una voz
Zubieta, el dueño del hato, borracho y gotoso, ignorante de lo que pasaba, desfalleciente. “Yo soy tu Alicia, y me he convertido en una parásita”.
esparrancábase en el chinchorro a dejar que Barrera le ganara dinero a los dados, a que Agitado y sudoroso desperté como a las nueve de la mañana. El cielo, después de la
Clarita le diera aguardiente con la boca, a que la peonada del enganchador sacrificara lluvia anterior, resplandecía lavado y azul. Una brisa discreta suavizaba los grandes
hasta cinco reses por día, desechando, al desollarlas, las que no parecieran gordas. calores.
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-Blanco, aquí tá el desayuno- murmuró la mulata-. Don Rafo y los hombres montaron, y -¡Cómo!- dije ceñudo-. ¿Tú también has bebido?
las mujeres tán bañándose. -Insistió tanto el señor Barrera…Y me ha regalado este frasco de perfume- musitó,
Mientras que yo desayunaba, sentóse en el suelo y comenzó a ajustar con los dientes la sacándolo del cestillo donde lo tenía oculto.
cadenita de una medalla que llevaba al cuello. -Un obsequio insignificante. Perdone usted, lo traía especialmente…
-Resolví ponerme esta prenda, porque tá bendita, y es milagrosa. A vé si el Antonio se -Pero no para mi mujer. ¡Quizá para la niña Griselda! ¿Acaso ya los tres se conocían?
anima a cebarme. Por si me dejare desamparáa, le dí en el café el corazón de un pajarito -Absolutamente, señor Cova; la dicha me había sido adversa.
llamao “piapoco”. Puée irse muy lejos y corré tierras; pero onde oiga cantá otro pájaro Alicia y la niña Griselda enrojecieron.
semejante, se pondrá triste y tendrá que volverse, por que la “guiña” tá en que viene la -Supe- aclaró el hombre- que ustedes estaban aquí por noticias de unos mozuelos que
pesaúmbre a poné de presente la patria y el rancho y el queré olvida, y tras los suspiros anoche llegaron al hato. Inmenso pesar me causó la nueva de que seis jinetes ladrones
tiée que encaminarse el suspiraor o se muere de pena. La medalla también ayúa si se le sin duda, habían pretendido expropiar en mi nombre una mercancía; y tan pronto como
cuelga al que se va. amaneció, me encaminé a presentar mis respetuosas protestas contra el atentado
-¿Y Antonio pretende ir al Vichada? incalificable. Y ese whisky y ese perfume, ofrendas humildes de quien no tiene, fuera de
-Quien sabe. Franco no quiere desarraigarse, pero la mujé tá enviajáa. Antonio hace lo su corazón, más que ofrecer, estaban destinados a corroborar la ferviente adhesión que
que le diga el hombre. les profeso a los dueños de casa.
-¿Y anoche, por qué se fueron los muchachos? -¿Oyes, Alicia? Dale ese frasco a la niña Griselda.
-El hombre no los aguantó má. Ta malicioso. El Jesús jué al hato la tardecita que -¿Y luego no son también ustées dueños de este rancho?- apuntó la patrona, con voz
yegaron ustées, no a yamá al Barrera, sino a decile que no arrimara porque no se podía. resentida.
Esto jué tóo. Pero el hombre es avispao y los despachó. -Como tales los considero yo, porque dondequiera que lleguen, son, por derecho de
-¿Barrera viene frecuentemente? simpatía, amos de cuanto los rodea.
-Yo no sé. Si acaso habla con la Griselda es en el caño, porque ella, en achaque del A pesar de mi semblante agresivo, el hombre no se desconcertó; mas dióle al discurso
anzuelito anda remolona con la curiara. Barrera es mejó que el hombre; Barrera es una giro diverso; sucedían tantas cosas en Casanare, que daba grima pensar en lo que
oportunidá. Pero el hombre es “atravesao” y la mujé le tiée mieo dende lo acontecío en llegaría a convertirse esa privilegiada tierra, fuerte cuna de la hospitalidad, la honradez
Arauca. Le soplaron que el Capitán andaba tras de ella y le madrugó: ¡con dos puñaláas y el trabajo. Pero con los asilados de Venezuela que la infestaban como dañina langosta,
tuvo! no se podía vivir. ¡Cuánto había sufrido él con los voluntarios que le pedían enganche!
En ese momento, interrumpiéndose el palique, avanzaban en animado trío, Alicia, la ¡Tantos se le presentaban explotando la condición de los desterrados políticos, y eran
niña Griselda y un hombre elegante, de botas altas, vestido blanco y fieltro gris. vulgares delincuentes, prófugos de penitenciarías! Mas era peligroso rechazarlos de
-Ahí tá don Barrera. ¿No lo quería conocé? plano, en previsión de algún desmán. Indudablemente a esta clase pertenecían los que
pretendieron desvalijar a don Rafael. Jamás podría indemnizarlo la empresa del Vichada
* * * de tantos disgustos. Era verdad, y sería ingratitud no reconocerlo y proclamarlo, que le
había hecho distinciones honrosas. Primero lo envió al Brasil, residencia de los
-Caballero- exclamó inclinándose-, doble fortuna es la mía que, impensadamente, me principales accionistas, con un gran cargamento de caucho, y ellos le rogaron que
pone a los pies de un marido tan digno de su linda esposa. aceptara la gerencia de la explotación; mas la rehusó por carecer de aptitudes. ¡Ah! ¡Si
Y sin esperar otra razón, besó en mi presencia la mano de Alicia. Estrechando luego la entonces hubiera adivinado que yo quería habitar el desierto! Si yo pudiese indicarle un
mía, añadió zalamero: candidato, con cuánto orgullo propondría su nombre; y si ese candidato quisiera irse con
-Alabada sea la tierra que ha esculpido tan bellas estrofas. Regalo de mi espíritu fueron él, en la seguridad de que sería nombrado…
en el Brasil, y me producían suspirante nostalgia, porque es privilegio de los poetas -Señor Barrera- interrumpí- jamás tuve noticias de que en el Vichada hubiera empresas
encadenar al corazón de la patria los hijos dispersos y crearle súbditos en tierras de la magnitud de la suya.
extrañas. Fui exigente con la fortuna, pero nunca aspiré al honor de declararle a usted, -¡Mía, no; mía, no! soy un modesto empleado a quien solo le pagan dos mil libras
personalmente, mi admiración sincera. anuales, fuera de gastos.
Aunque estaba prevenido contra ese hombre, confieso que fui sensible a la adulación y Audazmente fijó en mí los ojos sobornadores, pasóse por el rostro un pañuelo de seda,
que sus palabras templaron el disgusto que me produjo su cortesanía con mi garbosa acarició el nudo de la corbata y se despidió, encareciéndonos una y otra vez que
daifa. saludáramos a los caballeros ausentes y les transmitiéramos su protesta contra el abuso
Pidiónos perdón por entrar en la sala con botas de campo; y después de averiguar por la de los salteadores. Sin embargo, él pensaba volver otro día a presentarla personalmente.
salud del dueño de casa, me suplicó que le aceptara una copa de whisky. Ya había La niña Griselda lo acompañó hasta el caño, y allí se detuvo más tiempo del que
advertido yo que la niña Griselda traía la botella en la mano. requiere una despedida.
Cuando Sebastiana colocó sobre la barbacoa los pocillos y el hombre se inclinó a -¿De dónde salió este sujeto?- dije en tono brusco, encarándome con Alicia, apenas
colmarlos, observé que éste llevaba al cinto niquelado revólver y que la botella no quedamos solos.
estaba llena. -Llegó a caballo por aquella costa y la niña Griselda lo pasó en la curiara.
Alicia, mirándome, se resistía a tomar. -¿Tú lo conocías?
-Otra copita, señora. Ya se convenció usted de que es licor suave. -No.
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-¿Te parece interesante? Y como percibiera el olor de la esencia derramada en el patio, dilató las ventanillas de la
-No. nariz repitiendo:
-¿Resuelves aceptar el perfume? -¡Ah!..¡Güele a mujé, güele a mujé!
-No No quiso almorzar. Echóse a la boca un puñado de plátano frito, deshilachó un trozo de
-¡Muy bien! ¡Muy bien! carne y remojó la lengua con café cerrero. Mientras tanto, entre el refunfuño de
Y rapándole el frasco del bolsillo del delantal, lo estrellé con furia en el patio, casi a los Sebastiana, montura al hombro, salió a esperarnos en el corral.
pies de la niña Griselda que regresaba. También fuimos parcos en el comer, por la exaltación de ánimo, agravada con la
-¡Cristiano, usté tá loco, usté tá loco! novedad del espectáculo próximo. Alicia, en breve rezo mental, encomendaba el mulato
a Dios.
* * * -¡Hombres!- plañía Sebastiana- no vayan a dejá que esa bestia me mate al “motoso”.
Sacamos las sogas, de cuero peludo, y unas maneas cortas, llamadas “sueltas”, de medio
Alicia, entre humillada y sorprendida, abrió la máquina y empezó a coser. Hubo metro de longitud, en cuyos extremos se abotonaban gruesos anillos de fique trenzado.
momentos en que sólo se oía el ruido de los pedales y el charloteo del loro en la estaca. Como el potro esquivaba los lazos, agachándose entre el tumulto, ordenó Franco dividir
La niña Griselda, comprendiendo que no debía abandonarnos, dijo, sonreída y astuta: la yeguada, para lo cual se abrió el tranquero de la corraleja contigua. Cuando el caballo
-Esos caprichos de este Barrera sí que me hacen gracia. Ora se le ha encajao la idea de quedó solo, atrevió las manos contra la cerca, a tiempo que el mulato lo arropó con la
conseguí unas esmeraldas y les ha puesto el ojo a las de mis “candongas”. ¡De las orejas soga. Grandes saltos dió el animal, agachando la maculada cerviz en torno de la
me las robaría! horqueta del “botalón” donde humeaba la cuerda vibrante; y al extremo de ella se colgó
-No sea que se las lleve con su cabeza- repliqué, realzando la sátira con una carcajada colérico, ahorcándose en hipo angustioso, hasta caer en tierra, desfallecido, pataleador.
eficaz. Franco sentósele en el ijar, y agarrándolo por las orejas le dobló sobre el dorso el
Y me fuí a los corrales, sin escuchar las alarmadas disculpas. gallardo cuello, mientras el mulato lo enjaquimaba después de ajustarle las sueltas y de
-¡Bien hace en no discutí conmigo, porque se la yevo ganáa! amarrarle un rejo en la cola. De esta manera lo sometían, y en vez de cabestrearlo por la
Trepado en la “talanquera” daba desahogo a mi acritud, al rayo del sol, cuando vi flotar cabeza, lo tiraban del rabo, hasta que el infeliz, debatiéndose contra el suelo, quedó
a lo lejos, por encima de los morichales, una nube de polvo, ondulosa y espesa. A poco, fuera de los corrales. Allí lo vendamos con la testera y la montura le oprimió por
por el lado opuesto, divisé la silueta de un jinete que, desalado, cruzaba a saltos las primera vez los lomos indómitos.
ondas pajizas de la llanura, volteando la soga y revolviéndose presuroso. Un gran tropel En medio de vociferante trajín soltaron las yeguas, que se adueñaron de la llanura; y el
hacía vibrar la pampa, y otros vaqueros atravesaron el “banco” antes que la yeguada semental, puesto de frente a la planicie, temblaba receloso, enfurecido.
apareciera a mi vista, de cuyo grupo desbandábase a veces alguna potranca cerril, loca Al tiempo de zafarle las maneas, exclamó el jinete:
de juventud, quebrándose en juguetones corcovos. Oía ya claramente los gritos de los -¡Máma, a ve el escapulario!
jinetes que ordenaban abrir el tranquero; y apenas tuve tiempo de obedecerles, cuando Franco y don Rafael requirieron las cabalgaduras, mas el domador impidió que le
se precipitó en el corral el “atajo”, nervioso, bravío, resoplador. sujetaran el potro:
Franco, don Rafael y el mulato Correa se apearon de sus trotones jadeantes que, -Quédense atrá, y si quiee voltearse, échenle rejo pa evitá que me coja debajo.
sudando espuma, refregaban contra la cerca las cabezas estremecidas. Luego, entre los gritos de Sebastiana, se suspendió del cuello la reliquia, santiguóse, y
-Egoístas, ¿por qué no me convidaron? con gesto rápido destapó el animal.
-El que primero madruga comulga dos veces. Ya lo veremos enlazar en otra ocasión. Ni la mula cimarrona que manotea espantada si el tigre se le monta en la nuca; ni el toro
En tanto que aseguraban las puertas de los reductos liándoles gruesos travesaños, salvaje que brama recorriendo el circo apenas le clavan las banderillas, ni el manatí que
acudieron las mujeres a contemplar por entre los claros del “palo a pique”, la yeguada siente el arpón, gastan violencia igual a la de aquel potro cuando recibió el primer
pujante, que se revolvía en círculo, ganosa de atropellar el encierro. Alicia, que traía en latigazo. Sacudióse con berrido iracundo, coceando la tierra y el aire en desaforada
la mano su tela de labor, chillaba de entusiasmo al ver la confusión de ancas lucientes, carrera, ante nuestros ojos despavoridos, en tanto que los amadrinadores lo perseguían,
crines huracanadas, cascos sonoros. ¡Aquel para mí! ¡Este es el más lindo! ¡Miren el sacudiendo las ruanas. Describió grandes pistas a brincos tremendos, y tal como pudiera
otro como patea! Y de los ijares convulsos, del polvo pisoteado y de los relinchos corcovear un centauro, subía en el viento, pegada a la silla, la figura del hombre, como
rebeldes, ascendía un hálito de alegría, de fuerza y brutalidad. torbellino, del pajonal, hasta que sólo se miró a lo lejos la nota blanca de la camisa.
Correa estaba feliz. Al caer la tarde regresaron. Las palmeras los saludaban con tremulantes cabeceos.
-¡Cogimos el resabiao! ¡Es aquel padrote negro, crinúo patiblanco! ¡Se le negó su día, y Llegó el potro quebrantado, sudoroso, molido, sordo a la fusta y a la espuela. Ya sin
más vale que no hubiera nacío! ¡No he visto zambo que no le tenga mieo, pero ya dirán taparlo, le quitaron la silla, maneáronlo a golpes y quedó inmóvil y solo a la vera del
ustées si tumba al hijo e mi máma! llano.
-Mulato condenao, ¿qué vas a hacé?- gruñó la vieja-. ¿Pensás que ese cabayo te ha Gozosos abrazamos a Correa.
parío? -¿Qué opina de mi “patojo”?- repetía Sebastiana orgullosa.
Estimulado por nuestra presencia, le dijo a Alicia: -A él se le debe todo- apuntó Franco-. Tuvo la idea de ofrecerles la mejor fiesta de
-Le voy a dedicá la faena. ¡Apenas almuercen, me monto! Casanare. Por casualidad encerramos las yeguas del hato y cogimos ese potro, que es
mío y de ustedes. Ya vieron lo que pasó.
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Al venir la noche, aquel rey de la pampa, humillado y maltrecho, despidióse de sus -Que eres inferior a Barrera.
dominios, bajo la luna llena, con un relincho desolado. -¡Cómo! ¿En qué sentido?
-No sé.
* * * Esta revelación salvó definitivamente el honor de Franco, porque desde ese momento la
niña Griselda me pareció detestable.
Confieso, arrepentido, que en aquella semana cometí un desaguisado. Di en enamorar a -¿Inferior porque no la persigo?
la niña Griselda, con éxito escandaloso. -No sé.
En los días que Alicia tuvo fiebres, le prodigué las más delicadas atenciones; mas ahora, -¿Y si la persiguiera?
consultando mi conciencia, comprendo que el regocijo de barajarme con la patrona en -Que responda tu corazón.
los cuidados de la enfermería, me importaba tanto como la enferma. -Alicia, ¿has visto algo?
La niña Griselda pasó una vez cerca de mi chinchorro y con mano insinuante la cogí del -¡Qué ingenuo eres! ¿Todas se enamoran de ti?
cuadril. Cerrando el puño, hizo ademán de abofetearme, miró hacia donde Alicia dormía Me provocó en ese instante, herido en mi orgullo, desnudarme los brazos y gritarle una
y me sacudió con un cosquilleo. y otra vez:
-Pocapena, ya sabía que eras “alebrestao”. -¡Imbécil!, pregunta quien me dió estos mordiscos.
Al inclinarse sobre mi pecho, sus zarcillos, columpiados hacia delante, le golpeaban los
pómulos. Don Rafo apareció en el umbral.
-¿Estas son las esmeraldas que ambiciona Barrera?
-Sí, pero dejálas pa vos.
-¿Cómo podría quitarlas? * * *
-Así, dijo, mordiéndome bruscamente la oreja. Y, ahogada en risa, me dejó solo. Luego,
con el dedo en la boca, regresó para suplicarme-: ¡Que no lo vaya a sabé mi hombre!
¡Ni tu mujé! Venía del hato, a donde fue esa mañana a ofrecer los caballos. Franco y la niña
Sin embargo, la lealtad me dominó la sangre, y con desdén hidalgo puse en fuga la Griselda, que lo acompañaron, regresarían por la tarde. El se vino pronto, aprovechando
tentación. Yo, que venía de regreso de todas las voluptuosidades, ¿iba a injuriar el honor la curiara, para consultarme un negocio y requerir mi consentimiento. El viejo Zubieta
de un amigo, seduciendo a su esposa, que para mí no era más que una hembra, y una daba al fiado mil o más toros, a bajo precio, a condición de que los cogiéramos, pero
hembra vulgar? Mas en el fondo de mi determinación corría una idea mentora: Alicia exigía seguridades y Franco arriesgaba su fundación con ese fin. Era la oportunidad de
me trataba ya no sólo con indiferencia sino con mal disimulado desdén. Desde entonces asociarnos: la ganancia sería cuantiosa.
comencé a apasionarme por ella y hasta me dio por idealizarla. Gozoso le dije a don Rafo:
Creí haber sido miope ante la distinción de mi compañera. En verdad no es linda, mas -¡Haré lo que ustedes quieran!- Y agregué estrechando a Alicia en mis brazos-: ¡Ese
por donde pasa los hombres sonríen. Placíame sobre todo otro encanto, el de su mirada dinero será para ti!
tristona, casi despectiva, porque la desgracia le había contagiado el espíritu de una -Yo daré mis caballos como aporte y volaré a Arauca a exigir la cancelación de algunas
reserva dolorosa. En sus labios discretos apaciguábase la voz con un dejo de arrullo, con deudas. Podré reunir hasta mil pesos, y con esa suma se harán, en parte, los gastos de
acentuación elocuente, a tiempo que sus grandes pestañas se tendían sobre los ojos de “saca”. Además, empeñada la fundación, el viejo cerrará el negocio con Franco, de
almendra oscura, con un guiño confirmador. El sol le había dado a su cutis un tinte cuyos servicios necesita siempre, y más ahora que la ganadería está paralizada por el
levemente moreno y, aunque era carnosa, me parecía más alta, y los lunares de sus desorden de los vaqueros.
mejillas más pálidos. -Tengo aún treinta libras en el bolsillo. ¡Aquí están, aquí están! Sólo restaré algo para
Cuando la conocí, me dio la impresión de la niña apasionada y ligera. Después llevaba ciertos gastos de Alicia y para pagar nuestra permanencia en esta casa.
el nimbo de su pesadumbre digna y sombríamente, por la certeza de la futura -¡Muy bien! Marcharé dentro de tres días, y aquí me tendrán a mediados del mes
maternidad. Un día provoqué la suprema revelación, y casi con enojo repuso: entrante, antes de las grandes lluvias, porque ya el invierno se acerca. A fines de junio
-¿No te da pudor? llegaremos a Villavicencio con el ganado. ¡Luego, a Bogota! ¡A Bogotá!
Trajeada de olanes claros, era más fresca con el sencillo descote y con el peinado Cuando Alicia y don Rafael salieron al patio, abrió mi fantasía las alas:
negligente, en cuyos rizos parecía aletear la cinta de seda azul, anudada en forma de Me vi de nuevo entre mis condiscípulos, contándoles mis aventuras de Casanare,
mariposa. Cuando se sentaba a coser, tendíame en el chinchorro frontero, aparentando exagerándoles mi repentina riqueza, viéndoles felicitarme, entre sorprendidos y
no reparar en ella, pero mirándola a hurtadillas; y llenábame de impaciencia la frialdad envidiosos. Los invitaría a comer a mi casa, porque ya para entonces tendría una propia,
de su trato, a tal punto, que repetidas veces la interrogué colérico: de jardín cercano a mi cuarto de estudio. Allí los congregaría para leerles mis últimos
-¿Pero no estoy hablando contigo? versos. Con frecuencia Alicia nos dejaría solos, urgida por el llanto del pequeñuelo,
Ávido de conocer la causa de su retraimiento, llegué a pensar que estuviera celosa, e llamado Rafael, en memoria de nuestro compañero de viaje.
intenté hacer leve alusión a la niña Griselda, con quien se mantenía en roce constante y Mi familia, realizando un antiguo proyecto, se radicaría en Bogotá; y aunque la
solía llorar. severidad de mis padres los indujera a rechazarme, les mandaría a la nodriza con el
-¿Qué te dice de mí la patrona? pequeño los días de fiesta. Al principio se negarían a recibirlo, mas luego, mis
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hermanas, curiosas, alzándolo en los brazos, exclamarían: “¡Es el mismo retrato de cliente, advirtiéndole: “A cada torito que salga, écheme aquí una morrocotica, porque
Arturo!” Y mi mamá, bañada en llanto, lo mimaría gozosa, llamando a mi padre para yo no entiendo de números”. Agotado el depósito, insinuó el “reinoso”: “¡Me faltó
que lo conociera; mas el anciano, inexorable, se retiraría a sus aposentos, trémulo de dinero! ¡Fíeme los animalitos restantes!” Zubieta sonrió: “¡Camaráa, a usté no le falta
emoción. dinero; es que a mí me sobra ganao!” Y recogiendo el bayetón regresó irreductible.
Poco a poco, mis buenos éxitos literarios irían conquistando el indulto. Según mi madre, Satisfecho de mi fortuna, escuchaba la anécdota.
debía tenérseme lástima. Después de mi grado en la Facultad se olvida todo. Hasta mis -Franco –le dije, golpeándole el hombro-. ¡No se sorprenda usted de nada! El viejo sabe
amigas, intrigadas por mi conducta, disimularían mi pasado con esta frase: “¡Esas cosas lo que hace. ¡Habrá oído mi nombre!...
de Arturo!...”
-Venga usted acá, soñador –exclamó don Rafo- a saborear el último brandy de mis
alforjas. Brindemos los tres por la fortuna y el amor. * * *
-¡Ilusos! ¡Debimos brindar por el dolor y la muerte!
-¡Veleta, veleta, cómo tas de cambiao!
* * * -Hola, niña Griselda, ¿qué es ese tuteo?
-¿Tas entonao por el negocio? Pa morrocotas, el Vichada. Yévame. ¡Quiero irme con
El pensamiento de la riqueza se convirtió en esos días en mi dominante obsesión, y vos!
llegó a sugestionarme con tal poder, que ya me creía ricacho fastuoso, venido a los Se echó a abrazarme, pero la aparté con el codo. Ella vaciló, sorprendida.
llanos para dar impulso a la actividad financiera. Hasta en el acento de Alicia -¡Ya sé, ya sé! ¡Le tenés “terronera” a mi marío!
encontraba la despreocupación de quien cuenta con el futuro, sostenido por la -¡Le tengo aversión a usted!
abundancia del presente. Verdad que ella seguía enclaustrada en su misterio, mas yo me -¡Desagradecío! La niña Alicia no sabe náa. Sólo me encargó que no te creyera.
agasajaba con esta seguridad: son extravagancias de mujer rica. -¿Qué dice usted? ¿Qué dice usted?
Cuando Fidel me avisó que el contrato se había perfeccionado, no tuve la menor -Que el yanero es el sincero; que al serrano ni la mano.
sorpresa. Parecióme que el administrador de mis bienes estaba rindiéndome un informe Pálido de cólera, entré en la sala.
sobre el modo acertado como había cumplido mi voluntad. -¡Alicia, no me agrada tu compañerismo con la niña Griselda! ¡Puede contagiarte su
-¡Franco, esto saldrá a pedir de boca! ¡Y si el negocio fallare, tengo mucho con qué vulgaridad! ¡No conviene que sigas durmiendo en su cuarto!
responder! -¿Quieres que te la deje sola? ¿No respetarás ni al dueño de casa?
Entonces Fidel, por primera vez, me averiguó el objeto de mi viaje a las pampas. -¡Escandalosa! ¿Vuelven ya tus celos ridículos?
Lúcidamente, ante la posibilidad de que mi compañera hubiera cometido alguna La dejé llorando y me fuí al caney. La vieja Tiana prendía remiendos en la camisa del
indiscreción, respondí. mulato, que, semidesnudo, con las manos bajo la cabeza, esperaba la obra tendido en un
-¿No habló usted con don Rafael? cuero.
Y añadí, después de la negativa: -Blanco, refrésquese en ese chinchorro. ¡Ta haciendo un caló de agua!
-¡Caprichos, caprichos! Se me antojó conocer a Arauca, bajar el Orinoco y salir a En vano pretendía conciliar el sueño. Me importunaba el cacareo de una gallina que
Europa. ¡Pero Alicia está tan maltratada que no sé qué hacer! Además, el negocio no me escarbaba en el zarzo, mientras sus compañeras, con los picos abiertos, acezaban a la
disuena. Haremos algo. sombra, indiferentes al requiebro del gallo que venía a arrastrarles el ala.
-Pena me da que esta “pechugona” de Griselda quiera convertir en una modista a la -¡Estas condenáas no dejan ni dormí!
señora de usted. -Mulata- le dije- ¿cuál es tu tierra?
-Despreocúpese. Alicia encuentra distracción en practicar lo que le enseñaron en el -Esta onde me hayo.
colegio. En casa divide el tiempo entre la pintura, el piano, los bordados, los encajes… -¿Eres colombiana de nacimiento?
-Sáqueme de una duda: ¿Los cabayos de don Rafo se los dio usted? -Yo soy únicamente yanera, del lao de Manaure. Dicen que soy craveña, pero yo no soy
-¡Ya sabe cuánto lo estimo! ¡Me robaron el mejor, ensillado, y todo el equipaje! del Cravo; que pauteña, pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de todas estas yanuras! ¡Pa qué
-Sí, me contó don Rafo…Pero quedan algunos buenos. más patria, si son tan beyas y tan dilatáas! Bien dice el dicho: ¿Onde ta tu Dios? ¡Onde
-Regulares; los de nuestras monturas. te salga el sol!
-Al viejo Zubieta le gustarán. ¡Qué casualidad ésta del negocio, con un hombre tan -¿Y quien es tu padre?- le pregunté a Antonio.
desconfiado! Probablemente nos hizo el ofrecimiento en previsión de que Barrera “se le -Mi mamá sabrá.
atravesara”. Nunca había vendido semejante cosecha. Les respondía a los compradores: -¡Hijo, lo importante es que hayás nacío!
¡si ya no tengo que vender! ¡Sólo me quedan cuatro bichitos! Y para estimularlo a la Con doliente sonrisa, indagué:
venta, se le debían depositar, con pretexto de que las guardara, las libras destinadas al -Mulato, ¿te vas al Vichada?
trato, en la seguridad de que el oro se quedaría allí. Una vez tuvo esa táctica un -Tuve cautivao unos días, pero lo supo el hombre y me “empajó”. Y como dicen que
“saquero” de Sogamoso, hombre corrido y negociante avisado, quien, para ganarse la son montes y más montes, onde no se puée andá a cabayo, ¡eso pa qué! A mí me pasa lo
voluntad del abuelo, duró borracho con él varios días. Mas cuando fueron a separar la que al ganao: sólo quero los pajonales y la libertá.
torada, extendió Zubieta su bayetón fuera de los corrales y desnudó la mochila del -Los montes pa los indios- agregó la vieja.
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-A los “pelaos” también les gusta la sabana: que lo diga el daño que hacen. ¡En qué no Así, por un momento, reconquisté la animación veleidosa; pero mi mente seguía
se ve pa enlazá un toro! Necesita hayarse bien remontao y que el potro empuje. ¡Y eyos deprimiéndose con el eco tenaz de los sollozos de Alicia, cuando le dijo a don Rafael en
los cogen de a pie, a carrera limpia, y los desjarretan uno tras otro, que da gusto! Hasta un abrazo desesperado:
cuarenta reses por día, y se tragan una y las demá pa los “zamuros” y los “caricaris”. Y -¡Desde hoy quedaré en el desierto!
con los cristianos también son atrevíos: ¡al dijunto Jaspe le salieron del matorral, casi Yo entendí que ese desierto tenía algo que ver con mi corazón.
debajo del cabayo, y lo cogieron en estampía y lo “envainaron”! Y no valió gritarles. Recuerdo que Fidel y Correa debían acompañar al viajero hasta el propio Tame, en
¡Aposta, andábamos desarmaos, y eyos eran como veinte y echaban flecha pa toas previsión de que los secuaces de Barrera lo asaltaran. Allí contratarían vaqueros
partes! remontados para nuestra cogienda y no podían tardar más que una semana en volver a
La vieja, apretándose el pañuelo que llevaba en las sienes, terció en esta forma: La Maporita.
-Era que el Jaspe los perseguía con los vaqueros y con el “perraje”. Onde mataba uno, “En sus manos queda mi casa”, había dicho Franco, y yo acepté la comisión con
prendía candela y hacía como que se lo taba comiendo asao, pa que lo vieran los disgusto. ¿Por qué no me llevaban a las faenas? ¿Imaginarían que era menos hombre
fugitivos o los vigías que atalayaban sobre los moriches. que ellos? Quizás me aventajaban en destreza, pero nunca en audacia y en fogosidad.
-Mamá, jué que los indios le mataron a él la familia, y como puaquí no hay autoridá, tié Ese día les cobré repentino resentimiento, y loco de alcohol estuve a punto de gritar:
uno que desenredarse solo. Ya ven lo que pasó en el Hatico: “macetearon” a tóos los -¡El que cuida a dos mujeres con ambas se acuesta!
racionales y toavía humean los tizones. Blanco, ¡hay que apandillarnos pa echarles una Cuando partieron entré en la alcoba a consolar a Alicia. Estaba de bruces sobre su catre,
buscáa! oculto el rostro en los brazos, hipante y llorosa. Me incliné para acariciarla, y apenas
-¡No, no! ¿Cazarlos como a fieras? ¡Eso es inhumano! hizo un movimiento para alargarse el traje sobre las pantorrillas. Luego me rechazó con
-Pues lo que usté no haga contra eyos, eyos lo harán contra usté. brusquedad.
-¡No contradigas, zambo alegatista! El blanco es más leído que vos. Preguntále más -¡Quita! ¡Sólo me faltaba verte borracho!
bien si masca tabaco y dále una mascáa. Entonces, en su presencia, le di un abrazo a la patrona.
-No, gracias, viejita. Eso no es conmigo. -¿No es verdad que tú si me quieres? ¿Que sólo he tomado dos copitas?
-Ahí tan remendaos tus “chiros”- díjole al mulato, aventándole la camisa- ¡Ora -Y si las bebieras con cáscaras de quinina, no te darían calenturas.
rómpelos en el monte! ¿Ya trujiste la “vengavenga”? ¿Cuánto hace que te la han -¡Sí, amor mío! ¡Lo que tú quieras! ¡Lo que tú quieras!
solicitao? Indudablemente, fué entonces cuando salió con la botella hacia la cocina y le puso
-Si me da café, la traigo. “vengavenga”. Pero yo, a los pies de Alicia, me quedé profundamente dormido.
-¿Y qué es eso de vengavenga? Y esa tarde no bebí más.
-Encargos de la patrona. ¡Es la cascarita de un palo que sirve pa enamorá!

* * * * * *

Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis en que la razón trata de


divorciarse del cerebro. A pesar de mi exuberancia física, mi mal de pensar, que ha sido Desperté con el alma ensombrecida por la tristeza, huraño y nervioso. Miguel había
crónico, logra debilitarme de continuo, pues ni durante el sueño quedo libre de la visión llegado del hato en un potro “coscojero” de falsa rienda, y mantenía conversación en el
imaginativa. Frecuentemente las impresiones logran su máximum de potencia, en mi caney con Sebastiana.
excitabilidad, pero una impresión suele degenerar en la contraria a los pocos minutos de -Vengo a yevá mi gayo y a ve si Antonio me presta su tiple.
recibirla. Así, con la música, recorro la gama del entusiasmo para descender luego a las -Aquí el que manda ahora es el blanco. Pedile permiso pa cogé tu poyo. El requinto no
más refinadas melancolías; de la cólera paso a la transigente mansedumbre, de la lo pueo prestá no tando su dueño.
prudencia a los arrebatos de la insensatez. En el fondo de mi ánimo acontece lo que en El hombre, desmontándose, acercóseme tímidamente:
las bahías: las mareas suben y bajan con intermitencia. -Ese gayito es mío y lo quero poné en cuerda pa las riñas que vienen. Si me lo deja
Mi organismo repudia los excitantes alcohólicos, aunque saben llevar el marasmo a las yevá, espero que escurezca pa cogelo en el palo.
penas. Las pocas veces que me embriagué, lo hice por ociosidad o por curiosidad: para El recién venido me pareció sospechoso.
matar el tedio o para conocer la sensación tiránica que bestializa a los bebedores. -¿No mandó razón ninguna el señor Barrera?
El día que don Rafo se separó de nosotros sentí vago pesar, augurio de males próximos, -Pa usté, no.
certidumbre de ausencia eterna. Yo participaba, al ver que se iba, del entusiasmo de la -¿Para quién?
empresa, cuyo programa empezaba a cumplirse con las gestiones encomendadas a él. -Pa naide
Pero a la manera que la bruma asciende a las cimas, sentía subir en mi espíritu el vaho -¿Quién te vendió esa montura? –dije, reconociendo la mía, la misma que me robaron en
de la congoja humedeciéndome los ojos. Y bebí con ahínco las copas que precedieron a Villavicencio.
la despedida. -Se la mercó el señor Barrera a un guate que vino del interió hace dos semanas. Dijo que
se la vendía porque una culebra le había matao el cabayo.
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-¿Y cómo se llama el que la vendió? -¿Con ambas?


-Yo no lo vi. Apenas escuché el cuento. -Así será.
-¿Y tú acostumbras a usar la silla de Barrera?- rugí, acogotándolo- ¡si no me confiesas El corazón empezó a golpearme el pecho, como un redoblante. En mi garganta se
dónde está él, dónde quedó escondido, te trituro a palos! Pero si eres leal a mi pregunta, ahogaba, seca, la voz.
te daré el gallo, el tiple y dos libras. -¿Barrera es un caballero generoso?
-Suélteme, pa que no malicéen que le confieso. -Es de “chuzo”. Dicen que da cuanta mercadería quera el solicitante, lo hace firmá en un
Lo llevé hacia la corraleja, y me dijo: libro y le entrega cualquier retazo advirtiendo: “Lo demá se lo tengo en el Vichada”. Yo
-Quedó agazapao en la otra oriya del monte, porque no vido la señal convenía, es decir, le he perdío la voluntá.
el bayetón extendío en el tranqueo por el lao rojo. Por eso me mandó con la recomienda -¿Y cuánto dinero te dió?
de que si no había peligro desensiyara el rango y lo esperara. El vendrá con la noche, y -Cinco pesos, pero me cogió recibo por diez. Me tiée ofrecía una muda nueva y nada me
yo, como aviso debo tocá tiple, pero no he podido hablá con la mujé. ha dao. Así con tóos. Ya despachó gente hacia San Pedro de Arimena, pa que le alisten
-¡No le digas nada! “bongos” en el Muco. El hato ha quedao casi solo. Hasta el Jesús ya se largó, pero
Y lo obligué a desensillar. pasando por Orocué con una razón del viejo Zubieta pa la autoridá.
Ya había oscurecido, y sólo en el límite de la pampa diluía el crepúsculo su huella -¡Está bien! Toma el requinto y canta.
sangrienta. La vieja Tiana salió de la cocina, llevando encendido el mechero de -Toavía es temprano.
“kerosén”. Las otras mujeres rezaban el rosario con murmullo lúgubre. Dejé al hombre Esperamos casi una hora. La idea de que Alicia me fuera infiel llenábame de cóleras
en espera y me fui al cuartucho de Antonio por el requinto. A oscuras lo descolgué de la súbitas, y para no estallar en sollozos me mordía las manos.
percha y saqué la escopeta de dos cañones. Acabado el rezo, me presenté con las manos -¿Usté piensa matá al hombre?
vacías ante la niña Griselda: -¡No, no! Sólo quiero saber a qué viene.
-Un hombre le espera en el patio. -¿Y si es a toparse con su mujercita?
-¡Ah! ¡Miguelito! ¿Vino a buscá el tiple? -Tampoco.
-Sí. Es bueno prestárselo. Lléveselo usted. En ese rincón está. -Pero eso le quedaría feo a usté.
Cuando salió, pretendí, en vano, descubrir en los ojos de Alicia alguna complicidad. -¿Crees que debo matarlo?
Estaba fatigada, quería recogerse temprano. -Esas son cosas suyas. Lo que ha de tené es cuidao con yo. Aguáitelo en la talanquera
-¿No apetece ver la salía de la luna?- propuso Sebastiana. porque me voy a poné a cantá.
-No- dije-. La llamaré cuando sea tiempo. Le obedecí. A poco, me dijo:
Y con disimulo cogí la botella bajo la ruana. Serenamente, sin que en mi rostro se -No se emborrache. Póngale pulso a la puntería.
delatara el propósito trágico, le advertí a la niña Griselda apenas regresó: Por encima de la platanera tendió más tarde la luna un reflejo indeciso, que fue
-Sebastiana puede quedarse aquí en la sala. Yo guindaré mi chinchorro en el corredor dilatándose hasta envolver la inmensidad. El tiple elevó su rasgueo melancólico en el
del caney. Necesito aire fresco. preludio de la tonada:
-Eso sí es bien pensao. Con estos calores no se puée dormí-observó la mulata.
-Si querés -propúsole la patrona- dejá la puerta de par en par. Pobrecita palomita,
Al oír esto sentí maligna satisfacción. Di las buenas noches acentuando estas frases: que el gavilán la cogió;
-Miguel me ofreció cantar un “corrido”. No tardaré en acostarme. aquí va la sangrecita
Al breve rato apagaron la luz. por donde se la llevó.

Con el alma en los ojos, tendía yo la escopeta hacia el caño, hacia los corrales, hacia
* * * todas partes. El pavo, desde la cumbrera de la cocina, hirió la noche con destemplados
gritos. Afuera, en alguna senda del pajonal, aullaron los perros.

Aquí va la sangrecita
Mi primer cuidado fué mirar si en el patio estaban los perros. Los llamé en voz baja, por donde se la llevó.
anduve por todas partes con extraordinaria cautela. ¡Nada! Afortunadamente habrían
seguido a los viajeros. Las mujeres encendieron luz en el cuarto. La vieja Tiana, como una ánima en pena,
Llegué al caney, orientado por el tabaco que fumaba el hombre. asomó al umbral.
-Miguelito, ¿quiere un trago? -¡Hola, Miguel; dice la niña Griselda que dejés dormí.
Devolvióme la botella escupiendo: El cantador enmudeció y fué luego a buscarme.
-Qué amargo tá ese ron. -Se me olvidó decile que yo estaba obligao a yevarle la curiara. Me voy. Cuando
-Dime: ¿con quién tiene cita Barrera? volvamos, tírele al de adelante. ¡Si le pega, yo se lo echaré a los caimanes y acabáas son
-No sé con cuál es. cuentas!
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Lo vi alejarse en la embarcación, sobre el agua enlutada donde los árboles tendían sus huido! Tenía sed y de nuevo apuré la botella. Recogí el arma y para enfriarme las
sombras inmóviles. Entró luego en la zona oscura del charco, y sólo percibí el cabrilleo mejillas las oprimía contra los cañones. Triste porque Alicia me desamparaba, empecé a
del canalete, rútilo como cimitarra anchurosa. llorar. Luego declamé a gritos:
Esperé hasta la madrugada. Nadie volvió. -¡No le hace que me dejes solo! ¡Para eso soy hombre rico! ¡Nada quiero de ti, ni de tu
¡Dios sabe lo que hubiera pasado! muchacho, ni de nadie! ¡Ojalá que ese bastardo te nazca muerto! ¡Ni será hijo mío!
¡Lárgate con el que se te antoje! Tú no eres más que una querida cualquiera.
Después hice disparos.
* * * -¿Dónde está Franco, que no sale a defender a su hembra? ¡Aquí me tiene! ¡Yo vengaré
la muerte del Capitán! ¡Al que se presente lo mato! ¡A Barrera no, a Barrera no; para
que Alicia se vaya con él! ¡Se la cambio por brandy, por una botella no más!
Al rayar el día, ensillé el caballo de Miguel y puse la escopeta en el zarzo. La niña Y recogiendo la que tenía, monté en el potro, me tercié la escopeta y partí a escape por
Griselda, que andaba con un cubo rociando las matas, me observaba inquieta. el llano impasible, dando a los aires este pregón enronquecido y diabólico:
-¿Qué tas haciendo? -¡Barrera, Barrera! ¡Alcohol, alcohol!
-Aguardo a Barrera, que amaneció por aquí.
-¡Exagerao! ¡Exagerao!
-Oiga, niña Griselda: ¿cuánto le debemos? * * *
-¡Cristiano! ¿Qué me decís?
-Lo que oye. La casa de usted no es para gentes honradas. Ni a usted le conviene
echarse en el pajonal teniendo su barbacoa. Media hora después, los del hato me vieron pasar. Del otro lado del caño me gritaban y
-¡Ponele freno a tu lengua! Tas bebío. me hacían señas. Por el vado que me indicaron hostigué el potro y salí al patio,
-Pero no con el licor que le trajo Barrera. dispersando la gente a pechadas, entre una algarabía de protestas.
. ¿Acaso fué pa mí? -¡A ver! ¿Quién manda aquí? ¿Por qué se esconde Barrera? ¡Que salga!
-¿Quiere decir usted que fué para Alicia? Y colgando la escopeta en la montura, salté desarmado. Todos esperaban perplejos.
-Vos no la podés obligá ni a que te quiera ni a que te siga, porque el cariño es como el Algunos sonrieron mirándose.
viento: sopla pa cualquier lao. -¡Guá, chico! ¿Qué quieres tú?
Al oír esto, con alterna premura, chupé la botella y bajé el arma. La niña Griselda salió Tal dijo una mujercilla, halconera de rostro envilecido por el colorete, cabello
corriendo. Empujé la puerta. Alicia, a medio vestir, estaba sentada en el catre. oxigenado y brazos flacuchos, puestos en jarras sobre el cinturón del traje vistoso.
-¿Comprendes lo que está pasando por ti? ¡Vístete! ¡Vámonos! ¡Aprisa! ¡Aprisa! -¡Quiero jugar a los dados! ¡Nada más que jugar! ¡En este bolsillo están las libras!
-¡Arturo, por Dios!... Y tiré unas a lo alto, y se regaron en el suelo.
-¡Me voy a matar a Barrera en presencia tuya! Entonces oí la voz carrasposa del viejo Zubieta, que ordenaba desde el cuarto contiguo:
-¡Cómo vas a cometer ese crimen!.. -Clarita, el cabayero, que siga.
-¡No llores! ¿Te dueles ya del muerto? Acaballado en el chinchorro y tendido de espaldas, en camiseta y calzoncillos, estaba el
-¡Dios mío!..¡Socorro! hacendado, de barriga protuberante, ojos de lince, cara pecosa y pelo rojizo.
-¡Matarlo! ¡Matarlo! ¡Y después a ti, y a mí y a todos! ¡No estoy loco! ¡Ni tampoco Alargándome sus manos, que además de ser escabrosas parecían hinchadas, hizo
digan que estoy borracho! ¿Loco? ¡No! ¡Mientes! ¡Loco, no! ¡Quítame ese ardor que me rechinar entre los bigotes una risa:
quema el cerebro! ¿Dónde estás? ¡Tiéntame! ¿Dónde estás? -¡Cabayero, dispense que no me pueo enderezá!
Sebastiana y la niña Griselda se esforzaban por sujetarme. -¡Yo soy el socio de Franco, el cliente de los mil toros, y, si quiere, se los pagaré al
-¡Calma, calma, por lo más querío! Soy yo. ¿No me conocés? contado!
Me echaron en un chinchorro y pretendieron coserlo por fuera; mas, con pataleo brutal -¡Ansina sí, ansina sí! Pero usté debe cogerlos porque el “zambaje” que tengo ta de pie,
rompí las cabuyas, y agarrando a la niña Griselda del moño, la arrastré hasta el patio. y no sirve pa náa.
-¡Alcahueta! ¡Alcahueta!- y de un puñetazo en el rostro la bañé en sangre. -Yo conseguiré vaqueros, bien montados, y no dejaré que me los sonsaquen para el
Luego, en el delirio vesánico, me senté a reír. Divertíame el zumbido de la casa, que Vichada.
giraba en rápido círculo, refrescándome la cabeza. -Me gusta usté. ¡Eso tá bien hablao!
-¡Así, así! ¡Que no se detenga porque estoy loco! Salí a meter mis aperos y vi a Clarita, cuchicheando con mi enemigo, mientras que con
Convencido de que era un águila, agitaba los brazos y me sentía flotar en el viento, por una totuma le echaba agua en las manos. Al verme, se escondieron detrás de la casa.
encima de las palmeras y de las llanuras. Quería descender para levantar en las garras a -¿Qué ladrón recogió el oro que tiré aquí?
Alicia, y llevarla sobre una nube, lejos de Barrera y de la maldad. Y subía tan alto, que -Vení, quitámelo, replicó un hombre, en quien reconocí al del winchester que pretendió
contra el cielo aleteaba, el sol me ardía el cabello y yo aspiraba el ígneo resplandor. decomisarle la mercancía a don Rafael- ¡Ora sí podemos arreglá lo del otro día ¡
Cuando la convulsión hizo crisis, intenté caminar, pero sentía correr el suelo bajo mis ¡Sinvergüenza, ora sí me topás!
plantas en sentido contrario. Apoyándome en la pared, entré en la sala vacía. ¡Habían
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Adelantóse amenazante, mirando hacia el punto donde su patrón estaba escondido, -Tire por mitad, cien toros- exclamó el vejete, dando fuertes golpes en la mesa.
como en espera de una orden. ¡Sin darle tiempo, lo aplasté de una sola trompada! Entonces noté que los zapatos de mi adversario pisaban los de Clarita y tuve el
Barrera acudió exclamando: presentimiento de que llegaba el fraude.
-Señor Cova ¿qué pasa? ¡Venga usted acá! ¡No haga caso de los peones! ¡Un caballero Con frase feliz decidí a la mujer:
como usted!... -Juguemos esto en compañía.
El ofendido fué a sentarse contra el petril, y, sin apartar de mí los ojos, se enjugaba la Ella extendió al instante sobre el montoncillo de granos las manos avaras. El rubí de su
sangre de las narices. anillo se encendió en sangre.
Barrera lo reprendió con dictados crueles: Zubieta maldijo su suerte cuando lo venció mi jugada.
-¡Malcriado, atrevido! ¡El señor Cova merece respeto! -Ahora con usted- le dije a Barrera, sonando los dados.
Mas, a tiempo que me invitaba a penetrar en el corredor, prometiendo que el oro me Recogiólos sin inmutarse, y, mientras los agitaba, cambiándolos, pretendió distraernos
sería devuelto, el hombre desensilló mi caballo y guardóse la escopeta y yo me olvidé con un chiste de baja ley. Pero al lanzarlos sobre la mesa, los atrapé de un golpe:
del arma. -¡Canalla, estos dados son falsos!
La gente hacía comentarios en la cocina. Trabóse de súbito una reyerta y la lámpara rodó por el suelo.
En el cuarto, Clarita estaba refiriéndole al viejo lo que pasaba, porque enmudecieron al Gritos, amenazas, imprecaciones. El viejo cayó del chinchorro, pidiendo auxilio. Yo, a
verme. oscuras, esgrimía los puños a diestro y siniestro hacia cualquier sitio donde oyera una
-¿El cabayero se regresa hoy? voz de hombre. Alguien hizo un disparo, ladraron los perros, rechinaba la puerta con el
-No, amigo Zubieta. ¡No se me antoja! ¡Vine a beber y a jugar, a bailar y a cantar! afán del ahuyentado tumulto, y la ajusté de un empellón, sin saber quién quedaba
-Es un honor que no merecemos- afirmó Barrera-. El señor Cova es una de las glorias de adentro.
nuestro país. Barrera exclamó en el patio:
-¿Y gloria, por qué? - interrogó el viejo-. ¿Sabe montá? ¿Sabe enlazá? ¿Sabe toreá? -¡Ese bandido vino a matarme y a robar al señor Zubieta! ¡Anoche me estuvo
-¡Sí, sí!- grité- ¡Lo que usted quiera! “puesteando”! ¡Gracias a Miguel, que se opuso al crimen y me denunció la asechanza!
-¡Ansina me gusta, ansina me gusta!- Y se agachó hacia el cuero de tigre que tenía bajo ¡Prendan a ese miserable! ¡Asesino! ¡Asesino!
el chinchorro-. Clarita, danos unos “brándises”- dijo, indicándole el garrafón. Yo, desde adentro, le lanzaba atrevidos insultos, y Clarita, conteniéndome, suplicaba:
Barrera, para no beber, salió al corredor, y a poco, vino alargándome un puñado de oro. -¡No salgas, no salgas, porque te acribillan!
-Estas monedas son de usted. El viejo gimoteaba espantado:
-¡Miente! Desde ahora son de Clarita. -¡Alumbren, que escupo sangre!
Ella las recibió sonriendo y me dio las gracias con este cumplido: Cuando me ayudaron a echar el cerrojo, sentí humedecida una de mis muñecas. Tenía
-¡Aprendan! ¡Es una dicha encontrar cabayeros! una puñalada en el brazo izquierdo.
Zubieta se quedó pensativo. De pronto mandó que acercaran la mesa y, cuando Con nosotros quedó encerrada una persona que me puso en las manos un winchester. Al
vaciamos otras copas, señaló un morralito suspendido de un cuerno en la pared sentir que me buscaba, intenté cogerla, por lo cual, susurrando, me repetía:
fronteriza: -¡Cuidado con yo! ¡Soy el tuerto Mauco, amigo de tóo el mundo!
-Clarita, danos “las muelas de santa Polonia”. Afuera empujaban la puerta, y yo, sin permanecer en un solo punto, perforaba las tablas
Clarita puso los dados sobre la mesa. a tiros, iluminando la estancia con el relampagueo de los fogonazos. Al fin terminó la
agresión. Quedamos sumidos en el más pavoroso silencio y mi oído acechante
dominaba la oscuridad. Por los huecos que abrieron mis balas, observé con sigilosa
* * * pupila. Hacía luna y el patio estaba desierto.
Mas por instantes recogía el rumor de voces y risotadas que venían quien sabe de
Indudablemente, mi nueva amiga me favoreció aquella noche en ese juego plebeyo, dónde. El dolor de la herida empezó a rendirme y el vértigo del alcohol me echó a tierra.
desconocido para mí. Tiraba yo los dados con nerviosidad y a veces caían debajo del Allí me desangré hasta que Dios quiso, entre el pánico de mis compañeros, que en algún
chinchorro. Entonces el viejo, entre carcajadas y toses, preguntaba: rincón se decían: Parece que está agonizando.
-¿Me ganó? ¿Me ganó? -¡Agua, agua! ¡Estoy herido! ¡Me muero de sed!
Y ella, entre una humareda de tabaco, ladeando la farola, respondía:
-Echó “cenas”. Es un chico de suerte.
Barrera, simulando confianza en las palabras de la mujer, confirmaba tales decisiones * * *
pero vivía celoso de que no escaseara el licor. Clarita, ebria, me apretaba la mano al
descuido; el viejo, ebrio, tatareaba una canción obscena; mi rival, por encima de la luz
temblorosa, me sonreía irónico; yo, semiinconsciente, repetía las “paradas”. En la puerta Al amanecer, abrieron el cuarto y me dejaron solo. Desperté con desmayada dolencia a
del acalorado cuartucho, los peones seguían el juego con interés. los gritos que daba el dueño del hato, reprendiendo a la peonada por indolente, pues no
Cuando quedé dueño de casi todo el montón de frisoles que representaba un valor quiso salvarlo de la batahola.
convenido, Barrera me propuso jugarlo en “paro”, vaciando las morrocotas del chaleco.
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-¡Gracias al guate- repetía-, gracias al guate estoy contando el cuento! El tenía razón, los no haber sido severo con ella, la de no haberle impuesto a toda costa mi autoridad y mi
dados eran falsos y con eyos me había estafao mi plata ese tramposo del Barrera. ¡Aquí cariño. Así, con la sinrazón de este razonamiento, envenenaba mi ánima y enconaba mi
topé uno bajo la mesa! Convénzanse. Tiene azogue por dentro. corazón.
- No podíamos arrimá por los tiros. ¿Verdaderamente me habría sido infiel? ¿Hasta qué punto le había mareado el espíritu
-¿Y quién hirió a Cova? la seducción de Barrera? ¿Habría existido esa seducción? ¿A qué hora pudo llegarle la
-¿Quién sabrá? influencia del otro? ¿Las palabras reveladoras de la niña Griselda, no serían mensajes de
-Vayan a decirle al Barrera que no lo quero aquí; que pa eso tiene sus toldos, que se astucia para decidirme en su favor, calumniando a mi compañera? Tal vez había sido yo
quede ayá. ¡Que si no sabe pa qué son los caminos; que el guate tá aquí con la carabina! injusto y violento; pero ella debía perdonarme, aunque no le pidiera perdón, porque le
Clarita y el tuerto Mauco vinieron en mi socorro trayendo un caldero de agua caliente. pertenecía con mis cualidades y defectos, sin que le fuera dable hacer distingos en mí.
Descosieron la manga de la camisa para quitármela sin lastimar el brazo tumido, y Agregábase en descargo mío que la vengavenga me llevó a la locura. ¿Cuándo en sano
luego, humedeciendo los bordes de la tela pegada, descubrieron la herida, pequeña pero juicio le di motivos de queja? Entonces, ¿por qué no venía a buscarme?
profunda, abierta sobre el músculo cercano al hombro. La lavaron con aguardiente, y, Parecíame a ratos verla llegar, bajo el sombrero de lánguidas plumas, tendiéndome los
antes de extenderle la cataplasma tibia, el tuerto, con unción ritual, exclamó: brazos entre sollozos: “¿Qué desalmado te hirió por causa mía? ¿Por qué estás tendido
-Pongan fe, porque la voy a rezá. en el suelo? ¿Cómo no te dan la cama?” Y anegándome el rostro en lágrimas sentábase
Admirado yo, observaba al hombruco, de color terroso, mejillas fofas y amoratados a mi cabecera, dándome por almohada sus muslos trémulos, peinando hacia atrás mis
labios. Puso en el suelo, con solicitud minuciosa, el bordón en que se apoyaba, y encima cabellos, con mano enternecida y amorosa.
el sombrero grasiento, de roídas alas, que tenía como cinta un mazo de cabuyas a medio Alucinado por la obsesión, me reclinaba sobre Clarita, apartándome al reconocerla.
torcer. Por entre los harapos se le veían las carnes hidrópicas, principalmente el -Chico, ¿por qué no descansas en mis rodillas? ¿Quieres más limonada para la fiebre?
abdomen, escurrido en rollo sobre el empeine. Volvió parpadeando hacia la puerta el ¿Te cambio el vendaje?
ojillo tuerto, para regañar a los muchachos que se asomaban. A veces sentía la tos impaciente de Zubieta en el corredor.
-¡Esto no es cosa de juego! ¡Si no han de poné fe, lárguense, porque se pierde la virtú! -Mujé, quítate de ahí que acaloras al enfermo. ¡Ni tu marío que juera!
Los gandules permanecieron fervorosos, como en un templo, y el viejo Mauco, después Clarita se alzaba de hombros.
de hacer en el aire algunos signos de magia, masculló una retahíla que se llamaba “La ¿Y por qué aquella mujer no me desamparaba, siendo una escoria de lupanar, una
oración del justo juez”. sombra del bajo placer, una loba ambulante y famélica? ¿Qué misterio redimía su alma
Satisfecho de su ministerio, recogió el sombrero y el palo, y dijo, inclinándose sobre el cuando me consentía con avergonzada ternura, como cualquiera mujer de bien, como
cuero de toro donde me hallaba tendido: Alicia, como todas las que me amaron?
-No se deje “acochiná” del doló. Yo lo curo presto: con otra rezáa tiene. Alguna vez me preguntó cuántas libras me quedaban en el bolsillo. Eran pocas, y las
Miré con asombro a Clarita como para indagar la certidumbre de cuanto estaba pasando. guardó en el seno; mas en un momento que nos dejaron solos, me leyó un papel al oído:
Era convencida creyente que manifestaba respeto fanático. Para ahuyentar mis dudas, “Zubieta te debe doscientos cincuenta toros; Barrera cien libras, y yo te tengo guardadas
expuso: veintiocho”.
-¡Guá, chico!, Mauco sabe de medicina. Es el que mata las gusaneras, rezándolas. Cura -Clarita, tú me has dicho que mi ganancia en el juego estuvo exenta de dolo. Todo eso
personas y animales. es para ti, que has sido tan buena conmigo.
-No sólo eso- añadió el mamarracho-. Sé muchas oraciones pa tóo. Pa topá las reses -Chico, ¿qué estás diciendo? No creas que te sirvo por interés. Sólo quiero volver a mi
perdías, pa sacá entierros, pa hacerme invisible a los enemigos. Cuando el reclutamiento tierra, a pedirle perdón a mis padres, a envejecer y morir con eyos. Barrera quedó de
de la guerra grande me vinieron a cogé, y me les convertí en mata de plátano. Una vez costearme el viaje a Venezuela, y, en compensación, abusa de mí, sin más medida que
me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero su deseo. Zubieta dice que se quiere casar conmigo y yevarme a Ciudad Bolívar, al lado
me volví hormiga y me picurié. Si no hubiera sío por yo, quién sabe qué nos hubiera de mis viejecitos. Confiada en esta promesa, he vivido borracha casi dos meses, porque
acontecío en la gresca de anoche. Yo tuve listo pa evaporarme cuando entraran y él me amonesta con su norma invariable: “¿Cuál será mi mujé? La que me acompañe a
taparlos a tóos con mi neblina. Apenas supe que usté taba herío, le recé la oración del bebé”.
“sana que sana” y la hemorragia se contuvo. “En estas fundaciones me dejó botada el Coronel Infante, guerriyero venezolano, que
Lentamente fui cayendo en una quietud sonámbula, en un vago deseo de dormir. Las tomó a Caicara. Ayí me rifaron al tresiyo, como simple cosa, y fuí ganada por un tal
voces iban alejándose de mis oídos y los ojos se me llenaron de sombra. Tuve la Puentes, pero Infante me descontó al liquidar el juego. Después lo derrotaron, tuvo que
impresión de que me hundía en un hoyo profundo, a cuyo fondo no llegaba jamás. asilarse en Colombia y me abandonó por aquí.
“Antier, cuando yegaste a cabayo, con la escopeta al arzón, atropellando a la gente,
caída la gorra sobre la nuca, te me pareciste a mi hombre. Luego simpaticé contigo
* * * desde que supe que eras poeta”.

Un sentimiento de rencor me hacía odioso el recuerdo de Alicia, la responsable de * * *


cuanto pasaba. Si alguna culpa podía corresponderme en el trance calamitoso, era la de
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El viejo hundía los dedos entre las mallas del chinchorro. De repente propuso:
Mauro entraba a rezarme la herida y tuve el tino de aparentar que creía en la eficacia de -Mañana es domingo, y me da el desquite en las riñas de gayos.
sus oraciones. Sentábase en el chinchorro a mascar tabaco, royéndolo de una rosca que -¡Muy bien!
parecía tasajo reseco, e inundaba el piso a salivazos sonoros. Después me daba informes
sobre Barrera:
-Se la pasa metío en el toldo, afiebrao. Sólo me pregunta que hasta cuando va a quearse * * *
usté aquí. ¡Quien sabe pa qué cosas le tará haciendo usté “mal tercio”!
-¿Por qué no ha venido Zubieta a ocupar su chinchorro?
-Porque es “alertao” y teme otra “chirinola”. Duerme en la cocina y se tranca por “Mi admirado señor Cova:
dentro. “¿Qué poder maléfico tiene el alcohol, que humilla la razón humana, abajándola a la
-¿Y Barrera ha vuelto a La Maporita? torpeza y al crimen? ¿Cómo pudo comprometer la condición mansa de mi
-Las calenturas no lo dejan pará. temperamento en un altercado que me enloqueció la lengua, hasta ofender de palabra la
Esta afirmación me aquietaba el espíritu, pues vivía celoso de Alicia y hasta de la niña dignidad de usted, cuando sus merecimientos me imponen vasallaje enaltecedor que me
Griselda. ¿Qué estarían haciendo? ¿Cómo calificarían mi conducta? ¿Cuándo vendrían llena de orgullo?
por mí? “Si pudiera públicamente, echarme a sus pies para que me pisoteara antes de
El primer día que tuve fuerzas para levantarme, suspendí el brazo de un pañuelo, a perdonarme las reprobables ofensas, créame usted que no tardaría en implorarle esa
manera de cabestrillo, y salí al corredor. Clarita barajaba los naipes junto al chinchorro gracia; mas como no tengo derecho ni de ofrecerle esa satisfacción, heme aquí cohibido
donde el viejo dormía la siesta. La casa, pajiza y a medio construir, desaseada como y enfermo, maldiciendo los pasados ultrajes que por fortuna no alcanzaron a salpicarle
ninguna, apenas tenía habitable el tramo que ocupaba yo. La cocina, de paredones siquiera la merecida fama de que goza.
cubiertos de hollín, defendía su entrada con un barrizal formado por las aguas que “Como estoy envilecido por mis desaciertos, mientras usted no me dignifique con su
derramaban las cocineras, sucias, sudorosas y desarrapadas. En el patio, desigual y benevolencia, no ha de parecerle extraña la condición lamentable en que a usted llego,
fragoso, se secaban al sol, bajo el zumbido de los moscones, cueros de reses sacrificadas convertido en un mercachifle común, que trata de introducir en los dominios de la
y de ellos desprendía un zamuro sanguinolentas tiras. En el caney de los vaqueros poesía, la propuesta de un negocio burgués. Es el caso- y perdone usted el atrevimiento-
vigilaban, amarrados sobre perchas, los gallos de riña y en el suelo refocilábanse perros que nuestro buen amigo el señor Zubieta me debía sumas de consideración, por dinero
y lechones. prestado y por mercancías, y me las pagó con unos toros que se hallan en el corral, y
Sin ser visto, me acerqué al tranquero. En los corrales, de gruesos troncos clavados, la que yo recibí entonces en la expectativa de que usted pudiera necesitarlos. Véalos, pues,
torada prisionera se trasijaba de sed. y si algún precio se digna ponerles, sepa que mi mayor ganancia, será la de haberle sido
Detrás de la casa dormían unos gañanes sobre un bayetón extendido encima de las útil en algo.
basuras. A poco trecho, en la costa del caño, divisábanse los toldos de mi rival, y en el Besa sus pies, fervorosamente, su desgraciado admirador,
horizonte, hacia la fundación de La Maporita, perdíase la curva de los morichales… Barrera”.
¡Alicia estaría pensando en mí! Delante de Clarita me fue entregada esta carta. El chicuelo que la trajo me veía
Clarita, al verme, acudió con la sombrilla de muaré blanco: palidecer de cólera y se iba retirando, cautelosamente, ante la tardanza de la respuesta.
-Chico, el sol puede irritarte la herida. Vente a la sombra. ¡No vuelvas a cometer -¡Diga usted a ese desvergonzado que cuando se encuentre a solas conmigo, sabrá en
despropósitos semejantes! qué para su adulación!
Y sonreía, exhibiendo los dientes llenos de oro. Mientras tanto, Clarita releía el papelucho.
Como intencionalmente me hablaba en voz alta, el viejo, al oírla, se incorporó: -Chico, nada te dice de lo que te debe, ni de la puñalada, ni del disparo; porque él fué
-¡Ansina me gusta! ¡Los jóvenes no deben vivir encamaos! quien te hirió. Aquel día, al verte yegar, preparó el revólver y engrasó el estilete. “Ojo
Sentéme sobre la viga que servía de pretil y avoqué el meditado interrogatorio. de garza” con el Miyán, el hombre a quien le pegaste en el patio: ése tiene órdenes
-¿A cómo piensa darnos las resecitas? terminantes. ¿Y sabes tú que Zubieta nada le debe al cauchero por sumas prestadas?
-¿Cuáles serán? Este le dio a guardar unas morrocotas, en la confianza de que yo se las robaría; pero el
-Las de nuestro negocio con Franco. viejo las enterró. Después lo estafó con los dados que conoces. Cada mañana me
-Con él, propiamente, no quedamos en náa. La fundación que da en prenda vale muy pregunta: “¿Ya le sacaste las amariyas? De ayí te daré para el viaje. Bien se conoce que
poco. Pero como usté las paga de “relance”, será bueno cogelas, si tiene cabayos, y no deseas volver a tu extraordinario país”. Ese hombre tiene planes siniestros. Si no
después les ponemos precio. hubieras estado aquí…
Clarita interrumpiónos: -Dame la carta para mostrársela al viejo.
-¿Y cuándo le das a Cova las doscientas cincuenta que te ganó? -No le digas nada, que él es muy sabido. Comprende que Barrera es peligroso y para
-¡Cómo! ¿Qué doscientas cincuenta? distraerlo, le entregó la torada que está en el corral; mas porque no pueda sacarla,
Enderezándose me argüía: mandó a esconder los cabayos. Apenas le dejó los peones en alquiler, después de enviar
-Y si usté hubiera perdío, ¿con qué había pagao? Enséñeme las libras que trujo. emisarios a todas partes con la noticia de que este año no le vendería ganados a nadie.
-¿Qué es eso?- replicó la mujer-. ¿Acaso el único rico eres tú? ¡El que pierde paga!
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Como Barrera se enteró de eyo, el viejo, para desmentirlo, hizo un simulacro de negocio -¡Animo, chico, y sígueme!
con Fidel Franco, sin advertirle que era una simple treta contra el molesto huésped. Llegamos a la barda de los corrales por entre el platanar. Un vasto reposo adormecía a
-¿De suerte que no nos venderá ganado ninguno? la manada. Afuera estornudaban los caballos de los veladores. Entonces Clarita, trepada
-Parece que ha congeniado contigo. en mi rodilla, sacudió la aurimanchada piel.
-¿Cómo haré para ganarme su voluntad? Súbito, el ganado empezó a remolinear, entre espantado choque de cornamentas,
-Es muy senciyo. Soltar el ganado que le dio a Barrera. Con solo asustarlo, romperá los apretándose contra la valla del encierro, como vertiginosa marejada, con ímpetu
corrales. arrollador. Alguna res quebróse el pecho contra la puerta y murió al instante, pisoteada
-¿Me ayudarás esta noche en la empresa? por el tumulto. Los vigías empezaron a cantar, acudiendo con los caballos, y la torada se
-Cuando te dé la gana. Bastará que yo, con este vestido blanco, me asome al tranquero contuvo; mas pronto volvió a remecerse en aborrascadas ondas, crujió el tranquero,
para que la torada “barajuste”. Lo importante es que no mueran atropeyaos los peones hubo berridos, empujones, cornadas. Y así como el derrumbe descuaja montes y rebota
que velan en contorno de los encierros. Afortunadamente se retiran temprano. por el desfiladero satánico, rompió el grupo mugiente los troncos de la prisión y se
-¿Y podrán descubrirnos? derramó sobre la llanura, bajo la noche pávida, con un estruendo de cataclismo, con una
-Absolutamente. Los pocos hombres y mujeres que no han enganchado, se van a los convulsión de embravecido mar.
toldos a jugar naipes, tan pronto como el viejo se “encocina”. Yo también iré, para La peonada y el mujerío acudieron con lámparas, pidiendo socorro. Hasta Zubieta,
alejar falsos testimonios; y cuando calcules que vuelvo, me esperas en el corredor con la siempre encerrado, averiguaba a gritos qué ocurría. Los perros persiguieron el barajuste,
piel de tigre que Zubieta tiene en la sala bajo el chinchorro abandonado. La yevamos cloquearon las gallinas medrosas y los zamuros de la ceiba vecina hendieron la sombra
por la platanera y la sacudimos en el corral. con vuelos entorpecidos.
Después, el que pudiera vernos pensaría: “Esos se levantaron al fragor del tropel”. En los portillos de la corraleja quedaron aplastadas diez reses, y más lejos, cuatro
caballos. Clarita vino con estos pormenores a encarecerme la reserva de nuestra
complicidad.
* * * Cuando coloqué en su antiguo sitio la piel de tigre, todavía retumbaba el desierto.

Sepulté en mi ánimo el ardid vengativo como puede guardarse un alacrán en el seno: a * * *


cada instante se despertaba para clavarme el aguijón.
Ya cuando la tarde se reclinó en las praderas, regresaron los vaqueros con la torada
numerosa. Habíanla llevado al pastoreo vespertino, de gramales profusos y charcales
inmóviles, donde, al abrevarse, borraban con sus belfos la imagen de alguna estrella Al siguiente día me levanté después de los comentarios al suceso nocturno y de las
crepuscular. Venía adelante el rapaz que servía de puntero, acompasando al trotecito de bravatas del viejo, que disimulaba con blasfemias su regocijo interior:
su yegua la tonada pueril que amansa los ganados salvajes. Seguíanlo en grupos los -¡Maldita sea! Yo no tengo la culpa de que el ganao barajustara. Díganle al Barrera que
toros de venerable testa y enormes cuernos, solemnes en la cautividad, hilando una vaya a cogerlo, si tiene bagajes pa remontá la gente. ¡Pero que me pague primero los
espuma en la trompa, adormilados los ojos, que enrojece, con repentino fuego, la furia. cabayos que se malograron! ¡Maldita sea!
Detrás, al paso de sus rocines y entre el dejo de silbidos monótonos, avanzaban las filas -El señó Barrera quié vení pa acá a discutí con usté lo de anoche.
de peones, a los flancos del “rodeo” formidable y letárgico. -Aquí no puée acercarse, porque el guate anda armao y no quero más disgustos en mis
Lo encerraron de nuevo, con maña paciente, cuidadosos de la dispersión. Oíase apenas propiedades.
el melancólico sonsonete del guía, más eficaz que el toque de cuerno en las majadas de -Se me pone- observaba uno- que jue la ánima del difunto Julián Hurtao la que se
mi tierra. Corrieron las trancas y las liaron con “rejos” indóciles. Y cuando oscureció, presentó en el corral, y por eso barajustó la toráa. Alguno de los veladores vió una
encendieron alrededor del corral fogatas de boñiga seca, para aquerenciar al rebaño, que figura blanca sobre la cerca del lao onde dicen que dejó el entierro.
absorto miraba las candelas y el humo, con rumiar apacible, al amparo de las -Puée ser verdá.
constelaciones. -Sí, porque la otra noche se nos apareció, con una linternita en la mano, por la oriya de
Mientras tanto, yo meditaba en nuestro plan de la media noche, en pugna con el temor la sabana, caminando sin pisar el suelo.
que me enfriaba las sienes y me fruncía las cejas. Mas la certidumbre de la venganza, la -¿Y por qué no le preguntaron, de parte de Dios, qué quería?
posibilidad de causarle a mi enemigo algún mal, ponía viveza en mis ojos, ingenio en -Porque apagó la lucecita y casi quedamos privaos.
mis palabras, ardentía en mi decisión. -Bandíos- rugió Zubieta-: Ustedes jueron entonces los que tuvieron cavando entre las
A eso de las ocho, el tuerto Mauco protestó contra las hogueras porque le trasnochaban raíces del algarrobo. ¡Ojalá los tope yo en esas vagabunderías pa echales bala!
los gallos de riña. Como nadie quiso apagarlas, los llevó a mi cuarto. Cuando salí al patio, había mucha gente reunida, pero Barrera no estaba allí. Dándolas
-Démelos posaíta que los poyos son güenos. ¡Pero si se desvelan, se vuelven náa! de inocente, me asomé al corral, donde varios hombres descuartizaban los toros
Mas tarde, el hato quedó en silencio. Sobre los pajonales vecinos tendían su raya destripados.
luminosa las lámparas de los toldos.
Clarita volvió casi ebria.
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-No valió- decía uno- que yo me le pusiera adelante al ganao, corriendo en estampía y
cantándole en la oscuridá pa vé si lo apaciguaba. Fuí hasta muy lejos, y, gracias a mi
potro, no morí atropeyao.
Momentos después, al regresar a la casa, vi que Clarita les vendía ron, en un coquillo Zubieta no se impresionó menos al ver a los recién llegados. Arrastrando el paso les
labrado, a los de la junta. Había hombres desconocidos y debajo de los bayetones les salió al encuentro:
cantaban los gallos. Quiénes discurrían cazando apuestas “a la tapada”, o les afilaban las -¿Y ustées, zamarras, pa ónde bueno caminan?
espuelas a los campeones, o con buches de aguardiente les rociaban el costado, -Para aquí no más- dijo Franco, apeándose.
alzándoles el ala. Patiamarrados con cordeles, escarbando el suelo, desafiábanse los Y me abrazó con efusión.
rivales de plumajes vistosos y cuellos congestionados. Por fin Zubieta tomó un carbón y -De mi rancho, ¿qué noticias me tienes? ¿Qué te pasó en el brazo?
trazó en el piso del caney un círculo irregular. Colocóse en su asiento, recostándolo a -¡Nada! ¿Acaso no vienes de La Maporita?
una columna, frecuentó la botella y con áspera risotada propuso: -Salimos directamente de Tame; pero desde ayer le ordené al mulato Correa que
-¡Voy cien toretes al “requemao” contra el “canaguay”! extraviara hacia mi casa y se viniera contigo trayendo los cabayos. Este abrazo te lo
Clarita, detrás del grupo, movió la cabeza para indicarme que no apostara. Pero yo, con manda don Rafael. Siguió su viaje sin complicaciones, gracias a Dios. ¿Dónde podemos
insolente arrogancia, avancé diciendo: desensiyar?
-¡Escojo el pollo y voy las doscientas cincuenta reses que le gané a los dados! -Aquí, en el caney- rezongó Zubieta. Y les gritó a los jugadores-: ¡Váyanse lejos con su
El viejo se “corrió”. vagabundería, porque “menesteo” la ramáa!
Entonces le dijo un sujeto, apretando el puño: Ellos, recogiendo sus gallos, salieron en dirección a los toldos, con jaleo de tiples y
-Eche diez toros contra las libras que hay aquí, o contra el resto que guardo en mi faja. “maracas”. Y los vaqueros desensillaron.
Zubieta tampoco aceptó. Pero el hombre replicaba porfiado: -¿Verdá que anoche hubo barajuste?
-¡Mire, patrón, son “aguilitas” y “reinitas” pa su entierrito de la “topochera”! -¿Por qué lo dices?
-¡Mentís! Pero si el oro es legítimo, te lo cambio por monea papel. -Desde esta mañana vimos partidas de ganado que corrían solas. Y pensamos: ¡o
-No “le jalo”. barajuste, o los indios! Pero ahora que pasamos por los corrales…
-Préstame una libra pa reconocerla. -¡Sí! Barrera me dejó ir al rodeo. No sé cómo remediará, sin cabayos…
Observóla el viejo por todas partes, con hambrientos ojos, palpó el grabado, hízole -Nosotros nos comprometemos a cogerle las reses que quiera, según lo que él nos
sonar y luego la llevó a los dientes. Satisfecho, gritó: pague- repuso Franco.
-¡Pago! ¡Ta ida la pelea contra el canaguay! -Yo no permito más correteos en mis sabanas, porque los bichos se “mañosean”.
-Pero con la condición de que el tuerto Mauco se largue, porque puée rezarme el poyo. -Quería decir que como desde mañana empezamos la cogienda de los toros que
-¡Yo qué rezo ni qué náa! negociamos…
No obstante, lo hicieron salir del grupo refunfuñando, y lo encerraron en la cocina. -¡Yo no he firmao documento con nadie, ni recuerdo de trato ninguno!
Los careadores levantaron los pollos, y chupándoles los espolones, se los frotaron luego Al repetir esto se golpeaba la pierna.
con limón, a contentamiento del público. Presto, a la voz del juez de pelea, los Cuando el viejo ocupó la hamaca, vino el gallero perdidoso y nos dijo:
enfrentaron dentro del círculo. -Dispensen que los interrumpa.
El gallero gritaba, agachado sobre el palenque: -Echáme pa acá las libras que te gané.
-¡Hurra, poyito! ¡Al ojo, que es rojo; a la pierna que es tierna; al ala, que es rala; al pico, -De eso quería tratarle: al canaguay, lo volvieron loco, al canaguay le dieron quinina,
que es rico; al pescuezo, que es tieso; al codo, que es gordo; a la muerte, que es mi porque desde ayer el tuerto Mauco mermó las píldoras en los toldos, y usté mismo las
suerte! revolvió con granos de maíz. El señor Barrera quiso que yo apostara contra usté, a pesar
Miráronse los contendores con ira, picoteando la arena, esponjando sobre el dorso de lo sucedío, pa probarle que tampoco hace juego legal y que no debe seguir
rasurado y sanguíneo la gorguera de plumas tornasoladas y temblorosas. Con desacreditándolo delante del señor Cova.
simultáneo revuelo, en azul resplandor, lancearon al vacío, por encima de sus cabezas, -Eso lo arreglarán después- interrumpió Franco, sacudiendo al amostazado vejete- ¡Lo
esquivas a la punzada y al aletazo. Rabiosos, entre el vocerío de los espectadores que importante es que me aclare ahora mismo lo del negocio, porque usted se equivoca si
ofrecían “gabelas”, se acometieron una y otra vez, se cosían a puñaladas, se prendían piensa que puede jugar conmigo!
jadeantes y donde agarraba el pico, entraba la espuela, con tesón homicida, entre el -Franquito, ¿venís a matarme?
centelleo de los plumajes, entre el salpique de la sangre ardorosa, entre el ruido de las -Vengo a coger el ganado que me vendió, y para eso traje vaqueros. ¡Lo cogeré, cueste
monedas en el estadio, entre la ovación palmoteada que hizo la gente cuando vió rodar lo que cueste! ¡Y si no, que nos yeve el Judas!
al canaguay con el cráneo abierto, sacudiéndose bajo la pata del vencedor, que erguido Los vaqueros, ganosos de nuevo espectáculo, se agruparon alrededor del chinchorro. Al
sobre el moribundo, saludó a la victoria con un clarineo triunfal. verlos, exclamó Zubieta:
En ese momento palidecí: Franco pasó el tranquero, seguido de varios jinetes. -Señores, sírvanme de testigos que me taba chanceando.
Y cadavérico, porque Franco tenía revólver, se volvió hacia mí con párpados húmedos:
-¡Guate, por Dios! ¡Yo te pago tus resecitas! ¡Franquito, no me hablés de ese modo, que
* * * me asustás!
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El intruso, que presumía de leguleyo, sentenció: Hasta tuve deseos de confinarme para siempre en esas llanuras fascinadoras, viviendo
-¡La legalidá es pa tóos! Páguele también al señor Barrera y quedamos en paz. El tá de con Alicia en una casa risueña, que levantaría con mis propias manos a la orilla de un
salía pal Vichada, y usted es responsable de la demora y los perjuicios. caño de aguas opacas, o en cualquiera de aquellas colinas minúsculas y verdes donde
Con energúmena reprimenda estalló el anciano, colocándose entre Fidel y yo: hay un pozo glauco al lado de una palmera. Allí de tarde se congregarían los ganados, y
-¡Juyero, juyero! ¿No sabes quiénes tan aquí? ¿Querés que te saquemos a palos? ¡Por yo, fumando en el umbral, como un patriarca primitivo de pecho suavizado por la
qué te mezclas con estos cabayeros, que son mis clientes y amigos queríos? ¡Decíle a tu melancolía de los paisajes, vería las puestas de sol en el horizonte remoto donde nace la
Barrera que “no me sabe”, porque éstos me hacen respetá! noche; y libre ya de las vanas aspiraciones, del engaño de los triunfos efímeros, limitaría
Y, apoyándose en nuestros hombros, le asestó un puntapié. mis anhelos a cuidar de la zona que abarcaran mis ojos, al goce de las faenas
campesinas, a mi consonancia con la soledad.
¿Para qué las ciudades? Quizá mi fuente de poesía estaba en el secreto de los bosques
* * * intactos, en la caricia de las auras, en el idioma desconocido de las cosas; en cantar lo
que dice al peñón la onda que se despide, el arrebol a la ciénaga, la estrella a las
inmensidades que guardan el silencio de Dios. Allí en esos campos soñé quedarme con
Cuando Franco me vió la herida y le conté lo sucedido, cogió el winchester para Alicia, a envejecer entre la juventud de nuestros hijos, a declinar ante los soles
desafiar a Barrera y salió corriendo. Clarita lo contuvo en el patio. nacientes, a sentir fatigados nuestros corazones entre la savia vigorosa de los vegetales
-¿Qué vas a hacer? Nosotros tomamos ya venganza- Y le refirió lo del barajuste. centenarios, hasta que un día llorara yo sobre su cadáver, o ella sobre el mío.
Al ver la decisión de aquel hombre leal que arriesgaba la vida por mí, sobrecogíme de
remordimiento y quise confesarle lo sucedido en La Maporita para que me matara.
-Franco- le dije-. Yo no soy digno de tu amistad. ¡Yo le pegué a la niña Griselda! * * *
Desconcertado, se ahogó en estas voces:
-¿Alguna falta que te cometió? ¿A tu señora? ¿A ti?
-¡No, no! Me emborraché y las ofendí a ambas, sin motivo alguno. ¡Hace ya siete días
que las dejé solas! ¡Dispara contra mí esa carabina! Franco dispuso que yo no fuera a las sabanas porque podía gangrenarse mi brazo si se
Tirándola al suelo, se echó en mis brazos: enconaba la cicatriz. Además, los potros escaseaban y era mejor destinarlos a los
-Tú debes tener razón, y si no tienes te la concedo. vaqueros reconocidos. Este razonamiento me llenó de amargura.
Y nos separamos sin decir una palabra más. Salieron del hato quince jinetes a las dos de la madrugada, después de apurar el sorbo de
Entonces Clarita me estrechó la mano: café tinto tradicional. Al lado de las monturas, sobre el ijar derecho de las caballerías,
-¿Por qué no me habías dicho que tienes señora? colgaban en rollo las sogas llaneras, cuyo extremo se anudaba a la cola de cada trotón.
-Porque de ella no debemos hablar los dos. Lucían los vaqueros sendos bayetones, extendidos sobre los muslos para defenderse del
Quedóse pensativa, con la vista baja, volteando entre los dedos el cordón de una llave. toro en los lances frecuentes, y al cinto portaban el dentado cuchillo para descornar.
Después me la ofreció, diciendo: Franco me dio el revólver, pero colgó su winchester del borrén de la silla.
-¡Ahí te queda tu oro! Volvió luego a rendirme el sueño. ¡Ah, si hubiera sentido lo que entonces debió pasar!
-Yo te lo regalé, y si no lo aceptas como obsequio, déjalo en pago de tus solicitudes A poco de salir el sol, llegó el mulato Correa, trayendo reatados los caballos de don
durante mi enfermedad. Rafael. Le salí al encuentro, por delante de los toldos, y vi que Barrera estaba
-¡Ojalá que te hubieras muerto! afeitándose. Clarita, sentada sobre un baúl, le sostenía el espejo con las manos. Sin
La vi alejarse hacia la cocina, donde los músicos bebían “guarapo”. Desde allí, para que contestarles el saludo, me puse al estribo del mulato y entramos en la corraleja.
yo la oyera, acentuó: -¿Viste a Alicia, qué recado me traes?
-¡Díganle a Barrera que siempre me voy con él! -Con eya no pude verme porque taba yorando encerráa. La niña Griselda les mandó esta
Y, despechada, empezó a bailotear un “bunde”, alzándose el traje más arriba de las maleta de ropa, será pa que se le presenten mudaos. A tóo momento se asoma, a vé si
rodillas, entre cuchufletas y palmoteos. ustedes yegan. Taba arreglando petacas y dijo que hoy se venían pa acá.
Mi corazón, libertado del peso de la inquietud, comenzó a latir ágilmente. Ya no me Esta noticia me tornó jovial. ¡Por fin mi compañera vendría a buscarme!
quedaba otra congoja que la de haber ofendido a Alicia, pero cuán dulce era el -¿Y llegarán en la curiara?
pensamiento de la reconciliación, que se anunciaba como aroma de sementera, como -La patrona hizo dejá tres cabayos.
lontananza de amanecer. De todo nuestro pretérito sólo quedaría perdurable la huella de -¿Y te preguntaron por mí?
los pesares, porque el alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las -Mi mamá me dijo que usté le iba a yená al hombre la cabeza de cuentos.
floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza. Pero, cuitados o -¿Y sabían lo de mi brazo?
dichosos, debíamos serlo en grado sumo, para que más tarde, si la fatalidad nos apartaba -¿Qué le pasó? ¿Lo tumbó alguna bestia?
por diversos caminos, nos aproximara el recuerdo al hallar abrojos semejantes a los que -Una heridita, pero ya estoy bien.
un día nos sangraron, o perspectivas como las que otrora sonrieron, cuando teníamos la -¿Y ónde me tiene mi “morocha”?
ilusión de que nos amábamos, de que nuestro amor era inmortal. -¿Tu escopeta? Debe estar con mi montura en los toldos. Vete a reclamarla.
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Al quedar solo, una duda lancinante me conmovió: ¿Barrera habría vuelto a La -Puée alcanzarnos la gente del hombre. Por eso repetí que íbamos a la vega del Pauto,
Maporita? Yo lo hacía vigilar por Mauco a mañana y noche: ¿pero el tuerto me diría la pa que lo oyeran los “mucharejos” que componían las puertas del corral. Ora cogemos
verdad? Y pensé: puesto que Barrera se acicala, ha sabido ya que Alicia llega. Tal vez ponde dijo usté.
sí, tal vez no. Habríamos caminado tres leguas más, cuando volvió a apartarme del pensamiento de
Pero Alicia sabría conducirse. Además, aquel hombre me tenía miedo. ¿Por qué no lo Alicia.
apartaba de mi pensamiento para hundirme en el augurio de la visita feliz? Si Alicia me -Yo quiero consultarle mi caso, y perdone. La Clarita “me ha puesto el ojo”.
buscaba, era obedeciendo al amor, y vendría a reconquistarme, a hacerme suyo para -¿Estás enamorado de ella?
siempre, entre azorada y puntillosa. Con agravado acento, con tono de reconvención, me -Esa es la consulta. Hace quince días me echó este floreo: “¡Qué negrito tan bien
reprocharía mis faltas; y para hacérmelas mayores se ayudaría de aquel gesto jormao! ¡Ansina me provoca uno!”
inolvidable y habitual con que sellaba su boca, contrayendo los labios para llenar de -¿Y qué respondiste?
gracia los hoyuelos de las mejillas. Y queriendo perdonar, me repetiría que era -Me dio vergüenza…
imposible el perdón, aunque la enmienda superara al propósito y a la súplica. -¿Y después?
Por mi parte, pondría también en juego mi habilidad para retardarle el instante del beso -Eso también va con la consulta: me propuso que colgáramos al viejo Zubieta y nos
gemebundo y conciliador. Desde la orilla del caño le alargaría la mano ceremoniosa juyéramos pa lejos.
para que saliera de la curiara, cuidando de que advirtiera el cabestrillo de mi brazo -¿Y por qué? ¿Cómo? ¿Para que?
enfermo, y negándome después a la urgencia de sus preguntas: -Pa que diga ónde timé el oro enterrao.
-¿Estás herido? ¿Estás herido? -¡Imposible! ¡Imposible! Esa es una sugestión de Barrera.
-No es nada grave, señora. ¡Me apena tu palidez! -Cabalmente, porque él me dijo después: “Si este mulatito se vistiera bien, cómo
Lo mismo haría al acercármele a su caballo, si venían por tierra. quedara de plantao y qué mujeres las que topara. Yo sé de una personita que lo quere
Pensé exhibírmele cual no me vio entonces: con cierto descuido en el traje, los cabellos mucho”.
revueltos, el rostro ensombrecido de barba, aparentando el porte de un macho -¿Y qué respondiste?
almizcloso y trabajador. Aunque Mauco solía desollarme la cara con su navaja de tajar -“¡Esa personita con usted duerme!” Ansina se las eché, pero el maldito no se ofende
correas, tomé la resolución de no ocuparlo aquel día para distinguirme de mi rival. por náa. Se puso a desbarré contra Zubieta, diciendo que no le pagaba al zambaje su
Decidí luego irme del hato, sin esperar a las mujeres, y aparecer más tarde confundido trabajo; y que cuando se le ocurría darle a uno alguito, sacaba los daos pa descamisarlo
con los vaqueros, trayendo a la cola del potrejón algún toro iracundo, que me al juego. Y esa sí es la verdá.
persiguiera bufando y me echara a tierra la cabalgadura, para que Alicia, desfallecida de Como me iba sofocando el calor, le ordené al mulato que me llevara a algún estero
pánico, me viera rendirlo con el bayetón y mancornarlo de un solo coleo, entre el donde pudiera saciar la sed.
anhelar de la peonada atónita. -Puaquí no topamos agua en ninguna parte. Onde hay un “jagüey” famoso es al lao de
El mulato volvió de los toldos con arma y montura. aqueyos médanos.
-El señó Barrera quedó apenaísimo. Que no sabía que estas cosas taban ayá. Les entendí Empezamos a atravesar unos terrenales inmensos, de tierra tan reseca y endurecida, que
que mandarían gente a cogé los bichos dispersaos. limaba los cascos de las cabalgaduras. Y era necesario avanzar por allí, pues zurales
-Te prohíbo esa compañía. Si no quieres ir solo, iré contigo. laberínticos extendían a los lados sus redes de acequias exhaustas, conocidas sólo del
-¿Onde le dijeron que anochecían? tigre y de la serpiente.
-En Matanegra. El bebedero era una poceta de agua salobre y turbia, espesa como jarabe, ensuciada por
-Pero don Fidel me indicó la vega del Pauto. Me voy porque me coge la noche y se me los cuadrúpedos de la región. Al verla, sentí repugnancia instintiva, pero Correa me
riega la brigáa. sedujo con el ejemplo. Agachóse sobre el estribo y de entre las patas de los caballos
-Guarda esa ropa en aquel cuarto y tráeme la carabina. Vamos a cualquier parte. Yo te sitibundos sacó su cuerno rebosante.
acompañaré. -Tápelo con el pañuelo pa que le sirva de cedazo.
Fui a la cocina a despedirme de Zubieta. Llamélo varias veces. Nadie respondió. Así lo hice varias veces, sacudiendo los animalillos que hervían pegados en el revés de
la tela húmeda.
-Blanco, puaquí anda gente forastera. Aquí ta el rastro de una mula herráa, y eso no es
* * * de ley en estas sabanas, onde no hay piedra.
El mulato tenía razón, porque a poco trecho del pozo columbramos dos puntos que se
movían a distancia.
Cuando íbamos tan distantes del hato que sólo se advertían los airones de sus palmeras, -Esas son personas que andan perdías.
el mulato se desmontó a cargar la escopeta. -Parece más bien ganado.
-Siempre es bueno andá prevenío. Pólvora poca y munición hasta la boca. -Le apuesto a que son racionales.
-¿A qué obedece tu precaución? Probablemente nos habrían visto, porque se enderezaron hacia nosotros. Ya percibíamos
el paraguas rojo del que venía adelante, afligiendo a la mula con los estribos, envueltos
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en una sábana enorme, a la manera de las matronas rurales. Los esperamos bajo un
moriche de egoísta sombra, con curiosidad y recelo. * * *
Mientras Correa remudaba los bagajes, llegaron los sujetos desconocidos, saludándonos
a grandes voces:
-¡Favor a la justicia, que anda extraviada! Correa me aclaró algunos detalles relativos al embrollo de Franco en Arauca. Un joven
-Ora y siempre- respondió el mulato ingenuo. llamado Helí Mesa, que “actualmente vivía como colono en el caño Caracarate”, vino
-Muéstrenos el camino de Hato Grande. Este doctor es Juez de Orocué, y yo su una vez a La Maporita, y mientras desyerbaban el “conuco”, le relató los sucesos como
secretario interino, por añadidura, baquiano. testigo presencial. Franco era teniente de la guarnición, y estableció su casa lejos del
Al oírlo le averigüé si ese funcionario era el que firmaba José Isabel Rincón Hernández; cuartel, a la orilla del río. El capitán dio en perseguir a la niña Griselda, y, para
e hice esta pregunta porque de tal yo sabía que de peoncejo de carretera ascendió a cortejarla a su antojo, dejaba en servicio al subalterno. Este, enterado ya de los
músico de banda municipal y luego a Juez del Circuito de Casanare, donde sus abusos propósitos del jefe, abandonó el puesto una noche y corrió a su habitación. Nadie ha
lo hacían célebre. sabido qué pasaría a puerta cerrada. El capitán apareció con dos puñaladas en el pecho,
-¡Sí!- respondió el emparaguado-. Yo soy el doctor y éste que les habla es un simple y, debilitado por el desangre, murió de fiebres en la misma semana, después de hacerle
escribiente. declaraciones a la justicia, favorables al acusado.
El tísico rostro del señor Juez era bilioso como sus espejuelos de celuloide y repulsivo Ni el hombre ni su mujer fueron perseguidos jamás, aunque desaparecieron la misma
como sus dientes llenos de sarro. Simiescamente risible, apoyaba en el hombro el noche de la desgracia. Sólo el juez de Orocué les expedía motu proprio boletas de
quitasol para enjugarse el pescuezo con una toalla, maldiciendo los deberes de la justicia comparendo, equivalente a letras de cambio, pues el oro corría a hablar por ellos, con
que le imponía tantos sacrificios, como el de viajar mal montado por tierras salvajes, en tan descarada costumbre, que ya las órdenes judiciales se limitaban a decir: “Manden lo
inevitable comercio con gentes ignorantes y mal nacidas, dándose al riesgo de los indios de este mes”.
y de las fieras. En tanto que departíamos por la estepa, un cefirillo repentino y creciente empezó a
-Llévennos ahora mismo- ordenó con acento declamador revolviendo el “mulengue”- al alborotar las crines de los caballos y a retozar con nuestros sombreros. A poco, unas
hato infernal donde un tal Cova comete crímenes cotidianos; donde mi amigo, el nubes endemoniadas se levantaron hacia el sol, devorando la luz, y un cañoneo
potentado Barrera, corre serios peligros de vida y hacienda; donde el prófugo Franco subterráneo estremecía la tierra. Correa me advirtió que se avecinaba el chubasco, y
abusa de mi criterio tolerante, que sólo le exige conducta correcta y nada más. abreviamos las planicies a galope tendido, arreando la brigada, suelta, para que se
¡Pónganse ustedes incondicionalmente al servicio de la justicia, y cámbiennos estas defendiese con libertad. Buscábamos el abrigo de los montes lontanos, y salimos a una
bestias por otras mejores! llanada donde gemían las palmeras, zarandeadas por el brisote con tan poderosa
-Se equivoca usted, señor, tanto en sus conceptos como en el camino que busca. Ni el insolencia que las hacía desaparecer del espacio, agachándolas sobre el suelo, para que
hato queda por ahí, ni las personas que nombra son todas como usted piensa, ni mis barrieran el polvo de los pastizales crispados. En las rampas, con disciplinada premura
caballos bienes mostrencos. congregábanse los rebaños, presididos por toros mugientes, de desviadas colas, que se
-Sepa usted, irrespetuoso joven- replicóme airado-, que por celo plausible nos imponían al vendaval agrupando a las hembras cobardes, y abriendo en contorno una
aventuramos solos en estas pampas. El mensajero que me envió Zubieta clamando brecha categórica y defensiva. Las aguas corrían al revés y las bandadas de patos
auxilio contra Barrera, fue seguido por otro de éste, para exigir caución al facineroso volteaban en las alturas, cual hojas dispersas. Súbito, cerrando las lejanías entre cielo y
Cova. Venimos a dispensar garantías, y ustedes se favorecen también con ellas, porque tierra, descolgó sus telones el nublado, terrible, rasgado por centellas, aturdido por
la justicia es como el cielo, que nos cubre a todos. Y si es verdad que el empíreo nos truenos, convulsionado por borrascas que venían empujando a la oscuridad.
cobija de balde, no es menos cierto que las relaciones de los humanos hacen necesario el El huracán fué tan furibundo que casi nos desgajaba de las monturas, y nuestros
sostenimiento unánime del bien común. Toda contribución es legal y pertenece al caballos detuviéronse, dando las grupas a la tormenta. Rápidamente nos desmontamos
derecho público. Si no quieren ustedes servir de guías, entréguenme una cuota y, requiriendo los bayetones bajo el chaparrón, nos tendimos de pecho entre el pajonal.
equivalente a lo que un baquiano de buena voluntad pidiera por su servicio. Oscurecióse el ámbito que nos separaba de las palmeras, y sólo veíamos una, de grueso
-¿Nos decreta usted una multa? tallo y luengas alas, que se erguía como la bandera del viento y zumbaba al chispear
-¡Irrevocable, sin apelación!- confirmó el secretario-. Considere que ahora no nos pagan cual una yesca bajo el relámpago que la encendía; y era bello y aterrador el espectáculo
los sueldos. de aquella palmera heroica, que agitaba alrededor del hendido tronco las fibras del
- Pues miren ustedes -repuse maleante-: el hato está cerca y nosotros vamos para penacho flamante y moría en su sitio, sin humillarse ni enmudecer.
Carozal. Descabecen aquella sabana, orillen luego la mata de monte, crucen el caño, Cuando pasó la tromba, advertimos que la brigada había desaparecido y cabalgamos
“déjense ir” por el esterón, y desde allí divisarán la casa antes de media hora. para perseguirla. Calados, entre la ventolera procelosa, anduvimos leguas y leguas sin
-¿Oyes? -regañó el juez-. ¡Lo que yo te decía! Tú me hiciste asolear por aquí, por rutas poder encontrarla, y caminando tras la nube que corría como negro muro, dimos con los
desacostumbradas, por pajonales trágicos, defraudando tus obligaciones de conocer. ¡Te peñones del desbordado Meta. Desde allí mirábamos hervir las revolucionadas ondas,
impongo una multa de cinco pesos! en cuyos crestones mojábanse los rayos en culebreo implacable, mientras que los
Y después de reducirnos la nuestra al suministro de tabaco y fósforo, entraron en el barrancos ribereños se desprendían con sus colonias de monte virgen, levantando
horizonte, con rumbo contrario. altísimas columnas de agua. Y el estruendo de la caída era seguido por el traqueteo de
los bejucos, hasta que al fin giraba el bosque en el oleaje, como la balsa del espanto.
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Después, entre yerbales llovidos donde las palmeras iban enderezándose con miedo, -¿Y dónde echa soga la gente de Barrera?
proseguimos la busca de la bestiada, y ambulando siempre, cayó sobre nosotros la -Unos se volvieron. Otros, andan por ahí, enmachetaos. Esto se pone feo. Y pa pior,
noche. Mohíno, trotaba en pos de Correa, al parpadeo de los postreros relámpagos, ustées dejaron ir los cabayos.
metiéndonos hasta la cincha en los inundados bajíos, cuando desde el comienzo de una -Lo malo no es eso- exclamó uno a quien nombraban mano Jobián-; lo grave es que el
ajarafe divisamos lejanas hogueras que parecían alegrar el monte. Juez tá en el hato, según dijeron. Como que lo toparon “embarbascao”, y Miyán hizo
-¡Allí vivaquean nuestros compañeros, allí están!- Y alborozado, principié a gritarles. que un vaquero lo encaminara hasta la vivienda. Y con la justicia no nos metamos,
-¡Por Dios, por Dios, cierre la boca que son indios! porque nos coge sin plata. Nosotros queremos irnos.
Y otra vez nos alejamos por el desierto oscuro, donde comenzaban a himplar las -¡Compañeros - repuse -, yo les responderé de que nada pasa!
panteras, sin resolvernos a descansar, sin abrigo, sin rumbo, hasta que la aurora tardía -¿Y quién responde por usté, que es el que busca la autoridá?
abrió su alcázar de oro a nuestra desfalleciente esperanza.

* * *
* * *

Fidel no se amilanó por el contratiempo ni le hizo reprensiones al mulato; hasta se


Apenas aclaró el día, vimos unos vaqueros que traían por delante la “madrina” de alegró de ver que mi brazo herido podía regir las riendas. Era de opinión que la brigada
bueyes amaestrados, indispensable en toda faena, pues sirve para aquietar a los toros se había vuelto a los comedores acostumbrados y que en La Maporita la hallaríamos.
recién cogidos. Había salido el sol, y, sobre los grandes reflejos que extendía en la Lo noté reacio a referirme el altercado con Millán. “Esa discusión no vale un comino.
llanura, avanzaban las reses descopando la grama. Además, en esta sabana caben muchísimas sepulturas; el cuidado está en conseguir que
Entre los jinetes que nos saludaron no estaba Fidel, pero Correa los llamó por sus otros hagan de muertos y nosotros de enterradores”. Así dijo sonriente; pero recibió
nombres, atropellándose en los detalles del repentino chubasco, de la desaparición de las sobresaltado la noticia de que los vaqueros querían dejarnos solos. “De seguro se irán,
bestias, del encuentro con los indígenas. porque todos tienen cuentas con la justicia, porque todos roban ganado”,
- Mano Ugenio, es la primera vez que me “embejuco” de noche en estas sabanas, y pa -¿Y a qué hora seguirá la cogienda? – averigüéle, devorando el almuerzo de carne
colmo, con este blanco tan resignao, que ni siquiera tiene los brazos güenos. Ya pensará tostada, que cortaba yo mismo de la costilla chirriante al rescoldo.
que soy un zambo indecente. -Sólo esperábamos la madrina. Fué un error yevarla al Guanapalo, sabiendo que por ahí
- Eso nos pasa a tóos, mano Antuco: Yanero no bebe caldo ni pregunta por camino; pero ganadean los indios y que los rodeos se enmontan por eyo. Pero en este banco hay dos
con agua, trueno y relámpago no se puée garantizá. mil “cachones” a cual mejor. Los cabayos resisten todavía dos carreras, o sean treinta
- ¿Y ustées andaban de “ojeo”? ¿Cómo les jué? toros cogidos, porque el jinete que pierde lazo paga multa.
- Cochinamente. Nos alegramos de que yoviera y nos vinimos por la tardecita. Toa la - Y los enviados de Barrera, ¿dónde se hallan?
noche velamos sin ver ninguna “punta” porque el ganao se asustó con la tronamenta, y -Míralos: en aqueyos mogotes amanecieron. Esa gente no es del oficio, a excepción del
no quiso dejá el monte. A la madrugáa salió una manchita de reses, pero no jué posible Miyán, que “es una lanza” para el coleo. Ya les notifiqué personalmente que si el
ojearla, aunque la madrina se portó rebién, convidándola con mugíos. Entonces perraje me alborotaba la vaquería se encomendaran al diablo y le llevaran saludes
resolvimos echarle los rangos encima, pa ve qué cogíamos: era puro “vacaje” viejo y se nuestras, porque los mandaríamos al infierno.
perdió la carrera. Tóos enlazamos sin provecho, menos aquel zambito del interió, que Entretanto, los de la madrina encaminábanla llanura abajo, y la dejaron en un estero,
dejó esnucá el cabayo corriendo en la oscuridá. Por eso viene a pie, con la montura en pastoreada por varios rapaces. Al límite opuesto de un morichal veíanse puntas de toros
las costiyas. pastando al descuido. Avanzamos abiertos en arcos para caerles como turbión, cuando
- Mano Tista,- gritó Correa-, venga, móntese en este potro que yo deseo desentumirme. oyéramos el grito de los caporales; pero las reses nos ventearon y corrieron hacia los
Porque no se creyera que me acoquinaban las fatigas, invoqué el recuerdo de Alicia para montes, quedando sólo algún macho desafiador que empinaba la cornamenta para
avivarme y dije: amedrentar a la cabalgata.
-Mano Sidoro, ¿cuántas reses cogieron ayer a lazo? Entonces lanzáronse los caballos sobre el desbande, por encima de jarales y conejeras,
-Como cincuenta. Pero por la tarde “burriaron” los pescozones y casi hay “vaina” entre con vertiginosa celeridad, y los fugitivos se fatigaron bajo el zumbido de las lazadas que
Miyán y Fidel. abiertas cruzaban el viento para caerles en los “cachos”. Y cada vaquero enlazó su toro,
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? desviándose a la izquierda, para que saltara lejos de la montura el resto de la soga
-Que Miyán se apareció con una gente a decí que menestaba los corrales de Matanegra, enrollada y el potro resistiera el tirón en la cola sin enredarse ni flaquear.
pa meté los toros del barajuste, porque venían a cogelos de nuevo. Franco no quiso Brincaba en los matorrales la fiera indómita al sentirse cogida, y se aguijaba tras del
responderle ni jota, pero cuando vio que habían traído perraje, “le mentó la mamá”. jinete ladeando su media luna de puñales. Con frecuencia le empitonaba el rocín, que se
Mientras tanto, los otros, que andan por cierto mal montaos, se asomaron a la madrina y enloquecía corcoveando para derribar al cabalgador sobre las astas enemigas. Entonces
dijeron que los “orejanos” que taban cogíos eran los mesmos que se le jueron a don el bayetón prestaba ayuda: o caía extendido para que el toro lo corneara mientras el
Barrera, y querían quitarlos por la juerza. Entonces nos prendimos a “muecos” unos con potro se contenía, o en manos del desmontado vaquero coloreaba como un capote, en
otros, y Franco le tendió la carabina a Miyán. suertes desconcertantes, sin espectadores ni aplausos, hasta que la res, coleada, cayera.
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Diestramente la maneaba, le hendía la nariz con el cuchillo y por allí le pasaba la soga, -Sí, señó. El asesino, el toro; el muerto, Miyán; los cómplices, nosotros, y los inocentes,
anudando las puntas a la crin trasera del potrajón, para que el vacuno quedara sujeto por ustées. ¡Por eso me voy adelante con el aviso, pa que abran el hoyo y alisten música y
la ternilla en el vibrante seno de la cuerda doble. Así era conducido a la madrina, y trago y corten la mortaja pa quen la merece!
cuando en ella se incorporaba, y cuando en ella se incorporaba, volvíase el jinete sobre Así dijo, y mascullando amenazas, alejóse a escape.
la grupa, soltaba un cabo del rejo brutal y lo hacía salir a tirones por la nariz Yo no quería ver al difunto. Sentía repugnancia al imaginar aquel cuerpo reventado,
atormentada y sangrante. incompleto, lívido, que fué albergue de una alma enemiga y que mi mano castigó. Me
Montaba yo, alegremente, un caballito coral, apasionado por las distancias, que al ver a perseguía el recuerdo de aquellos ojos colorados y rencorosos que me asaltaron por
sus compañeros abalanzarse sobre la grey, disparóse a rienda tendida tras de ellos, con doquier, calculando si en mi cintura iba el revólver. Aquellos ojos, ¿dónde cayeron?
tan ágil violencia, que en un instante le pasó la llanura bajo los cascos. Adiestrado por la ¿Colgarían de alguna breña, adheridos al frontal roto, vaciados, repulsivos, goteantes?
costumbre, dióse a perseguir a un toro barcino, y era de verse con qué pujanza le hacía ¿Qué sería de aquella cabeza obtusa, centro de la malicia, filtro de la venganza, cubil de
sonar el freno sobre los lomos. Tiraba yo el lazo una y otra vez, con mano inexperta; la maldad y del odio? Yo la sentí crujir al choque del cuerno curvo, que le asomó por la
mas, de repente, el bicho, revolviéndose contra mí, le hundió a la cabalgadura ambos sien opuesta, mientras el sombrero embarboquejado saltaba en el aire; la vi cuando el
cuernos en la verija. El jaco, desfondado, me descargó con rabioso golpe y huyó toro, desgarrándola de la cerviz, la proyectó hacia arriba, cual greñudo balón. ¿Y qué se
enredándose en las entrañas, hasta que el cornúpeto embravecido lo ultimó a pitonazos hizo? ¿Dónde sangraba? ¿La enterraría la fiera con sus pezuñas, cuando defendiendo el
contra la tierra. cadáver, trilló el barzal?
Advertidos del trance en que me veía, desbocáronse dos jinetes en mi demanda. Fugóse Lentamente, el desfile mortuorio pasó ante mí: un hombre de a pie cabestreaba el
el animal por los terronales. Correa me dió su potro, y al salir desalado tras de Franco, caballo fúnebre, y los taciturnos jinetes venían detrás. Aunque el asco me fruncía la piel,
vi que Millán, con emulador aceleramiento, tendía su caballo sobre la res; mas ésta, al rendí mis pupilas sobre el despojo. Atravesado en la montura, con el vientre al sol, iba
inclinarse el hombre para colearla, lo enganchó con un cuerno por el oído de parte a el cuerpo decapitado, entreabriendo las yerbas con los dedos rígidos, como para
parte, desgajólo de la montura, y llevándolo en alto como un pelele, abría con los agarrarlas por última vez. Tintineando en los calcañares desnudos, pendían las espuelas
muslos del infeliz una trocha profunda en el pajonal. Sorda la bestia a nuestro clamor, que nadie se acordó de quitar, y del lado opuesto, entre el paréntesis de los brazos,
trotaba con el muerto de rastra, pero en horrible instante, pisándolo, le arrancó la cabeza destilaba aguasangre el muñón del cuello, rico de nervios amarillosos, como raicillas
de un golpe y, aventándola lejos, empezó a defender el mútilo tronco a pezuña y a recién arrancadas. La bóveda del cráneo y la mandíbula que la sigue faltaban allí, y
cuerno, hasta que el winchester de Fidel, con doble balazo, le perforó la homicida testa. solamente el maxilar inferior reía ladeado, como burlándose de nosotros. Y esa risa sin
Gritamos auxilio y nadie venía; corrí a todas partes con la noticia y a nadie encontraba. rostro y sin alma, sin labios que la corrigieran, sin ojos que la humanizaran, me pareció
Al fin topé unos vaqueros que tenían unidos caballo y toro a los extremos de cada soga. vengativa, torturadora y aun al través de los días que corren me repite su mueca desde
Al verme, las cortaron con sus cuchillos para acudir a mi llamamiento. ultratumba y me estremece de pavor.
Y corríamos más pálidos que el cadáver.

* * *
* * *

Más tarde, cuando la comitiva empezó a fumar y la charla se hizo ruidosa, propuso
Cuando llegamos al sitio de la tragedia, llevaban hacia el monte los despojos del Franco:
victimado, en la hamaquilla de un bayetón sostenido por las cuatro puntas. Franco tenía -Pues que será preciso suspender la cogiendo, mientras se normaliza la situación,
la camisa llena de sangre y desfogaba a voces su agitación entre el grupo de peones conviene regresar en busca de las cabayerías. Los vaqueros mejor montados, vengan
silenciosos. El muerto yacía de espaldas sobre un moriche caído, y lo tenían cubierto acá; los otros yeven la madrina tras el muerto. Por ayá les caeremos al anochecer.
con su propia ruana, en espera de la rigidez. Sólo siete peones obedecieron. Antes de abandonar a los remisos, le rogué a un
Entonces fuimos a buscar los restos de la cabeza entre las matujas atropelladas, y en muchacho adelantarse con noticias nuestras, para prevenir el ánimo de Alicia cuando
parte ninguna los hallamos. Los perros, alrededor del toro yacente, le lamían la divisara el cortejo, que en aquel minuto entraba en el morichal de la lejanía, como entre
cornamenta. las columnatas de una basílica descubierta. Los bueyes del madrineo alargaban la
A pleno sol regresamos al montezuelo. Correa, con una rama, le espantaba al muerto las procesión.
moscas. Franco, en un esterito próximo, se limpiaba los cuajarones. Los compañeros de Aunque el mulato me señalaba las sabanetas donde anochecíamos la víspera, fuéme
Millán hacían proyectos para bailar el “velorio”. imposible reconocerlas, por su semejanza con las demás; pero advertía el rastro del
-Lo que es yo- rezongaba uno-, tuviera agradecío si dende ayer se hubieran discogotao ventarrón en el desgreño de los ramajes, en los fulminados troncos de algunas palmeras,
en nuestra presencia. Pero esto de decir que lo mató el toro, cuando oímos claramente en el desgonce de los pastos vencidos. En tanto, el recuerdo del mutilado me
los tiros, poco me suena. No había pa qué arrastrarlo y descabezarlo. Esa crueldá sí acompañaba; y con angustia jamás padecida quise huir del llano bravío, donde se respira
ofende a Dios. un calor guerrero y la muerte cabalga a la grupa de los cuartagos. Aquel ambiente de
-¿No sabe usted cómo fué la desgracia? pesadilla me enflaquecía el corazón, y era preciso volver a las tierras civilizadas, al
remanso de la molicie, al ensueño y a la quietud.
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Destemplado por la zozobra, me atrasé de mis camaradas cuando nos alcanzaron los ambos a dos se los quitarán, y es preferible que yo dé mi trotadita por Casanare y
perros. De repente, la aulladora jauría, con la nariz en alto, circundó el perímetro de una regrese al fin del verano a devolver todo, rango y montura. Mas al bajar por estas
laguna disimulada por elevados juncos. Mientras los jinetes corrían haciendo fuego, vi sabanas, me atajaron los vaqueros de un tal Barrera diciendo que yo andaba tras del
que una tropa de indios se dispersaba entre la maleza, fugándose en cuatro pies, con tan ganado, y querían llevarme preso para el Hatico, y me robaron hasta el sombrero, y, por
acelerada “vaquía”, que apenas se adivinaba su derrotero por el temblor de los quedar a pie, me cautivaron los guahibos. Pero olvidaba preguntarle por la señora.
pajonales. Sin gritos ni lamentos las mujeres se dejaban asesinar, y el varón que ¿Cómo la tiene?
pretendiera vibrar el arco, caía bajo las balas, apedazado por los colosos. Mas con En cualquiera otra situación me habría divertido la pintoresca trama de sus disculpas;
repentina resolución surgieron indígenas de todas partes y cerraron con los potros para pero entonces, casi al anochecer, sólo quería alcanzar al muerto para impedir que Alicia
desjarretarlos a macana y vencer cuerpo a cuerpo a los jinetes. Diezmados en las lo viera.
primeras arremetidas, desbandáronse a la carrera en larga competencia con los caballos, Por las llanuras, a media luz, iban dos jinetes a paso lento.
hasta refugiarse en intrincados montes. Cuando los alcanzamos, sus caras no se distinguían, pero Franco los reconoció:
-¡Aquí Dólar, aquí Martel! - gritaba yo de estampía, defendiendo a un indio veloz que -¿Por dónde siguen los del cadáver?
desconcertaba con sus corvetas a dos perros feroces. Siguiéndolo siempre, paralelo a las -Los caporales resolvieron tirarlo al caño, porque no se aguantaba la “jedentina”.
curvas que describía, lo vi desandar la misma huella, gateando mañosamente, sin Después se jueron a sus tierras, pues no querían trabajar más.
abandonar su sarta de pescados. Al toparme, se enmatorró, y yo, receloso de sus -Nosotros tampoco los acompañaremos- advirtieron unos.
arrestos, paré las riendas. Mas, de rodillas, abrió los brazos: -A mí no me gustan los sinvergüenzas, y prefiero quedar solo. El que quiera sus
-¡Señor Intendente, señor Intendente! ¡Yo soy el Pipa! ¡Piedad de mí! jornales, véngase conmigo.
Y sin esperar que le respondiera, miedoso de la perrada, saltó a la grupa de mi alazán, Ellos pronunciaron esta gran frase:
abrazándome compungido: -Nosotros preferimos la libertá.
-¡Perdón, perdón! ¡Ahora le refiero lo del caballo! -¿Pa qué lao cogieron los camaráas?
Creyendo que el cuitado me maltrataba, acudieron los hombres en mi socorro y Correa - Pa la costa del Guachita.
lo tiró al suelo de un culatazo; pero más se tardó en caer que en encaramarse de nuevo, -¡Adió, pué!
exclamando: Y galoparon ante la noche.
-¡Nosotros somos amigos! ¡Yo soy el paje de la señora! Los cuatro restantes caminamos a toda prisa en busca del hato semiborroso, donde hacía
- Miren a este come-ganao, capitán de la “guajibera”, salteador de las fundaciones, a guiños una candela. Aunque el Pipa clamaba amparo, lo forcé a que se apeara. Y
quien tantas veces hemos corrío. ¡Ora me las pagás de contao! zaguero, como oscuro fantasma, nos perseguía en la sobretarde.
-¡Caballero, no se equivoque, no se precipite, no me confunda; fué que los indios me
aprehendieron, me “empelotaron” y el señor Intendente me libertó! ¡El me conoce
mucho, y su señora me necesita! * * *
Como todos le achacaban los incendios en el Hatico, fingía llorar a mares, consternado
por la calumnia. Luego, aferrándose a mis cuadriles, alzó sus piernas sobre las mías para
que los perros no lo mordieran, simulando vergüenza de verse desnudo. Y yo, que pasé Raro temor me escalofriaba cuando nos acercamos a los corrales. Desde allí percibimos
de la sorpresa a la caridad, lo conduje en ancas con rumbo al hato, entre la protesta de que la ramada estaba en silencio y que un gran fogón esclarecía el patio. Miré hacia los
mis compañeros, que lo amenazaban con la castración en represalia de sus fechorías. toldos y ya no los vi. Con súbita carrera llegué al tranquero, y el potro, encandilado, se
resistía a invadir la estancia. Mauco y unas mujeres acudieron.
-¡Por Dios! ¡Váyanse presto, que los cogen!
* * * -¿Qué pasa? ¿Dónde está Alicia? ¿Dónde está Alicia?
-El viejo Zubieta duerme enterrao y tamos consolándonos con la candela.
-¿Qué ha sucedido? ¡Dilo pronto!
Apenas recobró la confianza, inició el cautivo su mendoso discurso, que interrumpía -Que esa “voláa” les salió mal.
para pedirme que les ordenara a los vaqueros adelantarse. Hubo que amenazarlo para que informara; se había cometido un crimen la víspera.
-¡No lo hago por mí- decía-, sino por usted: se les puede salir un tiro y nos atraviesan las Viendo que Zubieta no se levantaba, desquiciaron la puerta de la cocina. Colgado por
espaldas! las muñecas en el lazo del chinchorro, balanceábase el vejete, vivo todavía, sin quejarse
Luego, en el tono del amante que convence al oído, agregó: ni articular, porque en la raíz de la lengua le amarraron un cáñamo.
-¿Cómo iba a ser posible que el señor Intendente llegara a su capital sin que le hicieran Barrera no quiso verlo; mas cuando el juez llegó al hato, hizo contra nosotros
digno recibimiento? Estas minucias me desvelaban aquella noche, y monté en su caballo imputaciones tremendas. Juró que en días anteriores habíamos amenazado al abuelo
para llevar la noticia al pueblo, tan decidido a regresar pronto, que le dejé a usted mi para que revelara el escondrijo de sus tesoros; que esa noche, apenas la gente se fué a
yegua enjalmada. Pero al saber las tropelías que iban a cometerle por la traída de la los toldos a embriagarse, penetramos por la cumbrera y cometimos la atrocidad,
señora, eché cabeza de este modo: Si lo encarcelan, nadie me libra de mi padrino; si le distribuidos en grupos, para cavar simultáneamente en la topochera, en el cuartucho, en
registran el equipaje, se quedan con todo; el caballo vale más que la potranca, pero los corrales. El juez hizo firmar a todos la consabida declaración y regresó esa misma
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tarde, custodiado por Barrera y su personal, y el occiso fué sepultado en una de aquellas la tierra y batir sus confalones flamígeros en las nubes. La devoradora falange iba
excavaciones, bajo el mango grande, quizás encima de las tinajas de morrocotas, sin dejando fogatas en los llanos ennegrecidos, sobre cuerpos de animales achicharrados, y
ponerle alpargatas nuevas, sin que le ajustaran las quijadas con un pañuelo, ni le rezaran en toda la curva del horizonte los troncos de las palmeras ardían como cirios enormes.
el Santo Dios, ni le bailaran las nueve noches. Y para mayor desgracia, tenían que El tranquido de los arbustos, el ululante coro de las sierpes y de las fieras, el tropel de
cuidar ellos de que los marranos no revolcaran la sepultura, pues ya una vez habían los ganados pavóricos, el amargo olor a carnes quemadas, agasajáronme la soberbia; y
desenterrado un brazo del muerto y se lo tragaron entre horribles gruñidos. sentí deleite por todo lo que moría a la zaga de mi ilusión, por ese océano purpúreo que
Tan aturdido estaba yo con tal historia, que no había reparado en que una de las mujeres me arrojaba contra la selva, aislándome del mundo que conocí, por el incendio que
era Bastiana. Al verla le grité con pávido acento: extendía su ceniza sobre mis pasos.
-¿Dónde está Alicia? ¿Dónde está mi Alicia? ¿Qué restaba de mis esfuerzos, de mi ideal y mi ambición? ¿Qué había logrado mi
-¡Se jueron! ¡Se jueron y nos dejaron! perseverancia contra la suerte? ¡Dios me desamparaba y el amor huía!...
-¿Alicia? ¿Alicia? ¿Qué estás diciendo? ¡En medio de las llamas empecé a reír como Satanás!
-¡Se la yevó la niña Griselda!
Apoyando en el tranquero los codos, comencé a llorar con llanto fácil, sin sollozos ni
contorsiones; era que la fuente de la desgracia, vertiéndose de mis ojos, me aliviaba el
corazón de tan desconocida manera, que permanecí un momento insensible a todo. Miré
con cara aflictiva a mis compañeros, sin sentir pudor por mis lágrimas, y los veía SEGUNDA PARTE
consolarme como en un sueño. Allí me rodearon todos, el Pipa se había apropiado uno
de mis vestidos, las mujeres asaban carne y Franco exigía que me acostara. Mas al
decirme que Alicia y Griselda eran dos vagabundas y que con otras mejores las ¡Oh, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno
reemplazaríamos, estalló mi despecho como un volcán, y saltando al potro, partí me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa
enloquecido para darles alcance y muerte. Y en el vértigo del escape me parecía ver a bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo
Barrera, descabezado como Millán, prendido por los talones a la cola de mi corcel, entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos
dispersando miembros en las malezas, hasta que, atomizado, se extinguía entre el polvo angustiosos. ¿Dónde estará la estrella querida que de tarde pasea las lomas? ¿Aquellos
de los desiertos. celajes de oro y múrice con que se viste el ángel de los ponientes, por qué no tiemblan
Tan cegado iba por la iracundia, que sólo tarde advertí que galopaba tras de Franco y en tu dombo? ¡Cuántas veces suspiró mi alma adivinando al través de tus laberintos el
que íbamos llegando a La Maporita. ¡Era verdad que Alicia no estaba allí! En la hamaca reflejo del astro que empurpura las lejanías, hacia el lado de mi país, donde hay llanuras
de mi rival se tendería libidinosa, mientras que yo, desesperado, desvelaba a gritos la inolvidables y cumbres de corona blanca, desde cuyos picachos me vi a la altura de las
inmensidad. cordilleras! ¿Sobre qué sitio erguirá la luna su apacible faro de plata? ¡Tú me robaste el
Entonces fué cuando Franco le prendió fuego a su propia casa. ensueño del horizonte y sólo tienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde
pasa el plácido albor, que jamás alumbra las hojarascas de tus senos húmedos!
Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde dioses desconocidos hablan a media voz, en
* * * el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad a los árboles imponentes,
contemporáneos del paraíso, que eran ya decanos cuando las primeras tribus aparecieron
y esperan impasibles el hundimiento de los siglos venturosos. Tus vegetales forman
La lengua del fósforo hizo vibrar los flecos de la “palmicha”, abriéndose en ola sonante sobre la tierra la poderosa familia que no se traiciona nunca. El abrazo que no pueden
que llenó la comarca de resplandores cárdenos. Al momento el platanal, chamuscado, darse tus ramazones lo llevan las enredaderas y los bejucos, y eres solidaria hasta en el
aflojó las hojas y las chispas multiplicaron el estrago en la cocina y el caney. A la dolor de la hoja que cae. Tus multísonas voces forman un solo eco al llorar por los
manera de la víbora mapanare, que vuelve los colmillos contra la cola, la llamarada se troncos que se desploman, y en cada brecha los nuevos gérmenes apresuran sus
retorcía sobre sí misma, ahumando la limpidez de la noche, y empezó a disparar bombas gestaciones. Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica y encarnas un misterio de la
en la llanura, donde el viento- aliado luciferino- le prestó sus alas a la candela. creación. No obstante, mi espíritu sólo se aviene con lo inestable, desde que soporta el
Idiotizado contemplaba el piélago asolador sin darme cuenta del peligro; mas cuando vi peso de tu perpetuidad, y, más que a la encina de fornido gajo, aprendió a amar a la
que Franco se alejaba de aquellos lares maldiciendo la vida, clamé que nos arrojáramos orquídea raquítica, porque es efímera como el hombre y marchitable como su ilusión.
a las llamas. Alarmado por mi demencia, recordóme que era preciso perseguir a las ¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los
fugitivas hasta vengar la ofensa increíble. Y corriendo, corriendo entre claridades seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio
desmesuradas, observamos que la casa del hato ardía también y que la gente daba enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero volver a las regiones donde el secreto no
alaridos en los montes. aterra a nadie, donde es imposible la esclavitud, donde la vista no tiene obstáculos y se
La calurosa devastación campeaba en los pajonales de ambas orillas, culebreando en los encumbra el espíritu en la luz libre! ¡Quiero el calor de los arenales, el espejeo de las
bejuqueros, trepándose a los moriches, y reventándolos con retumbos de pirotecnia. canículas, la vibración de las pampas abiertas! ¡Déjame tornar a la tierra de donde vine,
Saltaban cohetes llameantes a grandes trechos, hurtándole combustible a la línea de para desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en nefando día, cuando tras la
retaguardia, que tendía hacia atrás sus melenas de humo, ávida de abarcar los límites de
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huella de una mujer me arrastré por montes y desiertos, en busca de la Venganza, diosa refugios recónditos y temibles, adonde un fátum implacable nos expatriaba, sin otro
implacable que sólo sonríe sobre las tumbas! delito que el de ser rebeldes, sin otra mengua que la de ser infortunados.
Había llegado el momento de licenciar nuestros caballos, que nos dieron apoyo en la
adversidad. Ellos recobraban la pampa virgen y nosotros perdíamos lo que gozosos
* * * recuperaban, la zona donde sufrimos y batallamos inútilmente, comprometiendo la
esperanza y la juventud. Cuando mi alazán sudoroso se sacudió, libre de la montura, y
galopó con relinchos trémulos en busca del bebedero lejano, me sentí indefenso y solo,
Olvidada sea la época miserable en que vagamos por el desierto en cuadrilla prófuga, y copié en mis ojos tristes el confín, con la amargura del condenado a muerte que se
como salteadores. Sindicados de un crimen ajeno, desafiamos a la injusticia y erguimos resigna al sacrificio y ve sobre los paisajes de su niñez arrebolarse el último sol.
la enseña de la rebelión. ¿Quién osó desafiar el rencor bárbaro en mi pecho? ¿Quién Al descender el barranco que nos separaba de la curiara, torné la cabeza hacia el límite
habría podido amansarnos? Las sendas múltiples de la pampa quedaron chafadas en de los llanos, perdidos en una nébula dulce, donde las palmeras me despedían. Aquellas
aquellos días al galope de nuestros potros, y no hubo noche en que no prendiéramos en inmensidades me hirieron, y, no obstante, quería abrazarlas. Ellas fueron decisivas en
distinto paraje la fugitiva llamarada del vivac. mi existencia y se injertaron en mi ser. Comprendo que en el instante de mi agonía se
Después, bajo moriches inextricables, improvisamos un refugio. Allí amontonábanse los borrarán de mis pupilas vidriosas las imágenes más leales; pero en la atmósfera
enseres que Mauco y Tiana salvaron de la ignición, y que pusieron en nuestras manos sempiterna por donde ascienda mi espíritu aleteando, estarán presentes las medias tintas
antes de irse a Orocué, en misión de espionaje. Mas no sabíamos qué suerte hubieran de esos crepúsculos cariñosos, que, con sus pinceladas de ópalo y rosa, me indicaron ya
corrido. Fidel y el mulato, el Pipa y yo, nos turnábamos cada día en atalayar sobre una sobre el cielo amigo la senda que sigue el alma hacia la suprema constelación.
palmera la presencia de alguna gente en el horizonte o el triángulo de humo, convenido
como señal.
¡Nadie nos buscaba ni perseguía! ¡Nos habían olvidado todos! * * *
Yo no era más que un residuo humano de fiebres y pesares. De noche, el hambre nos
desvelaba como un vampiro, y porque ya venían las lluvias, concertamos la dispersión
para asilarnos luego en Venezuela. Pensé entonces que don Rafo vendría de regreso a La curiara, como un ataúd flotante, siguió aguas abajo, a la hora en que la tarde alarga
La Maporita, y que con él podríamos volver a Bogotá. Muchos días lo esperábamos en las sombras. Desde el dorso de la corriente columbrábanse las márgenes paralelas, de
las llanuras aledañas a Tame. Mas apenas declaró Franco que continuaría su vida sombría vegetación y de plagas hostiles. Aquel río, sin ondulaciones, sin espumas, era
nómade, no por recelo de la justicia ordinaria, sino por el peligro de que algún Consejo mudo, tétricamente mudo como el presagio, y daba la impresión de un camino oscuro
de Guerra lo castigara como a desertor, desistí de la idea del viaje para mancomunarnos que se moviera hacia el vórtice de la nada.
en el destierro y afrontar vicisitudes iguales, ya que una misma desventura nos había Mientras proseguíamos silenciosos principió a lamentarse la tierra por el hundimiento
unido y no teníamos otro futuro que el fracaso en cualquier país. del sol, cuya vislumbre palidecía sobre las playas. Los más ligeros ruidos repercutieron
Y nos decidimos por el Vichada. en mi ser, consustanciado a tal punto con el ambiente, que era mi propia alma la que
gemía, y mi tristeza la que, a semejanza de un lente opaco, apenumbraba todas las
cosas. Sobre el panorama crepuscular fuese ampliando mi desconsuelo, como la noche,
* * * y lentamente una misma sombra borró los perfiles del bosque estático, la línea del agua
inmóvil, las siluetas de los remeros…
Desembarcamos al comienzo de una barranca, suavizada por escalones que descendían
El Pipa nos condujo a los platanares silvestres de Macuana, sobre la margen del túrbido al puerto, en cuyo remanso se agrupaban unas canoas. Por un sendero lleno de barro que
Meta, después de la desembocadura del Guanapalo. Moraba en esos montes una tribu se perdía entre el gramalote salimos a una plazuela de árboles derribados, donde nos
guahiba, semidomada, que convino en acogernos a condición de que acogiéramos el aguardaba el rancho pajizo, tan solitario en aquel momento, que vacilábamos en
“guayuco”, respetáramos a las “pollonas” y les ordenáramos a los winchester “no echar ocuparlo, sospechosos de alguna emboscada. El Pipa alegaba con los nativos que a
truenos”. semejante vivienda nos condujeron, y nos transmitía la traducción de la jerigonza, según
Aparecióse una tarde el Pipa con cinco indígenas, que se resistían a acercarse mientras la cual los de la ramada se dispersaron al ver los mastines. Los bogas me pedían
no amarráramos los dogos. Acurrucados en la maleza, erguíanse para observarnos, listos permiso para dormir entre las curiaras.
a fugarse al menor desliz, por lo cual el ladino intérprete fue conduciéndoles de la mano Y cuando se fueron, Fidel le ordenó a Correa que se acostara con el Pipa en la barbacoa,
hasta nuestro grupo, donde recibían el advertido abrazo de paz con esta frase por si intentaba traicionarnos esa noche; les quitó los collares a los perros, y, a oscuras,
protocolaria: “Cuñao, yo queriéndote mucho, perro no haciendo nada, corazón les mudó el sitio a nuestras hamacas.
contento”. Ofreciéndole mi costado a la carabina, me entregué al sueño.
Todos eran fornidos y jóvenes, de achocolatado cutis y hercúleas espaldas, cuya
membratura se estremecía temerosa de los fusiles. Arcos y aljabas habíanlos dejado
entre la canoa, que iba a mecernos sobre las aguas desconocidas de un río salvaje, hacia * * *
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Por ese tiempo me invadió la misantropía, ensombreciéndome las ideas y


El Pipa solía hacerme protestas de adhesión incondicional, y acabó por relatarme la descoyuntándome la decisión. En el sonambulismo de la congoja devoraba mis propias
pavorosa serie de sus andanzas. Su mano sabía disparar la barbada flecha en cuya punta hieles, inepto, adormilado, como la serpiente que muda escama.
iba ardiendo la pelota de “peramán”, que cruzaba el aire como un cometa, con el aullido Nadie había vuelto a nombrar a Alicia, por desterrarla de mi pensamiento; mas esa
de la consternación y del incendio. misma delicadeza sublevaba en mi corazón todos los odios reconcentrados, al
Muchas veces, para librarse del enemigo, se aplanó en el fondo de las lagunas como un comprender que me compadecían como a un vencido. Entonces las blasfemias
caimán, y emergía sigiloso entre los juncales para renovar la respiración; y si los perros sollamaban mis labios y un velo de sangre se reteñía sobre mis ojos.
le nadaban sobre la cabeza, buscándolo, los destripaba y consumía, sin que los vaqueros ¿Y a Fidel lo atormentaba el tenaz recuerdo? Sólo me parecía triste en sus confidencias,
pudieran ver otra cosa que el chapoteo de algunos juncos en el apartado centro de los quizás por acoplarse con mi quebranto. Todo lo había perdido en hora impensada, y sin
charcones. embargo daba a entender que desde ese instante se sintió más libre y poderoso, cual si el
Adolescente apenas, vino a los llanos cuando estaba en su auge el hato de San Emigdio, infortunio fuera simple sangría para su espíritu.
y allí sirvió de “coquis” varios meses. Trabajaba todo el día con los llaneros, y por la ¿Y yo por qué me lamentaba como un eunuco? ¿Qué perdía en Alicia que no lo topara
noche agregábase a sus fatigas la de acopiar la leña y el agua, prender el fuego y asar en otras hembras? Ella había sido un mero incidente en mi vida loca y tuvo el fin que
carne. De madrugada lo despertaban los caporales a puntapiés, para que recociera el debía tener. ¡Barrera merecía mi gratitud!
café cerrero; y tras de tomarlo, se iban sin ayudarle a ensillar la mañosa bestia ni decirle Además, la que fue mi querida tenía sus defectos: era ignorante, caprichosa y colérica.
hacia qué banco se dirigían. Y él, llevando del cabestro la mula de los calderos y los Su personalidad carecía de relieve: vista sin el lente de la pasión amorosa, aparecía la
víveres, trotaba por las estepas oscurecidas, poniendo oído a las voces de los jinetes, mujer común, la de encantos atribuidos por los admiradores que la persiguen. Sus cejas
hasta orientarse y seguir con ellos. eran mezquinas, su cuello corto, la armonía de su perfil un poquito convencional.
Para colmo, la cocinera de la ramada le exigía cooperar en sus menesteres, y él, tiznado Desconocía la ciencia del beso y sus manos fueron incapaces de inventar la menor
y humilde como un guiñapo, se resignaba a su situación. Más de una vez, al vaciar el caricia. Jamás escogió un perfume que la distinguiera; su juventud olía como la de
“cocido” en la barbacoa, sobre las hojas frescas que servían de manteles, atropáronse los todas.
peones con la presteza de buitres hambrientos, y él tendió, como todos, las desaseadas ¿Cuál era la razón de sufrir por ella? Había que olvidar, había que reír, había que
manos a la carne para trinchar algún trozo con su “belduque”. empezar de nuevo. Mi destino así lo exigía, así lo deseaban, tácitos, mis camaradas. El
El “arrimado” de la maritornes, un abuelote de empaque torvo, que lo celaba Pipa, disfrazando la intención con el disimulo, cantó cierta vez un “llorao” genial, a los
estúpidamente y que ya lo había vapuleado con el cinturón, comenzó a vociferar, compases de las maracas, para infundirme la ironía confortadora:
masticando, porque no se repetía presto la calderada. Como el coquis no se afanó por
obedecerle, lo agarró de una oreja y le bañó la cara en caldo caliente. El muchacho, El domingo la vi en misa
enfurecido, le rasgó el buche de un solo tajo, y la asadura del comilón se regó humeando el lunes la enamoré,
en la barbacoa, por entre las viandas. el martes ya le propuse,
El dueño del hato apresó al chicuelo, liándole garganta y brazos con un “mecate”, y el miércoles me casé,
mandó dos hombres a que lo mataran ese mismo día, debajo de las resacas del el jueves me dejó solo,
Yaguarapo. Por fortuna, pescaban allí unos indios, que destriparon a los verdugos y le el viernes la suspiré;
dieron al sentenciado la libertad, pero llevándoselo consigo. el sábado el desengaño…
Errante y desnudo vivió en las selvas más de veinte años, como instructor militar de las y el domingo a buscar otra
grandes tribus, en el Capanaparo y en el Vichada; y como cauchero, en el Inírida y en el porque solo no me amaño.
Vaupés, en el Orinoco y en el Guaviare, con los piapocos y los guahibos, con los
baniyas y los barés, con los cuivas, los carijonas y los huitotos. Pero su mayor Mientras tanto, se iniciaba en mi voluntad una reacción casi dolorosa, en que
influencia la ejercía sobre los guahibos, a quienes había perfeccionado en el arte de las colaboraron el rencor y el escepticismo, la impenitencia y los propósitos de venganza.
guerrillas. Con ellos asaltó siempre las rancherías de los sálivas y las fundaciones que Me burlé del amor y de la virtud, de las noches bellas y de los días hermosos. No
baña el Pauto. Cayó prisionero en distintas épocas, cuando una “raya” le lanceó el pie, o obstante, alguna ráfaga del pasado volvía a refrescar mi ardido pecho, nostálgico de
cuando las fiebres le consumían; pero, con riesgosa suerte, se hizo pasar por vaquero ilusiones, de ternura y serenidad.
cautivo de los hatos de Venezuela, y conoció diferentes cárceles, donde observaba
intachable conducta para volver pronto a la inclemencia de los desiertos y al usufructo
de las revoltosas capitanías. * * *
-Yo- decía-, seré su lucero en estos confines, si pone a mi cuidado la expedición:
conozco trochas, vaguadas, caminos, y en algunos caños tengo amistades. Buscaremos a
los caucheros por dondequiera, hasta el fin del mundo; pero no vuelva a permitir que el Los aborígenes del bohío eran mansos, astutos, pusilánimes, y se parecían como las
mulato Correa duerma conmigo, ni que me satirice con tanta roña. Eso no es corriente frutas de un mismo árbol. Llegaron desnudos, con sus dádivas de “cambures” y
entre cristianos y desanima a cualquier hombre de sentimiento. ¡Algún día lo rasguño, y “mañoco”, acondicionadas en cestas de palmarito, y las descargaron sobre el barbecho,
quedamos en paz!
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en lugar visible. Dos de los indios que manejaban la canoa traían pescados cocidos al copos; y en la turquesa del cielo ondeaba, perennemente, un desfile de remos cándidos,
humo. sobre los cimborrios de los moriches, donde bullía la empeluzada muchedumbre de
Cuidadosos de que los perros no gruñeran, fuimos al encuentro del arisco grupo, y polluelos. A nuestro paso se encumbraba en espiras la nívea flota, y, tras de girar con
después de una libre plática en gerundios y monosílabos castellanos, resolvieron los insólito vocerío, se desbandaba por unidades que descendían al estero, entrecerrando las
visitantes ocupar un extremo de la vivienda, el inmediato a los montes y a la barranca. alas lentas, como un velamen de seda albicante.
Con indiscreta curiosidad les pregunté dónde habían dejado a las mujeres, pues ninguna Pensativo, junto a las linfas, demoraba el “garzón soldado” de rojo kepis, heroica altura
venía con ellos. Apresuróse a explicarme el Pipa que era imprudencia hacer tan y marcial talante, cuyo ancho pico es prolongado como una espada; y a su alrededor
desusadas indagaciones, so riesgo de que se alarmaran los celosos indios, a cuyas revoloteaba el mundo babélico de zancudas y palmípedas, desde la “corocora” lacre,
“petrivas” les fue negado, por tradicional experiencia, mostrar incautamente su que humillaría el ibis egipcio, hasta la azul cerceta de dorado moño y el pato ilusionante
desnudez a forasteros blancos, siempre lujuriosos y abusivos. Agregó que no tardarían de color de rosa, que en el rosicler del alba llanera tiñe sus plumas. Y por encima de ese
en acercarse las indias viejas, para ir aquilatando nuestra conducta, hasta convencerse de alado tumulto volvía a girar la corona eucarística de garzas, se despetalaba sobre la
que éramos varones morigerados y recomendables. ciénaga, y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los días de su candor, al evocar
Dos días después apareciéronse las matronas, en traje de paraíso, seniles, repugnantes, las hostias divinas, los coros angelicales, los cirios inmaculados.
batiendo al caminar los flácidos senos, que les pendían como estropajos. Traían sobre la Parecíame imposible que pudiéramos arrimar al sitio de los nidos y las plumas. El
greña sendas “taparas” de chicha mordicante, cuyos rezumos pegajosos les goteaban por transparente charco nos dejó ver un sumergido ejército de caimanes, en contorno de las
las arrugas de las mejillas, con apariencia de sudor ácido. Ofreciéronnos la bebida a pico palmeras, ocupado en recoger pichones y huevos, que caían cuando las garzas, entre
de calabaza, imponiendo su hierático gesto, y luego rezongaron malhumoradas al ver algarabías y picotazos, desnivelaban con su peso las ramazones. Nadaba por doquiera la
que solo el Pipa pudo saborear el cáustico brebaje. innúmera banda de caribes, de vientre rojizo y escamas plúmbeas, que se devoran unos
Más tarde, cuando principió a resonar la lluvia, acurrucáronse junto al fogón, como a otros y descarnan en un segundo todo ser que cruce las ondas de su dominio, por lo
gorilas momificadas, mientras los hombres enmudecían en los chinchorros con el cual hombres y cuadrúpedos se resisten a echarse a nado, y mucho más al sentirse
letargo de la desidia. Nosotros callábamos también en el tramo opuesto, viendo caer el heridos, que la sangre excita instantáneamente la voracidad del terrible pez. Veíase la
agua en la extensión de la umbrosa vega, que oprimía el espíritu con sus neblinas y traidora raya, de aletas gelatinosas y arpón venenoso, que descansa en el fango como un
cerrazones. escudo; la anguila eléctrica, que inmoviliza con sus descargas a quien la toca, la
-Es imperioso- prorrumpió Franco- decidir esta situación poniendo en práctica algún palometa de nácar y oro, semejante al disco lunar, que desciende al fondo y enturbia el
propósito. En la semana entrante dejaremos esta guarida. agua para escaparse a las dentelladas de la tonina. Y todo el inmenso acuario se extendía
-Ya las indias vinieron a prepararnos el bastimento- repuso el Pipa-. Remontaremos el hacia el horizonte, como un lago de peltre donde flotan las plumas ambicionadas.
río, cruzándolo frente a Caviona, un poco más arriba de las lagunas. Por allí va una Bogando en balsitas inverosímiles, nos distribuimos aquí y allí para recoger el caro
senda terrestre para el Vichada y en recorrerla se gastan siete días. Hay que llevar a tesoro. Los indios invadían a trechos las espesuras, hurgando en las tinieblas con las
cuestas el equipo, mas ninguno de estos “cuñaos” quiere ir de carguero. Yo estoy palancas, por miedo de güíos y caimanes, hasta completar su manojo blanco, que a
trabajando para decidirlos. Pero es urgente la compra de algunos “corotos” en Orocué. veces cuesta la vida de muchos hombres, antes de ser llevado a las lejanas ciudades a
-¿Y con qué dinero los adquirimos?- advertí alarmado. exaltar la belleza de mujeres desconocidas.
-Eso corre de mi cuenta. Sólo pido que crean en mí, y que sigan siendo afables con la
tribu. Necesitamos sal, anzuelos, “guarales”, tabacos, pólvora, fósforos, herramientas y
mosquiteros. Todo para ustedes porque a mí nada me es indispensable. Y como nadie * * *
sabe qué nos espera en esas lejanías…
-¿Será preciso vender las sillas y los aperos?
-¿Y quién los compra? ¿Y quién los vende sin que lo apañen? Ya podemos irlos Aquella tarde rendí mi ánimo a la tristeza y una emoción romántica me sorprendió con
botando. De aquí en adelante no tendremos otro caballo que la canoa. vagas caricias. ¿Por qué viviría siempre solo en el arte y en el amor? Y pensaba con
-¿Y en qué lugar escondes el oro para tus planes? dolorida inconformidad: “¡Si tuviera ahora a quien ofrecerle este armiñado ramillete de
-En el garcero de Las Hermosas. Cuatro libras de pluma fina, si mal nos va. Cada plumajes, que parecen espigas blancas! ¡Si alguien quisiera abanicarse con este alón de
semana cambiaremos un manojito por mercancías. Cuando les provoque, yo soy “codúa” marina, donde va prisionero el iris! ¡Si hubiera hallado con quién contemplar el
baquiano, pero es muy lejos. garcero nítido, primavera de aves y colores!
-¡Eso no importa! ¡Mañana mismo! Con humillada pena advertí luego que en el velo de mi ilusión se embozaba Alicia y
procuré manchar con realismo crudo el pensamiento donde la intrusa resurgía.
Afortunadamente, tras penoso viaje por cenagosas llanuras y hondos caños, dimos con
* * * el lugar donde habían quedado las canoas; y a palanca, comenzamos a remontar los
sinuosos ríos, hasta que entramos, a boca de noche, en el atracadero de la ramada.
Desde lejos nos llevó la brisa el llanto de un niño y, cuando llegamos a la huta, salieron
¡Bendita sea la difícil landa que nos condujo a la región de los revuelos y la albura! El corriendo unas indias jóvenes, sin atender al Pipa, que en idioma terrígeno alcanzó a
inundado bosque del garcero, millonario de garzas reales, parecía algodonal de nutridos
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gritarles que éramos gente amiga. En soleras y horcones había chinchorros pensamientos, ejerciendo influencias desconocidas sobre sus esperanzas y sus
numerosísimos, y en el fogón, a medio rescoldo, gorgoreaba la olla de las infusiones. pesadumbres. A mis pies cayeron dos muchachos, y se brindaron a acompañar nuestra
Lentamente, apenas la candela irguió su lumbre, se nos fueron presentando los indios expedición sin que sus mujeres se resistieran. Nunca he podido recordar sus nombres
nuevos, acompañados de sus mujeres, que les ponían la mano derecha en el hombro vernáculos, y apenas sé que traducidos a buen romance querían decir, casi literalmente,
izquierdo, para advertirnos que eran casadas. Una que llegó sola, nos señalaba el “Pajarito del Monte” y “Cerrito de la Sabana”. Abracélos en señal de que aceptaba su
chinchorro de su marido y se exprimía el lechoso seno, dando a entender que había dado ofrecimiento, por lo cual descolgaron del techo las palancas y les remudaron el fique de
a luz ese día. El pipa, ante ella, comenzó a instruirnos en las costumbres que rigen la las horquetas, para que soportaran el impulso de la canoa al hincarse en los “carameros”
maternidad en dicha tribu: al presentir el alumbramiento, la parturienta toma el monte y de los charcos o en los arrecifes costaneros.
vuelve, ya lavada, a buscar a su hombre para entregarle la criatura. El padre, al punto, se A su vez, las indias viejas rallaban yuca para la preparación del “cazabe” que debía
encama para guardar dieta, mientras la madre le prepara cocimientos contra las náuseas alimentarnos en el desierto. Echaban la mezcla acuosa en el “sebucán”, ancho cilindro
y los cefálicos. de hojas de palma retejidas, cuyo extremo inferior se retuerce con un tramojo para
Como si entendiera estas explicaciones, hacía la moza signos de aprobación a cuanto el exprimir el almidonoso jugo de la rallada. Otras, desnudas en contorno de la candela,
Pipa refería; y el cónyuge follón, de cabeza vendada con hojas, se quejaba desde el recalentaban el “budare”, tiesto redondo y plano, sobre cuya superficie iban extendiendo
chinchorro y pedía cocos de chicha para aliviar sus padecimientos. la masa inmunda y la alisaban con los dedos ensalivados hasta que la torta endureciera.
Las indias que habían huido eran las pollonas, y cada uno de nosotros podía coger la Quiénes torcían sobre los muslos las fibras sacadas del cogollo de los moriches, para
que le placiera, cuando el jefe, un cacique matusalénico, recompensara con esa suerte tejer un chinchorro nuevo, digno de mi estatura y mi persona, mientras el cacique,
nuestra adhesión. Mas sería candidez pensar que con requiebros y sonrisas aceptarían gesticulando, me hacía entender que celebraría con baile pomposo el vasallaje debido a
nuestro agasajo. Era preciso atisbarlas como a gacelas y correr en los bosques hasta mi fortaleza y mi autoridad.
rendirlas, pues la superioridad del macho debe imponérseles por la fuerza, en cambio de Mi espíritu pregustaba el acre sabor de las próximas aventuras.
sumisión y ternura.
Yo me sentía incapaz de toda ilusión.
* * *

* * *
Los indios encargados de procurarnos la mercancía fueron estafados por los tenderos de
Orocué. En cambio de los artículos que llevaron: “seje”, chinchorros, “pendare” y
El jefe de la familia me manifestaba cierta frialdad, que se traducía en un silencio plumas, recibieron baratijas que valían mil veces menos. Aunque el Pipa les enseñó
despectivo. Procuraba yo halagarlo en distintas formas, por el deseo de que me cuidadosamente los precios razonables, sucumbieron a su ignorancia y la avilantez de
instruyera en sus tradiciones, en sus cantos guerreros, en sus leyendas; inútiles fueron los explotadores volvió a enriquecerse con el engaño. Unos paquetes de sal porosa, unos
mis cortesías, porque aquellas tribus rudimentarias y nómades no tienen dioses, ni pañuelos azules y rojos y algunos cuchillos, fueron írrito pago de la remesa, y los
héroes, ni patria, ni pretérito, ni futuro. emisarios tornaron felices de que, como otras veces, no los hubieran obligado a barrer
Aconteció que traje del garcero dos patos grises, pequeños como palomas, ocultos en las tiendas, cargar agua, desyerbar la calle, empacar cueros.
una mochila. Hallé uno muerto al día siguiente, y lo desplumé junto al fogón para que Fallida la esperanza de acrecentar los equipajes, nos consolamos con la certeza de que el
mis perros se lo comieran. Mas, al verme, el cacique tomó sus flechas y me amenazó viaje sería menos complicado. Y, al fin, una noche de plenilunio, quedó lista la gran
con la macana, dando alaridos y trenos, hasta que las mujeres, pavoridas, recogieron las curiara que, con blando meneo, ofrecía conducirnos a Caviona.
plumas y las soplaron al aire de la mañana. Afluyeron al baile más de cincuenta indios, de todo sexo y edad, pintarrajeados y
Rodeáronme mis compañeros y me arrebataron la carabina porque no amenazara al licenciosos, y fueron amojonándose en la abierta playa, con los calabozos de hervidora
abuelo audaz. Este arrojóse al suelo, cubriéndose la cara con las manos se retorcía en chicha. Desde por la tarde habían hecho acopio de “mojojoyes”, gruesos gusanos de
epilépticas convulsiones, empezó a dar sollozos de despedida, besaba la tierra y la anillos peludos, que viven enroscados en los troncos podridos. Descabezábanlos con los
manchaba con espumarajos. Luego quedóse rígido, entre el espanto del desnudo harén, dientes, como el fumador que despunta el cigarro, y sorbían el contenido mantequilloso,
pero el Pipa le echó rescoldo en las orejas para que la muerte no le comunicara su fatal refregándose luego la vacía funda del animal en las cabelleras, para lustrarlas. Las de las
secreto. pollonas, de altivos senos, resplandecían como el charol, bajo el nimbo de plumas de
Entonces me advirtió nuestro intérprete que las almas de aquellos bárbaros residen en guacamayo y sobre los collares de corozos y cornalinas.
distintos animales, y que la del cacique se asemejaba a un pato gris. Probablemente El cacique se había embijado el rostro con achiote y miel y aspiraba el polvo del
moriría de sugestión por haber contemplado al ave sin vida, y la tribu se vengaría de mi “yopo”, introduciéndose en las narices, sendos canutillos. Cual si lo hubiera atacado el
“homicidio”. Apresuréme a sacar el otro pato y lo dejé revolotear entre la ramada; al “delirium tremens”, bamboleábase embrutecido entre las muchachas, y las apretaba y
verlo, el indio quedóse en éxtasis ante el milagro y siguió los zigzags del vuelo sobre la perseguía, semejante a un cabrío rijoso, pero impotente. A veces, a media lengua, venía
plenitud del inmediato río. a felicitarme porque, según el Pipa, era yo, como él, enemigo de los vaqueros y les
El pueril incidente bastó para acreditarme como ser sobrenatural, dueño de almas y había quemado las fundaciones, cosas que me hacían digno de una macana fina y de un
destinos. Ningún aborigen se atrevía a mirarme, pero yo estaba presente en sus arco nuevo.
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En medio de la orgiástica barahúnda, prodigábase la chicha de fermento atroz, y las El visionario fue conducido en peso y recostado contra un estantillo. Su cara singular y
mujeres y los chicuelos irritaban con su vocerío la bacanal. Luego empezaron a girar barbilampiña había tomado un color violáceo. A veces babeaba su propio vientre, y, sin
sobre las arenas en moroso círculo, al compás de los fotutos y las cañas, sacudiendo el abrir los ojos se quería coger los pies. Entre el lelo corro de espectadores le sostuve la
pie izquierdo a cada tres pasos, como lo manda el rigor del baile nativo. Parecía más frente con mis manos.
bien la danza un tardo desfile de prisioneros, alrededor de inmensa argolla, obligados a -Pipa, Pipa, ¿Qué ves? ¿Qué ves?
repisar una sola huella, con la vista al suelo, gobernados por el quejido de la chirimía y Con angustioso pujo principió a quejarse y saboreaba su lengua como un confite. Los
del grave paloteo de los tamboriles. Ya no se oía más que el son de la música y el cálido indios afirmaban que sólo hablaría cuando despertara.
resollar de los danzantes, tristes como la luna, mudos como el río que los consentía Con descreída curiosidad nuevamente dije:
sobre sus playas. De pronto las mujeres, que permanecían silenciosas dentro del -¿Qué ves? ¿Qué ves?
círculo, abrazaron las cinturas de sus amantes y trenzaban el mismo paso, inclinadas y -Un…rí…o. Hom…bres,…dos…hombres…
entorpecidas, hasta que con súbito desahogo corearon todos los pechos ascendente -¿Qué más? ¿Qué más?
alarido, que estremecía selvas y espacios como una campanada lúgubre: ¡Aaaaay…Ohé! -U…n…a…ca…no…a…
Tendido de codos sobre el arenal, aurirrojizo por las luminarias, miraba yo la singular -¿Gente desconocida?
fiesta, complacido de que mis compañeros giraran ebrios en la danza. Así olvidarían sus -Uuuuh…Uuuuuh…Uuuuuh…
pesadumbres y le sonreirían a la vida otra vez siquiera. Mas, a poco, advertí que -Pipa ¿te sientes mal? ¿Qué quieres? ¿Qué quieres?
gritaban como la tribu, y que su lamento acusaba la misma pena recóndita, cual si a -Dor…mir…dor…mir…dor…
todos les devorara el alma un solo dolor. Su queja tenía la desesperación de las razas Las visiones del soñador fueron estrafalarias: procesiones de caimanes y tortugas,
vencidas, y era semejante a mi sollozo, ese sollozo de mis aflicciones que suele pantanos llenos de gente, flores que daban gritos. Dijo que los árboles de la selva eran
repercutir en mi corazón aunque lo disimulen los labios: ¡Aaaaay…Ohé! gigantes paralizados y que de noche platicaban y se hacían señas. Tenían deseos de
escaparse con las nubes, pero la tierra los agarraba por los tobillos y les infundía la
perpetua inmovilidad. Quejábanse de la mano que los hería, del hacha que los derribaba,
* * * siempre condenados a retoñar, a florecer, a gemir, a perpetuar, sin fecundarse, su
especie formidable, incomprendida. El Pipa les entendió sus airadas voces, según las
cuales debían ocupar barbechos, llanuras y ciudades, hasta borrar de la tierra el rastro
Cuando me retiré a mi chinchorro, en la más completa desolación, siguieron mis pasos del hombre y mecer un solo ramaje en urdimbre cerrada, cual en los milenios del
unas indias y se acurrucaron cerca de mí. Al principio conversaban a medio tono, pero Génesis, cuando Dios flotaba todavía sobre el espacio como una nebulosa de lágrimas.
más tarde atrevióse una a levantar la punta de mi mosquitero. Las otras, por sobre el ¡Selva profética, selva enemiga! ¿Cuándo habrá de cumplirse tu predicción?
hombro de su compañera, me atisbaban y sonreían. Cerrando los ojos, rechacé la
provocación amorosa, con profundo deseo de libertarme de la lascivia y pedirle a la
castidad su refugio tranquilo y vigorizante. * * *
Al amanecer regresaron a la ramada los juerguistas. Tendidos en el piso, como
cadáveres, disolvían en el sueño la pesadilla de la embriaguez. Ninguno de mis
camaradas había vuelto, y sonreí al notar que faltaban algunas pollonas. Mas cuando Llegamos a las márgenes del río Vichada derrotados por los zancudos. Durante la
bajé al río para observar el estado de la curiara, vi al Pipa, boca abajo en la arena, travesía los azuzó la muerte tras de nosotros y nos persiguieron día y noche, flotando en
exánime y desnudo al rayo del sol. halo fatídico y quejumbroso, trémulos como una cuerda a medio vibrar. Éranos
Cogiéndolo por los brazos lo arrastré hacia la sombra, disgustado por su prurito de imposible mezquinar nuestra sangre asténica, porque nos succionaban al través de
desnudarse. Aquel hombre, vanidoso de sus tatuajes y cicatrices, prefería el guayuco a sombrero y ropa, inoculándonos el virus de la fiebre y la pesadilla.
la vestimenta, a pesar de mis reprensiones y amenazas. Dejélo que dormitara la Las que enantes fueron sabanas úberes, se habían convertido en desoladas ciénagas; y
borrachera, y allí permaneció hasta la noche. Rayó el día siguiente y ni despertaba ni se con el agua a la cintura, seguíamos el derrotero de los baquianos, bañada en sudor la
movía. frente y húmedas las maletas que portábamos a la espalda, famélicos, macilentos,
Entonces, descolgando la carabina, cogí al cacique por la melena y lo hinqué en la pernoctando en altiplanos de breña inhóspita, sin hoguera, sin lecho, sin protección.
grava, mientras que Franco hacía ademán de soltar los perros. Abrazóme el anciano las Aquellas latitudes son inmisericordes en la sequía y en el invierno. Cierta vez en La
pantorrillas, trabajando una explicación: Maporita, cuando Alicia me amaba aún, salí al desierto a coger para ella un venadillo
-¡Nada, nada! Tomando “yagé”, tomando “yagé”... recental. Calcinaba el verano la estepa tórrida, y las reses, en el fogaje del calor,
Ya conocía las virtudes de aquella planta, que un sabio de mi país llamó “telepatina”. Su trotaban por todas partes buscando agua. En los meandros de árido cauce escarbaban la
jugo hace ver en sueños lo que está pasando en otros lugares. Recordé que el Pipa me tierra del bebedero unas vaquillonas, al lado de un caballejo que agonizaba con el
habló de ella, agradecido de que sirviera para saber con seguridad a qué sabanas van los hocico puesto sobre el barrizal. Una bandada de caricaris cogía culebras, ranas,
vaqueros y en cuáles sitios abunda la caza. Habíale ofrecido a Franco ingerirla para lagartijas, que palpitaban locas de sed entre carroñas de “cachicamos” y “chigüires”. El
adivinar el punto preciso donde estuviera el raptor de nuestras mujeres. toro que presidía la grey repartía topes con protectora solicitud, para obligar a sus
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hembras a acompañarlo hacia otros parajes en busca de alguna charca, y mugía arreando -Dime, ¿no habrá moronas de cazabe en tu maletera? Párate, acércate.
a sus compañeras en medio del banco centelleante y pajonaloso. -¿Para qué? ¡Todo se acabó! ¡Cómo me duele que tengas hambre!
Empero, una novilla recién parida, que se destapó las pezuñas cavando el secadal, -¿Las pepas de este árbol serán venenosas?
regresó a buscar a su ternerillo para ofrecerle la ubre cuarteada. Echóse para lamerlo, y -Probablemente. Pero los indios están pescando. Aguardemos hasta mañana.
allí murió. Levanté la cría y expiró en mis brazos. Y con los ojos llenos de lágrimas, balbucí, desviando el calibre:
Mas luego, al caer unas cuantas lluvias, invertía el territorio su hostilidad: por doquiera, -¡Bueno, bueno! Hasta mañana.
encaramados sobre troncos, veíanse “lapas”, zorros y conejos, sobreaguando en la
inundación; y aunque las vacas pastaban en los esteros, con el agua sobre los lomos,
perdían sus tetas en los dientes de los caribes. * * *
Por aquellas intemperies atravesamos a pie desnudo, cual lo hicieron los legendarios
hombres de la conquista. Cuando al octavo día me señalaron el monte del Vichada,
sobrecogióme intenso temblor y me adelanté con el arma al brazo, esperando encontrar Los perros comenzaron a manotear en mi mosquitero para que abandonáramos el
a Alicia y a Barrera en sensual coloquio, para caerles de sorpresa, como el halcón sobre playón. Evidentemente, seguía creciendo el río.
la nidada. Y jadeante, y entigrecido, me agazapé sobre los barrancos de la orilla. Cuando nos guarecimos en una laja del promontorio, había estrellas sobre los montes.
¡Nadie! ¡Nadie! El silencio, la inmensidad… Los perros ladraban desde los barrancos.
-Pipa, llama a esos cachorros, que aúllan como viendo al diablo.
Los silbé lúgubremente.
* * * Franco me aclaró que el Pipa andaba con los indígenas.
Entonces advertimos un reflejo como de linterna que, muy abajo, parecía surcar el agua.
Con intermitencia alumbraba y se perdía, y al amanecer no lo vimos más.
¿A quién podíamos preguntarle por los caucheros? ¿Para qué seguir caminando río “Pajarito del Monte” y “Cerrito de la Sabana” llegaron fatigosos con esta noticia.
arriba sobre la costa desapacible? Era mejor renunciar a todo, tendernos en cualquier “Falca” subiendo río. Compañero siguiéndola por la orilla. Falca picureándose.
sitio y pedirle a la fiebre que nos rematara. El Pipa nos trajo nuevos informes: era una canoa ligera, con techo de palma entretejida.
El fantasma impávido del suicidio, que sigue esbozándose en mi voluntad, me tendió Al notar que en la sombra andaban indios, apagó el candil y sesgó rumbo. Debíamos
sus brazos esa noche; y permanecí entre el chinchorro, con la mandíbula puesta sobre el acecharla, hacerle fuego.
cañón de la carabina. ¿Cómo iría a quedar mi rostro? ¿Repetiría el espectáculo de Como a las once del día, remontó a palanca, sigilosamente, escondiéndose en los
Millán? Y este solo pensamiento me acobardaba. rebalses, bajo los densos guamos. Se empeñaba en forzar un chorro, y, por escaparse al
Lente y oscuramente insistía en adueñarse de mi conciencia un demonio trágico. Pocas remolino, tocó la costa para que un hombre la remolcara al extremo de la cadena.
semanas antes, yo no era así. Pero pronto los conceptos de crimen y los de bondad se Enderezamos hacia el boga la puntería, mientras que Franco le salió al encuentro con el
compensaban en mis ideas, y concebí el morboso intento de asesinar a mis compañeros, machete en alto. Al instante, el que timoneaba la embarcación exclamó de pie:
movido por la compasión. ¿Para qué la tortura inútil, cuando la muerte era inevitable y -¡Teniente!, mi teniente!, ¡yo soy Helí Mesa!
el hambre andaría más lenta que mi fusil? Quise libertarlos rápidamente y morir luego. Y saltando a la orilla, se apretaron enternecidos.
Con la siniestra mano entre el bolsillo, principié a contar las cápsulas que tenía, Después, al ofrecernos la “yucuta” hecha de mañoco, el cual parecía salvado grueso,
escogiendo para mí la más puntiaguda. ¿Y a cuál debía matar primero? Franco estaba expuso Mesa, repartiéndonos la ración:
cerca de mí. En la noche lluviosa extendí el brazo y le tenté la cabeza febricitante. -¿Qué proyectos ocultan ustedes, que me preguntan por los caucheros? El tal Barrera se
-¿Qué quieres?-dijo-. ¿Por qué le movías el manubrio al winchester? La fiebre me robó esa gente y se la lleva para el Brasil, a venderla en el río Guainía. A mí también me
vuelve loco- y pulsándome la muñeca repetía-: ¡Pobre…! La tuya tiene más de cuarenta enganchó hace ya dos meses, pero me le fugué a la entrada del Orinoco, después de
grados. Abrígate con mi ruana hasta que sudes. matarle a un capataz. Estos dos indios que me acompañan son de Maipures.
- ¡Esta noche será interminable! Miré estupefacto a mis camaradas, sintiendo un vértigo más horripilante que el de la
-Pronto saldrá el lucero de la madrugada. ¿Sabes- agregó-, que el mulatito puede fiebre. Callábamos cogitabundos, estremecidos. Mesa nos observaba con inquietud.
“rasgarse”? ¿No has sentido como se queja? Ha delirado con Sebastiana y con los Franco rompió el silencio.
rodeos. Dice que tiene el hígado endurecido como piedra. -Dime, ¿con los caucheros va la Griselda?
-Tuya es la culpa. No quisiste que se quedara. Ardías por verlo morir en el desamparo. -Sí, mi Teniente.
-Creí que su ansia de regreso obedecía a la aversión que siente por el Pipa. -¿Y una muchacha llamada Alicia?- le pregunté con voz convulsa?
-Yo los reconciliaré para siempre. -¡También, también!...
-Es que Correa le teme por la amenaza de que va a causarle maleficio. Ha dado en
entristecerse cuando escucha cantar cierto pájaro.
Recordando los filtros de Sebastiana, repuse dudoso: * * *
-¡Ignorancia, superstición!
-Ayer sacó el tiple para reponerle la clavija rota. Pero al tocarlo se puso a yorar.
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Junto al fogón que fulgía en la arena, nos envolvíamos en el humo, para esquivar la
plaga. Ya sería la medianoche cuando Helí Mesa resumió su brutal relato, que Las manos de Helí Mesa me reconfortaron. Estrechélas, ansioso, y me transmitían en
escuchaba yo sentado en el suelo, hundida la cabeza entre las rodillas. sus pulsaciones la contracción con que le hincaron al capataz el temerario acero en su
-Si ustedes hubieran visto el caño Muco el día del embarco, habrían pensado que carne odiosa. Aquellas manos, que sabían amansar la selva, también desbravaban los
aquella fiesta no tenía fin. Barrera prodigaba abrazos, sonrisas, enhorabuenas, satisfecho ríos con el canalete o con la palanca, y estaban cubiertas de dorado vello, como las
de la mesnada que iba a seguirlo. Los tiples y las maracas no descansaban, y, a falta de mejillas del indomable joven.
cohetes, disparábamos los revólveres. Hubo cantos, botellas, almuerzo a rodo. Luego, al -¡No me felicite usted- decía-, yo debí matarlos a todos!
sacar nuevas damajuanas de aguardiente, pronunció Barrera un falaz discurso, -¿Y entonces, para qué mi viaje?- le repliqué.
empalagoso de promesas y cariño, y nos suplicó que llevásemos nuestras armas a un -Tiene usted razón. A mí no me han robado mujer ninguna, pero un simple sentimiento
solo bongo, no fuera que tanto júbilo provocara alguna desgracia. Todos le obedecimos de humanidad me enfurece el brazo. Bien sabe mi Teniente que seguiré siendo
sin protesta. subalterno suyo, como en Arauca. Vamos, pues, a buscar a los forajidos, a libertar a los
“Aunque muy bebido, me siguió la corazonada de que por aquí no hay monte apropiado enganchados. Estarán en el río Guainía, en el “siringal” de Yaguanarí. Dejando el
para organizar caucherías, y estuve a punto de volverme a buscar mi rancho, a Orinoco, pasarían por el Casiquiare, y quién sabe qué dueño tengan ahora, porque allí
rejuntarme con la indiecita que dejé. Pero como hasta la niña Griselda hacía burlas a mis dizque abundan los compradores de hombres y mujeres. “El Palomo” y “El Matacano”
recelos, resolví gritar como todos al embarcarme: ¡Viva el progresista señor Barrera! eran socios de Barrera en este comercio.
¡Viva nuestro empresario! ¡Viva la expedición! -¿Y tú crees que Alicia y Griselda vivan esclavas?
“Ya les referí lo que aconteció después de una marcha de horas, apenas caímos al -Lo que sí garantizo es que valen algo, y que cualquier pudiente dará por una de ellas
Vichada. El “Palomo” y el “Matacano” estaban acampados con quince hombres en un hasta diez quintales de goma. En eso las avaluaban los centinelas.
playón, y cuando arribábamos, nos intimaron requisa a todos, diciendo que habíamos Me retiré por el arenal a mi chinchorro, sombrío de pesar y satisfacción. ¡Qué dicha que
invadido territorios venezolanos. Barrera, director de la jungla, nos ordenó: las fugitivas conocieran la esclavitud! ¡Qué vengador el latigazo que las hiriera!
“Compatriotas queridos, hijos amados, no os resistáis. Dejad que estos señores Andarían por los montes sórdidos, desgreñadas, enflaquecidas, portando en la cabeza
esculquen bongo por bongo, para que se convenzan de que somos gente de paz”. los calderos llenos de goma, o el tercio de leña verde o los peroles de fumigar. La
“Aquellos hombres entraron pero no salieron: se quedaron en popa y en proa como venenosa lengua del sobrestante las aguijaría con indecencias y no les daría respiro ni
centinelas. Seguros de que íbamos desarmados, nos mandaron permanecer en un solo para gemir. De noche dormirían en el tambo oscuro, con los peones, en hedionda
sitio, o dispararían sobre nosotros. Y descalabraron a los cinco que se movieron. promiscuidad, defendiéndose de pellizcos y manoseos, sin saber quiénes las forzaban y
“Entonces clamó Barrera que él seguiría adelante, hacia San Fernando del Atalapo, a poseían, en tanto que la guardia pasaría número, como indicando el turno a la hombrada
protestar contra el abuso y a reclamar del coronel Funes una crecida indemnización. Iba lúbrica: ¡Uno!...¡Dos!...¡Tres!...
en el mejor bongo, con las mujeres aludidas, y con las armas y las provisiones. Y se fué, De repente, con el augurio de tales visiones, el corazón empezó a crecerme dentro del
se fué, sordo a los llantos y a los reproches. pecho hasta postrarme en sofocadora impotencia. ¿Alicia llevaría en sus entrañas
“Aprovechando la borrachera que nos vencía, nos filiaba el “Palomo” y nos amarraba de martirizadas a mi hijo? ¿Qué tormento más inhumano que mi tormento podía inventarse
dos en dos. Desde ese día fuimos esclavos y en ninguna parte nos dejaban desembarcar. contra varón alguno? Y caí en un colapso sibilador y mi cabeza desangrábase bajo mis
Tirábamos el mañoco en unas “coyabras”, y arrodillados, lo comíamos por parejas, uñas.
como perros en yunta, metiendo la cara en las vasijas, porque nuestras manos iban Insensiblemente reaccioné de modo perverso. Barrera la habría reservado para su lecho
atadas. y para su negocio, porque aquel miserable era capaz de tener concubina y vivir de ella.
“En el bongo de las mujeres van los chicuelos, a pleno sol, mojándose las cabecitas para ¡Qué salaces depravaciones, qué voluptuosos refinamientos le habría enseñado! ¡Y de
no morir carbonizados. Parten el alma con sus vagidos, tanto como las súplicas de las haberla vendido, bien, muy bien! ¡Diez quintales de caucho la repagaban! ¡Ella se
madres, que piden ramas para taparlos. El día que salimos al Orinoco, un niño de entregaría por una sola libra!
pechos lloraba de hambre. El “Matacano”, al verlo lleno de llagas por las picaduras de Quizás no estaba de peona en los siringales, sino de reina en la entablada casa de algún
los zancudos, dijo que se trataba de la viruela, y, tomándolo de los pies, volteólo en el empresario, vistiendo sedas costosas y finos encajes, humillando a sus siervas como
aire y lo echó a las ondas. Al punto, un caimán lo atravesó en la jeta, y poniéndose a Cleopatra, riéndose de la pobreza en que la tuve, sin poder procurarle otro goce que el
flote, buscó la ribera para tragárselo. La enloquecida madre se lanzó al agua y tuvo igual de su cuerpo. Desde su mecedora de mimbre, en el corredor de olorosa sombra, suelta la
suerte que la criaturilla. Mientras los centinelas aplaudían la diversión, logré zafarme las cabellera, amplio el corpiño, vería desfilar a los cargadores con los bultos de caucho
ligaduras, y, rapándole el grazt al que estaba cerca, le hundí al Matacano la bayoneta hacia las balandras, sudorosos y desgarrados, mientras que ella, ociosa y rica, entre los
entre los riñones, lo dejé clavado contra la borda, y, en presencia de todos, salté al río. abanicos de las “iracas”, apagaría sus ojos en bochorno, al son de una victrola de
“Los cocodrilos se entretuvieron con la mujer. Ningún disparo hizo blanco en mí. ¡Dios sedantes voces, satisfecha de ser hermosa, de ser deseada, de ser impura.
premió mi venganza y aquí estoy!” ¡Pero yo era la muerte y estaba en marcha!...

* * * * * *
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-No sigas argumentándome que ha sido “El Poira” el que anduvo anoche por estas
En la ranchería autóctona de Ucuné nos regaló un cacique tortas de cazabe y discutió playas. “El Poira” tiene pies torcidos, y como carga en la cabeza un brasero ardiente que
con el Pipa el derrotero que debíamos seguir: cruzar la estepa que va del Vichada al no se le apaga ni al sumergirse en los remansos, se ve dondequiera el hilo de ceniza
caño del Vúa, descender a las vegas del Guaviare, subir por el Inírida hasta el indicadora. Tracemos en este arenal una mariposa con el dedo del corazón, como exvoto
Papunagua, atravesar un istmo selvoso en busca del Isana bramador, y pedirle a sus propicio a la muerte y a los genios del bosque, pues voy a contar la historia de la
corrientes que nos arrojen al Guainía, de negras ondas. indiecita Mapiripana.
Este trayecto, que implica una marcha de meses, resulta más corto que la ruta de los A excepción de los maipureños, todos obedecimos.
caucheros por el Orinoco y el Casiquiare. Carenamos la embarcación con “peramán”, y
nos dimos a navegar sobre las enlagunadas sabanetas, arrodillados en la canoa, en
martirizadora incomodidad, con perros y víveres, sacando, por turnos, en una concha, el * * *
agua impertinente de las lluvias.
El mulato Correa seguía con fiebre, ovillado entre la curiara, bajo el bayetón llanero que
otros días le sirvió para defenderse de los toros perseguidos. Cuando le oí decir que -La indiecita Mapiripana es la sacerdotisa de los silencios, la celadora de manantiales y
inclinaba la cabeza sobre el pecho para escuchar un tenaz gorgojo que le iba lagunas. Vive en el riñón de las selvas, exprimiendo las nubecillas, encauzando las
carcomiendo el corazón, lo abracé con lástima: filtraciones, buscando perlas de agua en la felpa de los barrancos, para formar nuevas
-¡Animo, ánimo! ¡No pareces el hombre que conocí! vertientes que den su tesoro claro a los grandes ríos. Gracias a ella, tienen tributarios el
-Blanco, esa es la verdá. El que yo era quedó en los yanos. Orinoco y el Amazonas.
Quejóseme de que el Pipa le quería “apretar la maturranga” porque él se resistió a “Los indios de estas comarcas le temen, y ella les tolera la cacería a condición de no
prestarle el tiple. Llamé al marullero y lo sacudí. hacer ruido. Los que la contrarían no cazan nada; y basta fijarse en la arcilla húmeda
-Si vuelves a asustar a este pobre muchacho con tantas mentiras te amarraré desnudo en para comprender que pasó asustando los animales y marcando la huella de un solo pie,
un hormiguero. con el talón hacia adelante, como si caminara retrocediendo. Siempre lleva en las manos
-No me crea usted de tan mala índole. Cierto que les apreté la maturranga a los una parásita y fué quien usó primero los abanicos de palmera. De noche se la siente
fugitivos, pero a este socio se le ha encajao que el maleficio es para él. Convénzase de gritar en las espesuras, y en los plenilunios costea las playas, navegando sobre una
lo que oye- sacó de su mochila un manojo de paja, liada con alambre por la mitad, como concha de tortuga, tirada por “bufeos”, que mueven las aletas mientras ella canta.
si fuera escoba inútil, y la desenrolló, exponiendo-: Todas las noches la retorcía, “En otros tiempos vino a estas latitudes un misionero, que se emborrachaba con vino de
pensando en el Barrera, para que sienta el estrangulamiento en la cintura y vaya palmas y dormía en el arenal con indias impúberes. Como era enviado del cielo a
trozándose hasta dividirse. ¡Ah, si yo le pudiera clavar las uñas! Conste, pues, que se derrotar la superstición, esperó que la indiecita bajara cierta noche de los remansos del
salva por los miedos de este mulatito ignorante.- Y diciendo esto, arrojó lejos la Chupave, para enlazarla con el cordón del hábito y quemarla viva, como a las brujas. En
hechicería. un recodo de estos playones, tal vez en esa arena donde ustedes están sentados, veíala
A veces llevábamos en “guando” la canoa, por las costas de los raudales, o la robarse los huevos de “terecay”, y advirtió al fulgor de la luna llena que tenía un vestido
cargábamos en hombros, como si fuera la caja vacía de algún muerto incógnito a quien de telarañas y apariencias de viudita joven. Con lujurioso afán empezó a seguirla, mas
íbamos a buscar en remotas tierras. se le escapaba en las tinieblas; llamábala con premura, y el eco engañoso respondía. Así
-Esta curiara parece un féretro- dijo Fidel. lo fue internando en las soledades hasta dar con una caverna donde lo tuvo preso
Y el mulato sibilino respondió: muchos años.
-Bien pué ser pa nosotros mesmos. “Para castigarle el pecado de la lujuria, chupábale los labios hasta rendirlo, y el infeliz,
Aunque ignorados ríos nos ofrecían pródiga pesca, la falta de sal nos mermó el aliento y perdiendo su sangre, cerraba los ojos para no verle el rostro, peludo como el de un
a los zancudos se sumaron los vampiros. Todas las noches agobiaban los mosquiteros, mono orangután. Ella, a los pocos meses, quedó encinta y tuvo dos mellizos
rechinando, y era indispensable tapar los perros. Alrededor de la hoguera el tigre rugía, aborrecibles: un vampiro y una lechuza. Desesperado el misionero porque engendraba
y hubo momentos en que los tiros de nuestros fusiles alarmaron las selvas, siempre tales seres, se fugó de la cueva, pero sus propios hijos lo persiguieron, y de noche,
interminables y agresivas. cuando se escondía, lo sangraba el vampiro, y la lechuza lo reflejaba, encendiendo sus
Una tarde, casi al oscurecer, en las playas del río Guaviare advertí una huella humana. ojos parpadeantes, como lamparillas de vidrio verde.
Alguien había estampado sobre la greda el contorno de un pie, enérgico y diminuto, sin “Al amanecer proseguía la marcha, dando al flácido estómago alguna ración de frutas y
que su vestigio reapareciera por ninguna parte. El Pipa, que cazaba peces con las “palmitos”. Y desde la que hoy se conoce con el nombre de Laguna Mapiripana, anduvo
flechas, acudió a mi llamamiento, y en breve todos mis camaradas le hicieron círculo a por tierra, salió al Guaviare, por aquí arriba, y, desorientado, remontólo en una canoa
la señal, procurando indagar el rumbo que hubiera seguido. Pero Helí Mesa interrumpió que halló clavada en un varadero; pero le fué imposible vencer el chorreón de
la cavilación con esta noticia: Mapiripán, donde la indiecita había enfurecido el agua, metiendo en la corriente
-¡He aquí el rastro de la indiecita Mapiripana! enormes piedras. Descendió luego a la hoya del Orinoco y fué atajado por los raudales
Y esa noche, mientras volteaba una tortuga en el asador, remató sus polémicas con el del Maipures, obra endemoniada de su enemiga, que hizo también los saltos del Isana,
Pipa: del Inírida y del Vaupés. Viendo perdida toda esperanza de salvación, regresó a la
cueva, guiado por los foquillos de la lechuza, y al llegar vio que la indiecita le sonreía
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en su columpio de enredaderas florecidas. Postróse para pedirle que lo defendiera de su Aterrado, aturdido, comprendí que mis clamores no herían el aire; eran ecos mentales
progenie, y cayó sin sentido al escuchar esta cruel amonestación: “¿Quién puede librar que se apagaban en mi cerebro, sin emitirse, como si estuviera reflexionando. Mientras
al hombre de sus propios remordimientos?” tanto, proseguía la lucha tremenda de mi voluntad con el cuerpo inmóvil. A mi lado
“Desde entonces se entregó a la oración y a la penitencia y murió envejecido y empuñaba una sombra la guadaña y principió a esgrimirla en el viento, sobre mi cabeza.
demacrado. Antes de la agonía, en su lecho mísero de hojas y líquenes, lo halló la Despavorido esperaba el golpe, mas la muerte se mantenía irresoluta, hasta que,
indiecita tendido de espaldas agitando las manos en el delirio, como para coger en el levantando un poco el astil, lo descargó a plomo en mi cráneo. La bóveda parietal, a
aire a su propia alma; y al fenecer, quedó revolando entre la caverna una mariposa de semejanza de un vidrio ligero, tintineó, al resquebrajarse y sus fragmentos resonaron en
alas azules, inmensa y luminosa como un arcángel, que es la visión final de los que el interior, como las monedas entre la alcancía.
mueren de fiebres en estas zonas”. Entonces la caoba meció sus ramas y escuché en sus rumores estos anatemas:
“¡Picadlo, picadlo con vuestro hierro, para que experimente lo que es el hacha en la
carne viva. ¡Picadlo aunque esté indefenso, pues él también destruyó los árboles y es
* * * justo que conozca nuestro martirio!”
Por si el bosque entendía mis pensamientos, le dirigí esta meditación: “¡Mátame, si
quieres, que estoy vivo aún!”
Nunca he conocido pavura igual a la del día que sorprendí a la alucinación en mi Y una charca podrida me replicó: “¿Y mis vapores? ¿Acaso están ociosos?”
cerebro. Por más de una semana viví orgulloso de la lucidez de mi comprensión, de la Pasos indiferentes avanzaron en la hojarasca. Franco acercóse sonriendo y con la yema
sutileza de mis sentidos, de la finura de mis ideas; me sentía tan dueño de la vida y del de su dedo índice me tentó la pupila estática: “Estoy vivo, estoy vivo”, le gritaba dentro
destino, hallaba tan fáciles soluciones a sus problemas, que me creí predestinado a lo de mí. “Pon el oído sobre mi pecho y escucharás las pulsaciones”.
extraordinario. La noción del misterio surgió en mi ser. Gozábame en adiestrar la Extraño a mis súplicas mudas, llamó a mis compañeros para decirles sin una lágrima:
fantasía y me desvelaba noches enteras, queriendo saber qué cosa es el sueño y si está “Abrid la sepultura, que está muerto. Era lo mejor que podría sucederle”. Y sentí con
en la atmósfera o en las retinas. angustia desesperada los golpes de la pica en el arenal.
Por primera vez mi desvío mental se hizo patente en el hosco Inírida, cuando oí a las Entonces, en un esfuerzo sobrehumano, pensé al morir: “¡Maldita sea mi estrella aciaga,
arenas suplicarme: “No pises tan recio, que nos lastimas. Apiádate de nosotras y que ni en vida ni en muerte se dieron cuenta de que yo tenía corazón!”
lánzanos a los vientos, que estamos cansadas de ser inmóviles”. Moví los ojos. Resucité. Franco me sacudía:
Las agité con braceo febril, hasta provocar una tolvanera, y Franco tuvo que sujetarme -¡No vuelvas a dormir sobre el lado izquierdo, que das alaridos pavorosos!
por el vestido porque no me arrojara al agua al escuchar las voces de las corrientes: “¿Y ¡Pero yo no estaba dormido! ¡No estaba dormido!
para nosotras no hay compasión? Cógenos en tus manos, para olvidar este movimiento,
ya que la arena impía no nos detiene y le tenemos horror al mar”.
Apenas toqué las ondas se fugó la demencia, y comencé a sufrir la tortura de que mi * * *
propio ser me causara recelo.
A veces, por distraer la preocupación, empuñaba el remo hasta quedar exhausto,
procurando indagar en las miradas de mis amigos el estado de mi salud. Con frecuencia Los maipureños que vinieron del Vichada con Helí Mesa parecían mudos. Adivinar su
los sorprendía haciéndose guiños de desconsuelo, pero me estimulaban así: “No te edad era empresa tan aleatoria como calcularles los años a los “careyes”. Ni el hambre,
fatigues mucho: hay que saber lo que son las fiebres”. ni la fatiga, ni las contrariedades alteraron el pasivo ceño de su indolencia. A semejanza
Sin embargo, yo comprendía que se trataba de algo más grave, y hacía esfuerzos de los ánades pescadores, que exhiben en la playa su pareja gris, acordes en el vuelo y
poderosos de sugestión para convencerme de mi normalidad. Enriquecía mis discursos en el descanso, siempre juntos, señeros y tristes, convivían aquellos indígenas,
con amenos temas, resucitaba en la memoria antiguos versos, complacido de la viveza entendiéndose a medias voces y apartándose de nosotros en las quedadas, para
de mi razón, y me hundía luego en lasitudes letárgicas, que terminaban de esta manera: acomodarse en mellizo grupo a sorber el pocillo de yucuta, después de encender las
-Franco, dime, por Dios, si me has oído algún disparate. fogatas, de recoger las puyas de pescar, y de fornir anzuelos y guarales.
Poco a poco mis nervios se restauraron. Una mañana desperté alegre y me di a silbar un Nunca los vi mezclarse con los guahibos de Mucucuana ni celebrarle al Pipa sus
aire de amor. Más tarde me tendí sobre las raíces de una caoba, y, de cara a los grumos, anécdotas y carantoñas. Ni pedían ni daban nada. El Catire Mesa era su intermediario y
me burlé de la enfermedad, achacando a la neurastenia mis aprensiones pretéritas. Mas, con él sostenían lacónicos diálogos, exigiendo la entrega de la curiara- que era su única
de pronto, empecé a sentir que estaba muriéndome de catalepsia. En el vahído de la hacienda-, pues ansiaban tornar a su río.
agonía, me convencí de que no soñaba. ¡Era lo fatal, lo irremediable! Quería quejarme, -Ustedes deben acompañarnos hasta el Isana.
quería moverme, quería gritar, pero la rigidez me tenía cogido y solo mis cabellos se -No podemos.
alborotaban, con la premura de las banderas durante el naufragio. El hielo me penetró -Sepan entonces que no entregaremos la canoa.
por las uñas de los pies, y ascendía progresivamente, como el agua que invade un terrón -No podemos.
de azúcar; mis nervios se iban cristalizando, retumbaba mi corazón en su caja vítrea y el Cuando entrábamos al Inírida, el mayor de ellos me encareció, en tono mitad de súplica
globo de mi pupila relampagueó al endurecerse. y amenaza:
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-Déjanos regresar al Orinoco. No remontes esta agua que son malditas. Arriba, trajín titánico, montó el revólver al ordenarles a los maipureños que descendieran por
caucherías y guarniciones. Trabajo duro, gente maluca, matan los indios. una laja y ganaran de un salto la embarcación para palanquearla de popa y de proa. Los
Esto me confirmaba viejos informes que el Pipa nos dió para que desistiéramos de briosos nativos obedecieron, y dentro del leño resbaladizo, que zigzagueaba sobre las
acercarnos a las barracas del Guaracú. espumas, forcejearon por impelerlo hacia la chorrera; mas de repente, al reventarse las
Por la tarde hice que Franco los interrogara más ampliamente, y, aunque remisos al amarras, la canoa retrocedió sobre el tumbo rugiente, y antes que pudiéramos lanzar un
cuestionario, dijeron que en el istmo del Papunagua vivía una tribu cosmopolita, grito, el embudo trágico los sorbió a todos.
formada por prófugos de siringales desconocidos, hasta del putumayo y del Acajú, del Los sombreros de los dos náufragos quedaron girando en el remolino, bajo el iris que
Apoporis y del Macaya, del Vaupés y del Papurí, del Ti-Paraná (río de la sangre), del abría sus pétalos como la mariposa de la indiecita Mapiripana.
Tui-Paraná (río de la espuma), y tenían corredores entre la selva, para cuando fueran
patrullas armadas a perseguirlos; que, desde años atrás, unos guayaneses de poca monta
establecieron una fábrica cerca al Isana, para ir avasallando a los fugitivos, y los * * *
administraba un corso llamado “El Cayeno”; que debíamos torcer rumbo, porque si
dábamos con los prófugos nos tratarían como a enemigos; y si con las barracas, nos
pondrían a trabajar por el resto de nuestra vida. La visión frenética del naufragio me sacudió con una ráfaga de belleza. El espectáculo
Destiñóse en las aguas el postrer lampo. Oscureció. Encontradas preocupaciones me fue magnífico. La muerte había escogido una forma nueva contra sus víctimas, y era de
combatían con el desvelo. Aquella noticia, verídica o falsa, me puso triste. En los agradecerle que nos devorara sin verter sangre, sin dar a los cadáveres livores
montes se espesaba la oscuridad. ¿Qué acontecimientos se cumplirían con mi presencia repulsivos. ¡Bello morir el de aquellos hombres, cuya existencia apagase de pronto,
más allá de esas sombras? como una brasa entre las espumas, al través de las cuales subió el espíritu haciéndolas
Hacia la media noche sentí ladridos y palabras de gresca. Frente a la canoa se destacaba hervir de júbilo!
el corrillo discutidor. Mientras corríamos por el peñasco a tirar el cable de salvamento, en el ímpetu de una
-¡Mátalo! ¡Mátalo!,- decía Mesa. ayuda tardía, pensaba yo que cualquier maniobra que acometiéramos aplebeyaría la
Franco me llamó a gritos. Acudí presuroso, revólver en mano. imponente catástrofe; y, fijos los ojos en la escollera, sentía el dañino temor de que los
-Estos bandidos iban a largarse con la canoa. ¡Querer botarnos en estas selvas, a morir náufragos sobreaguaran, hinchados, a mezclarse en la danza de los sombreros. Mas ya el
de hambre! ¡Dicen que el Pipa los aconsejó! borbotón espumante había borrado con oleadas definitivas las huellas últimas de la
-¿Quién me calumnia? ¡Eso no es posible! ¿Seré yo capaz de malos consejos? desgracia.
Los maipureños le argumentaron tímidos: Impaciente por la insistencia de mis compañeros, que rondaban de piedra en piedra,
-Nos rogaste embarcar tu cama y dos carabinas. grité:
-¡Confusión lamentable! Yo les propuse que se fugaran, por conocer sus intenciones. -¡Franco, tú eres un necio! ¿Cómo pretendes salvar a quienes perecieron súbitamente?
Dijeron que no. Resulta que sí. ¡No haberlos denunciado de cualquier modo! ¡No poder ¿Qué beneficio les brindarías si resucitaran? ¡Déjalos ahí, y envidiemos su muerte!
clavarles las uñas! Franco, que recogía desde la margen tablones rotos de la embarcación, se armó con uno
Cortando la discusión, decidí flagelar al Pipa y encomendé tal faena a sus cómplices. de ellos para golpearme.
Culebreábase más que los látigos, imploraba clemencia entre plañidos y hasta llegó a -¿Nada te importan tus amigos? ¿Así nos pagas? ¡Jamás te creí tan inhumano, tan
invocar el nombre de Alicia. Por eso, cuando le saltó la primera sangre, lo amenacé con detestable!
tirárselo a los caribes. Entonces aparentó que se desmayaba, ante el pasmo angustioso Yo, en el estallido de su cólera, permanecía perplejo. Tuve vagas nociones del deber y
de maipureños y guahibos, a quienes advertí, enfáticamente, que en lo sucesivo busqué con la mirada mi carabina. Por sobre el eco de los torrentes me herían las
dispararía sobre cualquiera que se levantara del chinchorro sin dar el aviso palabras de la agresión, que Franco seguía emitiendo a gritos al par que manoteaba ante
reglamentario. mi rostro. Jamás había conocido yo una iracundia tan elocuente y tumultuosa. Habló de
Las semanas siguientes las malgastamos en domeñar raudales tronitosos. Mas cuando su vida sacrificada por mi capricho, habló de mi ingratitud, de mi carácter voluntarioso,
creíamos escaladas todas las torrenteras, nos trajo el eco del monte el fragor de otro de mi rencor. Ni siquiera había sido leal con él cuando pretendí disfrazar mi condición
rápido turbulento, que batía a lo lejos su espuma brava como un gallardete sobre el en La Maporita: decirle que era hombre rico, cuando la penuria me denunciaba como un
peñascal. En zumbadora rapidez enarcábase el agua, provocando una ventolina que herrete; ¡decirle que era casado, cuando Alicia revelaba en sus actitudes la indecisión de
remecía las guedejas de los bambúes y hacía vacilar el iris ingrávido, con un bamboleo la concubina! ¡Y celarla como a una virgen después de haberla encanallado y
de la arcada móvil entre la niebla de los hervideros. pervertido! ¡Y desgañitarse porque otro se la llevaba, cuando yo, al raptarla, la había
A lo largo de ambas orillas erguía sus fragmentos el basalto roto por el río-tormentoso iniciado en la perfidia! ¡Y seguirla buscando por el desierto, cuando en las ciudades
torrente en estrecha gorja- y a la derecha, como un brazo que el cerro les tendía a los vivían aburridas de su virtud solícitas mujeres de índole dócil y de hermosa estampa! ¡Y
vórtices, sobreaguaba la hilera de rocas máximas con su serie de cascadas fulgentes. Era arrastrarlos a ellos en la aventura de un viaje mortífero, para alegrarme de que
preciso forzar el paso de la izquierda porque los cantiles no permitían sacar en vilo la perecieran trágicamente! ¡Todo por ser yo un desequilibrado, tan impulsivo como
curiara. Acostumbrados a vencer estas maniobras, la sirgábamos por la cornisa de un teatral!
voladero, pero al dar con el triángulo de los arrecifes, resistióse a bandazos y cabezadas Esta última frase me cayó como un martillazo. ¿Yo desequilibrado? ¿Por qué?
en el torbellino ensordecedor, falta de lastre y de timonel. Helí Mesa, que dirigía el Apresuréme a devolverle el golpe y fué feliz mi acometida.
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-¡So estúpido! ¿En dónde está mi desequilibrio? ¡Lo que voy haciendo por Alicia lo Cierta vez la niña Griselda, ausente yo, le daba clases de tiro al blanco. Sorprendílas con
hiciste ya por Griselda! ¿Crees que no lo sabía? ¡Por ella asesinaste a tu Capitán! el revólver humeante y permanecieron impasibles, como si estuvieran con la costura.
Y para ofenderlo con el mayor ahínco, agregué, parodiando un concepto célebre: -¿Qué es esto, Alicia? ¿A tal punto has perdido la timidez?
-¡No está lo malo en tener querida, sino en casarse con ella! Sin responderme, encogióse de hombros, pero su compañera dictaminó sonriendo:
Mientras lo hería con risotadas de sarcasmo, apoyóse en la roca enhiesta. Hubo un -¡Es que las mujeres debemos saber de tóo! ¡Ya no hay garantía ni con los maríos!
instante en que creí que fuera a caer. Mi voz lo había traspasado como una lanza. Helí Mesa vino a interrumpir mi meditación con esta súplica:
Entonces escuché revelaciones abrumantes: -¡Una amistad como la de ustedes resiste choques! Este altercado no tiene importancia.
-Yo no le dí muerte a mi Capitán. Lo apuñaló la Griselda misma. Aquí está el “Catire” Las manos del Teniente no se han manchado. Puede estrecharlas.
Mesa, que fué a darme el aviso. Es verdad que en la sala oscura hice tiros, sin saber Mientras oprimía las de Fidel, le ordené al Catire:
cómo. La mujer me quitó el revólver y encendió luz, advirtiéndome con frase heroica: -¡Dame también las tuyas, que por justicieras se mancharon!
“Este apagó la vela para venírseme por las malas, y aquí lo tienes”. ¡Estaba El Pipa y los guahibos se fugaron aquella noche.
revolcándose en su propia sangre!
“La Griselda, por culpable que resultara, se había redimido con su bravura. Le quité el
puñal y me dí preso, declarando ser el autor de todo. Pero el Capitán evitó el escándalo. * * *
¡No acusó a nadie!
“Digan estos que me oyen, cómo me expoliaba el Juez de orocué. Quiso sumariar mi
amancebamiento, pero vaciló ante la idea de que pudiéramos ser casados. Por eso la -Amigos míos, faltaría a mi conciencia y a mi lealtad si no declarara en este momento,
Griselda, que es mujer viva, no perdía ocasión de predicar nuestro matrimonio. En esa como anoche, que sois libres de seguir vuestra propia estrella, sin que mi suerte os
mentira se apoyaba nuestra conveniencia. ¡Juro que he dicho la verdad!” detenga el paso. Más que en mi propia vida pensad en la vuestra. Dejadme solo, que mi
Tanta sorpresa me causaron aquellos hechos, que sentía un mareo de confusión e destino desarrollará su trayectoria. Aun es tiempo de regresar a donde queráis. El que
incertidumbre. Fidel seguía desnudando su corazón y descubriendo dramas íntimos, siga mi ruta va con la muerte.
penas de hogar, hastíos de convivencia con la homicida, proyectos de anhelada “Si insistís en acompañarme, que sea corriendo el mundo por cuenta propia. Seremos
separación. Todos los días cultivó el deseo de que la mujer lo abandonara, ahorrándole solidarios por la amistad y el provecho común; pero cada cual afrontará por separado su
así la vergüenza de repudiarla sin motivo justificable. Mas ella, por desgracia, no le destino. De otra manera, no aceptaré vuestra compañía.
había sido infiel, y de tal manera se dió a considerarlo y atenderlo, que lo ligó “Decís que desde la boca de esta corriente en el Guaviare sólo se gasta media jornada en
indestructiblemente con una lástima cariñosa, superior al más grave desvío. Para ella bajar al pueblo de San Fernando. Si no teméis que el coronel Funes pueda prenderos
había organizado, a fuerza de sudores, la fundación de La Maporita. Quería dejarle un como sospechosos, desandad las orillas de estos rápidos, haceos una balsa de platanillos
pasar mediano, mientras prescribía la deserción, para después volverse a Antioquia. Mas y dejadla rodar hacia el Atabapo. Vuestra despensa está en los montes: leche de seje,
cuando se dio cuenta de que Barrera la anhelaba, se encendió en celos. Tal vez sin mi tallos de “manaca”.
ejemplo pernicioso se hubiera resignado a dejarla libre; pero yo le contagié mi furor y “Por mi parte, sólo os demando que me ayudéis a ganar la opuesta margen. Aseveraban
ahora seguía mis pasos hacia el desastre. Y ya era imposible la reflexión. ¡No podía los maipureños que el Papunauga abre su delta a pocos kilómetros de este salto y que
volverse atrás! ¡Ni viva ni muerta admitiría a la desertora; pero tampoco iba a causarle allí moran los indios “puinabes”. Con ellos quiero atreverme hasta el Guainía. Y ya
daño! ¡En verdad no sabía qué hacer! sabéis lo que pretendo, aunque parezcan cosas de loco”.
No guardo otra memoria de su discurso: aunque lo oía no lo escuchaba. El velo del Así amonesté a mis compañeros la mañana que amanecimos en el Inírida abandonados
pasado se descorrió a mis ojos. Olvidados detalles se esclarecieron y me di cuenta de sobre unas rocas.
inadvertidas circunstancias. ¡Con razón la niña Griselda quería emigrar! ¡Por algo elevó El Catire Mesa respondió por todos:
sus alaridos de consternación el día que empuñé mi cuchillo contra Millán para impedir -Los cuatro formaremos un solo hombre. No hemos nacido para reliquias. ¡A lo hecho,
que arrebatara la mercancía a don Rafael! El relampagueo del arma lúcida le pecho!
representaría la escena terrible, cuando sobre la sangre del seductor encendió la vela, Y me precedió por la orilla abrupta, buscando el punto mejor para aventurarnos en la
señalándolo: “Quiso venírseme por las malas, y aquí lo tienes”. Recordé asimismo sus travesía, sin llevar otro equipo que los chinchorros y las armas.
sentencias contra los hombres y hasta el estribillo con que morigeraba mis Claramente, desde aquel día, tuve el presentimiento de lo fatal. Todas las desgracias que
atrevimientos: “¡Si no has de yevarme, no seas indino! ¿Qué tás pensando? ¡Con vos he han sucedido se me anunciaron en ese momento. Sin embargo, avancé indomable por la
sido mujer chancera, pero con otros …me hice valé…! Y, estremecida, descargaba el playa arriba, mirando a veces, con íntimo afán la contraria costa, seguro de que mis
puño sobre mi pecho como para clavarme el hierro vengador. plantas no volverían a hollar nunca el suelo que invadían. Cuando mis ojos encontraban
Y de esa mujer sonriente y salvaje había hecho Alicia su asesora, su confidente. En su los de Fidel, sonreíamos silenciosos.
alma reconcentrada e inexperta iba desarrollándose un carácter nuevo, bajo la influencia -Mejor que el Pipa se picuriara- exclamó Correa-. Ese bandío endemoniao y repelente,
peligrosa de la amiga. Pensando tal vez que yo la repudiaría en cualquier momento, era peligroso. ¡Cómo fregó con la cantaleta de que saliéramos al Guainía por el
puso su esperanza en el amparo de la patrona, a quien imitaba hasta en sus defectos, sin arrastraero del caño Neuquén! ¡Toos estos montes le metían mieos! Pero más el coronel
admitir mis reconvenciones, para darme a entender que no estaba sola y que podía yo Funes.
abandonarla cuando quisiera.
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-Dices bien- le repuse-. Siempre temía que en cualquier raudal saliera a atacarnos la -Es que el Coronel Funes vive en guerra con el Cayeno. Hace una semana que los
indiada prófuga que se guarece en este desierto, donde son sus defensas chorros y vigías vieron remontar una embarcación. Y como el Cayeno tiene correos, le llegó el
espesuras. aviso al día siguiente. Trajo desde el Isana veinticinco hombres y asaltó a los
-Y dale que dale con la “fregancia” de que veía humos en los riscos. Y no admitía que navegantes.
eran vapores de otras cascáas. -Esa embarcación- repuso el Catire- fue la de las huellas en los playones. Esos eran los
-Pero es innegable que ha andado gente por aquí-observó Mesa- Miren la poyata del humos que observaba el Pipa.
remanso: espinas de pescado, fogones, cáscaras. -Díganos usted qué gente era ésa.
-Algo más raro aún- agregó Franco-. Latas de salmón, botellas vacías. No se trata de -Unos secuaces del coronel que venían de San Fernando a robar caucho y cazar indios.
indios solamente. Estos son gomeros recién entrados. Todos murieron. Y es costumbre colgarlos para escarmiento de los demás.
Al escuchar tales palabras pensé en Barrera, mas afirmó el Catire, cual si adivinara mis -¿Y el Cayeno dónde se halla?
cavilaciones: -Hace lo que los otros venían a hacer.
-Tengo plena evidencia de que nuestra gente está en el Guainía. Por lo demás, los El viejo agregó después de una pausa:
rastros son pocos. No han pisoteado el arenal veinte personas, y todas las huellas son de -¿Y la tropa de ustedes, dónde está? ¿Por dónde vino sin que la vieran?
pies grandes. Estos han sido venezolanos. Conviene tirarnos a la orilla para buscar más -Una parte esculca los montes; otra ya remonta el Papunagua. El Cayeno asesinó nuestra
señas. En la línea oscura de aquellos montes se ve un claro. Tal vez el estuario del río descubierta mientras forzábamos los raudales.
Papunagua. -Señor, dígale a su gente que si da con tambos desiertos no utilice el mañoco que en
Y aquella tarde, tendidos de pecho en una balsa y braceando en la espuma por falta de ellos encuentre. Ese mañoco tiene veneno.
remos, pasamos a la opuesta riba, sobre la onda apacible que ensangrentaba el sol. -¿También los mapires que están aquí?
-También. El mañoco que sirve lo tenemos oculto.
-Tráigalo, y coma usted en nuestra presencia.
* * * Cuando el anciano se movió para obedecerme, le miré las canillas llenas de úlceras.
Dióse cuenta de mis miradas y con acento humilde encareció:
-Abran ustedes mismos el “mapire”. Verdaderamente, provoco asco.
Mi dureza contra el vigía fué bestial. Lo hubiera matado al menor intento de resistencia. Y al recibir la afrechosa harina que le ofreció el mulato en una totuma, empezó a
Cuando bajaba con trémulos pies los escalones del palo oblicuo que servía de escalera al ingerirla, sin velar sus lágrimas. Por reanimarlo, le dije solícito:
zarzo, lo empujé para que cayera; y al mirarlo de bruces, inofensivo, atolondrado, lo -No se aflija usted si la vida es dura. Déjenos saborear sus provisiones. ¡Usted es
agarré por el pelo para verle la cara. Era un anciano de elevada estatura, que me miraba alguien! Ya seremos buenos amigos.
con tímidos ojos y erguía los brazos sobre la cabeza por impedir que lo macheteara. Sus
labios se estremecían con suplicantes balbuceos:
-¡Por Dios! ¡No me mate usted, no me mate usted! * * *
Al escuchar tal imploración, percibiendo la semejanza que la ancianidad venerable da a
los hombres, me acordé de mi anciano padre, y, con alma angustiada, abracé al cautivo
para levantarlo del suelo en que yacía. En mi propio sombrero le ofrecí agua. Aquella noche incendiaban la sombra los relámpagos y la selva crujía con rumores
-Perdóneme- le dije-; no me había dado cuenta de su vejez. tétricos. Hasta cuando el viento lluvioso apagó la hoguera, estuve escuchando la
Mientras tanto mis compañeros, que sitiaban el barracón para garantizar mi acometida, conversación de mis camaradas con el inválido; pero me vencía el pesado sueño y perdí
saquearon el zarzo, antes que pudiera contenerlos. Persona alguna hallábase en él. la ilación de la conferencia. El viejo se llamaba Clemente Silva y decía ser pastuso.
Bajaron con la carabina del prisionero. Dieciséis años había vagado por los montes, trabajando como cauchero, y no tenía ni un
-¿De quién es este máuser?- le gritó Franco. solo centavo.
-Mío, señor- dijo el aludido con voz agitada. En un momento que desperté, exponía en el tono explícito de quien hace constar un
-¿Y qué hace usted aquí armado de máuser? favor:
-Me dejaron enfermo hace días. -Yo vi las avanzadas de ustedes. Tres nadadores cruzaban el río. Temeroso de que el
-¡Usted es centinela de los raudales! ¡Y si lo niega, lo fusilamos! Cayeno regresara, callé. Y hoy cuando había resuelto coger la trocha…
El hombre, vuelto hacia Franco, quería postrarse: -Hola- interrumpí, enderezándome en el chinchorro-. ¿Cuántas personas vió usted? ¿Y
-¡Por Dios, no me mate! ¡Piedad de mí! cuándo?
-¿Dónde están- pregunté- las personas que lo dejaron? -Tengo seguridad de lo que digo: Tres nadadores, hace dos días. Serían las siete de la
-Se fueron antier para el alto Inírida. mañana. Por más señas, traían sus ropas amarradas en la cabeza. Ha sido milagro que el
-¿Qué cadáveres han guindado sobre los peñascos cimeros del río? Cayeno no los capturara. Pasan tantas cosas en este infierno…
-¿Cadáveres? -Buenas noches. Sé quienes son. No conversemos más.
-¡Sí, señor; sí señor! Los encontramos esta mañana porque los zamuros los denunciaron. Así dije, para evitar posibles indiscreciones de mis compañeros. Pero ya no pude
Cuelgan de unas palmeras, desnudos, amarrados con alambres por las mandíbulas. dormir, pensando en el Pipa y los indígenas. Ante los peligros que nos rodeaban me
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sentía nervioso, alicaído; mas formé la resolución de acabar con aquella vida de Y aunque el viejo, asombrado, se resistía, remánguele hasta la corva el pantalón, y me
sobresaltos, sucumbiendo de cualquier modo, con mis rencores y caprichos, antes que arrodillé para examinarlo.
cejar en mis propósitos. ¿Por qué don Clemente Silva no me descerrajó un tiro, si con -Fidel, ¿estás ciego? ¡En estas úlceras hay gusanos!
esa ilusión lo asalté? ¿Por qué se retardaba el Cayeno con las cadenas y los suplicios? -¡Gusanos! ¡Gusanos!
¡Ojalá me guindara de un árbol, donde el sol pudriera mis carnes y el viento me agitara -Sí, hay que buscar “otoba” para matárselos.
como un péndulo! El viejo comentaba, quejándose:
-¿Dónde está don Clemente Silva?- le pregunté al Catire Mesa cuando amaneció. -¿Será posible? ¡Qué humillación! ¡Gusanos! ¡Gusanos! ¡Y fué que un día me quedé
-Lavándose la cara en la zanjita. dormido y me sorprendieron los moscones!
-¿Y por qué lo dejaron solo? Si se fugara… Cuando lo condujimos a la barraca, repetía:
-No hay ningún temor. Franco anda con él. Toda la madrugada estuvo quejándose de la -¡Engusanado, engusanado y estando vivo!
pierna.
-¿Y tú qué opinas de ese pobre viejo?
-Es nuestro paisano y no lo sabe. Creo que se le debe confesar todo y pedirle ayuda. * * *
Cuando bajé a la fuente, me enternecí al ver que Fidel le lavaba las llagas al afligido.
Este, al sentir mis pasos, avergonzóse de su miseria y alargó hasta el tobillo el pantalón.
Con turbado acento me contestó los buenos días. -Sepa usted,- le dije esa tarde- que soy por idiosincrasia el amigo de los débiles y de los
-¿Estas lacraduras de qué provienen? tristes. Aunque supiera que usted iba a traicionarnos mañana mismo, sería respetada su
-Ay, señor, parece increíble. Son picaduras de sanguijuelas. Por vivir en las ciénagas invalidez de hoy. No sé si tengan crédito mis palabras, pero piense que podríamos
picando goma, esa maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero sangra los árboles, ultimarlo sólo por ser cómplice de un bandido como el Cayeno. Me ruega usted que le
las sanguijuelas lo sangran a él. La selva se defiende de sus verdugos, y al fin el hombre diga adónde queremos conducirlo preso y se le permita lavar sus trapos para morir con
resulta vencido. ropa limpia; pues bien, ni lo mataremos ni lo apresaremos. Antes, le pido que se
-A juzgar por usted, el duelo es a muerte. encargue de nuestra suerte, porque somos paisanos suyos y venimos solos.
-Eso sin contar los zancudos y las hormigas. Está la “veinticuatro”, está la “tambocha”, El anciano púsose de pie para convencerse de que no soñaba. Sus ojos incrédulos nos
venenosas como escorpiones. Algo peor todavía: la selva trastorna al hombre, medían con insistencia, y, tendiendo los brazos hacia nosotros, exclamó:
desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las almas como -¡Sois colombianos! ¡Sois colombianos!
intrincado espino, y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas convalece al -Como lo oye, y amigos suyos.
cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los millones. El peón Paternalmente nos fué estrechando contra su pecho, sacudido por la emoción. Después
sufre y trabaja con deseo de ser empresario que pueda salir un día a las capitales a quiso hacernos preguntas promiscuas acerca de la patria, de nuestro viaje, de nuestros
derrochar la goma que lleva, a gozar de mujeres blancas y a emborracharse meses nombres. Mas yo le interrumpí de esta manera:
enteros, sostenido por la evidencia de que en los montes hay mil esclavos que dan sus -Ante todo, jure usted que contaremos con su lealtad.
vidas por procurarle estos placeres, como él lo hizo para su amo anteriormente. Sólo que -¡Lo juro por Dios y por su justicia!
la realidad anda más despacio que la ambición y el beri-beri es mal amigo. En el -Muy bien. ¿Pero qué piensa hacer con nosotros? ¿Cree que el Cayeno nos matará?
desamparo de vegas y estradas, muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que ¿Será necesario matarlo a él?
mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a fuerza de agua, la sed Y agregué, para ayudarlo en su desconcierto:
de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por ratas y -O mejor: ¿el Cayeno puede volver aquí?
hormigas, únicos millones que les llegaron, al morir. -No lo creo. Se fué para Caño Grande a robar caucho y cazar indios. No tiene interés
“El destino de otros es menos precario: a fuerza de ser crueles ascienden a capataces, y ninguno en regresar pronto a sus barracones del Guaracú, donde está la “madona”, que
esperan cada noche, con libreta en mano, a que entreguen los trabajadores la goma ha venido a cobrarle.
extraída para sentar su precio en la cuenta. Nunca quedan contentos con el trabajo y el -¿Quién es esa madona de que habla?
rebenque mide su disgusto. Al que trajo diez litros le abonan sólo la mitad, y con el -Es la turca Zoraida Ayram, que anda por estos ríos negociando corotos con los
resto enriquecen ellos su contrabando, que venden en reserva al empresario de otra “siringueros” y tiene en Manaos una pulpería de renombre.
región , o que entierran para cambiarlo por licores y mercancías al primer “chuchero” -Oiga usted. Es indispensable que nos conduzcan al Guaracú, para hablar con la señora
que visite los siringales. Por su parte, algunos peones hacen lo propio. La selva los arma Zoraida Ayram antes que regrese el Cayeno.
para destruirlos, y se roban y se asesinan, a favor del secreto y la impunidad, pues no -La conozco mucho y fuí su sirviente. Ella me trajo al Río Negro desde el Putumayo.
hay noticia de que los árboles hablen de las tragedias que provocan. Me trataban allí tan mal, que me eché a sus pies rogándole que me comprara. Mi deuda
-¿Y usted por qué soporta tantas desdichas?- repliqué indignado. valía dos mil soles: la pagó con mercaderías, me llevó a Manaos y a Iquitos, sin
-Ay, señor, la desgracia lo anula a uno. reconocerme jornal ninguno, y luego me vendió por seis contos de reis a su compatriota
-¿Y por qué no se vuelve a su tierra? ¿Qué podemos hacer para libertarlo? Miguel Pezil, para los gomales de Naranjal y Yaguanarí.
-Gracias, señor. -Hola, ¿qué dice usted? ¿Conoce el siringal de Yaguanarí?
-Por ahora es preciso curar sus llagas. Permítame que le haga remedios. Franco, el Catire y el mulato prorrumpieron:
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-¡Yaguanarí!... ¡Yaguanarí!... ¡Para allá vamos! se guarda el caucho con las mercancías y las provisiones y moran allí los capataces y
-¡Sí, señores! Y, según decía la madona, llegaron hace un mes a dicho lugar veinte sus barraganas.
colombianos y varias mujeres a picar goma. “El personal de trabajadores está compuesto, en su mayor parte, de indígenas y
-¡Veinte! ¡Tan solo veinte! ¡Si eran setenta y dos! enganchados, quienes, según las leyes de la región, no pueden cambiar de dueño antes
Hubo un grave silencio de indecisión. Nos mirábamos unos a otros, fríos y pálidos. Y de dos años. Cada individuo tiene una cuenta en la que se le cargan las baratijas que le
repetíamos inconscientes: avanzan, las herramientas, los alimentos, y se le abona el caucho a un precio irrisorio
-¡Yaguanarí! ¡Yaguanarí! que el amo señala. Jamás cauchero alguno sabe cuánto le cuesta lo que recibe ni cuánto
le abonan por lo que entrega, pues la mira del empresario está en guardar el modo de ser
siempre acreedor. Esta nueva especie de esclavitud vence la vida de los hombres y es
* * * transmisible a sus herederos.
“Por su lado, los capataces inventan diversas formas de expoliación: les roban el caucho
a los siringueros, arrebátanles hijas y esposas, los mandan a trabajar a caños pobrísimos,
-Como ya les dije- agregó don Clemente Silva, después que le relatamos nuestra odisea- donde no pueden sacar la goma exigida, y esto da motivos a insultos y latigazos, cuando
, no puedo suministrar otros informes. Conozco a Barrera de oídas, pero sé que tiene no a balas de winchester. Y con decir que fulano se picureó o que murió de fiebre, se
negocios con Pezil y con el Cayeno, y que tratan de liquidar la compañía porque la arregla el cuento.
madona reclama el pago de un dinero y se niega a conceder más prórrogas. Entiendo “Mas no es justo olvidar la traición y el dolo. No todos los peones son palomas blancas:
que Barrera se había obligado a sacar de Colombia un personal de doscientos hombres; algunos solicitan enganche sólo para robarse lo que reciben, o salir a la selva por matar
mas se apareció con un número exiguo, pues ha venido abonando a sus acreedores a algún enemigo o sonsacar a sus compañeros para venderlos en otras barracas.
deudas viejas con caucheros de los que trae. Por lo demás, los colombianos no tenemos “Esto dió pie a un convenio riguroso, por el cual se comprometen los empresarios a
precio en estas comarcas: dicen que somos insurrectos y volvedores. prender a todo individuo que no justifique su procedencia o que presente el pasaporte
“Comprendo perfectamente el deseo de ponerse al habla con la madona; pero es preciso sin la constancia de que pagó lo que debía y fué dado libre por su patrón. A su vez, las
tener paciencia. Mi turno de vigía sólo se me vence el sábado próximo. guarniciones de cada río cuidan de que tal requisito se cumpla inexorablemente.
-Y si su relevo nos sorprendiera, ¿qué diría? “Mas esta medida es fuente inexhausta de abusos y secuestros. ¿Si el amo se niega a
-No hay cuidado. El bajará por el Papunagua y nosotros regresaremos por la “pica” expedir el salvoconducto? ¿Si el capturador despoja de él a quien lo presenta? Réstame
nueva, dejándole un fogón prendido para que vea que estuve aquí. Desde este zarzo se aún advertir a ustedes que es frecuentísimo el último caso. El cautivo pasa a poder de
domina el río y se divisan los navegantes. No comprendo cómo me capturaron ustedes. quien lo cogió, y éste lo encentra en sus siringales, a trabajar como preso prófugo,
-Veníamos perdidos por esta ribera. Y como los perros encontraron huellas humanas… mientras se averigua “lo conveniente”. Y corren años y años, y la esclavitud nunca
Mas ese detalle poco importa. ¿Con que será preciso esperar? termina. ¡Esto es lo que me pasa con el Cayeno!
- Y aparecer en las barracas a la hora que el “Váquiro” está ausente, inspeccionando en “¡Y he trabajado dieciséis años! ¡Dieciséis años de miseria! ¡Mas poseo un tesoro que
las entradas a los caucheros. Ese capataz es muy malgeniado. Cuando yo les señale los vale un mundo, que no pueden robarme, que llevaré a mi tierra si llego a ser libre: un
caneyes, se presentan ustedes, solos, a quejarse de que traían, para vender, mañoco cajoncito lleno de huesos!”
fresco y unos gendarmes se lo arrebataron. (Allá se sabe ya que esos gendarmes eran de
Funes y que el Cayeno los acuchilló). Agreguen que les “trambucaron” en los raudales
la curiara, y tuvieron ustedes que venirse por las orillas y los montes, hasta que yo les * * *
puse la mano. Adviertan que, como venían a pedir auxilio, los llevé a la trocha de
Guaracú, y que ustedes llegan, acatando mis instrucciones, a implorar garantías. Este
discurso agradará, porque aumenta el crédito de la empresa y desmiente a sus -Para poder contarles mi historia- nos dijo esa tarde- tendría que perder el pudor de mis
detractores. desventuras. En el fondo de cada alma hay algún episodio íntimo que constituye su
-Cuente usted con que la novela tendrá más éxito que la historia. vergüenza. El mío es una mácula de familia: ¡mi hija María Gertrudis “dió su brazo a
-Yo llegaré luego para hacer resaltar la circunstancia de que ustedes se fueron solos y no torcer”!
desconfiaron. Había tal dolor en las palabras de don Clemente, que nosotros aparentábamos no
-¿Y si nos ponen a trabajá?- observó Correa. comprender. Franco se cortaba las uñas con la navaja. Helí Mesa escarbaba el suelo con
-Mulato,- sentencié-, no tengas miedo ¡Venimos a jugar la vida! un palillo, yo hacía coronas con el humo del cigarro. Tan sólo el mulato parecía invaído
-En cuanto a eso, no sabría qué aconsejarles. El Cayeno es cauteloso y cruel como un en la punzante narración.
cazador. Cierto que ustedes nada le deben y que van de paso hacia el Brasil. Pero si se le -Sí, amigos míos- continuó el anciano-. El miserable que la engañaba con promesas de
antoja decir que se picurearon de otras barracas… matrimonio, la sedujo en mi ausencia. Mi pequeño Luciano abandonó la escuela y fué a
-Explique, don Clemente. Poco sabemos de estas costumbres. buscarme al pueblo vecino, donde yo ejercía un modesto empleo, para contarme que los
-Cada empresario de caucherías tiene caneyes, que sirven de viviendas y bodegas. Ya novios hablaban de noche por el solar y que su madre lo había reñido cuando le dió
conocerán los del Guaracú. Esos depósitos o barracas jamás están solos, porque en ellos noticia de ello. Al oír su relato perdí el aplomo, regañélo por calumniador, le exalté la
virtud de María Gertrudis y le prohibí que siguiera oponiéndose con celos y
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malquerencias al matrimonio de los jóvenes, que ya habían cambiado argollas. “Por fortuna, en Mocoa me ofreció curiara y protección un colombiano de amables
Desesperado, el pequeñuelo empezó a llorar y me declaró que estaba resuelto a perder la prendas, el señor Custodio Morales, que era colono del río Cuimañí, indicóme el peligro
tierra antes que la deshonra de la familia lo hiciera sonrojarse ante sus compañeros de de acometer los rápidos de Araracuara, y me dejó en Puerto Pizarro para que siguiera, al
escuela primaria. través de los grandes bosques, por el rumbo que va al puerto de La Florida, en el
“Montado en una borrica, se lo envié a mi esposa con un peón, que llevaba cartas para Caraparaná, donde los peruanos tenían barracas.
ésta y María Gertrudis, llenas de admoniciones y consejos. ¡Ya María Gertrudis no era “Solo y enfermo emprendí ese viaje. Al llegar solicité enganche y abrí una cuenta. Ya
hija mía! me habían dicho que a mi pequeño no se le conocía en la región, pero quise
“Calculen ustedes cuál sería mi pena en presencia de mi deshonor. Medio loco, olvidé el convencerme y salí a trabajar goma.
hogar por perseguir a la fugitiva. Acudí a las autoridades, imploré el apoyo de mis “Era verdad que en mi cuadrilla no estaba el niño, pero podía hallarse en otras. Ningún
amigos, la protección de los influyentes; todos me hacían tragar las lágrimas cauchero oyó jamás su nombre. A veces se alegraba mi reflexión al considerar que
obligándome a referir detalles pérfidos, y, al final, con gestos de lástima, me Lucianito no había palpado la bruta inmoralidad de esas costumbres; mas ¡cuán poco
recriminaban así: “La responsabilidad es de los padres. Hay que saber educar a los me duraba el consuelo! Era seguro que se encontraba en remotos cauchales, bajo otros
hijos”. amos, educándose en la crueldad y la villanía, enloquecido de humillación y de miseria.
“Cuando, humillado por la tortura, volví a casa, me esperaba un nuevo dolor: la pizarra Mi capataz principió a quejarse de mi trabajo. Un día me cruzó la cara de un latigazo y
de Lulianito pendía del muro, cerca al pupitre, donde la brisa agitaba las páginas de un me envió preso al barracón. Toda la noche estuve en el cepo, y, en la siguiente, me
libro descuadernado; en el cajón vi los premios y los juguetes: la cachucha que le bordó mandaron para “El Encanto”. Había logrado lo que pretendía: buscar a Lucianito en
la hermana, el reloj que le regalé, la medallita de la mamá. Reteñidas en la pizarra, bajo otros gomales”.
una cruz, leí estas palabras: “¡Adiós, adiós!” Don Clemente Silva enmudeció. Tocábase la frente con las manos estremecidas, como
“Más que la parálisis, mató la pena a mi pobre esposa. Sentado a la orilla del lecho, la si aún sintiera en su rostro el culebreo del látigo infame. Y agregó después:
veía empapar en llanto la almohada, procurando infundirle el consuelo que no he -Amigos, esta pausa abarca dos años. De allí me picurié para La Chorrera.
conocido jamás. A veces me agarraba del brazo y lanzaba su grito demente: “¡Dame mis
hijos! ¡Dame mis hijos!” Por aliviarla acudí al engaño: inventéle que había logrado
hacer casar a María Gertrudis y que Lulianito estaba interno en el instituto. Saboreando * * *
su pesadumbre la encontró la muerte.
“Un día, viendo que nadie, ni parientes ni amigos me acompañaban, llamé por el
cercado a mi vecina para que viniera a cuidar a la enferma, mientras me ausentaba en “Recuerdo que la noche de mi llegada celebraban el Carnaval. Frente a los barandales
busca del médico. Cuando regresé, vi que mi esposa tenía en las manos la pizarra de del corredor discurría borracha una muchedumbre clamorosa. Indios de varias tribus,
Lucianito y que la remiraba, convencida de que era el retrato del pequeñuelo. blancos de Colombia, Venezuela, Perú y Brasil, negros de las Antillas, vociferaban
¡Así acabó! Al colocarla en el ataúd sollocé esta frase: “¡Juro por Dios y por su justicia pidiendo alcohol, pidiendo mujeres y chucherías. Entonces, desde una trastienda,
que traeré a Luciano, vivo o muerto, a que acompañe tu sepultura!” La besé en la frente aventábanles triquitraques, botones, potes de atún, cajas de galletas, tabaco de mascar,
y puse sobre el pecho de la infeliz la pizarra yerta, para que llevara a la eternidad la cruz alpargatas, franelas, cigarros. Los que no podían coger nada, empujaban, por diversión,
que su propio hijo había estampado. a sus compañeros sobre el objeto que caía, y encima de él arracimábase el tumulto, entre
-Don Clemente, no resucite esos recuerdos que hacen daño. Procure omitir en su risotadas y pataleos. Del otro lado, junto a las lámparas humeantes, había grupos
narración todo lo sagrado y lo sentimental. Háblenos de sus éxodos en la selva. nostálgicos, escuchando a los cantores que entonaban aires de sus tierras: el bambuco, el
Por un momento estrechó mi mano, murmurando: joropo, la “cumbia-cumbia”. De repente, un capataz velludo y bilioso se encaramó sobre
-Es cierto. Hay que ser avaros con el dolor. una tarima y disparó al viento su winchester. Expectante silencio. Todas las caras se
“Pues bien: seguía las huellas de lucianito hacia el Putumayo. Fué en Sibundoy donde volvieron al orador. “Caucheros, exclamó éste, ya conocéis la munificencia del nuevo
me dijeron que había bajado con unos hombres un muchachito pálido, de calzón corto, propietario. El señor Arana ha formado una compañía que es dueña de los cauchales de
que no representaba más de doce años, sin otro equipaje que un pañuelo con ropa. La Chorrera y los de El Encanto. ¡Hay que trabajar, hay que ser sumisos, hay que
Negóse a decir quién era, ni de dónde venía, pero sus compañeros predicaban con obedecer! Ya nada queda en la pulpería para regalaros. Los que no hayan podido
regocijo que iban buscando las caucherías de Larrañaga, ese pastuso sin corazón, socio recoger ropa, tengan paciencia. Los que están pidiendo mujeres, sepan que en las
de Arana y otros peruanos que en la hoya amazónica han esclavizado más de treinta mil próximas lanchas vendrán cuarenta, oídlo bien, cuarenta, para repartirlas de tiempo en
indios. tiempo entre los trabajadores que se distingan. Además, saldrá pronto una expedición a
“En Mocoa sentí la primera vacilación: los viajeros habían pasado, pero nadie pudo someter a las tribus “andoques” y lleva encargo de recoger “guarichas” donde las haya.
decirme qué senda del cuadrivio siguieron. Era posible que hubieran ido por tierra al Ahora, prestadme todos atención: cualquier indio que tenga mujer o hija debe
Caño Guineo, para salir al Putumayo un poco arriba del puerto de San José, y bajar el presentarla en este establecimiento para saber qué se hace con ella”.
río hasta encontrar el Igaraparaná; tampoco era improbable que hubieran tomado la “Inmediatamente otros capataces tradujeron el discurso a la lengua de cada tribu, y la
trocha de Mocoa a Puerto Limón, sobre el Caquetá, para descender por esa arteria al fiesta siguió como antes, coreada por exclamaciones y aplausos.
Amazonas y remontar éste y el Putumayo en busca de los cauchales de “La Chorrera”. “Yo me escurría por entre la gente, temeroso de hallar a mi hijo. Fué la primera vez que
Yo me decidí por la última vía. no quise verlo. Sin embargo, miraba a todas partes y resolví preguntar por él: “Señor,
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¿usted conoce a Luciano Silva? Dígame, ¿entre esta gente habrá algún pastuso? ¿Sabe “-¿Podría decirme usted dónde está ahora?
usted, por casualidad, si Larrañaga o Juanchito Vega viven aquí?” “-¿Tu muchacho? Fíjate con quién tratás. Eso se les pregunta a los cuadrilleros.
“Como mis preguntas producían hilaridad, me atreví a penetrar en el corredor. Los “Por desgracia mía, el negrote entró en ese instante.
centinelas me rechazaron. Un hombre vino a advertirme que el aguardiente lo repartían “-Señor Loaiza- exclamó-, no pierda palabras con este viejo. Es un picure de El Encanto
en las barracas. Y era verdad: por allí desfilaba la multitud presentando jarros y totumas y de La Florida, flojo y destornillado, que en vez de picar los árboles, grababa letreros
al vigilante que hacía la distribución. Un cuadrillero venático quería chancearse: vertió en las cortezas con la punta del cuchillo. Vaya usted a los siringales y se convencerá.
petróleo en una ponchera y lo ofreció a unos indios. Como ninguno aceptó el engaño, Por todas las estradas la misma cosa: “Aquí estuvo Clemente Silva en busca de su
les tiró encima la vasija llena. No sé quién “rastrilló” sus fósforos; pero al momento una querido hijo Luciano”. ¿Ha visto usted vagabundería?
llamarada crepitante achicharró a los indígenas, que se abalanzaron sobre el tumulto con “Yo, como un acusado, bajé los ojos.
alaridos locos, coronados de fuego lívido, abriéndose paso hacia las corrientes, donde se “-¡Hombres- prorrumpí-, bien se conoce que ustedes nunca han sido padres!
sumergieron agonizando. “-¿Qué opinan de este viejo tan descocado? ¡Cómo habrá sido de mujeriego cuando
“Los empresarios de La Chorrera asomaron a la baranda, con los naipes de póker en las hace gala de reproductor!
manos. “¿Qué es esto? ¿Qué es esto?”, repetían. El judío Barchilón tomó la palabra: “Así me respondieron, desenfrenando carcajadas; pero yo me erguí como un mástil, y
“¡Hola, muchachos, no sean patanes! ¡Van a quemarnos el “ensoropado” de los mi mano debilitada, abofeteó al contabilista. El negro, de un puntapié, me tiró boca
caneyes.” Larrañaga calcó la orden de Juancho Vega: “¡No más diversión! ¡No más abajo contra la puerta. ¡Al levantarme, lloré de orgullo y satisfacción!
diversión!”
“Y al sentir el hedor de la grasa humana, escupieron sobre la gente y se encerraron
impasibles. * * *
“Así como el caballo entra en los corrales y a coces y mordiscos aparta las hembras de
su rodeo, integraron los capataces sus cuadrillas a culatazos y las empujaron a cada
barraca, en medio de un bullicio atormentador. “En la pieza vecina se alzó una voz trasnochada y amenazante. No tardó en asomar,
“Yo alcancé a gritar con toda la fuerza de mis pulmones: “¡Lucianito! ¡Lucianito, aquí abotonándose el piyama, un hombre gordote y abotagado, pechudo como una hembra,
está tu padre!” amarillento como la envidia. Antes que hablara, apresuróse el contabilista a informarle
lo sucedido:
“-¡Señor Arana, voy a morir de pena! ¡Perdone usted! Este hombre que está presente
* * * vino a pedirme un extracto de lo que está debiéndole a la compañía, mas apenas le
enuncié el saldo, se lanzó a romper el libro, lo trató a usted de ladrón y amenazó con
apuñalarme.
-Al día siguiente, mi paciencia se puso a prueba. Eran casi las dos y los empresarios “El negro hizo señal de asentimiento; permanecí aturrullado de indignación; Arana
continuaban durmiendo. Por la mañana, cuando las cuadrillas salieron a los trabajos, se enmudecía más. Pero con mirada desmentidora consternó a los dos infames, y me
me presentó un negrote de Martinico, afilando en la vaina de su machete la hoja terrible. preguntó, poniéndome sus manos en los hombros:
“-¡Hola!- me dijo-, ¿vos por qué te quedás aquí? “-¿Cuántos años tiene Luciano Silva, el hijo de usted?
“-Porque soy “rumbero” y voy a salir a exploración. “-No ha cumplido los quince.
“-Vos parecés picure. Vos estabas en El Encanto. “-¿Usted está dispuesto a comprarme la cuenta suya y la de su hijo? ¿Cuánto debe
“-Y aunque así fuera, ¿no son de un solo dueño ambas regiones? usted? ¿Qué abonos le han hecho por su trabajo?
“-Vos eras el sinvergüenza que escribía letreros en los árboles. Agradecé que te “-Lo ignoro, señor.
perdonaban. “-¿Quiere darme por las dos cuentas cinco mil soles?
“Púsele fin al riesgoso diálogo porque vi al tenedor de libros abriendo la puerta de la “-Sí, sí, pero aquí no tengo dinero. Si usted quisiera la casita que poseo en
oficina. Ni siquiera volvió a mirarme cuando le di el saludo, pero avancé hasta el Pasto…Larrañaga y Vega son paisanos míos. Ellos podrían darle informes, ellos fueron
mostrador. mis condiscípulos.
“-Señor Loaiza- le dije con miedosa lengua-, quiero saber, si fuera posible, cuánto vale “-No le aconsejo ni saludarlos. Ahora no quieren amigos pobres. Dígame- agregó
la cuenta de un hijo mío. sacándome al patio-, ¿usted no tiene goma con qué pagar?
“-¿Un hijo tuyo? ¿Querés comprarlo? ¿Te dijeron ya que lo vendían? “-No, señor.
“-Para hacer mis cálculos…Se llama Luciano Silva. “-¿Ni sabe cuáles son los caucheros que me la roban? Si me denuncia algún escondite,
“El hombre plegó un gran libro y tomando su lápiz hizo números. Las rodillas me nos dividiremos la que allí haya.
temblaban de emoción, ¡al fin encontraba el paradero de Lucianito! “-No, señor.
“-Dos mil doscientos soles- afirmó Loaiza-. ¿Qué recargo te piden sobre esa suma? “-¿Usted no podría conseguirla en el Caquetá? Yo le daría compañerazos para que
“-¿Recargo?.. ¿Recargo? asaltara barracones.
“-Naturalmente. No estamos para vender el personal. Por el contrario, la empresa busca “Disimulando la repulsión que me producían aquellas maquinaciones rapaces, pasé de la
gente. astucia a la doblez. Aparenté quedar pensativo. Mi sobornador estrechó el asedio:
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“-Me valgo de usted porque comprendo que es honrado y que sabrá guardarme la “-Acaso Muñeiro…
reserva. Su misma cara le hace el proceso. De no ser así, lo trataría como a picure, me “-Se fugó con peones y caucho, hace cinco meses. ¡Noventa quintales y trece hombres!
negaría a venderle a su hijo y a uno y a otro los enterraría en los siringales. Recuerde “-¡Cómo! ¡Cómo! ¿Pero es posible?
que no tienen con qué pagarme y que yo mismo le doy a usted los medios de quedar “-Trabajaron últimamente cerca de la laguna de Cuyabeno, volvieron a Capalurco, se
libres. escurrieron por el Napo, saldrían al Amazonas, y estarán en el extranjero. Muñeiro me
“-Es verdad, señor. Mas eso mismo obliga mi fe de hombre reconocido. No quisiera había propuesto que tiráramos esa parada; pero yo tuve mi recelillo, porque está de
comprometerme sin tener la seguridad de cumplir. Me gustaría ir al Caquetá, por lo moda entre los sagaces picurearse con los caucheros, prometiéndoles realizar la goma
pronto, como rumbero, mientras estudio la región y abro alguna trocha estratégica. que llevan, prorratearles el valor y dejarlos libres. Con esta ilusión se los cargan para
“-Muy bien pensado, y así será. Eso queda al cuidado suyo, y el hijo de usted a mi otros ríos y se los venden a nuevos patronos. ¡Y ese Muñeiro es tan faramallero! Y
cuidado. Pida un winchester, víveres, una brújula y llévese un indio como carguero. como hay un resguardo en la boca del río Mazán…
“-Gracias, señor, pero mi cuenta se aumentaría. “Al oír esta declaración me descoyunté. El resto de mi vida estaba de sobra. Un
“-Eso lo pago yo, ése es mi regalo de Carnaval. consuelo triste me reconfortó: con tal que mi hijo residiera en país extraño, yo, para los
días que me quedaban, arrastraría gustoso la esclavitud en mi propia patria.
“-Pero- prosiguió mi interlocutor-, también se rumorea que ese personal no se ha
* * * picureado. Piensan que usted lo llevó consigo a no sé qué punto.
“-¡Si ni siquiera he visto el río Napo!
“-Eso es lo curioso. Usted sabe muy bien que una cuadrilla cela a la otra y que hay
“El pasaporte que me dió el amo hacía rabiar de envidia a los capataces. Podía yo obligación de contarle al dueño común lo bueno y lo malo. Envié posta al Encanto con
transitar por donde quisiera y ellos debían facilitarme lo necesario. Mis facultades me este aviso: “Muñeiro no aparece”. Me contestaron que averiguara si usted se lo había
autorizaban para escoger hasta treinta hombres y tomarlos de las cuadrillas que me llevado con su gente para el Caquetá, y que, en todo caso, por precaución, remitiera
placieran, en cualquier tiempo. En vez de dirigirme hacia el Caquetá, resolví desviarme preso a Luciano Silva. A usted lo esperan hace tiempo y varias comisiones lo andan
por la hoya del Putumayo. Un vigilante de las entradas del caño Eré, a quien llamaban buscando. Yo le aconsejaría que se volviera a poner en claro estas cosas. Dígales allá
“El Pantero” por sobrenombre, me puso preso y envió en consulta el salvoconducto. La que no tengo víveres y que mi personal está muriéndose de calenturas.
respuesta fué favorable, pero me reformaron la atribución: en ningún caso podía escoger “Quince días más tarde regresé a El Encanto, a darme preso. Ocho meses antes había
a Luciano Silva. salido a la exploración. Aunque aseveré haber descubierto caños de mucha goma y ser
“La citada orden echó por tierra mis planes, porque yo buscaba a mi hijo para inocente de la fuga de Juan Muñeiro y su grupo, me decretaron una novena de veinte
llevármelo. Muchas veces, al sentir el estruendo de los cauchales derribados por las azotes por día y sobre las heridas y desgarrones me rociaban sal. A la quinta flagelación
peonadas, pensaba que mi chicuelo andaría con ellas y que podía aplastarlo alguna no podía levantarme; pero me arrastraban en una estera sobre un hormiguero de
rama. Por entonces se trabajaba el caucho negro tanto como el “siringa”, llamado “goma “congas” y tenía que salir corriendo. Esto divirtió de lo lindo a mis victimarios.
borracha” por los brasileños; para sacar éste, se hacen incisiones en la corteza, se recoge “De nuevo volvía a ser el cauchero Clemente Silva, decrépito y lamentable.
la leche en petaquillas y se cuaja al humo; la extracción de aquel exigía tumbar el árbol, “Sobre mis esperanzas pasaron los tiempos.
hacerle lacraduras de cuarta en cuarta, recoger el jugo y depositarlo en hoyos ventilados, “Lucianito debía tener diecinueve años.
donde lentamente se coagulaba. Por eso era tan fácil que los ladrones lo traspusieran.
“Cierto día sorprendí a un peón tapando su depósito con tierra y hojas. Circulaba ya la
falsa especie de que yo ejercía fiscalización por cuenta del amo, leyenda que me puso en * * *
grandes peligros porque me granjeó muchas odiosidades. El sorprendido cogió el
machete para destroncarme, pero yo le tendí mi winchester, advirtiéndole: “Te voy a
probar que no soy espía. No contaré nada. Pero si mi silencio te hace algún bien, dime Por esa época hubo para mi vida un suceso trascendental: un señor francés, a quien
dónde está Luciano Silva”. llamábamos el “mosiú”, llegó a las caucherías como explorador y naturalista. Al
“- ¡Ah!..¿Silvita?..¿Silvita?..Trabaja en Capalurco, sobre el río Napo, con la peonada de principio se susurró en los barracones que venía por cuenta de un gran museo y de no sé
Juan Muñeiro. qué sociedad geográfica; luego se dijo que los amos de los gomales le costeaban la
“Esa misma tarde principié a picar la trocha que va desde el caño Eré hasta el expedición.
Tamboriaco. En esa travesía gasté seis meses: tuve que comer yuca silvestre, a falta de “Y así sería, porque Larrañaga le entregó víveres y peones. Como yo era el rumbero de
mañoco. ¡Qué tan grande sería mi extenuación, cuando decidí descansar un tiempo, en mayor pericia, me retiraron de la tropa trabajadora en el río Cahuinarí para que lo guiara
el abandono y la soledad! por donde él quisiera.
“En el Tamboriaco encontré peones de la cuadrilla que residía en un lugar llamado “El Al través de las espesuras iba mi machete abriendo la trocha, y detrás de mí desfilaba el
Pensamiento”. El capataz me invitó a remontar el caño, so pretexto de que visitara el sabio con sus cargueros, observando plantas, insectos, resinas. De noche, en playones
barracón, donde me daría víveres y curiara. Esa noche, apenas quedamos solos, me solemnes, apuntaba a los cielos su teodolito y se ponía a coger estrellas, mientras que
preguntó: yo, cerca del aparato, le iluminaba el lente con un foco eléctrico. En lengua enrevesada
“-¿Y qué dicen los empresarios contra Muñeiro? ¿Lo perseguirán? solía decirme:
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“-Mañana te orientarás en la dirección de aquellos luceros. Fíjate bien de qué lado brilla “Sólo Barchilón se encontraba allí. Apenas leyó el abultado pliego, hizo que me
y recuerda que el sol sale por aquí. llevaran a su oficina.
“Y yo le respondía regocijado: “-¿Dónde conseguiste botas de “soche”? – gruñó al mirarme.
“-Desde ayer hice el cálculo de ese rumbo, por puro instinto. “- El mosiú me las dió con este vestido.
“El francés, aunque reservado, era bondadoso. Es cierto que el idioma le oponía “-¿Y dónde ha quedado ese vagabundo?
complicaciones; pero conmigo se mostró siempre afable y cordial. Admirábase de “- Entre el caño Campuya y Lagarto-cocha- afirmé mintiendo- Poco más o menos a
verme pisar el monte con pies descalzos, y me dió botas; dolíase de que las plagas me treinta días.
persiguieran, de que las fiebres me achajuanaran, y me puso inyecciones de varias “-¿Por qué pretende ese aventurero ponerle pauta a nuestro negocio? ¿Quién le otorgó
clases, sin olvidarse nunca de dejarme en su vaso un sorbo de vino y consolar mis permiso para darlas de retratista? ¿Por qué diablos vive alzaprimándome los peones?
noches con algún cigarro. “-Lo ignoro, señor. Casi no habla con nadie y cuando lo hace, poco se le entiende…
“Hasta entonces parecía no haberse enterado de la condición esclava de los caucheros. “-¿Y por qué nos propone que te vendamos?
¡Cómo pensar que nos apalearan, nos persiguieran, nos mutilaran aquellos señores de “-Cosas de él…
servil ceño y melosa charla que salieron a recibirlo en La Chorrera y en El Encanto! “El furioso judío salió a la puerta y examinaba contra la luz algunas postales de la
Mas cierto día en que vagábamos en una vega del Yacuruma, por donde pasa un viejo kodak.
camino que une barracones abandonados en la soledad de esas montañas, se detuvo el “-¡Miserable! ¿Este espinazo no es el tuyo?
francés a mirar un árbol. Acérqueme por alistarle, según costumbre, la cámara “-¡No, señor; no, señor!
fotográfica y esperar órdenes. El árbol, castrado antiguamente por los gomeros, era un “-¡Pélate medio cuerpo, inmediatamente!
“siringo” enorme, cuya fortaleza quedó llena de cicatrices, gruesas, protuberantes, “ Y me arrancó a tirones blusa y franela. Tal temblor me agitaba, que, por fortuna, la
tumefactas, como lobanillos apretujados. confrontación resultó imposible. El hombre requirió la pluma de su escritorio, y,
“-¿El señor desea tomar alguna fotografía?- le pregunté. tirándomela de lejos, me la clavó en el homoplato. Todo el cuadril se me tiñó de rojo.
“-Sí. Estoy observando unos jeroglíficos. “-Puerco, quita de aquí, que me ensangrientas el entablado.
“-¿Serán amenazas puestas por los caucheros? “Me precipitó contra la baranda y tocó un silbato. Un capataz, a quien le decíamos “El
“-Evidentemente: aquí hay algo como una cruz. Culebrón”, acudió solícito. El amo ordenó al entrar:
“Me acerqué congojoso, reconociendo mi obra de antaño, desfigurada por los repliegues “-Ajústale las botas con un par de grillos, porque, de seguro, le quedan grandes.
de la corteza: “Aquí estuvo Clemente Silva”. Del otro lado, las palabras de Lucianito: “Así se hizo.
“Adiós, Adiós…” “El Culebrón” se puso en marcha con cuatro hombres , a llevar la respuesta, según se
-“¡Ay, Mosiú- murmuré-, esto lo hice yo! decía.
Y apoyado en el tronco me puse a llorar. “¡El infeliz francés no salió jamás!

* * * * * *

“Desde aquel instante tuve, por primera vez, un amigo y un protector. Compadecióse el “El año siguiente fué para los caucheros muy fecundo en expectativas. No sé cómo,
sabio de mis desgracias y ofreció libertarme de mis patrones, comprando mi cuenta y la empezó a circular subrepticiamente en gomales y barracones un ejemplar del diario “La
de mi hijo, si aún era esclavo. Le referí la vida horrible de los caucheros, le enumeré los Felpa”, que dirigía en Iquitos el periodista Saldaña Roca. Sus columnas clamaban
tormentos que soportábamos, y, porque no dudara, lo convencí objetivamente: contra los crímenes que se cometían en el Putumayo, y pedían justicia para nosotros.
“-Señor, diga si mi espalda ha sufrido menos que ese árbol. Recuerdo que la hoja estaba maltrecha, a fuerza de ser leída, y que en el siringal del
“Y, levantándome la camisa, le enseñé mis carnes laceradas. Momentos después, el caño Algodón, la remendamos con caucho tibio, para que pudiera viajar de estrada en
árbol y yo perpetuamos en la Kodak nuestras heridas, que vertieron para igual amo estrada oculta entre un cilindro de bambú que parecía cabo de hachuela.
distintos jugos: siringa y sangre. “A pesar de nuestro recato, un gomero del Ecuador a quien llamábamos”El Presbítero”,
“De allí en adelante, el lente fotográfico se dió a funcionar entre las peonadas, le sopló al vigilante lo que ocurría, y sorprendieron cierta mañana, entre unos palmares
reproduciendo fases de tortura, sin tregua ni disimulo, abochornando a los capataces, de “chiquichiqui”, a un lector descuidado y a sus oyentes, tan distraídos en la lectura
aunque mis advertencias no cesaban de predicarle al naturalista el grave peligro de que que no se dieron cuenta del nuevo público que tenían. Al lector le cosieron los párpados
mis amos lo supieran. El sabio seguía impertérrito, fotografiando mutilaciones y con fibras de “cumare” y a los demás les echaron en los oídos cera caliente.
cicatrices. “Estos crímenes, que avergüenzan a la especie humana- solía decirme- deben El capataz decidió regresar a El Encanto para mostrar la hoja; y como no tenía curiara,
ser conocidos por todo el mundo para que los gobiernos se apresuren a remediarlos”. me ordenó que lo condujera por entre el monte. Una nueva sorpresa me esperaba: había
Envió notas a Londres, París y Lima, acompañando vistas de sus denuncias, y pasaron llegado un visitador y en la propia casa recibía declaraciones.
tiempos sin que se notara ningún remedio. Entonces decidió quejarse a los empresarios, “Al darle mi nombre, comenzó a filiarme y en presencia de todos me preguntó:
adujo documentos y me envió con cartas a La Chorrera. “- ¿Usted quiere seguir trabajando aquí?
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“Aunque he tenido la desgracia de ser tímido, alarmé a la gente con mi respuesta:


“-¡No, señor; no, señor!
“El letrado acentuó con voz enérgica: * * *
“-Puede marcharse cuando le plazca, por orden mía. ¿Cuáles son sus señales
particulares?
“-Estas- afirmé, desnudando mi espalda. “Un abuelo, Balbino Jácome, nativo de Garzón, a quien se le secó la pierna derecha por
“El público estaba pálido. El Visitador me acercaba sus espejuelos. Sin preguntarme la mordedura de una tarántula, fue a visitarme al anochecer; y recostando sus muletas
nada, repitió: bajo el alero de la barraca donde mi chinchorro pendía, dijo quedo:
“-¡Puede marcharse mañana mismo! “-Paisano, cuando pise tierra cristiana, pague una misa por mi intención.
“Y mis amos dijeron sumisamente: “-¿En premio de que confirma las desvergüenzas de los empresarios?
“-¡Señor Visitador, mande Su Señoría! “-No. En memoria de la esperanza que hemos perdido.
“Uno de ellos con el desparpajo de quien recita un discurso aprendido, agregó ante el “-Sepa y entienda- le repuse-, que usted no debe valerse de mi persona. Usted ha sido el
funcionario: más abyecto de los “lambones”, el favorito de Juancho Vega, a quien superó en renegar
“- Curiosas cicatrices las de este hombre, ¿verdad? ¡Tiene tantos secretos la botánica, de nuestro país y en desacreditar a los colombianos.
particularmente en estas regiones! No sé si Su Señoría habrá oído hablar de un árbol “-Sin embargo- replicó-, mis compatriotas algo me deben. Pues que usted se va, puedo
maligno, llamado “mariquita” por los gomeros. El sabio francés, a petición nuestra, se hablarle claro: he tenido la diplomacia de enamorar a los enemigos, aparentando
interesó por estudiarlo. Dicho árbol, a semejanza de las mujeres de mal vivir brinda una esgrimir el rebenque para que hubiera un verdugo menos. He desempeñado el puesto de
sombra perfumada; mas ¡ay! del que no resista a la tentación: su cuerpo sale de allí espía porque no pusieran a otro, de verdaderas capacidades. No hice más que
veteado de rojo, con una comezón desesperante, y van apareciendo lamparones que se amoldarme al medio y jugar al tute escogiendo las cartas. ¿Que era necesario atajar un
supuran y luego cicatrizan arrugando la piel. Como este pobre viejo que está presente, chisme? Yo lo sabía y lo tergiversaba. ¿Que a un tal lo maltrataron en la cuadrilla?
muchos siringueros han sucumbido a la inexperiencia. Aplaudía el maltratamiento, ya inevitable, y luego me vengaba del esbirro. ¿Por qué los
“-Señor…-iba a insinuar, pero el hombre siguió tan cínico: vigilantes me miman tanto? Porque soy el hombre de las influencias y de la confianza.
-¿Y quién creerá que este insignificante detalle le origina complicaciones a la empresa? “Oye, le digo a uno: Los amos han sabido cierta cosita…” Y éste se me postra,
Tiene tantas rémoras este negocio, exige tal patriotismo y perseverancia, que si el prorrumpiendo en explicaciones. Entonces consigo lo que nadie obtendría: “¡No me les
Gobierno lo desatiende quedarán sin soberanía estos grandes bosques, dentro del propio pegues a mis paisanos; si aprietas allá, te remacho aquí!”
límite de la patria. Pues bien: ya Su Señoría nos hizo el honor de averiguar en cada “De esta manera practico el bien, sin escrúpulos, sin gloria y con sacrificios que nadie
cuadrilla cuáles son las violencias, los azotes, los suplicios a que sometemos a las agradece. Siendo una escoria andante, hago lo que puedo como buen patriota,
peonadas, según el decir de nuestros vecinos, envidiosos y despechados, que buscan mil disfrazado de mercenario. Usted mismo se irá muy pronto odiándome, maldiciéndome,
maneras de impedir que nuestra Nación recupere sus territorios y que haya peruanos en y al pisar su valle, fértil como el mío, sentirá alegría de que yo sufra en tierras de
estas lindes, para cuyo intento no faltan nunca ciertos escritorcillos asalariados. salvajes, la expiación de pecados que son virtudes.
“Ahora retrocedo al tema inicial: La empresa abre sus brazos a quien necesite de “Confiéselo, paisano: ¿cuando su viaje al Caquetá no le rogué que se picureara? ¿No le
recursos y quiera enaltecerse mediante el esfuerzo. Aquí hay trabajadores de muchos pinté, para decidirlo, el caso de Julio Sánchez, que en una basta canoa se fugó con la
lugares, buenos, malos, díscolos, perezosos. Disparidad de caracteres y de costumbre, esposa encinta, por toda la vena del Putumayo, sin sal ni fuego, perseguido por lanchas
indisciplina, amoralidad, todo eso ha encontrado en la mariquita un cómplice cómodo; y guarniciones, guareciéndose en los rebalses, remontando tan sólo en noches oscuras, y
porque algunos- principalmente los colombianos- cuando riñen y se golpean o padecen en tal largo tiempo, que al salir a Mocoa la mujer penetró en la iglesia llevando de la
“el mal del árbol”, se vengan de la empresa que los corrige, desacreditando a los mano a su muchachito, nacido en la curiara?
vigilantes, a quienes achacan toda lesión, toda cicatriz, desde las picaduras de los “Mas usted despreció muchas facilidades. ¡Si yo las hubiera tenido, si no me maneara
mosquitos hasta la más parva rasguñadura. esta invalidez! Cuantos se fugan, por consejos míos, me prometieron venir por mí y
“Así dijo, y volviéndose a los del grupo, les preguntó: llevarme en hombros; pero se largan sin avisarme, y si los prenden, cargo la culpa, y
“-¿Es verdad que en estas regiones abunda la mariquita? ¿Es cierto que produce vienen a decir que fuí cómplice, por lo cual tengo que exigir que les echen palo, para
pústulas y nacidos? recuperar así mi influencia mermada. ¿Quién le rogó al francés que pidiera de rumbero
“Y todos respondieron con grito unánime: a Clemente Silva? ¿Qué mejor coyuntura para un picure? ¡Y usted, lejos de agradecer
“-¡Sí, señor, sí señor! mis sugestiones, me trató mal! Y en vez de impedir que el sabio se metiera en tantos
“-Afortunadamente- agregó el bellaco-, el Perú atenderá nuestra iniciativa patriótica: le peligros, lo dejó solo, y tuvo la ocurrencia de venir con esas cartas donde el patrón, para
hemos pedido a la autoridad que nos militarice las cuadrillas, mediante la dirección de que sucediera lo que ha sucedido. ¡Y ahora quiere que me ponga a contradecir lo que
oficiales y sargentos, a quienes pagaremos con mano pródiga su permanencia en estos dicen los amos, cuando nos ha perdido el Visitador!
confines, con tal que sirvan a un mismo tiempo de fiscales para la empresa y de “-¡Hola, paisano, explíqueme eso!
vigilantes en las estradas. De esta suerte, el gobierno tendrá soldados, los trabajadores “-No, porque nos oyen en la cocina. Si quiere, más tardecito nos vemos en la curiara,
garantías innegables y los empresarios estímulo, protección y paz. con el pretexto de pescar.
“El Visitador hizo un signo de complacencia. “Así lo hicimos.
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que en recorrerlas e interrogarlas nadie gastaría menos de cinco meses. Aún no hace una
semana que llegó el Visitador y ya está de vuelta.
* * * “Su Señoría se contentará con decir que estuvo en la calumniada selva del crimen, les
habló de “habeas corpus” a los gomeros, oyó sus quejas, impuso su autoridad y los dejó
en condiciones inmejorables, facultados para el regreso al hogar lejano. Y de aquí en
“En el puerto había diversas embarcaciones. Mi compañero se detuvo a hablar con un adelante, nadie prestará crédito a las torturas y a las expoliaciones, y sucumbiremos
boga que dormía a bordo de una gran lancha. Ya me impacientaba la demora cuando oí irredentos, porque el informe que presente Su Señoría será respuesta obligada a todo
que se despidieron. El marinero prendió el motor y encendióse la luz eléctrica. Sobre la reclamo, si quedan personas cándidas que se atrevan a insistir sobre asuntos ya
bombilla de mayor volumen comenzó a zumbar el ventilador. desmentidos oficialmente.
“Entonces, por un tablón que servía de puente, pasaron a la barca varias personas, de “Paisano, no se sorprenda al escucharme estos razonamientos, en los cuales no tengo
vestidos almidonados, y entre ellas una dama llena de joyas y arandelas, que se reía con parte. Es que se los he oído a los empresarios. Ellos temblaron ante la idea de salir de
risa de circo. Mi compañero se me acercó. aquí con la soga al cuello; y hoy se ríen del temor pretérito porque aseguraron el
“-Mire- dijo en voz baja-, los señores amos están de té. Esa hermosura a quien le da la porvenir. Cuando el Visitador se movía para tal caño, en ejercicio de sus funciones,
mano Su Señoría, es la madona Zoraida Ayram”. quedábamos en casa sin más distracción que la de apostar a que no pasarían de tres los
“Nos metimos en la curiara, y, a poco de bogar, la amarramos en un remanso, desde gomeros que se atrevieran a dar denuncias, y a que Su Señoría tendría para todos
donde veíamos luces de focos reflejadas en la corriente. Balbino Jácome dió principio a idéntica frase: “Usted puede irse cuando le plazca”.
su exposición: “-Paisano, ¡si estamos libres! ¡Si nos han dado la libertad!
“-Según me contaba Juanchito Vega, las cartas que el sabio mandó al exterior “-No, compañero, ni se lo sueñe. Quizás algunos podrían marcharse, pero pagando, y no
produjeron alarmas muy graves. A esto se agrega que el francés desapareció, como tienen medios. No saben el por dónde, ni el cómo, ni el cuándo. “Mañana mismo”. ¡Ese
desaparecen aquí los hombres. Pero Arana vive en Iquitos y su dinero está en todas es un adverbio que suena bien! ¿Y el saldo y la embarcación y el camino y las
partes. Hace como seis meses empezó a mandar los periódicos enemigos para que la guarniciones? Salir de aquí por quedar allá no es negocio que pague los gastos, muy
empresa los conociera y tomara con tiempo precauciones. menos hoy que los intereses sólo se abonan a látigo y sangre.
“Al principio ni siquiera me los mostraban; después me preguntaron si podían contar “-¡Yo me olvidaba de esa verdad! ¡Me voy a hablarle al Visitador!
conmigo y me gratificaron con la administración de la pulpería. “-¡Cómo! ¿A interrumpir sus coloquios con la madona’
“Cierta vez que los empresarios se trasladaron a La Chorrera, unos cuadrilleros pidieron “-¡A pedirle que me lleve de cualquier modo!
quinina y pólvora. Como bien conozco qué capataces no deletrean, hice paquetes en “-No se afane, que mañana será otro día. El boga con quien hablé al venir aquí dañará el
esos periódicos y los despaché a los barracones y a los siringales, por si algún día, al motor de la lancha esta misma noche y durará el daño hasta que yo quiera. Para eso está
quedar por ahí volteando, daban con un lector que los aprovechara. en mis manos la pulpería. Ya ve que los lambones de algo servimos.
“-Paisano- exclamé-, ahora sí le creo. Entre nosotros circuló uno. ¡Por causa de él vine a “-¡Perdóneme, perdóneme! ¿Qué debo hacer?
dar aquí, a encontrar salvación! ¡Gracias a usted! “-Lo que manda Dios: confiar y esperar. ¡Y lo que yo mando: seguir oyendo!
“-No se alegre, paisano: ¡Estamos perdidos! “Sin hacer caso de mi angustia, Balbino Jácome prosiguió:
“¿Por qué? ¿Por qué? “- Su Señoría no se lleva ni un solo preso, aunque se le hubieran dado algunitos, por
“-¡Por la venida de este maldito Visitador! ¡Por este Visitador que al fin no hizo nada! peligrosos; no a los que matan o a los que hieren, sino a los que roban. Pero el Visitador
Mire usted: quitaron el cepo, el día que llegó, y pusiéronselo de puente al desembarcar, no pudo hacer más. Antes que llegara, fueron espías a las barracas a secretear el chisme
sin que se le ocurriera reparar en los agujeros que tiene, o en las manchas de sangre que de que la empresa quería cerciorarse de cuáles eran los servidores de mala índole, para
lo vetean; fuimos al patio, al lugar donde estuvo puesta esa máquina de tormento, y no ahorcarlos a todos, con cuyo fin les tomaría declaraciones cierto socio extranjero, que se
advirtió los trillados que dejaron los prisioneros al debatirse, pidiendo agua, pidiendo haría pasar por Juez de Instrucción. Esta medida tuvo un éxito completísimo: Su
sombra. Por burlarse de él, olvidaron en la baranda un rebenque de seis puntas, y Señoría halló por doquiera gentes felices y agradecidas, que nunca oyeron decir de
preguntó el muy simple si estaba hecho de verga de toro. Y Macedo, con gran descaro, asesinatos ni de vejámenes.
le dijo riéndose: “Mas el crimen perpetuo no está en las selvas, sino en dos libros: en el Diario y en el
“-Su Señoría es hombre sagaz. Quiere saber si comemos carne vacuna. Evidentemente, Mayor. Si Su Señoría los conociera, encontraría más lectura en el DEBE que en el
aunque el ganado cuesta carísimo, en aquel botalón apegamos las “resecitas”. HABER, ya que a muchos hombres se les lleva la cuenta por simple cálculo, según lo
“-Me consta- le argüí-, que el Visitador es hombre enérgico. que informan los capataces. Con todo, hallaría datos inicuos: peones que entregan kilos
“-Pero sin malicia ni observación. Es como un toro ciego que sólo embiste al que le de goma a cinco centavos y reciben franelas a veinte pesos: indios que trabajan hace
haga ruido. ¡Y aquí nadie se atreve a hablar! Aquí ya estaba todo muy bien arreglado y seis años, y aparecen debiendo aún el mañoco del primer mes; niños que heredan
las cuadrillas reorganizadas: a los peones descontentos o resentidos los concentraron deudas enormes, procedentes del padre que les mataron, de la madre que les forzaron,
quién sabe dónde, y los indios que no entienden el español ocuparon los caños hasta de las hermanas que les violaron, y que no cubrirían en toda su vida, porque
próximos. Las visitas del funcionario se limitaron a reconocer algunas cuadrillas, de las cuando conozcan la pubertad, los solos gastos de su niñez les darán medio siglo de
ciento y tantas que trabajaban en estos ríos y en muchos otros inexplorados, de suerte esclavitud.
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“Mi compañero hizo una pausa, mientras me ofrecía su tabaquera. Yo, aunque poca cosa. Si lo hubiera tenido cuando el asunto de Juan Muñeiro, no me contaría
consternado por tanta ignominia, quise defender al Visitador: complicaciones.
“-Probablemente Su Señoría no tendrá orden judicial para ver esos libros. “-¿Asunto de Juan Muñeiro? ¿Complicaciones?
“-Aunque la tuviera. Están bien guardados. “- Sí, descuidillos que pasaron ya. La madona les compró el caucho a los picures de
“-¿Y será posible que Su Señoría no lleve pruebas de tantos atropellos que fueron Capalurco y en Iquitos querían decomisarlos. Pero ella triunfó. ¡Para eso es hermosa!
públicos? ¿Se estará haciendo el disimulado? Les habían prohibido a las guarniciones que la dejaran subir estos ríos, y ya ve usted
“-Aunque así fuera. ¿Qué ganaríamos con la evidencia de que fulano mató a zutano, que el Visitador le compuso todo, y hasta de balde. Sin embargo: la mujer cuando da,
robó a mengano, hirió a perencejo? Eso, como dice Juanchito Vega, pasa en Iquitos y en pide; y el hombre pide cuando da.
dondequiera que existan hombres: cuánto más aquí en una selva sin policía ni “-¡Compañero, la madona tendrá noticias de Lucianito! ¡Voy a hablar con ella! ¡Aunque
autoridades. Líbrenos Dios de que se compruebe crimen alguno, porque los patrones no me compre!
lograrían realizar su mayor deseo: la creación de Alcaldías y de Panópticos, o mejor, la “Veinte días después estaba en Iquitos.
iniquidad dirigida por ellos mismos. Recuerde usted que aspiran a militarizar a los
trabajadores, a tiempo que en Colombia pasan cosillas reveladoras de algo muy grave,
de subterránea complicidad, según frase de Larrañaga. ¿Los colonos colombianos no * * *
están vendiendo a esta empresa sus fundaciones, forzados por falta de garantías? Ahí
están Calderón, Hipólito Pérez y muchos otros, que reciben lo que les dan, creyéndose
bien pagados con no perderlo todo y poder escurrir el bulto. ¿Y Arana, que es el La lancha de la madona remolcaba un bongo de cien quintales, en cuya popa gobernaba
despojador, no sigue siendo, prácticamente, Cónsul nuestro en Iquitos? ¿Y el Presidente yo la “espadilla”, sufriendo sol. Frecuentemente atracábamos en bohíos del Amazonas,
de la República no dizque envió al general Velasco a licenciar tropas y resguardos en el para realizar la corotería aunque fuera permutándola por productos de la región, “jebe”,
Putumayo y en el Caquetá, como respuesta muda a la demanda de protección que los castañas, “pirarucú”, ya que hasta entonces la agricultura no había conocido adictos en
colonizadores de nuestros ríos le hacían a diario? ¡Paisano, paisanito, estamos perdidos! tan dilatados territorios. Doña Zoraida misma pactaba las permutas con los colonos, y
¡Y el Putumayo y el Caquetá se pierden también! era tal su labia de mercachifle, que siempre al reembarcarse tuvo el placer de verme
“Oigame este consejo: ¡no diga nada! Dicen que el que habla yerra, pero el que hable de inscribir en el Diario las cicateras utilidades obtenidas.
estos secretos errará más. Vaya, predíquelos en Lima o en Bogotá, si quiere que lo “No tardé en convencerme de que mi ama era de carácter insoportable, tan atrabiliaria
tengan por mendaz y calumniador. Si le preguntan por el francés, diga que la empresa lo como un canónigo. Negóse a creerme que era el padre de Lucianito, habló
envió a explorar lo desconocido; si le averiguan la especie aquella de que “El Culebrón” despectivamente de Muñeiro, y a fuerza de humillaciones pude saber que los prófugos,
mostró cierto día el reloj del sabio, adviértales que eso fué con ocasión de una tras de engañarla con una siringa, que “era robada y de ínfima clase”, burlaron las
borrachera, y que por siempre está durmiéndola. Al que lo interrogue por “El Chispita”, guarniciones del Amazonas y remontaron el Caquetá hasta la confluencia del Apoporis,
respóndale que era un capataz bastante ilustrado en lenguas nativas: yeral, carijona, por donde subieron en busca del río Taraira, que tiene una trocha para el Vaupés, a
huitoto, muinana; y si usted, por adobar la conversación, tiene que referir algún cuyas márgenes fué a buscarlos para que la indemnizaran de los perjuicios, sin lograr
episodio, no cuente que esa paloma les robaba los guayucos a los indígenas para tener el más que decepciones y hasta calumnias contra su decoro de mujer virgen, pues hubo
pretexto de castigarlos por inmorales, ni que los obligaba a enterrar la goma, sólo por deslenguados que se atrevieron a inventar un drama de amor.
esperar que llegara el amo y descubrirle ocasionalmente los escondites, con lo cual “-¡No olvides, viejo,- gritóme un día-, tu vil condición de criado mendigo! No tolero
sostenía su fama de adivino, honrado y vivaz; hable de sus uñazas, afiladas como que me interrogues familiarmente sobre puntos que apenas serían pasables en
lancetas, que podían matar al indio más fuerte con imperceptible rasguñadura, no por conversaciones de camaradas. Basta de preguntarme si Lucianito es mozo apuesto, si
ser mágicas ni enconosas, sino por el veneno de “curare” que las teñía. tiene bozo, buena salud y modales nobles. ¿Qué me importan a mí semejantes cosas?
“-¡Paisano- exclamé-, usted me habla de Lima y de Bogotá, como si estuviera seguro de ¿Ando tras los hombres para inventariarles sus lindas caras? ¿Está mi negocio en
que puedo salir de aquí! preferir los clientes gallardos? ¡Sigue, pues, de atrevido y necio, y venderé tu cuenta a
“-Sí, señor. Tengo quien lo compre y quien se lo lleve:¡la madona Zoraida Ayram! quien me la compre!
“-¿De veras? ¿De veras? “-¡Madona, no me trate así, que ya no estamos en los siringales! ¡Harto estoy de sufrir
“-Como ser de noche. Esta mañana cuando Su Señoría lo mandó llamar para por hijos ingratos! ¡Ocho años llevo de buscar al que se vino, y él, quizás, mientras yo
interrogarlo, la madona lo veía desde la baranda, con el binóculo, y cuando usted lo anhelo, nunca habrá pensado en hallarme a mí! ¡El dolor de esta idea es suficiente
declaró en alta voz que no quería trabajar más, ella pareció muy complacida por tal para abreviar mi pesadumbre, porque soy capaz, en cualquier instante, de soltar el timón
insolencia. del bongo y lanzarme al agua! ¡Sólo quiero saber si Luciano ignora que lo busco; si
“-¿Quién es- me preguntó-, ese viejo tan arriesgado? topaba mis señas en los troncos y en los caminos; si se acordaba de su mamá!
“Y yo respondí: “-¡Ay, arrojarte al agua! ¡Arrojarte al agua! ¿Será posible? ¿Y mis dos mil soles? ¿Mis
“-Nada menos que el hombre que le conviene: es el rumbero llamado “El Brújula”, a dos mil soles? ¿Quién paga mis dos mil soles?
quien le recomiendo como letrado, ducho en números y facturas, perito en tratos de “-¿Ya no tengo derecho ni de morir?
goma, conocedor de barracas y de siringales, avispado en lances de contrabando, buen “-¡Eso sería un fraude!
mercader, buen boga, buen pendolista, a quien su hermosura puede adquirir por muy
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“-¿Pero cree usted que mi cuenta es justa? ¿Quién no cubre en ocho años de labor “-¡Juntos!
continua lo que se come? ¿Estos harapos que envilecen mi cuerpo no están gritando la “-¡Sí señor, como beso y boca. Era muy generoso, la conseguía lotes de caucho. La que
miseria en que viví siempre? tiene detalles ciertos es mi hermana mayor, que actualmente está en el Río Negro, como
“-Y el robo de tu hijo… querida de un capataz del turco Pezil, y fué primero que yo camarera de la madona.
“-¡Mi hijo no roba! ¡Aunque haya crecido entre bandoleros! No lo confunda con los “Al escuchar esta confidencia temblé de amargura y resentimiento. Volví el rostro hacia
demás. ¡El no le ha vendido caucho ninguno! Usted hizo el trato con Juan Muñeiro, la ciudad, disimulando mi indignación. Ignoro en qué momento me puse en marcha.
recibió la goma y se la debe en parte. ¡He revisado ya los libros! Atravesé corrillos de marineros, filas de cargadores, grupos del resguardo. Un hombre
“-¡Ay, este hombre es un espía! ¡Me engañaron los de El Encanto! ¡Traición del viejo me detuvo para que le mostrara el pasaporte. Otro me preguntó de dónde venía, y si en
Balbino Jácome! ¡Pero de mí no te burlarás! ¡Cuando desembarquemos, te haré prender! mi canoa quedaban legumbres para vender. No sé cómo recorrí calles, suburbios,
“-¡Sí, que me entreguen al Juez Valcárcel, para quien llevo graves revelaciones! atracaderos. En una plaza me detuve frente a un portón que tenía un escudo. Llamé.
“¡Alá! ¿Piensas meterme en nuevos embrollos? “-¿El Cónsul de Colombia se encuentra aquí?
“-¡Pierda cuidado! No seré delator cuando he sido víctima. “-¿Qué Cónsul es ése?- preguntó una dama.
“-Yo arreglo eso. ¡Me echarás encima el odio de Arana! “-El de Colombia.
“-No mentaré lo de Juan Muñeiro. “-¡Ja, ja!
“-¡Vas a crearte enemigos muy poderosos! ¡En Manaos te dejaré libre! ¡Irás al Vaupés y “En una esquina vi sobre el balcón el asta de una bandera. Entré.
abrazarás a Luciano Silva, tu hijo querido, quien de seguro anda buscándote! “-Perdone, señor. ¿El Consulado de la República de Colombia?
“- No desistiré de hablar con mi Cónsul. ¡Colombia necesita de mis secretos! ¡Aunque “-Este no es.
muriera inmediatamente! ¡Ahí le queda mi hijo para luchar! “Y seguí caminando de ceca en meca, hasta la noche.
“Horas después desembarcamos. “-Caballero- le dije a un nadie-¿Dónde reside el Cónsul de Francia?
“Inmediatamente me dió las señas. La oficina estaba cerrada. En la placa de cobre, leí:
Horas de despacho, de nueve a once.
* * *

* * *
“El altercado con la madona me enalteció. A las últimas frases, me troqué en amo,
temido por mi dueña, mirado con respeto por la servidumbre de la lancha y del bongo.
El motorista y el timonel, que en días anteriores me obligaban a lavar sus ropas, no “Pasada la primera nerviosidad, me sentí tan acobardado, que eché de menos la salvajez
sabían qué hacer con el “señor Silva”. Al saltar a tierra, uno de ellos me ofreció de los siringales. Siquiera allá tenía “conocidos” y para mi chinchorro no faltaba un
cigarrillos, mientras que el otro me alargaba la yesca de su eslabón, sombrero en mano. lugar; mis costumbres estaban hechas, sabía desde por la noche la tarea del día siguiente
“-¡Señor Silva, usted nos ha vengado de muchas afrentas! y hasta los sufrimientos me venían reglamentados. Pero en la ciudad advertí que me
“La mestiza del Parintins, camarera de la madona, pidió a los hombres, desde la lancha, faltaba el hábito de las risas, del albedrío, del bienestar. Vagaba por las aceras con el
que descorrieran las cortinas de a bordo. temor de ser importuno, con la melancolía de ser extranjero. Me parecía que alguien iba
“-Pronto, que la señorita tiene cefálicos. Ya se ha tomado dos aspirinas. ¡Es urgente a preguntarme porqué andaba de ocioso, por qué no seguía fumigando goma, por qué
guindarle la hamaca! había desertado de mi barraca. Donde hablaban recio, mis espaldas se estremecían;
“ Mientras los marineros obedecían, medité mis planes: ir al Consulado de mi país, donde hallaba luces, encandilábanse mis ojos, habituados a la penumbra. La libertad me
exigirle al Cónsul que me asesorara en la Prefectura o en el Juzgado, denunciar los desconocía, porque no era libre: tenía un amo, el acreedor; tenía un grillo, la deuda, y
crímenes de la selva, referir cuanto me constaba sobre la expedición del sabio francés, me faltaba la ocupación, el techo y el pan.
solicitar mi repatriación, la libertad de los caucheros esclavizados, la revisión de libros y “Varias veces había recorrido el pueblo, sin comprender que no era grande. Al fin me di
cuentas en la Chorrera y en El Encanto, la redención de miles de indígenas, el amparo cuenta de que los edificios se repetían.
de los colonos, el libre comercio en caños y ríos. Todo, después de haber conseguido la En uno de ellos desocupábanse los vehículos. Adentro, aplausos y música. La madona
orden de amparo a mi autoridad de padre legítimo, sobre mi hijo menor de edad, para bajó de un coche, en compañía de un caballero gordo, cuyos bigotes eran gruesos y
llevármelo, aun por la fuerza, de cualquier cuadrilla, barraca o monte. retorcidos como cables. Quise volver al puerto y vi en una tienda al motorista y al
“La camarera se me acercó: timonel.
“-Señor Silva, nuestra señora ruega a usted que ordene sacar del bongo lo que allí “-Señor Silva, estamos aquí porque no hay cuidado en la embarcación. Ya entregamos
venga, y que haga en la Aduana las gestiones indispensables, como cosa propia, por ser todo. Mañana, a las once en punto sale el vapor de línea que entra en el Río Negro. La
usted el hombre de confianza. madona compró pasaje. Pero los tres viajaremos en nuestra lancha. Saldremos cuando
“-Dígale que me voy para el Consulado. usted lo ordene. Le aconsejaríamos dejar sus secretos para Manaos. Aquí no le oyen.
“-¡Pobrecita, cómo ha llorado al pensar en “Lu”! ¿Qué esperanzas le dió su Cónsul?
“-¿Quién es ese “Lu”? “-Ni siquiera sé dónde vive.
“-Lucianito. Así le decía cuando anduvieron juntos en el Vaupés.
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“-¿Podrían decirme- les preguntó el timonel a los parroquianos-si el Consulado de “-¿Qué me dice usted?
Colombia tiene oficina? “-Que es preciso esperar tres años para poder sacar los huesos.
“-No sabemos. “-¿De quién? ¿De quién?
“-Creo que donde Arana, Vega y Compañía -insinuó el motorista-. Yo conocí de Cónsul “-De su pobre hijo. ¡Lo mató un árbol!
a don Juancho Vega. “El trueno del motor apagó mi grito:
“La ventera, que lavaba las copas en un caldero, advirtió a sus clientes: “-¡Vida mía! ¡Lo mató un árbol!”
“-El latonero de la vecindad me ha contado que a su patrón lo llaman El Cónsul. Pueden
indagar si alguno de ellos es colombiano.
“Yo, por honor del hombre, rechacé la burla.
“-¡Ustedes no sospechan por quién les pregunto!
“Sin embargo, al amanecer tuve el pensamiento de visitar la latonería y pasé varias
veces por la acera opuesta, con actitudes de observador, mientras llegaba la hora de
presentarme al Cónsul de Francia. La gente del barrio era madrugadora. No tardó en
abrirse la indicada puerta. Un hombre que tenía delantal azul, soplaba fuera del quicio,
con grandes fuelles, un brasero metálico. Cuando llegué, comenzó a soldar el cuello de TERCERA PARTE
un alambique. En los estantes se alineaba una profusa cacharrería.
“-Señor, ¿Colombia tiene Cónsul en este pueblo?
“-Aquí vive y ahora saldrá. ¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! Viví entre fangosos rebalses, en la soledad de
“Y salió en mangas de camisa, sorbiendo su pocillo de chocolate. El tal no era un ogro, las montañas, con mi cuadrilla de hombres palúdicos, picando la corteza de unos árboles
ni mucho menos. Al verlo, aventuré mi campechanada: que tienen sangre blanca, como los dioses.
“-¡Paisano, paisano! ¡Vengo a pedir mi repatriación! A mil leguas del hogar donde nací, maldije los recuerdos porque todos son tristes: ¡el de
“-Yo no soy de Colombia, ni me pagan sueldo. Su país no repatria a nadie. El pasaporte los padres, que envejecieron en la pobreza, esperando el apoyo del hijo ausente; el de
vale cincuenta soles. las hermanas, de belleza núbil, que sonríen a las decepciones, sin que la fortuna mude el
“-Vengo del Putumayo, y esto lo compruebo con la miseria de mis “chanchiras”, con las ceño, sin que el hermano les lleve el oro restaurador!
cicatrices de los azotes, con la amarillez de mi rostro enfermo. Lléveme al Juzgado a A menudo, al clavar la hachuela en el tronco vivo sentí deseos de descargarla contra mi
denunciar crímenes. propia mano, que tocó las monedas sin atraparlas; mano desventurada que no produce,
“-No soy abogado ni sé de leyes. Si no puede pagar a un procurador… que no roba, que no redime, y ha vacilado en libertarme de la vida. ¡Y pensar que tantas
“-Tengo revelaciones sobre la exploración del sabio francés. gentes en esta selva están soportando igual dolor!
“-Pues que las oiga el Cónsul de Francia. ¿Quién estableció el desequilibrio entre la realidad y el alma incalmable? ¿Para qué nos
“-A un hijo mío, menor de edad, me lo secuestraron en esos ríos. dieron alas en el vacío? Nuestra madrastra fué la pobreza, nuestro tirano, la aspiración.
“-Eso se debe tratar en Lima. ¿Cómo se llama el hijo de usted? Por mirar la altura tropezábamos en la tierra; por atender al vientre misérrimo
“-¡Luciano Silva! ¡Luciano Silva! fracasamos en el espíritu. La medianía nos brindó su angustia. ¡Sólo fuimos los héroes
“-¡Oh, oh, oh! Le aconsejo callar. El Cónsul de Francia tiene noticias. Ese apellido no le de lo mediocre!
será grato. Un tal Silva fue a La Chorrera, después que el sabio desapareció, usando los ¡El que logró entrever la vida feliz no ha tenido con qué comprarla; el que buscó la
vestidos de éste. La orden de captura no tardará. ¿Conoce usted al rumbero apodado El novia halló el desdén; el que soñó con la esposa, encontró la querida; el que intentó
Brújulo? ¿Cuáles van a ser sus revelaciones? elevarse, cayó vencido ante los magnates indiferentes, tan impasibles como estos
“-Versarán sobre cosas que me refirieron. árboles que nos miran languidecer de fiebres y de hambre entre sanguijuelas y
“-Las sabrá de seguro el señor Arana, quien se interesa por ese asunto; pero cuénteselas hormigas!
usted y pídale trabajo de mi parte. El es hombre muy bueno y le ayudará. ¡Quise hacerle descuento a la ilusión pero incógnita fuerza disparóme más allá de la
“Porque no percibiera mi agitación, me despedí sin darle la mano. Cuando salí a la calle, realidad! ¡Pasé por encima de la ventura, como flecha que marra su blanco, sin poder
no acertaba a encontrar el puerto. El motorista y el timonel estaban a bordo de la lancha corregir el fatal impulso y sin otro destino que caer! ¡Y a esto lo llamaban mi
con unos peones. “porvenir”!
“-Vámonos- les rogué. ¡Sueños irrealizables, triunfos perdidos! ¿Por qué sois fantasmas de la memoria, cual si
“-Venga, conozca a tres compañeros del personal del señor Pezil, el caballero grueso me quisierais avergonzar? ¡Ved en lo que ha parado este soñador: en herir al árbol inerte
que anoche estuvo en el cine con la madona. Todos vamos para Manaos, y vamos solos para enriquecer a los que no sueñan; en soportar desprecios y vejaciones en cambio de
porque nuestros patrones tomaron el buque. un mendrugo al anochecer!
“Al instalarnos para partir, me dijo alguno de esos muchachos: Esclavo, no te quejes de las fatigas; preso, no te duelas de tu prisión; ignoráis la tortura
“-De todo corazón lo acompañamos en sus desgracias. de vagar sueltos en una cárcel como la selva, cuyas bóvedas verdes tienen por fosos ríos
“-De igual manera les agradezco sus expresiones. inmensos. ¡No sabéis del suplicio de las penumbras, viendo al sol que ilumina la playa
“-En el propio raudal del Yavaraté, contra las raíces de un jacarandá. opuesta, adonde nunca lograremos ir! ¡La cadena que muerde vuestros tobillos es más
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piadosa que las sanguijuelas de esos pantanos; el carcelero que os atormenta no es tan -Los huesos de mi hijo son mi cadena. Vivo forzado a portarme bien para que me
adusto como estos árboles, que nos vigilan sin hablar! permitan asolearlos. Ya les dije a ustedes que ni siquiera los poseo todos: el día que los
Tengo trescientos troncos en mis estradas y en martirizarlos gasto nueve días. Les he exhumé, tuve que dejarle a la sepultura algunas falanges que aún estaban frescas. Los
limpiado los bejuqueros y hacia cada uno desbrocé un camino. Al recorrer la taimada cargaba envueltos en mi cobija, y cuando el Cayeno me capturó, a mi regreso del
tropa de vegetales para derribar a los que no lloran, suelo sorprender a los castradores Vaupés, en la trocha que enlaza al Isani y al Kerari, pretendía botármelos por la fuerza.
robándose la goma ajena. Reñimos a mordiscos y a machetazos, y la leche disputada se Ahora los conservo, limpios, blancos, dentro de una caja de kerosén, bajo la barbacoa de
salpica de gotas enrojecidas. ¿Mas qué importa que nuestras venas aumenten la savia mi patrón.
del vegetal? ¡El capataz exige diez litros diarios y el foete es usurero que nunca -Don Clemente, tiene usted evidencia de que esos restos…
perdona! -¡Sí! ¡Esos son! ¡La calavera es inconfundible: en la encía superior un diente
¿Y qué mucho que mi vecino, el que trabaja en la vega próxima, muera de fiebre? Ya lo encaramado sobre los otros. Tal vez con la pica alcancé a perforar el cráneo, pues tiene
veo tendido en las hojarascas, sacudiéndose los moscones que no lo dejan agonizar. un agujero en el frontal.
Mañana tendré que irme de estos lugares, derrotado por la hediondez; pero le robaré la Hubo una pausa. No sé si en aquel momento se había agrietado la decisión de mis
goma que haya extraído y mi trabajo será menor. Otro tanto harán conmigo cuando compañeros, que callaban en corro meditabundo. El mulato dijo, aproximándose a don
muera. ¡Yo, que no he robado para mis padres, robaré cuanto pueda para mis verdugos! Clemente:
Mientras le ciño al tronco goteante el tallo acanalado del “caraná”, para que corra hacia -Camaráa, siempre es mejorcito que nos volvamos. Mi mamá se quedó sola, y mi ganao
la tazuela su llanto trágico, la nube de mosquitos que lo defiende chupa mi sangre y el se mañosea. Tengo cuatro cachonas de primer parto, y de seguro que ya tan parías.
vaho de los bosques me nubla los ojos. ¡Así el árbol y yo, con tormento vario, somos Déjese de güesos, que son guiñosos. Es malo meterse en cosas de dijuntos. Por eso dice
lacrimatorios ante la muerte y nos combatimos hasta sucumbir! la letanía: “Aquí te encierro y aquí te tapo, el diablo me yeve si un día te saco”.
Mas yo no compadezco al que no protesta. Un temblor de ramas no es rebeldía que me Ruéguele a estos señores que reclamen la güesamenta y la sepulten bajo una cruz y verá
inspire afecto. ¿Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a reptiles para castigar usté que se le compone la suerte. ¡Resuelva ligero, que ya es tarde!
la explotación vil? ¡Aquí no siento tristeza sino desesperación! ¡Quisiera tener con -¡Cómo! ¿Arriesgarnos a que nos prenda Funes? Usted no sabe en qué tierra está. Los
quién conspirar! ¡Quisiera librar la batalla de las especies, morir en los cataclismos, ver secuaces del coronel merodean por aquí.
invertidas las fuerzas cósmicas! ¡Si Satán dirigiera esta rebelión!... -Y ya no es tiempo de indecisiones- exclamé colérico- ¡Mulato, adelante! ¡Ya te pasó la
¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles hora!
puede hacerlo contra los hombres! Helí Mesa, entonces, acercóse al “tambo”, a prenderle fuego. Don Clemente lo miraba
sin protestar.
-¡No, no!- ordené-: se quemarían los mapires envenenados. ¡Los cazadores de indios
* * * pueden volver, y ojalá que se envenenen todos!

-Sepa usted, don Clemente Silva- le dije al tomar la trocha del Guaracú-, que sus * * *
tribulaciones nos han ganado para su causa. Su redención encabeza el programa de
nuestra vida. Siento que en mí se enciende un anhelo de inmolación; mas no me aúpa la
piedad del mártir, sino el ansia de contender con esa fauna de hombres de presa, a Hubiera deseado que mis amigos marcharan menos silenciosos; me hacían daño mis
quienes venceré con armas iguales, aniquilando el mal con el mal, ya que la voz de paz pensamientos y una especie de pánico me invadía al meditar en mi situación. ¿Cuáles
y justicia sólo se pronuncia entre los rendidos. ¿Qué ha ganado usted con sentirse eran mis planes? ¿En qué se apoyaba mi altanería? ¿Qué debían importarme las
víctima? La mansedumbre le prepara terreno a la tiranía y la pasividad de los explotados desventuras ajenas, si con las propias iba de rastra? ¿Por qué hacerle promesas a don
sirve de incentivo a la explotación. Su bondad y su timidez han sido cómplices Clemente, si Barrera y Alicia me tenían comprometido? El concepto de Franco empezó
inconscientes de sus victimarios. a angustiarme: “Era yo un desequilibrado impulsivo y teatral”.
Aunque ya mis iniciativas parecen súplicas al fracaso, porque mi mala suerte las desvía, Paulatinamente llegué a dudar de mi espíritu: ¿estaría loco? ¡Imposible! La fiebre me
tengo el presentimiento de que esta vez se mueven mis pasos hacia el desquite. No sé había olvidado unas semanas. ¿Loco por qué? Mi cerebro era fuerte y mis ideas limpias.
cómo se cumplirán los hechos futuros, ni cuántas pruebas ha de resistir mi No sólo comprendía que era apremiante ocultar mis cavilaciones, sino que me daba
perseverancia; lo que menos me importa es morir aquí, con tal que muera a tiempo. ¿Y cuenta hasta de los detalles minuciosos. La prueba estaba en lo que iba viendo: el
por qué pensar en la muerte ante los obstáculos, si, por grandes que sean, nunca cerraron bosque en aquella parte no era muy alto, no había camino, y don Clemente abría la
al animoso la posibilidad de sobrevivirlos? La creencia en el destino debe valernos para marcha, partiendo ramitas en el rastrojo para dejar señales del rumbo, como se
caldear la decisión. Estos jóvenes que me siguen son hazañosos; mas si usted no quiere acostumbra entre los cazadores; Fidel llevaba la carabina atravesada sobre el pecho,
afrontar calamidades, escoja al que le provoque y escápese en una balsa por este río. engarzando con el calibre, por encima de las clavículas, los cabestros de la talega, rica
-¿Y mi tesoro? ¿No sabe que el Cayeno guarda los despojos de Lucianito? ¿Cree usted en mañoco, que fingía sobre su espalda inmensa joroba; portaba el mulato el hatillo de
que sin esa prenda andaría yo suelto? las hamacas, un caldero y dos canaletes; Mesa, en aquel momento, bajo sus bártulos,
Por lo pronto nada tuve que replicar.
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saboreaba un cuesco maduro y mecía en el aire el tizón humeante, que cargaba en la agresivos, o hipnotizantes. En estos silencios, bajo estas sombras, tienen su manera de
diestra, a falta de fósforos. combatirnos: algo nos asusta, algo nos crispa, algo nos oprime, y viene el mareo de las
¿Loco yo? ¡Qué absurdo más grande! Ya se me había ocurrido un proyecto lógico: espesuras y queremos huir y nos extraviamos, y por esta razón miles de caucheros no
entregarme como rehén en las barracas del Guaracú, mientras el viejo Silva se marchaba volvieron a salir nunca. Yo también he sentido la mala influencia en distintos casos,
a Manaos, llevando secretamente un pliego de acusaciones dirigido al Cónsul de mi especialmente en Yaguanarí.
país, con el ruego de que viniera inmediatamente a libertarme y a redimir a mis
compatriotas. ¿Quién que fuera anormal razonaría con mayor acierto?
El Cayeno debía aceptar mi ventajosa propuesta: en cambio de un viejo inútil adquiría * * *
un cauchero joven, o dos más, porque Franco y Helí no me abandonaban. Para
halagarlo, procuraría hablarle en francés: “Señor, este anciano es pariente mío; y como
no puede pagarle la cuenta, déjele libre y dénos trabajo hasta cancelarla”. Y el antiguo Por primera vez, en todo su horror, se ensanchó ante mí la selva inhumana. Arboles
prófugo de Cayena accedería sin vacilar. deformes sufren el cautiverio de las enredaderas advenedizas, que a grandes trechos los
Cosa fácil habría de serme adquirir la confianza del empresario, obrando con paciencia ayuntan con las palmeras y se descuelgan en curva elástica, semejantes a redes mal
y disimulo. No emplearía contra él la fuerza sino la astucia. ¿Cuánto iban a durar extendidas, que a fuerza de almacenar en años enteros hojarascas, chamizas, frutas, se
nuestros sufrimientos? Dos o tres meses. Acaso nos enviara a siringuear a Yaguanarí, desfondan como un saco de podredumbre, vaciando en la yerba reptiles ciegos,
pues Barrera y Pezil eran sus asociados. Y aunque no lo fuesen, le expondríamos la salamandras mohosas, arañas peludas.
conveniencia de sonsacar para sus gomales a los colombianos de aquella zona. En todo Por doquiera el bejuco de “matapalo”- rastrero pulpo de las florestas- pega sus
caso, al oponerse a nuestros deseos, nos fugaríamos por el Isana, y, cualquier día, tentáculos a los troncos acogotándolos y retorciéndolos, para injertárselos y
enfrentándome a mi enemigo, le daría muerte, en presencia de Alicia y de los transfundírselos en metempsicosis dolorosas. Vomitan los “bachaqueros” sus trillones
enganchados. Después, cuando nuestro Cónsul desembarcara en Yaguaraní, en vía para de hormigas devastadoras, que recortan el manto de la montaña y por anchas veredas
el Guaracú, con una guarnición de gendarmes, a devolvernos la libertad, exclamarían regresan al túnel, como abanderadas del exterminio, con sus gallardetes de hojas y de
mis compañeros: ¡El implacable Cova nos vengó a todos y se internó por este desierto! flores. El comején enferma los árboles cual galopante sífilis, que solapa su lepra
Mientras discurría de esta manera, principié a notar que mis pantorrillas se hundían en supliciatoria mientras va carcomiéndoles los tejidos y pulverizándoles la corteza, hasta
la hojarasca y que los árboles iban creciendo a cada segundo, con una apariencia de derrocarlos, súbitamente, con su pesadumbre de ramazones vivas.
hombres acuclillados, que se empinaban desperezándose hasta elevar los brazos Entretanto, la tierra cumple las sucesivas renovaciones: al pie del coloso que se
verdosos por encima de la cabeza. En varios instantes creí advertir que el cráneo me derrumba, el germen que brota; en medio de las miasmas, el polen que vuela; y por
pesaba como una torre y que mis pasos iban de lado. Efectivamente, la cara se me todas partes el hálito del fermento, los vapores calientes de la penumbra, el sopor de la
volvió sobre el hombro izquierdo y tuve la impresión de que un espíritu me repetía: muerte, el marasmo de la procreación.
“¡Vas bien así, vas bien así! ¡Para qué marchar con los demás!” ¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están las mariposas que parecen flores
Aunque mis compañeros caminaban cerca, no los veía, no los sentía. Parecióme que mi traslúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de los poetas que sólo
cerebro iba a entrar en ebullición. Tuve miedo de hallarme solo, y, repentinamente, eché conocen las soledades domesticadas!
a correr hacia cualquier parte, ululando empavorecido, lejos de los perros, que me ¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín versallesco, nada de panoramas
perseguían. No supe más. De entre una malla de trepadoras mis camaradas me sentimentales! Aquí, los responsos de sapos hidrópicos, las malezas de cerros
desenredaron. misántropos, los rebalses de caños podridos. Aquí la parásita afrodisíaca que llena el
-¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¿No nos conoces? ¡Somos nosotros! suelo de abejas muertas; la diversidad de flores inmundas que se contraen con sexuales
-¿Qué les he hecho? ¿Por qué me amenazan? ¿Por qué me tienen amarrado? palpitaciones y su olor pegajoso emborracha como una droga; la liana maligna cuya
-Don Clemente- prorrumpió Franco-, desandemos este camino: Arturo está enfermo. pelusa enceguece los animales; la “pringamosa” que inflama la piel, la pepa del
-¡No, no! Ya me tranquilicé. Creo que quise coger una ardilla blanca. Las caras de “curujú” que parece irisado globo y sólo contiene ceniza cáustica, la uva purgante, el
ustedes me aterraron. ¡Tan horribles muecas…! corozo amargo.
Así dije, y aunque todos estaban pálidos, porque no dudaran de mi salud me puse de Aquí, de noche, voces desconocidas, luces fantasmagóricas, silencios fúnebres. Es la
guía por entre el bosque. Un momento después se sonrió don Clemente: muerte, que pasa dando la vida. Oyese el golpe de la fruta, que al abatirse hace la
-Paisano, usted ha sentido el embrujamiento de la montaña. promesa de su semilla; el caer de la hoja, que llena el monte con vago suspiro,
-¡Cómo! ¿Por qué? ofreciéndose como abono para las raíces del árbol paterno; el chasquido de la
-Porque pisa con desconfianza y a cada momento mira atrás. Pero no se afane ni tenga mandíbula, que devora con temor de ser devorada; el silbido de alerta, los ayes
miedo. Es que algunos árboles son burlones. agónicos, el rumor del regüeldo. Y cuando el alba riega sobre los montes su gloria
-En verdad no entiendo… trágica, se inicia el clamoreo sobreviviente: el zumbido de la pava chillona, los
-Nadie ha sabido cuál es la causa del misterio que nos trastorna cuando vagamos en la retumbos del puerco salvaje, las risas del mono ridículo. ¡Todo por el júbilo breve de
selva. Sin embargo, creo acertar en la explicación: cualquiera de estos árboles se vivir unas horas más!
amansaría, tornándose amistoso y hasta risueño, en un parque, en un camino, en una Esta selva sádica y virgen procura al ánimo la alucinación del peligro próximo. El
llanura, donde nadie lo sangrara ni lo persiguiera; mas aquí todos son perversos, o vegetal es un ser sensible cuya psicología desconocemos. En estas soledades, cuando
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nos habla, sólo entiende su idioma el presentimiento. Bajo su poder, los nervios del secreta rivalidad. Sospecho que aposta buscó ese rumbo, deseoso de hacerme
hombre se convierten en haz de cuerdas, distendidas hacia el asalto, hacia la traición, experimentar mi falta de condiciones para medirme con el Cayeno. No perdía don
hacia la asechanza. Los sentidos humanos equivocan sus facultades: el ojo siente, la Clemente oportunidad de ponderarme los sufrimientos de la vida en las barracas y la
espalda ve, la nariz explora, las piernas calculan y la sangre clama: ¡Huyamos, contingencia de cualquier fuga, sueño perenne de los caucheros, que lo ven esbozarse y
huyamos! nunca lo realizan porque saben que la muerte cierra todas las salidas de la montaña.
No obstante, es el hombre civilizado el paladín de la destrucción. Hay un valor Estas prédicas tenían eco en mis camaradas y se multiplicaron los consejeros. Yo no les
magnífico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio oía. Me contentaba con replicar:
y se debaten contra la selva. Atropellados por la desdicha, desde el anonimato de las -Aunque vosotros andáis conmigo, sé que voy solo. ¿Estáis fatigados? Podéis ir
ciudades, se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. caminando en pos de mí.
Delirantes de paludismo, se despojaron de la conciencia, y, connaturalizados con cada Entonces, silenciosos, me tomaban la delantera y al esperarme cuchicheaban mirándome
riesgo, sin otras armas que el winchester y el machete, sufrieron las más atroces de soslayo. Esto me indignaba. Sentía contra ellos odio súbito. Probablemente se
necesidades, anhelando goces y abundancia, al rigor de las intemperies, siempre burlaban de mi jactancia. ¿O habrían tomado una dirección que no fuera la del Guaracú?
famélicos y hasta desnudos porque las ropas se les pudrían sobre la carne. -Oigame, viejo Silva-grité deteniéndole-. ¡Si no me lleva al Isana, le pego un tiro!
Por fin, un día, en la peña de cualquier río, alzan una choza y se llaman “amos de El anciano sabía que no lo amenazaba por broma. Ni sintió sorpresa ante mi amenaza.
empresa”. Teniendo a la selva por enemigo, no saben a quién combatir, y se arremeten Comprendió que el desierto me poseía. ¡Matar a un hombre! ¿Y por que? ¿Por qué no?
unos a otros y se matan y se sojuzgan en los intervalos de su denuedo contra el bosque. Era un fenómeno natural. ¿Y la costumbre de defenderme? ¿Y la manera de
Y es de verse en algunos lugares cómo sus huellas son semejantes a los aludes: los emanciparme? ¿Qué otro modo más rápido de solucionar los diarios conflictos?
caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los Y por este proceso -¡oh selva!- hemos pasado todos los que caemos en tu vorágine.
territorios de Venezuela el “batatá” desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra
las generaciones del porvenir.
Uno de aquellos hombres se escapó de Cayena, presidio célebre, que tiene por foso el * * *
océano. Aunque sabía que los carceleros ceban los tiburones para que ronden la muralla,
sin zafarse los grillos se arrojó al mar. Vino a las vegas del Papunagua, asaltó los
tambos ajenos, sometió a los caucheros prófugos, y, monopolizando la explotación de Agachados entre la fronda, con las manos en las carabinas, atisbábamos las luces de las
goma, vivía con sus parciales y sus esclavos en las barracas del Guaracó, cuyas luces barracas, miedosos de que alguien nos descubriera. En aquel escondite debíamos
lejanas, al través de la espesura, palpitaban ante nosotros la noche que retardamos la pernoctar sin encender fuego. Sollozando en la oscuridad pasaba una corriente
llegada. desconocida. Era el Isana.
¡Quién nos hubiera dicho en ese momento que nuestros destinos describirían la misma -Don Clemente- dije abrazándolo- en esto de rumbos es usted la más alta sabiduría.
trayectoria de crueldad! -Sin embargo, le cogí miedo a la profesión: anduve perdido más de dos meses en el
siringal de Yaguanarí.
-Tengo presentes los pormenores. Cuando su fuga para el Vaupés…
-Éramos siete caucheros prófugos.
* * * -Y quisieron matarlo…
-Creían que los extraviaba intencionalmente.
-Y unas veces lo maltrataban…
Durante los días empleados en el recorrido de la trocha hice una comprobación -Y otras me pedían de rodillas la salvación.
humillante: mi fortaleza física era aparente, y mi musculatura -que desgastaron fiebres -Y lo amarraron una noche entera…
pretéritas- se aflojaba con el cansancio. Sólo mis compañeros parecían inmunes a la -Temiendo que pudiera abandonarlos.
fatiga, y hasta el viejo Clemente, a pesar de sus años y lacraduras, resultaba más -Y se dispersaron por buscar el rumbo…
vigoroso en las marchas. A cada momento se detenían a esperarme; y aunque me -Pero sólo toparon el de la muerte.
aligeraron de todo peso, del morral y la carabina, seguía necesitando de que el cerebro Este mísero anciano Clemente Silva siempre ha tenido el monopolio de la desventura.
me mantuviera en tensión el orgullo para no echarme a tierra y confesarles mi Desde el día que yendo de Iquitos para Manaos oyó noticias del hijo muerto, cifró su
decaimiento. esperanza en prolongar la esclavitud. Quería ser cauchero unos años más, hasta que la
Iba descalzo, en pernetas, malhumorado, esguazando tembladeros y lagunas, por en tierra le permitiera exhumar los restos. La selva, indirectamente, lo reclamaba como a
medio de un bosque altísimo cuyas raigambres han olvidado la luz del sol. La mano de prófugo, y era el espectro de Lucianito el que le pedía volver atrás. Aunque la madona
Fidel me prestaba ayuda al pisar los troncos que utilizábamos como puentes, mientras hubiera querido darlo libre, ¿qué ganaría con la libertad si de nuevo debía engancharse,
los perros aullaban en vano porque les soltara en aquel paraíso de cazadores, que ni por obligado por la indigencia, en la cuadrilla de cualquier amo que quizás lo alejara del
serlo, me entusiasmaba. Vaupés? En Manaos recorrió las agencias donde buscan trabajo los inmigrantes, y salió
Esta situación de inferioridad me tornó desconfiado, irritable, díscolo. Nuestro jefe en descorazonado de esos tugurios donde la esclavitud se contrata, porque los patrones sólo
tales emergencias era, sin duda, el anciano Silva, y principié a sentir contra él una “avanzaban” gente para el Madeira, para el Purús, para el Ucayali. Y él quería irse al
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infausto río que guardaba al pie de su raudal la enmalezada tumba, distinguida por Acostumbrados a no alejarse de las orillas, carecían del instinto de orientación, y esta
cuatro piedras. circunstancia ayudó al prestigio de don Clemente, cuando se aventuraba por la floresta y
El turco Pezil no tenía trabajos en esos parajes, pero se lo llevaba al alto Río Negro, y clavando el machete en cualquier lugar, los instaba días después a que lo acompañaran a
eso era mucho. Solo que fingía no querer comprarlo, y al fin accedió a sus ruegos, recogerlo, partiendo del sitio que quisieran.
estipulando con la madona una retroventa, por si no le satisfacían las aptitudes del Una mañana, al salir el sol, vino una catástrofe impresentida. Los hombres que en el
“colombiano”. Lo trajo a su hermosa quinta de Naranjal, en la margen opuesta de caney curaban su hígado, oyeron gritos desaforados y se agruparon en la roca. Nadando
Yaguanarí, y lo tuvo un tiempo en oficios fáciles, bajo su vigilancia de musulmán, en medio del río como si fueran patos descomunales, bajaban los bolones de goma, y el
despreciativo y taciturno, sin maltratarlo ni escarnecerlo. cauchero que los arreaba venía detrás, en canoa minúscula, apresurando con la palanca a
Mas cierta vez riñeron unas mujeres en la cocina y despertaron a su señor, que dormía la los que se demoraban en los remansos. Frente al barracón, mientras pugnaban por
siesta. Don Clemente estaba en el corredor, observando el mapa del muro. En esa encerrar su rebaño negro en la ensenada del puertecito, elevó estas voces, de más
actitud lo sorprendió el amo. Ordenóle a gritos que desnudara a las contrincantes hasta gravedad que un pregón de guerra:
la cintura y las azotara. El viejo Silva se resistió a cumplir la orden. Esa misma tarde lo -¡Tambochas, tambochas! ¡Y los caucheros están aislados!
despacharon a siringuear a Yaguanarí. ¡Tambochas! Esto equivalía a suspender trabajos, dejar la vivienda, poner caminos de
Una de las cuitadas era la antigua camarera de la madona, la que conoció en el Vaupés a fuego, buscar otro refugio en alguna parte. Tratábase de la invasión de hormigas
Luciano Silva cuando su mancebía con doña Zoraida. “No lo vió muerto”, pero sabía el carnívoras, que nacen quién sabe dónde y al venir el invierno emigran para morir,
lugar de la sepultura, junto al correntón de Yavaraté, y le había dado ya a don Clemente barriendo el monte en leguas y leguas, con ruidos lejanos, como de incendio. Avispas
todas las señas indispensables para hallarla. sin alas, de cabeza roja y cuerpo cetrino, se imponen por el terror que inspiran su
La desobediencia del colombiano no consiguió indultarla de los azotes, porque el turco veneno y su multitud. Toda guarida, toda grieta, todo agujero; árboles, hojarascas,
feroz, con un látigo en cada mano, la llenó de sangre y contusiones. Gimoteando entre la nidos, colmenas, sufren la filtración de aquel oleaje espeso y hediondo, que devora
despensa escribió un papel para su querido, que trabajaba en los siringales, y rogó a don pichones, ratas, reptiles, y pone en fuga pueblos enteros de hombres y de bestias.
Clemente que se lo entregara al destinatario, sin omitir detalle alguno sobre la cobarde Esta noticia derramó la consternación. Los peones del tambo recogían sus herramientas
flagelación. y “macundales” con revoltosa rapidez.
Este hombre, que se llamaba Manuel Cardoso, era capataz en un barracón del caño -¿Y por qué lado viene la ronda?- preguntaba Manuel Cardoso.
Yurubaxi. Al saber los percances de la mujer, ofreció matar a Pezil donde lo encontrara, -Parece que ha cogido ambas orillas. ¡Las dantas y los cafuches atraviesan el río desde
y, por vengarse interinamente, quiso proceder contra los intereses de su patrón, esta margen, pero en la otra están alborotadas las abejas!
aconsejándoles a los gomeros que se fugaran con la goma que tenían en el tambo. -¿Y cuáles caucheros quedan aislados?
El viejo Silva aparentó rechazar esa idea, receloso de alguna celada. Sin embargo, en los -¡Los cinco de la ciénaga de “El Silencio”, que ni siquiera tienen canoa!
días siguientes, comentaba con los peones la insinuación del vigilante, mientras -¿Qué remedio? ¡Que se defiendan! ¡No se les puede llevar socorro! ¿Quién se arriesga
procedían a fumigar la leche extraída. La respuesta no cambió nunca: “Cardoso sabe a extraviarse en estos pantanos?
que no hay rumbero capaz de enfrentársele a estas montañas”. -Yo, dijo el anciano Clemente Silva.
De noche, los caucheros dictaminaban sobre tal hipótesis, tan sugestionadora como Y un joven brasileño, que se llamaba Lauro Coutinho:
imposible, por tener de qué conversar: -Iré también. ¡Allá está mi hermano!
-Es claro que la fuga sería irrealizable por el Río Negro: las lanchas del amo parecen
perros de cacería.
-Mas logrando remontar el Cababurí es fácil descender al Maturacá y salir al río * * *
Casiquiare.
-Conforme. Pero el Río Negro tiene una anchura de cuatro kilómetros. Hay que
descartar los afluentes de su banda izquierda. Más bien, aguas arriba por este caño Recogiendo los víveres que pudieron y provistos de armas y de fósforos, aventuráronse
Yurubaxí, a los sesenta y tantos días de curiara, dizque se encuentra un “igarapé” que los dos amigos por una trocha que, partiendo de la barraca, profundiza las espesuras en
desemboca en el Caquetá. dirección del caño Marié.
-¿Y para el río Vaupés no hay rumbo directo? Marchaban presurosos por entre el barro de las malezas, con oído atento y ojo sagaz. De
-¿A quien se le ocurre esa estupidez? pronto, cuando el anciano, abriéndose de la senda, empezó a orientarse hacia la ciénaga
El barracón estaba situado sobre un arrecife que no se inunda, único refugio en aquel de El Silencio, lo detuvo Lauro Coutinho.
desierto. Mensualmente llegaba la lancha de Naranjal a recoger la goma y a dejar -¡Ha llegado el momento de picurearnos!
víveres. Los trabajadores eran escasos y el beriberi mermaba el número, sin contar los Don Clemente ya pensaba en ello, mas supo disimular su satisfacción.
que perecían en las lagunas, lanzados por la fiebre desde el andamio donde se trepaban a -Habría que consultarlo con los caucheros…
herir los árboles. -¡Respondo de que convienen, sin vacilar!
Pese a todo, muchos pasaban meses enteros sin verle la cara al capataz, guareciéndose Y así fué, porque al día siguiente los hallaron en un bohío, jugando a los dados sobre un
en chozas mínimas, y volvían al tambo con la goma ya fumigada, convertida en pañuelo y emborrachándose con vino de “palmachonta”, que se ofrecían en un calabazo.
bolones, que entregaban a la corriente en vez de conducirlos en las curiaras.
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-¿Hormigas? ¡Qué hormigas! ¡Nos reímos de las tambochas! ¡A picurearnos! ¡A Como Lauro Coutinho pretendía mostrarse alegre, le soltó una pulla a Souza Machado,
picurearnos! ¡Un rumbero como usted es capaz de sacarnos de los infiernos! que se había detenido a botar el caucho. Esto forzó los ánimos a resignarse a la
Y allá van por entre la selva, con la ilusión de la libertad, llenos de risas y de proyectos, hilaridad. Hablaron un trecho. No sé quién le hizo preguntas a don Clemente.
adulando al guía y prometiéndole su amistad, su recuerdo, su gratitud. Lauro Coutinho -¡Silencio!- gruñó el italiano-. ¡Recuerden que a los pilotos y a los rumberos no se les
ha cortado una hoja de palma y la conduce en alto, como un pendón; Souza Machado no debe hablar!
quiere abandonar su balón de goma, que pesa más de dieciocho kilos, con cuyo Pero el anciano Silva, deteniéndose de repente, levantó los brazos, como el hombre que
producto piensa adquirir durante dos noches las caricias de una mujer, que sea blanca y se da preso, y, encarándose con sus amigos, sollozó:
rubia y que trascienda a brandy y a rosas; el italiano Peggi habla de salir a cualquier -¡Andamos perdidos!
ciudad para emplearse de cocinero en algún hotel donde abunden las sobras y las Al instante, el grupo desventurado, con los ojos hacia las ramas y aullando como perros,
propinas; Coutinho, el mayor, quiere casarse con una moza que tenga rentas; el indio elevó su coro de blasfemias y plegarias:
Venancio anhela dedicarse a labrar curiaras; Pedro Fajardo aspira a comprar un techo -¡Dios inhumano! ¡Sálvanos, mi Dios! ¡Andamos perdidos!
para hospedar a su madre ciega; don Clemente Silva sueña en hallar una sepultura.
¡Es la procesión de los infelices, cuyo camino parte de la miseria y llega a la muerte!
¿Y cuál era el rumbo que perseguían? El del río Curí-curiarí. Por allí entrarían al Río * * *
Negro, setenta leguas arriba de Naranjal, y pasarían a Umarituba, a pedir amparo. El
señor Costanheira Fontes era muy bueno. En aquel sitio el horizonte se les ampliaba. En
caso de captura, era incuestionable la explicación: salían del monte derrotados por las “Andamos perdidos”. Estas dos palabras, tan sencillas y tan comunes, hacen estallar,
tambochas. Que le preguntaran al capataz. cuando se pronuncian entre los montes, un pavor que no es comparable ni al “sálvese
Al cuarto día de montaña principió la crisis: las provisiones escasearon y los fangales quien pueda” de las derrotas. Por la mente de quien las escucha pasa la visión de un
eran intérminos. Se detuvieron a descansar, y, despojándose de las blusas, las hacían abismo antropófago, la selva misma, abierta ante el alma como una boca que se engulle
jirones para envolverse las pantorrillas, atormentadas por las sanguijuelas. Souza los hombres a quienes el hambre y el desaliento le van colocando entre las mandíbulas.
Machado, generoso por la fatiga, a golpes de cuchillo dividió su bolón de goma en Ni los juramentos, ni las advertencias, ni las lágrimas del rumbero, que prometía
varios pedazos para obsequiar a sus compañeros. Fajardo se negó a recibir su parte: no corregir la ruta, lograban aplacar a los extraviados. Mesábanse las greñas, retorcíanse
tenía alientos para cargarla. Souza la recogió. Era caucho, “oro negro”, y no se debía las falanges, se mordían los labios, llenos de una espuma sanguinolenta que envenenaba
desperdiciar. las inculpaciones.
Hubo un indiscreto que preguntaba: -¡Este viejo es el responsable! ¡Perdió el rumbo por querer largarse para el Vaupés!
-¿Hacia dónde vamos ahora? -¡Viejo remalo, viejo bandido, nos llevabas con engañifas para vendernos quién sabe
Todos replicaron reconviniéndolo: dónde!
-¡Hacia delante! -¡Sí, sí, criminal! ¡Dios se opuso a tus planes!
Mientras tanto, el rumbero había perdido la orientación. Avanzaba a tientas, sin Viendo que aquellos locos podían matarlo, el anciano Silva se dió a correr, pero un
detenerse ni decir palabra, para no difundir el miedo. Por tres veces en una hora volvió a árbol cómplice lo enlazó por las piernas con un bejuco y lo tiró al suelo. Allí lo
salir a un mismo pantano, sin que sus camaradas reconocieran el recorrido. amarraron, allí Peggi los exhortaba a volverlo trizas. Entonces fué cuando don Clemente
Concentrando en la memoria todo su ser, mirando hacia su cerebro, recordaba el mapa pronunció aquella frase de tanto efecto:
que tantas veces había estudiado en la casa de Naranjal, y veía las líneas sinuosas, que -¿Queréis matarme? ¡Cómo podríais andar sin mí? ¡Yo soy la esperanza!
parecían una red de venas, sobre la mancha de un verde pálido en que resaltaban Los agresores, maquinalmente, se contuvieron.
nombres inolvidables: Teya, Marié, Curí-curiarí. ¡Cuánta diferencia entre una región y -¡Sí, sí, es preciso que viva para que nos salve!
la carta que la reduce! ¡Quién le hubiera dicho que aquel papel, donde apenas cabían sus -¡Pero sin soltarlo, porque se nos va!
manos abiertas, encerraba espacios tan infinitos, selvas tan lóbregas, ciénagas tan Y aunque no le quitaron las ligaduras, postráronse de rodillas a implorarle la salvación,
letales! Y él, rumbero curtido, que tan fácilmente solía pasar la uña del índice de una y le limpiaban los pies con besos y llantos.
línea a otra línea, abarcando ríos, paralelos y meridianos, ¿cómo pudo creer que sus -¡No nos desampare!
plantas eran capaces de moverse como su dedo? -¡Regresemos a la barraca!
Mentalmente empezó a rezar. ¡Si Dios quisiera prestarle el sol!...¡Nada! La penumbra -¡Si usted nos abandona, moriremos de hambre!
era fría, la fronda transpiraba un vapor azul. ¡Adelante! ¡El sol no sale para los tristes! Mientras unos plañían de este jaez, otros halábanlo de la cuerda, suplicando el regreso.
Uno de los gomeros declaró con certeza súbita que le parecía escuchar silbidos. Todos Las explicaciones de don Clemente parecían reconciliarlos con la cordura. Tratábase de
se detuvieron. Eran los oídos que les zumbaban. Souza Machado quería meterse entre un percance muy conocido de rumberos y de cazadores y no era razonable perder el
los demás: juraba que los árboles le hacían gestos. ánimo a la primera dificultad, cuando había tantos modos de solucionarla. ¿Para qué lo
Estaban nerviosos, tenían el presentimiento de la catástrofe. La menor palabra les haría asustaron? ¿Para qué se pusieron a pensar en el extravío? ¿No los había instruído una y
estallar el pánico, la locura, la cólera. Todos se esforzaban por resistir. ¡Adelante! otra vez en la urgencia de desechar esa tentación, que la espesura infunde en el hombre
para trastornarlo? El les aconsejó no mirar los árboles, porque hacen señas, ni escuchar
los murmurios, porque dicen cosas, ni pronunciar palabra, porque los ramajes remedan
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la voz. Lejos de acatar esas instrucciones, entraron en chanzas con la floresta y les vino
el embrujamiento, que se transmite como por contagio; y él también, aunque iba
adelante, comenzó a sentir el influjo de los malos espíritus, porque la selva principió a * * *
movérsele, los árboles le bailaban ante los ojos, los bejuqueros no le dejaban abrir la
trocha, las ramas se le escondían bajo el cuchillo y repetidas veces quisieron quitárselo.
¿Quién tenía la culpa? Amaneció.
Y luego, ¿por qué diablos se ponían a gritar? ¿Qué lograban con hacer tiros? ¿Quién La ansiedad que los sostenía les acentuó en el rostro la mueca trágica. Magros,
sino el tigre correría a buscarlos? ¿Acaso les provocaba su visita? ¡Bien podían febricitantes, con los ojos enrojecidos y los pulsos trémulos, se dieron a esperar que
esperarla al oscurecer! saliera el sol. La actitud de aquellos dementes bajo los árboles infundía miedo.
Esto los aterró y guardaron silencio. Mas tampoco hubieran podido hacerse entender a Olvidaron el sonreír, y cuando pensaban en la sonrisa, les plegaba la boca un rictus
más de dos yardas: a fuerza de dar alaridos, la garganta se les cerró, y dolorosamente, fantástico.
hablaban a la sordina, con un jadeo gutural y torpe como el de los gansos. Recelaban del cielo, que no se divisaba por ninguna parte. Lentamente empezó a llover.
Antes de la hora en que el sol sanguíneo empenacha las lejanías, fuéles imperioso Nadie dijo nada, pero se miraron y se comprendieron.
encender la hoguera, porque entre los bosques la tarde se enluta. Cortaron ramas, y, Decididos a regresar, moviéronse sobre el rastro del día anterior, por la orilla de una
esparciéndolas sobre el barro, se amontonaron alrededor del anciano Silva a esperar el laguna donde las señales desaparecían. Sus huellas en el barro eran pequeños pozos que
suplicio de las tinieblas. ¡Oh, la tortura de pasar la noche con hambre, entre el pensar y se inundaban. Sin embargo, el rumbero cogió la pista, gozando del más absoluto
el bostezar, a sabiendas de que el bostezo ha de intensificarse al día siguiente! ¡Oh, la silencio como hasta las nueve de la mañana, cuando entraron a unos “chuscales” de
pesadumbre de sentir sollozos entre las sombras cuando los consuelos saben a muerte! plebeya vegetación donde ocurría un fenómeno singular: tropas de conejos y guatines,
¡Perdidos! ¡Perdidos! El insomnio les echó encima su tropel de alucinaciones. Sintieron dóciles o atontados, se les metían por entre las piernas buscando refugio. Momentos
la angustia del indefenso cuando sospecha que alguien lo espía en lo oscuro. Vinieron después, un grave rumor como de linfas precipitadas se sentía venir por la inmensidad.
los ruidos, las voces nocturnas, los pasos medrosos, los silencios impresionantes como -¡Santo Dios! ¡Las tambochas!
un agujero en la eternidad. Entonces sólo pensaron en huir. Prefirieron las sanguijuelas y se guarecieron en un
Don Clemente, con las manos en la cabeza, estrujaba su pensamiento para que brotara rebalse, con el agua sobre los hombros.
alguna idea lúcida. Sólo el cielo podía indicarle la orientación. ¡Que le dijera de qué Desde allí miraron pasar la primera ronda. A semejanza de las cenizas que a lo lejos
lado nace la luz! Eso le bastaría para calcular otro derrotero. Por un claro de la lanzan las quemas, caían sobre la charca fugitivas tribus de cucarachas y coleópteros,
techumbre, semejante a una claraboya, columbró un retazo de éter azul, sobre el cual mientras que las márgenes se poblaban de arácnidos y reptiles, obligando a los hombres
inscribía su varillaje una rama seca. Esta visión le recordó el mapa. ¡Ver el sol, ver el a sacudir las aguas mefíticas para que no avanzaran en ellas. Un temblor continuo
sol! Allí estaba la clave de su destino. ¡Si hablaran aquellas copas enaltecidas que todas agitaba el suelo, cual si las hojarascas hirvieran solas. Por debajo de troncos y raíces
las mañanas lo ven pasar! ¿Por qué los árboles silenciosos han de negarse a decirle al avanzaba el tumulto de la invasión, a tiempo que los árboles se cubrían de una mancha
hombre lo que debe hacer para no morir? ¡Y, pensando en Dios, comenzó a rezarle a la negra, como cáscara movediza, que iba ascendiendo implacablemente a afligir las
selva una plegaria de desagravio! ramas, a saquear los nidos, a colarse en los agujeros. Alguna comadreja desorbitada,
Treparse por cualquiera de aquellos gigantes era casi imposible: los troncos eran tan algún lagarto moroso, alguna rata recién parida eran ansiadas presas de aquel ejército,
gruesos, las ramas tan altas y el vértigo de la altura acechando en las frondas. Si se que las descamaba, entre chillidos, con una presteza de ácidos disolventes.
atreviera Lauro Coutinho, que nervioso dormía abrazándolo por los pies…Quiso ¿Cuánto tiempo duró el martirio de aquellos hombres, sepultados en cieno líquido hasta
llamarlo, pero se contuvo: un ruidillo raro, como de ratones en madera fina, rasguñó la el mentón, que observaban con ojos pávidos el desfile de un enemigo que pasaba,
noche… ¡eran los dientes de sus compañeros que roían pepas de tagua! pasaba y volvía a pasar? ¡Horas horripilantes en que saborearon a sorbo y sorbo las
Don Clemente sintió por ellos tal compasión que resolvió darles el alivio de la mentira. alquitaradas hieles de la tortura! Cuando calcularon que se alejaba la última ronda,
-¿Qué hay?- le susurraron a media voz, acercándole las caras oscuras. pretendieron salir a tierra, pero sus miembros estaban paralizados, sin fuerzas para
Y palparon los nudos de la soga que le ciñeron. despegarse del barrizal donde se habían enterrado vivos.
-¡Estamos salvados! Mas no debían morir allí. Era preciso hacer un esfuerzo. El indio Venancio logró
Estúpidos de gozo repitieron la misma frase: “¡Salvados!” Y, postrándose en tierra, cogerse de algunas matas y comenzó a luchar. Agarróse luego de unos bejucos. Varias
apretaban el lodo con las rodillas, porque el dolor los dejó contritos, y entonaron un tambochas desgaritadas le royeron las manos. Poco a poco sintió ensancharse el molde
gran ronquido de acción de gracias, sin preguntar en qué consistía la salvación. Bastó de fango que lo ceñía. Sus piernas al desligarse de lo profundo produjeron chasquidos
que otro hombre la prometiera para que todos la proclamaran y bendijeran al salvador. sordos. “¡Upa! ¡Otra vez y no desmayar! ¡Animo! ¡Animo!”
Don Clemente recibió abrazos, súplicas de perdón, palabras de enmienda. Algunos Ya salió. En el hoyo vacío burbujeó el agua.
querían atribuírse el exclusivo mérito del milagro: Jadeando, boca arriba, oyó desesperarse a sus compañeros que imploraban ayuda.
-¡Las oraciones de mi madrecita! “¡Déjenme descansar!” Una hora después, valiéndose de palos y maromas, consiguió
-¡Las misas que ofrecí! sacarlos a todos.
-¡El escapulario que llevo puesto!
Mientras tanto, la Muerte debió reírse en la oscuridad.
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Esta fue la postrera vez que sufrieron juntos. ¿Hacia qué lado quedó la pista? Sentían la ver si el agua corría. En esa tarea lo encontraron los Albuquerques, y, casi a la rastra, lo
cabeza en llamas y el cuerpo rígido. Pedro Fajardo empezó a toser convulsivamente y condujeron al barracón.
cayó bañándose en sangre por un vómito de hemoptisis. -¿Quién es ese espantajo que han conseguido en la cacería?- les preguntaron los
Mas no tuvieron lástima del cadáver. Coutinho, el mayor, les aconsejaba no perder siringueros.
tiempo. “Quitarle el cuchillo de la cintura y dejarlo ahí. ¿Quién lo convidó? ¿Para qué -Un picure que sólo sabe decir: ¡Coutinho!...¡Peggi!...¡Souza Machado!...
se vino si estaba enfermo? No los debía perjudicar”. Y en diciendo esto, obligó a su De allí, al terminar el año, se les fugaba en una canoa para el Vaupés.
hermano a subir por una copaiba para observar el rumbo del sol. Ahora está aquí, sentado en mi compañía, esperando que raye el alba para que
El desdichado joven, con pedazos de su camisa, hizo una manea para los tobillos. En lleguemos a las barracas del Guaracú. Quizás piensa en Yaguanarí, en Yavaraté, en los
vano pretendió adherirse al tronco. Lo montaron sobre las espaldas para que se compañeros extraviados.
prendiera de más arriba, y repitió el forcejeo titánico, pero la corteza se despegaba y lo -No vaya usted a Yaguanarí- me aconseja siempre.
hacía deslizarse y recomenzar. Los de abajo lo sostenían apuntalándolo con horquetas y, Yo, recordando a Alicia y a mi enemigo, exclamo colérico:
alucinados por el deseo, como que triplicaban sus estaturas para ayudarlo. Al fin ganó la -¡Iré, iré, iré!
primera rama. Vientre, brazos, pecho, rodillas, le vertían sangre.
- ¿Ves algo? ¿Ves algo?- le preguntaban. Y con la cabeza decía que no.
Ya ni se acordaban de hacer silencio para no provocar la selva. Una violencia absurda * * *
les pervertía los corazones y les requintaba un furor de náufragos, que no reconoce
deudos ni amigos cuando, a puñal, mezquina su bote. Manoteaban hacia la altura al
interrogar a Lauro Coutinho. “¿No ves nada? ¡Hay que subir más y fijarse bien!” Al amanecer suscitóse una discusión en que, por fortuna, no perdí el aplomo. Tratábase
Lauro sobre la rama, pegado al tronco, acezaba sin responderles. A tamaña altitud, tenía de la forma como debíamos demandar la hospitalidad.
la apariencia de un mono herido, que anhelaba ocultarse del cazador. “¡Cobarde, hay Era indudable que la presencia inesperada de cuatro hombres desconocidos provocaría
que subir más!” Y locos de furia lo amenazaban. en los tambos serias alarmas. Uno de nosotros debía arriesgarse a explorar el ánimo del
Mas, de pronto, el muchacho intentó bajarse. Un gruñido de odio resonó de abajo. empresario, para que los demás, que quedarían en expectativa, con la selva libre, no se
Lauro, despavorido, les contestaba: expusieran a sufrir irreparable servidumbre. Al fin se convino en que aquella misión me
-¡Vienen más tambochas! ¡Vienen más tambo…! correspondía; pero mis compañeros se negaban resueltamente a dejarme ir armado.
La última sílaba le quedó magullada entre la garganta, porque el otro Coutinho, con un Con esta precaución ofendían mi cordura, y, sin embargo, la acepté de manera tácita.
tiro de carabina que le sacó el alma por el costado, lo hizo descender como una pelota. Evidentemente, ciertos actos como que se anticipan a mis ideas: cuando el cerebro
El fratricida se quedó viéndolo. “¡Ay, Dios mío, maté a mi hermano, maté a mi manda, ya mis nervios están en acción. Era bueno privarme de cualquier medio que
hermano!” Y, arrojando el arma se echó a correr. Cada cual corrió sin saber a dónde. Y pudiera encender mi agresividad; y todo hombre armado está siempre a dos pasos de la
para siempre se dispersaron. tragedia.
Noches después los sintió gritar don Clemente Silva, pero temió que lo asesinaran. Entregándoles el revólver que tenía al cinto, les repetí mis advertencias:
También había perdido la compasión, también el desierto lo poseía. A veces lo hacía -Esperadme aquí; si algo grave sucede, escaparé esta misma noche y nos reuniremos
llorar el remordimiento, mas se sinceraba ante su conciencia con sólo pensar en su para…
propia suerte. A pesar de todo, regresó a buscarlos. Halló las calaveras y algunos Y partí solo, con el día ya entrado, hacia la vivienda del capataz.
fémures. Mientras que marchaba con paso azaroso, empezó a tomar cuerpo mi decisión y recordé
Sin fuego ni fusil, vagó dos meses entre los montes, hecho un idiota, ausente de sus el proyecto del Catire Mesa: asaltar la barraca, apoderarnos del “tesoro” de don
sentidos, animalizado por la floresta, despreciado hasta por la muerte, masticando tallos, Clemente, coger los víveres que halláramos y huir con el rumbero por entre los bosques,
cáscaras, hongos, como bestia herbívora con la diferencia de que observaba qué clase de en busca de las cercanas fuentes del río Guainía, apercibidos para descenderlo, sin
pepas comían los micos para imitarlos. correr contingencias con el Isana, su tributario.
No obstante, alguna mañana tuvo repentina revelación. Paróse ante una palmera de ¿No sería mejor invadir los tambos a plomo y cuchillo? ¿Por qué llegar como
“cananguche”, que, según la leyenda, describe la trayectoria del astro diurno, a la pordiosero a pedir amparo? Me detuve indeciso y miré atrás. Mis camaradas, sacando
manera del girasol. Nunca había pensado en aquel misterio. Ansiosos minutos estuvo en las cabezas por entre las frondas, esperaban alguna orden. En otra situación, les hubiera
éxtasis, constatándolo, y creyó observar el alto follaje moviéndose pausadamente, con el gritado con ásperas voces: “¡Mentecatos! ¡Para qué dejan venir los perros!”
ritmo de una cabeza que gastara doce horas justas en inclinarse desde el hombro Porque Martel y Dólar corrían presurosos sobre mi rastro; y en breve instante,
derecho hasta el contrario. La secreta voz de las cosas le llenó su alma. ¿Sería cierto que desesperándome de inquietud, llevaban por las barracas el anuncio de mi presencia.
esa palmera, encumbrada en aquel destierro como un índice hacia el azul, estaba ¡Imposible retroceder!
indicándole la orientación? Verdad o mentira, él lo oyó decir. ¡Y creyó! Lo que Avancé. No creía lo que estaba viendo. ¿Esas pobres ramadas de estilo indígena eran los
necesitaba era una creencia definitiva. Y por el derrotero del vegetal comenzó a tan mentados barracones del Guaracú? ¿Esas viles casuchas, amenazadas por el rastrojo,
perseguir el propio. podían ser la sede de un sátrapa, que tenía esclavos y concubinas, señor de los montes y
Fue así como al poco tiempo encontró la vaguada del río Tiquié. Aquel caño de amo de los ríos? Cierto que los caucheros sólo construyen habitaciones ocasionales y
estrechas curvas parecióle rebalse de estancada ciénaga, y se puso a tirarle hojitas para mudan su residencia de un caño a otro, conforme a la abundancia del siringal, ; cierto
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que el Cayeno, establecido años antes cerca de los raudales del Guaracú, fue -General, ¿podría ser posible que yo tome asiento al lado de un jefe? Sus fueros
moviéndose Isana arriba, sin cambiarle el nombre a la empresa, hasta situarse en el militares me lo prohiben.
istmo de Papunagua para ejercer dominio sobre el Inírida, en contra de Funes. Pero estas -Eso sí es verdá.
razones no aliviaban mi desencanto ante el mal aspecto de la cauchería. El Váquiro era borracho, bizco, gangoso. Sus bigotes, enemigos del beso y la caricia, se
Uno de los tambos, a paciencia de sus moradores, estaba casi enmallado por andariego le alborotaban, inexpugnables, sobre la boca, en cuyo interior la caja de dientes se
bejuco de hojas lanudas y calabacitas amarillentas. En el suelo, espinas de pescado, movía desajustada. En su mestizo rostro pedía justicia la cicatriz de algún machetazo,
conchas de armadillo, vasijas de latas carcomidas por el orín. En sucios chinchorros, desde la oreja hasta la nariz. Por el escote de su franela irrumpía del pecho un reprimido
tendidos sobre un humazo de tizones que ahuyentaba zancudos, se aburrían unas bosque de vello hirsuto, tan ingrato de emanaciones como abundante en sudor termal.
mujeres de fístulas hediondas a yodoformo y pañuelos amarrados en la cabeza. No me Su cinturón de cuero curtido se daba pretensiones de muestrario bélico: cuchillo, puñal,
sintieron, no se movieron. Parecíame haber llegado a un bosque de leyenda donde cápsulas, revólver. Vestía pantalones de kaki sucio y calzaba cotizas sueltas, que, al
dormitaba la Desolación. moverse, le palmoteaban bajo los talones.
Fueron mis cachorros los que disiparon el marasmo: en el caney próximo hicieron -¿Cómo hizo busté para adivinar los grados que tengo?
chillar a un mico, que amarrado por la cintura, colgábase de un palo al extremo de la -Un veterano tan eminente debe haber recorrido el escalafón.
correa. La dueña salió. Gentes enfermas aparecieron. Por todas partes chicuelos -¿El qué?
desnudos y mujeres grávidas. -El escalafón.
-¿Usted trajo mañoco para vender? -Dígame: ¿y en Colombia suena mi nombre?
-Sí. ¿El amo está en casa? -¿Quién no ha oído nombrar al “valiente Aquiles”?
-En aquel caney. Dígale que compre. ¡Estamos con hambre! -Eso sí es verdá.
-¡Mañoco, hay mañoco! ¡De cualquier modo se lo pagamos! -¡Paladín homérica!
Y con anticipada salivación saboreaban su propio deseo. -Le advierto que no soy de Mérida sino de Coro.
El caney del amo no tenía paredes; tabiques de palma dividían los departamentos. En ese momento, en grupo acezante, aparecieron mis camaradas, desarmados, en la
Propiamente carecía de puertas, pero sus huecos se tapaban con planchas de “chusque”. extremidad del corredor. El Váquiro, sospechoso, se mantuvo en pie. Hice una modesta
Yo no supe en aquel momento a dónde llamar. Por encima de la palmicha que le servía presentación.
de muro a una alcoba, miré hacia adentro, con sutil sospecha. En una hamaca de -Señor General, éstos son compañeros míos.
floreados flecos fumaba una mujer vestida de encajes. Era la madona Zoraida Ayram. Los tres, sin acercarse, murmuraron confusos:
¡Y me vio fisgándola! -¡Señor General!... ¡Señor General!
-¡Váquiro! ¡Váquiro! ¡Aquí hay un hombre! Comprendí que era tiempo de improvisar un discurso lírico para que el Váquiro se
No hallé qué decir. Me acerqué a la puerta inmediata. La madona tenía en la mano un calmara. Tergiversé las instrucciones de don Clemente. Pronto adquirió mi lengua un
revólver, pequeñito como un juguete. Mis camaradas estarían observando mis tono irresistible de convicción. Yo mismo me admiraba de mi inventiva, riendo, por
movimientos. El entrar sin sombrero en el barracón era señal de que el capataz estaba dentro, de mi propia solemnidad.
presente. Más tardé yo en pensarlo que él en salir de la pieza próxima encapsulando la Eramos barraqueros del río Vaupés y residíamos en una zona equidistante de Calamar y
carabina. de la confluencia del Itilla y el Unilla. Trabajábamos en mañoco, siringa y tagua.
-¿Qué quiere “busté”? Teníamos en Manaos un cliente espléndido, la casa Rosas, en cuyo poder me quedaba
-Señor, soy Arturo Cova. Gente de paz. un ahorro de unas mil libras, que representaba mi trabajo de penosos meses como
La madona, como burlándose de sus nervios, dijo con pintoresca pronunciación, productor y comisionista.
reparando en mí, mientras que guardaba el revólver entre el corpiño: Al decir esto, noté que la madona ponía cuidado a mi relato, porque dejó de sonar la
-¡Oh, Alá! ¡Lleven a ese mugroso a la cocina! hamaca en el cuarto próximo. Este detalle me produjo cierta zozobra y viré de rumbo en
El Váquiro repuso extendiéndome su cuadrada mano. mis fantasías.
-¡ Soy Aquiles Vácares, veterano de Venezuela, “guapo” pal plomo y pa cualquier -Señor General, por desgracia, el Vaupés nos opone raudales pérfidos; y perdimos en un
hombre! “trambuque”, en el correntón de Yavaraté, nuestra cosecha de ahora tres años.
Por lo cual murmuré descubriéndome reverente: Y repetí intencionalmente:
-¡Salud, General! -En el propio raudal de Yavaraté, contra las raíces de un jacarandá.
La madona asomó a la puerta, llenando con su figura quicio y dintel. Era una hembra
adiposa y agigantada, redonda de pechos y de caderas. Ojos claros, piel láctea, gesto
* * * vulgar. Con sus vestidos blancos y sus encajes tenía la apariencia de una cascada.
Luengo collar de cuentas azules se descolgaba desde su seno, cual una madreselva sobre
una cima. Sus brazos, resonantes por las pulseras y desnudos desde los hombros, eran
El Váquiro ocupó su chinchorro del corredor, con la carabina en las piernas. Ordenóme pulposos y satinados como dos cojincillos para el placer, y en la enjoyada mano tenía un
que me sentara en el banco próximo. Quedéme perplejo, pero expliqué mi indecisión tatuaje que representaba dos corazones atravesados por un puñal.
con estas razones:
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¡Entretanto que miraba, absolví mentalmente tu inexperiencia, desventurado Luciano -Déme usted un boga conocedor y el mulato Correa se irá con él. Pagaremos lo que se
Silva, y adiviné el desenlace de tu pasión! nos pida. Los jefes no conocen dificultades.
-¿Cuáles son los muchachos que conocen el río Vaupés?- preguntó regando en la -¡Eso sí es verdá!
atmósfera el cálido perfume de su abanico. La madona, que oía este diálogo, me llamó aparte:
-Los cuatro, señora. -Caballero, yo le podría vender un boga que es mío.
-¿Y el afiliado a la casa Rosas? ¿El comisionista? -¡No interrumpa busté! ¡Déjenos conversar!
-Su admirador. -¿Es que acaso no es mío el rumbero Silva? ¿No les probé que era el picure del personal
-¿A cómo le ordenaron pagar el caucho? de Yaguanarí? ¿No saben que Pezil no me lo pagó?
-El de primera, a un conto de reis. Poco más o menos a trescientos pesos. -Señora, si usted desea…Si el General no me lo prohibe…
-¿No te lo dije, Váquiro, que no se puede pagar a más? -¡Qué General! ¡Este no es el que manda sino el Cayeno! Este es un pobre diablo que
-¡Mire: no le permito apodarme así! Dígame por mi nombre: ¡General Vácares! fanfarronea de administrador.
Aprenda del joven Cova, que sí sabe tratar a los jefes. -¡No sea deslenguada! ¡Le voy a probar que sí tengo mando: joven, puede contar con la
-Nada tengo que ver con nombres y títulos. Devuélvame mi plata o páguemela en embarcación!
caucho, a razón de trescientos pesos, menos el flete, porque yo no viajo de balde. ¡Lo -¡Gracias! ¡Gracias! En cuanto al boga, si la señora me vende el picure, si me acepta un
demás me importa un comino! giro sobre Manaos…
-¡No sea grosera! -¿Y qué me da en prenda mientras lo pagan?
-¡Pues entonces no sea tramposo, no sea canalla, ni tal por cual! Sepa que a las damas se -Nuestras personas.
les atiende con guante blanco. Aprenda también de este caballero, que me ha dicho “su -¡Oh, no! ¡Eso no! ¡Alá!
admirador”. -No me sorprende la desconfianza. Es verdad que nuestras figuras nos contradicen la
-Calma, mi señora; calma, General. solvencia: descalzos, astrosos, necesitados. Sólo aspiro a poner en manos de ustedes
El sofocado jefe ordenóme con gesto heroico: cuanto poseemos. Escojan el personal que ha de realizar la comisión. Lo indispensable
-¡Vámonos pa juera, onde no nos vengan a interrumpir! es que salga pronto con nuestras cartas y tenga cuidado con los valores y mercancías
Al despedirme de la madona hice una profunda reverencia. que solicitamos y que ustedes mismos recibirán: drogas, vituallas, y especialmente
algunos licores, porque conviene alegrar la vida en este desierto.
-Eso sí es verdá.
* * * Cuando la madona, pensativa, nos dejó solos, le rogué al jefe:
-¡Júreme, General, que contaremos con su valía!
-Joven, poco me gusta jurar en cruz, porque soy ateo. ¡Mi religión es la de la espada!
-…Y como le decía, la casa Rosas me ordenó que en lo sucesivo esquiváramos el Y llevando la diestra al cinto, como garantía de su juramento, murmuró solemne:
Vaupés y por Caño Grande descendiéramos al Inírida, hacia San Fernando del Atabajo, -¡Dios y Federación!
donde podíamos consignarle al Gobernador los productos que consiguiéramos, pues era
agente suyo y tenía el encargo de remitírselos, por el Orinoco, a la isla de Trinidad.
-¡Chicos! ¿Y no sabían que a Pulido lo asesinaron? * * *
-General, vivimos en el limbo de los desiertos…
-Pues lo descuartizaron, por robarle lo que tenía y por coger la Gobernación.
-¡El coronel Funes!... Al atardecer la madona reapareció. Por frente a la ramada que nos destinó el Váquiro,
-¡Qué coronel! ¡Está degradado! ¡Escupa ese nombre! ¡Cuidao con volverlo a mentar me hizo el honor de pasear su tedio, cubierta con un velo de gasa nívea que la defendía
aquí! de los “jejenes”.
Y por darme ejemplo, dejó caer ancha saliva y la refregó con los calcañales. Junto al fogón ocioso bostezábamos en silencio, esperando a los pescadores que fueron
-Señor General, yo fui precavido: le hice saber a la casa Rosas que en ningún caso al río a conseguir la cena. Franco vació mañoco del bolsillo y lo comíamos a puñados,
respondería por los accidentes que la nueva ruta ocasionara; y, aprobada esta base, cuando reparamos en la mujer. Al verla, volví la cara a otro lugar, con el sombrero
dejamos nuestras barracas hace ya dos meses, cargados de mañoco, sarrapia y goma. sobre la frente, avergonzado de la miseria en que me hallaba.
¡Pero el Inírida es tan envidioso como el Vaupés, y al llegar a la boca del Papunagua -¿Me está mirando?
perdimos todo! ¡Hemos venido por entre el monte, en el colmo de la miseria, a pedir -Mucho, pero aparenta disimular.
amparo! -¿Se fue?
-¿Y qué será lo que busté quiere? -Les está haciendo cariños a los perros.
-Que me tripulen una canoa para enviar un correo a Manaos, a llevar el aviso de la -Déjate de observarla porque se acerca.
catástrofe y a traer dinero, sea de la caja de nuestro cliente, sea de mi cuenta; y que nos -¡Ya viene! ¡Ya viene!
den posada a los cuatro náufragos hasta que regrese tal expedición.
-¡No tenemos marina…, estamos escasísimos de mañoco!
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Levanté el rostro para afrontarla, y la vi venir hollando las yerbas, blanca, entre la Esto pensaba yo con juicio romántico, desposeído de encono, viéndola ingeniarse por
penumbra semilunar. Pasó junto a mí, saludándome con la mano, y envolvió este adquirir imperio sobre mi ser. ¿Ambicionaba mi oro o mi juventud? Bien podía escoger
reproche en una sonrisa: lo que le placiera. En aquel momento sentía por ella la solidaridad de los desgraciados.
-¡Caramba! Estamos esquivos. ¡No hay como tener saldo en la casa Rosas! Su alma, endurecida por el comercio, debía pagar tributo a la pesadumbre y a la ilusión,
Mudo, la vi alejarse hacia su caney, cuando Franco me sacudió: aunque sus ambiciones fueran siempre vulgares. Quizás, como yo, del amor humano
-¿Oíste? Ya está intrigada por el dinero. ¡Hay que conquistarla inmediatamente! sólo conocería la pasión sexual, que no deja lágrimas sino tedio. ¿Alguien habría
-¡Sí! A ver si vuelve a decirme “mugroso”. ¡Caerá! ¡Caerá! ¡El desprecio de una mujer rendido su corazón? Pareció no acordarse de Lucianito cuando, al mencionar al
no tiene perdón! ¡Mugroso! Esta noche lavaremos nuestros vestidos y los secaremos a la Yavaraté, hice veladamente la evocación de la sepultura. Acaso otros pesares
candela. Mañana… constituirían el patrimonio de su dolor, pero era seguro que su maciza femineidad no
La turca extendió en el patio su silla portátil y se reclinó bajo los luceros a respirar vivía insensible a las sugestiones espirituales: sus grandes ojos denuncian a ratos una
fragancias del monte. Aquella actitud no tenía más fin que el de fascinarme, aquellos congoja sentimental, que parece contagiada por la tristeza de los ríos que ha recorrido,
ojos dirigidos a las alturas querían que los contemplara, aquel pensamiento que fingía por el recuerdo de los paisajes que no ha vuelto a ver.
vagar en la noche estaba conspirando contra mi reposo. ¡Otra vez, como en las ciudades, Lentamente, dentro del perímetro de los ranchos, empezó a flotar una melodía
la hembra bestial y calculadora, sedienta de provechos, me vendía su tentación! semirreligiosa, leve como el humo de los turíbulos. Tuve la impresión de que una flauta
Observándola de reojo, comencé a sentir la agresividad que precede a los desafíos. estaba dialogando con las estrellas. Luego me pareció que la noche era más azul y que
¡Mujer singular, mujer ambiciosa, mujer varonil! Por los ríos más solitarios, por las un coro de monjas cantaba en el seno de las montañas, con acento adelgazado por los
correntadas más peligrosas, atrevía su batelón en busca de los caucheros, para follajes, desde inconcebibles lejanías. Era que la madona Zoraida Ayram tocaba sobre
cambiarles por baratijas la goma robada, exponiéndose a las violencias de toda suerte, a sus muslos un acordeón.
la traición de sus propios bogas, al fusil de los salteadores, deseosa de acumular centavo Aquella música de secreto y de intimidad daba motivo a evocaciones y a saudades.
a centavo la fortuna con que soñaba, ayudándose con su cuerpo cuando el buen éxito del Cada cual comenzó a sentir en su corazón que lo interrogaba una voz conocida. Varias
negocio lo requería. Por hechizar a los hombres selváticos ataviábase con grande mujeres con sus chicuelos vinieron a acurrucarse junto a la tañedora. Paz, misterio,
esmero, y al desembarcar en los barracones, limpia, olorosa, confiaba la defensa de sus melancolía. Elevado en pos del arpegio, el espíritu se desligaba de la materia y
haberes a su prometedora sensualidad. emprendía fabulosos viajes, mientras el cuerpo se quedaba inmóvil, como los vegetales
Cuántas noches como ésta, en desiertos desconocidos, armaría su catre sobre las arenas circunvecinos.
todavía calientes, desilusionada de sus esfuerzos, ansiosa de llorar, huérfana de amparo Mi psiquis de poeta, que traduce el idioma de los sonidos, entendió lo que aquella
y protección. Tras el día sofocante, cuyo sol retuesta la piel y enrojece los ojos con música les iba diciendo a los circunstantes. Hizo a los caucheros una promesa de
doble llama al quebrarse en la onda fluvial, la sospecha nocturna de que los bogas van a redención, realizable desde la fecha en que alguna mano (ojalá fuera la mía) esbozara el
disgusto y han concebido algún plan siniestro; tras el suplicio de los mosquitos, el cuadro de sus miserias y dirigiera la compasión de los pueblos hacia las florestas
tormento de los zancudos, la cena mezquina, el rezongo del temporal, la borrasca aterradoras; consoló a las mujeres esclavizadas, recordándoles que sus hijos han de ver
encendida y vertiginosa. ¡Y aparentar confianza en los marineros que quieren robarse la la aurora de la libertad que ellas nunca miraron, e individualmente nos trajo a todos el
embarcación, y relevarlos en la guardia, y aguantarles refunfuños y malos modos, para don de encariñarnos con nuestras penas por medio del suspiro y de la ensoñación.
que al alba continúe el viaje, hacia el raudal que prohibe el paso, hacia las lagunas En breves minutos volví a vivir mis años pretéritos, como espectador de mi propia vida.
donde el gomero prometió entregar un kilo de goma, hacia los ranchos de los deudores ¡Cuántos antecedentes indicadores de mi futuro! ¡Mis riñas de niño, mi pubertad agreste
que nunca pagan y que se ocultan al divisar la nave tardía. y voluntariosa, mi juventud sin halagos ni amor! ¿Y quién me conmovía en aquel
Así, continuando el éxodo repetido, al monótono chapoteo de los canaletes, debió de momento hasta ablandarme a la mansedumbre y desear tenderles los brazos, en un
medir la inmensa distancia que hay entre la miseria y el oro espléndido. Sentada sobre ímpetu de perdón, a mis enemigos? ¡Tal milagro lo realizaba una melodía casi pueril!
los fardos, en la proa del batelón, al abrigo de su paraguas, repasaría en la mente sus ¡Indudablemente, la madona Zoraida Ayram era extraordinaria! Intenté quererla, como a
cuentas, confrontando deudas e ingresos, viendo impaciente cómo pasaba un año tras todas, por sugestión. ¡La bendije, la idealicé! Y recordando las circunstancias que me
otro sin dejarle en las manos valiosa dádiva, igual a esos ríos que donde confluyen sólo rodeaban, lloré por ser pobre, por andar mal vestido, por el sino de la tragedia que me
arrojan espumas en el arenal. persigue.
Quejosa de la suerte, agravaría su decepción al pensar en tantas mujeres nacidas en la
abundancia, en el lujo, en la ociosidad, que juegan con su virtud por tener en qué
distraerse, y que aunque la pierdan siguen con honra, porque el dinero es otra virtud. Y * * *
ella, uncida al yugo de la pobreza, luchando a brazo partido para comprar el descanso de
la vejez, y volver a su tierra, que le negó todos los placeres, menos el de quererla, el de
recordarla. Quizás tendría madre a quien mantener, hermanos que educar, deudas Franco fue a despertarme por la mañana y encontró el chinchorro vacío. Corrió luego al
sagradas que redimir. Y por eso la forzaría la necesidad a pulir su rostro, ataviar su caño donde yo cumplía mi ablución matinal y me dio esta noticia despampanante:
cuerpo, refinar su labia, para que los artículos adquirieran categoría; los cobros, -¡Vístete ligero, que la madona va a proponerte una transacción!
provecho; las ofertas, solicitud. -¡Mis ropas están húmedas todavía!
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-¿Qué importa? ¡Hay que aprovechar! Ella salió del baño al amanecer, y ya nos hizo un Y diciendo esto, le mordí la mejilla, una sola vez, porque en mis dientes quedó un
presente regio: galletas, café, dos potes de atún. Quiere hablar contigo, ahora que saborcillo de vaselina y polvos de arroz. La madona, estrechándome contra su seno,
estamos solos, pues el Váquiro se marchó desde temprano a vigilar a los siringueros y prorrumpió llorosa:
sólo volverá de tardecita. -¡Ángel mío, prefiéreme en el negocio! ¡Prefiéreme!
-¿Y qué quiere decirme? ¡Lo demás fue cuenta mía!
-Que la prefieras en el negocio. Que si pides dinero para comprar caucho, le tomes al
Cayeno todo el que tenga en estos depósitos, a ver si él le paga lo que le está debiendo.
¡Aprisa, vamos! * * *
La madona, en el patio, conversaba animadamente con el Mulato y el Catire,
mostrándoles los encajes y los dedos, cual si quisiera instarlos a desmayarse de
admiración Hasta diez chiquillos panzudos me cercaron con sus totumas, gimoteando un ruego
-Es un muestrario andante,- advirtióme Franco-: nos propone que le compremos telas, enseñado por sus mamás, quienes en corrillo famélico los instigaban desde otro caney,
sortijas, joyas, semejantes a las que usa o de mejor laya. Dice que llegó sola en una ayudándoles con los ojos en la súplica mendicante:
curiara, tripulada por tres naturales, y que dejó su lancha en el caserío de San Felipe, en -¡Mañoco, ay, mañoco!
pleno Río Negro, porque el alto Isana es intransitable. ¿Pero dónde tiene la mercancía Entonces, la madona Zoraida Ayram, con su mano usurera y blanca, que aún tenía la
que nos ofrece? Podría yo jurar que su batelón está escondido en alguna ciénaga, por agitación de las últimas sensaciones, quiso demostrar su munificencia y obtener mi
temor de que puedan desvalijarlo, y que gentes adictas la esperan allí. aplauso: ejerciendo derechos de ama de casa, franqueó la despensa a los pedigüeños y
Al calor de la siesta, resolví presentármele a la mujer en su propia alcoba, sin les ordenó colmar sus vasijas hasta saciarse. Abalanzáronse los muchachos sobre el
anunciarme, repensando un discurso preparado y con cierta emoción que aumentaba mi mapire, como chisgas sobre el trigal, cuando, de súbito, una vieja envidiosa los alarmó
palidez. La sorprendí aspirando su cigarrillo en boquilla de ámbar, tendida en la hamaca con estas palabras:
soporosa, un pie sobre el otro, y el ruedo de la falda barriendo el suelo en tardo compás. -¡Uiií! ¡Güipas!¡El viejo!
Al verme, logró sentarse, con fingido disgusto de mi imprudencia, ajustóse la blusa Y la turba despavorida desbandóse con tal precipitación que algunos cayeron
desabrochada, y, observándome, enmudeció. derramando el afrecho precioso, pese a lo cual, los más listos recogieron del suelo
Entonces, con ilusoria teatralidad, que, por cierto, fue muy sincera, murmuré bajando varios puñados y lleváronlos a la boca con tierra y todo.
los ojas: El “espanto” de aquellos párvulos era el rumbero Clemente Silva, que, habiendo ido a
-No repares, señora, en mis pies descalzos, ni en mis remiendos, ni en mi figura; mi pescar, regresaba con las redes ineficaces. Grave recelo sienten ante el anciano, con
porte es la triste máscara de mi espíritu, mas por mi pecho pasan todas las sendas para el quien los asustan desde que salen de la lactancia, enseñándoles que, cuando crezcan, va
amor. a extraviarlos en el centro de los rebalses, bajo siringales oscurecidos, donde la selva
Me bastó una mirada de la madona para comprender mi equivocación. Tampoco habrá de tragárselos. La arisca timidez de los indiecitos crece al influjo de grotescas
entendía la necesidad de mi rendimiento, cuando hubiera podido darle a mi ánima, supersticiones. Para ellos el amo es un ser sobrenatural, amigo del “maguare”, es decir,
ansiosa de un afecto cualquiera, las orientaciones definitivas; tampoco supo velarse con el diablo, y por eso los montes le prestan ayuda y los ríos le guardan los secretos de sus
el espíritu para hacerme olvidar la hembra ante la mujer. violencias. Ahí está la isla del “Purgatorio”, en donde han visto perecer, por mandato
Disgustado por mi ridículo, me senté a su lado, decidido a vengarme de mi estupidez, y del capataz, a los caucheros desobedientes, a las indias ladronas, a los niños díscolos,
tendiéndole el brazo sobre los hombros la doblé contra mí, bruscamente, y mis dedos amarrados a la intemperie en total desnudez, para que los zancudos y los murciélagos
tenaces le quedaron impresos en la piel. Arreglándose las peinetas, protestó anhelante: los ajusticien. Semejante castigo amedrenta a los pequeñuelos, y antes de cumplir cinco
-¡Estos colombianos son atrevidos! años de edad salen a los cauchales, en la cuadrilla de las mujeres, y con miedo al patrón,
-¡Sí, pero en empresas de mucha monta! que los obliga a picar los troncos, y con miedo a la selva, que debe odiarlos por su
-¡Quieto! ¡Quieto! ¡Déjame reposar! crueldad. Siempre anda con ellos algún hachero que les derriba determinado número de
-¡Eres insensible como tus cabellos! árboles, y es de verse, entonces, cómo, en el suelo, torturan al vegetal, hiriéndole ramas
-¡Oh! ¡Alá! y raíces con clavos y puyas, hasta extraerle la postrera gota de jugo.
-Te besé la cabeza y no sentiste. -¿Qué opina usted, don Clemente, de estos rapaces?
-¡Para qué! -Que en mí le tienen miedo a su porvenir.
-¡Cual si hubiera besado tu inteligencia! -Pero usted es hombre de buen agüero. Compare nuestros temores de hace dos días con
-¡Oh, sí! la tranquilidad de que gozamos.
Durante un momento quedóse inmóvil, menos pudorosa que alarmada, sin mirarme ni Así dije; y pensando en nuestra pronta separación, nos arrepentimos íntimamente de
protestar. De repente, se puso en pie. haber hablado, y enmudecimos, procurando que nuestros ojos no se encontraran.
-¡Caballero, no me pellizque! ¡Está equivocado! -¿Hoy ha conferenciado con mis compañeros?
-¡Nunca se equivoca mi corazón! -Como amanecimos pescando, estarán durmiendo la siesta.
-¡Vamos a verlos!
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Y cuando pasamos ante un caney, cercano al río, vi un grupo de niñas de ocho a trece cuando ponía en sus juicios la pimienta del análisis y en sus charlas la coquetería de la
años, sentadas en el suelo, en círculo triste. paradoja.
Vestían todas chingues mugrientos, terciados en forma de banda y suspendidos por Antaño, apenas supe que galanteaba a cierta beldad de categoría, quise preguntarle si
sobre el hombro con un cordón, de suerte que les quedaban pecho y brazo desnudos. era posible que un joven pobre pensara compartir con otra persona el pan escaso que
Una espulgaba a su compañera, que se le había dormido sobre las rodillas; otras conseguía para sus padres. Nada le traté a fondo porque me interrumpió con frase justa:
preparaban un cigarrillo en una corteza de “tabarí”, fina como papel; ésta, de cuando en “¿No me queda derecho ni a la ilusión?”
cuando, mordía con displicencia un caimito lechoso; aquélla, de ojos estúpidos y greñas Y la loca ilusión lo llevó al desastre. Tornóse melancólico, reservado, y acabó por
alborotadas, distraía el hambre de una criatura que le pataleaba en las piernas, negarme su intimidad. Con todo, algún día le dije por indagarlo: “Quiera el destino
metiéndole el meñique entre la boquita, a falta del pezón ya exhausto. ¡Nunca veré otro reservarle mi corazón a cualquier mujer cuya parentela no se crea superior, por ningún
grupo de más infinita desolación! motivo, a mi gente”. Y me replicó: “Yo también he pensado en ello. ¿Pero qué hacer?
-Don Clemente, ¿qué se quedan haciendo estas indiecitas mientras tornan sus padres a la ¡En esa doncella se detuvo mi aspiración!”
barraca? Al poco tiempo de su fracaso sentimental no lo volví a ver. Supe que había emigrado a
-Estas son las queridas de nuestros amos, se las cambiaron a sus parientes por sal, por no sé dónde, y que la fortuna le fue risueña, según lo predicaban, tácitamente, las
telas y cachivaches o las arrancaron de sus bohíos como impuesto de esclavitud. Ellas relativas comodidades de su familia. Y ahora lo encontraba en las barracas de Guaracú,
casi no han conocido la serena inocencia que la infancia respira, ni tuvieron otro juguete hambreado, inútil, usando otro nombre y con una venda sobre los párpados.
que el pesado tarro de cargar agua o el hermanito sobre el cuadril. ¡Cuán impuro fue el Gran desconcierto me produjo su pesadumbre, y, por compasiva delicadeza, no me
holocausto de su trágica doncellez! Antes de los diez años, son compelidas al lecho, atreví a inquirir detalle ninguno de su suerte. En vano esperé a que iniciara la
como a un suplicio; y descaderadas por sus patronos, crecen entecas, taciturnas, ¡hasta confidencia. El tal Ramiro estaba cambiado; ni un apretón, ni una palabra cordial, ni un
que un día sufren el espanto de sentirse madres, sin comprender la maternidad! gesto de regocijo por nuestro encuentro, por todo ese pasado que en mí renacía y en el
Mientras íbamos caminando, estremecidos de indignación, observé un semitecho de cual poseíamos partes iguales. En represalia, adopté un mutismo glacial. Después, por
“mirití”, sostenido por dos horcones, de los cuales pendía un chinchorro misérrimo, mortificarlo, le dije secamente:
donde descansaba un sujeto joven de cutis ceroso y aspecto extático. Sus ojos debían -¡Se casó! Sí, ¿sabías que se casó?
tener alguna lesión porque los velaba con dos trapillos amarrados sobre la frente. Al influjo de esta noticia resucitó para mi amistad un Ramiro Estevánez desconocido,
-¿Cómo se llama aquel individuo que se tapó la cara con la cobija, como disgustado por porque en vez del suave filósofo apareció un hombre mordaz y amargo, que veía la vida
mi presencia? tal como es por ciertos aspectos. Asiéndome de la mano interrogó:
-Un paisano nuestro. Es el solitario Esteban Ramírez, que tiene la vista a medio perder. -¿Y será verdadera esposa, o sólo concubina de su marido?
Entonces, acercándome al chinchorro y descubriéndole la cabeza, le dije con voz tenue -¿Quién lo podrá decir?
y emocionada: -Claro que ella posee virtudes para ser la esposa ideal de que nos habla el Evangelio;
-¡Hola, Ramiro Estévanez! ¿Crees que no te conozco? pero unida a un hombre que no la pervirtiera y “encanallara”. Entiendo que el suyo es
Un singular afecto me ligó siempre a Ramiro Estévanez. Hubiera querido ser su uno de tantos como conozco, viudos de mancebía, momentáneos, desertores de los
hermano menor. Ningún otro amigo logró inspirarme aquella confianza que, burdeles, que se casan por vanidad o por interés, hasta por adquirir hembra de alcurnia a
manteniéndose dignamente sobre la esfera de lo trivial, tiene elevado imperio en el beneplácito de la sociedad. Pero pronto la depravan y la relegan, o en el santuario del
corazón y en la inteligencia. hogar la convierten en meretriz, pues su ardor marital ya no prospera sino reviviendo
Siempre nos veíamos, nunca nos tuteábamos. El era magnánimo; impulsivo, yo. El, prácticas de prostíbulo.
optimista; yo, desolado. El, virtuoso y platónico; yo, mundano y sensual. No obstante, -¿Y eso qué importa? Con tal de llevar apellido ilustre que se cotice en el gran mundo…
nos acercó la desemejanza, y, sin desviar innatas inclinaciones, nos completábamos en -¡Bendito sea Dios, porque aún existe la candidez!
el espíritu, poniendo yo la imaginación, él la filosofía. También, aunque distanciados Esta frase me hizo la impresión de un alfilerazo en mi epidermis de hombre corrido. Y
por las costumbres, nos influimos por el contraste. Pretendía mantenerse incólume ante me di a acechar el momento de probarle a Estévanez que yo también entendía de
la seducción de mis aventuras, pero al censurármelas lo inundaba cierta curiosidad, una mordacidad; pero la ocasión no se presentaba y él expuso:
especie de regocijo pecaminoso por los desvíos de que lo hizo incapaz su -A propósito de apellidos, recuerdo cierta anécdota de un ministro, de quien fui
temperamento, sin dejar de reconocerles vital atractivo a las tentaciones. Creo que, por escribiente. ¡Qué ministro tan popular! ¡Qué despacho tan visitado! Pronto me di cuenta
encima de sus consejos, más de una vez hubiera cambiado su temperancia por mis de un fenómeno paradójico: los aspirantes salían sin gangas, pero rebosaban de orgullo
locuras. De tal suerte llegué a habituarme a comparar nuestros pareceres, que ya en prócer. Una vez penetraron en la oficina dos caballeros de punta en blanco, elegantes de
todos mis actos me preocupaba una reflexión: ¿Qué pensará de esto, mi amigo mental? oficio, profesores de simpatía en garitos y salones. El ministro, al tenderles la mano,
Amaba de la vida cuanto era noble: el hogar, la patria, la fe, el trabajo, todo lo digno y puso atención a sus apellidos.
lo laudable. Arca de sus parientes, vivía circunscripto a su obligación, reservándose para “-Yo soy Zárraga- dijo uno.
sí los serenos goces espirituales y conquistando de la pobreza el lujo real de ser “-Yo soy Cómbita-murmuró el otro.
generoso. Viajó, se instruyó, comparó civilizaciones, comprendió a hombres y mujeres, “-¡Ah, sí! ¡Ah, sí! ¡Cuánto honor, cuánto gusto! ¡Ustedes son descendientes de los
y por todo aquello, adquirió después una sonrisilla sardónica, que tomaba relieve Zárragas y de los Cómbitas!
“Y cuando salieron, le pregunté a mi augusto jefe:
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“-¿Quiénes son los antepasados de estos señorones, cuya prosapia arrancó a usted un del río Vestuario, y, queriendo vendérselos al Cayeno, convirtióse en explotador de sus
elogio tan espontáneo? propios amigos, forzándolos con el foete a trabajos agobiadores, para demostrar la
“-¿Elogio? ¡Qué sé yo! ¡Mi pleitesía fue de simple lógica: si el uno es Cómbita y el otro pujanza física de los cuitados y exigir por ellos óptimo precio. Gerenciaba también el
es Zárraga, sus respectivos padres llevarán esos apellidos! ¡Nada más! zarzo de las mujeres, premiando con sus cuerpos avejentados la abyección de ciertos
Porque Ramiro no advirtiera que su talento provocaba mi admiración, aparenté peones y a fuerza de mala índole ganóse el ánimo del Cayeno, hasta posponer al
displicencia ante sus palabras. Quise tratarlo como a pupilo, desconociéndolo como a Váquiro mismo, que lo odiaba y reñía.
mentor, para demostrarle que los trabajos y decepciones me dieron más ciencia que los En el preciso instante que relataba Ramiro Estévanez tan torpes abusos, principió a
preceptores de filosofismo, y que las asperezas de mi carácter eran más a propósito para llegar a los tambos la desolada fila de caucheros, con los tarros de goma líquida y las
la lucha que la prudencia débil, la mansedumbre utópica y la bondad inane. Ahí estaban ramas verdes del árbol “massaranduba”, que prefieren para fumigar porque produce
los resultados de tan grande axioma: entre él y yo, el vencido era él. Retrasado de las humo denso. Mientras unos guindaban sus chinchorros para tenderse a sudar la fiebre o
pasiones, fracasado de su ideal, sentiría el deseo de ser combativo, para vengarse, para a lamentarse del beriberi que los hinchaba, otros prendían fuego, y las mujeres
imponerse, para redimirse, para ser hombre contra los hombres y rebelde contra su amamantaban a sus criaturas, que no les daban tiempo para quitarse de la cabeza las
destino. Viéndolo inerme, inepto, desventurado, le esbocé con cierta insolencia mi tinajas rebosantes de jugo.
situación para deslumbrarlo con mi audacia: Llegó con ellos y con el Váquiro un individuo que usaba abrigo impermeable y esgrimía
-Hola, ¿no me preguntas qué vientos me empujan por estas selvas? en los dedos un latiguillo de balatá. Hizo limpiar una gran vasija y se puso a medir con
-La energía sobrante, la búsqueda de El Dorado, el atavismo de algún abuelo una totuma la leche que cada gomero presentaba atortolándolos con insultos, con
conquistador… amenazas y reclamos, y mermándoles el mañoco a que tenían derecho para cenar.
-¡Me robé una mujer y me la robaron! ¡Vengo a matar al que la tenga! -Mira- exclamó temblando Ramiro-. ¡Mi hombre es aquel sujeto del impermeable!
-Mal te cuadra el penacho rojo de Lucifer. -¡Cómo! ¿Ese que me observa por bajo el ala del sombrero? ¡No hay tal argentino. Ese
-¿Pero no crees acaso en mi decisión? es el famoso “Petardo Lesmes”, popularísimo en Bogotá!
-¿Y la tal mujer merece la pena? Si es como la madona Zoraida Ayram… Al sentirse objeto de mi atención, multiplicaba las reprensiones y trajinaba de aquí y de
-¿Sabes algo? allí, como para que yo quedara lelo ante sus portentosas actividades de hombre de
-Me pareció que entrabas en su caney… empresa y me diera cuenta de lo difícil que me sería contentar al futuro patrón.
-¿De modo que tus ojos no están perdidos’ Dándoselas de afanoso y ocupadísimo, marchó hacia mí, fingiendo escribir, mientras
-Todavía no. Fue una incuria mía, mientras fumigaba un bolón de goma. Prendí fuego, caminaba, en una libreta, para tener pretexto de atropellarme.
y, al taparlo con el embudo que se habilita de chimenea, una rama rebelde que chirriaba -Amigo, ¿el nombre de usted? ¿Los informes de su cuadrilla?
quemándose me lanzó al rostro un chorro de humo. Picado por la insolencia del fantoche, volví la cara hacia los caucheros y respondí por
-¡Qué horror! ¡Como si se tratara de una venganza contra tus ojos! soflamarlo:
-¡En castigo de lo que vieron! -Soy de la cuadrilla de los “pepitos”. Los envidiosos que me conocieron en Bogotá me
apodaron el “Petardo Lesmes”, aunque hace tiempo que no les pido nada, pese a los
desembolsos que ocasiona la sociedad. Preferiría empeñar mi argolla de compromiso en
cubículos y trastiendas, aun a riesgo de que lo supiera mi prometida, con tal de ser
* * * munífico, cual lo requiere mi posición social. Ocupé mis ratos de estudio en dirigir
anónimos a mis primas contra sus pretendientes que no eran ricos o que no eran “chic”.
Alegré corrillos de esquinas señalando con dedo cínico a las mujeres que desfilaban,
Esta frase fue para mí una revelación; Ramiro era el hombre que, según don Clemente calumniándolas en mil formas, para acreditar mi cartel de perdonavírgenes. Fui cajero
Silva, presenció las tragedias de San Fernando del Atabapo y solía relatar que Funes de la Junta de Crédito Distrital, por llamamiento unánime de sus miembros. Los cien
enterraba la gente viva. El había visto cosas extraordinarias en el pillaje y la crueldad, y mil dólares del alcance no salieron todos en mi maleta: me dieron únicamente el quince
yo ardía por conocer detalles de esa crónica pavorosa. por ciento. Acepté la designación con previo acuerdo de firmar recibo por un caudal que
Hasta por ese aspecto Ramiro Estévanez resultaba interesantísimo; y como, al parecer, ya no existía. Palabra dada, palabra sagrada. Al principio tuve vagos escrúpulos de
reaccionaba contra el divorcio de nuestra fraterna intimidad, fuese amenguando en mi inexperto, pero la Junta me decidió. Recordóme el ejemplo de tanto “pisco” que saquea
corazón el resentimiento y empezamos a hacer el canje de nuestras desdichas, con impunidad habilitaciones, bancos, pagadurías, sin menoscabar su buena reputación.
refiriéndolas a grandes rasgos. Aquel día no cambiamos palabra sobre la tiranía del Fulano de tal falsificó cheques: Zutano adulteró cuentas y depósitos, Perencejo se puso
coronel Funes, porque Ramiro no cesaba de hacerme el inventario de sus cuitas, como por la derecha un sueldo adecuado a su categoría de novio elegante, en lo cual procedió
urgido de protección. muy bien, pues no es justo ni humano trajinar con talegas y mazos de billetones,
Lo que más me dolió de cuanto contaba fueron las inauditas humillaciones a que dio en padeciendo necesidades, con el suplicio de Tántalo día por día, y ser como el asno que
someterlo un capataz a quien llamaban el Argentino, por decirse oriundo de aquel país. marcha hambriento llevando la cebada sobre su lomo. Vine por aquí mientras olvidan el
Este hombre, odioso, intrigante y adulador, les impuso a los siringueros el tormento del desfalco; tornaré presto, diciendo que andaba por Nueva York, y llegaré vestido a la
hambre, estableciendo la práctica insostenible de pagar con mañoco la leche del caucho, moda, con abrigo de pieles y zapatos de caña blanca, a frecuentar mis relaciones, mis
a razón de puñado por litro. Había llegado a las barracas del Guaracú con unos prófugos amistades, y a obtener otro empleo fructuoso. ¡Estos son los informes de mi cuadrilla!
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Así terminé, remirando a Estévenez y feliz de haber encontrado ocasión de exhibir mi devolvernos la libertad! Regrese con él y viajen de día y de noche, en la seguridad de
mordacidad. El Petardo Lesmes, sin inmutarse, me argumentó: hallarnos pronto, porque para entonces estaremos en el Guainía. Búsquenos usted en el
-¡Mis tías y mis hermanas pagarán todo! Yaguanarí, en el barracón de Manuel Cardoso; y si le dicen que nos internamos en la
-¿Con qué, con qué? Ustedes son pobres, hijos de ricos. Dividida la herencia, nos montaña, coja nuestra pista, que muy en breve nos encontrará. Desde ahora le repito las
igualamos. mismas súplicas de Coutinho y de Souza Machado, cuando, perdidos en la floresta, le
-¿Arturo Cova igualarse a mí? ¿Cómo, de qué manera? besaban los pies: “Apiádese de nosotros. Si usted nos abandona, moriremos de hambre”.
-¡De ésta!- Y rapándole el látigo, le crucé el rostro. Después, estrechando contra mi pecho al mulato Antonio Correa:
El Petardo salió corriendo, entre el ruido del impermeable, gritando que le prestaran una -¡Vete, pero no olvides que merecemos la redención! ¡No nos dejen botados en estos
carabina. ¡Y no me mató! montes! ¡Nosotros también queremos regresar a nuestras llanuras, también tenemos
El váquiro, la madona y mis compañeros acudieron a contenerme. Entonces un cauchero madre a quien adorar! ¡Piensa que si morimos en estas selvas, seremos más
corpulentísimo sonrió cuadrándose: desgraciados que el infeliz Luciano Silva, pues no habrá quien repatrie nuestros
-Eso sí que no sería con yo. ¡Si usté me hubiera tocao la cara, uno de los dos estaría en despojos!
el suelo! Y aunque el Váquiro, ebrio, y la madona concupiscente me esperaban para yantar, me
Varios del corrillo que nos rodeaba le replicaron: encerré en la oficina del patrón, y, en compañía de don Ramiro Estévanez, redacté para
-¡No se meta de guapetón, acuérdese del Chispita, que en el Putumayo le echaba rejo! nuestro cónsul el pliego que debía llevar don Clemente Silva, una tremenda requisitoria,
-¡Sí, pero onde lo vea, le corto las manos! de estilo borbollante y apresurado como el agua de los torrentes.

* * * * * *

-Franco, ¿qué te dice Ramiro Estévanez, qué se murmura en los barracones? Esa noche, el Váquiro, deteniéndose en el umbral, interrumpía nuestra labor con
-Ramiro se entusiasma por tu ardentía y se apoca ante tu imprudencia. Los gomeros impertinencias:
aplauden la humillación del Petardo Lesmes, pero en todos veo cierta inquietud, el -¡Pida cachaza, pida tabaco y tiros de winchester!
presentimiento de alguna cosa sensacional. Yo mismo empiezo a sentir una A su vez, el Catire Mesa, provisto de una antorcha, se presentaba a repetir:
desconfianza preocupadota. Ayudado por el Catire, he procurado cumplir tus órdenes -La canoa está lista, pero no hay quien entregue el quintal de caucho que deben llevar
respecto de la insurrección; pero nadie quiere meterse en sublevaciones, desconfían de como dinero para cubrir los costos del viaje.
nuestros planes y de ti mismo. Suponen que los quieres acaudillar para esclavizarlos Y la madona, con fastidiosa desfachatez, entraba en el cuartucho mal iluminado, me
cuando pase el golpe o venderlos después. Temo haberles hablado a los delatores. El interrogaba familiarmente, me servía pocillos de café tinto, que ella misma endulzaba, a
Petardo Lesmes partió esta mañana en exploración y quería llevarse como rumbero a sorbos, dándome por servilleta la punta de su delantal.
Clemente Silva. Gracias a que el Váquiro no convino en que éste marchara. En presencia del casto Ramiro, apoyó la mejilla en mi hombro, viendo correr la pluma
-¡Qué has dicho! ¡Es imperioso que la canoa salga esta misma noche para Manaos! sobre las páginas, a la resinosa luz del candil, admirada de mi destreza en trazar signos
-Lo lamentable es que sea tan pequeña. Si pudiéramos caber todos… que ella no entendía, tan diferentes del alfabeto árabe.
-¿Pero no comprendes tu desvarío? Aquí debemos permanecer. Nuestra residencia en el -¡Quién supiera escribir tu idioma! Angel mío, ¿qué pones ahí?
Guaracú es la garantía de los viajeros. Si los atajaran, si los prendieran, ¿quién velaría -Le estoy diciendo a la casa Rosas que tienes un caucho maravilloso.
por su destino? Hay que darles tiempo de que desciendan al Isana. Después haremos lo Ramiro, indignado, se retiró.
que se pueda para escaparnos. Mientras tanto, nuestro cónsul estará en viaje y lo -Amor, no le digas eso, porque me pedirá que se lo dé en pago.
avistaremos en el Río Negro. Dos meses de espera, porque la madona les presta su -¿Acaso le debes?
lancha a los emisarios y la tomarán desde San Felipe. -¡La deuda no es mía, pero…quisiera que me ayudaras!...
-Óyeme: el viejo Silva dice que no quiere dejarte solo, que no puede admitir favores que -¿Te obligaste como fiadora?
provengan de esa mujer, quien lo tuvo esclavo tras de haber sido concubina de -Sí.
Lucianito. -Pero el deudor te daba lotes de caucho.
-¡Si eso quedó arreglado desde ayer! ¡Se irá don Clemente con el mulato y dos bogas -Eran para mí, no para la deuda.
más! Ya les tengo firmados los pasaportes. Los víveres listos. ¡Sólo me falta escribir la -¡Y lo mató un árbol! ¿No es verdad que lo mató un árbol, el de la ciencia del bien y del
correspondencia! mal?
Alarmado por este informe, corrí luego a buscar al anciano Silva y le rogué con acento -¡Oh! ¿Tú sabes? ¿Tú sabes?
apremiante, provocando sus lágrimas: -¡Recuerda que he vivido en el Vaupés!
-¡No se detenga por mis peligros! ¡Váyase, por Dios, con los huesos de su pequeño! La madona, desconcertada, retrocedía, pero yo, sujetándola por los brazos, la obligué a
¡Piense que, si se queda, descubren todo y no saldremos jamás de aquí! ¡Guarde ese hablar.
llanto para ablandar el alma de nuestro cónsul y hacer que se venga inmediatamente a
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-¡No te afanes, no te desesperes! ¿Es tuya la culpa de que el muchacho se matara? ¡No con las demás. Y tras de mostrarlas quiero describirlas, con jactancia o con amargura,
me niegues que se suicidó! según la reacción que producen en mis recuerdos, ahora que las evoco bajo las barracas
-Sí, se mató!¡Pero no lo cuentes a tus amigos! ¡Tenía tantas deudas! ¡Quería que me del Guaracú.
quedara en los siringales viviendo con él! ¡Imposible! ¡O que nos casáramos en manaos! Si el Váquiro deletreara las apreciaciones que me suscita, se vengaría soltándome, libre
Un absurdo. ¡Y en el último viaje, cuando pernoctamos en el raudal, lo desengañé, le de ropas, en la isla del purgatorio, para que las plagas dieran remate a las sátiras y al
exigí que me dejara, que se volviera! Empezó a llorar. ¡El sabía que yo cargaba el satírico. Pero el general es más ignorante que la madona. Apenas aprendió a dibujar su
revólver entre el corpiño! Inclinóse sobre mi hamaca, como oliéndome, como firma, sin distinguir las letras que la componen, y está convencido de que la rúbrica es
palpándome. ¡De pronto, un disparo! ¡Y me bañó los senos en sangre! elevado emblema de sus títulos militares.
La madona, sacudida por el relato, fue ganando la puerta, con las manos sobre la blusa, A ratos escucho el taloneo de sus cotizas y penetra en el escritorio a charlar conmigo.
como si quisiera tapar la mancha caliente. ¡Y me quedé solo! -Calculo que la curiara va más abajo del raudal de Yuruparí.
Entonces sentí ascender palabras de llanto, juramentos, imprecaciones, que salían del -¿Y no habrán tenido dificultades?...El Petardo Lesmes…
caney próximo. Don Clemente Silva y mis camaradas me rodearon enfurecidos: -¡Pierda cuidado! Anda por el Inírida, y en esta semana debe regresar.
-¡Me los botaron! ¡Ah, miserables! ¡Me los botaron! -Señor general, ¿él cumple ciertas órdenes de usted?
-¡Cómo! ¡Será posible! -Lo mandé perseguir a los indios del caño Pendare, pa aumentar los trabajadores. Y
-¡Los huesos de mi hijo, de mi hijo desventurado, los tiraron al río, porque la madona, busté, joven Cova, ¿qué es lo que escribe tanto?
esa perra cínica, les tenía escrúpulos! ¡Ahora sí, cuchillo con estas fieras! ¡Mátelos a -Ejercito la letra, mi general. En vez de aburrirme matando zancudos.
todos! -Eso tá bien hecho. Por no haber practicao, se me olvidó lo poco que sé.
Momentos después, sobre la canoa desatracada, vi erguirse en la sombra el perfil Afortunadamente, tengo un hermano que es un belitre en cosas de pluma. Dicen que era
colérico del anciano. Entré en el agua para abrazarlo una y otra vez, y escuché sus de malas pa la ortografía, pero cuando me vine lo vi “jalarse” hasta medio pliego sin
postreras admoniciones: diccionario.
-¡Mátelos, que yo vuelvo! ¡Pero perdone a la pobre Alicia! ¡Hágalo por mí! Como si -¿Su hermano también estuvo en San Fernando del Atabapo?
fuera María Gertrudis. -¡No, no! Ni pa qué.
Y se fue la canoa, y comprendíamos que los viajeros agitaban los brazos hacia nosotros -¿Mi paisano Esteban Ramírez era amigo suyo?
en la lobreguez del cauce siniestro. Llorando, repetimos las palabras de Lucianito: -¡Cuántas veces le he repetido que sí y que sí! Juntos nos le fugamos al indio Funes,
“¡Adiós, adiós!” porque sabrá busté que el Tomás es indio. Si nos coge, nos despescueza. Y como yo
Arriba, el cielo sin límites, la constelada noche del trópico. ¡Y las estrellas infundían conocía al Cayeno, resolvimos venir a buscarlo. Remontamos el río Guainía, desde
miedo! Maroa, y por el arrastradero de los caños Mica y Rayao pasamos al Inírida. Y aquí nos
ve, establecidos en el isana.
-General, mi paisano agradece tanto…
* * * -A él le consta que si me vine no fue de miedo, sino por no “empuercarme” matando al
Funes. Busté sabe que ese bandido debe más de seiscientas muertes. Puros racionales,
porque a los indios no se les lleva el número. Dígale a mi paisano que le cuente las
Va para seis semanas que, por insinuación de de Ramiro Estévanez, distraigo la matazones.
ociosidad escribiendo las notas de mi odisea, en el libro de caja que el Cayeno tenía -Ya me las contó. Ya las anoté.
sobre su escritorio como adorno inútil y polvoriento. Peripecias extravagantes, detalles
pueriles, páginas truculentas forman la red precaria de mi narración, y la voy
exponiendo con pesadumbre, al ver que mi vida no conquistó lo trascendental y en ella * * *
todo resulta insignificante y perecedero.
Erraría quien imaginara que mi lápiz se mueve con deseos de notoriedad, al correr
presuroso en el papel tras de las palabras para irlas fijando sobre las líneas. No En el pueblecito de San Fernando, que cuenta apenas sesenta casas, se dan cita tres
ambiciono otro fin que el de emocionar a Ramiro Estévanez con el breviario de mis grandes ríos que lo enriquecen: a la izquierda, el Atabapo, de aguas rojizas y arenas
aventuras, confesándole por escrito el curso de mis pasiones y defectos, a ver si aprende blancas; al frente, el Guaviare, flavo; a la derecha, el Orinoco, de onda imperial.
a apreciar en mí lo que en él regateó el destino, y logra estimularse para la acción, pues ¡Alrededor, la selva, la selva!
siempre ha sido provechosísima disciplina para el pusilánime hacer confrontaciones con Todos aquellos ríos presenciaron la muerte de los gomeros que mató Funes el 8 de
el arriscado. mayo de 1913.
Todo nos lo hemos dicho y ya no tenemos de qué conversar. Su vida de comerciante en Fue el siringa terrible –el ídolo negro- quien provocó la feroz matanza. Sólo se trata de
Ciudad Bolívar, de minero en no sé qué afluente del Carona, de curandero en San una trifulca entre empresarios de caucherías. Hasta el Gobernador negociaba en caucho.
Fernando del Atabapo, carece de relieve y de fascinación; ni un episodio característico, Y no pienses que al decir “Funes” he nombrado a persona única. Funes es un sistema,
ni un gesto personal, ni un hecho descollante sobre lo común. En cambio, yo sí puedo un estado de alma, es la sed de oro, es la envidia sórdida. Muchos son Funes, aunque
enseñarle mis huellas en el camino, porque si son efímeras, al menos no se confunden lleve uno solo el nombre fatídico.
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La costumbre de perseguir riquezas ilusas a costa de los indios y de los árboles; el Un día acudí a la casa del coronel, a tiempo que éste ajustaba la puerta del patio.
acopio paralizado de chucherías para peones, destinadas a producir hasta mil por ciento; Aunque intentó cerrarla rápidamente, alcancé a ver que en el interior había considerable
la competencia del almacén del Gobernador, quien no pagaba derecho alguno, y al número de caucheros sentados en los pretiles y en los poyos de la cocina, limpiando sus
vender con mano oficial recogía con ambas manos; la influencia de la selva, que armas. Estos hombres fueron traídos de las barracas del Pasimoni, como después se
pervierte como el alcohol, llegaron a crear en algunos hombres de San Fernando un dijo, y llegaron a medianoche a la población, en compañía de otros barranqueros
impulso y una conciencia que los movió a valerse de un asesino para que iniciara lo que pertenecientes al personal de distintos patrones, que los ocultaron con cautela.
todos querían hacer y que le ayudaron a realizar. Funes alarmóse al notar que yo había observado a los gomeros y, buscando mi oído,
Ni creas que delinquía el Gobernador al pegar la boca a la fuente de los impuestos, con secreteó con patibularia amabilidad:
un pie en su despacho y el otro en la tienda. Tan contraria actitud se la imponían las -¡No los dejo salir porque se emborrachan! ¡Son de los nuestros! ¿Qué se le ofrece?
circunstancias, porque aquel territorio es como una heredad cuyos gastos paga el -Le debo mil bolívares a Espinosa y me tiene fundido a cobros. Si usted quisiera
favorito que la disfruta, inclusive su propio sueldo. El Gobernador de esa comarca es un prestármelos…
empresario cuyos subalternos viven de él; siendo sus empleados particulares, tienen una -¡Yo nací para los amigos! Espinosa nunca volverá a cobrarle. Usted con sus propias
función constitucional. Uno se llama Juez, otro Jefe Civil, otro Registrador. Les imparte manos tendrá ocasión de saldar esa deuda. Esperemos que llegue el gobernador.
órdenes promiscuas, les fija salarios y los remueve a voluntad. Los tiempos del Pretor, Y Pulido llegó al atardecer, de regreso del Casiquiare, en una lancha de petróleo
que impartía justicia en las plazas públicas, reviven en San Fernando bajo otra forma: llamada “Yasaná”. En compañía de varios empleados, recogióse pronto porque venía
un funcionario plenipotente legisla, gobierna, y juzga por conducto de parciales enfermo de fiebre. Mientras tanto, sus enemigos, que habían limpiado de embarcaciones
asalariados. la costa para evitar fugas posibles, quitáronle el timón a la lancha y lo escondieron en la
Y no es raro ver en la población a individuos que, llegados de lueñes tierras, se detienen trastienda del coronel, cuyas tapias dan sobre el Atabapo.
frente a un ventorro y dicen al ventero con urgida voz: “Señor Juez, cuando se desocupe Vino a poco la noche, una noche medrosa y relampagueante. De la casa de Funes
de pesar caucho, hágame el favor de abrir la oficina para presentar nuestras demandas”. salieron grupos armados de winchesters, embozados en bayetones para que nadie los
Y se les responde: Hoy no los atiendo. En esta semana no habrá justicia: el Gobernador conociera, tambaleantes por el influjo del ron que les enardecía la amabilidad. Por las
me tiene atareado en despachar mañoco para sus barranqueros del Beripamoni”. tres callejas solitarias se distribuyeron para el asalto, recordando los nombres de las
Esto allí es legal, correcto y humano. Cualquiera tiene derecho de preocuparse por las personas que debían sacrificar. Algunos, mentalmente, incluyeron en esa lista a cuanto
entradas del patrón: las rentas son el termómetro de los sueldos. Bolsillo flojo, pago individuo les inspiraba antipatías o resentimientos: a sus acreedores, a sus rivales, a sus
mezquino. patrones. Marchaban recostados a las paredes, tropezando con los cerdos que
El gobernador, Roberto Pulido, competidor comercial de sus gobernados, no había dormitaban en la acera.
establecido impuestos estúpidos; sin embargo, fraguábase la conjura para suprimirlo. Su -“¡Marrano maldito, me hace caer!”
mala estrella le aconsejó dictar un decreto en el cual disponía que los derechos de -“¡Chist! ¡Silencio! ¡Silencio!”
exportar caucho se pagaran en San Fernardo, con oro o con plata, y no con pagarés En el estanco de Cappecci, gente indefensa jugaba a los naipes, acaballada en el
girados contra el comercio de Ciudad Bolívar. ¿Quién tenía dinero listo? Los mostrador. Cinco hombres, entre ellos Funes, quedaron acechándola en lo oscuro, para
guardadosos. Mas éstos no lo ahorraban para prestarlo: compraban goma barata a quien cuando se abriera fuego en la esquina próxima. Allá, en la alcoba del sentenciado, ardía
tuviera necesidad de pagar tarifas de exportación. Al principio, los mismos una lámpara que lanzaba contra la lluvia lívidas claridades. El grupo de López,
conspiradores entraron en competencia en este negocio; luego sacaron de allí el pretexto felonamente, se acercó a la ventana abierta. Adentro, Pulido, abrigado entre su
para estallar: decir que Pulido dictó su decreto, aprovechando la carencia de numerario, chinchorro, sorbía la porción preparada por los enfermeros. De repente, volviendo los
para hacerse vender la goma a precio irrisorio, por intermedio de compinches ojos hacia la noche, alcanzó a sentarse.
confabulados. ¡Y lo mataron, lo saquearon y lo arrastraron, y en una sola noche, -“¿Quiénes están ahí?”
desaparecieron setenta hombres! ¡Y las bocas de veinte rifles le contestaron, llenando la estancia de humo y sangre!
Esta fue la señal terrible, el comienzo de la hecatombe. En las tiendas, en las calles, en
los solares reventaban los tiros. ¡Confusión, fogonazos, lamentaciones, sombras
* * * corriendo en la oscuridad! A tal punto cundía la matazón, que hasta los asesinos se
asesinaron. A veces, hacia el río, una procesión consternaba el pasmo de las tinieblas,
arrastrando cadáveres que pendían de los miembros y de las ropas, atropellándose sobre
Desde días atrás- me refiere Ramiro Estévanez- advertí los preparativos del ominoso ellos, como las hormigas cuando transportan provisiones pesadas. ¿Por dónde escapar, a
acontecimiento. Ya se decía, a boca tapada, que varios sujetos habían logrado infundirle dónde acudir? Mujeres y chicuelos, desorbitados por un refugio, daban con la pandilla
a Funes la creencia de que era apto para adueñarse de la región y hasta para ser que los baleaba antes de llegar: “¡Viva el Coronel Funes! ¡Abajo los impuestos! ¡Viva
Presidente de la república cuando quisiera. No resultaron falsos profetas los de aquel el comercio libre!”
augurio: porque jamás, en ningún país, se vio tirano con tanto dominio en la vida y Como una saeta, como una ráfaga, empezó a correr una voz: “¡A la casa del Coronel! ¡A
fortunas como el que atormenta la inconmensurable zona cauchera cuyas dos salidas la casa del Coronel!” Mientras tanto, en el puerto lóbrego tableteaba el motor de la
están cerradas: en el Orinoco, por los chorros de Atures y de Maipures; y en el Guainía, “Yasaná”. “¡A dejar el pueblo! ¡A embarcarse! ¡A la casa del Coronel!”
por la aduana de Amanadona.
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Cesaron los tiros. En su sala, en su tienda, trajinaba Funes, recibiendo a las gentes Pasó la lluvia, desaparecieron los cadáveres insepultos, y, sin embargo, el alba indolente
incautas, separando con sonrisitas a los que pronto serían asesinados en el solar. se retrasaba en ponerle fin a tan nefanda noche de pesadilla. Cuando el pelotón iba a
“¡Usted, a la lancha! ¡Usted, conmigo!” En breves minutos colmóse el patio de rostros disgregarse, un hombre inclinó la cara sobre el vecino, alumbrándolo con la brasa del
pavóricos. Tras la puerta del muro que da sobre el río se situó González con el machete. tabaco.
“¡A bordo, muchachos!” Y el que iba saliendo, rodaba decapitado, entre los hoyos que -¿Vácares?
dieron tierra para levantar la edificación. -¡Sí!
¡Ni un grito, ni una queja! Y, en oyendo la voz gangosa, le infirió profunda facada en el ancho pómulo.
¡La noche, el motor, la tempestad! Hoy me asegura el Váquiro que el mismo Funes fue quien le anduvo por el carrillo
Asomándome a la ventana del corredor, donde parpadeaba una lamparilla, vi queriendo sajarle la yugular. Sólo que en San Fernando no se atrevía a revelar el nombre
arremolinarse en la oscuridad el rebaño de detenidos, recelosos de desfilar por la hórrida de su agresor, por miedo a las reincidencias del Coronel, ante quien daba pábulo a la
puerta, escalofriados por la intuición del peligro cruento, erizados como los toros que leyenda de que su herida fue ocasionada en osado duelo, al abatir en la oscuridad a diez
perciben sobre la yerba olor de sangre. contendores apandillados.
-“¡A bordo, muchachos!”- repetía la voz cavernosa, desde el otro lado del quicio feral. Y hubieras visto a qué extremos tan deplorables se abajaron los fernandinos por salvar
Nadie salía. Entonces la voz pronunciaba nombres. su débil pellejo, haciéndose gratos al déspota y a sus áulicos. ¡Qué adhesiones, qué
Los de adentro intentaron una tímida resistencia: “¡Salga primero!” “¡Al que llaman es a aplausos, qué intimidades! La delación fue planta parásita que enredaba a vivos y a
usted!” “¿Pero por qué me acosan a mí?” ¡Y ellos mismos se empujaban hacia la muertos, y el chisme y la calumnia progresaron como peste. Los que sobrevivieron a la
muerte! catástrofe, perdieron el derecho de lamentarse y comentar, so riesgo de que por siempre
En la pieza donde estaba yo comenzaron a descargar bultos y más bultos: caucho, los silenciaran. Cada cual tornóse en espía, y tras de cerraduras y rendijas, hay ojos y
mercancías, baúles, mañocos, el botín de los muertos, la causa material de su sacrificio. oídos. Nadie puede salir del pueblo, ni averiguar por el deudo desaparecido, ni inquirir
Unos murieron porque la codicia de sus rivales estaba clamando por el despojo; otros por el paradero del coterráneo, sin exponerse a ser denunciado como traidor y enterrado
fueron sacrificados por ser peones en la cuadrilla de algún patrón a quien convenía vivo hasta la tetilla, en la excavación que, forzadamente, lo obligan a hacer en un arenal,
mermarle la gente, para poner coto a la competencia; contra éstos fue ejecutado el fatal donde el calor lo vaya soasando y los zamuros le piquen los ojos.
designio, pues debían fuertes avances, y dándoles muerte se aseguraba la ruina de sus Mas no solo a los aledaños del caserío se circunscriben estas tropelías: por selvas, ríos y
empresarios; aquéllos cayeron, estrangulado el grito agónico, porque eran del tren estradas va creciendo la onda del sobresalto, de la conquista, del exterminio. Cada cual
gubernamental, empleados, amigos o familiares del aborrecido gobernador. Los demás, mata por cuenta propia, mientras que muere, y ampara sus crímenes bajo supuestas
por celos, inquinas, enemistades. órdenes del tirano, quien les da su aprobación tácita, para deshacerse de los autores, que
-¿Cómo es posible que lo encuentre sin carabina?, preguntóme Funes. Usted no ha deja entregados a su mutua ferocidad.
querido ayudarnos en nada. ¡Y eso que ya cubrí su deuda! ¡En este machete se lee el La especie de que Pulido prosperaba adquiriendo caucho, es inicua farsa. Bien saben los
recibo! gomeros que el oro vegetal no enriquece a nadie. Los potentados de la floresta no tienen
Y enseñaba contra el farol la hoja sanguinolenta y mellada. más que créditos en los libros, contra peones que nunca pagan, si no es con la vida,
-No se exponga- agregó- a que el pueblo lo considere enemigo de sus derechos y su contra indígenas que se merman, contra bongueros que se roban lo que transportan. La
libertad. Es preciso adquirir credenciales: una cabeza, un brazo, lo que se pueda. ¡Tome servidumbre en estas comarcas se hace vitalicia para esclavo y dueño…uno y otro
este winchester y “rebúsquese”! ¡Ojalá se topara con Dellipiani o con Baldomero! deben morir aquí. Un sino de fracaso y maldición persigue a cuantos explotan la mina
Y cogiéndome por el hombro, muy amablemente, me puso en la calle. verde. La selva los aniquila, la selva los retiene, la selva los llama para tragárselos. Los
Por el lado del puerto, hacia la laja de Maracoa, se agruparon unas linternas y que escapan, aunque se refugien en las ciudades, llevan ya el maleficio en cuerpo y
descendieron a lo largo de la orilla, alumbrando las aguas y el arenal. Eran unas mujeres alma. Mustios, envejecidos, decepcionados, no tienen más que una aspiración: volver,
que gimoteaban al través de los pañolones, buscando los cadáveres de sus deudos. volver, a sabiendas de que si vuelven perecerán. Y los que se quedan, los que desoyen el
-¡Ay! ¡Aquí le arrancaron los intestinos! ¡Lo tirarían a la resaca, pero ha de flotar al llamamiento de la montaña, siempre declinan en la miseria, víctimas de dolencias
amanecer! desconocidas, siendo carne palúdica de hospital, entregándose a la cuchilla que les
En tanto, en los solares, tipos enmascarados movían sus velas, con afán de esconder recorta el hígado por pedazos, como en pena de algo sacrílego que cometieron contra
entre los hoyos llenos de basuras los cuerpos de las víctimas y la responsabilidad de los los indios, contra los árboles.
matadores. ¿Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de San Fernando? Causa pavura considerarla.
-¡Bótenlos al río! No me los dejen en este patio, que no tardan en ponerse hediondos. Pasado el primer acto de la tragedia, palidecieron; pero el caudillo que improvisaron ya
Así clamaba una vejezuela, y, al verse desobedecida, amontonó ceniza caliente en las tenía fuerza, ya tenía nombre. Le dieron a probar sangre y aún tiene sed. ¡Venga acá la
improvisadas sepulturas. Gobernación! El mató como comerciante, como gomero, sólo por suprimir la
A veces ambulaba por las esquinas alguna ronda de hombres protervos, que se atisbaban competencia; mas como le quedan competidores en siringales y en barracas, ha resuelto
con desconfianza recíproca, disfrazando sus estaturas y sus movimientos por hacer exterminarlos con igual fin y por eso va asesinando a sus mismos cómplices.
imposible la identidad. Algunos se acercaban para tentarse la manga de la camisa, que -¡La lógica triunfa!
debía estar remangada en el brazo izquierdo, pero nadie supo de fijo con quién andaba -¡Que viva la lógica!
ni a quien perseguía su acompañante y se separaban sin interrogarse ni reconocerse.
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-¿Te quedas manicruzado ante lo que oíste? ¿Para mí sí no habrá respeto? ¿Quieres
* * * decir que no tengo hombre? ¡Alá!
-¡Los tienes a todos!
-¡Pues entonces me paga lo que me debe!
Calamidades físicas y morales se han aliado contra mi existencia en el sopor de estos -¡Nada te debo!
días viciosos. Mi decaimiento y mi escepticismo tienen por causa el cansancio lúbrico, Y esta mañana, cuando por consejo de mis amigos fui a darle satisfacciones y a
la astenia del vigor físico, succionado por los besos de la madona. Cual se agota una reconocerme deudor, la encontré ataviada, energúmena, lacrimosa.
esperma invertida sobre su llama, acabó presto con mi ardentía esta loba insaciable, que -¡Ingrato, decirme que no cumple sus compromisos!
oxida con su aliento mi virilidad. Cogile la mejilla, sin saber en dónde besarla, cuando, de pronto, retrocedí descolorido
Y la odio y la detesto por calurosa, por mercenaria, por incitante, por sus pulpas tiranas, de emoción y gané la puerta.
por sus senos trágicos. Hoy, como nunca, siento nostalgia de la mujer ideal y pura, -¡Franco, Franco, por Dios! ¡La madona con los zarcillos de tu mujer! ¡Con las
cuyos brazos rinden serenidad para la inquietud, frescura para el ardor, olvido para los esmeraldas de la niña Griselda!
vicios y las pasiones. Hoy, como nunca, añoro lo que perdí en tantas doncellas
ilusionadas, que me miraron con simpatía y que en el secreto de su pudor halagaron la
idea de hacerme feliz. * * *
La misma Alicia, con todos los caprichos de la inexperiencia, jamás traicionó su índole
aseñorada y sabía ser digna hasta en las mayores intimidades. Mi encono irascible, mi
rencor perenne, el enojo que siento al recordarla, no alcanzan a deslucir esa honestidad ¿Cómo pintar la impresión penosa que fue ensombreciendo el rostro de Franco al
que, por fuerza, debo reconocerle y abonarle, aunque hoy la repudie por degradada y escuchar mis exclamaciones? Sentado en la barbacoa, en compañía de Ramiro
pérfida. ¡Cuánta diferencia entre ella y la turca, a quien vence en todo, en gracia como Estévanez, miraba tejer mapires de palma al Catire Mesa, quien les explicaba el modo
en juventud! Porque esta jamona indecorosa alcanza los límites de la marchitez y de la sencillo de urdir la tramazón. Con denuedo instintivo apenas pronunció el nombre de su
obesidad. Así lo noté desde que la vi. Aunque pasa de los cuarenta, no se le descubre ni mujer, apretó los puños como apercibiéndose para defenderla; pero luego inclinó la
una “cana blanca”, por milagro de sus cosméticos: ¡pero yo se las adivino! frente, encendida por el rubor de la honra agraviada.
¡Oh, fatiga de la presencia que disgusta! ¡Oh, asco de los besos que no se piden! Estaba -¿Qué me importa la suerte de esa señora?, afirmó rabioso.
obligado a disimular, en provecho de nuestros planes, esa repulsión que la madona me Y, destejiendo la canastilla, aparentaba tranquilidad.
produce, y a no tener descanso en mi desabrimiento, pues ninguno de mis amigos ha De repente dijo con tono brusco, como una cuchillada en nuestro silencio:
podido sustituirme en el ruin oficio de tenerla propicia. Ella los rechaza porque sabe que -¡Quiero ver los zarcillos, quiero convencerme! ¿Dónde está la turca ladrona?
el del saldo en la casa Rosas sólo soy yo. Ensayé, para libertarme, el gesto cansado, la -Cállate, que nos pierdes- le suplicamos- porque Zoraida venía hacia nosotros, trayendo
frase dura, el desprecio que levanta ampolla. Por fin rompí con ella violentamente. Y en la boca un cigarrillo sin encender.
hoy no hallo qué hacer para reconquistarla. Franco, taimado, le brindó fósforos, y cuando la madona se inclinó hacia la llama, lo vi
Sucede que estas noches los siringueros han invadido el zarzo de las mujeres, para dominar el impulso de agarrarla por las orejas.
gozarlas como premio de su semana, según vieja costumbre. Hediondos a humo y a -¡Esos son, esos son!- repetía al volver. Y se echó boca abajo en el chinchorro, sin decir
mugre, apenas acaban de fumigar, se le presentan al centinela y con gesto lascivo más.
encargan el turno. Los menos rijosos cambian su derecho a los impacientes por tabacos, Definitivamente, desde ese momento, me abandonó la paz de espíritu. ¡Matar a un
por goma o por píldoras de quinina. Anoche, dos niñas montubias lloraban a gritos en lo hombre! ¡He aquí mi programa, mi obligación!
alto de la escalera, porque todos los hombres las preferían y les era imposible resistir Siento en mi rostro el hálito frío, anuncio de las tempestades. A mal tiempo llega la hora
más. El Váquiro, amenazándolas con el foete, las insultó. Una de ellas, desesperada, se tan calculada, tan perseguida. Lo que pedí al futuro es presente ya. Mientras avancé
tiró al suelo y se astilló un brazo. Acudimos con luces a recogerla y la guarecí en mi sobre la venganza, el conflicto final me parecía pequeño, por lo remoto; mas hoy, al ver
chinchorro. de cerca el desenlace, hallo desmesurada esta aventura, cuando estoy sin salud y sin
-¡Infames, infames! ¡Basta de abusos con estas mujeres, desgraciados! ¡La que no tenga energías para engallarme y arremeter.
hombre que la defienda, aquí me tiene! Pero no me verán buscarle la curva al peligro. Iré de frente, contrariando la reflexión,
Silencio. Algunos indígenas se me acercaron. En el otro caney sonrieron unos jayanes sordo al oscuro aviso que se eleva desde el fondo de mi conciencia: ¡morir, morir!
que estimulaban su sensualidad con chistes obscenos. Y, mirándome, continuaron su Lo que más me agrava el aturdimiento es la opinión unánime de mis amigos sobre el
ocupación, encendidos en la trémula llamarada de los fogones, sobre cuyo humo hacían modo de rematar la situación:
voltear –como un asador- el palo en que se cuajaba el bolón de goma, bañándolo en -Si Barrera está por aquí, ¿cuál es mi deber?
leche a cada instante con la “tigelina” o con la cuchara. -¡Matarlo, matarlo!
-Oiga -me dijo uno- si tanto le duele lo sucedido, hagamos un cambio: préstenos la Y tú mismo, Ramiro Estévanez, sostienes el fatal consejo, a tiempo que yo, tal vez por
madona pa probarla. cobardía, esperaba de tu cordura, fórmulas piadosas. Seré inexorable, pues lo queréis.
Y la madona se enfureció porque no castigué al atrevido. ¡Gracias a vosotros, vendrá la tragedia!
¡Que conste!
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La madona está cavilosa. Su disimulo es incompatible con mi paciencia. A ratos he


querido reducirla con amenazas, hablarle de Barrera y de los enganchados, obligarla a
* * * revelar todo. Otras veces, desligado de la esperanza, intento resignarme a los caprichos
del destino, a la fatalidad de los sucesos sobrevivientes, dándoles la espalda, por
sentirlos llegar sin palidecer.
¡La niña Griselda, la niña Griselda! ¿En quién esperar? ¿En el anciano Silva? ¡Sábelo Dios si la tal curiara habrá perecido!
Franco y Helí la vieron anoche, sobre el puente de un batelón que ha dado en venir al De juro que si bajan hasta Manaos, nuestro Cónsul, al leer mi carta, replicará que su
rebalse próximo a embarcar el siringa robado. Alumbraba con una lámpara la faena valimiento y jurisdicción no alcanzan a estas latitudes, o lo que es lo mismo, que no es
contrabandista, y si no distinguió a mis compañeros, al menos ya sabe que la buscamos, colombiano sino para contados sitios del país. Tal vez, al escuchar la relación de don
porque Martel y Dólar se lanzaron a agasajarla, y ella, al partir el barco, se llevó los Clemente extienda sobre la mesa aquel mapa costoso, aparatoso, mentiroso y
perros. deficientísimo que trazó la Oficina de Longitudes de Bogotá, y le responda tras de
Fue Ramiro Estévanez quien primero supo que los indios trasponían la goma de los prolija indagación: “¡Aquí no figuran ríos de esos nombres! Quizás pertenezcan a
depósitos, cargándola, entre las tinieblas, hacia embarcaderos insospechados. Dióle el Venezuela. Diríjase usted a Ciudad Bolívar”.
denuncio mi protegida, cierta noche que le vendaba el brazo enfermo; y, enterados de la Y, muy campante, seguirá atrincherado en su estupidez, porque a esta pobre patria no la
ocurrencia, nos apostó la india en un escondite para que viéramos sucederse la línea de conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos.
bultos por entre la maleza encubridora. Diez, quince, veinte nativos de los que sólo Ante la madona, mientras tanto, es preciso vivir alerta. Odié su idiosincrasia
entienden loa lengua yeral, pasaban con sus cargas, pisando en el silencio como en una menesterosa, que tiene dos antenas, como los cangrejos; torpeza en el amor y astucia en
alfombra. Para mayor sorpresa cerraba el desfile la madona Zoraida Ayram. el lucro. Hoy, más que eso, me desazona su hipocresía, apenas inferior a mi sagacidad.
“¡Cogerla! ¡Secuestrarla! ¡Impedir el viaje!” Así cuchicheábamos viéndola fundirse en Pero su habilidoso fingimiento data de pocos días.
la oscuridad. Sin tiempo de echar mano a las carabinas, ocultas desde nuestra llegada, ¿Acaso como piensa Ramiro, le llegó algún aviso contra mí? ¿Qué será de Barrera, qué
corrimos al tambo de la mujer. La lamparilla de encandilar murciélagos latía como una del petardo lesmes y del Cayeno?
víscera. El equipaje, intacto. La hamaca, aún tibia, estaba repleta de mantas y cojines, -Zoraida, el que dijera que has cambiado conmigo, tendría razón.
para simular bajo el mosquitero un cuerpo dormido; aquí las chinelas de piel de tigre; -¡Alá! Como tú prefieres las indias…
allá la colilla del último cigarrillo, humeando todavía en el rincón. Estos detalles nos -Harto convencida debes estar de lo contrario…Tu desvío tiene por causa el arrebato
permitían respirar con sosiego. La madona no había salido para escaparse. Pero aquél…¡Y hasta me reprochaste que no te pagaba! ¿Qué testimonio puedo aducir como
debíamos vigilar. garantía de mi honradez? Sólo un hombre, con quien tuve negocios en pasadas épocas y
En la noche siguiente dimos comienzo a nuestros planes: Franco y Helí, con taparrabos reside en este desierto, podría darte informes de mi rectitud. Cuando regrese la curiara
y con fardos al hombro, entraron desnudos en la fila de los cargadores, por conocer la que bajó a Manaos, iré a buscarlo a Yaguanarí, porque le debo varios contos. ¡Se llama
ruta del incógnito puerto y atisbar las maniobras de los aborígenes. Mientras tanto, Ba-rre-ra!
Ramiro entretuvo al Váquiro en su caney y yo pasé la noche con Zoraida. Sobrevino una La madona cambió de postura en el catrecillo y pestañeaba abriendo los labios.
imprevisión adversa o propicia: los perros, viéndose solos, cogieron el rastro de mis -¿Narciso? ¿Tu compatriota?
compañeros y encontraron a su antigua dueña, que, mañosamente, se los llevó, sin decir -Sí, que tiene negocios con un tal Pezil. Sin conocerme hízome el honor de enviarme
palabra. dinero al alto Vaupés para que le enganchara indios y peones. Más tarde, recibí orden de
-A no haber sido por los cachorros- me declaraba Franco al amanecer- no la hubiera suspender aquella gestión porque él mismo pensaba contratarlos en Casanare. ¡Hombre
reconocido. ¡Tan espectral, tan anémica, tan consumida! Grave error cometimos al raro y emprendedor, de audaces ideas! Me ofrecía, a última hora, cederme a bajo precio
desertar de los indígenas cuando columbramos las luces del barco. Abiertos de la fila, en cuantos siringueros le sobraran. ¡Sin reparar en que ya le debía las sumas que me
la oscuridad, observamos a corto trecho lo que pasaba. Pero si hubieran descubierto confió! Iré a verlo, a devolvérselas y a hacer un buen trato, porque hoy a los caucheros
nuestra presencia, nos habrían asesinado. La pobre mujer, alzando una luz, miraba se les gana mucho en el Vaupés. Si pudiera, no negociaría en goma sino en gomeros.
angustiosa a todas partes; y en breve desatracaron y se fueron. Al oír esto, la madona, poniéndome sus palmas en las rodillas, hizo la emocionante
-¡Qué desgracia! ¡Corremos el peligro de que ya no vuelva! revelación:
Entonces el Catire afirmó: -¡Los peones de Barrera no valen nada! ¡Todos con hambre, todos con peste! A lo largo
-Desenterradas nuestras carabinas y en achaques de salir a cauchar, rondaremos estas del río Guainía desembarcaban en las casas de los “caboclos”, a robarse cuanto
lagunas desde hoy. Fácil cosa es hallar la guarida del bongo. Si la niña Griselda está con encontraban, a tragarse lo que podían: gallinas, cerdos, fariña cruda, cáscaras de
los perros, bastará silbarlos. bananas. Tosiendo como demonios, devorando como langostas. En algunos sitios era
¡Hace cinco días que se hallan ausentes, y la incertidumbre me vuelve loco. indispensable hacerles disparos para obligarlos a embarcarse. Pezil subió a encontrarlos
hasta su fundación en San Marcelino. Allí estaban enfermas varias colombianas y me
dio una a precio de costo.
* * * -¿Cómo se llama?
-¡No sé! ¿Te importa saberlo?
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-Sí…No…Si hubiera venido hablaría con ella, primero para pedirle datos de esa gente, que escogieran, por el pudor de verlos ociosos, por el deseo de corresponder en
y, segundo, para encarecerle absoluta reserva y circunspección. cualquier forma a la protección generosa de quien me hospeda, por compensar con
-¿En qué asunto? ¿Por qué? algún esfuerzo el descanso que el general le ha concedido a Ramiro Estévanez,
-No daré mi confianza a quien me la quita. castíguese en mí la omisión de no haber pedido permiso previo a quien lo concede, si
-¡Dime! ¡Dime! ¿Cuándo tuve secretos para ti? alguna vez necesitó la delicadeza autorización de manifestarse.
Entonces aboqué el problema de lleno: -¡Eso sí es verdá!
-Zoraida, quiero ser generoso con la mujer que me hizo erótica dádiva de su cuerpo. -Si es porque tú, Zoraida, andas repitiendo que jamás estuve en Manaos, según has
Pero en ningún caso toleraré que se comprometa, imprudentemente, confiada en mí. colegido de mis respuestas a tus preguntas sobre edificios, plazas, bancos y calles, te
Zoraida, aquí todos saben que de noche transportas el caucho de los depósitos de enredas en tu desconfianza, porque nunca he dicho que conocí esa capital. Para ser
Cayeno a tu batelón. cliente de la Casa Rosas no es indispensable pasar el umbral de sus almacenes; al menos
-¡Mentira! ¡Mentira de tus amigos, que no me quieren! yo no necesité de tal requisito. Le debo al cónsul de mi país el honor de ser afiliado a
-Y que una mujer llamada Griselda les ha escrito cartas a mis compañeros. tan rica firma. Al Cónsul ¿oyes? Al Cónsul, quien a la fecha surca el Río Negro y viene
-¡Mentira! ¡Mentira! a corregir con su autoridad no sé qué desmanes, como me lo anuncia en la última carta
-Y que al Cayeno se le avisó lo que está pasando. que recibí.
-¡Tus amigos! ¡En eso andan! ¡Tú permitiste! La madona y el Váquiro repitieron a dúo:
-¡Y que algunos gomeros encontraron el escondrijo de tu barco pirata! -¡El Cónsul! ¡El Cónsul!
-¡Alá! ¿Qué hago? ¡Me roban todo! -Sí, el Cónsul amigo mío, que al saber mi viaje a San Fernando del Atabapo me
Entonces yo, esquivo a la mano que me imploraba, salí del tambo repitiendo con recomendó tomar, con sigilo, informes de los abusos y asesinatos que en tierras
sardónica displicencia: colombianas ha cometido Funes!
-¡Mentira! ¡Mentira! Así dije, y cuando salí haciendo campear mi falso orgullo de hombre influyente, el
Váquiro y la Madona no cesaban de barbotear:
-¡El Cónsul! ¡Y son amigos!
* * *

* * *
Acabo de ver al Váquiro, tendido en su hamaca del caney, donde lo consume una fiebre
alcohólica. A su redor, denunciando el soborno de la turca, hay desocupada botillería,
cuyos capachos despiden aún el olor a brea, peculiar de los barcos recién arribados. -¿Podría decirme busté- me rogaba el Váquiro-, si en estas cosas del indio Funes habrá
Ramiro Estévanez, quien debe a la condescendencia del capataz su actual descanso, de resultarme complicación alguna?
sospechó las repentinas intimidades de la pareja, que a solas se encerraba en el depósito -¿Pero acaso mi General tomó parte activa en la noche aciaga?...
a cambiar palabras de miel: “¡Mi señora!”, “¡Mi general!” Por orden de éste vino a -¡Obligao! ¡Obligao!
llamarme, advertido del disgusto con que todos ven la desaparición de mis compañeros. Y la madona nos interrumpía:
El Váquiro, baboso y amodorrado, parecía dormitar con hipo anhelante, sin admitir otro -¿El señor Cónsul podría ayudarme a cobrar mis créditos? Ya ves, el Cayeno niega la
remedio que la cachaza. deuda y se fue del tambo para no pagarme. Descríbeme en tu libro de cuentas.
-No lo dejes beber- dije a Ramiro- porque revienta. -Acaso el caucho que sacaste de los depósitos…
Y el enfermo, clavando en mí sus ojillos idiotizados, me respondió: -Es un “sernambí” de pésima clase. Por fuera, el bolón duro y pulido; por dentro,
-¡Nada le importa! ¡Basta de abusos! ¡Basta de abusos! arenas, trapo y basuras. Perdí el transporte de esa goma porque no resistió la prueba: al
-Mi general, respetuosamente pido permiso para explicarle… ponerla en el agua se hundía. Si escuchara mis quejas el Cónsul…
-¡Entréguese preso! ¡O me presenta sus compañeros, o queda preso! -Habría que ir a donde está él.
Entonces Zoraida le confesó a Estévanez que el Petardo Lesmes llegaría con el Cayeno -Y si no ha venido…
en hora imprevista, y que pesaban sobre nosotros no sé qué sospechas. -Viene, viene, y ha llegado a Yaguanarí. Esa mujer llamada Griselda dice en sus cartas
-¿Cómo cuál?- respondí con reposo fingido-. ¿Es que me calumnia el Petardo por mi no sé cuántas cosas. Hay que interrogarla.
adhesión al general Vácares? Pues si así fuere, vengan sobre mí las calamidades, porque -Le tengo recelos. Es de malos hígados. Entre ella y la “otra” le cortaron la cara al pobre
tengo el valor de reconocer el mérito ajeno y seguiré proclamando que el hombre de Barrera.
espada está siempre por encima de los demás. ¡Aquí y donde quiera! -¡Al pobre Barrera!
El Váquiro dijo, levantándose del chinchorro: -Por eso no le permito andar conmigo.
-¡Eso sí es verdá! -Conviene interrogarla inmediatamente.
-Sí es- agregué-, porque mis amigos les comunicaron mis ideas a varios peones y éstos -¿Te atreverías?
inducen que conspiro contra el Cayeno, la culpa no está en lo que bien se dice sino en lo -¡Sí!
que mal se entiende. Si es porque despaché a mis camaradas a trabajar en la cuadrilla Y la niña Griselda vino.
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Y cogiéndola por los brazos, la apretaba nervioso, hasta hacerla gritar, y la miraba con
ojos alucinados, y la figura de la mujer borrábase de mi presencia, quedando sólo un
* * * paño sangriento sobre el busto lascivo que la sien de Luciano Silva empapó de cálida
púrpura.
La noche era azul y los barracones estaban desiertos. Ramiro Estévanez, que no se
Jamás en la vida volveré a sentir tan asfixiadora expectación como la que embargó mi apartaba de la orilla, vino a avisar que por el río bajaban ramas. El batelón debía
ánimo aquella tarde, al oscurecer, cuando la madona Zoraida Ayram colgó su linterna hallarse arriba, en el atracadero desconocido, enviando señales.
en la puerta del cuarto que domina el río. Era la señal. Sobre la linfa trémula del Isana Al oír esta nueva, operóse en mí un fenómeno orgánico: mis plantas se enfriaban, mis
corrían los reflejos, ordenando el arribo del batelón, en cuya proa se alistarían los pulsaciones se moderaron y empecé a sentir un vago reposo que me llenaba de
tripulantes para la medianoche. indolencia, a pesar de la fiebre súbita que prestaba a mi piel ardores de brasa.
Con certeza no puedo decir en qué momento convencí a la madona de que debíamos ¿Emocionarme yo porque una aventurera llegaba al tambo? ¡Ya no tenía interés en
fugarnos juntos. Mi cerebro ardía más que la lámpara del dintel, fulgía como el faro que verla, ni en saber de nadie! ¡Si quería protección, que me buscara! ¡Y me embocé en un
convida las naves a entrar en el puerto. Una frase, una sola frase zumbaba frenética en desdén irónico!
mis oídos, proyectando en mis ojos imágenes lúcidas. “Entre ella y la otra le cortaron la -¡No me invites al puerto, Zoraida, porque no voy! ¡Si aún insistes en que interrogue a
cara al pobre Barrera”. La otra, la otra, ¿quién podía ser? ¿Y por qué motivo? ¿Por tu sirvienta, ha de ser a solas y en ese caney!
celos, por venganza, por escaparse? ¿Alicia, era Alicia? ¿Cuál de las dos se había Minutos más tarde, cuando advertí que las dos mujeres llegaban, quise moverme a velar
anticipado con mano débil a marcar el trazo mortífero que mi encono másculo debía la llama del farol. Di algunos pasos, y el pie derecho se me resistía: un leve hormigueo,
ensanchar? Y mientras me agobiaba la agitación, bailaba ante mis retinas la mueca de una especie de parálisis cosquillosa me estremeció. Lerdamente avancé, sin sentir el
un rostro herido, que no era rostro, ni era mueca, sino la mandíbula de Millán, partida suelo, como si pisara algodones. ¡La niña Griselda corrió a abrazarme! Rechazándola
por el golpe de la cornada, que se reía injuriosamente, con risa enigmática y dolorosa con el gesto, le dije a secas ante la madona:
como la de Barrera, ¡como la de Barrera! -¡Salud!
¡Bebí, bebí, bebí y no me embriagué! Mis nervios resistían la acción maléfica del
alcohol. Le arrebataba la copa al Váquiro, y, al apurarla, veía que el farol le prestaba al
vidrio tonalidades lívidas de puñal. Impaciente por la tardanza del bongo, iba del tambo * * *
al río y avizoraba en el cielo claro la hora de la medianoche, viendo viajar la estrella
tardía, calculando su llegada al cenit. Seguíame por doquiera el Váquiro tambaleante,
acosándome con chismes y preguntas: Hoy escribo estas páginas en el Río Negro, río sugestivo que los naturales llaman
Le entregó a la madona el caucho de los depósitos por saber que yo respondería de su Guainía. Desde hace tres semanas, en el batelón de la turca, huimos de las barracas del
valor. Guaracú. Sobre la cresta de estas ondas retintas que nos van acercando a Yaguanarí,
-“¡Muy bien, muy bien!” frente a estas orillas, que vieron bajar a mis compatriotas esclavizados, sobre estos
Ella había instigado a Petardo Lesmes a montar resguardo en el rápido de Santa bárbara remolinos que venció la curiara de Clemente Silva, hago memoria de los sucesos
para que detuviera la embarcación de Clemente Silva: ¡pero la curiara pasó! aterradores que antevinieron a la fuga, inconforme con mi destino, que me obligó a
-“¿Verdad, verdad?” dejar un rastro de sangre.
Si el Cayeno notaba las mermas en el caucho del almacén, indicaría a Zoraida como Aquí va la niña Griselda, de sabrosa palabra y espíritu enérgico, cuyo rostro desgastado
ladrona. por el dolor aprendió a sonreír entre lágrimas. Cariño y coraje infúndeme al par esta
-“¡Muy bien, muy bien!” desgraciada, que no se inmuta ante el peligro y supo desarmar mi cólera estúpida la
¿Había maliciado yo que la madona intentaba fugarse? Pues pondría guarniciones para noche en que nos hallamos, frente a frente, solos en el caney de la madona.
cerrar el río, a menos que el Cónsul pensara subir hasta el Guaracú y yo garantizara que -¡Salud!- repetí- haciendo ademán de salir del cuarto.
él no intentaría… -Espérate, desconocó. ¡Aquí me han traído a garlar con vos!
-“Pierda cuidado, que sólo viene a recoger informes para acogotar al tirano Funes” -¿Conmigo? ¿De qué? ¿Viene usted a contarme cómo le ha ido?
¿Por qué les avisaba el Petardo Lesmes que exhibiría testimonios de que no éramos -Lo mismo que a vos. ¡Fregaíta, pero contenta!
gomeros sino bandidos? -¿Y su negocio? ¿Cómo va la asistencia de las peonadas? ¿A cómo tiene amasijo
-“¡Calumnias, calumnias! ¡Somos amigos del señor cónsul, y eso basta!” fresco?
-¡Zoraida, Zoraida- decíale yo, apartándome del borracho-:cuando mis camaradas -Pa vos no tengo, porque no fío. Pero como te veo la necesidá, vení y arreglamos.
regresen, abandonaremos este presidio! Conmovido al verla taparse el rostro con el pañuelo, le pregunté:
Y ella insistía: -¿Te enseñó a llorar el “niño” Barrera?
-¿Pero de veras no los has mandado a indisponerme con el Cayeno? ¿Me quieres, me -¿Yorar? ¿Y por qué? Es que desde el día que me pegaron un pescozón quedé resabiáa a
quieres? tarme limpiando.
-¡Sí, sí! Reprochándome de esta suerte la brutal escena de La Maporita, intentó reír, pero, de
repente, convulsionada por los sollozos, cayó a mis pies:
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-¡Déjate de burlas, mirá que somos tan desgraciaos! no sé cuántos chismes y me podía molé a palos. ¡Y huyendo, ella de vos y yo de Fidel,
Casi maquinalmente inclinéme para levantarla, con secreta satisfacción de verla rendida. nos vinimos solas donde pudimos: a buscá la vida en el Vichada!
Sentíame anonadado ante aquel dolor, pero mi orgullo se irguió como una esfinge, y -El cariño y el viento soplan de cualquier lado.
enmudecí: -Hice mal en decirte eso. Como vos me gustabas y la niña Alicia quería regresá…Pero
¿Preguntar por Alicia, averiguar por su paradero, demostrar interés por saber de ella? ya ves qué viento tan inhumano, tan espantoso: cayó sobre tóos y nos ha dispersao que
¡Jamás! Sin embargo, creo que inconscientemente balbucí alguna pregunta, porque ni basuras, lejos de nuestra tierra y de nuestro cariño.
Griselda, sonriendo entre su llanto, replicó: La infeliz mujer principió a llorar y una ternura desbordante inundó mi pecho:
-¿A cuál de eyas te referís, a tu Clarita? -¡Griselda, Griselda! ¿Dónde está Alicia?
-¡Sí! -Tras la camorra con el Barrera, me separaron de ella y me vendieron. ¡Debe tar en
-Pues recibíme el pésame má sentío, porque ahora la tiene don Funes. Barrera se la dio Yaguanarí! Afortunadamente la enseñé a amarrarse las naguas, a sabé portarse. No la
en pago del permiso pa transitá por el Orinoco y el Casiquiare. De ver su suerte, yoraba desemparaba en tóo el camino: si salíamos del bongo, salíamos juntas; si dormíamos en
la pobre, y nosotras también yorábamos, pero, metía entre una canoa, sin entregarle ni la la playa, una contra otra, bien tapáas con la cobija. El Barrera taba chocao, pero sin
ropita, ni el baulito, se la yevaron pa San Fernando del Atabapo, con una carta y algunos atreverse a ser abusivo. Una noche, entre el bongo, destapó boteya por emborracharnos.
presentes. Como náa le recibíamos, les mandó a los bogas sacarme a empellones, y se lanzó a
-¿Y la otra, la otra, cuál fue la de la cortada?... forzá a la niña Alicia; ¡pero ésta desfondó la boteya contra la borda, y le hizo al bellaco,
-¡Ah, descarriao! ¡Con que al fin preguntás por eya! Confesáme primero que la Clarita de un golpe, ocho sajaduras en plena cara!
fue concubina tuya cuando tabas en Hato Grande. ¡Si nosotras supimos tóo! Cuando la mujer acabó de hablar, había partido yo mis uñas contra la mesa, creyendo
-¡Nunca! Pero dime, aquel miserable… que mis dedos eran puñales. Fue entonces cuando noté que mi mano derecha estaba
-Personalmente nos yevó ese cuento, y toas las noches mandaba a Mauco a afligí a la insensible. ¡Ocho sajaduras! ¡Y con llameantes ojos buscaba al infame en la habitación,
niña Alicia: ¡que te pasabas enchinchorrao con la tal mujé, que la yevabas pa Venezuela para ultimarlo, para morderlo, para mascarlo!
y no sé qué má! Decí, pue, si la otra tuvo razón en desesperarse. ¡Por eso se vino! ¡Por La niña Griselda me suplicaba:
eso me la traje, porque yo también queaba en el viento! ¡Fidel quería desenyugarse! ¡Me -¡Cálmate, cálmate! Vámonos por ella a Yaguanarí. ¡Esa es una mujé honráa! ¡Te juro
trataba mal!... que no la han comprao, porque no sirve pa los trabajos, porque ta encinta!
-¡Te advierto que no me importan esas fábulas! ¡Cada cual merece su sino! ¡Lo que no Al oír esto, ya no supe de mí. Como eco lejano llegaba a mis oídos la voz de la patrona,
acepto es que compliques a Barrera en esa intriga, queriendo dártelas de inocente! ¿Y que decía:
los paseítos en la curiara? ¿Y las entrevistas a la medianoche? -¡Vámonos, vámonos! ¡Fidel y el Catire me toparon esta mañana y tán en el bongo!
-¡Pero no eran pa náa malo! ¡Tenés razón en juzgarme así, por haberme chanceao con ¡Tóos reconciliaos!
vos! ¡Ese fue mi pecao, pero ha sío más grave la penitencia! ¡Yo necesitaba de alguna
ayúa, y como la niña Alicia quería volverse pa su casa de Bogotá con don Rafael, me
sobrevino la tentación! ¡Pero harto me pesa! ¡Jamás de los jamases le falté a Franco! * * *
-¡Ah, si hablara el espectro del capitán!..
-¡No me lo recordés! ¡La pagó caro por atrevío! ¡Pregúntale a Fidel, si querés detalles,
pero no me lo recordés! ¡He sufrío tanto! ¡Imaginá lo que fue pa mí tenderlo boqueando Indudablemente, di alarmantes quejidos, porque aparecieron en el umbral Ramiro
al pie de mi honra! ¡Y dejá que Fidel se lo echara encima pa salvarme, pa defenderme! Estévanez y la madona.
Y luego, el suplicio de ve a mi hombre, triste, desamorao, arrepentío, dejándome sola en -¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
La Maporita días y semanas pa no mirarme, pa no tené que darme la mano, Y la niña Griselda, viéndome afónico, les repetía:
repitiéndome que deseaba largarse lejos, a otros países, onde nadie supiera lo suceío y -¡Nos vamos! ¡Nos vamos! ¡Dijeron los bogas que el Cayeno puée yegá!
no tuviera que tar de peón jugándose la vida con las toráas. En ésas el tal Barrera se Afanosa, Zoraida empezó a arreglar los bártulos, abrumando a su sierva con órdenes
presentó, y Franco me daba rienda pal entusiasmo, como queriendo salir de mí, perentorias de ama gruñona. Ramiro, desconcertado, se acercó a tomarme el pulso. Las
diciéndome unas veces que nos veníamos, otras que él se queaba; hasta que Barrera, pa mujeres trajinaban haciendo envoltorios, y en breve, la madona, bajo su gran sombrero
obligarme a cogé otro camino, me cobró los regalos que me había hecho, ¡y yo no tenía me preguntó:
con qué pagá, y me amenazaba con demandá al pobre Fidel! ¡Esas eran las entrevistas! -¿Tienes alguna cosa que llevar?
¡Eso es lo que vos suponés de malo! Señalando difícilmente el libro desplegado en la mesa, el libro de esta historia fútil y
-¿Y quisiste saldar esa cuenta entregando a la “niña” Alicia? montaraz, sobre cuyos folios tiembla mi mano, acerté a decir:
-¡Ponéle conciencia a lo que decís. ¡Cómo me vas a hacer ese cargo! Yo le di al Barrera -¡Eso! ¡Eso!
cuanto era mío, sortijas, zarciyos, ¡y hasta quise vendé mi máquina pa pagale! Despué Y la niña Griselda se lo llevó.
de tóo, volvió a decirme que vos eras rico, que te pidiera plata prestáa. La niña Alicia, -Dime, ¿alcanzaste a poner en claro la cuenta que te pedí? ¿La detallaste bien para
que me sentía yorá de noche, ofreció ayudarme hablando con él, pa conseguir que me mostrársela al señor Cónsul? Ya ves que Barrera todavía me debe, pues me engañó
rebajara siquiera el saldo. En ésas, me pegaste y querías matarnos, y te fuiste pa onde dándome joyas ordinarias. Entrégame las sumas que le tienes. ¡Podías firmarme una
Clarita, y Barrera me fue a advertir que no esperara a Franco, porque vos le ibas a meté obligación! ¿Qué te dijo la mujerzuela? ¡Vámonos, tengo miedo!
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Y Ramiro advirtió, haciendo una seña: * * *


-¡El Váquiro está despierto en el corredor!
No acierto a describir lo que fui sintiendo en esos instantes: me parecía que estaba
muerto y que estaba vivo. Evidentemente, sólo la zona del corazón y gran parte del lado -¿Por qué discuten?- le pregunté a Ramiro cuando volvía al amanecer.
izquierdo daban señales de perfecta vitalidad; lo demás no era mío, ni la pierna, ni el -Por el caucho de los depósitos. El Váquiro sostiene que faltan más de ciento cincuenta
brazo, ni la muñeca; era algo postizo, horrible, estorboso a la par ausente y presente, que arrobas, y afirma que le fueron robadas, porque las embarcaron sin su venia. La madona
me producía un fastidio único, como el que puede sentir el árbol que ve pegada en su promete que tú responderás.
parte viva una rama seca. Sin embargo, el cerebro cumplía admirablemente sus -¿Qué hago, Ramiro?
facultades. Reflexioné. ¿Era alguna alucinación? ¡Imposible! ¿Los síntomas de otro -Es una terrible complicación.
sueño de catalepsia? Tampoco. Hablaba, hablaba, me oía la voz y era oído, pero me -Aconsejémosle a la madona que lo devuelva y nos fugaremos. ¡O si no, prendamos al
sentía sembrado en el suelo, y por mi pierna hinchada, fofa y deforme, como las raíces Váquiro! ¡Llama a Fidel y a Helí que están en el bongo! ¡Diles que traigan las
de ciertas palmeras, ascendía una savia caliente, petrificante. Quise moverme y la tierra carabinas!
no me soltaba. ¡Un grito de espanto! ¡Vacilé! ¡Caí! -El bongo está encostado en la orilla opuesta. Los que llegaron venían en canoa.
Ramiro exclamó, inclinándose presuroso: -¿Qué hago, Ramiro?
-¡Déjate sangrar! -Esperemos a que el Váquiro duerma la siesta.
-¡Hemiplejía! ¡Hemiplejía!- le repetía desesperado. -Pero te irás conmigo, ¿verdad? ¡A seguir mi suerte! ¡A encontrarnos en el Brasil!
-¡No! ¡El primer ataque de beriberi! ¡Trabajaremos como peones, donde no nos conozcan ni persigan! ¡Con Alicia y
nuestros amigos! ¡Esa varona es buena y yo la perdí! ¡Yo la salvaré! ¡No me reproches
este propósito, este anhelo, esta decisión! No tomes a mal que sea mi querida; hoy es
* * * sólo una madre en espera de su propio milagro. ¡Tantos en el mundo se resignan a
convivir con una mujer que no es la soñada, y, sin embargo, es la consentida, porque la
maternidad la santificó! ¡Piensa que Alicia no ha delinquido; y que yo, despechado, la
Toda la madrugada estuve llorando, sin más compañía que la de Ramiro, quien, sentado denigré! ¡Ven, sobre el cadáver de mi rival habrás de vernos reconciliados! Vamos a
a mi diestra en el chinchorro, no profería palabra. El hálito fresquísimo de la aurora me buscarla a Yaguanarí. Nadie la compra porque está encinta. ¡Desde el vientre materno
restauraba el cuerpo y por la heridilla que la lanceta hizo en mi brazo escapó la fiebre. mi hijo la ampara!
Probé a caminar y la pierna torpe se retrasaba, desnivelándome, pues en realidad De repente, Ramiro, desencajado, exclamó alejándose:
voluminosa, era en apariencia menos pesada que una pluma. Ahora sí comprendía por -¡El Cayeno! ¡El Cayeno!
qué algunos gomeros, al sufrir los síntomas del beriberi, bregan enloquecidos, por
amputarse de un hachuelazo el tobillo insensible, y corren, desangrándose, hacia la
barraca, donde mueren comidos por la gangrena. * * *
-No permito que nadie salga de aquí- recalcaba el Váquiro en el caney próximo, donde
altercaba con la madona- Aunque esté borracho me doy cuenta de lo que pasa. ¡Busté
me conoce! Aún me estremezco ante la visión de aquel hombre rechoncho y rubio, de rubicunda
-¿Oyes?- decía Ramiro-. Es aventurado pensar en fugas. ¡Al menos, yo no lo intentaré! calva y bigotes lacios, que apercollando al General Vácares lo trincó sobre el polvo,
-¡Cómo! ¿Piensas quedarte aquí, donde la timidez te remachó cadenas? urgiendo que lo colgaran de los pies y le pusieran humo bajo la cara.
-La timidez y la reflexión, es decir, lo que tú no tienes. Y puedes añadir estas otras -¡Rediablos- repetía marcando las erres-¡Rediablos! ¿No mandé que montaras
causas: el fracaso, la decepción. guarniciones en el raudal? ¿Quién despachó canoa para el Brasil?
-¿Pero no te entusiasma la libertad? Y mientras los verdugos ejecutaban el suplicio, rugió rapándole a la madona su fresco
-Ella no me bastó para ser feliz. ¿Volver yo a las ciudades, desmedrado, pobre y sombrero:
enfermo? El que dejó sus lares por conquistar a la fortuna no debe tornar pidiendo -¡Cocota! ¿No te descubres? ¿Qué haces aquí? ¿No te probé que nada te debo? ¿Dónde
limosna. Por aquí siquiera nadie conoce mis vicisitudes, y la miseria toma aspectos de tienes el caucho que me robaste?
obligatoria renunciación. Vete, la vida nos amasó con sustancias disímiles. No podemos Y como la madona me señalaba, el gabacho alevoso marchó contra mí:
seguir el mismo camino. Si algún día ves a mis padres, cúrate de decirles dónde estoy. -¡Bandido! ¿Sigues alebrestándome los gomeros? ¡Ponte de pie! ¿Dónde se hallan tus
¡Caiga el olvido sobre el que nunca puede olvidar! dos amigos?
Estas frases con que Ramiro se despedía de la ilusión y de la juventud nos hicieron Intenté levantarme y resistirle, pero la pierna hinchada me lo impidió. Entonces el
llorar otra vez. ¡Todo por el amor de aquella Marina, cuyo dulce nombre le escribió el hombre, a patada y foete, me cayó encima, llamándome ladrón, llamándome aliado del
destino entre dos palabras!: indio Funes hasta dejarme exánime en el suelo.
¡Siempre! ¡Jamás! Cuando me enderecé, cubierto de sangre, sentí que el Cayeno andaba en los depósitos.
A la sazón, la antigua peonada invadió el patio, donde había una patrulla de indios
prisioneros, con los puños engusanados bajo las sogas. Por entre ellos zanganeaba el
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Petardo Lesmes, apresurando a los capataces, que examinaban el rebaño recién cogido prendido al timón!” ¡Uno, dos, diez disparos! El hombre se puso a flote, haciéndose el
para distribuirlo entre sus cuadrillas. Sorda algarabía llenaba el ámbito, cuando vi sacar muerto, mientras se alejaba de los fusiles, y después los cachorros no podían alcanzarlo.
del montón de hombres, con las manos atadas, al Pipa, al Pipa que venía a identificarme “¡Allí, allí, no lo dejen tomar respiro!”. Bogábamos en el bongo furiosamente, y la
de acuerdo con instrucciones del Petardo. Acercóse a mí, y afirmando sobre mi pecho su cabeza desaparecía, rápida como pato zambullidor, para emerger en punto impensado, y
pie inmundo, gritó: Martel y Dólar seguían la ruta en la onda carmínea, aullando presurosos en pos de la
-¡Este es el espía de San Fernando! presa, hasta que presenciamos sobre la costa el cuadro crispante: ¡uno de los perros
-¡Y vos, animal- replicóle el cauchero corpulentísimo que lo seguía- sos el Chispita de cabestreaba el cadáver por el remanso, al extremo del intestino, que se desenrollaba
la Chorrera, el que tantas veces me echaba rejo! ¡Préstame las uñas pa examinártelas! como una cinta larga y siniestra!
Y tirándolo con la coyunda lo llevaba de rastra, entre las rechiflas de los gomeros, hasta ¡Así murió aquel extranjero, aquel invasor, que en los lindes patrios taló las selvas, mató
que, furibundo, le cercenó los brazos con el machete, de un solo mandoble, y boleó en el los indios, que esclavizó a mis compatriotas!
aire, cual racimo lívido y sanguinoso, el par de manos amoratadas. El Pipa, atolondrado,
levantóse del polvo como buscándolas, y agitaba a la altura de la cabeza a los muñones,
que llovían sangre sobre el rastrojo, como surtidorcillos de algún jardín bárbaro. * * *
Apenas el Cayeno reapareció, quedaron en silencio los barracones del Guaracú.
-¡Colombiano! ¡A decirme dónde está el bongo! ¡A devolverme el caucho escondido!
¡A entregarme tus compañeros! El domingo tocamos en el villorrio de San Joaquín, frente a la boca del Vaupés, y nos
Y cuando me metieron en la canoa y cruzábamos el río hacia el batelón, vi por última permitieron desembarcar. Nos creen apestados, nos ven hambrientos, temen que les
vez a Ramiro Estévanez y la madona Zoraida Ayram, sobre la barranca del puertecito, robemos víveres y gallinas. Mezclando el castellano al portugués nos ordenó el alcalde
llorosos, trémulos, espantados. salir del puerto, en tanto que la gente agrupada en la arena, viejos, mujeres, niños, nos
amenazaban blandiendo escopetas, escobas y palos.
-¡Colombianos no, colombianos no!
* * * Y lanzaban maldiciones sobre Barrera, que les llevó al Río Negro tan dañina plaga.
Y en San Gabriel, pueblo edificado sobre el congosto por donde el río gigante se
precipita, hubimos de abandonar el bongo para no arriesgar en el raudal. El Prefecto
La niña Griselda, al verme contuso, adivinó lo que había pasado y salió a recibirnos en Apostólico, Monseñor Massa, nos acogió benévolamente y nos ha ofrecido la gasolina
la borda. El Cayeno, apagando la pipa contra la suela del zapato, pareció vacilar ante de la Misión para seguir a Umarituba. Él me dio la noticia que nos ha llenado de júbilo:
repentina sospecha, porque ordenó a los bogas de la curiara que costearan el bongo. Los don Clemente bajó hace tiempos, y el Cónsul de Colombia subirá, a fines de la semana,
perros, iracundos, defendían el puente a grandes ladridos. en el vapor “Inca”, que hace el recorrido entre Manaos y Santa Isabel.
-Mujer- prorrumpí-, encadena tus animales, que el señor viene a requisar esa
embarcación.
-Explícale al amo que aquí no tenemos má que la mercancía. Toa la goma queó tapáa en * * *
los rebalses. ¡Si el amo quiere, vamos ayá!
El Cayeno, de un salto, se instaló en proa y mandó que desatracaran, apenas logré subir
yo. ¡Umarituba! ¡Umarituba! Jao Castanheira Fontes, no contento con regalarnos ropa,
-¿Cuánta gente tienen aquí? ¿Dónde están los otros bribones? mosquiteros y provisiones, está equipándonos una canoa para el viaje a Yaguanarí. El
-Mi amo, yo toy solita con los tres indios: dos pa los canaletes y el del timón. martes seguiremos por el Río Negro, radiantes de esperanza, trémulos de ansiedad. El
El tirano gritó a los marineros de la canoa: beriberi me dejó la pierna dormida, insensible, como de caucho. Pero el alma rebrilla en
-¡Upa! ¡Vuélvanse a las barracas a traer cargueros! mis ojos, poderosos como una llama. ¡Yo no sé lo que va a pasar!
Mientras tanto, el bongo seguía agua abajo y la niña Griselda vino a colocarse ante el ¡Hoy, agua abajo! Aquí está el solemne cerro cuya base lame el río Curí-Curiarí, el río
Cayeno, barbullando contritas explicaciones, para impedirle reparar en los fardos de que buscaron Clemente Silva y los siringueros cuando andaban perdidos en la floresta.
mercancía. Allí estaban ocultos mis compañeros, mal tapados con un costal, bajo cuyos
extremos les salían los pies. Por mi cara corría un sudor de muerte. El Cayeno los vio, y,
montando el revólver, bajó hacia ellos. * * *
-¡Señor!-balbucí-¡ son dos muchachos que están con fiebres!
El déspota inclinóse para descubrirlos, y, súbito, Fidel le agarró el arma con ambas
manos, mientras el Catire lo sujetaba por la cintura. Salté como pude para -¡Santa Isabel! En la agencia de los vapores dejé una carta para el Cónsul. En ella
arracimármeles, pero el ex presidiario, liso como un pez, se nos zafó repentinamente, invoco sus sentimientos humanitarios en alivio de mis compatriotas, víctimas del pillaje
lanzándose al río. La niña Griselda le alcanzó a dar en la cabeza un canaletazo. Sobre y la esclavitud, que gimen en la selva, lejos de hogar y patria, mezclando al jugo del
las burbujas que el fugitivo provocó en el agua cayeron los perros. El Cayeno se caucho su propia sangre. En ella me despido de lo que fui, de lo que anhelé, de lo que en
sumergió. Listas, en las bandas, acechaban las carabinas. “¡Aquí está, aquí está, otro ambiente pude haber sido. ¡Tengo el presentimiento de que mi senda toca a su
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fin…y, cual sordo zumbido de ramajes en la tormenta, percibo la amenaza de la Lívida, exánime, la acostamos en el fondo de la curiara, con los síntomas del aborto.
vorágine!

* * *
* * *

Anteanoche, entre la miseria, la oscuridad y el desamparo nació el pequeñuelo


-¡Animo! ¡Animo! Hoy llegaremos a Yaguanarí y bogamos a todo músculo porque sietemesino. Su primera queja, su primer grito, su primer llanto fueron para las selvas
supimos que mi rival sale para Barcelos. Es posible que se lleve a Alicia. inhumanas. ¡Vivirá! ¡Me lo llevaré en una canoa por estos ríos, en pos de mi tierra, lejos
Aquí el río se divide en inmensos brazos, para estrechar mejor las islas incultas. En esa del dolor y la esclavitud, como el cauchero del Putumayo, como Julio Sánchez!
península del lado derecho, se ve el caney de los apestados, detenidos en cuarentena.
Por detrás desemboca el Yurubaxi.
-Catire, algún capataz puede reconocerte. ¡Toma mi revólver! Guárdalo en la pretina. * * *
¡Vamos a llegar!

Ayer aconteció lo que preveíamos: la lancha de Naranjal vino a tirotearnos, a


* * * someternos. Pero le opusimos fuerza a la fuerza. Mañana volverá. ¡Si viniera también la
del Cónsul!
Franco y Helí vigilan sobre la peña para impedir que encosten las “montarías” de los
Esto lo escribo aquí en el barracón de Manuel Cardoso, donde vendrá a buscarnos don apestados. Allá escucho toser la flotilla mendiga, que me clama ayuda, pretendiendo
Clemente Silva. Ya libré a mi patria del hijo infame. Ya no existe el enganchador. ¡Lo alojarse aquí. ¡Imposible! En otra circunstancia me sacrificaría para aliviar a mis
maté! ¡Lo maté! coterráneos. ¡Hoy no! ¡Peligraría la salud de Alicia! ¡Pueden contagiar a mi hijo!
Aun me veo saltando de la curiara sobre el escueto patio que precede al caney de
Yaguanarí. Circundados por hogueras medicinales, tosían los apestados entre el humo,
sin darme razón de mi enemigo, por quien yo preguntaba anheloso, antes que me viera. * * *
En tal momento me había olvidado de buscar a Alicia. La niña Griselda la tenía
abrazada al cuello. Yo me detuve sin saludarla: ¡sólo quería mirarle el vientre!
No sé quién me dijo que Barrera estaba en el baño, y corrí inerme entre el gramalote Es imposible convencer a estos importunos, que me apellidan su “redentor”. Hablé con
hacia el río Yurubaxi. Hallábase desnudo sobre una tabla junto a la margen, ellos, exponiéndome al contagio, y están resistidos a regresar. Ya les repetí que no tengo
desprendiéndose los vendajes de las heridas, ante un espejo. Al verme, abalanzóse sobre víveres. Si me acosan, nos obligarían a tomar el monte. ¿Por qué no se van al caney de
la ropa, a coger el arma. Yo me interpuse. Y empezó entre los dos la lucha tremenda, Yaguanarí en espera del vapor “Inca”? De hoy a mañana arribará.
muda, titánica.
Aquel hombre era fuerte, y, aunque mi estatura lo aventajaba, me derribó. Pataleando,
convulsos, arábamos la maleza y el arenal en nudo apretado, trocándonos el aliento de * * *
boca a boca, él debajo unas veces, otras encima. Trenzábamos los cuerpos como sierpes,
nuestros pies chapoteaban la orilla, y volvíamos sobre la ropa, y rodábamos otra vez,
hasta que yo, casi desmayado, en supremo ímpetu, le agrandé con mis dientes las Sí, es mejor dejar este rancho y guarecernos en la selva, dando tiempo a que llegue el
sajaduras, lo ensangrenté, y, rabiosamente, lo sumergí bajo la linfa para asfixiarlo como viejo Silva. Improvisaremos algún refugio a corta distancia de aquí donde sea fácil a
a un pichón. nuestro amigo encontrarnos y se consiga leche de seje para el niño.
Entonces, descoyuntado por la fatiga, presencié el espectáculo más terrible, más ¡Que preparen la parihuela donde vaya acostada la joven madre! La llevarán en peso
pavoroso, más detestable: millones de caribes acudieron sobre el herido, entre un Franco y Helí. La niña Griselda portará la escasa ración. Yo marcharé adelante, con mi
temblor de aletas y centelleos, y aunque él manoteaba y se defendía, lo descarnaron en primogénito bajo la ruana.
un segundo, arrancando la pulpa a cada mordisco con la celeridad de pollada hambrienta ¡Y Martel y Dólar, detrás!
que le quita granos a una mazorca. Burbujeaba la onda con hervor dantesco, sanguinosa,
túrbida, trágica; y, cual se ve sobre el negativo la armazón del cuerpo radiografiado, fue
emergiendo en la móvil lámina el esqueleto mondo, blancuzco, semihundido por un * * *
extremo al peso del cráneo, ¡y temblaba contra los juncos de la ribera como en un
estertor de misericordia!
¡Allí quedó, allí estaba cuando corrí a buscar a Alicia, y alzándola en mis brazos, se lo Don Clemente: Sentimos no esperarlo en el barracón de Manuel Cardoso, porque los
mostré! apestados desembarcan. Aquí, desplegado en la barbacoa, le dejo este libro, para que en
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él se entere de nuestra ruta por medio del croquis, imaginado, que dibujé. Cuide mucho
esos manuscritos y póngalos en manos del Cónsul. Son la historia nuestra, la desolada
historia de los caucheros. ¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo!

* * *

Viejo Silva: Nos situaremos a media hora de esta barraca, buscando la dirección del
caño Marié, por la trocha antigua. Caso de encontrar imprevistas dificultades, le
dejaremos en nuestro rumbo grandes fogones. ¡No se tarde! ¡Sólo tenemos víveres para VOCABULARIO
seis días! ¡Acuérdese de Coutinho y de Souza Machado!
¡Nos vamos, pues!
Acochinar, acobardar.
Achiote, árbol bixáceo.
* * * Afilar, tragar el anzuelo.
Alebrestado, mujeriego.
Alertado, alerta.
¡En nombre de Dios! Acetol, parte principal de la esencia del anís.
EPÍLOGO Arrimado, amante.
Atajo, conjunto de animales.
Atravesado, belicoso.
El último cable de nuestro Cónsul, dirigido al señor ministro y relacionado con la suerte Atravesarse, interponerse.
de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmente: Bagre, cierto pez.
“Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Batalá, balatá? especie de caucho.
Ni rastros de ellos. Banco, extensión plana de terreno.
¡Los devoró la selva!” Barbacoa, aparador de guadua.
Barajuste, dispersión, atropellada.
Barés, indio que vive en Brasil.
FIN Batelón, lanchón.
Bayetón, gran poncho de lana.
Bejuco, planta enredadera o rastrera.
Bejuquero, masa de bejucos.
Belduque, cuchillo pequeño.
Bongo, lanchón de madera.
Botalón, poste hincado en tierra para amarrar animales.
Bufeo, delfín de agua dulce.
Bunde, cierto baile zapateado.
Burriar, abundar.
Caboclo, colono.
Cabuya, fibra de cierta planta.
Cachaco, elegante.
Cachiblanco, cuchillo pequeño.
Cachicamo, armadillo.
Cacho, cuerno.
Cachones, toros adultos.
Cambur, pequeño plátano muy dulce.
Canaguay, de plumaje dorado y verdoso.
Candongas, zarcillos.
Caney, cobertizo grande.
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Caño, río navegable, angosto y profundo Falca, gran canoa techada.


Caramero, palizada. Fique, hebra o hilo de la pita.
Caraná, planta que se emplea en medicina. Foete, fuete, látigo.
Caribe, cierto pez muy voraz. Foluto, corneta rústica.
Caricari, especie de halcón. Fragancia, molestia.
Catire, rubio. Gabela, ventaja en la apuesta.
Cazabe, torta de afrecho de yuca brava. Gradua, especie de bambú grueso.
Cerceta, especie de ánade, del tamaño de una paloma. Guajibera, grupo de guahibos.
Colear, derribar la res por la cola. Guahibos, tribu indígena.
Comején, especie de termes, llamado también hormiga blanca. Guando, parihuela.
Conga, hormiga venenosa. Guapo, valiente.
Congosto, desfiladero entre montañas. Guaral, cuerda del anzuelo, cordel.
Consumir, sumergir. Guarapo, jugo extraído de la caña, no fermentado aún.
Conuco, sementera de plantas tropicales. Guaricha, mujerzuela.
Copey, árbol gutífero. Guate, hombre del interior.
Coquis, muchacho cocinero. Guayuco, taparrabo.
Corimbo, cierta inflorescencia. Guindar, colgar.
Corotería, lote de baratijas. Guiña, maleficio.
Coroto, trasto, baratija. Güío, enorme serpiente acuática.
Corrido, poema llanero. Hatajo, conjunto de animales.
Coscojero, caballo que tasca el freno. Himplar, proferir la onza o ponterar su voz natural.
Coyabra, vasija hecha de calabaza. Huitotos, tribu de indios que habita en las orillas de los ríos Caquetá, Putumayo,
Cumare, especie de palma. Aguarico y Napo.
Cuivas, caserío. Huta, choza en donde se esconden los monteros para echar los perros a la caza.
Curiara, canoa. Igarapé, riachuelo.
Chanchira, harapo. Iraca, palmicha.
Chigüire, carpincho, capibara. Jagüey, hoyo lleno de agua.
Chinchorro, hamaca de cabuyas. Jebe, caucho.
Chingue, camisón de baño. Jedentina, hediondez.
Chirinola, zafarrancho. Jején, mosquito minúsculo.
Chiros, andrajos. Joropo, baile llanero.
Chuchería, baratija. Juerga, jolgorio.
Chuchero, buhonero. Juerguear, jaranear.
Chucho, buhonería. Kerosén, petróleo.
Chusque, especie de bambú delgado. Lambón, chismoso.
Chuscal, vegetación de chusques. Landa, llanada extensa en la que sólo se crían plantas silvestres.
Chuzo, embaucador. Lapa, paca, roedor.
Embarbascado, extraviado. Llorado, canción llanera.
Embejucar, desorientar. Macanilla, palmera de madera muy dura.
Embijado, pintado con bija o bermellón. Macetear, golpear con un cuchillo de palo.
Empajar, regañar. Macundales, trastos.
Empelotar, desnudar. Madrina, ganado manso que guía al bravío.
Enramada, cobertizo. Manaca, palmito.
Ensoropado, muros de hojas de palma. Mañoco, afrecho de yuca tostado.
Envainar, sucumbir. Mañosear, resabias.
Esguazando, vadeando un río. Mapanare, culebra venenosa de Venezuela.
Espadilla, timón. Mapire, cesto de palma.
Estero, terreno bajo y lagunoso. Maraca, calabazo lleno de piedrecitas.
Esparrancar, abrir de piernas. Marma, marmita.
Fábrico, fábrica. Mata, islote de bosque en la llanura.
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Mayal, palo del cual tira la caballería que mueve los molinos. Rasgado, generoso.
Mecate, cuerda de fibra. Rastrillar, encender el fósforo.
Menester, necesitar. Raya, cierto pez.
Mirití, especie de palma. Rebuscarse, tratar de hacer algo.
Montaría, piragua. Reinoso, hombre del interior.
Morichal, sitio poblado de moriches. Rele, soga de cuero torcido, látigo.
Moriche, especie de palmera. Relance (de), al contado.
Morocha, escopeta de dos cañones. Requemado, de color rojo oscuro.
Morrocota, moneda de oro de veinte dólares. Requinto, tiple, especie de guitarra.
Motoso, peligrifo. Rodeo, rebaño.
Muaré, tela fuerte que hace aguas. Ruana, manta, poncho.
Mucharejo, muchacho. Rumbero, el que sabe orientarse.
Mueco, pescozón. Saca, movilización de ganado.
Mulengue, mula despreciable. Saquero, el que compra y moviliza ganado.
Orejano, que no tiene señaladas las orejas. Sebucán, cilindro de hojas de palma en que se prepara el cazabe.
Otoba, cierto árbol medicinal. Seje, cierta planta.
Pajonal, vegetación de paja brava. Sernambí, caucho de mala calidad.
Palmicha, palma para techar y para tejer sombreros. Siringa, cierto caucho fina.
Palmito, cierta palma comestible. Siringo, árbol de siringa.
Palo a pique, cerca de troncos clavados. Soche, especie de venado.
Parada, apuesta. Tacuarí, cierto árbol.
Paro (en), de una vez. Tambo, especie de caney.
Parihuela, aparato para llevar carga o personas, consta de dos varas gruesas con unas Talanquera, cerca de guaduas horizontales.
tablas atravesadas. Tapada (a la) , escogiendo sin ver.
Pastuso, natural de Pasto, ciudad colombiana capital del departamento de Nariño. Tapara, calabaza.
Patojo, piernicorto. Terecay, especie de tortuga.
Pechugona, indelicada. Terronera, terror, pavor.
Pelado, desnudo. Tigelina, tazuela metálica.
Pendare, cierta pasta resinosa. Tiple, especie de guitarra.
Pepito, gomoso. Tolima, departamento de Colombia.
Peramán, especie de resina. Topochera, platanal de topochos.
Percha, trapecio para colgar cosas. Topocho, cierto plátano.
Perraje, jauría. Totuma, recipiente hecho del fruto del totumo.
Petaca, cierto baúl. Totumo, cierto árbol.
Petriva, mujer en dialecto guahibo. Trambucar, naufragar.
Piapoco, tucán. Trambuque, naufragio.
Pica, trocha. Tranquero, puerta de trancas.
Picure, prófugo. Trapiche, molino para extraer el jugo de la caña de azúcar.
Picurearse, fugarse. Vacaje, conjunto de vacas.
Piracurú, cierto pez Vaina, molestia, desgracia.
Pisco, individuo Vaquía, destreza.
Pollona, india jovencita. Váquiro, marrano del monte.
Puestear, acechar. Velorio, velatorio.
Punta, grupo de animales. Ventorro, venta y hospedaje pequeño o malo.
Puntero, el que abre el desfile. Volada, hazaña.
Quídam, cierto sujeto indeterminado. Yopo, polvo vegetal alucinógeno.
Ramada, cobertizo. Yuca, mandioca.
Rancho, casucha, choza. Yucuta, especie de brebaje.
Rango, rocín. Zambaje, conjunto de zambos.
Rasgarse, morirse. Zamuro, gallinácea.
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Zural, inmensa red de acequias naturales. AMAZONAS. 1. Departamento del sureste de Colombia, fronterizo con Perú y Brasil.
Situado en la región natural de la cuenca del río Amazonas o Amazonía. Escasamente
poblado, principalmente por tribus nukaks, camsás, huitotos, ingas, ticunas, tucanos,
yaguas. Además del Amazonas está regado por el Apoporis, el Caquetá y el Putumayo.
Superficie: 109.665 kilómetros cuadrados. Población: 50.067 habitantes. Explotación
forestal (maderas finas y resinosas). Pesca. Capital: Leticia. 2. Estado de la región norte
del Brasil, el más extenso y despoblado del país. Limita con Venezuela, Colombia y
Perú. Es una inmensa llanura cubierta de selva ecuatorial, con altas temperaturas todo el
año y precipitaciones abundantes. En este estado el Amazonas recibe los afluentes
Caquetá, Negro, Yuruá, Purús, entre otros. La mayoría de la población es indígena.
Economía forestal, principalmente recolección de látex. En la capital, Manaos, se
concentra la industria química y del caucho. A fines del siglo XIX conoció un
espectacular y efímero crecimiento en torno a la explotación del caucho que decayó a
partir de la fabricación del caucho sintético (1.932) y con la producción de caucho
natural por parte de países del sureste asiático. 3. Departamento del norte del Perú.
PRINCIPALES LUGARES GEOGRÁFICOS NOMBRADOS EN LA Clima frío en las tierras altas de la Cordillera de los Andes, templado en los valles
VORÁGINE 1 andinos y cálido y húmedo en las tierras bajas. Explotación forestal. Capital,
Chachapoyas. 4. Territorio Federal de Venezuela. Forma parte del macizo guayanés.
Avenado por los ríos Orinoco, Negro y Caño Casiquiare. Clima tropical con tierras
bajas y húmedas cubiertas en gran parte de selva. Recursos forestales, explotación del
caucho y obtención de madera. Capital: Puerto Ayacucho. 5. Río de América del Sur,
desemboca en el Océano Atlántico. Es el más caudaloso del mundo, (de 120.000 a
150.000 metros cúbicos por segundo en la desembocadura) y el de cuenca más extensa:
siete millones de kilómetros cuadrados. Además, el tercero en longitud con 6.500
kilómetros. Principales afluentes: por la derecha, Yuruá, Purús, Madeira, Tapajoz,
Xingú; por la izquierda, Putumayo, Caquetá, Río Negro.
AMAZONÍA. Vasta región natural de América del Sur, situada entre las Guayanas, el
Macizo Brasileño, la Cordillera de los Andes y el Océano Atlántico. Abundantes lluvias
dan lugar a una vegetación de bosque compacto. Comprende cerca de la mitad del
Brasil y parte de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Clima ecuatorial.
Explotación forestal.
ANTIOQUIA: Departamento del norte de Colombia, es un conjunto de altas tierras
accidentadas por las cordilleras Occidental y Central. Forma parte de la región andina,
la más desarrollada del país. Capital: Medellín.
APOPORIS: Río de Colombia en la región Amazonía, hace parte de la cuenca del
Amazonas, afluente del Caquetá
ARARACUARA: Ciudad de Brasil en el norte del estado de Sao Paulo, 646 metros de
altura. Industria química, textil, alimenticia.
ARAUCA: 1.Departamento del noreste de Colombia, fronterizo con Venezuela, forma
parte de la región de los Llanos del Orinoco o Llanos Orientales. Superficie: 23.818
kilómetros cuadrados. Población: 273.136 habitantes. Limita al norte y al oriente con
Venezuela. La sabana cubre la mayor parte del territorio excepto el extremo occidental
cubierto por bosque húmedo tropical. Avenado por numerosos ríos, entre ellos el
Arauca, el Meta y su afluente el Casanare. Ganadería vacuna, caballar y cultivos de
arroz, cacao, maíz, plátano, caña de azúcar y yuca. Capital: Arauca. 2. Ciudad del
noreste de Colombia, capital del departamento homónimo, situada en la margen derecha
del río de su nombre frente a la ciudad venezolana de El Amparo. Centro comercial,
agrícola, ganadero. Puerto fluvial. 3. Río de Colombia y Venezuela, afluente de la
margen izquierda del Orinoco, 1.000 kilómetros de longitud de los cuales 280 señalan el
límite entre ambos países. Nace en Colombia y discurre plácidamente por la región de
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los Llanos del Orinoco formando numerosos meandros. Es navegable hasta la ciudad de se concentra en el valle del Guaviare. Explotación de caucho, agricultura, pesca, caza y
Arauca. minería. Capital: Puerto Inírida. 2. Río de Colombia, Venezuela y Brasil, curso alto del
ATABAPO: 1.Departamento del sur de Venezuela, Territorio Federal Amazonas, Río Negro.
capital San Fernando de Atabapo en la confluencia del Orinoco y su afluente izquierdo GUAVIARE: 1. Departamento de Colombia de la región amazónica, con 42.327
el Atabapo.2. Río de Venezuela, afluente del Orinoco. kilómetros cuadrados y 133.411 habitantes, explotación de madera, caucho, cacao,
BOGOTÁ. Hoy llamada Santafé de Bogotá, Distrito Especial y capital de la República productos forestales no maderables. Capital: San José del Guaviare, situada en la
de Colombia, situada en una altiplanicie de la Cordillera Oriental. Habitantes: 7.185.000 margen derecha del río Guaviare.2. Río del este de Colombia, en los Llanos de
CAICARA: Municipio del noreste de Venezuela, estado Monagas. Orinoquía, en los departamentos de Meta, Vaupés, Guainía, Vichada y Guaviare. Tiene
CAPANAPARO. Río afluente del Orinoco. Nace en Arauca (Colombia) pero la mayor 1.300 kilómetros de recorrido. Tras recibir al Inírida desemboca en el Orinoco a la
parte de su recorrido lo hace en dirección oeste-este por el estado de Apure (Venezuela). altura de San Fernando de Atabapo (Venezuela). Su cuenca separa las sabanas de la
650 kilómetros de longitud. Orinoquía de la selva amazónica. Su navegación es interrumpida en el curso alto por
CAQUETÁ: 1. Departamento del sureste de Colombia en la cuenca del Amazonas, rápidos, pero se normaliza aguas abajo del salto Angostura II.
entre los ríos Apoporis (norte) y Caquetá (sur). Superficie: 89.530 kilómetros INÍRIDA: Río del este de Colombia, afluente del Guaviare en la región Orinoquía, riega
cuadrados. Población: 437.000 habitantes. La mayor parte de su territorio está ocupado los departamentos de Vaupés y Guainía, marcando la transición con la selva amazónica.
por la llanura amazónica y el resto por la Cordillera Oriental. Economía agrícola y Rápidos frecuentes en todo su curso.
ganadera (ganado vacuno). Capital: Florencia. 2. Río de América del Sur de la vertiente INÍRIDA (PUERTO): Capital del departamento de Guainía (Colombia).Situada en un
atlántica, afluente izquierdo del Amazonas. Nace en Colombia donde atraviesa los lugar intermedio entre las amplias planicies de los Llanos Orientales y las llanuras
departamentos de Caquetá, Putumayo y Amazonas, penetra en Brasil donde toma el selváticas de la Amazonía.
nombre de Japurá y desemboca en el Amazonas tras 2.200 kilómetros de curso de los IQUITOS: Ciudad del oriente de Perú, capital del departamento de Loreto y de la
cuales 1.200 son colombianos. Presenta rápidos como Cocmaní y Aracuara y cascadas provincia de Maynas. Situada en la confluencia de los ríos Itaya y Nanay en la orilla
como Caria que interrumpen la navegación. Sus principales afluentes: Caguán, izquierda del Amazonas. Aserraderos, industria textil algodonera, licores, jabones,
Orteguazo, Yarí y Apoporis. refinería de petróleo, astilleros.
CÁQUEZA: Municipio del centro de Colombia, departamento de Cundinamarca, ISANA: Río de Colombia y Brasil, afluente del Río Negro.
situado al sureste de Bogotá en la Cordillera Oriental, a 1.746 metros de altura, en el LIMA: Capital del Perú y del departamento y provincia homónimos. A 205 metros de
valle del Río Negro. altura a orillas del río Rimac y distante 12 kilómetros del Océano Pacífico al que se
CASANARE. 1. Departamento de Colombia, situado en la región llamada Llanos asoma por el puerto de El Callao.
Orientales u Orinoquía. Superficie: 44.640 kilómetros. Población: 325.389 habitantes. LLANOS: Amplia región natural. Llamada Llanos Orientales u Orinoquía. Se extiende
Agroindustria, petróleo, ganadería. Su capital es Yopal. 2. Río de los Llanos Orientales desde el pie de la Cordillera Oriental y comprende territorios de Colombia y Venezuela
que desemboca en el río Meta. entre la Cordillera de los Andes, al oeste, las bocas del río Orinoco, al este, el arco
CASIQUIARE: 1. (Brazo) Río de Venezuela, en el territorio federal Amazonas, del cual montañoso venezolano al norte y el macizo Guayanés al sur. Altas temperaturas medias
es afluente a través del Guainía-Negro, pone en comunicación la cuenca del Amazonas todo el año (26 -27 grados centígrados), estación pluviosa de abril a noviembre,
con el Orinoco. 2. Departamento del sur de Venezuela en el territorio federal Amazonas. vegetación de sabana herbácea con bosques-galería en las márgenes fluviales, economía
Capital: Maroa. de ganadería vacuna y caballar, con el hato (gran latifundio) como unidad tipo de
CIUDAD BOLÍVAR: Ciudad del sur de Venezuela, capital del estado Bolívar. explotación.
Atravesada por el río Orinoco. Puerto internacional. MADEIRA: Río de Bolivia y Brasil, uno de los grandes afluentes del Amazonas, 3.379
CARONÍ: 1. Río de Venezuela, el mayor de los afluentes del Orinoco con sus 925 kilómetros de longitud, marca límite entre Bolivia y Brasil.
kilómetros de longitud pero el menos navegable de todos ellos. Su enorme caudal, MANAOS: Ciudad del norte de Brasil, capital del Estado de Amazonas, situada cerca
unido a la presencia de grandes saltos, lo convierte en uno de los ríos con mayor de la confluencia del Río negro con el Amazonas, es su primer puerto fluvial y un
potencial hidroeléctrico. 2. Distrito del sureste de Venezuela, estado Bolívar. Capital: importante centro comercial. Industrias químicas y del caucho
San Félix de Guayana. MARTINICA: Isla Central en el arco de las pequeñas Antillas, hace parte de las antillas
CORO: Ciudad del noroeste de Venezuela, capital del estado Falcón. Importante centro francesas. Capital: Fort de France.
comercial. MARTINICO: Gentilicio de los naturales de Martinica.
CRAVO (Norte): Municipio de Colombia en el departamento de Arauca. MAZÁN: Distrito del oriente de Perú, departamento de Loreto, provincia de Maynas.
FLORIDA: Distrito del oriente de Perú, departamento del Amazonas MÉRIDA:1. Estado del oeste de Venezuela, territorio muy montañoso. 2. Ciudad del
GARZÓN: Municipio del centro de Colombia, departamento de Huila. Accidentado por oeste de Venezuela, capital del estado de su nombre y del distrito Libertador, situada en
la Cordillera Oriental, situado en el valle alto del río Magdalena. la Sierra Nevada de Mérida, a 1641 metros de altura. Centro comercial para los
GUAINÍA: 1. Departamento del sureste de Colombia, forma parte de la Amazonía intercambios entre los Llanos occidentales y la región de Maracaibo. 3. Cordillera de, o
colombiana, regado por los ríos Guaviare, Inírida y Guainía. Superficie: 72.238 Andes venezolanos. Sistema montañoso de Venezuela, 450 kilómetros de longitud.
kilómetros cuadrados. Población: 27.711 habitantes. Prevalecen las etnias baniwa, META: 1. Departamento del centro-este de Colombia, ocupa la sección norte de la
puinabe, sicuani y curripiaco. Cubierto de bosque amazónico, la población es escasa y Orinoquía colombiana. Superficie: 85.635 kilómetros cuadrados. Población: 772.868
161 162

habitantes Accidentado al oeste por la cordillera Oriental (Serranía de la Macarena), SIBUNDOY: Municipio del suroeste de Colombia en el departamento de Putumayo.
desciende hacia el este formando una inmensa llanura avenada por los ríos Meta y Agricultura. Ganado vacuno.
Guaviare y su numerosa red de afluentes. Clima, vegetación y economía, similar a los SOGAMOSO: Municipio del este de Colombia, departamento de Boyacá, en la
descritos para los Llanos Orientales, de los cuales hace parte. Capital: Villavicencio. 2. Cordillera Oriental. Agricultura, ganadería, minas de carbón y mármol.
Río de Colombia, transcurre por los Departamentos de Meta y Vichada, afluente del TAME: Municipio del este de Colombia, departamento de Arauca. Cítricos, café, caña
Orinoco, desemboca en puerto Carreño. 1200 Km. de azúcar, ganado vacuno.
MOCOA: Municipio del este de Colombia, capital del departamento de Putumayo. TOLIMA: 1. Departamento del centro de Colombia, de variado relieve, cultivos de café,
Produce maíz, yuca, plátano, caña de azúcar. caña de azúcar, maíz. Capital: Ibagué. 2. Nevado del. Pico de Colombia, en la Cordillera
NAPO: 1. Río de Ecuador y Perú, afluente de la orilla izquierda del Amazonas, 855 Central de los Andes. 5.215 metros de altura.
kilómetros de curso a través de la llanura amazónica. 2. Provincia del oriente de TRINIDAD (ISLA DE) : Isla del Caribe que forma junto con la isla de Tobago el estado
Ecuador limítrofe con Colombia y Perú. Comprende dos regiones fisiográficas, una de de Trinidad y Tobago. Capital: Puerto España.
cordillera y otra de selva amazónica recorrida por el río Napo. La selva cubre casi por TRINIDAD: Municipio del centro de Colombia, departamento de Boyacá, situado en un
completo la provincia donde existen indios aborígenes. Los colonos se asientan territorio llano avenado por los ríos Pauto, Meta y Guaichiría.
especialmente en el valle del Napo. UCAYALI: Río del este de Perú, una de las ramas madres del Amazonas. Longitud:
ORINOCO: Río de Venezuela y Colombia, 2.063 kilómetros de curso, 880.000 1.771 Kilómetros.
kilómetros cuadrados de cuenca. Nace junto a la frontera brasileña. Su curso alto sigue VAUPÉS: 1. Departamento del sureste de Colombia. Territorio llano en la cuenca del
la dirección sureste-noroeste, se caracteriza por la existencia de rápidos y por la Amazonas. Superficie: 65.269 kilómetros cuadrados. Población: 26.258 habitantes.
comunicación con la cuenca amazónica. Luego de recibir a su afluente Venturani se Limita al oriente con Brasil. Regado por los ríos Inírida, Guaviare, Apoporis y Vaupés.
endereza y corre en dirección este-oeste hasta San Fernando de Atabapo, junto a la Población escasa, principalmente tribus guávaras, piapocas, guanacas y macúes.
frontera colombiana; a partir de aquí cambia de rumbo hacia el norte y forma límite Capital: Mitú. 2. Río de Colombia y Brasil, tributario del Amazonas a través del Río
entre Colombia y Venezuela a lo largo de 420 kilómetros. Por su margen izquierda Negro. 1.126 kilómetros de curso.
recibe afluentes como el Meta, el Arauca, el Apure y por su margen derecha el Caroní. VESTUARIO: Río de Venezuela, afluente de la margen derecha del Orinoco, en el
Desemboca en un delta en el Océano Atlántico. Es navegable por barcos de gran calado Territorio Federal Amazonas. 530 kilómetros de curso.
hasta Ciudad Bolívar a 420 kilómetros de la desembocadura y por buques menores hasta VICHADA: 1. Departamento del este de Colombia, situado en los Llanos Orientales.
Puerto Ayacucho. Superficie: 100.242 kilómetros cuadrados. Población: 96.138 habitantes. Limita al
ORINOQUÍA: Ver Llanos norte con la República de Venezuela. Clima cálido y precipitaciones abundantes.
OROCUÉ: Municipio del este de Colombia, departamento de Boyacá, situado en la Vegetación de sabana y de bosque galería. Ríos: Orinoco y sus afluentes Meta,
margen izquierda del Río Meta en los Llanos Orientales. Plátano. Ganado vacuno. Guaviare y Vichada. Poblado por tribus de indios guahibos, cuibas y painabes.
PASTO: Ciudad del suroeste de Colombia, capital del departamento de Nariño, situada Económicamente poco desarrollado. Explotaciones forestales, ganadería (vacunos) y
en un altiplano al pie del volcán Galeras junto al río homónimo. pesca fluvial. Capital: Puerto Carreño. 2. Río de Colombia, afluente del Orinoco.
PASTUSO: Gentilicio de los naturales de la ciudad de Pasto. Atraviesa zonas de espesos bosques. 700 kilómetros de curso.
PORE: Municipio del centro-este de Colombia, departamento de Boyacá, produce VILLAVICENCIO: Ciudad del centro de Colombia, capital del departamento del Meta,
cacao, café, caña de azúcar, arroz y yuca. Ganado vacuno, caballar y lanar. situada al pie de la Cordillera Oriental, centro comercial, agrícola y ganadero.
PURÚS: 1. Distrito del oriente de Perú, departamento de Loreto, provincia de Coronel YAGUARAPO: Municipio del noroeste de Venezuela, estado Sucre. Maíz, café, cocos
Portillo. 2. Río de América del Sur, uno de los más largos y caudalosos de la cuenca y patatas. Avicultura. Explotación forestal.
amazónica. Nace en Perú y desemboca en Brasil en el río Amazonas, al suroeste de
Manaos.3.000 kilómetros de curso.
PUTUMAYO: 1. Departamento del sur de Colombia, en la región amazónica, fronterizo 1. Fuente: Diccionario Enciclopédico Universal Salvat.
con Perú y Ecuador, limitado por los ríos Caquetá al norte y Putumayo al sur.
Explotación forestal. Yacimientos petrolíferos. Capital: Mocoa. 2. Distrito del oriente El presente libro ha sido digitalizado por el voluntario HERMINIA MARTÍNEZ
de Perú, departamento de Loreto, provincia de Maynas. 3. Río del sur de Colombia, LLAMAS
afluente del Amazonas, 1800 kilómetros de curso, separa Colombia de Ecuador, Perú,
Brasil. Atraviesa una región de clima tropical con intensas precipitaciones. Sus
márgenes están cubiertas de abundante vegetación, rica en cacao, caucho, plantas
medicinales, maderas de construcción.
RÍO NEGRO: Río de Brasil, afluente del Amazonas cerca de Manaos.
SAN FERNANDO DE ATABAPO: Capital del departamento de Atabapo, al sur de
Venezuela, situada en la confluencia del Orinoco y el río Atabapo.
SAN GABRIEL: Municipio del noroeste de Venezuela, estado Falcón. 2006 - Reservados todos los derechos
SAN JOAQUÍN: Municipio del noreste de Venezuela, estado Carabobo.
Permitido el uso sin fines comerciales
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