yawar
yawar
yawar
No sé nada le
contesto secamente el Padre. La luna menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados
esperaban en la escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el Hermano y la
luna iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El Hermano me tocó la cabeza con las
manos y me besó, cuando llegó el “Añuco” y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos,
no pude contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la mano. Bajó las gradas, montaron. El
“Añuco” partió primero, se volvió y nos hizo una señal de adiós. Palacitos lloró.
Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años se fue a ser soldado y
ahora tocaba en la banda de músicos del ejército. Luego me dirigí a las chicherías, entre a la de
doña Felipa, una de la mozas me trajo un vaso grande de chicha, el arpista era el Oblitas el
“papacha” que afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan cuatro soldados y uno de
ellos que era cabo fastidia a la moza. El arpista Oblitas comienza a tocar y cantar una canción
triste y melodiosa que solamente sale de lo profundo de sus sentimientos relacionado a los ríos
y al vivir cotidiano de los indios. ¿Por qué en los ríos profundos en estos abismos de rocas, de
arbustos, y sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravo, el torrente poderoso de las
aguas teniendo los precipicios ese semblante aterrador?
El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el soldado bailaban entre sí,
una mestiza comienza a cantar y las letras hacen alusión a doña Felipa favoreciendo todas las
acciones anteriormente hechas. El rostro de los soldados parecía enfriarse, a pesar de su
abatimiento, vi que en sus ojos bullía un sentimiento confuso. Un guardia civil entro a la
chichería hizo callar la música y cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos huyeron
yo también me fui, encontré a la banda militar marchando hacia la plaza, seguida por una
parvada de chicos, “señoritos” y mestizos, marché a un costado de la banda, cerca de los
grandes, reconocí a Palacitos, iba casi junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que venía con el
hijo del Comandante al cual me presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre era Gerardo. Lugo
se fueron rápidamente alcanzaron a una fila de muchachas y aquietaron el paso. Me retiré a la
plaza y tomé una decisión que parecía alocada y que sin embargo me cautivó, ir a la cárcel y
preguntar por el papacha Oblitas. Le pregunte al guardia haciéndome pasar como su ahijado,
“no se nada me contesto”. Luego me fui al colegio y me encontré con el “Peluca”, luego miré a
la opa que estaba en lo alto de la torre observando a la banda de músicos y a toda la gente
atiborrada.