Ortega y Gasset

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ORTEGA Y GASSET

https://www.youtube.com/watch?v=LSZKitOPgE8

EL RACIOVITALISMO.
Ocupa el tercer periodo de la vida filosófica de Ortega, su etapa de madurez (1923‑1955). Es un
término medio entre el irracionalismo vitalista y el racionalismo.
¿Qué quiere decir esto? Desde la filosofía antigua, con Sócrates y Platón, se realizó el descubrimiento
admirable de la razón como fuente fundamental del conocimiento verdadero, desalojando la vida
espontánea para suplantarla por la pura razón. Así la vida toda acabaría por someterse a principios del
puro intelecto. Todo conocimiento racional consistiría en captar la esencia de las cosas, lo inmutable y
abstracto, RACIONALISMO.
A partir del siglo XIX, se produce la crisis de la razón especulativa. El supremo error de la Metafísica
es haber admitido un mundo aparente frente a un mundo real, cuando es sólo real este mundo en el
que vivimos, del que nunca nos podrá dar cuenta la razón, pues no hay conceptos estáticos sino
devenir VITALISMO(Nietzsche).

Pues bien, el raciovitalismo pretende ser una interrelación entre el valor de la razón, y sus raices
irracionales, poniendo ambas al servicio de la vida. Ortega, frente a la tradición socrático platónica,
pretende colocar la razón en su verdadero lugar. Hay que poner la acción intelectual en contacto con la
realidad, o lo que es lo mismo , la vida. La razón no tiene que aspirar a sustituir la vida, VITALISMO,
pero tampoco hemos de llegar a negar la utilidad de la razón como Nietzsche, pues la razón es una
función vital y espontánea como lo es el ver o palpar, RACIONALISMO.
Ahora bien, la razón a la que se está refiriendo Ortega, es tan razón como la pura, pero capacitada para
captar la realidad fluida que es la vida. Este es el " Tema de nuestro tiempo": someter la razón a la
vitalidad, RAZÓN VITAL.
La razón vital da cuenta de la vida, y este vivir está referido a la vida humana que se hace en la
historia, en un mundo concreto. El horizonte de la vida humana es histórico, y por tanto, la razón vital
no es una razón pura, sino histórica, la única capacitada para captar la realidad fluida que es la vida.
Pero ¿qué es la vida? Hemos de referirnos aquí al tema planteado en su segundo periodo del
PERSPECTIVISMO en 1914, la circunstancia. Para Ortega, la filosofía aspira al conocimiento del
"todo", de todo lo que, de un modo u otro, es. El pensar filosófico tiene como objetivo averiguar qué
es la realidad como conjunto, qué es el universo.
Las distintas respuestas dadas hasta ahora son, EL REALISMO, en el que los filósofos anteriores al
Renacimiento mantuvieron que lo que realmente existe es el mundo cósmico compuesto de cosas,
entre las cuales está el hombre. Se trata de una actitud espontánea del hombre sin prejuicios ante dicha
pregunta. Posición natural de la conciencia. Y EL IDEALISMO, de los autores posteriores al
Renacimiento, giro copernicano, que mantuvieron una actitud cauta, intentando dudar de todo hasta
llegar a algo indubitable, a la conciencia, al pensamiento. La realidad radical fue para ellos la
conciencia.
Para Ortega, ambas posturas son incompletas. El mundo no existe sin una conciencia que lo piense, lo
mismo que el pensamiento no existe si no es pensamiento de algo. El dato radical del universo no es,
pues, la existencia del mundo, ni la existencia del yo, sino LA COEXISTENCIA DEL YO CON EL
MUNDO. Y ese coexistir, no es sino la vida, la vida de cada cual.
La filosofía ha de convertirse, pues, según Ortega, en reflexión sobre la vida. Pero no sobre la vida
entendida en sentido abstracto o general, como cuando lo estudian los biólogos, sino entendida de
forma personal, como REFLEXIÓN DE MI VIDA, sobre mi propia vida, sobre mi coexistencia con el
mundo.
Lo primero que ha de buscar el saber filosófico es definir el sentido de "mi vida" e investigar la
peculiaridad del vivir humano.
La vida de cada hombre está constituida por lo que él hace y por lo que le pasa. Pero el hombre no
sólo vive sino que se ve a sí mismo viviendo. El verse a sí mismo es el atributo esencial y primero de
la vida: YO SOY YO. Pero no hay que perder de vista la otra parte, el mundo o CIRCUNSTANCIA,
todo lo que no soy yo: los demás hombres, usos sociales, ideas, creencias, mi cuerpo y mi propia
psique. La circunstancia es inseparable de mi yo, es yo viviendo con y en función de las cosas.
El núcleo o realidad radical dónde se da el todo unitario que busca la filosofía, y que es la persona
humana es la vida, pero entendida en cuanto me conozco como "yo y mis circunstancias".
VIDA = YO SOY YO Y MIS CIRCUNSTANCIAS.
https://www.youtube.com/watch?v=tnVFWw_8pS4
(De esta forma, la vida es un continuo intercambio entre el yo y la circunstancia, un intercambio
dirigido por la razón, hasta el punto que para Ortega, vivir es razonar. Ahora bien, este razonar
necesita una previa toma de contacto: en esto consiste la perspectiva, tema esencial de su segundo
periodo llamado también perspectivismo. La circunstancia, lo que está a mi alrededor, posibilita mi
vida y, por lo mismo, constituye la perspectiva concreta desde la que se me muestra la verdad de las
cosas.
Ni es válida la postura del dogmático, para el que la verdad es una, la suya, y pretende imponerla a los
demás, ni tampoco es válida la del escéptico que, ante la variedad de opiniones, concluye que ninguna
verdad puede pretender el carácter de tal. La posición correcta es otra: la verdad tiene muchas caras, y
dependiendo de la perspectiva desde la que miremos, nos ofrecerá aspectos distintos. “La sola
perspectiva falsa es esa que pretende ser única”. Dicho de otra manera, lo falso es la Utopía, la verdad
no localizada , vista desde ”lugar ninguno”. El sujeto funciona como una retícula interpuesta en una
corriente y deja pasar unas cosas y retiene otras. El sujeto no deforma la realidad, sino que la
selecciona desde su circunstancia.
La realidad consiste en asimilar aquella perspectiva, aquellas circunstancias, a través de las cuales yo
la interpreto sin rechazar las perspectivas y las visiones de los demás. Porque cada perspectiva es una
visión que capta una parte de la verdad y es preciso integrarlas y asumir la multiplicidad de ellas. En
consecuencia, podemos decir que no puede haber un enfrentamiento entre las perspectivas. ¿Pero
entonces, cómo será posible la convivencia si cada uno está encerrado en su propia perspectiva? La
solución quizá se encuentre en la síntesis de las perspectivas; síntesis que en el plano moral, político o
religioso se puede resumir con el término de “tolerancia”. Tolerancia, término que viene a significar la
aceptación de que las posiciones del otro tienen el mismo derecho a existir que las mías, porque unas
y otras son parciales y complementarias.
La perspectiva nos coloca ante la verdad desde el punto de vista de la individualidad, pero compatible
y susceptible de adición a la verdad de los demás. Mi finitud sólo me deja abarcar lo abarcable desde
mi circunstancia, que es única e intransferible. Pero estoy obligado a transmitir a los demás mi trozo
de verdad. Se puede acceder a la verdad integral partiendo de la suma de las verdades parciales. Sin
embargo existe una verdad absoluta que sólo es asequible a una razón absoluta: la de Dios. Es, por
tanto, inútil intentar alcanzarla.
Ahora bien, ¿Qué le puedo yo añadir a mi vida en mis circunstancias?. La vida se caracteriza a su vez,
por una FATALIDAD, al hombre se le impone la vida, él no ha decidido vivir, y tampoco el mundo o
circunstancia que forma parte de su persona. Vivir no es entrar por gusto en un lugar previamente
elegido, sino encontrarse de pronto, sin saber cómo, caído, sumergido en un mundo que no se puede
cambiar por ningún otro. EL HOMBRE ES ARROJADO A LA VIDA.
Pero ¿cómo va a vivir esa vida que se encuentra en esa circunstancia determinada? pues gracias a LA
LIBERTAD, al hombre no se le impone sino que lo decide él continuamente. La vida del hombre
nunca está prefijada. Cada uno llega a SER lo que hace de sí mismo a lo largo de su vida.
Nuestra vida es en todo instante conciencia de lo que puede ser."El mundo o nuestra vida posible es
siempre más que nuestro destino o vida efectiva". Por tanto, el hombre sostiene su propio ser, pues,
todo, absolutamente TODO lo que el hombre hace, LE HACE, y cada persona se realiza a sí misma
con las decisiones que toma; CADA HOMBRE DECIDE LO QUE VA A HACER Y AL
DECIDIRLO, DECIDE TAMBIÉN LO QUE VA A SER.
Pero ¿dónde entra la razón en todo esto? El hombre no es otra cosa que mero pasar y pasarle. La vida,
como toda realidad humana, admite grados de ser, pues, si su materialización está en manos del
hombre, ésta puede realizarse en modos plenos o deficientes. En el primer caso, estamos ante una vida
auténtica, en la que el hombre es fiel a esa voz que le llama a ser una cosa determinada ( la vocación).
Se realiza en un modo deficiente, cuando desatiende a su íntima vocación y se abandona a lo tópico y
recibido, estamos ante una vida inauténtica.
La vida es problema, quehacer, preocupación consigo misma, programa vital y, en último término,
naufragio. Naufragio del que el hombre aspira a salvarse agarrándose a esa tabla de salvación que es
la cultura. Ortega está haciendo un planteamiento de la vida que se pretende, ella misma, histórica.
Tras sus referencias a la inautenticidad no se queda en la constatación de que el hombre se pierde de
vista a sí mismo. Ni se conforma con señalar que la salvación para él es volver a coincidir consigo
mismo, saber claramente cuál es su sincera posición frente a cada cosa, saber a qué atenerse. Da un
paso más y señala que ese elemento, la cultura, de la que depende que el hombre se mantenga a flote,
debe ser considerado históricamente.
Como la vida, la cultura debe ser auténtica. Estamos abocados a la tarea de descubrir lo que somos
y lo que son las realidades que nos circundan. Tarea que nunca podrá ser de orden sólo intelectual,
pero para la que de cualquier forma necesitamos acudir debidamente preparados. La preparación con
la que acudimos a nuestro encuentro con el mundo son las convicciones. Ortega llegará a afirmar que
lo que pudiera llamarse <<un hombre sin convicciones>> es una entidad ficticia. Lo que ocurre, eso
sí, es que dichas convicciones pueden ser de distinto tipo (por ejemplo, meramente negativas, como
sucede en las épocas de crisis, en las que la única convicción de los hombres es la de que no se puede
creer en nada). Pero haberlas, ha de haberlas para que nuestra relación del tipo que sea con la realidad
pueda tener lugar.
Dentro de las convicciones tenemos: las ideas y las creencias. Este aspecto del planteamiento
Orteguiano ha sido específicamente desarrollado en su libro Ideas y creencias.
Las ideas son pensamientos que se nos ocurren y que podemos examinar, adoptar y hasta imitar. La
condición única de los pensamientos así entendidos sería la de emerger de una vida humana que los
precede.
En el caso de las creencias, no desembocamos en ellas a través de actos específicos de pensamiento
(no son pensamientos que bien pudieran no habérsenos ocurrido), sino que, por el contrario, se hallan
ya en nosotros, constituyendo la sustancia de nuestra vida. O, tal vez mejor a la inversa, nosotros
"estamos en" ellas. Diciendo que "están en nosotros", las creencias nos constituyen como
individuos. De otro lado, "estamos en ellas" subraya la dimensión común, colectiva, de las
creencias y, a partir de ahí, permite el análisis sociológico e histórico de las ideas de una época,
atendiendo a su efectivo dinamismo.
LA HISTORICIDAD
La historicidad individual.‑ Los análisis históricos permiten comprobar de manera irrefutable que el
universo de nuestras convicciones (por recuperar el término inicial más englobante) no depende, ni
en su naturaleza ni en su devenir, de ningún hombre en particular, por más que seamos cada uno
de nosotros el único espacio en que ese imaginario se puede materializar.
La vida individual es ya histórica: la historicidad pertenece esencialmente a la vida de cada uno de
nosotros. A diferencia del adolescente, que cree inaugurar el mundo, estrenarlo todo, el hombre adulto
es ‑y lo sabe ‑ heredero de un pasado, de una serie de experiencias humanas pretéritas, que
condicionan su ser y sus posibilidades.
Ortega, que nunca dejó de pensar que el intento de fijar las posibilidades humanas, de predeterminar
lo que el hombre es capaz de ser, es un intento tan vano como el de ponerle puertas al campo,
mantiene expresamente que sólo hay una línea fija, preestablecida y dada que pueda orientarnos: el
pasado. El hombre ha sido ciertas cosas concretas, y por eso no puede ya serlas y viene obligado a ser
otras determinadas. De ahí las afirmaciones orteguianas en Historia como sistema: <<Si no sabemos
lo que [el hombre] va a ser, sabemos lo que no va a ser. Se vive en vistas del pasado>>.
Historicismo y sociedad.‑ Históricamente cada época se caracteriza por sus creencias, ideas, cultura,
problemáticas, etc. Estos factores constituyen unas formas de vida, unas costumbres, modos de vivir,
instituciones y relaciones de tipo sociales.
En un período histórico de tiempo viven varias generaciones: los viejos, los hombres maduros,
jóvenes y niños. En esta realidad social se establecen unas relaciones dinámicas entre las nuevas
generaciones que buscan nuevas innovaciones.
El pasado socio‑cultural se hace presente transformándose y proyectándose hacia el futuro en el fluir
de su propia espontaneidad. Sin este proceso social la historia quedaría estancada.
Lo mismo que la vida del hombre es un quehacer, realización de un proyecto que se hace en la
historia, así las generaciones tienen históricamente su misión propia, sus proyectos y tareas históricas.
El tema de nuestro tiempo: el fenómeno de las masas.‑ El hecho más importante en la vida pública
europea es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Los individuos que integran estas
muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre, sino repartidos en el mundo en pequeños
grupos. Ahora aparecen bajo la especie de aglomeración y dondequiera vemos muchedumbres.
Las minorías o élites son individuos o grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el
conjunto de personas no especialmente cualificadas, constituye el "hombre medio".
La formación normal de una muchedumbre implica la coincidencia de deseos, de ideas, de modos de
ser, en los individuos que la integran. En las minorías, la coincidencia efectiva de sus miembros
consiste en algún deseo, idea o ideal, que por sí solo excluye el gran número.
Para formar una minoría es preciso que antes cada cual se separe de la masa por razones especiales,
relativamente individuales. Los que no se exigen nada especial viven siendo lo que ya son, sin
esfuerzo de perfección sobre sí mismo.
La minoría selecta ofrece proyectos de vida y su misión es orientar a las masas, las cuales deberían
seguir las directrices de las élites.
Las masas se rebelan y no quieren someterse a las orientaciones de la élite, provocándose la
<<invertebración de España>>, empobrecida y desvinculada de Europa. La vertebración de España
será una de las preocupaciones de Ortega, junto con otros intelectuales de la generación del 98

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