Copia de LA CIENCIA Bunge
Copia de LA CIENCIA Bunge
Copia de LA CIENCIA Bunge
Su método y su filosofía
MARIO BUNGE
Introducción
Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo; y sobre la base de su
inteligencia imperfecta pero perfectible, del mundo, el hombre intenta enseñorarse de él para hacerlo más
confortable. En este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”,
que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente
falible. Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del
mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta.
Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo, sino enriquecerlo
construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza sometiéndola a sus propias necesidades
animales y espirituales, así como a sus sueños: crea así el mundo de los artefactos y el mundo de la cultura.
La ciencia como actividad —como investigación— pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al
mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y
culturales, la ciencia se convierte en tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más
deslumbrante y asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien en sí mismo,
esto es como una actividad productora de nuevas ideas (investigación científica). Tratemos de caracterizar el
conocimiento y la investigación científicos tal como se los conoce en la actualidad.
El método experimental
La experimentación involucra la modificación deliberada de algunos factores, es decir, la sujeción del objeto
de experimentación a estímulos controlados. Pero lo que habitualmente se llama “método experimental” no
envuelve necesariamente experimentos en el sentido estricto del término, y puede aplicarse fuera del
laboratorio. Así, por ejemplo la astronomía no experimenta con cuerpos celestes (por el momento) pero es
una ciencia empírica porque aplica el método experimental. En lugar de elaborar una definición del término,
veamos cómo funcionó en un caso famoso tan conocido que casi siempre se lo entiende mal.
Adams y Le Verrier descubrieron el planeta Neptuno procediendo de una manera que es típica de la ciencia
moderna. Sin embargo, no ejecutaron un solo experimento; ni siquiera partieron de “hechos sólidos”. En
efecto, el problema que se pantearon fué el de explicar ciertas irregularidades halladas en el movimiento de
los planetas exteriores (a la Tierra); pero esas irregularidades no eran fenómenos observables: consistían en
discrepancias entre las órbitas observadas y las calculadas. El hecho que debía explicar no era un conjunto
de datos de los sentidos, sino un conflicto entre datos empíricos y consecuencias deducidas de los principios
de la mecánica celeste.
La hipótesis que propusieron para explicar la discrepancia fué que un planeta transuraniano inobservado
perturbaba el movimiento de los planetas exteriores entonces conocidos. También podrían haber imaginado
que la ley de Newton de la gravitación falla a grandes distancias, pero esto era apenas concebible en una
época en que la Weltanschauung prevaleciente entre los científicos incluía una fé dogmática en la física
newtoniana. De esta hipótesis, unida a los principios aceptados de la mecánica celeste y ciertas suposiciones
específicas (referentes, entre otras, al plano de la órbita), Adams y Le Verrier dedujeron consecuencias
observables con la sola ayuda de la lógica y la matemática: predijeron el lugar en que se encontraba el
“nuevo” planeta en tal y cual noche. La observación del cielo y el descubrimiento no fueron sino el último
eslabón de un largo proceso por el cual se probaron conjuntamente varias hipótesis.
No es fácil decidir si una hipótesis concuerda con los hechos. En primer lugar, la verificación empírica rara vez
puede determinar cuál de los componentes de una teoría dada ha sido confirmado o disconfirmado;
habitualmente se prueban sistemas de proposiciones antes que enunciados aislados. Pero la principal
dificultad proviene de la generalidad de las hipótesis científicas. La hipótesis de Adams y Le Verrier era
general, aun cuando ello no es aparente a primera vista: tácitamente habían supuesto que el planeta existía
en todo momento dentro de un largo lapso; y comprobaron la hipótesis tan sólo para unos pocos breves
intervalos de tiempo. En cambio, las proposiciones fácticas singulares no son tan difíciles de probar. Así, por
ejemplo, no es difícil comprobar si “El Sr.
Pérez, que es obeso, es cardíaco”; bastan una balanza y un estetoscopio. Lo difícil de comprobar son las
proposiciones fácticas generales, esto es, los enunciados referentes a clases de hechos y no a hechos
singulares. La razón es sencilla: no hay hechos generales, sino tan sólo hechos singulares; por consiguiente,
la frase “adecuación de las ideas a los hechos” está fuera de la cuestión en lo que respecta a las hipótesis
científicas.
Supongamos que se sugiere la hipótesis “los obesos son cardíacos”, sea por la observación de cierto número
de correlaciones entre la obesidad y las enfermedades del corazón (esto es, por inducción estadística, sea
sobre la base del estudio de la función del corazón en la circulación (esto es, por deducción). El enunciado
general “los obesos son cardíacos” no se refiere solamente a nuestros conocidos, sino a todos los gordos del
mundo; por consiguiente, no podemos esperar verificarlo directamente (esto es, por el examen de un
inexistente “gordo general”) ni exhaustivamente (auscultando a todos los seres humanos presentes, pasados
y futuros). La metodología nos dice cómo debemos proceder; en este caso, examinaremos sucesivamente los
miembros de una muestra suficientemente numerosa de personas obesas. Vale decir, probamos una
consecuencia particular de nuestra suposición general. Esta es una tercer máxima del método científico:
Obsérvense singulares en busca de elementos de prueba universales.
Hasta aquí todo parece sencillo; pero los problemas relacionados con la prueba real distan de ser triviales, y
algunos de ellos no han sido resueltos satisfactoriamente.
Debemos recurrir a las técnicas del planteo de problemas de este tipo, es decir, a las técnicas de diseño de
los procedimientos empíricos adecuados. Esta técnica nos aconseja comenzar por decidir lo que hemos de
entender por “obeso” y por “cardíaco”, lo que no es en modo alguno tarea sencilla, ya que el umbral de
obesidad es en gran medida convencional. O sea, debemos empezar por determinar el exacto sentido de
nuestra pregunta. Y ésta es una cuarta regla del método científico, a saber: Formúlese preguntas precisas.
Luego procederemos a elegir la técnica experimental (clase de balanza, tipo de examen de corazón, etc.) y la
manera de registrar datos y de ordenarlos. Además debemos decidir el tamaño de la muestra que habremos
de observar y la técnica de escoger sus miembros, con el fin de asegurar de que será una fiel representante
de la población total.
Sólo una vez realizadas estas operaciones preliminares podremos visitar al Sr. Pérez y a los demás miembros
de la muestra, con el fin de reunir datos. Y aquí se nos muestra una quinta regla del método científico: La
recolección y el análisis de datos deben hacerse conforme a las reglas de la estadística.
Después que los datos han sido reunidos, clasificados y analizados, el equipo que tiene a su cargo la
investigación podrá realizar una inferencia estadística concluyendo que “el N % de los obesos son cardíacos”.
Más aún, habrá que estimar el error probable de esta afirmación.
Obsérvese que la hipótesis que había motivado nuestra investigación era un enunciado universal de la forma
“para todo x, si x es F, entonces x es G”. Por otro lado, el resultado de la investigación es un enunciado
estadístico, a saber: “de la clase de las personas obesas, una subclase que llega a su N/100ava parte está
compuesta por cardíacos”. Esto es, nuestra hipótesis de trabajo ha sido corregida. ¿Debemos contentarnos
con esta respuesta? Nos gustaría formular otras preguntas: deseamos entender la ley que hemos hallado, nos
gustaría deducirla de las leyes de la fisiología humana. Y aquí se aplica una sexta regla del método científico,
a saber: No existen respuestas definitivas, y ello simplemente porque no existen preguntas finales.